Todo iba bien hasta el momento en que le corté la cabeza.
Ese tipo de hechos suele provocar un sobresalto tal que la gente se queda muda, pero en esa ocasión no fue así. El vampiro siguió agitando los brazos inútilmente, sus mocasines de piel de cocodrilo dejaron rayas en el suelo del baño y su cabeza separada del cuerpo gritó «salvaje asesina». Genial.
Le metí un montón de toallitas de papel en la boca y me apresuré a salir por la puerta. Por suerte parece que el ritmo del pinchadiscos sonaba tan fuerte que ensordecía incluso los oídos de los vampiros, porque ninguno de los gorilas vestidos de negro corrió a auxiliar a su jefe. En el corto pasillo que conducía al baño solo había una pareja montándoselo y un tipo esperando para entrar.
—Éste es sólo para los empleados —le dije yo—. Hay otro para los clientes a la entrada.
—Sí, pero hay cola. ¿Es que no podéis iros a una habitación o algo así?
—Lo siento.
El tipo trató de asomar la cabeza por la rendija de la puerta.
—Me ha parecido oír un grito.
—Es que me estoy portando mal con él.
Entonces se fijó en mis pantalones de cuero negro, mi corpiño y mi chaqueta corta escogida especialmente para tener soltura durante las limpiezas, y esbozó lentamente una sonrisa.
—No me importaría que te portaras mal conmigo también.
—¿Sabes? Estoy convencida de ello.
Volví dentro y vi que el cuerpo estaba tanteando el suelo con las manos, tratando de localizar la pieza que le faltaba. Pero yo no podía permitírselo porque las partes recién cortadas de un vampiro a menudo pueden volver a unirse. Recogí la cabeza agarrándolo por los pelos negros de punta y la arrojé al lavabo.
Durante el forcejeo se me había caído el cuchillo al suelo, un bowie de veinticinco centímetros de largo. Lo limpié tranquilamente, concediéndole tiempo al vampiro para que fuera haciéndose a la idea de la nueva situación. Había terminado cuando él consiguió por fin escupir el montón de toallitas de papel.
—¡Me has cortado la cabeza!
En sus ojos azules había sorpresa e ira a partes iguales.
Los dos contemplamos sus restos, que aún se retorcían. Por supuesto que al cuerpo le faltaba la cabeza, pero era extraño porque también carecía de sangre y vísceras. Los corazones de los vampiros no laten a menos que estén tratando de parecer humanos, así que por suerte no les sale nada a borbotones. Yo tenía unas cuantas gotas de sangre en la chaqueta pero no se notaban mucho al ser de piel. Casi todo el resto de la sangre formaba un charco bajo el cuerpo, con lo cual la escena tenía un aspecto extrañamente prístino.
Eché otro vistazo al lavabo y me di cuenta de que la cabeza me miraba de mal humor. Según parecía el sentimiento de ira había vencido.
—¡Eres una hija de puta y estás loca! ¡No puedes entrar en mi discoteca así, sin más, y…!
—Me llamo Dory.
—¡… y cortarme la cabeza! ¿Tienes idea de quién soy?
—Por supuesto.
—Porque cuando te… —continuó el vampiro, que entonces parpadeó confuso—. ¿Qué?
Saqué el expediente de mi petate.
—Siempre me alucina que todo el mundo piense que mato por placer.
—¿Y no es por eso?
—Bueno, no es solo por placer.
Doblé la portada del expediente para enseñarle la foto que había sujeta con un clip a los papeles que había dentro.
El vampiro tuvo que forzar la dirección de la vista para enfocar la imagen de su propio rostro enjuto, de su enorme nariz y de su expresión hosca.
—¿Te han pagado para que me mates?
—Si fuera así ahora estarías muerto.
—Y entonces, ¿cómo cojones llamas a esto?
—Un inconveniente temporal. Un maestro de quinto nivel puede sobrevivir una semana sin cabeza.
