20

Mostacho se marchó instantes después para ir a buscar cortinas especiales que amortiguaran la luz. Nada más cerrarse la puerta, yo me puse en pie y dejé el colgante sobre la mesa. De ninguna manera iban a permitir que una dhampir se dirigiera al Senado, que ni siquiera me reconocía oficialmente como a una persona. Pero Mircea estaría allí, y él necesitaba algo más que una mancha de cera.

—Mucha otra gente tenía razones para matar a Elyas —dije yo sencillamente.

Mircea encendió la lámpara y se inclinó sobre la mesa para examinar el colgante. Después sus ojos penetrantes y oscuros se giraron bruscamente hacia mí.

—¿De dónde has sacado esto?

—Del cuello de Elyas.

Marlowe abrió la boca para chillar algo, pero Mircea alzó una mano y lo hizo callar.

—Cuéntamelo todo —me dijo con tranquilidad.

Louis-Cesare se acercó a la puerta para comprobar que disponíamos de unos momentos de relativa intimidad.

—Elyas trató de comprar la runa antes de la subasta, pero le dijeron que tenía que pujar por ella como todo el mundo. Al ver que era Ming-de la que se la llevaba, se puso furioso…

—Mucha gente se puso furiosa —intervino Marlowe con resentimiento—. Es evidente que la subasta estaba amañada.

—Sí, sólo que Elyas no estaba dispuesto a conformarse sin protestar. Se presentó en la discoteca, mató al fey y la robó…

—¿Y eso lo vio Raymond? —preguntó bruscamente Marlowe.

—No, lo olió. Puedes preguntarle por los detalles si quieres, pero tampoco hay tantos. En resumidas cuentas el fey apareció, Ray lo dejó solo unos minutos y al volver estaba muerto. El aire en el despacho olía a Elyas, y el colgante había desaparecido.

—¡Qué encantador! —exclamó Christine, suspirando con el rostro iluminado.

Había entrado en el despacho con tanto sigilo, que ni siquiera los vampiros la habían oído. Vi cómo Marlowe incluso se sobresaltaba.

Ella no se dio cuenta; estaba demasiado ocupada contemplando el colgante con admiración. La fría luz eléctrica incidía sobre la pieza de joyería y hacía de su compleja superficie tallada una fuente de prismas que, a su vez, bañó el rostro de Christine con un arco iris al inclinarse sobre él, aparentemente hipnotizada. Y antes de que nadie pudiera detenerla, ella recogió el colgante de la mesa.

—¡Suéltalo! —gritó Marlowe.

Ella alzó la vista, perpleja y con los ojos como platos. Entonces se le cayó el colgante de las manos, que fue a caer sobre la mesa y siguió rodando hasta el borde, lanzando destellos sobre el hombre muerto. Ella se quedó mirándolo.

Je le regrette! No pretendía…

—¡Eres una chica estúpida! —continuó Marlowe, que parecía ansioso por zarandearla.

Christine entonces lo miró a él. Parecía en parte humillada y en parte confusa.

—No pasa nada —la tranquilizó Mircea.

Mircea recogió el pesado disco con un pañuelo.

—¿Que no pasa nada? —repitió Marlowe de mal humor—. ¡Ahora ya es imposible sacar nada en claro de él!

La sociedad sobrenatural no tiene por costumbre tomar huellas porque hay muchas cosas que no dejan ninguna huella en absoluto. Pero un buen clarividente sí que podía averiguar muchas cosas si el objeto en cuestión había permanecido relativamente intacto desde el momento del crimen. Ésa era la razón por la cual yo había puesto tanto cuidado para no tocarlo.

—Eso ya lo veremos —dijo Mircea con tranquilidad.

Christine se echó atrás y se quedó pegada a la pared, aparentemente ansiosa por desaparecer. De nuevo parecía a punto de llorar. Louis-Cesare se acercó a ella y la llevó a un sillón.

Ça ne fait rien.

Marlowe pareció molesto.

—¡Oh, claro que no! ¡No tiene ninguna importancia! ¡No es más que una prueba que podría haberte salvado la vida!

—¿Aquí dentro estaba la Naudiz? —me preguntó Mircea, envolviendo la joya con cuidado en el pedazo cuadrado de lino—. ¿Estás segura?

—En origen estaba ahí. Ray la vio nada más llegar el fey. Pero cuando yo le quité el colgante del cuello a Elyas, estaba vacío. Hay un hueco por detrás donde debería estar la runa, pero no está.

