21

En cuanto no hubo moros en la costa, me fui caminando como un pato a la ducha. No sé cómo los hombres se las arreglaban teniendo algo ahí abajo que les ocupaba tanto espacio. ¿Y qué era eso de tener las partes íntimas colgando y cambiando de tamaño continuamente?

Cuando el agua helada empezó a caerme sobre el pecho, como miles de agujas, di un respingo, pero no me rendí y encogí los hombros con decisión. Me caía sobre la cabeza y el cuello, marcándome la espalda, resbalando sobre las cicatrices que Pritkin tenía en el hombro izquierdo. Nunca le había preguntado qué le había dejado semejante marca, teniendo en cuenta que todas sus heridas desaparecían en poco tiempo. Pero sabía que no debía preguntárselo. Gemí. Aunque lograra devolvernos a nuestros respectivos cuerpos, jamás olvidaría aquello.

Al fin, aquella tortura líquida logró reprimir, vengativa, a esa cosa, pero la sensación del vello corporal mojado seguía asqueándome, así que decidí afeitármelo. En esas estaba, cuando Billy apareció. Lo ignoré, tratando de evitar añadir otro corte más a la colección de Pritkin y, por un buen rato, permaneció callado.

—Eh, ¿Cassie? —dijo al fin, con un tono algo raro—. ¿Qué estás haciendo?

—Creo que lo llaman manscaping, «huir de la virilidad».

—¿Por qué?

—Porque es muy, muy asqueroso —aclaré, señalando furiosa los pelos que Pritkin tenía en la pierna. Ahora la derecha tenía mejor aspecto. Incluso tenía forma, ahora que la podía ver de verdad.

—Tú, eh, no te parece que puede que le… moleste… un poco…

—¡Oh, venga ya! —Me callé para concentrarme en la rodilla. Esa parte siempre es difícil—. No sé como devolverlo a su cuerpo, Billy. No tengo ni idea. Puede que nos quedemos así días, semanas, meses, incluso…

—Yo puedo devolverlo —se ofreció Billy.

Casi me llevo por delante un trozo de piel de la pierna de Pritkin.

—¿Qué?

—Sí. Estuve pensándolo anoche. Es como cuando te ayudé a poseer a aquel mago oscuro. Te saqué de tu cuerpo y te lancé al suyo. Bueno, tal como lo veo, puedes hacer lo mismo con Pritkin. Puedes volver a tu cuerpo y expulsarlo.

—Eso ya lo sé —dije, acabando con el afeitado—. Siempre he podido volver. Pero no sabemos dónde puede acabar su espíritu cuando haya sido liberado.

—Sí, sí lo sabemos, porque los espíritus saben reconocer sus cuerpos. Ocurre como con los fantasmas con las cosas que poseemos, nos llaman.

—Lo dices como si poseyéramos nuestros propios cuerpos.

—En cierto modo es así. Tu cuerpo te alimenta, te protege, te permite desplazarte. Tras la muerte, si quieres continuar pudiendo hacer esas cosas, tienes que encontrar a otra persona como fuente de energía. Como mi talismán.

—Ya lo sé, pero…

—Y un alma separada de su fuente de energía es atraída hacia ella como los metales a los imanes. Por eso siempre acabo encontrándote dondequiera que estés. Me concentro en el talismán.

Lavé la cuchilla y la dejé. Marsden me la había dejado allí, junto con algunos otros artículos de aseo, probablemente suponiendo que yo querría afeitarme la barba de varios días que llevaba Pritkin. Pero, seguramente, la cuchilla estaría desafilada.

Me sequé, fui hasta el lavabo y me lavé los dientes, mientras, Billy aguardaba.

—¿Y si te equivocas? —pregunté al final—. Puedo lograr llegar a casa sana y salva, y matar a Pritkin por el camino.

—Para eso me tienes a mí. Si el mago no da con el camino de vuelta, yo lo ayudaré. Y si se equivoca y vuelve a poseerte, yo habitaré su cuerpo hasta que esté listo para volver a intentarlo.

