No supe si era la vida que se me escapaba, o simplemente la sangre se retiró de mi cara por la sorpresa, pero ignoré el dolor. No quería darle la satisfacción de parecer débil.
—¿Ya no soy tu hijo?
El general rió a carcajadas.
—Nunca has sido mi hijo. Te observé en el kap, como observé a todos los niños para utilizarlos en mi provecho. Tú eras especial, y no sólo por ser la sombra de Tut, sino por tus aptitudes y tu orgullo. Recuerdo el coraje con que soportaste el castigo que yo mismo ordené, y aquel día tomé la decisión. No fue difícil hacer que todos creyeran que eras mi hijo.
—¡Mientes!
Él se encogió de hombros.
—En absoluto. ¿Crees que dejaría que mis enemigos tuvieran tan fácil un punto flaco donde atacarme? Mírate. Mírala a ella, y a Akh, y a Ay. Sois vulnerables porque amáis.
—¡Mentira! ¿Cómo vas a asegurar tu estirpe?
—¡No seas estúpido! Aún soy joven, y tú —señaló a Nefertiti— aún tienes muchas hijas que me legitimen, por mucho asco que sienta al montarlas. Y si no me dan varón, como tú no lo has dado, no me importaría poner en el trono a un general que haya aprendido algo de mí que no sea odiarme[20]. Pero tengo que agradecerte que hayas cumplido tan bien la misión que ideé para ti.
Miré a Nefertiti, y luego al general… y después al cuerpo sin vida del Faraón.
—Creía que no te preocupaban los dioses.
—Pero los respeto, y ni yo mismo me atrevería a asesinar a un Faraón, como tampoco los mismísimos Oscuros, por mucho que le odiaran, sobre todo tras haber fracasado en el intento desesperado de atentar contra su padre. ¡Por eso era tan importante tu papel!
—¡Has vuelto a utilizarme!
—No fue fácil, pero ahora…
—Serás Faraón.
De nuevo rió.
—¡Pues no! Aún no. Mi trato con los Oscuros es que respetaré durante unos años el reinado de Ay. Tal vez ese tiempo me sirva para engendrar un heredero. —Me guiñó un ojo.
Yo respondí, casi ciego de rabia:
—No te creo.
—¿Crees que los Oscuros respetarían mi nombre si entrara a reinar ahora? El nombre de Ay será borrado de la memoria del país, junto con el de Tut y su padre. —Abrió los brazos—. Pero mi nombre quedará limpio y será recordado por siempre. Yo llevaré el país de nuevo a las fronteras que el gran Ahmosis conquistó, venceré a los Oscuros y ganaré el apoyo del pueblo.
Miré mi vientre. La sangre comenzaba a fluir entre mis dedos. Horemheb se acercó a ver la herida.
—Gracias por esto también. Me has hecho otro favor. No hubiera podido dejarte con vida. Eras demasiado valioso para retenerte vivo.
Le miré a los ojos. No iba a perder mi última batalla con él.
—¡Eres falso y embustero! A mal destino vas a llevar al país si lo basas en la mentira. No tienes honor y manchas tu cargo militar con tus sucias mentiras de mercader artero.
El general sacó su espada.
—¡Yo siempre he cumplido mis tratos!
—¡Pues entonces cumple el nuestro! Te he ganado la batalla, he matado al Faraón y he traído a tu seguro contra Ay.
—¿Y eso?
—Su hijo. Está aquí.
Las carcajadas de Horemheb resonaron en la pequeña estancia.
—Ya está en mi poder. ¿Creías que no lo sabía?
—¿Y tú creías que no te conozco? ¿Por qué crees que lo traje? ¿Para que me defendiera de ti? ¿Es que crees que no he aprendido nada de ti?
Las risas cesaron y asintió con admiración.
—Muy bien. Te reconozco el gesto. Dime, ¿qué te prometí?
—¡Que le perdonarías la vida a ella! Ya no te es útil para nada. Ni siquiera la has reconocido al entrar…
Sus carcajadas volvieron a atronar en mi cabeza.
—¿Crees que no he espiado tu lucha? —dijo—. ¿O acaso creíais que tú y tu luz erais los únicos en espiar?
Yo no me inmuté.
—No me importa. Cumple tu palabra.
El general envainó su espada.
—¡Lo haré! Y también te concedo otra gracia como tú has hecho conmigo —señaló mi vientre—. Perdonaré a los habitantes del pueblucho, pues han luchado con honor para ser bárbaros… Pero en un año volveré y deben haberse ido con ella. Bien lejos. Si los encuentro, los mataré en el acto.
Asentí con el corazón en un puño.
—Me parece justo.
El general asintió a su vez y miró a Nefertiti.
—Ponle un buen nombre antes de que muera. Esperaré y me llevaré su cuerpo para darle una morada de eternidad digna de un hijo mío.
Moví levemente mi cabeza en reconocimiento a su gesto. Él simplemente se encogió de hombros.
—Tengo una reputación… —añadió. Y se fue.