Mircea frunció el ceño.

—Pero… ¿Elyas robó el colgante vacío, o robó la runa y por eso es por lo que lo han matado esta noche?

—Si hubiera tenido la runa, entonces ahora no estaría muerto —señalé yo.

—No necesariamente. He visto otras runas del mismo ajuar. Si funciona igual, hay que hacer el hechizo primero para que surta efecto. Puede que no baste solo con llevarla puesta, y menos si ni siquiera toca la piel.

—¡Pero si estaba luchando por su vida, lo lógico es que hubiera hecho el hechizo!

—Sí, pero ¿luchó de hecho por su vida? —preguntó Mircea, haciendo un gesto con la cabeza en dirección al cuerpo—. No ha muerto en una posición de lucha ni tiene ninguna otra herida aparte de las que lo mataron. Parece que lo pillaron desprevenido.

Marlowe asintió y dijo:

—Si conocía a su asesino o si no esperaba que lo atacaran cuando estaba rodeado de toda su familia…

—Algo que jamás antes le había ocurrido —musité yo.

—… entonces, puede que en ese caso prefiriera no activar la piedra. Es un talismán que dispone de una cantidad limitada de poder. Gastarlo inútilmente sería una tontería —terminó Marlowe.

—¡Sí, no como llevarla encima justo cuando alguien te asesina! —exclamé yo con sarcasmo.

Louis-Cesare había dicho que a Elyas le gustaba correr riesgos. Según parecía esa noche se había arriesgado demasiado.

—Bien, ya robaran la runa ayer por la noche o esta misma noche, el hecho es que tenemos algo que ofrecerle al Senado —dijo Mircea—. Cualquiera de los que acudieron a la subasta es sospechoso…

—Y al menos hay uno que no lo es —añadí yo de mala gana.

No sabía cómo demonios iba a contarles lo de Ǽsubrand sin terminar metiendo a Claire en medio de todo aquel asunto. Pero tenían que saberlo. El príncipe del hielo de los feys era probablemente el principal sospechoso.

Mircea se estaba guardando el colgante en el bolsillo de la chaqueta, pero al oír mi tono de voz preguntó:

—¿Dorina?

Fui indultada porque Mostacho eligió ese preciso momento para volver con la lista de los invitados a la fiesta y todo el mundo se apiñó alrededor de la mesa.

—¿Alguien de los de esta lista estaba en la subasta? —le pregunté yo a Ray.

—No hace falta que fuera alguien que estuviera invitado —señaló Marlowe.

Mostacho sacudió la cabeza.

—Al contrario. Teníamos un portero en la puerta. No se le permitió el paso a nadie que no estuviera en esta lista. A excepción de Louis-Cesare, por supuesto, pero a él se le esperaba.

—¿Qué nivel? —preguntó Marlowe.

—¿Cómo? —preguntó Mostacho.

—¿Qué nivel de maestro tenía el vampiro que estaba de portero?

—Por lo general no utilizamos a un maestro para esas menudencias —le contestó.

—¿Menudencias? ¿Así es como consideráis vuestra primera línea de defensa?

El trocito de mejilla que permitía ver el enorme mostacho se puso colorado.

—¡Esto es una casa, no una fortaleza!

Marlowe desvió la vista significativamente hacia el hombre muerto y comentó:

—Eso está claro.

—Así que podría haber sido cualquiera de los de la subasta —concluyó Mircea con calma—. Ninguno de ellos habría tenido la menor dificultad en enturbiar la mente de un maestro de menor nivel que el suyo.

—Pero es válido también para un montón de gente —señalé yo.

Mircea sacudió la cabeza y añadió:

—No creo que ninguno de los participantes estuviera ansioso por hablar de la subasta. Sin duda las familias de algunos de ellos sabían que iba a celebrarse, pero estaban bajo el control del maestro que se presentaba a pujar. Y habría sido una tontería contárselo a nadie más y aumentar de ese modo el número de participantes y de pujas.

Y de paso incrementar además las posibilidades de que el fey se enterara y viniera después a cortarte la cabeza, añadí yo para mis adentros.

—Cualquiera de ellos podría haber decidido hacer lo que hizo Elyas —musitó Mircea—. Cualquiera podría haberse presentado en la discoteca para ir a buscar al fey, tanto para hacer un trato como para matarlo.

—Sólo que cuando llegaron, descubrieron que alguien se les había adelantado —afirmé yo—. Y o bien olieron a Elyas en el aire, o bien lo vieron marcharse. Pero entonces, ¿por qué no atacarlo ayer por la noche? ¿Por qué esperar a hoy?

