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La idea atravesó limpiamente la espesa niebla que tenía en la cabeza. Durante meses, habían intentado matarme de formas muy elaboradas, pero si no me calmaba, en mi epitafio pondría «Se ahogó en la bañera». Pero eso no iba a ocurrir, no iba a ocurrir porque ni de coña iba a acabar así.

Lo único es que, al parecer, no tenía muchas opciones.

Cuanto más forcejeaba, más parecía bloquearse mi cuerpo. Intentar moverme era como golpear la puerta de un ataúd desde dentro. Grité con furia, pero el grito se quedó atrapado en mi garganta paralizada.

Lo peor era el silencio. Se supone que la muerte es ruidosa: disparos, explosiones, estruendos, gritos. No aquel estremecedor silencio que me envolvía como una mortaja. Lo único que escuchaba era el chapoteo del agua contra los lados de la bañera, como un reloj marcando los segundos que me quedaban.

Y una voz áspera resonando en mis oídos: evaluar, encarar, ejecutar.

Durante un segundo, aquellas palabras se quedaron flotando en mi cabeza, negándose a conectar con nada. Y entonces recordé las malditas tres es de Pritkin. Me agarraré a aquel pensamiento como a una cuerda de salvamento, antes de que desapareciera en el ruido blanco de mi pánico.

Vale, pensé frenéticamente. Evaluar. ¿Cuál era el problema? Que no podía respirar, joder.

Encarar. ¿Qué podía hacer? Nada. Al menos mientras mi propio cuerpo se negara a seguir mis órdenes, mientras pareciera como si estuviera bajo el control de otra persona…

Un momento, un momento. No tenía que moverme físicamente para utilizar mi poder, que era independiente de mi forma humana. Y mi poder podía…

Me transporté antes de acabar de pensar la frase y acabé fuera de la bañera, con el culo desnudo a varios centímetros del suelo de la tina. La gravedad se encargó de eso, precipitándome sobre las frías baldosas antes de que lograra siquiera respirar, junto con unos ciento cincuenta litros de agua tibia. Presa del pánico, había transportado todo el contenido de la bañera, que ahora cubría de espuma el suelo, empapando la alfombrilla de rizo y rompiendo contra las paredes como una marea en miniatura.

Casi no me di cuenta. Estaba tumbada en las baldosas resbaladizas, engullendo ásperas bocanadas de aire e introduciéndolas en mis pulmones que las pedían a gritos, mientras Billy daba vueltas a mi alrededor. Ahora parecía un poco aterrado, según aprecié, justo antes de que una mano me apretara la garganta.

Tardé un segundo en darme cuenta de que era la mía.

Afortunadamente, tengo las manos pequeñas, así que la que intentaba estrangularme con todas sus fuerzas no estaba teniendo mucho éxito. Le habría ido mejor con algo de ayuda, pero mi otra mano estaba agarrando el toallero, con los nudillos blancos por la fuerza, y no lo iba a soltar. Me quedé mirándola, aturdida y sin entender nada, y mis propios ojos azules me devolvieron la mirada desde la brillante superficie de cromo.

¿Qué coño pasa?

La pregunta se hizo eco de la que tenía en mi cabeza, pero no había venido de mí. Tardé un segundo en darme cuenta de que Billy se había introducido en mi cuerpo, del mismo modo que cuando se alimentaba. Eso le daba acceso a mi poder, algo que había aprendido a aguantar pero que no me gustaba. En ese momento agarré a Billy con un puño metafísico, casi sollozando para que me ayudara.

¡Ayúdame!

¿Que te ayude? ¿Cómo? —me preguntó—. ¿Qué está pasando?

Posesión.

Aquella palabra me detuvo, ya que mi conciencia no había atado cabos. Pero mi inconsciente debía estar más organizado, porque parecía tener razón. Había tenido alguna experiencia con posesiones en los últimos meses porque era una de las principales armas de la pitia, pero nunca se había vuelto contra mí.