—¿Y cómo sabes que yo soy maestro de quinto nivel? —siguió preguntando el vampiro con arrogancia.
Probablemente había estado contándole a la gente que era de tercer nivel o algo así. Hay algunos casos en los que los vampiros pueden ocultar su verdadero nivel y fingir ser más fuertes o más débiles de lo que son. Pero no era el caso de aquel gracioso.
—Porque está en el expediente —le contesté yo con paciencia—. Eso por no mencionar que un maestro sénior no estaría mirándome de mal humor mientras se desangraba. Estaría…
Súbitamente el cuerpo sin cabeza dobló la pierna izquierda formando una uve, me tiró al suelo y me agarró por el cuello con una mano. Yo le clavé un cuchillo en el pecho por debajo de las costillas y lo dejé sujeto al suelo de linóleo. En lugar de tirar del arma e internar clavármela a mí, las manos cayeron al suelo, a los lados, como si fuera un pez al que hubieran sacado del agua.
Sin duda era de quinto nivel.
Abrí el expediente.
—Raymond Lu. Nacido en l622, fruto de un revolcón en la playa entre un marinero holandés cachondo y la indonesia más tonta del pueblo.
—¡Fue una unión por amor!
—Claro —confirmé yo, mientras daba un paso atrás para evitar que se me mancharan las botas de sangre—. A duras penas te ganaste la vida a partir de entonces formando parte de la banda de piratas más inepta que ha surcado jamás los mares, y te transformaste en vampiro porque se te ocurrió robarle al tipo que no debías.
La cabeza dijo algo, pero resultó indescifrable porque se había escurrido por el lavabo y había acabado con la nariz contra el desagüe. La saqué y la coloqué junto al grifo. Su forma de darme las gracias consistió en tratar de darme un mordisco en el pulgar.
—Hoy en día te haces pasar por un respetable hombre de negocios chino a pesar de que ni eres respetable ni eres chino, y tu negocio consiste en hacerle los recados a la versión no muerta de la mafia de Hong Kong.
—Es mi forma de ganarme la vida.
—No por mucho tiempo. Has sido un chico muy malo, Raymond. El Senado quiere tener una charla contigo.
—¡Espera! ¿Trabajas para el Senado?
La cabeza esbozó una expresión casi de alivio. Era extraño, porque por lo general el Senado solía hacer temblar a todos los vampiros.
—Trabajo como free lance —le informé yo.
—¡Pero tú eres una dhampir!
—Tal y como tú has dicho, es mi forma de ganarme la vida.
—¡Bien! Creía que… No importa.
Abrí la cremallera del compartimento principal de mi bolsa.
—Vamos a ir a ver al senador que está a cargo de los asuntos relacionados con los feys. Tiene que hacerte unas preguntas sobre ese portal ilegal a Fantasía que has estado dirigiendo.
—No sé de qué estás hablando.
—Seguro que no. La gente entra y sale sin parar y algunos de ellos se marchan con armas feys muy feas. Tú nos cuentas dónde está ese portal, nosotros lo volamos y todos felices.
—¡Pero yo seguiré sin cabeza!
—Hay personas que pueden arreglar eso… suponiendo que tengas todas las partes necesarias. Yo voy a dejar el cuerpo aquí. Estoy segura de que tus chicos cuidarán bien de él. Y mientras tú sobrevivas, tú y tu cuerpo podréis reuniros felizmente dentro de un par de…
De pronto un joven y guapo chico asiático entró por la puerta, a la que le dio tal golpe que le reventó el pestillo. Vestía unos vaqueros negros, botas y la camisa de gorila, pero esta última la llevaba suelta por detrás para ocultar un arma a la espalda. Abrió la boca para decir algo, pero al final se quedó callado y boquiabierto. Sus ojos se desviaron del cuerpo que estaba en el suelo a la cabeza colocada sobre el lavabo y por último, de nuevo, al cuerpo.