—Quizá porque la idea de matar a un miembro del Senado lo intimidaba más que la de acabar con un guardia fey —sugirió Louis-Cesare.

Marlowe le lanzó una mirada cínica y añadió:

—O quizá porque había sido invitado aquí esta noche y pensó que la fiesta sería una buena tapadera. Si el culpable está en la lista de invitados, ni siquiera tenía que enturbiar la mente de nadie para entrar.

Ray seguía sin decir nada, así que le di un puñetazo y le pregunté:

—¿Quién estaba en la subasta?

Se lamió los labios y miró alternativamente a Mircea y a Marlowe.

—Yo no… no tendré que testificar, ¿verdad?

—Sí —afirmó Mircea, alzando la lista para que él lo viera.

—Pero… pero… ¿delante del Senado? —siguió preguntando Ray, cuya voz se había convertido en un mero susurro.

Parecía aterrado.

—Yo sólo puedo contarles rumores. Tú estabas allí —señaló Mircea.

—Sí, pero…

—Testificar puede ayudarte en tu caso.

—¿Mi caso?

—El caso de contrabando contra ti.

Ray parecía haber olvidado casi por completo ese pequeño detalle.

—También tiene problemas con su maestro —señalé yo.

Mircea torció los labios.

—Veremos qué se puede hacer. Suponiendo que recuperes la memoria.

Ming-de, Elyas, Radu, Geminus y Peter Lutkin —se apresuró a citar Ray.

—Un grupo cosmopolita —comenté yo—. Ming-de de la corte de china, Elyas del Senado europeo, Radu pujando por Mircea y Geminus…

—También del Senado norteamericano —dijo Mircea algo serio.

—Ah, sí. Ese imbécil.

Era uno de los senadores más viejos. Rivalizaba con el cónsul en edad pero no en poder ni en ninguna otra cosa excepto en el ego. Se creía un regalo de Dios para las mujeres y no sabía aceptar un no por respuesta. Me había agarrado del culo a los treinta segundos de conocerme, y no se había tomado nada bien que de resultas yo le hubiera rajado la muñeca.

—No conozco a ningún vampiro llamado Lutkin —dijo Marlowe, pensativo.

—Es un mago —dijo Ray. Todo el mundo lo miró—. Su dinero también vale —añadió a la defensiva.

—Lutkin estaba aquí anoche —señaló Louis-Cesare, dando golpecitos sobre su nombre, vi su nombre escrito casi al final de la lista—. Y Geminus. Pero los otros no.

El rostro de Marlowe se iluminó.

—Podemos echarle la culpa al mago. De todos modos los otros son demasiado importantes; son intocables.

—¿Y si no fue él? —preguntó Louis-Cesare.

Marlowe lo miró como si no comprendiera la pregunta.

—¿No hubo nadie que pujara en secreto? —le pregunté yo a Ray—. ¿Nadie pujó por teléfono?

—No. El vendedor insistió en hacer un hechizo sin falta. Y ningún hechizo funciona a menos que la gente esté físicamente presente.

—¿Le preocupaba un posible fraude? —seguí preguntando yo, incrédula—. ¿Con ese grupo de personas?

—No estaba preocupado por un posible fraude, simplemente estaba preocupado, y punto. El tipo estaba paranoico —explicó Ray.

—Porque sabía quién lo perseguía. No quería arriesgarse a que nadie utilizara el glamour para hacerse pasar por uno de los que pujaba —concluí yo.

—Eso es lo que yo me figuré —confirmó Ray.

Fruncí el ceño y añadí:

—Así que él sabía que lo perseguían, sabía que corría un serio peligro, y sin embargo bajó la guardia en un momento dado y…

De pronto se hizo un repentino silencio alrededor de la mesa. Alcé la vista y vi que todos me miraban a mí: un círculo de ojos entrecerrados y brillantes.

—¿Sabía que lo perseguía quién? —preguntó Mircea con calma.

No tenía sentido seguir posponiéndolo.

—Ǽsubrand.

Louis-Cesare ladeó la cabeza como si se hubiera quedado atónito.

—Comment?

—¿Y eso cómo lo sabes? —preguntó Marlowe con una expresión enigmática.

—Se dejó caer por casa anoche.

—¿Se dejó caer? —preguntó entonces Mircea con brusquedad.

—Por decirlo de algún modo.

