La sala principal de la discoteca seguía repleta, pero no vi a Louis-Cesare entre la gente que bailaba. Yo no había tardado más que unos minutos en salir de la parte de atrás, pero a una persona capaz de moverse tan rápido como el viento le basta con eso. Además probablemente tenía una ruta de escape previamente preparada.
La sorpresa fue que los hombres de Cheung parecían haberse ido también, probablemente para iniciar una persecución inútil. Los pocos vampiros que quedaban arremolinados alrededor de los chicos de Raymond parecían confusos y perdidos, y ninguno de ellos trató siquiera de impedirme que me marchara. No parecían ni saber que ése era su deber.
Supongo que todavía no habían comprobado el estado del baño.
Fuera, la lluvia que había estado cayendo durante toda una semana había convertido la calle en un brillante espejo negro que reflejaba las manchas rojas de los faroles instalados al borde del tejado del edificio de la discoteca, la señal electrónica verde de la tienda de al lado y el Buda amarillo intermitente de la acera de enfrente.
Pero yo no era una completa estúpida, así que había marcado a Louis-Cesare cuando estábamos en la discoteca. Según mi encantamiento él estaba a tres calles de allí y se movía a toda prisa. Pero yo me moví más deprisa y alcancé el encantamiento en una esquina… atado al collar de un perrito perdido.
—¡Muy gracioso, listillo! —musité yo, volviendo sobre mis pasos.
Los olores me resultaron tan poco útiles como la vista o la magia. Había demasiados aromas compitiendo los unos con los otros: los del jengibre y el ajo de un tipo que vendía alitas de pollo, el olor del incienso que salía de una tienda flotando por el aire, el de un motor caliente y el de la basura. Y para empeorar un poco más las cosas seguía lloviznando pero solo por algunos sitios, de manera que algunos trozos del paisaje estaban brumosos como si alguien hubiera estado utilizando una goma de borrar.
Después de quince minutos tuve que admitir mi derrota. La mayor parte de los dhampirs tienen los sentidos muy finos, y desde luego mi sentido del olfato es considerablemente más agudo que el de los humanos. Pero no podía seguir a Louis-Cesare a través de la mezcla de olores de Chinatown. Él se había marchado sin dejar rastro, y la culpa era mía. Lo había dejado salir por aquella maldita puerta sin tratar de detenerlo siquiera.
Me incliné sobre una puerta ondulada y esperé a que el ritmo de mi corazón se hiciera más lento. Pero no pareció dispuesto a hacerme caso. ¡Maldita sea! Yo jamás me había colado por un tipo, ni siquiera recordaba la última vez que había sido tan estúpida.
No, o sí. Claro que me acordaba de la última vez que me las había visto con el jodido Louis-Cesare.
Fruncí el ceño de mal humor. Louis-Cesare podía ser un príncipe en Europa, pero aquél era mi territorio, los alrededores de mi casa. Y no tendría más remedio que aprender por las malas que no podía llegar aquí y follar conmigo sin atenerse a las consecuencias. Raymond en comparación tendría buen aspecto cuando terminara con él.
Aunque por otro lado quizá no. Porque el pobre Ray tenía un aspecto un tanto desagradable cuando por fin logré localizar su cuerpo, acurrucado en posición fetal y encaramado todavía sobre el tejado del edificio junto a la discoteca. Había perdido la camisa y un zapato, y tenía los pantalones sucios y manchados de sangre. Y por un segundo casi olvidé que también había perdido la cabeza.
No me oyó llegar, cosa que no era de extrañar teniendo en cuenta que a esas alturas sus oídos debían de estar ya probablemente en la otra punta de la ciudad. En cuanto le puse una mano encima dio un brinco y comenzó a balancearse violentamente. Yo agaché la cabeza, pero por supuesto él no me vio y simplemente siguió. Y eso fue un problema porque estaba a un paso de caerse del edificio de tres pisos.
Coloqué una mano en su cinturilla y tiré de él para apartarlo del precipicio antes de descubrir hasta dónde llegaba la resistencia del cuerpo de un vampiro. Cayó de golpe sobre mí y yo volví a empujarlo al otro lado del tejado. Entonces él captó algo.
