33

Escuché los gritos en cuanto volví a la suite. Una voz ligeramente familiar que chillaba en una de las habitaciones del fondo. Me paré en el recibidor para plantearme si tendría que importarme. Decidí que no, y estuve a punto de irme, pero tardé demasiado.

Alguien me agarró.

—¡Cassie!

Miré hacia abajo y me encontré con la mirada aterrada de Fred, que estaba al pie del corto tramo de escalones cogiéndome de la manga.

—¿Qué pasa ahora? —pregunté con resignación.

—Es que… yo… Marco está fuera de servicio y no quiero tener que llamarlo. Hace que parezca que no puedo manejar las cosas.

—¿Qué cosas?

Fred señaló con la mano hacia el interior de la suite.

—Este tipo de cosas. Entró echando pestes hace unos minutos y dijo que quería verte. Por supuesto, tuve que decirle que no estabas y que no sabía cuándo volverías. Y entonces…

—¿De quién estás hablando?

—Se puso a mirar tus cosas. Le dije que no podía hacer eso, pero…

No tuve que pensar a quién se refería durante mucho tiempo, porque al segundo, un rubio alto y enfurecido apareció por el pasillo. Llevaba un frac en brocado verde brillante que, con su estatura y delgadez, le hacía parecer una mantis religiosa especialmente fabulosa.

—¡Tú!

Un dedo largo y huesudo señaló, obviamente, hacia mí.

—A ti te quería ver —le dije, pero podría habérmelo ahorrado. Augustine no estaba escuchando.

—¿Quién te va a vestir? ¡Y no me mientas!

—¿Qué?

—Un mes de mi vida… ¡Un mes! ¿Lo entiendes? —El dedo temblaba, y él también, pero no pensé que fuera por el círculo de vampiros que lo rodeaba. De hecho, tenía la impresión de que Augustine ni siquiera los había visto. Tenía la mirada clavada en mí, y si los ojos azules pudieran arder, aquellos lo hacían—. Me he matado a trabajar, de un modo frenético. ¡Mi obra maestra! ¿Lo entiendes?

—No.

—Mi obra maestra —gritó—. El vestido más hermoso que he hecho en mi vida. Está casi acabado, ¿y qué haces tú? ¿Quién te va a vestir?

—Eh, sin tocar —le dijo el escolta pelirrojo mientras me quitaba las manos blancas y huesudas de la pechera de la camiseta.

—¡Me has engañado! —El cutis normalmente perfecto de Augustine tenía feas manchas rojas—. ¡Lo tenías planeado!

—¿El qué? —pregunté manteniendo la calma, porque pensé que había un posibilidad remota de que le fuera a dar un infarto.

—¡Todavía no está acabado! ¿Lo entiendes? En un día, quizá dos… ¡Pero para esta noche no!

—¿Esta noche? ¿Qué pasa esta noche?

—¡No me vengas con esas! Empezaron a pedirlos esta tarde, pero no pensé nada raro. Es normal que la gente quiera recoger sus trajes antes. Están acostumbrados a tratar con sastres inferiores, como ese tal Claude, que es un negado tomando medidas, o el ridículo de Tyndale. Tyndale… ¿Qué clase de nombre es ese para un…?

—Augustine…

—Pero siguieron pidiéndolos, uno tras otro, ¿y sabes cuántos trajes me quedan? ¡Uno! ¡El único! El que hace que todos los demás parezcan una basura… ¡Una basura! ¿Lo entiendes? Excepto el mío, por supuesto, pero aunque…

Lo agarré. Y creo que estuvo bien, porque esta vez no se entrometió ningún vampiro.

—¿Me estás diciendo que se han llevado hoy los vestidos para la coronación?

—¡Sabes perfectamente que sí! Y eso significa que han cambiado la fecha, ¿no? Pero nadie se ha molestado en decírmelo, ¡y no está acabado! No está…

Ya no escuché qué más no estaba, porque ya me había transportado.

Sabes que una fiesta no va a ser divertida cuando te abre la puerta un asesino en serie. Obviamente, era algo que ya tenía asumido. Irrumpir en un baile de etiqueta de vampiros al que expresamente no te han invitado asegura una velada de mierda.