Marlowe se quedó mirándome de mal humor.

—Nuestros espías no nos han informado de que se haya escapado.

—Entonces vais a tener que contratar a otros nuevos —alegué yo.

—No necesito espías nuevos. Es evidente que has visto a otro fey y lo has tomado por él —afirmó Marlowe.

—Lo dudo —contesté yo secamente.

—¿Estás segura? —insistió Mircea—. ¿Lo viste claramente?

—Tenía su cara a unos dos centímetros y medio de la mía en el momento en el que intentaba matarme —expliqué yo con sarcasmo—. Así que sí, estoy bastante segura.

—Trató de… —comenzó a decir Mircea muy tenso, e inmediatamente se interrumpió.

—¿Por qué no habías dicho nada de eso?

Esa pregunta la había hecho Louis-Cesare.

Yo me encogí de hombros.

—No surgió la oportunidad.

—¿No surgió la oportunidad? —repitió Louis-Cesare.

—¿Qué ocurrió? —siguió preguntando Mircea en tono exigente.

—Ya te lo he dicho. Trató de matarme, pero falló. El asunto es que está aquí y que tiene un interés muy concreto en la runa. Fue su madre la que la robó la primera vez…

—¿Robársela a quién?

Ése había sido Marlowe, y de no haber estado yo tan cansada, le habría restregado la pregunta por las narices. El tipo se creía siempre que lo sabía todo.

—La robó de la casa real de los blarestris.

—¿De dónde? —volvió a preguntar Marlowe.

Era el único tipo que conocía capaz de gritar con un tono de voz grave. Lo miré con poca paciencia.

—Bueno, ¿de dónde diablos te creías que la habían sacado, Marlowe? ¿O es que papá y tú ni siquiera os habéis molestado en preguntar?

Marlowe se sonrojó y preguntó:

—¿Me estás diciendo que la runa que se sacó a subasta es una verdadera reliquia fey?

—Sí. Y quieren que la devolváis.

—¿Y eso tú cómo lo sabes? —siguió preguntando Marlowe.

—Represento a la familia.

—Otro hecho que has olvidado mencionar hasta este mismo momento —señaló Mircea.

Yo sonreí.

—¿Igual que tú olvidaste mencionar para qué querías realmente a Ray?

—No es lo mismo ni mucho menos —se defendió Mircea.

—¡Es exactamente lo mismo! Me mandaste a buscarlo con una excusa.

—No era una excusa.

—Me hiciste creer que era un contrabandista.

—Y lo es.

—Pero eso no tiene nada que ver con la razón por la cual tú andabas buscándolo. Si vamos a seguir trabajando juntos, tienes que…

—Tú no trabajas con lord Mircea —me informó entonces Marlowe, interrumpiéndome—. Tú trabajas para él. No tienes derecho a poner en duda sus órdenes. No es asunto tuyo.

—¿Y tú piensas lo mismo? —le pregunté yo a Mircea.

La puerta se abrió justo antes de que él pudiera responder. Varios vampiros entraron como si fueran los dueños de la casa. Y uno de ellos de hecho lo era, comprendí yo al ver cómo Mostacho inclinaba la cabeza ante él.

—¡Maestro! —exclamó el viejo mayordomo.

—Anthony —lo saludó Mircea, que simplemente se irguió. Mostacho estuvo a punto de caerse al apresurarse a dar la vuelta a la mesa—. Creía que no nos veríamos hasta dentro de una hora.

—Sí, he recibido tu mensaje —contestó con descuido el vampiro de cabello oscuro.

No era alto, debía de medir un metro setenta y cuatro y sus facciones eran bonitas, pero no alucinantes. Parecía como si le hubieran roto la nariz y tenía la piel avejentada. Eso significaba que no ejercía su poder para alterar su apariencia, y eso era extraño teniendo en cuenta el enorme caudal de energía de la que disponía. Sentí como si ese poder me chamuscara la piel a pesar de la distancia.

—¿Anthony? —le pregunté yo a Louis-Cesare, que de pronto parecía como si se sintiera mal.

—Es mi cónsul.

¡Ah! Ese Anthony.

Los vampiros rodearon la mesa y se tomaron su tiempo para examinar el cuerpo.

—Por mí no os preocupéis —dijo el cónsul, alzando la vista y sonriendo—. Continuad con lo que estabais haciendo.

—Nosotros ya hemos examinado el cuerpo —le dijo Mircea—. Pero por supuesto no tenemos inconveniente en que tú también lo examines.

