Pensaba que había bastantes posibilidades de que el frigorífico estuviera poseído.
Era muy sutil, pero lo tenía calado. Ah, sí, conocía sus métodos.
—¿Cómo coño no lo oyó nadie? —preguntó alguien con dureza. No podía ver quién hablaba porque estaba fuera de la cocina. Pero sonaba como si fuera Marco. O como Marco si quisiera arrancarle la cabeza a alguien.
Uno de los vampiros debió pensar lo mismo, porque vaciló muchísimo cuando contestó.
—Él… al parecer, el mago lanzó un hechizo de silencio en el salón. No podíamos escuchar nada…
—Me interesa más saber por qué no lo visteis. Todos reunidos en el mismo sitio, sin ni siquiera uno vigilando y cumpliendo su puto…
—¡Se suponía que la suite estaba vacía! —dijo otra voz menos acobardada—. Y ella odia que estemos rondando…
—Pues os ponéis a jugar al billar, a las cartas, a observar sin que parezca obvio. ¡Pero vigiláis, joder! —Algo se estrelló contra una pared.
Nadie dijo nada. O quizá fuera que simplemente yo no estaba escuchando. Al fin y al cabo, alguien tenía que vigilar el frigorífico.
En la puerta había marcas de cuchilladas, separadas a una distancia similar a la de unos hipotéticos ojos demoníacos, por donde se filtraba la brillante y amarillenta luz del interior. Y no podía ser la del frigorífico, ¿verdad? ¿No se suponía que se apagaba cuando se cerraba la puerta? Creí ver algo moviéndose detrás de una de ellas, pero cuando parpadeé, desapareció.
Ah, sí. Lo sabía.
Pritkin entró y se arrodilló junto a mi silla.
—Todavía no te puedes ir a dormir, Cassie —me dijo pasándome un tazón taquicárdico. Olía bien, pero no tanto como para mantenerse despierta por él. Mascullé algo, me giré y hundí la cara un hombro cálido y agradable que alguien había tenido el detalle de proporcionarme.
Pero me volvió a levantar.
Así que suspiré y, en su lugar, me acurruqué en un cálido y agradable pecho.
—Bebe. —Me puso las manos alrededor del tazón.
Lo aparté.
—No quiero. Quiero dormir.
—Aún no.
—Entonces, ¿por qué estoy en la cama?
Pritkin suspiró y me incorporó, y me puso el tazón entre las manos con firmeza.
—Viene de camino un curandero y quiere que te quedes despierta hasta que él llegue, ¿vale?
Bebí un poco de café ardiendo y le fruncí el ceño, molesta por algo pero sin recordar por qué. La luz que llegaba del salón resaltaba su pelo rubio de punta. Decidí que debía ser por eso.
—Te horroriza mi pelo, ¿verdad? —preguntó con un destello de sonrisa en los labios, tan fugaz que podría habérmelo imaginado.
—Sí.
—¿Por qué?
Estiré la mano para tocarlo y me sorprendió, como siempre, que fuera tan suave. Solo estaba un poco duro en algunas zonas por a saber qué producto que se había puesto. Resultaba extraño imaginarse a Pritkin con algo en el pelo que no fuera sudor. Pero debía ponerse algo; a nadie se le quedaba así porque sí.
—Es como si tu pelo estuviera… enfadado —dije mientras intentaba bajarlo con la mano; pero el fracaso fue rotundo.
Me cogió la muñeca.
—La mayoría de gente diría que va conmigo.
—Yo no soy la mayoría.
—Ya lo sé.
Volví a observar el frigorífico. Podía ver la puerta por encima del hombro de Pritkin, y no estaba cerrada del todo. Estaba un poquito abierta, como una boca jadeando. Y una especie de mucosidad multicolor goteaba por debajo.
Las salsas, me dije con firmeza.
O eso quería pensar.
—Dryden ya ha soltado la tapa del váter —dijo uno de los vampiros al entrar en la cocina—. ¿Tenemos que medicarla a ella también?
—Ya se encargó de eso ella solita —dijo Marco uniéndose a la fiesta. Se había quitado la camisa vomitada, pero no se había molestado en ir a su habitación a por otra. Lo cual lo dejaba con unos pantalones de color gris oscuro, un par de mocasines Ferragamo y un montón de pelo.