Sí. Ya me veía yo explicándole a Pritkin que estaba a punto de tener otro invitado. Lancé un suspiro.

—Cuando tenemos una conversación así, no cabe duda de que el mundo anda mal.

—Te estoy diciendo que puedo hacerlo —insistió Billy.

Me quedé parada frente al lavabo, con las manos apoyadas en él. Me miré en el espejo, sonreí y un hilo de esperanza iluminó mis ojos verdes prestados. Era imposible que pudiera ser tan fácil. ¿O no?

—Podemos intentarlo —dije, con la voz algo rota. ¡Dios!, volver a mi cuerpo. De repente, me pareció que, si conseguía que aquello saliera bien, mis demás problemas se podrían solucionar.

—¿Y qué pasa con el Senado? —pregunté—. ¿Mencionaron dónde estoy cuando acusaron a Marsden?

—No lo sé. La sede central de los magos es una casa de locos. Estaban tratando de instalar su nueva base en algún almacén de las afueras, cerca de Nellis, y no están teniendo suerte. La gente no parece muy contenta.

—Son magos de la guerra. Nunca están contentos con nada.

—De todas formas, si yo fuera tú, daría por hecho que lo saben. Lo cual significa que quedarse aquí no es muy seguro.

¡Mierda!

Me vestí en tiempo record, a pesar de que no me venía la ropa. El polo azul me venía estrecho de hombros, los pantalones me apretaban demasiado en los muslos y la cintura tenía al menos dos tallas más que la de Pritkin. Pero me puse la camisa, que ayudó un poco, y bajé las escaleras corriendo. Billy venía flotando tras de mí, con aire orgulloso. Si lo lográbamos, le debería una muy gorda.

Estaban en la cocina. Marsden estaba junto a la hornilla, dándole la vuelta a las salchichas en una sartén y Pritkin estaba concentrado leyendo el periódico. El nombre del periódico saltaba a la vista, chillón: Crystal Gazing. No sabía que lo tuvieran allí. Era un periódico sensacionalista que no le pegaba demasiado.

—Billy dice que el Círculo sabe que estoy aquí. Puede que vengan más visitas pronto —le dije a Marsden.

—Buenos días, Cassi. —Su electrocutada cabellera estaba aún más suave y esponjosa de lo habitual, con un halo resplandeciente alrededor de la cabeza. Impresionaba bastante.

—¿Qué quieres desayunar?

—No voy a tomar nada. Tenemos que salir de aquí.

—Las protecciones aguantarán —dijo, con serenidad—. Entonces ¿un huevo o dos?

—Me tomaré sólo una tostada —le dije, tratando de aligerar un poco. Yo no tenía tanta confianza en sus protecciones.

—Tomará dos huevos, una ración de salchichas, champiñones, patatas y una tostada —dijo Pritkin, contradiciéndome.

—¡No puedo comerme todo eso!

—Puedes y lo harás. Si quieres, puedes matar de hambre a tu cuerpo, pero con el mío no vas a hacer lo mismo.

—Yo no mato de hambre… —Me quedé callada al ver su plato. Contenía todo lo que acababa de enumerarle a Marsden, más una ración de lo que parecían judías cocidas. Y una cafetera entera llena de un café con aspecto de sirope al lado—. ¡Creía que eras un obseso de la alimentación sana!

—Tienes que comer más —dijo Pritkin, metiéndose en la boca un poco de todo—. Casi me corto con tus omóplatos esta mañana.

Hice caso omiso.

—Da igual, no podemos pararnos a desayunar. ¡Puede que el Círculo esté ya en cansino!

—Lo dudo —dijo Marsden, con aspecto despreocupado—. Si Saunders sabe que estamos negociando, se estará preparando para cuando vayamos a verle.

—¡No estamos negociando! ¡Me has traído aquí en contra de mi voluntad!

—Estoy seguro de que no tendrás ningún problema en explicarle eso al Círculo —añadió el maquinador.

Pritkin alzó la vista, ceñudo.

—¡Nos van a acusar injustamente! —exclamé.