—¡Basta ya! A menos que quieras perder unas cuantas partes más de tu cuerpo —le dije yo.
Pero inmediatamente me acordé de que no podía oírme.
Él sacudió las manos como si se hubiera quemado y después se quedó completamente quieto.
Yo también me quedé quieta. Se me acababa de ocurrir una idea completamente nueva.
—Siéntate —le dije a Raymond.
El cuerpo me obedeció amablemente. Dobló las rodillas y aparcó el trasero al borde del tejado. Las piernas le colgaban al vuelo sobre el patio igual que si fuera un niño pequeño. Un niño pequeño sin mucha cabeza y bañado en sangre y vísceras, pero un niño.
Aunque había otras explicaciones, me dije a mí misma en silencio. Puede que él hubiera dejado de manosearme al darse cuenta de quién era; puede que se hubiera sentado simplemente porque se sentía débil después de perder tanta sangre. Quizá yo estuviera malinterpretando por completo la situación.
—Levanta el brazo derecho si me oyes —dije yo.
El brazo se alzó amablemente en respuesta.
O quizá no.
Le di unos golpecitos a mi chaqueta prestada, pero solo encontré algo de dinero suelto, unas cerillas y medio paquete de cigarrillos. Sin embargo Ray llevaba un móvil en el bolsillo, aunque no parecía muy dispuesto a prestármelo.
—¿Por qué? —le pregunté, pegándole en las manos—. No es que tú vayas a usarlo.
Él me sacó el dedo corazón, levantándolo hacia arriba.
Yo no le hice caso y marqué un número que no venía en su agenda. Tardé un minuto en conseguir hablar porque al otro lado estaban celebrando algún tipo de fiesta. Y porque los empleados me odian.
—Con el senador Mircea Basarab —repetí por cuarta vez varios minutos más tarde.
—Lord Mircea no desea ser molestado —me informó otra arrogante y desdeñosa voz—. ¿Quieres dejar un mensaje?
—Sí. Dile que su hija está al teléfono. Y que si no atiende a mi llamada, voy a tirar el cuerpo que él quiere al río.
Oí murmullos de fondo, pero no hubo respuesta. Sin embargo el vampiro número cuatro todavía no había colgado. Más ruidos de fiesta: música, risas y el repicar amortiguado del cristal fino. Y después una voz que resultó más bella que las otras cuatro.
—Dorina, ¿estás bien?
Era de lo más injusto lo que los vampiros podían hacer con la entonación de la voz. Sobre todo este vampiro en concreto. Lo expresaba todo: cariño, preocupación, amor. Todo en una sencilla frase que no era más que una mentira. Estaba contento porque pensaba que yo tenía a Ray. Pero cuando se enterara de que la parte de Ray que yo tenía no hablaba, entonces cambiaría de humor.
—¿Y por qué no iba a estarlo? —pregunté yo.
Mi propia voz me sonó estridente en comparación.
—Llamas con un teléfono cuyo número no consta en nuestros archivos como tuyo.
—Sí, bueno, ha habido una pega.
—¿Necesitas ayuda?
—Lo que necesito son respuestas. Según parece hay unas cuantas cosas que ni siquiera yo sé acerca de los vampiros.
—¿Como por ejemplo?
—Digamos, por ejemplo, que hay un maestro de quinto nivel que ha perdido la cabeza…
—Supongo que lo dices literalmente hablando —~me interrumpió él con una voz seca.
—… y digamos que dicho apéndice ya no está por esta zona…
—¿Se ha perdido?
—Estaré encantada de hacerte un informe más tarde. Ahora necesito saber por qué un cuerpo sin cabeza sigue oyendo y obedeciendo órdenes.
—No debería.
Los ruidos de fiesta cesaron, así que me figuré que él se había marchado a otro sitio más íntimo para hablar. Bien. Puede que incluso estuviera dispuesto a desembuchar un par de cosas o tres para variar.
