7

Así me gusta —dijo Marco con aprobación cuando entré tambaleándome por la puerta de la suite media hora después.

—Creía que su función era ayudar —dije jadeando y señalando a mis perseguidores con la cabeza. Era lo único que podía mover, ya que los demás apéndices de mi cuerpo estaba cargados de bolsas, cajas y paquetes.

—Debemos tener las manos libres para las armas —dijo uno de ellos débilmente.

—¿Los dos?

—Tienes muchos enemigos.

—¡Y ahora también tengo un montón de músculos desgarrados! —dije regañándole mientras entraba dando tumbos en la sala de estar.

—El mago ese está aquí —me advirtió Marco.

—¿Pritkin? —pregunté subiendo la cabeza.

—Nop. El viejo. Y un tipo con el pelo engominado.

No sabía quién era el Engominado, pero el viejo era Jonas Marsden, el jefe en funciones del Círculo Plateado. Por supuesto, Marco lo sabía perfectamente, pero los vampiros nunca se alegraban de que apareciera un mago. Y eso se duplicaba cuando se trataba del jefe.

Jonas se levantó para ayudarme cuando entré tropezándome en el salón, y le lancé una mirada a Marco. Como respuesta obtuve que me tirara un beso y la promesa de que estaría en la misma puerta apuntando a los magos; por si intentaban utilizar alguna vil artimaña de brujo para llevarme con ellos o algo así.

—Siento no haber estado aquí, pero pensé que no nos veríamos hasta las tres —dije jadeando.

—No importa. Tendría que haber llamado —dijo Jonas afablemente—. Pero quería hablar contigo, si tienes un momento.

—¿Sobre lo de anoche?

—Ah, de veras espero que no —dijo, lo cual habría resultado extraño viniendo de otra persona. Pero Jonas siempre era extraño.

Por lo pronto, era la única persona que conocía con un pelo peor que el de Pritkin. Aquel día tenía volumen extra, una espléndida bola de electricidad estática color gris plata que parecía tener vida propia. Como si un extraterrestre hubiera tropezado con su cabeza por casualidad y hubiera decidido quedarse allí un tiempo. En contraste, su cara era sorprendentemente normal, con rasgos agradables, mejillas sonrosadas y menos arrugas de las que se esperarían en alguien de su edad, fuera la que fuera. Jonas solía decir que era «condenadamente viejo».

—Y Niall tenía muchas ganas de conocerte —añadió cuando me dirigía dando tumbos al dormitorio.

—¿Niall?

—Niall Edwards. —Un moreno de facciones angulosas avanzó, y yo conseguí ofrecerle la mano. Pero o bien no me vio, o bien la ignoró—. ¿Has considerado perder de dos a cuatro? —preguntó mientras daba vueltas alrededor de mí.

Me giré, para no perderlo de vista, y se me cayó una pesada caja de zapatos en los pies.

—¿De dos a cuatro qué? —pregunté haciendo una mueca.

—Kilos. La cámara añade por lo menos eso y, francamente, podrías definir más tu rostro.

—¿Que qué?

Sacó un bloc de notas electrónico.

—¿Cuánto pesas?

—¡Eso no es asunto tuyo!

—Lo es si tengo que venderte al público como la pitia —dijo en tono agrio mientras sus dedos revoloteaban sobre las teclas.

—Niall es nuestro principal experto en relaciones públicas —explicó Jonas, mientras yo entraba cojeando en el dormitorio y tiraba los paquetes encima de la cama.

—No necesito un relaciones públicas —dije mientras me sentaba para examinarme el dedo del pie.

—Ah, claro que no —dijo Engominado entrando a la habitación—. Fuiste educada por un jefe mafioso vampiro, vas por ahí pareciendo un cruce entre Paris Hilton y una sin techo…

—¡Yo no me parezco a Paris Hilton!

—Llevas esmalte de uñas rosa brillante —dijo señalando—. En los pies.