—¡No te quedes ahí! —farfulló Raymond—. ¡Mátala!
El vampiro se sobresaltó al oír una voz procedente de la morbosa cabeza. Sus ojos volvieron a hacer toda la ronda, buscando el objetivo al que tenía que atacar. Pero pasaron por encima de mí sin hacer siquiera una pausa. Me vio, pero supuso que yo era humana, lo cual me colocaba en la misma categoría que el portarrollos del papel higiénico.
Le hice un gesto con la mano.
—Soy dhampir —añadí amablemente.
Él parpadeó y finalmente se fijó en mi rostro. Captó la delicadeza de los rasgos heredados de mi madre humana, los hoyuelos de origen incierto dentro de mi acervo genético y mi altura, que no es nada del otro mundo.
—¡Imposible! —gritó él, casi ofendido.
—No, en serio.
—¡Pero no pareces una dhampir!
—¿Has conocido a alguna?
—No, pero… una dhampir tendría que ser más alta. Y deberías tener cola.
Por un segundo sus ojos se desviaron hacia abajo y pareció casi desilusionado al ver el aspecto humano de mi culo.
—Eso es un mito —le dije yo amablemente.
Él seguía demostrando escepticismo, así que le enseñé por un instante mis colmillos. En mi especie son solo un vestigio porque nosotros no bebemos sangre, pero logró hacerle llegar el mensaje. Abrió los ojos inmensamente, dio un paso atrás y por fin comprendió.
—¡Eres una dhampir!
—Por curiosidad, ¿quién creías que había decapitado a tu jefe? —pregunté yo mientras él echaba la mano hacia atrás para sacar el arma.
Yo había estado esperando ese gesto, así que saqué la mía antes que él. Lo de los reflejos no es un mito, porque si no a estas alturas yo ya estaría muerta.
Él se quedó mirando mi Glock. Es una 45. Él sacó una diminuta 22.
—El tamaño sí importa —observé yo.
Él hizo un gesto de mal humor.
—¡Oh, por…! ¡Ve a buscar ayuda! —ordenó Raymond.
El vampiro dirigió la vista de nuevo hacia su maestro, y una vez más apareció en su rostro parte del miedo que había mostrado al principio.
—¡Pero, señor, lord Cheung está aquí!
—¿Cómo? —preguntó Raymond, que súbitamente parecía mucho más asustado que en el momento en que yo lo había decapitado—. ¡Pero si no tenía que llegar hasta mañana a media noche!
—Creo que su avión se ha adelantado —contestó el vampiro, cuyos ojos seguían desviándose de una a otra parte de su jefe como si no estuviera muy seguro de a cuál de ellas dirigirse. Por fin decidió hablarle a la cabeza—. Ha ordenado que te presentes ante él inmediatamente.
—¡Oh, mierda, mierda! —exclamó Raymond, y entonces fue él quien se puso a mirar de un lado para otro desesperadamente.
—¿Qué está haciendo tu maestro aquí? —exigí saber yo.
Pero Ray no me escuchaba.
—Si ha venido antes de lo esperado eso significa que… ¡Oh, mierda!
Su cuerpo dio un repentino tirón y se levantó del suelo, pero solo consiguió pegarse contra el lavabo, escurrirse con la sangre derramada y volver a caerse.
—¿Significa qué?
—¡Que has llegado tarde! ¡Que él va a matarme antes que el Senado!
—¿Y por eso estabas aquí escondido en el baño?
Por una vez no había tenido que andar dando vueltas para perpetuar el crimen. El vampiro ya estaba en el baño en el momento de llegar yo. Me había parecido una circunstancia de lo más oportuna, y sin embargo me había extrañado. Porque no se puede decir que los vampiros utilicen el baño muy a menudo.
Él me lanzó una mirada llena de odio.