—Bueno, puede ser, pero la evidencia empírica sugiere lo contrario.
Por un momento guardó silencio mientras reflexionaba. Dudo que sintiera ninguna vergüenza por haber engendrado a un monstruo que iba matando a los de su especie, pero solo porque ese sentimiento en particular no formaba parte de su repertorio. Y sin embargo evitaba contarme cualquier circunstancia que pudiera facilitarme el trabajo. Probablemente tenía miedo de que algún día yo utilizara esos conocimientos contra él.
Era un hombre inteligente.
—El cuerpo de un vampiro está conectado a un nivel físico igual que el humano —me dijo él por fin—. Pero también tenemos una conexión metafísica con nuestra forma corporal que no es tan fácil de cortar.
—Así que, metafísicamente hablando, ¿todavía tiene cabeza?
—Sí. Por supuesto su percepción sensorial habrá disminuido mucho y cuanto más tiempo pase, peor. Sin embargo es posible mover los brazos y las piernas y obedecer órdenes durante un tiempo a pesar de estar separado de…
—Eso ya lo sé —lo interrumpí yo. Tenía que saberlo. A lo largo de los años me habían atacado bastantes cuerpos sin cabeza—. Lo que necesito saber es si el cerebro puede enviarle al cuerpo algo que no sea simplemente unas cuantas señales a un grupo de músculos. ¿Puede transmitirle información, como por ejemplo dónde está?
—Eso es lo que estoy tratando de decirte —dijo Mircea, cuya voz sonó ligeramente molesta. Ningún vampiro se atrevía a interrumpirlo como yo. Yo era un verdadero tormento para él—. El lazo metafísico se tensa en exceso si falta el lazo físico. Y antes o después acaba por desvanecerse por completo, por lo general en torno a una semana después con ese nivel de poder…
—¡Eso también lo sé! ¡Lo que yo quiero saber es si puede dibujarme un jodido mapa!
—… y lo primero que deja de funcionar son las funciones cerebrales superiores.
¡Mierda!
—Así que nada de mapas.
—Estando como está me sorprende que pueda moverse. Sin embargo puede que todavía nos sea de alguna utilidad. La conexión será tanto más fuerte cuanto más cerca estén las dos partes seccionadas. El cuerpo funciona como una especie de contador Geiger; su fuerza y coordinación te informa acerca de la proximidad de tu objetivo.
—¿Entonces cuanto más cerca, más energía tendrá el cuerpo y cuanto más lejos, más aletargado?
—Básicamente. ¿Cómo está de animado?
Bajé la vista hacia Ray, que me había confiscado los cigarrillos. Se las había arreglado para encender uno sin hacer una barbacoa consigo mismo y en ese momento se lo estaba fumando a través del agujero del cuello. Comprendo que a veces uno siente la necesidad de un relajante nervioso, pero…
—Está bastante animado.
—Entonces la parte que le falta sigue estando en Manhattan. Dame tu dirección. Te mandaré a un equipo de rastreo.
No respondí porque en ese momento tres vampiros entraron en el patio y comenzaron a mirar a su alrededor. No eran gente de Ray; pude sentirlo por la energía que desprendían incluso a la distancia a la que estaba, lo cual significaba que eran maestros. Peor aún: al menos dos de ellos eran sabuesos.
Los dos que estaban situados de frente comenzaron a olisquear el aire con la boca abierta de un modo casi cómico, ganándose el mote por un momento. Pero el asunto en realidad no tenía ninguna gracia. Los sabuesos, esos vampiros con un sentido del olfato tan extraordinario, eran de las pocas criaturas que tenían alguna posibilidad de seguirle la pista a Louis-Cesare a través del paisaje de olores de la ciudad.
O de descubrir el rastro de la otra mitad de Ray.
Casi como si me hubiera oído, el vampiro jefe alzó la cabeza y olió profundamente el aire. Un segundo más tarde unos brillantes ojos negros me miraban directamente a las pupilas.
—¿Dorina? —me llamó Mircea.
Su voz fue como un cosquilleo estático en mi oído.
—No hay tiempo.