Mucho pelo. Incluso en los hombros. Era como una segunda piel. Se agachó a mi lado.
—Eres muy peludo —le dije impresionada.
—Y tú estás muy colocada.
Me quedé pensando en lo que había dicho durante un momento. Parecía una posibilidad remota.
—¿Por qué estoy colocada?
—Fueron los puñeteros bombones. Siempre lo pruebo todo antes de que te lo comas, y aun así me senté justo ahí y observé cómo te zampabas la mitad de esa maldita…
—No podías saberlo.
—¡Saberlo es mi puto trabajo!
Suspiré, cogí su rizada cabeza y la acerqué a mí. Era entrañable y peludo, como un gran osito de peluche. Un osito con colmillos.
Lo acaricié suavemente.
—¿Por qué las protecciones no detectaron esa mierda? —preguntó enfadado uno de los otros guardias. Era pelirrojo y llevaba el fogoso cabello peinado de un modo impecable, al igual que su elegante traje azul a cuadros. Era uno de los que se habían reído del mago cuando llegó, pero que también le había dejado pasar. Me pregunté si lo habrían criticado mucho por eso.
Probablemente.
—Detectan veneno —le contestó Pritkin—. Esto era un narcótico.
—¿Y qué sentido tiene eso?
—Probablemente esperaba que comiera lo suficiente para matarla —dijo Marco despiadadamente—. ¡No hace falta que sea veneno para conseguirlo si consumes lo suficiente! Pero incluso uno o dos aseguraban que no pudiera transportarse y huir de ese gilipollas.
—Ese gilipollas se comió la mitad de la caja el solo —dijo Pritkin—, con la esperanza de perder el conocimiento antes de que la criatura pudiera utilizarlo.
—Entonces, ¿por qué coño no lo perdió?
—Sin duda lo habría hecho, con un poco más de tiempo. Desgraciadamente, nuestra reunión se disolvió demasiado pronto y Cassie encontró la caja…
Sonó un teléfono. Marco lo sacó de su bolsillo y miró la pantalla.
—Voy a que el maestro me acabe de arrancar la cabeza —me dijo—. ¿Crees que podrías no morirte durante cinco minutos?
—Lo intentaré —le dije seriamente.
—¿Sabes? Si otra persona dijera eso, resultaría gracioso.
Se marchó.
—Lo que no entiendo es cómo sabía esa cosa que ese mago en particular entraría —dijo otro vampiro. Era un moreno alto con una bonita chaqueta color canela que ahora estaba cubierta de cerveza—. Hemos estado todo el día echándolos a patadas en sus culos cazafortunas. Habríamos hecho lo mismo con él si no hubiera aparecido con el lord protector.
—Quizá era eso lo que estaba esperando —dijo un tercer vampiro mientras echaba un vistazo alrededor. Era otro moreno, en mangas de camisa y con pantalones de color marrón oscuro. Llevaba la corbata azul intenso torcida bajo la oreja, pero parecía no haberse dado cuenta—. Podría haber estado ahí toda la mañana, vigilándonos, esperando que alguien entrara…
—¿Alguien que por casualidad llevaba bombones envenenados? —preguntó el pelirrojo con sarcasmo.
—No estaban envenenados —dijo el moreno frunciendo el ceño—. Y podría haberlos sacado de…
—¿De dónde? ¿De una pastelería? —El pelirrojo puso los ojos en blanco—. Sí, me quedo con los rellenos de droga, por favor. ¿Tiene también de menta?
—¡Muy gracioso!
—Bueno, ¡y tú pareces idiota! Obviamente, el cabrón los trajo con él, lo cual significa que no fue una ocasión al azar. Fue algo planeado.
—Estoy de acuerdo —dijo Pritkin, provocando que todas las cabezas se giraran hacia él—. Pero no por él.
—Sabía que dirías eso —se mofó el pelirrojo—. Entonces, ¿de dónde sacó esa mierda?
—Él trajo los bombones, pero llevaban droga. Ha dicho que la puso después, bajo la influencia de la entidad.
—¿Y qué puso?