Miré los ofendidos dedos, que sobresalían de unas sandalias.

—Yo no veo nada de malo en…

—Exacto. Y por si eso no fuera ya lo bastante malo, se sospecha que eres una maga oscura. Pero no necesitas un relaciones públicas.

—¡Se sospecha que soy una maga oscura porque vosotros le dijisteis a todo el mundo que lo era! —le contesté furiosa.

Hasta hacía poco, el Círculo había estado dirigido por un mago llamado Saunders, que había amañando las cuentas a su favor y al de sus amigos. Obviamente, no había querido una pitia en vigor que no estuviera firmemente dominada por él, por si descubría su pequeño plan rentable. Así que mientras sus hombres se ocupaban de intentar atraparme, él infiltraba historias desagradables en la prensa sobre el pasado de mi familia.

Tampoco ayudó mucho que la mayoría fueran ciertas.

—E hicimos un buen trabajo, como es habitual —dijo Engominado con arrogancia—. Ahora todo el mundo sabe que tu madre fue una iniciada frustrada, que tu padre fue un peligroso mago oscuro y que tú no has recibido ningún entrenamiento en absoluto para la posición que ocupas.

—Yo no diría ninguno —objetó Jonas.

—El gran triunfo de mi carrera será relanzarte. Y lo conseguiré. No te quepa la menor duda.

Entró en el vestidor y desapareció, y yo me quedé mirando fijamente a Jonas.

—Tienes que estar bromeando.

—Niall es un poco brusco, lo reconozco…

—¿Un poco?

—Pero tiene algo de razón, Cassie. Tu imagen pública… —Negó con la cabeza, provocando que el pelo alienígena flotara indolentemente—. Resultaría complicado imaginar cómo podría ser peor, ya sabes.

—Entonces, ¿por qué no os habéis preocupado antes?

—Porque estábamos esperando a que las cosas se calmaran —dijo Niall mientras salía cargado con un montón de mi ropa—. El público tiene una capacidad de atención muy limitada y olvidan los detalles fácilmente. Tratar de erradicar o incluso corregir la impresión que tienen de ti justo después de que la historia se comunique habría sido imposible. Ahora es simplemente poco factible. —Lanzó mi ropa por la puerta.

—¡Eh!

—Teniendo en cuenta el perjuicio, preferiría que pasaran por lo menos otros quince días antes de la ceremonia —dijo mientras volvía a por otro montón de mis pertenencias—. Pero me han dicho que estamos en guerra y que no podía esperar.

—¡Eso lo acabo de comprar! —dije quitándole de las manos un vestido enagua color hueso.

—¿Para qué? —me preguntó.

—Para tu información, esta noche tengo una cita.

—¿De verdad? —Jonas parecía encantado—. ¿Puedo preguntar con quién?

—Con Mircea —contesté, y me encontré con la desilusión en su cara.

—Ah.

—¿Qué significa eso?

—Nada, nada. Al fin y al cabo, no es asunto mío.

—Bueno, ¡pero sí es asunto mío! —dijo Engominado—. No podemos permitirnos más mala prensa. ¡Como que te vean con un vampiro y, especialmente, vestida así!

Miré el vestido. Tenía el escote plisado y tirantitos finos, pero no llevaba brillos ni lentejuelas ni ningún otro adorno. A no ser que contara lo que parecía el contorno borroso de unas ramas que se mecían por seda, como sombras en una pared. Era precioso y de buen gusto y una de mis adquisiciones favoritas.

—¿Y qué tiene de malo? —pregunté.

—¿En la percha? Nada. ¿En ti? —Engominado me miró de arriba abajo y negó con la cabeza.

—¿Qué coño significa eso?

—En una palabra: corsé —dijo, y me lo quitó de las manos.

—Existen cosas como los sostenes sin tirantes, ¿sabes? —le dije furiosa.

—¿Y tienes alguno?