El asesino en cuestión se apoyó en el marco y me miró de arriba abajo, adoptando un pálido rictus.

—Cassandra Palmer. Y justo cuando pensaba que la noche sería terriblemente aburrida.

Me aparté un falso mechón moreno de los ojos y lo miré con odio. Había esperado encontrarme con un humano agradable o incluso con un vampiro de nivel inferior; alguien a quien habría engañado el encantamiento que había utilizado para definir un poco mis mejillas rollizas y cambiar a marrón el azul de mis ojos. Y había acabado con un vampiro maestro que se consideraba gracioso.

—¿Cómo me has reconocido? —le pregunté.

—Tienes un estilo propio.

Me miré el disfraz que había tenido que coger por el camino. Había optado por camarera de alta categoría, pero el Dante no era conocido precisamente por su buen gusto. Por consiguiente, había acabado en un cruce de doncella francesa picaruela y The Rocky Horror Picture Show: andrajoso terciopelo verde, medias de malla rotas y una peluca a lo Elvira que no paraba de caérseme en los ojos.

Levanté la mirada.

—Ja, ja.

Se acercó a mí abriendo las fosas nasales.

—Y tu aroma es bastante… característico.

Intenté no estremecerme y disimular el hecho de que me asqueaba que supiera a qué olía.

Pero no debí hacerlo muy bien, porque volvió a aparecer esa horrible sonrisa. Alguien tenía que mencionarle que no le quedaba nada bien. Aunque, obviamente, resultaba difícil pensar en algo que lo hiciera.

Iba vestido como un sepulturero anticuado, con el pelo de un tono negro apagado resultante de un mal tinte y los colmillos siempre a la vista y siempre amarillos. No me explicaba por qué había decidido mantener ese aspecto. Siendo vampiro desde la época victoriana, había tenido tiempo más que suficiente para captar la idea perfectamente.

Continuó inclinándose hacia delante, hasta que pude sentir su aliento en la oreja.

—Te reconocería en mitad de la oscuridad —susurró.

Y me chupó el cuello.

Me eché hacia atrás, conteniendo el asco, y se me escapó la bandeja de entremeses que llevaba. Intenté agarrarla al mismo tiempo que la ridícula minifalda, pero solo conseguí coger una de las dos. Acabé con el culo al pie de un pequeño tramo de fríos y húmedos escalones justo cuando la puerta se cerró de golpe delante de mis narices.

—¡Jack!

No hubo respuesta.

Conseguí levantarme, me saqué el tanga del culo y subí la escalera dando fuertes pisotones. Eché un vistazo a través de la puerta, pero no veía nada. El cristal esmerilado de la entrada del servicio solo mostraba sombras borrosas, una de las cuales estaba bastante segura de que se estaba riendo de mí.

—¡Sabes perfectamente que no me voy a ir así porque sí!

Nada.

—¡Es mi fiesta, joder! —grité, y le di una patada a la puerta. Lo único que conseguí fue un dedo dolorido y un toque de advertencia de las protecciones de la casa.

Solté un par de tacos y fui a recuperar la bandeja. Los blinis ya no eran comestibles, se habían esparcido por todo el césped, pero los necesitaba para mi disfraz. Teniendo en cuenta que consiguiera entrar.

Pero cada vez era menos probable que eso ocurriera. Mi poder no podía siquiera sentir la casa, y mucho menos controlarla. Cada vez que lo intentaba, se me escurría como un trozo de cristal mojado, dejándome con las manos metafísicas vacías. No sentía que fuera un hechizo ni que me hubieran bloqueado de algún modo. Eso ya me había ocurrido antes y esto era diferente. Podía ver la casa, podía alargar la mano y tocarla, pero en lo que a mi poder se refería, simplemente no estaba ahí.

—Ya te dije que no funcionaría —dijo Billy ganduleando en el aire a mi lado.

—Pues no he escuchado ninguna idea mejor por tu parte —le dije, justo cuando me di cuenta de que me había hecho otra carrera en las medias. ¡Joder!

—Tendrías que haber venido en vaqueros. Todos los sirvientes que he visto son hombres… y vampiros.

—¿Quieres decir que me he vestido así para nada?

—Bueno, estás muy mona —expresó, buscando la falda con la mirada.