—¡No me estaba escondiendo! Sencillamente necesitaba un lugar tranquilo para poder reflexionar. Para pensar de qué modo…
Sus labios quedaron sellados de pronto y sus ojos de color pálido se fijaron en mí.
Yo suspiré. ¿Por qué tenía la sensación de que aquel estupendo y sencillo encargo acabaría siendo un verdadero churro?
—¿Y tu maestro quiere matarte porque…?
—Porque puede que haya habido un pequeño… malentendido… a propósito de cierta mercancía.
—¿Le has robado a la mafia de los vampiros? —insistí yo en preguntar.
—Cierta mercancía fue colocada erróneamente, ¡y no fue culpa mía!
—¡Por supuesto que no!
—Escucha, tú lo único que necesitas saber es que… —comenzó a decir el vampiro, que entonces se interrumpió y miró más allá de mí, hacia el gorila—. ¿Qué estás haciendo?
El gorila dirigió la vista hacia el arma con la cual me apuntaba directamente a la cabeza.
—¿Matarla? —preguntó el gorila.
Raymond puso los ojos en blanco.
—¡Oh, por el amor de…! ¿Podrías al menos intentar enterarte de algo alguna vez?
El vampiro bajó el arma y se quedó ahí de pie con una expresión incómoda.
—¿Qué es lo que quieres contarme? —solté yo.
—Que no hay un solo portal —se apresuró a decir Ray—. Hay toda una red, y yo sé dónde están. Bueno, la mayor parte de ellos. Más de los que tú encontrarías si te pusieras a buscar, eso sin duda. Tú me sacas de ésta y yo hablo. Pero si me dejas morir aquí, no creo que encuentres a nadie dispuesto a cantar.
Genial. Debería de haberme imaginado que Mircea no me daría dos trabajitos fáciles seguidos. El que tenía entre manos iba a ser un verdadero infierno. Para empezar no podía dejar el cuerpo allí tirado tal y como tenía planeado. Y Ray ya estaba decapitado, así que a su maestro le bastaba con clavarle una estaca en el corazón para librarse de él. Pero ocultar un pesado cuerpo me resultaría mucho más difícil que ocultar una simple cabeza, a la que siempre podía meter en el petate.
Y en segundo lugar estaba Cheung. El trabajito consistía en secuestrar a un vampiro de quinto nivel que la había cagado, no en enfrentarse a un maestro de primer nivel y quién sabía cuántos subordinados más. Lo más inteligente era desearle suerte a Ray y salir de allí a toda leche.
Y eso exactamente habría hecho, de no haber estado convencida de que a Mircea no iba a gustarle nada que me presentara con las manos vacías. Yo necesitaba los trabajos que él me ofrecía y necesitaba su ayuda. Así que tenía que buscar una solución.
El cuerpo del vampiro seguía con mi cuchillo clavado en el pecho. Lo saqué y miré al gorila.
—Si me ocupo de distraerlos, ¿crees que podrías sacar el cuerpo de tu jefe a hurtadillas de los hombres de Cheung?
El vampiro no respondió, pero Raymond frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir con eso de mi cuerpo? ¿Por qué no puedes llevarte todo mi…?
—Porque no confío en ti. Te sacaré de aquí, pero el trato es el mismo que antes. Tu familia se lleva tu cuerpo y yo me hago cargo de la cabeza. Si no me tomas el pelo, las dos partes podrán volver a unirse. En caso contrario…
—¡Está bien! ¡Está bien! —exclamó Raymond, que miró al gorila que seguía ahí de pie, parado. Suspiró y chasqueó los dedos de la mano del cuerpo—. ¡Vamos, respóndele!
—Sir, lord Cheung me ha ordenado personalmente que te lleve ante él.
—¡Pues dale largas!
—Sir, no puedo. Ordenó que te lleváramos ante él de inmediato.