—Eso no te…

—Entonces es que no —dijo, y se alejó majestuosamente.

Estaba a punto de seguirlo y matarlo a golpes con un zapato, suponiendo que me hubiera dejado alguno, cuando Jonas empezó a hablar.

—Obviamente, hay quien comparte la opinión de Niall —dijo tímidamente.

Entrecerré los ojos.

—¿Y cuál es?

Se quitó las gafas de lentes gruesas y las limpió con una manga ya arrugada. Quizá estuvieran sucias de verdad, pero parecía una maniobra dilatoria. Como si supiera que no me iba a gustar lo que diría a continuación.

—Tengo que señalar, aunque resulte poco delicado, que cuando se es pitia, las relaciones personales suelen ser… complicadas.

—¿Como la tuya con Agnes? —le pregunté con malicia. Porque, al parecer, Jonas y la expitia habían sido noticia en su día.

—De hecho, sí. Por eso lo mantuvimos en secreto, excepto para algunos colegas muy íntimos. Si hubiéramos sido una pareja pública, la gente podría haber pensado que ella estaba influenciada por el Círculo.

—La gente ya pensaba eso —señalé—. Piensan eso de todas las pitias.

—No, lo sospechan. Lo cual es muy diferente.

—Entonces, ¿qué me estás diciendo? ¿Que no puedo salir con Mircea? —le pregunté, y escuché que fuera alguien ahogaba una risa. Supuse que era Marco.

Al parecer Jonas también lo había oído, porque lanzó una mirada de irritación en dirección a la sala de estar.

—No, salir con él se puede interpretar como espionaje inteligente por tu parte. O como un intento de conducir a los vampiros a una alianza más estrecha con el Círculo. O como un modo de demostrar tu imparcialidad con respecto a las especies.

—Entonces, ¿cuál es el problema?

—Ninguno, siempre y cuando tu relación no se convierta en algo… estable.

Inconscientemente, me llevé la mano al cuello para tocar las marcas, las dos pequeñas cicatrices que eran la manifestación física del derecho que tenía Mircea sobre mí. Porque ya éramos todo lo estables que se podía ser. Los anillos de boda se podían quitar, al igual que los matrimonios podían acabar en divorcio, anulación o separación. Pero las marcas que llevaba, las llevaría de por vida.

Quizá un diamante no, pero ¿el derecho de un vampiro? Eso sí era para siempre.

—Un derecho formal no puede ser más estable —reconocí sin querer realmente entrar en el tema, pero no veía más opción. Ya me había imaginado que tarde o temprano se mencionaría.

—¿Un derecho formal? —dijo Jonas como si nunca hubiera escuchado el término.

Me pellizqué el caballete, preguntándome por centésima vez cómo los diferentes grupos sobrenaturales habían sobrevivido tanto tiempo si casi no se conocían entre ellos. Además, lo que sabían solía ser incorrecto. No era de extrañar que se pasaran la mitad del tiempo atacándose.

—A veces, se suele unir un no vampiro a una familia de vampiros —le expliqué.

—¿Con qué propósito? —preguntó Jonas escuetamente.

—Con un montón de propósitos. Digamos que hay un mago especialmente fuerte en el que la familia ha confiado durante un tiempo para que les haga las protecciones. Quieren asegurarse de que se queda con ellos, de que ninguna otra familia se lo roba. Pero no pueden absorberlo sin más, porque los magos pierden su magia cuando son transformados.

—¡Eso también es ilegal! —dijo Jonas acaloradamente.

—No lo es si la persona implicada accede. Pero…

—Como si algún mago en su sano juicio…

—Pero si el mago no puede ser transformado —le interrumpí, porque aquel día no estaba de humor para esa conversación en particular—, entonces la siguiente mejor opción es reclamarlo. Lo convierte oficialmente en parte de la familia, y las leyes vampíricas prohíben robar de otras familias.