Pritkin metió la mano en el bolsillo y le lanzó algo al vampiro, que lo cogió fácilmente. Era un frasquito, de los que llevan los magos en las bandoleras o en los cinturones. Muchos están llenos de sustancias oscuras y fangosas que a veces se mueven solas, pero esta era un simple líquido incoloro.
—¿Y esto qué hace? —preguntó el vampiro que, prudentemente, no lo abrió.
Pritkin no contestó. Simplemente se arrodilló a mi lado, valorando la situación con sus ojos verdes. Levantó un dedo.
—Cassie, ¿puedes decirme cuántos…?
Le cogí el dedo y me reí.
—Esto —dijo secamente.
—¿Y por qué coño llevaba esa mierda encima? —preguntó el segundo vampiro.
—Resulta útil en las capturas, somete a los prisioneros difíciles. —Pritkin se encogió de hombros.
—Entonces, es un arma.
—Sí.
—Pero iba a una cita.
Pritkin parecía confuso.
—¿Y?
El pelirrojo se llevó las manos a la cabeza.
—¿Y cómo sabemos que el mago fue realmente poseído? —preguntó un flaco rubio apoyándose en la encimera—. Quizá alguien le pagó para…
—Ha pertenecido al Cuerpo durante diecisiete años —dijo Pritkin.
—¿Y no se puede sobornar a un mago?
—También viene de una familia prominente y acaudalada. No necesita…
—¿El tío ese? —preguntó el rubio con incredulidad.
—Pues por la ropa no lo parecía —dijo el pelirrojo con desprecio.
—No todo el mundo se preocupa por ese tipo de cosas —dijo Pritkin.
El pelirrojo le echó un vistazo.
—Sin duda.
—Entonces, chantaje —interpuso Chaqueta Canela—. Quizá alguien supiera algo de él.
—Habrá una investigación —le dijo Pritkin—. Pero sus acciones hablan por él. Si…
—¿Sus acciones? ¡Intentó matarla!
—Intentó salvarla. No sólo hizo el intento de comerse los bombones cuando estaba lo bastante lúcido, sino que también redujo sus reflejos en la lucha, desvió su objetivo. Y cuando ella escapó, lanzó un hechizo no mortal en lugar de una bola de fuego. Luchó contra él en todo momento…
—¿Y cómo lo sabemos? ¿Porque te lo ha dicho él? —interrumpió Chaqueta Canela.
—¡Lo sabemos porque sigue viva! —contestó Pritkin bruscamente—. Fundamentalmente, tanto él como Cassie lucharon contra esa cosa. Él le proporcionó tiempo y ella lo utilizó, con brillantez.
Se inclinó y me llenó hasta arriba la taza de café. Pritkin no se había afeitado en varios días, y le toqué la mejilla con la mano.
—Velludo —le dije seriamente.
Suspiró.
—No entiendo por qué esa cosa necesitaba poseer a alguien —dijo el pelirrojo—. Si es tan poderosa como para poseer a un mago de la guerra…
—Cualquiera puede ser poseído si tiene la guardia baja —dijo Pritkin bruscamente—. Y nadie está alerta todo el tiempo.
—No nos poseyó a ninguno de nosotros —señaló el vampiro con un tono repelente.
—Los vampiros son más difíciles —admitió Pritkin—. Sí que podéis ser poseídos, pero requiere una cantidad considerablemente mayor de energía que para poseer a un humano. La criatura podría no haber tenido la fuerza para lograrlo y además obligaros a atacar.
—Pero ¿por qué necesitaba a otra persona para atacar? Si es una entidad tan grande y malvada, ¿por qué no lo hace ella misma?
—Eso ya lo ha intentado —dijo Pritkin.
—Intentó poseerla, no simplemente atacarla. Si puede traspasar la vigilancia, ¿por qué no va a por todas?
Pritkin se encogió de hombros.
—En el Reino de la Fantasía, sin duda lo habría hecho. Pero fuera de su mundo, su poder se debilita.
—Todavía no sabemos si es un duende —dijo el vampiro.
—Sí lo sabemos —dijo una nueva voz ronca.
Levanté la mirada y me encontré con una figura delgada y rubia en la puerta de la cocina. Durante un paralizador segundo, me miró y lo miré; y entonces grité y le tiré el café, que le dio justo en la ingle. Y supongo que la sensación no fue muy agradable, porque él también gritó, y durante un minuto hubo muchísimos gritos más.