Sin duda, no estaba disfrutando de la experiencia.

¿Por quién? —preguntó Billy.

¡Cómo si yo lo supiera! ¡Haz algo!

Vale, lo único es que lo que puedo hacer depende mucho de lo que sea exactamente…

¡Billy!

¡Vale, vale! No te preocupes, Cass, yo me encargo —me dijo, justo antes de que saliera expulsado de mí, cruzara el baño y atravesara la pared.

Vi cómo desaparecía, con una mirada de sorpresa casi cómica en el rostro, y, demasiado tarde, me di cuenta de quién había tomado el control de mi otra mano. Porque inmediatamente se entumeció y se unió a la fiesta asfixiante que se celebraba en mi cuello. Pero, por sorprendente que parezca, aquel no era mi mayor problema.

Había una cantidad limitada de cosas que podían poseer a un humano. Los fantasmas eran una de ellas, pero si no se les recibía como yo hacía con Billy, tenían que abrirse paso por las defensas del cuerpo. Y eso significaba un espíritu muy debilitado para cuando finalmente estuviera dentro, si lo conseguía.

Pero lo que me poseía no estaba débil. Fuera lo que fuera había exorcizado a Billy sin dejar de agarrarme, y ningún fantasma simple podía hacer eso. Lo cual reducía las posibilidades a la lista «Oh, mierda».

Hecho que quedó demostrado cuando el toallero se soltó e intentó romperme la crisma. Mi mano ya no lo sujetaba, de hecho, no lo sujetaba nada; pero de todas formas, iba como loco. Hizo añicos el espejo que había encima del lavabo, luego rebotó y se estrelló contra la bañera, tirando el bote de sales al suelo y tiñendo de rosa fluorescente las baldosas mojadas.

El resultado fue que se armó suficiente jaleo como para despertar a los muertos, uno de los cuales empezó a golpear la puerta.

—Señorita Palmer, ¿está bien?

No conocía la voz, pero daba igual. De todos modos no podía responder. Solo podía pensar en encontrar el origen. Quizá los vampiros no supieran más que yo sobre el tema, pero al menos podrían separar mis malditas manos de mi cuello.

Intenté transportarme, pero esta vez no ocurrió nada. Quizá porque la habitación estaba empezando a dar vueltas y mi visión se estaba nublando y poco a poco me caía de rodillas. Y entonces Billy volvió; parecía como si estuviera borracho.

Se introdujo en mi cuerpo e inmediatamente noté una pérdida de energía que me resultaba muy familiar.

¿Te estás alimentando ahora? —le pregunté con incredulidad.

¡Tengo que tener energía para luchar contra esa cosa, Cass! Y ya casi he tocado fondo.

Pero ¿qué te crees que soy?

Billy ni contestó ni dejó de consumir. Pero un momento después, mis manos saltaron del cuello, como si las hubieran quemado. De repente, podía respirar de nuevo.

Me quedé tumbada porque no me quedaba energía para levantarme, no dejaba de toser y jadear mientras mis pulmones luchaban por introducir aire arrastrándolo por una garganta que parecía haberse reducido a la mitad de su tamaño. Me quemaba y todo me daba vueltas y tenía unas ganas tremendas de vomitar. De todos modos, habría llorado de alivio de no ser porque no tenía el control de mis ojos.

Desgraciadamente, se pusieron en blanco en sus respectivas cuencas y no volvieron a bajar.

—¿Señorita Palmer? —Ahora el vampiro parecía muy disgustado, pero la puerta seguía sin abrirse.

¿Por qué no entra? —preguntó Billy enfadado.

No quiere molestarme.

¡Tú y tu maldito espacio personal!

No le contesté porque tenía un poco de razón. Y porque de pronto me di cuenta de que volvía a sentir las piernas. No debería haberme sorprendido. Permanecer en un cuerpo que no es el tuyo y que no quiere ser ocupado no es una tarea fácil. Y parecía como si lo que me tenía en sus garras no pudiera mantener sometidas todas mis extremidades y, al mismo tiempo, expulsar a Billy Joe.