También tenía otro uso, era el método que se utilizaba tradicionalmente para los matrimonios entre vampiros de alto rango. Los unía a ellos y a sus familias, pero los dejaba como iguales, sin tener que estar unidos por lazos de sangre. Pero si Jonas quería saber más sobre aquel asunto, tendría que hacer los deberes en casa.

Jonas frunció el ceño.

—Entonces, ¿por qué no he oído nada sobre eso antes si es tan común?

—Yo no he dicho que sea común —le contesté mientras volvía a colocar en su sitio un montón de ropa—. No lo es.

—¿Y por qué no, si es tan útil?

—Porque un vampiro maestro es responsable de su familia, ya sean reclamados o transformados. Sus acciones se reflejan en él, y es responsable de ellos ante el Senado. Pero alguien que ha sido reclamado no está unido a él por el lazo de sangre que garantiza obediencia, y eso le da mucho menos control sobre las acciones de dicha persona.

—Pero los maestros de nivel superior dentro de una familia también pueden desafiar a su padre, ¿verdad? —preguntó Jonas sorprendiéndome.

Regresé de volver a colgar las cosas. Había sido rápido, ya que mi vieja institutriz siempre había insistido en que las perchas se colgaban en la misma dirección, y yo nunca había perdido la costumbre.

—Sí, por eso muchos maestros liberan a sus vampiros superiores. La mayoría, de hecho.

—Excepto en el caso de lord Mircea —dijo Jonas con tono misterioso—. Parece haber bastantes maestros de nivel superior a su servicio. De hecho, todavía no conozco a ninguno de nivel inferior.

—Los de nivel inferior no serían de mucha utilidad aquí —señalé—. Y Mircea es un senador. Necesita más vampiros superiores para ayudarle con su trabajo. Pero él es la excepción, no la regla. La mayoría de los maestros se deshace de todos los que son lo bastante fuertes como para desafiarles, al igual que se lo piensan dos veces antes de reclamar a alguien.

Jonas permaneció sentado durante un rato, asimilándolo todo, mientras yo terminaba de ordenar el desastre que había montado Niall.

—Si te he entendido bien —dijo finalmente—, los vampiros te consideran la sirvienta de Mircea, casi su propiedad.

No había ningún casi, pero no le dije nada porque ya parecía bastante alterado.

—En cierto sentido —le dije, sabiendo adónde iba a parar aquello.

—Y se espera que una propiedad trabaje para el bien de su dueño, ¿verdad?

—Sí.

—¡Entonces ellos creen que controlarán el cargo de la pitia! —dijo, como si lo llevara sospechando desde el principio.

Me encogí de hombros.

—Probablemente.

—¿Y eso no te preocupa? —me preguntó escandalizado, como si él no estuviera planeando hacer lo mismo.

—Jonas, se espera que yo trabaje para el bien de la familia. No del Senado.

—¿Y de verdad crees que van a hacer tal distinción? ¿Crees que lord Mircea la hará?

—Yo la haré.

—¿Y crees que puedes separar lealtades tan fácilmente?

—¿Por qué no? —le pregunté, repentinamente enfadada—. Todas las pitias han tenido sus familias, ¿verdad?

Jonas pareció desconcertado por un momento.

—Bueno, sí. Pero no es lo mismo…

—¡Es exactamente lo mismo!

Pensé en el vampiro que había perdido media pierna la noche anterior. Con el tiempo volvería a crecer, pero otros no habían tenido tanta suerte. Uno de los viejos maestros de Mircea, un vampiro llamado Nicu, había muerto mientras me protegía hacía casi un mes, y Marco también había estado a punto.

Si eso no era una familia, entonces no sabía qué era.

—Ellos son mi familia —le repetí rotundamente—. Y los trataré como tal. Pero eso no significa que vaya a ser el títere del Senado. —Ni del Círculo.

Jonas no parecía satisfecho ni de lejos.