—¿Qué ocurre?
—Sabuesos.
Cerré el teléfono de sopetón y remolqué a Ray por todo el tejado. El otro lado del edificio daba a la calle, que en ese momento estaba vacía. No seguiría así mucho tiempo. Aunque por otro lado, para cuando consiguiera bajar el tambaleante cuerpo los tres tramos de escaleras, los tendríamos a todos encima.
Según parecía al final sí que íbamos a tener que comprobar hasta qué punto llegaba la resistencia del cuerpo de un vampiro.
Esperé a verlos salir al patio por la puerta de la discoteca y desaparecer dentro del edificio sobre el que estábamos nosotros. Debian de haber dejado a alguien en la calle, quizá a unos cuantos. Pero eran solo tres y a esas alturas tenían que saber quién era yo.
De vez en cuando las leyendas son útiles.
—¡Eh!, Ray, el próximo paso va a ser un gran paso —le pronostiqué yo.
Acto seguido lo tiré del tejado.
Aterrizó sobre el techo de un antiguo Impala de color tostado aparcado en la curva. Rompió la ventanilla y le hizo un agujero al techo con una pierna. Fue una suerte, porque yo no tenía tiempo para forzar la cerradura. Yo aterricé con un fuerte golpe en la acera a su lado, reprimí un gemido al sentir que me torcía el tobillo, tropecé con el coche y ayudé a Ray a sacar la pierna de allí de un tirón.
Alcé la vista y vi tres rostros furiosos, mirándonos desde el tejado. Se preparaban para saltar mientras Ray rodaba por el techo del coche e intentaba desesperadamente abrir la puerta de su lado. Yo metí un brazo por el agujero del techo y abrí la cerradura de mi puerta. Estaba a punto de abrir la de él, cuando Ray rompió su ventanilla y entró a través del bosque de cristales rotos.
Cada cual a su modo.
No es que a mí me faltara destreza en el delicado arte de robar coches. Ni siquiera bajo la tensión del estrés. Siempre y cuando tuviera las herramientas apropiadas, claro. Había cargado con ellas solo por si acaso, pero las llevaba en el petate junto con el resto de las cosas. Mientras me esforzaba como una loca por arrancar el coche, le añadí otra marca mentalmente al nombre de Louis-Cesare en la columna de las deudas pendientes.
Una bala taladró el asiento junto a mi oído izquierdo. Saqué la Glock, le coloqué un cargador nuevo y la puse en las temblorosas manos de Ray.
—Trata de no dispararme a mí o al coche —le dije mientras agachaba la cabeza por debajo del salpicadero.
Los vampiros debieron de aterrizar directamente en formación alrededor del coche, formando una uve, porque comenzaron a llegarnos balas desde tres direcciones distintas al mismo tiempo. Ray les devolvía el fuego con brutalidad, pero a tenor de cómo iban saliendo las cosas, debía de estar acertando en varias bolsas de basura, en el parabrisas del coche de la acera de enfrente y en la farola. Dudo que eso hiriera en lo más mínimo a los vampiros, pero no obstante se echaron atrás, esperando a que se acabaran las municiones. Puede que las balas no maten a los vampiros, pero a nadie le gusta que le disparen. Y supongo que pensaban que tampoco íbamos a ninguna parte.
En realidad ése era un punto de vista que yo comenzaba a compartir con ellos. Manipulaba cables sin las herramientas apropiadas y trataba de no electrocutarme. Entonces Ray comenzó a darme manotazos. Alcé la vista y vi cómo me decía por señas que necesitaba otro cargador. Sacudí la cabeza.
—¡Están en la maldita bolsa!
Él volvió a darme un manotazo de pura rabia y luego empezó a tirar cosas por el agujero del techo. El coche debía de servir de almacén y puerta trasera de una de esas infames tiendas de Chinatown, porque en el asiento de atrás había varios estuches con copias de DVD, bolsos falsos de Gucci y una enorme caja con pipas de agua de cristal. Ray lo lanzó todo por el agujero y arrojó también un buen trozo del mismo asiento, pero no bastó. Uno de los vampiros atravesó el parabrisas con el puño y agarró a Ray.