—Sí, pero no por él. —Pritkin me pasó el periódico, y el titular, imposible de no ver, hizo que me olvidara momentáneamente de todo lo demás:

«El oscuro pasado de Cassandra Palmer»

—Sabíamos que esto era sólo una cuestión de tiempo —dijo, cuando se lo arrebaté de las manos.

¿PITIA O FARSANTE?

Mientras todavía está pendiente el anuncio oficial sobre quién será la sucesora de la recientemente fallecida lady Phemonoe, algunas fuentes dentro del Círculo Plateado aseguran que el poder podría haber caído en las manos de la oscura e inexperta Cassandra Palmer. «Si eso es cierto, sería un desastre» declaró una fuente cercana que pidió permanecer en el anonimato. «Su pasado habla por sí solo».

Así es. El Crystal Gazing ha sabido que su madre era Elizabeth O’Donnell, una vez heredera del trono de pitia. Cabe recordar que se trata de la misma iniciada que cayó en desgracia y fue despedida tras fugarse con Roger Palmer, un hombre que trabajaba para Antonio Gallina, el conocido jefe de la mafia de Filadelfia. Se cree que su hija se crió en la corte de Gallina, utilizando sus habilidades para dar continuidad a las nefandas actividades de su mentor. Desde entonces, se la ha relacionado con el maestro de Gallina, el miembro del Senado Vampírico Mircea Basarab. El Senado aún no ha hecho declaraciones oficiales al respecto.

Sí, apuesto a que al Senado le asustaba tanto como a mí que se aireara mi pasado en la prensa. Pritkin tenía razón, sabíamos que pasaría, pero, aún así, aquello era un golpe. El artículo incluía una imagen mía. Ahí estaba mi rostro, mirándome, pero no era una fotografía, ya que, que yo recordara, jamás me habían tomado aquella foto, sino que era como un boceto. Me habían dibujado la barbilla demasiado grande y la nariz era más bonita que la real, junto con una expresión malhumorada y hostil. Aún así, se me parecía bastante.

Tomé asiento porque me fallaron las rodillas. ¿Y ahora cómo iba a moverme o a hacer nada? Si aquel artículo hubiera salido el día de antes, el tipo de la tienda de empeños se habría disculpado y ausentado, habría hecho una llamada, y habrían acudido una decena de magos en cinco minutos. Hasta aquel momento, no había sido consciente de lo mucho que me beneficiaba el anonimato.

—El Círculo lo ha filtrado a propósito.

—Probablemente —asintió Marsden—. Suelen hacerlo antes de emprender acciones impopulares. Es una especie de acción preventiva dirigida a la opinión pública.

—¡Para lo que están preparando a la gente es para mi asesinato!

Alzó la vista hacia mí, con interés en la mirada.

—Razón por la cual me necesitas, querida.

Suspiré.

—Déjamelo a mí.

—Saunders ganó las últimas elecciones dejándome como un viejo chocho y decrépito, demasiado terco para dejar el puesto. Prometió que cambiaría y fortalecería el Círculo, trayéndole prosperidad. Pero se le olvidó mencionar que la prosperidad sería para él.

—¿Qué estás diciendo? —Pritkin estaba inclinado sobre la mesa, con su mirada de halcón fija en Marsden.

—Que ha estado metiendo la mano muy hábilmente, desde que ocupó el puesto. Ha aumentado el diezmo y se está quedando con la diferencia.

—Eso es imposible. ¡Alguien se habría dado cuenta!

—Alguien se ha dado cuenta. Y acabó en las mazmorras de MAGIA.

—Hay un comité de supervisión…

—Compuesto por los compinches de Saunders. Una de las primeras cosas que hizo después de las elecciones fue hacer limpieza. ¡A día de hoy, los puestos de poder están todos ocupados por gente a la que le interesa mantenerlo ahí!

—Entenderéis que no tengo ni idea de lo que estáis hablando ¿no? —interrumpí.

—¿Has visto el tatuaje que llevan nuestros magos? —me preguntó Marsden, levantándose la mama.

—No. Pritkin no tiene ninguno. —Imposible que se me hubiera pasado por alto.

Marsden extendió el brazo.