—Eso es fácil de decir, pero creo que te costará establecer tu independencia del Senado más de lo que tú crees. Pero en cualquier caso, estamos hablando de apariencias, no de aspectos esotéricos de la ley vampírica. Y el hecho es que tu… pertenencia a un vampiro, o como tú lo definas, no va a ser muy compatible con la comunidad sobrenatural.

—¿Y qué esperas que haga al respecto? —le pregunté.

—Yo no digo que no salgas con él, Cassie…

—Entonces, ¿qué estás diciendo?

—Simplemente que ayudaría que te vieran salir también con otros. Un were, quizá, o un mago. Facilitaría mucho vender la idea de que tu vida privada no tiene nada que ver con tus decisiones.

—Sí, bueno, la verdad es que no conozco a ningún…

—Yo puedo enviarte algunos.

Parpadeé sorprendida.

—¿Algunos qué?

—Algunos… pretendientes. Si quieres.

—Puedes enviarme algunos pretendientes —repetí despacio, mientras fuera parecía como si alguien se estuviera muriendo asfixiado.

—No tienes que salir con nadie que no te guste, por supuesto —dijo Jonas, sin el más mínimo dejo de ironía—. Podría enviarte una selección y tú podrías escoger a uno.

Tuve la repentina y disparatada visión de carteles de reclutamiento pegados en las paredes de la central de magos de la guerra: «Se necesita novio. Prima por peligrosidad». Pero la verdad es que no resultaba gracioso, porque podía ver a Jonas decidiendo que aquello era un modo perfectamente razonable de proceder.

—O podrías escoger a dos —dijo, avivando la idea—. Un mago y un were. Para cubrir todos los frentes, por decirlo así.

—¿Y qué me dices de media docena? —le pregunté sarcásticamente, solo para que se sorprendiera.

—Ah, no. Podrías ganarte cierta fama, por así decirlo.

—Y eso no es lo que queremos, claro.

Fuera se escuchaba algo de jaleo, y decidí que ya había tenido bastante. Fui hacia la puerta y asomé la cabeza. Marco estaba en el sofá casi sin poder respirar y dos de los guardias estaban inclinados sobre un teléfono móvil.

—¿Qué estáis haciendo? —pregunté.

—Intentando grabar esto —me dijo el sabelotodo de las compras—. Si no, nadie nos creerá.

—Vale, basta ya. ¡No tiene gracia!

—¿En qué planeta?

Le lancé una mirada de odio, que no sirvió de nada, porque simplemente volvió a juguetear con el móvil. Así que miré a Marco.

—¿No puedes hacer nada con esos dos?

Marco me hizo un gesto con la mano, las lágrimas le caían por las mejillas enrojecidas, y trató de decirme algo. Pero lo único que salió durante varios minutos fueron resuellos asmáticos. Estaba boca abajo, me incliné sobre él porque estaba empezando a preocuparme, y me cogió del cuello para tirar de mí.

—Sí… tiene… gracia —dijo sin aliento.

Me eché hacia atrás y le pegué en el hombro duro como una roca.

—Cabrón.

Jonas estaba saliendo del salón cuando me di la vuelta, arrastrando a Niall del brazo.

—Ya, ya —le dijo al mago más joven—. No te preocupes.

—Tenemos diez días, Jonas —le dijo—. Cuando, francamente, dudo que diez meses fueran suficientes. Parece que tenga doce años, excepto por sus… —dijo señalando de arriba abajo mis ofensivas curvas—. Su ropa no es adecuada, su maquillaje no es adecuado…

—¡Son moretones! —le dije indignada.

—Y su pelo… —Se inclinó para acercarse y echarle un vistazo a la luz—. ¿Por qué está verde?

—Es una nueva tendencia.

—Es horroroso. Y aunque no lo llevaras… tintado, o lo que hayas hecho con él, tampoco serviría. Nunca hemos tenido una pitia rubia; simplemente, no es lo que la gente espera ver. Y, francamente, no te va.