El vampiro trató de sacar a Ray a través de la ventanilla rota, pero yo lo sujeté por la cinturilla y tiré de él en sentido contrario. Entre los dos estirarnos los pantalones caqui de diseño de Ray, que finalmente se desgarraron de arriba abajo justo por el centro como si fueran los pantalones de un estriper profesional; nos quedamos cada uno con una mitad mientras Ray mostraba su bóxer de satén rojo en cuya entrepierna ponía «¿Es hoy tu día de suerte?».
—Pues realmente no —dije yo.
Le di un puñetazo al vampiro en la cara.
Se tambaleó hacia atrás, pero los otros dos ya se habían dado cuenta de que nos habíamos quedado sin municiones. Me refiero a municiones de todo tipo. Así que se lanzaron sobre nosotros. Uno de ellos se introdujo por el agujero del techo y agarró a Ray, pero esa vez por los brazos. Y yo tuve que luchar por desbloquear el eje de la dirección del coche con una sola mano y con un simple cuchillo, nada menos, mientras con la otra retenía a Ray agarrándolo del vello de una pierna.
Todo habría sido más fácil si él no se hubiera revuelto como un loco, temiendo acabar exactamente igual que sus pantalones. Yo recibía patadas constantemente en la cabeza, lo cual tampoco contribuía a mi concentración. Y para colmo las cosas empeoraron otro poco más al abrirse de golpe las puertas de la discoteca y comenzar a salir vampiros a borbotones.
Sólo que en lugar de atacarnos a nosotros se lanzaron sobre los hombres de Cheung. Según parecía, el gran jefe había olvidado ordenarles a los chicos de Ray que no lo ayudaran, y una de las prioridades fundamentales de todo vampiro es proteger a su maestro. No es que fueran contrincantes comparables con aquellos vampiros sénior, pero sí se las apañaron para superar a uno de ellos simplemente por la fuerza del número. Solo que por desgracia no fue al que tiraba de Ray.
Por fin conseguí desbloquear la dirección, pero no podía arrancar el maldito motor del coche y seguir sujetando a Ray al mismo tiempo. Entonces alguien le empotró el gato en la cabeza al dichoso vampiro, que comenzó a tambalearse hacia atrás. Arranqué el coche y cuando el maestro volvió a lanzarse sobre el parabrisas por segunda vez, lo atropellé.
Pero por supuesto eso solo sirvió para cabrearlo. Vi a otro de los vampiros correr hacia un Mercedes cupé azul oscuro aparcado al final de la calle. Los chicos de Ray no conseguirían retenerlo durante mucho tiempo sin quedar hechos picadillo.
—Abróchate el cinturón —le dije a Ray al tiempo que aceleraba a fondo.
Me concentré en alejarnos lo más posible de la discoteca. Ray hurgaba por la guantera. Arrojó una linterna por la ventana y luego hizo lo mismo con un indicador de la presión de las ruedas. Sin embargo se quedó con un bolígrafo. Patiné en una esquina al llegar a la calle Canal y entonces él comenzó a pincharme con el bolígrafo en la pierna. Con fuerza.
—¡Deja ya eso! —exclamé yo.
Traté de quitárselo, pero él echó la mano hacia atrás y comenzó a moverla y a dar vueltas con ella. Tardé un segundo en darme cuenta de que hacía los movimientos que se hacen al escribir.
Se me ocurrió esa extraña idea y comencé a buscar un papel, pero no había ninguno a mano. Sin embargo encontré un mapa antiguo de Nueva York en el bolsillo trasero del asiento. Se lo di para que se pusiera a hacer garabatos mientras trataba de borrar nuestro rastro y alejamos lo más posible. Me aferré a la vana esperanza de que él rodearía con un círculo el lugar en el que estaba la parte que le faltaba.