—Es un círculo plateado, por razones obvias. Se utiliza para unir parte de nuestra energía en un fondo común para poder hacer cosas que requieran un esfuerzo universal.

—Como un sortilegio de Artemisa —explicó Pritkin.

—Vale, hasta ahí lo entiendo.

—Se supone que la aportación es exactamente de un dos por ciento de nuestra energía. Pero Saunders aumentó el porcentaje en secreto hace siete meses, en casi medio punto, y ha estado vendiendo por su cuenta la energía sobrante.

—¿Y eso es ilegal?

—¡Del todo! Ni siquiera el Consejo aprobaría semejante cosa. Haría falta la aprobación por mayoría de los miembros del Círculo. ¡Y para ello, necesitaría una razón mejor que llenarse los bolsillos!

—No me parece que merezca la pena asumir semejante riesgo para hacerse con medio punto extra —comenté.

Marsden arqueó una de sus blancas cejas. Parecía que tenía una oruga en la frente.

—De un solo mago de la guerra, quizá no. Pero ¿y de un cuarto de millón de magos?

—¿Un cuarto de millón?

—Ése es el número aproximado de magos de la guerra actualmente en activo.

Me recosté en la silla.

—Vale, eso es mucha energía. No sabía exactamente los efectivos con los que contaba el Círculo.

—Esa diferencia puede ser la diferencia entre la vida y la muerte para un mago en el campo de batalla —dijo Pritkin.

—Peor aún —le dijo Marsden—. Las rentables actividades subrepticias de Saunders han alcanzado a toda su política. Debería haber confirmado a esta chica hace semanas, pero, en lugar de ello, ha ordenado que la capturen, cuando deberían estar librando la guerra, sólo porque teme que ella lo sepa o descubra todo con sus poderes de clarividencia.

—Pero ¿qué pasa con la clarividencia de Agnes? —pregunté—. ¡Ella era todavía pitia cuando todo esto empezó!

—Era débil y estaba enferma y demasiado preocupada tratando de localizar a su heredera, que se había fugado. Toda la Corte de la pitia estaba pendiente de buscarla, dejándole a él vía libre, cosa que aprovechó.

—Y quiere mantener —supuso Pritkin.

—Sí. Que en el poder haya una pitia sobre la que no tiene influencia significaría el fin de sus lucrativas actividades, pero también, probablemente, se descubriría todo.

—Y esa es la razón por la cual él no se quería reunir conmigo —dije, asqueada.

—Muy precavido por su parte. Es mucho más probable que una clarividente vea toda la verdad si está con él cara a cara.

—¿Qué tienes pensado hacer? —le preguntó Pritkin, con tono grave.

—Lo voy a retar, desde luego.

—Jonas…

—Es la única manera, John. Podría publicar mis pruebas en prensa, pero Saunders controla todos los periódicos y tiene al Consejo bajo su poder. Silenciarían la historia y, ya de paso, a mí, congelándome y encerrándome como al pobre de Peter, o con algo más permanente, como se pudo ver en el intento de anoche.

Los miré a ambos.

—¿Qué es eso de retarle?

—Es una antigua ley que jamás llegó a ser abolida. Si un miembro del Consejo en el Gobierno cree que el lord protector es corrupto o peligrosamente incompetente, puede retarle. Y el hecho de que perdiera las últimas elecciones no significa que haya perdido mi puesto en el Consejo. Aún me queda un mes para poder hacerlo ¡y pretendo hacer uso de ese derecho!

—No lo entiendo —dije, mientras él me ponía la tetera al lado—. ¿Retarle cómo?

—Retándole a un duelo —dijo Pritkin, tenso.

Marsden asintió.

—Si pierde, el Círculo se quedará sin líder, y la ley establece que, en esos casos, es el miembro más anciano del Consejo el que asumirá la dirección hasta que se puedan celebrar nuevas elecciones. Ese sería yo.

—Suponiendo que ganaras —apuntó Pritkin.

Marsden se encogió de hombros.

—Sí, pero eso es cosa mía. Lo único que quiero es que Cassandra me lleve hasta él. Y, a cambio, yo me ocuparé personalmente de que sea reconocida como la nueva pitia.