No suponía una gran ventaja, pero era lo único que tenía. Traté de levantarme, tambaleándome y con una mueca de dolor, cuando me corté el talón con un trozo de cristal roto y casi me tropiezo con la alfombrilla empapada y arrugada. Intentaba con todas mis fuerzas no dejarme llevar por el pánico, pero aquella situación se parecía mucho a volver a ahogarme: estaba desnuda y ciega y a merced de un enemigo del que no sabía nada.

Excepto que quería matarme.

Y no le importaba demasiado el modo de conseguirlo.

Todavía no había dado dos pasos vacilantes cuando, de pronto, mis piernas se paralizaron, mi cuerpo se giró y eché a correr, directa contra la pared más cercana. Mi cabeza pareció ser ligeramente girada, lo cual me salvó la nariz, pero mi sien chocó lo bastante fuerte como para dejarme mareada. Retrocedí tambaleándome, pero solo para coger suficiente impulso como para volver a lanzarme contra la pared.

¡Ojos! —grité mentalmente al extender una mano para amortiguar la caída pero casi romperme un hueso.

Ya estoy en ello.

¡Pues ponle más empeño! —grité cuando algo me lanzó y me tropecé contra el lateral del lavabo.

Me di con la cadera contra el implacable mármol, lo bastante fuerte como para que me saliera un moretón; pero al momento, mi vista volvió. Habría sido un alivio de no ser porque aquello permitió que mi agresor volviera a coger una de mis manos. Por suerte, se trataba de la mala, y soltó el peine de púas que había agarrado antes de que pudiera clavármelo en el ojo.

El peine se cayó y mi otra mano se levantó, sujetando un trozo dentado de espejo que utilizó para tratar de cortarme la yugular. Billy la agarró justo a tiempo, pero la mano no bajó. Se cernía amenazante delante de mi cara, temblando por el esfuerzo, mientras los tres espíritus luchábamos por tomar el control.

No estaba segura de quién iba ganando, pero no creo que fuéramos nosotros. Miré fijamente el perverso triángulo afilado mientras se iba acercando lentamente, mostrándome el reflejo de unas greñas rubias enmarañadas, un rostro pálido como el papel y unos ojos azules aturdidos… y la puerta que daba al comedor detrás de mi hombro izquierdo. Ahora estaba más cerca, y yo seguía de pie.

Corrí hacia ella.

Cuando estaba a punto de llegar, mi cuerpo empezó a sufrir espasmos y me caí, pero conseguí enganchar el tiesto de un helecho que había a medio camino. La bonita pieza de Delft azul y blanca estaba colocada en un bonito pie, que produjo un bonito estruendo al volcarse y reventar contra el duro lavabo.

Y, por fin, aquello ya fue suficiente para los guardias. La puerta se abrió de golpe, tres vampiros entraron corriendo y se detuvieron confusos al no ver nada más que a una flacucha blanca destrozando el cuarto de baño. Y entonces noté que algo me estaba destrozando a mí también, una desgarradora sensación de ardor que, afortunadamente, solo duró un segundo antes de que algo saliera disparado de mí.

Un grito mudo apuñaló el silencio y algo se estremeció flotando por el cuarto de baño. La presencia era aceitosa, pegajosa y nociva, pero el olor era todavía peor: un aroma dulzón y cargante que se me pegó a la garganta, empalagándome y provocándome náuseas al instante. Me produjo una sensación de repulsión primaria en lo más profundo del estómago y, al parecer, yo no era la única. Los vampiros agacharon la cabeza y sacaron las pistolas, a pesar de que no tenían a nadie a quien disparar, excepto a mí, y consiguieron no hacerlo incluso cuando, de pronto, pasé corriendo entre ellos.