Ray apuñaló el mapa con toda la coordinación que se puede esperar de un niño de dos años. Y por fin me ofreció su obra maestra cuando nos detuvimos ante un semáforo en rojo. Las líneas serpenteaban y se inclinaban como si las hubiera dibujado un diestro al que le hubieran obligado a escribir con la mano izquierda. Pero sin duda se trataba de palabras.
Le quité el mapa de las manos y lo alcé delante del parabrisas. «Te odio».
—¿Puedes escribir?
Me quedé mirándolo incrédula. Ya podía estar esperando a que Mircea me revelara secretos comerciales.
—¿Y entonces por qué no me dices dónde estás?
Ray cogió el reverso del mapa y laboriosa y artísticamente escribió otra frase en el margen: «¡No lo sé!».
—¿Qué quieres decir con eso de que no lo sabes? ¡Tendrás que ver algo! ¡Un cartel de una calle, un nombre de una tienda, algo!
«Está oscuro».
—¿Qué narices quieres decir con que está oscuro? ¡Eres un vampiro! ¡Puedes ver de noche!
«¡No dentro de una bolsa de lona!».
—Una bolsa con un agujero —le recordé yo con impaciencia—. ¡Mira a tu alrededor!
«¿Para ver qué? ¡Estoy en un maletero!».
Pruncí el ceño.
—¿Un maletero de un coche? ¿Te estás moviendo?
«NO».
—Entonces dime qué oyes. Qué hueles. ¡Algo!
«No hay ruidos. ¡Y lo único que huelo son tus calcetines sucios!».
Genial. No había muchos lugares que estuvieran en un silencio total para el fino sentido del oído de un vampiro, ni siquiera para un vampiro mutilado. Así que estaba en un garaje cerrado y probablemente bajo tierra. Lástima que en Manhattan solo hubiera alrededor de mil garajes de ésos.
—¡Inténtalo otra vez! —insistí yo—. Disponemos de una semana, ¿te acuerdas? Luego tú y yo estaremos…
El coche que teníamos detrás tocó la bocina y Raymond y yo respondimos simultáneamente sacándole el dedo corazón levantado hacia arriba. Un segundo más tarde el interior del Impala se iluminaba con una llamativa luz estroboscópica. Miré por el retrovisor y confirmé que sí, acababa de hacerle un gesto insultante con el dedo a un policía. Al menos llevábamos los cinturones de seguridad, pensé mientras pisaba a fondo el acelerador.
El poli salió del coche antes de que yo despegara, lo cual me concedió unos segundos mientras él volvía a su vehículo. Invertí ese tiempo en llamar por teléfono.
—¿Te acuerdas de esa ayuda que me ofreciste? Pues ahora sería un buen momento —dije yo cuando, milagro de entre los milagros, Mircea contestó personalmente al teléfono.
—¿Dónde estás?
—Me dirijo al sur por Mott. Con un poli pegado a los talones.
—¿Un policía humano?
—¡Sí!
—¿Y eso constituye una emergencia?
—Lo es si atrae la atención sobre nosotros —siseé yo.
Un Mercedes cupé oscuro dio una vuelta de ciento ochenta grados para cambiar de sentido bruscamente y seguir al poli.
Detestaba tener siempre la razón, pensé mientras aceleraba a fondo.
—Ya me inventaré algo —dijo Mircea con una voz que comenzaba a crisparse—. No pierdas la comunicación.
El poli encendió la sirena al entrar yo a toda velocidad en Hester. Él también tomó la curva muy cerrada, sin duda porque estaba llamando por radio para pedir refuerzos. Y por si me cabía alguna duda de quiénes iban en el cupé, el coche no se despegó del trasero del poli. Por fin Mircea volvió a llamar por teléfono y me dio una serie de direcciones tan complicadas que logró desorientarme en menos de cinco minutos. Mis perseguidores, en cambio, no se perdieron.
—Ahora oigo varias sirenas —señalé yo.
—No por mucho tiempo.