—Y tú vas a conseguir que el Círculo me acepte así, tan fácilmente —dije.

Se volvió a encoger de hombros.

—No depende de ellos que seas aceptada o rechazada.

—¡Pues yo creo que ellos no lo ven así!

Hum. Sí. Pero, realmente, con el proceso de selección actual, poco pueden hacer. Es el poder el que elige a la pitia. Siempre ha sido así, y debo decir que no tiene muy buen criterio. —Rozó el borde del periodicucho con los dedos—. A pesar de tu pasado, te eligió a ti. Y se acabó.

—No. Se acabará cuando consigan acabar conmigo y esperarán que el poder busque a una iniciada dócil y buena a la que Saunders pueda controlar.

—Algo que no va a suceder cuando yo haya recuperado el poder —dijo, con serenidad.

Me puso delante un plato de comida con bastante buen aspecto. Las patatas estaban doradas y crujientes y las salchichas aún chisporroteaban. Me centré en el plato.

—¿Qué puedo hacer yo? —pregunté, entre bocado y bocado.

—Saunders no suele mostrarse en público —me explicó, llenando otro plato y uniéndose a nosotros—. Y, cuando lo hace, va tan bien escoltado que me es imposible acercarme a él. Pero tú sí puedes. —Se detuvo para sorber un poco de aquel café letal—. Se ha aumentado la seguridad a causa de la guerra, y su paradero es un secreto muy bien guardado.

Mañana no lo será, pensé, pinchando una patata. Saunders estará en la recepción que se va a celebrar en honor a los Cónsules, esperando reunirse conmigo. Así, podría meter a Marsden. La cuestión era, ¿debía hacerlo?

Yo sabía que Mircea estaba tramando algo, de lo contrario, no habría aceptado reunirse de nuevo con Saunders. Pero era más que probable que Saunders también tuviera algo planeado, y no sería nada bueno, desde luego. Si el día anterior alguien me hubiera contado que estaba pensando seriamente dar un golpe de Estado contra el líder del Círculo, me habría echado a reír. Pero ahora no me estaba riendo.

Pero yo no estaba preparada para un golpe. El problema no era sólo que aquel hombre no estaba bien de la cabeza. Un obstáculo mucho mayor eran aquellas malditas visiones. Me tenían tan asustada que dudaba de todo, por si tomaba la decisión equivocada. Aquella era una sensación conocida ya por mí.

Llevaba todo el mes aterrorizada por mi nuevo puesto, segura de que ningún humano debería detentar semejante poder. Ese poder estaba reservado para un dios y ni él mismo lo habría hecho demasiado bien. Me sentía con la soga al cuello a causa de la responsabilidad de que, si tomaba la decisión equivocada, podía destruir el mundo. Pero, la cuestión era que, si no actuaba, podría destruirlo igualmente.

Puede que fuera eso lo que las visiones trataban de decirme: que si no utilizaba mi poder, sería igual que no poseerlo. Y aquella guerra no la podíamos ganar sin una pitia. Desgraciadamente para nosotros, yo no era una pitia muy avezada.

Me concentré en la comida durante unos minutos, a sabiendas de que la energía que Billy necesitaba me dejaría exhausta si no lo hacía. Todo estaba bueno, excepto las salchichas. Estaban grasientas y, cuanto más las masticaba, más grande se hacía la bola. Las hubiera escupido en la servilleta si no hubiera tenido al cocinero sentado junto a mí.

—¿Qué es esto? —le pregunté, finalmente, a Marsden.

—Es una receta de mi madre —me dijo, distraídamente—. Pudín negro.

Le di unos golpecitos con el cubierto a las que quedaban en el plato. Aquello no tenía aspecto de pudín. Parecían salchichas oscuras.

—¿Qué lleva?

—Lo habitual —dijo, indiferente—. Tocino, cebolla, harina de avena… y sangre de cerdo, claro.