Era evidente que lo decía en sentido literal. De pura tensión le sobresalían los tendones a los lados del cuello como si se tratara de cuerdas, tenía la cara toda colorada y sudaba pequeñas gotas de sangre. Las órdenes contradictorias hacían estragos entre los vampiros jóvenes, y aquel pobre debía de llevar muerto un par de décadas como mucho.
—¿Quiénes?
—La familia. Nos ordenó que fuéramos a buscarte en cuanto entró y…
—Y como maestro de tu maestro, él puede darte órdenes —dije yo, terminando la frase por él.
Vaya mierda, pensé, utilizando la palabra favorita de Ray.
—¡Lucha contra esa orden! —le ordenó Raymond.
Como si el pobre chico no estuviera intentándolo. El gorila asintió, pero al mismo tiempo se detuvo, recogió el cuerpo de su jefe y se lo cargó al hombro.
Una sangre espesa y fangosa se derramó por las baldosas del suelo.
—¿Qué estás haciendo? —le exigió saber Raymond en un tono ensordecedor.
—Lo siento, señor.
El vampiro tenía un aspecto lamentable y le temblaba la voz, pero a pesar de todo echó a caminar en dirección a la puerta.
—Él ni siquiera es maestro —señalé yo—. ¡No puede luchar contra una orden, Ray!
—¡Mierda!
La palabra no sirvió absolutamente de nada, así que yo agarré al vampiro pequeño del cinturón. No obstante él consiguió abrir la puerta, de modo que yo lo adelanté para cerrarla de golpe y me di la vuelta para apoyarme contra ella. Al mismo tiempo el cuerpo de Ray alargó un pie y se agarró a la rodilla del gorila. El tipo se escurrió con la sangre y ambos cayeron juntos al suelo.
Nada más aterrizar, Ray comenzó a golpear al vampiro en la nuca, le pegó un rodillazo en la ingle y luego le soltó. Después corrió al cubículo del retrete y echó el pestillo. ¿Por qué? No lo sé. Los laterales eran del típico metal verde feo con pintadas hechas a toda prisa, pero igualmente podían haber sido de papel de arroz a juzgar por lo poco que resistieron. El gorila se puso en pie e hizo un agujero en la puerta con el puño.
Yo me acerqué a ayudar, pero no tuve oportunidad. Durante un minuto se produjo un violento y sonoro forcejeo y por último se oyó un ruido como de rasgar. Por fin la puerta se abrió y apareció el cuerpo de Ray sin camisa, que inmediatamente comenzó a soltar golpazos a todo lo que tenía a su alcance.
Su objetivo estaba lejos. Evidentemente le resultaba difícil luchar con los ojos en el extremo contrario del baño, pero compensaba la dificultad con su empeño. El dispensador de condones salió volando por los aires, uno de los urinarios recibió tal golpe que se separó de la cañería, la cual comenzó a lanzar agua por todo el baño. Con un golpe de suerte Ray lanzó al joven vampiro hacia mí, y yo aproveché la oportunidad para agarrarlo del cuello.
Tratar de ahogar a un vampiro no sirve realmente de mucho porque ellos no necesitan respirar. Pero él era tan joven que me agarró los brazos instintivamente, intentando en vano de que lo soltara. No le dio resultado, lo cual pareció sorprenderlo.
—¿Hay alguien que no haya oído la orden de Cheung? —exigí saber yo mientras él luchaba y tosía, pero no me decía nada.
Por fin cayó en la cuenta y me dio un codazo en las tripas. Y yo perdí la paciencia. Lo empujé y volví a sacar el cuchillo bowie de la bolsa. De nuevo él se lanzó sobre mí y entonces yo lo clavé a la pared.
Él bajó la vista y se quedó mirando el mango de hueso del cuchillo, abriendo los ojos enormemente lleno de incredulidad.
—No es de madera. Sobrevivirás —le dije yo, tensa.
Era más de lo que podía decirse de Ray y de mí como no nos marcháramos de allí inmediatamente. Cogí la cabeza del lavabo, la envolví en unas toallas que llevaba y la guardé en el petate.