Yo no tenía el control, pero tampoco creo que lo tuviera el ente, porque pude sentir la quemazón en cada centímetro de mi piel al chocar de cara contra la alfombra del comedor.

¡No me estás ayudando! —le dije a Billy, justo cuando los trozos de espejo salieron disparados y se incrustaron en los guardias que quedaban.

No tenía tiempo de disculparme, porque la suite se estaba volviendo loca. Una licorera salió volando de un carrito que había cerca y se estrelló contra la pared que tenía detrás, provocando una lluvia de bebida y cristal caro. Los cubiertos que había en el carrito del servicio de habitaciones fueron detrás, y me habrían trinchado de no ser porque un vampiro se interpuso en el camino. Y luego, la lámpara que había sobre la mesa del salón se arrancó del techo y comenzó a girar hacia mí como un tornado de cristal.

Billy nos lanzó hacia la sala de estar, detrás del sofá, pero no sirvió de mucho; luego rodamos por el suelo hasta colocarnos debajo de la mesa de café, y eso sí que sirvió. Al menos por un rato. Lo único que podía ver a través del cristal de encima era unos cientos de cristales estrellándose contra él como una valiosa granizada, pero la vista era mejor por los laterales.

Me quedé mirando alrededor, con tanta incredulidad como pánico, porque nunca había visto algo así. A los fantasmas les resulta muy difícil mover incluso cosas diminutas, como un clip o un trozo de papel. No arrancaban de las paredes las barras de las cortinas ni lanzaban sillas por ventanas de cristal laminado.

Excepto por las paredes ensangrentadas, parecía una escena sacada de Terror en Amityville.

Parpadeé, y al fin até cabos. Entonces, apreté a Billy tan fuerte que gritó.

¡Basta ya!

Tenemos que encontrar a Pritkin —le dije rápidamente.

¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué va a…?

Esto no es un fantasma.

¡No jodas!

Así que probablemente se trate de algún tipo de demonio.

¿Y qué?

¡Que él sabrá cómo ahuyentarlo!

Billy no dijo nada, quizá porque Pritkin era nuestro experto en demonios interno. O quizá porque la mesa de café acababa de partirse por la mitad haciéndose astillas. Nos puso a cuatro patas y salimos gateando por el otro lado, justo cuando la araña de luces explotó como una granada de cristal en la sala de estar.

Quizá no habían sido fabricadas para esa clase de actividad, pero la docena o así de gruesas varas de madera que volaban por todas partes parecían más sólidas. Y también parecían familiares. Al final reconocí una de ellas cuando se estrelló contra el piano al tratar de alcanzarme. Me quedé mirando una de las patas que faltaba del mueble del comedor y me pregunté por qué se molestaría el ente en destrozarlo. En ese momento estábamos en el otro lado de la suite, así que no parecía tener mucho sentido.

Hasta que vi a uno de los guardias que pasaba corriendo, perseguido por el equivalente a una estaca volante. La esquivó, pero no del todo, y le dio en la pierna en lugar de en el corazón. Tuvo suerte, porque le perforó la carne y el hueso con la misma facilidad que las demás piezas se hundían en las paredes, los muebles y los endebles laterales del piano.

Los vampiros que formaban mi escolta eran todos maestros de nivel superior y, supuestamente, habían visto un montón de cosas descabelladas. Pero al parecer nunca se habían encontrado con algo así. Los vampiros que se jactaban de ser fuertes e impasibles ahora corrían de acá para allá con la mirada ida, combatiendo contra unos muebles traviesos como si pensaran que ese era el problema, o simplemente tratando de evitar convertirse en un pincho de vampiro.

Pero aparte del ruido de la habitación implosionando, reinaba un extraño silencio. Yo no podía hablar y los vampiros no necesitaban hacerlo, al menos en voz alta. Se podían comunicar mentalmente los unos con los otros con la misma facilidad que me comunicaba yo con Billy, algo que normalmente les daba un montón de ventaja en una pelea. Excepto, por lo visto, justo en ese momento.