—¡Para! ¡Y piensa en un modo de que pueda entrar!

Negó con la cabeza.

—Eso es lo que he venido a decirte, Cass. No hay manera.

—¿De qué estás hablando?

—Me lo imaginé cuando intenté atravesar una ventana y no pude. ¡No pude!

—¿Y? A lo mejor está protegida.

—Eso daría igual. Soy un fantasma. No hay protección que funcione conmigo.

—Bueno, obviamente, sí que la hay.

Negó con la cabeza.

—No, no la hay. También tardé un rato en darme cuenta de eso. Seguramente no lo habría hecho, pero un par de invitados estaban hablando del tema. Al parecer, no suelen hacerlo a menudo y los magos están teniendo un magigasmo colectivo por…

—¡Billy! —dije impaciente.

—No pude atravesar la pared porque no estaba ahí —dijo sencillamente.

—¿Cómo?

—Por lo que imagino, han convertido todo el interior de la casa en un portal. El exterior sigue ahí, pero han transportado el interior… a otro sitio.

—¿Adónde?

—No lo sé. Sólo hay dos puertas que funcionan, la principal y esta, pero las ventanas no. Creo que cuando pasas por una de las puertas que funcionan, atraviesas el portal a… bueno, adondequiera que se hayan llevado el lugar. Y cuando sales, vuelves aquí.

—Por eso no puedo transportarme —dije lentamente—. Se han llevado la casa fuera de este mundo, y mi poder solo funciona aquí.

—Yo pienso lo mismo, sí. Así que, como he dicho, no vas a entrar.

—Ah, sí; sí que voy a entrar.

Aquello sólo sirvió para que me decidiese aún más. No solo estaban celebrando mi coronación sin mí, sino que lo estaban haciendo en algún lugar donde mi propio poder ni siquiera funcionaba. Y, al parecer, nadie veía la ironía del asunto.

Billy se cruzó de brazos.

—Vale, pongamos que entras. Y entonces, ¿qué? Si está a punto de pasar algo gordo, deja que ellos se encarguen.

—No se pueden encargar si no saben de qué se trata.

—Tú tampoco sabes de qué se trata.

—Y no lo sabré si me quedo aquí parada. Ahora, vuelve ahí dentro y consígueme información útil.

Billy suspiró y empezó a desaparecer murmurando algo, mientras yo miraba fijamente y con frustración la ultramoderna esfera que se cernía en lo alto. Parecía como si unos alienígenas se hubieran estrellado contra la ladera de la montaña y la mitad de su platillo volante se hubiera quedado sobresaliendo de ella. Casi toda la parte visible de la casa estaba acristalada, supongo que para aprovechar la vista panorámica de las cumbres nevadas y el valle bordeado de árboles que se extendía por debajo.

Era precioso, elegante e impresionante, como su dueño. Con una coraza tan exasperadamente difícil de romper como la suya. Pero iba a tener que pensar en algo o aquello acabaría convirtiéndose en una velada memorable… en el mal sentido.

Seguía allí parada cuando una pareja salió de la oscuridad. El hombre llevaba un bigote ridículo estilo años setenta y tenía la mirada fría como una hoja de afeitar recién afilada. La mujer se estaba colocando una cascada de visón sobre el hombro e intentaba que no se notara que había estado alimentando a un vampiro en el bosque en mitad de la noche. Ninguno prestó atención al tentempié que llevaba tentempiés cuando subieron la escalera.

El hombre llamó con imperio a la puerta, que se abrió inmediatamente. Frunció los labios cuando se percató de la total carencia de elegancia en la vestimenta de Jack.

—Aunque fuera por esta noche, ¿no podrías hacer un esfuerzo?

—¿Un esfuerzo? —preguntó Jack, haciéndose el falso a propósito.

—¡Ya sabes a qué me refiero! ¡La mitad de los invitados son humanos!

—Y la otra mitad son vampiros. —Jack pasó su dedo huesudo por debajo de la corbata de poliéster demasiado ancha del tío y la levantó de un golpecito—. ¿Te has parado a pensar que un buen traje y una cara bonita les hace olvidar lo que somos?

—¡No contigo llevando ese ridículo traje! —soltó sin ningún tipo de ironía. Él y su cena entraron majestuosamente.