Me costó tragarlo. Maldita sea. Tenía que haberme comido la tostada. Me puse a beber té hasta que se me pasaron las náuseas y me quedé mirando el dibujo del periódico. Era bastante aproximado. Supongo que algunos de los magos con los que me había enfrentado en el último mes se habrían fijado en mí. Al menos, estoy en primera página, pensé, tratando de consolarme, y pasé a la página siguiente, donde continuaba la historia. Y me quedé atónita al leer la primera línea:

«Aún más inquietantes son los rumores sobre el padre de Palmer».

Pritkin dijo algo, pero no lo escuché. Mi cerebro se había quedado atacado en la palabra «padre». Porque jamás había conocido a mi padre.

Tony se había ocupado de ello. Se había inventado la muerte de mis padres cuando yo tenía cuatro años para poder monopolizar mis poderes. Por consiguiente, había crecido sin saber apenas nada de ellos. Recientemente, había descubierto algunas cosas sobre mi madre, pero lo único que sabía sobre mi padre era que, en el pasado, había sido el «humano favorito» de Tony.

Y mi ignorancia no era a causa de mi indiferencia. Le había preguntado a todo el mundo, pero nadie sabía apenas nada, o tenían órdenes de Tony de no contar nada. Y como la mayoría eran vampiros bajo su influencia, era extremadamente difícil que le desobedecieran. Me preguntaba si lo habrían intentado. Puede que, incluso lo más allegados a mí, hubieran querido evitar a toda costa que me enterara de algo.

Nuestra fuente dentro del Círculo confirma que Roger Palmer era realmente Ragnar Palmer, el infame nigromante del que se creía formaba parte de la élite del Círculo Negro. Su repentina desaparición hace treinta años también fue atribuida a las luchas internas en la dirección del Círculo Negro, posiblemente debido a que Palmer trataba de hacerse con el control él solo. Al parecer, Palmer no murió, tal como se suponía, sino que pasó al anonimato, se cambió el nombre y pasó al servicio de otra criatura oscura aguardando a que llegara el momento de poder ejecutar sus planes. ¿Quizá consistirían en que su hija se convirtiera en pitia?

Tras preguntarle al Círculo las acciones que van a emprender para asegurarse de que una candidata tan evidentemente inapropiada y peligrosa no se haga con el trono de pitia, nuestra fuente sólo ha declarado que están analizando las posibles opciones. Mientras tanto, han ofrecido una recompensa considerable para cualquiera que pueda proporcionar alguna información sobre el paradero de Cassandra Palmer. Se ruega a cualquiera que la haya visto que se poma en contacto con el Círculo inmediatamente. Se garantiza total confidencialidad.

Arrojé el periódico asqueada. No es que el Crystal Gazing fuera un periódico muy reputado por el rigor de sus informaciones, pero aquello sólo lo empeoraba todo, hasta para ellos. Los magos que Tony tenía contratados no pertenecían al Círculo Negro. La mayoría de ellos apenas eran capaces de crear una protección o de lanzar un hechizo. El Círculo Negro era la élite de los avernos mágicos; tenían mejores cosas que hacer que ir a hacerle recados a un vampiro.

—Si quieren extender rumores —exclamé, furiosa—, al menos se podrían inventar algo medio decente.

—No lo sabías. —Yo estaba mirando a Marsden, pero aquel comentario no vino de él. Miré a Pritkin y tardé algo en reaccionar. A pesar de lo extraño de ver sus expresiones en mi propio rostro, no se me pasó por alto que hablaba en serio.

—Ah, el Crystal Gazing. Siempre liándolo todo. Lo compro por los autodefinidos —dijo Marsden, y Pritkin y yo nos miramos fijamente—. Trae un doble acróstico excelente.

Me di cuenta del momento exacto en el que Pritkin se dio cuenta de que había logrado lo que el artículo jamás habría conseguido: que me lo creyera. Con una simple mirada, había hecho que se tambalease todo lo que yo daba por hecho. Recompuso la expresión de su rostro, pero era demasiado tarde. Comparado con los demás vampiros que conocía, era un pésimo embustero.

—Una vez me dijiste que mi linaje estaba planchado —dije, con voz tan grave, que hasta me sorprendió a mí—. Pero pensaba que te referías a mi madre.