Menos mal que uno de ellos había decidido que necesitaban ayuda externa, porque de repente había sacado un móvil. Él estaba al fondo de la habitación, yo en la otra punta, agachada detrás de un piano de media cola y, de todas formas, no tenía el control de mis cuerdas vocales. Así que le di un toque al tío que sí lo tenía.

¡Dile que llame a Pritkin!

Y Billy lo intentó. Pero entre la quemazón de mi garganta, el peligro mortal y el ruido ensordecedor, nadie prestó atención.

Estos tipos son nuevos, ¡ni siquiera sabrán quién es! —dijo Billy frenéticamente.

Entonces tendrás que ir tú a por él.

¿Cómo? ¡No conseguiremos llegar a la puerta con todo esto!

Yo no, pero tú sí. Esto no va contigo.

Ya, lo único es que si me voy, esa cosa volverá a ponerte las zarpas encima.

¡Y si no te vas, me matará a golpes! —Yo no veía mucha diferencia, la verdad.

Vale, vale —dijo Billy en un tono como de estar intentando calmarse pero sin conseguirlo—. Dices que encuentre al mago, ¿y luego qué? No me puede ver.

Mierda. Para mí, Billy era tan sólido que había olvidado que no era real para todo el mundo. Pritkin no sabría siquiera que estaba allí.

Resultaba difícil concentrarse con el sonido agónico del piano, pero lo intenté. Lo único es que las tres es no me estaban sirviendo de mucho en aquel momento. Sabía cuál era el problema: tenía que encontrar a Pritkin. Pero no tenía ninguna capacidad que me ayudara a hacerlo.

Si hubiera podido transportarme, habría sido fácil. Pero su habitación estaba cinco pisos más abajo y en la otra parte del hotel. Y sabía, sin ni siquiera intentarlo, que no podía llegar tan lejos. Resultaba complicado transportarse después de que Billy se hubiera alimentado, aunque no estuviera exhausta. Por así decirlo, con suerte conseguiría moverme cinco metros, y no sería…

Paré y di marcha atrás a mis pensamientos.

Encuentra a Pritkin —le dije a Billy por encima del zumbido que escuchaba en mis oídos.

Te acabo de decir que no…

—¡Escúchame! Tiene el collar de Jonas. Hoy mismo lo utilizó para atraerme cuando intentaba transportarme. ¡Tienes que cogerlo!

¿Y luego qué? Solo funciona cuando utilizas tu poder, y no puedes…

Sólo necesito transportarme, ¡no importa a qué distancia! Un par de centímetros deberían bastar para activarlo. Y ahora, ¡vete!

Por una vez, no discutió, quizá porque no sabía qué otra cosa hacer. Noté cómo se marchaba, y me preparé para otro ataque. Pero el ente se lo estaba pasando demasiado bien como para darse cuenta de que Billy se había escabullido, y yo no le di tiempo a que se lo imaginara. Agarré la parte de arriba de la banqueta del piano a modo de escudo y empecé a avanzar a gatas.

Un guardia estaba encima de una silla volcada, golpeando los fragmentos de madera con una pata de la mesa llena de sangre, como un bateador en un partido de béisbol. Me vio y abrió los ojos, sorprendido, como si hubiera supuesto que yo ya sería una brocheta.

—Todavía no estoy muerta —dije con voz ronca y en tono alentador, y seguí avanzando.

El comedor había quedado destrozado, pero el carrito del servicio de habitaciones había sobrevivido milagrosamente, inmovilizado en la puerta entre la barra y la cocina. Lo empujé hasta dentro, levanté la tapa de la bandeja y eché un vistazo. Pollo frito, y todavía estaba caliente.

Dios existía.