—¡Es mi color natural!

—Entonces es naturalmente horroroso. Y esto… —dijo tirando de mis rizos— tendrá que desaparecer.

—Si me tocas otra vez… —dije en voz baja.

—Te pediré cita con un peluquero que entienda que necesitamos algo fino. Necesitamos algo sofisticado. Necesitamos… a otra persona, obviamente, pero…

—Niall. Realmente creo que ya está bien por hoy —dijo Jonas al ver mi cara.

—¿Y qué es esto? —Sacó el bonito y almidonado pañuelo de su bolsillo y lo utilizó para pescar el amuleto de Pritkin de mi camiseta—. Y por si no fuera suficiente, ¡huele!

—Suéltalo —le dije en voz baja y calmada.

—Lo soltaré —me dijo son seriedad mientras me lo arrancaba del cuello—. Directo a la papelera más cercana, junto con las demás tonterías hippies que…

—Oh, querida —dijo Jonas.

Parpadeé, con la mirada fija en el lugar donde había estado el oficioso mago. Porque ya no estaba ahí.

—Mierda —dijo uno de los vampiros.

—¿Qué ha pasado? —pregunté, notando que me estaba entrando el pánico. Porque no se veía al mago por ninguna parte.

—Bueno, si lo vemos por el lado bueno, no teníamos programado ocultar esto durante otro mes —dijo Jonas—. Al parecer, estamos progresando bien.

—¡Jonas! ¿Qué ha pasado?

—Ah, bueno, como ya sabes, puedes moverte tanto por el espacio como por el tiempo. Lo que no has aprendido todavía es que puedes mover otras cosas también. Y a la gente.

—Pero… ¿adónde lo he movido?

Me miró con ojos de búho desde sus gruesas gafas.

—No tengo ni la más remota idea. ¿Puedes verlo?

—¿Que si puedo…? —Me callé porque, de repente, sí que podía. Un mago furioso y pequeño en medio de un inmenso desierto, y una autopista que parecía una serpiente negra a unos metros de distancia. Y nada más que tierra y matorrales en lo que parecían kilómetros.

—Creo que está en un desierto.

—¿Por casualidad sabes de cuál se trata?

—Yo… no. Hay una carretera, pero…

—Ah, vale. Eso está bien, entonces. —Me dio una palmadita en el brazo.

—¡Jonas! ¿Cómo lo traigo de vuelta?

—Sí, bueno, ya llegaremos a eso, por supuesto. Pero, por ahora —sus gafas brillaron—, creo que valdría la pena dejarlo estar. Agnes tuvo que hacer eso una o dos veces, según recuerdo, con el antecesor de Niall. Resulta la mar de útil para enseñarles modales, ya sabes.

Enganchó mi brazo al suyo y nos dirigimos hacia la puerta; todavía me daba vueltas la cabeza.

—Por cierto, no has tenido ninguna visión sobre un lobo, ¿verdad? O un perro grande.

—¿Te refieres a un were?

—No, no. No creo. Por supuesto, podría ser, pero sería un poco demasiado fácil, ¿verdad?

—No… no estoy segura de lo que…

Me cogió la mano y se inclinó sobre ella con un anticuado gesto de cortesía.

—Si ves algo parecido, cualquier cosa, házmelo saber, ¿de acuerdo?

—Yo… sí, por supuesto.

Levantó la mirada y, de pronto, sus ojos azules y distraídos dejaron de estarlo, y su expresión normalmente jovial era casi espeluznante.

—Enseguida, Cassie.

Asentí un poco asustada y, de repente, volvió a ser todo sonrisa.

—Disfruta de tu cita —me dijo, y se marchó.

Marco cerró la puerta y nos quedamos allí, mirándonos fijamente.

—Magos —dijo indignado—. Con los años se vuelven más raros.

Y en el caso de este, no se lo podía discutir.