—Sí, tu madre. Una chica encantadora —dijo Marsden—. Me recuerdas a ella. —Lo miré fijamente mientras él untaba la mantequilla en la tostada.

—¿La conociste?

—Claro, cada vez que iba a la corte de la pitia, siempre estaba allí.

—¿Y mi padre? —Aquella palabra sonó extraña en mi boca—. ¿Es verdad esto?

—Eh, bueno, sí. Hay razones para pensar que, durante años, fue uno de los líderes del Círculo Negro. Formaba parte de su Consejo de dirección.

—¡Eso no lo sabemos! —exclamó Pritkin—. ¡El Círculo Negro no hace pública su estructura interna! La gente que cuenta esas historias son delincuentes que esperan trato de favor. Dirían cualquier cosa…

—John. —Marsden lo miró con severidad—. Negándolo todo no la estás protegiendo. No es agradable, lo sé, pero si es lo suficientemente fuerte como para ser la pitia, también lo es para poder escuchar la verdad.

Quería y no quería conocerla. Porque era mucho más fácil negar los rumores malintencionados que cualquier cosa que Marsden pudiera decir. Había dirigido el Círculo durante años. Había tenido acceso a los informes de la sección de inteligencia. Pero tenía razón. Tenía que saberlo. Y nadie más se había ofrecido jamás a contármela.

—¿Qué verdad? —pregunté, ignorando las náuseas que me estaban atacando el estómago.

—Que tu padre era un poderoso nigromante, capaz de lograr que los fantasmas actuaran a su antojo —dijo Marsden, con naturalidad—. Se dice que había formado un ejército enorme de fantasmas que escuchaban, husmeaban y lo informaban sobre nuestras actividades. Por eso el Círculo Negro siempre sabía cuándo estábamos planeando un asalto. Sus espías eran los equivalentes a la corte de la pitia, siendo sus ojos y sus oídos en todas partes.

Masticó la tostada, dándome tiempo para asimilarlo. Había sido sorprendentemente fácil. Mircea me había dicho una vez que mi padre había hecho algo similar por Tony, aunque a una escala mucho menor. En aquel momento, debería haberlo comprendido: cualquier persona con semejantes capacidades no se iba a contentar con ser un títere de Tony. La información es poder, incluso en el mundo sobrenatural. Puede que, especialmente en nuestro mundo, en el que se recurría a tantos trucos para tratar de ocultar la verdad.

Excepto respecto a los fantasmas.

Jamás se había inventado protección alguna que pudiera proteger de los fantasmas, ni siquiera detectarlos. Por no mencionar que Billy se podía introducir en la piel de la gente, poseyéndola brevemente, cuando surgía la necesidad. No lo solía hacer, porque aquello consumía gran parte de su energía, y cuando lo hacía, no podía rebuscar entre los pensamientos de la gente, ni elegir sus recuerdos. Pero si ocurría que la persona en cuestión se ponía a pensar en algún tema de interés cuando estaba poseído, el fantasma puede oírlo. Él lo había hecho alguna vez y me lo había contado después. ¿Y si alguien contara con un centenar de Billy Joes? ¿O de un millar?

Pero había algo que no encajaba.

—¿Y cómo se conocieron —pregunté—, un mago oscuro y la heredera del trono de pitia? ¡No tiene sentido!

—Él no acostumbraba a presentarse como antiguo miembro del Círculo Negro —explicó Marsden, con sequedad—. Pertenecía al entorno de Gallina cuando el vampiro convocó a la pitia.

—¿Tony fue a ver a Agnes? ¿Por qué?

Marsden se encogió de hombros.

—A lo largo de la historia, la gente que ha tenido que tomar decisiones difíciles siempre ha recurrido a alguien que pudiera ver el futuro. Lo normal es acudir a los quirománticos, que son miembros de la comunidad sobrenatural. Los que tienen algo de poder, solicitan audiencia con la pitia. Lo que no sabemos es lo que le preguntó exactamente. Los archivos de la corte de la pitia son confidenciales.