Me agaché detrás de la mesa de la cocina y me concentré en recuperar la fuerza suficiente para transportarme por mí misma si Billy no lo conseguía. Básicamente, aquello suponía engullir tanto y tan rápido como pudiera sin vomitar. Estaba dejando en entredicho el récord de Marco cuando algo me hizo levantar la mirada.

Había tres vampiros de pie en la puerta de la cocina, mirándome fijamente. Parecían un poco neuróticos y al echar un vistazo al lateral de acero inoxidable del frigorífico, supe por qué. Estaba desnuda y ensangrentada, con mechones de pelo medio secos de punta y un muslo de pollo deformándome un lado de la boca. Tenía un parecido alarmante con una cavernícola loca.

Me saqué el muslo de la boca y me chupé los labios grasientos.

—Esto… ¿hola?

No dijeron nada. Durante un instante, simplemente nos quedamos mirándonos. Y entonces la criatura volvió a atacar y dejé de preocuparme por la impresión que estaba dando para empezar a preocuparme por si me sacaban los sesos a base de golpes contra el lateral de la mesa. Vi estrellas y cosas rojas que explotaban, algo que, seguramente, se podría clasificar como «no saludable».

Y entonces vi a Pritkin mirándome completamente impactado.

No recuerdo haber intentado transportarme, pero tuve que hacerlo, porque en lugar de en las frías baldosas de la cocina, tenía los dedos de los pies hundidos en la alfombra de su habitación. Había aterrizado al lado de la cama, en la que Pritkin estaba a punto de meterse. Llevaba el pelo húmedo y se le rizaba en la nuca, y unas cuantas gotas de agua seguían posadas en sus hombros. Además, o bien no se había molestado todavía en ponerse el pijama, o bien dormía desnudo, lo cual habría sido algo embarazoso si yo no hubiera estado a punto de morir.

—Posesión —dije con voz ronca, antes de que mis manos adoptaran forma de garras y mi cuerpo se levantara del suelo y se lanzara directo a por aquellos ojos verde claro.

No conseguí sacárselos (Pritkin tiene muy buenos reflejos, incluso cuando está totalmente alucinado), pero le hice un tajo de tres centímetros en una de las mejillas.

—¡Perdona!

—¿Qué tipo de posesión? —me preguntó con seriedad, cogiéndome de las muñecas.

—No es un fantasma, pero no…

Me callé, porque se me había cerrado la garganta y mi cuerpo empezaba a revolverse de nuevo para que me soltara. Pritkin pareció sorprendido durante un instante, como si yo fuera más difícil de controlar de lo que él había esperado. Pero al segundo siguiente, me encontré tumbada boca arriba en la cama con las manos sujetas por una de las suyas por encima de mi cabeza. Usó la otra para atraer una hilera de frasquitos de una estantería que había instalado, al parecer, como una especie de sistema de clasificación para pociones repugnantes.

La mayoría de las cuales pronto estuvieron sobre mí.

Algunas eran pegajosas, otras eran apestosas y todas, muy repugnantes. Pero me habría dado igual si hubieran servido de algo. Sin embargo, por lo que yo podía decir, lo máximo que lograron fue llenarme la piel de manchas sin afectar lo más mínimo a la cosa que tenía dentro.

Y entonces, de pronto, todo mi cuerpo se paralizó y tuve como un segundo para pensar «oh, mierda» antes de que el ente usara mis piernas para enviar a Pritkin volando por la habitación. Vi que chocaba contra la pared y la atravesaba, un extraño reflejo de lo que había hecho Billy. Lo único es que el cuerpo mucho más material de Pritkin se llevó por delante las delgadas placas de yeso y los duros clavos.

Y para mi sorpresa, la criatura decidió seguirlo. Quizá pensara que yo no supondría un gran desafío si lo mataba a él primero, o quizá Pritkin había conseguido cabrearla. No estaba segura, pero sentí que empezaba a arrancar, que todas las sensaciones de un cuerpo gravemente agotado volvían a toda velocidad y al mismo tiempo, consiguiendo que emitiera un quejido que me prometí negar si sobrevivía lo suficiente.