Entonces Pritkin me apretó el hombro y, con retraso, me di cuenta de que era Dryden, flanqueado por un par de vampiros que lo cogían de los brazos. No parecía que lo estuvieran refrenando, sino más bien sujetándolo. Y entonces me di cuenta de más cosas, como que sus ojos habían vuelto a pasar de negros a verdes y que tenía la nariz llena de sangre y que estaba pálido y temblando y que llevaba el traje roto y empapado de café.
Olía a salsa picante.
—Lo siento —le dije.
Dryden no dijo nada. Simplemente se quedó ahí de pie y tembló.
Pritkin le pasó unos pañuelos de papel.
—¿Cómo lo sabes?
Dryden tragó saliva y se limpió la entrepierna.
—Mi… mi bisabuela era duende —dijo con voz temblorosa—. No sé por qué, pero lo sabía. Intentó hablar conmigo…
—¿Sobre qué?
—No… no estoy seguro. Yo…
—¿No conoces el idioma?
—Un poco, pero…
—¡Pues intenta adivinar!
—Es lo que estoy intentando, ¡pero no me das la oportunidad de hacerlo! —dijo bruscamente mientras tiraba los pañuelos de papel a la basura—. Solo entendía palabras sueltas, pero creo… creo que trataba de disculparse.
—¿Disculparse? —dijo el vampiro pelirrojo con desprecio—. ¿Por qué?
Dryden frunció el ceño y agitó una mano enfadado.
—¿Por esto? ¿Por casi conseguir matarme? ¿Por casi hacer que yo…? —Se calló y me miró, y apretó los labios—. No lo sé. No entendí tanto. Solo algo como «ellos me obligaron a hacerlo», y que estaba asustada…
—¿Asustada? —preguntó el vampiro.
—Sí, creo que era una mujer. Usaba la forma femenina. Como he dicho, no tengo grandes conocimientos sobre el idioma, y eso se duplica con el dialecto de la Corte Suprema…
—¿Corte Suprema? —Ese era Pritkin.
—Es la versión del idioma que se habla en la corte…
—Sé lo que es —interrumpió Pritkin bruscamente—. ¿Cómo lo reconociste?
—¡Porque mi abuela lo hablaba!
—¿Y tu abuela era…?
—Una aristócrata selkie.
Pritkin soltó un taco.
—Una duende oscura.
El mago no se dignó a contestar. Me miró y suspiró profundamente.
—Antes de marcharme, me gustaría decirte… gracias.
Las palabras salieron un poco entrecortadas.
Me quedé pensando durante un instante.
—¿De nada?
—¿Sabes por qué te doy las gracias?
Joder. Había tenido la esperanza de que no lo preguntara. No podía ser por la comida, porque al final no habíamos salido a comer.
Y supuse que ya no lo haríamos, por lo del frigorífico poseído y todo lo demás.
—¿No? —dije, imaginándome que tenía dos posibilidades.
Se arrodilló delante de mi silla, o quizá le fallaron las piernas; no lo sé. No parecía estar muy bien.
—Sé lo que es esto —dijo con voz ronca y señalando con la cabeza mi muñeca, donde tenía bien colocado el brazalete de cuchillos entrelazados—. Mi trabajo en el Cuerpo es desencantar objetos oscuros confiscados y… he visto uno como ese antes.
Buscó algún tipo de reacción en mi cara, al parecer estaba esperando una respuesta. Así que asentí.
—Pudiste haberme matado —dijo. Y luego me besó la mano—. Gracias.
Simplemente se quedó un rato en la misma posición, con la cabeza agachada y apoyado sobre una rodilla, como alguien que suplica ante un sacerdote. O como un tío que está proponiendo matrimonio. Empecé a ponerme nerviosa. Porque lo último que necesitaba era otro de esos.
Decidí rechazarlo sin ser muy dura.
—Pareces un buen tío —le dije—. Bueno, ya sabes, cuando no intentas matarme. Solo que… —Suspiré y lo solté—. Solo que en realidad no quiero salir contigo.
De pronto, levantó la mirada. Tenía los ojos húmedos, pero su sonrisa era deslumbrante.
—Entonces parece que tengo algo más que agradecerte.