—¡Qué amable! —murmuró Anthony.

—Informaremos de nuestras averiguaciones en breve.

—¿En serio? ¿A quién?

—Al Senado.

—¿Y a qué Senado piensas informar, Mircea? —preguntó Anthony alzando unos ojos brillantes a causa del whisky y deteniendo por un momento su examen del cuello sanguinolento.

Sentí cómo Marlowe, que estaba de pie a mi lado, se ponía tenso. Mircea en cambio no mostró ninguna alteración en apariencia.

—Los hechos han tenido lugar en territorio norteamericano —alegó Mircea.

—Pero Elyas pertenecía al Senado europeo —sonrió Anthony—. Lo mismo que Louis-Cesare.

—Ese punto aún está por discutir —objetó Mircea ásperamente, cosa que no era ninguna novedad para mí.

—Sí. Pero tú todavía no me lo has robado —objetó Anthony sin dejar de sonreír. La tensión en el despacho escaló cien puntos de repente—. Por lo tanto será juzgado por sus pares, no por su familia.

—¿Y quién lo defenderá? —exigió saber Mircea.

—La persona que él quiera —dijo Anthony, que entonces hizo un gesto con la mano hacia su compañero, un vampiro joven de melena larga y negra que le caía suelta sobre el traje gris—. Como maestro de Elyas, Jérôme naturalmente será el fiscal.

Entonces no era tan joven como aparentaba, pensé yo mientras me quedaba mirándolo. Jamás lo habría imaginado. Tenía unos ojos grandes casi exactamente del mismo color que el traje, rasgos casi femeninos, unas delicadas manos blancas y un aura de poder muy semejante a la del vampiro al que había clavado a la pared del baño en la discoteca de Ray. Apenas se distinguía junto al ardiente e infernal halo de Anthony; no era más que una velita junto a una buena hoguera.

Pero si él iba a hacer el papel de fiscal, entonces tenía que ser miembro del Senado. Así que ese halo de poder era una farsa. Debía de ser uno de esos escasos vampiros capaces de ocultar su verdadera fuerza. De no haber sabido nada acerca del tema lo habría confundido con un recién nacido, algo que podría haberme matado muy deprisa… si es que tenía suerte.

—¿Y tú? —exigió saber Mircea.

—Ah, ¿es que no te lo he dicho? —preguntó Anthony, cuya sonrisa se amplió ligeramente, mostrando en parte los colmillos—. Yo seré el juez.

Nadie se movió: nadie parpadeó siquiera. Pero yo sentí que el aire se helaba en mis pulmones. De pronto sentí un verdadero deseo de estar en cualquier otra parte.

Por suerte Anthony estuvo de acuerdo en eso último.

—Y ahora, si no os importa, nos gustaría disponer de las mismas ventajas con el cuerpo de las que habéis disfrutado vosotros.

Nadie tuvo nada que alegar a eso, así que nos retiramos a la sala contigua. En realidad yo solo lo intenté, porque un vampiro de mal humor me salió al paso y me sacó al pasillo. Christine nos siguió y abrió la boca para decir algo, pero al ver la cara de cabreo de Louis-Cesare se asustó.

—Creí que… que podía ir con vosotros dos —se apresuró ella a decir en francés.

Louis-Cesare la miró y su expresión se suavizó al instante.

—Sí, sí, por favor.

Lo dijo con bastante dulzura, pero a pesar de todo, ella salió corriendo por el pasillo. Lástima que yo no pudiera largarme con ella, pero Louis-Cesare me tenía atrapada entre la pared y su propio cuerpo.

—¿Qué bicho te ha picado ahora en el culo? —le pregunté yo en tono exigente.

—¿Quieres decir que por qué estoy enfadado? ¡Me parece evidente!

Tardé un segundo en captarlo, pero al final lo comprendí.

—¡Venga, vamos! ¿No estarás enfadado por…? ¡Tú me hiciste exactamente lo mismo a mí!

Louis-Cesare tuvo los huevos de mostrarse ofendido.

—Yo no te he hecho nada pareci…

Me quedé mirándolo.

—¿Entonces cómo llamas tú a eso? Me pegaste el timo encima de la mesa, me dejaste con el culo al aire y me robaste el petate. ¡Y la ropa!

Alguien hizo como que tosía. Alcé la vista y vi que la puerta del despacho estaba abierta y que el viejo vampiro se mostraba escandalizado.

—¿Pegarte el timo? —repitió Anthony, aparentemente encantado.