Y entonces noté su asombro cuando cerré de golpe mis defensas, atrapándola dentro.

No había sido capaz de expulsar a esa cosa, pero esto era otra historia. Había conseguido poseerme en un primer momento porque yo había estado agotada, me había descuidado y había esperado que Billy me ayudara en cualquier momento, así que mis defensas no habían funcionado. Pero ahora sí, y aquel era mi cuerpo y la propiedad confería ciertos privilegios. Y ni de coña iba a dejar que esa cosa acabara con el único tío que tenía la oportunidad de librarme de aquello mientras él estaba posiblemente inconsciente y…

Y esa cosa había entendido que mi cuerpo se había convertido en su prisión y quería salir de ahí a toda costa.

Al parecer no hablábamos el mismo idioma, pero daba igual, porque empezó a mostrarme una cascada de imágenes como sacadas de una película de miedo: el corazón explotándome en el pecho, mis pulmones estrujados como un pañuelo de papel, mi cerebro…

Si de verdad pudieras hacer todo eso, ya lo habrías hecho, le recordé con malicia, enviando la imagen de cuando había intentado clavarme en el ojo un escalofriante peine de púas. No entendía por qué podía destrozar la suite y a mí no, pero todos los ataques habían sido externos o pasivos, como mantenerme bajo el agua mientras me ahogaba. Estaba empezando a parecer como si no fuera tan fuerte dentro de mi cuerpo.

O como si no estuviera tan acostumbrada a esto de la posesión.

No tenía sentido que fuera un demonio porque, supuestamente, lo hacían constantemente; pero no tuve la oportunidad de entenderlo antes de que empezara a destrozarlo todo dentro de mí. Y si pensaba que antes había sentido dolor, no era nada comparado con aquello. La criatura tenía claro que iba a soltarla, y yo tenía claro que no lo iba a hacer, porque si mataba a Pritkin, yo estaría muerta de todas formas.

Y entonces regresó, ensangrentado y con moretones, metió la mano por el agujero de la pared, cogió algo de su baúl y me lo lanzó.

—¡Cassie, cógelo!

Mi brazo se levantó automáticamente y noté que el puño se cerraba y agarraba algo frío y duro. Y ya no sentí nada más durante un buen rato mientras levitaba completamente fuera de la cama.

Sin duda es como Terror en Amityville, pensé sin entender nada, y solté mis defensas. Mi cuerpo sufrió una enorme convulsión e inmediatamente me vi rodeada de un huracán de oscuridad, alas agitándose, un olor nocivo y un grito furioso y chirriante.

Y entonces me desplomé en la cama, rodé hasta el lateral y caí al suelo. Fue una suerte, porque un segundo después lo que parecía un ciclón en miniatura rompió violentamente la ventana y una lluvia de cristales explotó dentro de la habitación, con total desacato a las leyes de la física. Pero la mayoría no me alcanzaron, porque estaba acurrucada en el suelo protegiéndome la cabeza con las manos, intentando no chillar.

Pritkin había vuelto a rastras en algún momento, atravesando la pared, porque cuando levanté la mirada, vi que estaba agachado en el suelo, mirándome fijamente. Yo también lo miré sin decir una palabra, jadeando y sin fuerzas, con las extremidades temblando como respuesta mientras el confeti de polvo y jirones de papel de pared llovía sobre nuestras cabezas. Y entonces la puerta se abrió de golpe y Marco irrumpió en la habitación.

Asimiló mi imagen desnuda y multicolor, el agujero en la pared, la ventana rota y el mago de la guerra magullado y ensangrentado.

—¿Qué coño…? —dijo claramente.

Tragué saliva, chupándome los labios que sabían a polvo y cobre.

—Creo que he dejado alucinado al personal —le dije débilmente. Y luego me desmayé.