—Dices que mi padre estuvo en la corte, ¿de cuánto tiempo estamos hablando?

—Estuvo algo más de una semana. Normalmente, se echa a los peticionarios si, en el transcurso de un mes, la pitia no obtiene respuesta, pero Gallina recibió la suya enseguida. Es casi lo único que la corte puede contar.

—¿Y en un periodo de ocho días pudo mi padre convencer a mi madre para que huyera con él? —Ni me molesté en ocultar mi escepticismo.

—Oh, no. No lo creo. Tu madre era una joven brillante, muy inteligente. En caso de haber decidido abandonar el puesto, habría optado por una forma de hacerlo más sencilla y mucho menos extravagante.

—¿Entonces por qué lo hizo?

Marsden se encogió de hombros.

—Siempre hemos creído que la sometió a algún tipo de sortilegio. El ser clarividente no evita que puedas ser víctima de otras formas de magia, tras… —No sé qué vio en mi rostro, pero se detuvo repentinamente.

Cuando habló, la voz de Pritkin sonó muy cortante.

—¿Podemos hablar un momento, Jonas?

—¿Sabes?, creo que tengo una fotografía de tu madre por alguna parte —dijo Marsden, y salió corriendo.

Cogí el periódico y, lenta y automáticamente lo rompí en mil pedazos. Pero no sirvió de nada; los fragmentos de algunas frases continuaban gritándome: «infame», «oscuro», «inestable», «peligroso». Los aparté de la mesa, presa de la ira.

—¿Por qué no me lo habías contado? —le pregunté a Pritkin.

—Te mostré el periódico…

—¡No me refiero a hoy! Nos conocemos desde hace más de un mes. —Tuve que hacer un esfuerzo por no levantar el tono—. Admito que ha sido un mes infernal, pero ¿es que no has tenido cinco minutos aunque fuera, para contarme…

—Creía que lo sabías —dijo, sereno—. Nunca hablabas de tus padres ni de tu infancia. Supuse que esa era la razón. Y hace poco me dijiste que tenías razones para avergonzarte de tu padre, de las cosas que había hecho…

—¡Porque era uno de los esbirros de Tony! No porque… porque… —No podía ni pronunciarlo. Todo el mundo hablaba del Círculo Negro como el centro de todo el mal. He visto a vampiros estremecerse con sólo mencionarlo, tipos que matan sin pensárselo dos veces por dinero, por orgullo o simplemente por diversión. Creían que la organización que mi padre había ayudado a dirigir era el mal en estado puro.

No era de extrañar que cada vez que me encontraba con un mago de la guerra, éste me mirara como si me estuvieran a punto de salir tentáculos o como si fuera a lanzar fuego por la boca.

—¡Eh, Cass! —Billy salió flotando del lateral del frigorífico, con el semblante serio—. El mago tiene razón, puede que lo hayan exagerado, ya sabes el tipo de periódico que es…

Extendió el brazo para tocarme la mano, pero la aparté rápidamente, mirándolo fijamente. Durante toda mi vida, había sido capaz de ver fantasmas, pero jamás se me habría ocurrido hacer algo semejante. Mandarles hacer cosas por mí, pedirles información… La simple idea me atravesó como un cuchillo, fue como una puñalada rápida y profunda.

—¡Eh! Soy yo —dijo Billy, cogiéndome la mano de todas formas. La caricia que sentí en la muñeca fue tan sutil como el roce del viento, suave y confortablemente familiar—, tu fiel compañero, ¿recuerdas?

Y mi ejército de un soldado, pensé, poniéndome mala.

Todo había ocurrido tan rápido, apenas hacía un mes desde que había pasado de ser una clarividente que tan solo trataba de huir de la ira de Tony, a alguien que podía viajar en el tiempo, cambiar la historia, hacer posesiones… ¿Era así como había empezado? ¿Limitarte a tratar de mantenerte viva, de sobrevivir a cada día, sin comprender lo mucho que estás cambiando hasta que un día no te reconoces ni a ti misma?

¿Hasta que un día te despiertas convertida en un monstruo?