Jack se rió. No le quedaba mejor que la sonrisa, pero el sonido era sorprendentemente intenso y elevado.

—Todos van disfrazados —les gritó a la espalda—. ¡Algunos incluso son lo bastante listos como para saberlo!

—Todos menos tú —dije.

Deslizó la mirada hasta mí, en sus ojos se reflejaba la luz de gas que había junto a la puerta. Hacía que las llamas bailaran en sus pupilas, como si necesitaran añadir un toque horripilante.

—¿Perdón?

—Éste es tu verdadero aspecto, ¿verdad? —A juzgar por la puntilla marrón del pañuelo de cuello y los puños deshilachados de la chaqueta, tenían que ser originales de la época victoriana. Y la palidez y el pelo lacio y sin cuerpo se debían a que no se esforzaba lo más mínimo en que se vieran de otro modo. Yo iba disfrazada, el otro vampiro iba disfrazado. Pero Jack era simplemente Jack.

En realidad no esperaba que me contestara, pero de pronto se inclinó hacia delante y su aliento provocó que se me erizara la piel aún húmeda del cuello.

—Dime, pequeña, ¿sabes por qué los vampiros encuentran el estereotipo de Hollywood tan detestable?

—¿Por los malos diálogos y peores interpretaciones?

—Porque nos muestran completamente desnudos, nos exponen y dejan al descubierto nuestra brutalidad. Dicho de otro modo, nos muestran tal y como somos. En el fondo, todos somos unos monstruos. —Me sonrió abiertamente—. Incluso los guapos.

Ignoré la alusión a Mircea, que sin duda encajaba en la descripción.

—¿Por eso te han puesto aquí vigilando la puerta de atrás? ¿Porque los avergüenzas?

—Tienen miedo de lo que podría decir si me dejaran alternar con nuestros refinados invitados. —Su tono era suave, pero había algo siniestro en su mirada.

—Lo mismo me pasa a mí —dije, intentando encontrar un punto en común.

Nuestras miradas se cruzaron, y hubo un diminuto destello de risa en aquella intensidad negra tizón. Sabía que estaba jugando con él, pero estaba aburrido y cabreado y le daba igual.

—Pensaba que tenían miedo de que el suave y blanco cuello de su preciado bien pudiera acabar herido.

Tragué saliva para reprimir un fuerte impulso de taparme la zona vulnerable en cuestión.

—Eso es lo que dicen, porque suena mejor. Pero creo que se avergüenzan de mí. Me crié en la corte de un vampiro, pero no era la corte adecuada, ya me entiendes.

Asintió. No era ningún secreto que Tony había sido el equivalente vampiro de la chusma. Fue una de las razones por las que empecé a sospechar que nunca encajaría en ninguna sociedad de vampiros. Eso y que, en realidad, no era vampira.

—Los marginados tenemos que mantenernos unidos… ¿Esa es tu opinión? —preguntó.

—Tú eres el que ha dicho que esta fiesta necesitaba algo de animación.

—Por así decirlo.

—¿Vas a dejarme entrar?

—Me han ordenado que te lo impida.

—Eso no es lo que te he preguntado.

Jack sonrió como el dueño de un cachorro atolondrado que por fin ha hecho su primera gracia.

—No, no me has preguntado eso.

—¿Y bien?

Entrecerró los ojos, pensativo.

—Estás a punto de convertirte en la pitia.

Me crucé de brazos. Sabía lo que venía a continuación.

—¿Y?

—Y podrías tener la oportunidad de hacerme algún favorcillo en el futuro.

—¿Qué tipo de favor?

—Nada demasiado preocupante —murmuró.

Al tratarse de Jack, no me tranquilizaba en absoluto.

—Tendría que parecerme bien —dije a regañadientes. Era como si estuviera haciendo un pacto con el diablo; aunque tampoco se alejaba mucho de la realidad. Pero tenía que entrar fuera como fuera.

—De acuerdo —dijo, tan rápido que supe que me iba a arrepentir. Pero la puerta se abrió de repente con un movimiento triunfal.

—Estoy deseando ver la reacción de lord Mircea cuando se percate de tu presencia.

—Ya somos dos —murmuré, y entré a toda prisa.