—¿Qué demonios estás haciendo? —exigió saber Ray indignado.
—¿Cómo creías que pensaba sacarte de aquí? —le pregunté yo a mi vez mientras me quitaba la chaqueta.
Le eché la chaqueta por encima al torso y di un paso atrás para ver el efecto resultante. El aspecto era el de un cuerpo sin cabeza con una chaqueta por encima. Hice una bola con una toalla y se la metí por debajo, tratando de aparentar más o menos una cabeza. Seguía pareciendo una víctima a la que quería ocultar más que un borracho tambaleante, pero tendría que servir. Agarré el petate, coloqué un brazo alrededor de la cintura del cuerpo y abrí la puerta de una patada.
Aparte del baño, en donde había una luz fluorescente, en el resto de la discoteca reinaba una penumbra azul como la que se instala en los servicios públicos para evitar que los yonquis se encuentren la vena. Esa luz le daba un tono plateado a los grafitis de las paredes de ladrillo y le confería un tono cadavérico a mi blanca piel. Pero nos ayudó a mezclamos con el mar de cuerpos que giraban como una masa vibrante sobre el suelo del viejo almacén.
Comprobé con un rápido vistazo por toda la sala que había sombras flotando por las paredes, bloqueando las puertas laterales y cruzando la sala por en medio de la multitud como tiburones. La metáfora era de lo más apropiada porque el olor de la sangre los atraería hacia nosotros en cuestión de segundos a pesar de la mezcla de perfume, alcohol y sudor humano que reinaba en el ambiente. Según parecía Cheung había decidido ponérnoslo difícil.
Me dirigí a la salida más cercana tan deprisa como nos lo permitieron los pies de Ray, que no hacían sino tropezar. Pero enseguida tuve que parar. De pie junto a la puerta había dos largas sombras. La primera de ellas tenía el bulto de un arma bajo el elegante abrigo negro; de la otra se diría que llevar un arma habría sido un insulto a la gran mole de su masculinidad. Sin embargo probablemente era más rápido de lo que aparentaba. No todos los gigantes son torpes; al menos no cuando son también vampiros maestros.
Mi instinto me urgía a atacar, pero lo cierto es que mi instinto siempre me urge a atacar. Y en ese preciso momento no habría sido inteligente. Yo sola habría podido con dos de ellos incluso aunque fueran maestros. Pero no estaba sola. Y la pelea no habría servido sino para que toda la familia se presentase allí al instante.
Oí algún taco que otro entonado con una voz amortiguada procedente del la bolsa. Le di un puñetazo.
—¡Cállate!
—¡Déjame salir! ¡Aquí dentro me estoy ahogando!
—Imposible; no tienes pulmones.
—¡Voy a vomitar!
—Tampoco tienes estómago —le dije.
Conduje al cuerpo hacia la pared. Abrí la cremallera del petate. La enorme nariz asomó fuera.
—¡Buaj! ¿Qué demonios llevas aquí dentro?
—Es mi bolsa de gimnasia.
—¡Huele como si llevaras a un muerto!
—Es que algo va a acabar muerto como no consigamos salir de aquí —le contesté yo seria—. Las salidas principales están custodiadas. Dime que tienes una salida secreta.
—¿Tienes idea de cuánto costaría eso?
Por supuesto. Tenía que secuestrar precisamente al único vampiro tan estúpido como para escatimar con las cosas más necesarias.
—¡Pues una puerta trasera, entonces!
—Detrás del bar hay un patio, pero no es más que un pequeño hueco entre varios edificios. No hay salida.
—Está a punto de haberla.
Retrocedimos y volvimos a cruzar toda la sala, penetramos la multitudinaria muralla de gente que se agolpaba delante de la barra y abrí una puerta. El almacén resultó ser un claustrofóbico rectángulo con paredes de ladrillo llenas de estanterías y sin ninguna ventana. Por el estrecho pasillo entre estante y estante se colaba una suave brisa procedente de la puerta trasera entornada.