Apenas había terminado Mircea de decirlo cuando se oyó el rugido de una enorme furgoneta que salía de una avenida. Yo conseguí patinar sobre la acera aunque sacrifiqué el parabrisas frontal al golpear una boca de incendios. El poli no tuvo tanta suerte. A juzgar por el ruido que hizo debió de pisar el freno, pero a pesar de todo chocó directamente contra un lado de la furgoneta. El cupé lo golpeó por detrás y las fuerzas unidas de ambos empujaron la furgoneta contra la acera y se llevaron por delante una tienda de caramelos.
—De haber sabido que eras tan eficiente te habría pedido ayuda antes —le dije yo a Mircea.
—Tú no sueles necesitarla —dijo él en un tono de voz suave, que no obstante sonó a reproche.
—¡Ni tampoco suele atacarme la familia!
—¿Quién te ha atacado? —preguntó Mircea bruscamente.
—El chico de ojos brillantes de Radu. Podías haberme dicho que LouisCesare estaba implicado en este asunto.
—No estaba informado.
La voz de Mircea parecía sugerir que alguien iba a pagar caro ese pequeño lapsus.
—Aquí están pasando muchas cosas —añadí yo tensa.
—¿A qué te refieres en concreto?
—No creo que sea una coincidencia que tres maestros de primer nivel de tres Senados diferentes estén de repente profundamente interesados en hablar con…
—¡Dorina!
—… cierta persona precisamente la misma noche. Aquí ocurre algo que tú no has querido molestarte en contarme.
Aunque tampoco es que eso fuera ninguna novedad.
—Se suponía que era un trabajo fácil. No hacía falta que te enteraras de nada.
—¡Ah, no! ¡No, no, no! ¡No es así como trabajo yo! Si voy a cortarle la cabeza a un friki, quiero saber por qué. Si quieres obediencia ciega, manda a uno de tus chicos.
De pronto se me ocurrió preguntarme por qué no había mandado a uno de sus chicos en lugar de a mí.
—Tú haces trabajos como free lance para mucha gente —dijo Mircea antes de que yo pudiera formular la pregunta—. Por eso no podían relacionarte conmigo tan fácilmente como a cualquiera de mi establo.
—Detesto que hagas eso —dije yo.
—¿Hacer qué?
—Contestar a mis preguntas antes de que te las haga. Hace que parezca como si nuestras conversaciones estuvieran planeadas de antemano y tú estuvieras simplemente esperando a que yo me pusiera al día.
—Si fuera así, no acabaríamos discutiendo la mayor parte de las veces.
—Pero la mayor parte de las veces discutimos por este tipo de cosas. Empieza a confiar en mí y a decirme la verdad, o llama a otra persona.
—Te explicaré la situación después, si quieres —contestó Mircea. Traducción: es tan fea y complicada, que no quiero hablar de ella por teléfono—. ¿Mencionó Louis-Cesare qué interés tenía él en este asunto?
—No estaba muy charlatán. Pero probablemente el mismo interés que tú. Sea cual sea.
Mircea se quedó en silencio por un momento y finalmente dijo en voz baja:
—Espero sinceramente que no.
Era realmente alucinante lo que podían hacer con las voces, pensé yo mientras sentía cómo se apoderaba de mí un escalofrío. No era capaz de traducir aquel tono de voz en particular porque no lo había oído antes jamás. Pero sonaba bastante a algo así como: «detesto tener que matar a alguien de la familia».
—¿Cómo?
—Aparca el coche. Mis hombres te localizarán y te ayudarán en la búsqueda.
Traducción: tengo lacayos leales que se harán cargo del asunto y encontrarán a Louis-Cesare, porque puede que a ti no te guste lo que tengo pensado hacer con él.
Me quedé mirando el aparato telefónico un momento. Le debía una reprimencla a Louis-Cesare y tenía toda la intención de echársela. Pero una cosa era eso y otra muy distinta echarlo a los leones. Aquel asunto era personal y mientras nadie se molestara en darme una razón en contra, el asunto seguiría siendo personal.
—Lo siento, pero no te he entendido —dije yo.
—¡Dorina! Aparca el coche a un lado y espera a que…
—Volveré a llamarte —le dije yo.
Tiré el móvil por la ventana para que no pudiera utilizarlo para localizarme.
Según parecía estábamos solos.