Mircea cerró los ojos.

Louis-Cesare dijo algo confuso en francés y me arrastró un poco más allá por el pasillo. Había un dormitorio vacío así que me empujó dentro, lo cual fue un esfuerzo completamente inútil. Porque a no ser que estuviera completamente insonorizado, los demás podían oírnos. Y dudo que Elyas se hubiera molestado en gastar un hechizo tan costoso en una habitación de invitados.

Pero a Louis-Cesare no parecía importarle.

—Me refería a Ǽsubrand. Tú sabías que estabas en peligro y sin embargo no me dijiste nada.

—¿Y por qué iba a decírtelo? No era asunto tuyo.

—Si alguien trata de matarte, desde luego que es asunto mío.

—¿Por qué?

Él no dijo nada, cosa que me cabreó. Estaba cansada y hambrienta y debía de haberme golpeado la muñeca herida en alguna parte, porque el pulso me temblaba cada vez que me latía el corazón. No estaba de humor para juegos.

—¿Por qué es asunto tuyo, Louis-Cesare?

—¡Tú sabes muy bien porqué!

—No, no lo sé. Yo no sé ni una maldita cosa. Puede que por una vez no estuviera mal que me lo deletrearas.

—Y tampoco estaría mal que vosotros dos aprendierais algo de discreción —dijo Marlowe medio siseando, que en ese momento entró en el dormitorio y cerró la puerta de golpe.

No contribuía mucho a crear más intimidad. Creo que sencillamente Marlowe estaba cabreado.

—Nos gustaría estar a solas —soltó Louis-Cesare.

—Me parece que vosotros dos ya habéis estado mucho a solas —contestó Marlowe, que nos miró alternativamente al uno y al otro—. No sé qué está ocurriendo aquí, aunque realmente tampoco quiero saberlo. Pero éste no es momento para darle a Anthony más municiones con las que disparar.

Louis-Cesare ni siquiera lo miró, pero sí preguntó:

—¿Qué te hizo?

—Quizá sea mejor que me lo ponga en una camiseta —dije yo, cruzándome de brazos—. No es asunto tu…

—Has estado haciéndolo todo con la mano izquierda durante toda la noche, ¿es por eso?

Un espadachín siempre se da cuenta de esas cosas.

Al ver que yo no decía nada, Louis-Cesare me atrajo hacia sí y comenzó a tocarme con las dos manos. Como si no lo hubiera hecho ya bastantes veces esa noche.

Yo estaba a punto de apartarle la mano cuando Marlowe se me adelantó. Los ojos de Louis-Cesare, por lo general de un azul brillante, se tornaron de un tono gris como el acero: fríos, inexpresivos y peligrosos.

—Cuidado, Kit.

—No soy yo quien tiene que tener cuidado. ¿Te has vuelto loco? ¡Ella es una dhampir! —exclamó Marlowe exactamente con el mismo tono con el que en la época medieval se hablaba de los leprosos en Europa.

Y la comparación era justa, ya que era eso precisamente lo que Marlowe quería expresar.

No sé qué podría haber ocurrido después, porque ambos hombres rebosaban de una energía vibrante y ninguno era de los que se echan atrás. Pero entonces Mircea entró en el dormitorio.

—Tu cónsul quiere hablar contigo —le dijo en voz baja a Louis-Cesare.

Louis-Cesare maldijo entre dientes y abrió la boca para decir algo, pero Mircea alzó una mano.

—Creo que de momento ya tenemos bastante. Provocar a un hombre sin motivo alguno sería una tontería, ¿no piensas tú lo mismo?

Aparentemente Louis-Cesare sí razonaba en ese momento y pensaba exactamente lo mismo, porque se marchó después de lanzarme una miradita que venía a decir que no había terminado conmigo. Apenas había salido del dormitorio cuando Marlowe dio la vuelta alrededor mío.

—¿A qué demonios de juego estás…?

—Kit. Creo que esta noche ya le hemos proporcionado divertimento suficiente a Anthony, ¿no te parece? —lo interrumpió Mircea.

—¡Más de lo que hubiera querido! ¿Sabes que esto va a…?

—Sí. Lo hablaremos dentro de un momento.

Marlowe me lanzó una última mirada airada y se marchó. Yo habría salido del dormitorio inmediatamente después de él pero Mircea me bloqueó el paso. Y no dio muestra alguna de querer quitarse de en medio.

—¿No crees que es hora de que hablemos? —me preguntó con una sonrisa.