La abrí y me encontré en un estrecho patio en el que había palés rotos, bolsas de basura y un par de gatos que me miraron por un instante con ojos brillantes antes de salir corriendo por la escalera de incendios. Los edificios se alzaban altos y negros por los cuatro costados. Estábamos atrapados, tal y como Ray había dicho. El más bajito de todos tenía tres pisos. Yo podía escalarlo sola pero no remolcando a un vampiro medio muerto.
Según parecía la única salida era la que habían tomado los gatos.
Tiré de la escalera. Me preguntaba cómo conseguiría que el mullidito culo de Ray subiera por aquellos cuatro tramos de escalera. Y después, al oír cómo la escalera chirriaba y se negaba a bajar, me pregunté si en realidad lograría subirlo. Décadas de óxido quedaron pegadas a mis manos al tiempo que una nube de hojarasca roja salía flotando por el aire. Probablemente nadie había tocado aquella escalera desde el momento en que se erigió el edificio, quizá un siglo antes.
Finalmente la escalera bajó, pero no era lo suficientemente ancha como para que yo subiera tirando de nadie a mi lado y de todos modos resultaba dudoso que fuera a soportar el peso de dos adultos. Así que mandé al cuerpo por delante. Su coordinación era más o menos la que se podría esperar de alguien a quien le falta la cabeza, y el hecho de que la escalera vibrara con cada escalón que él subía no suponía precisamente una ayuda. Pero por sorprendente que pueda parecer, me dio la impresión de que tanto la escalera como el cuerpo se sostendrían.
Por supuesto, el universo no tardó en castigarme por ese nanosegundo de optimismo. A medio camino hacia el segundo descansillo se oyó el chirrido del metal en tensión, que resonó como un eco por todo el patio, y acto seguido un montón de viejos pernos comenzaron a caer a toda velocidad como si fueran granizo. Un trozo de la escalera de incendios se separó de la pared del edificio y se quedó colgando en el aire.
El cuerpo se detuvo, temblando de miedo. Un simple vistazo al rostro de Raymond me bastó para comprender por qué. Era evidente que ambas partes mantenían cierta comunicación, porque de otro modo el cuerpo no habría podido moverse. Pero en ese instante lo único que se transmitía la una a la otra era terror.
Así que le di una bofetada en la cara.
Unos furiosos ojos azules se giraron hacia mí.
—¿Es que no te basta con haberme decapitado?
—¡Muévete! O te quedarás sin cabeza para siempre —le dije con un tono de voz malévolo, siseando.
Ray giró los ojos hacia su otra parte, que colgaba medio inerte como el cuerpo que era. De ahí que se le estuviera cayendo mi chaqueta. Me adelanté para cogerla, y gracias a eso evité por muy poco quedar ensartada en un tubo metálico que cayó en ese momento del edificio. En lugar de pincharme a mí se llevó el toldo de la puerta trasera y rompió los pesados brazos de aluminio como si fueran de papel antes de caer al suelo con estrépito.
Ray gritó del susto, pero el sobresalto volvió a poner en marcha su cuerpo. Y esa vez no se hizo ningún lío con las escaleras. La libertad nos esperaba unos cuantos escalones más arriba y él corría hacia ella y subía con ansiedad los últimos tramos de la escalera de incendios, que se iba derrumbando a su paso. Con la última vibración saltó en el aire y se agarró al borde del tejado vecino; se quedó ahí, colgando precariamente.
Yo no esperé a ver si lo conseguía. De los viejos ladrillos se desprendían constantemente trozos de metal oxidado que iban a estrellarse contra las piedras del suelo como si fueran metralla. Caían en todas direcciones, y producían una atronadora cacofonía que habría bastado para despertar a los muertos. Incluso a los muertos que andaban buscándonos.