Hubo un largo silencio, que ella rompió tras encogerse de hombros y sonreír.
—José contaba con eso. Lo supo desde el primer día. Sabíamos que este momento llegaría, y yo lo esperaba de todas maneras porque no deseaba sino verte, aun cuando trajeras la muerte tras de ti.
—Sólo he venido para traeros la desgracia. —Mis ojos volvieron a humedecerse.
—Has venido para cumplir la voluntad de Dios —replicó ella.
Abrí la boca, asombrado.
—Pero… ¿acaso José te ha hecho olvidar a Atón?
—Tú tenías razón. Atón era el sueño de Akh. Tú mismo tuviste mucha más fe siempre en él que yo. Por eso te deseaba a mi lado.
Sacudí la cabeza, mareado. Eran demasiadas emociones para tan poco tiempo.
—Creo que será mejor que vaya a ocuparme de la defensa —dije.
Nefertiti se interpuso entre yo y la puerta.
—¡Que se ocupen ellos!
Y en un gesto leve, desató un nudo de su túnica, que cayó, descubriendo su todavía magnífico cuerpo. Un poco más ancha de lo que recordaba, pero aun en su tardía madurez era una mujer bellísima, y cuando me abrazó y sentí el calor de su piel, el aire salió violentamente de mi boca en un jadeo seco.
Sentía vergüenza de manchar su piel, que olía a las fragancias de la tierra limpia y fresca, con mi piel seca, polvorienta y sudorosa, pero no le importó y rió al ver mi turbación y que mis manos temblaban.
Dejó caer mi túnica y desató mi taparrabos, tras lo que se detuvo un instante a mirar mi cuerpo, y de su cara se borró aquella sonrisa segura.
Me miró y sus ojos tristes preguntaron qué me habían hecho. Pasó su pequeña mano ardiente por mis numerosas heridas y cicatrices. Volvió a mirarme a los ojos con una honda pena. Se culpaba de mi suerte.
Levanté suavemente su cara y la besé.
Ya no hubo más tristeza.
* * *
No podría relatar el amor que se consumó en aquella habitación. Hoy me pregunto si la energía que se desató no habrá acercado a nuestros enemigos hasta allí, pues nada que hubiese vivido antes se le pareció ni remotamente.
Así como en las magníficas noches de amor que viví junto a Nefret fueron los cuerpos los que gozaron, aquella noche fueron las almas las que se elevaron juntas, los khas escaparon de sus cuerpos, integrándose y abarcando el mismísimo desierto que nos rodeaba, para luego volver a desenlazarse y recuperar la cordura.
El lugar donde nos instalamos fue distinto de aquel que Nefertiti habitó aquellos meses, y aunque físicamente pudiera encontrarlo, no sería lo mismo sin su presencia. Si existe un paraíso, yo estuve allí durante aquellos momentos de fusión con mi diosa, concepción más real que nunca. Comprendí la locura de Akh si llegó con ella al mismo estado y al mismo lugar que nosotros alcanzamos. Y comprendí la monstruosidad de Tut al forzarla.
Cuando recuperamos el aliento y el habla, aún bañados en sudor, ella se acercó a mí.
—Cuéntamelo todo —pidió.
Y lo hice. Le conté el engaño de mi padre. Cómo éste había acabado con la vida de mi mejor amigo y su mejor soldado. Lo que sentí en la batalla y mi encuentro con el buen Djeh, que le hizo reír de placer.
Le conté mi esfuerzo por reunirla con su padre, que la conmovió hasta el sollozo, y la traición, primero por parte de su hermano, y más tarde por su propio padre. La mirada se endureció.
Le hablé de Tut y de su vida con una de sus hijas, del buen Usermont y su sentido de la justicia, le hablé de la prostitución sagrada y de Nefret, y de nuevo rió ante mi turbación, exculpándome de cualquier sombra de falta ni reproche, y sus carcajadas fueron contagiosas cuando le relaté la cómica escena de la ceremonia ante el templo.
Hablamos de mis recuerdos en el kap, de la nobleza de Sur y del viaje que ella y yo habíamos hecho tan juntos y tan separados… De la lucha contra los hombres de su hermano y su presencia a tan pocos brazos, que aún no supo cómo juzgar.
Hablé en tan poco tiempo más que en toda mi vida.
Y ella no dijo nada. Sólo escuchaba con placer. Comprendía perfectamente la necesidad que yo tenía de desahogarme, de hablar sin tapujos y de que alguien me escuchara contar mi verdad tantos años reprimida, hablar sin rodeos ni desconfianza alguna, expresarme como un niño y liberarme de las cargas que tanto me oprimían… La de haber fallado a mi luz, la de confundir a Akh y a ella misma con mi mal interpretada fe, la de fallarle a mi diosa tantas veces como la había tratado y no haberle declarado mi amor antes, la de descubrir aquel poblado y ser la causa de su más que probable destrucción, la de ser responsable de la muerte de Sur, de la caída de Usermont, de caer en las trampas con la mayor ingenuidad…
Sin decir una palabra, me liberó de todas aquellas cargas, pues todo lo pasado había valido la pena con tal de llegar a aquel momento.
Me sentí renacer sin culpa, lleno de paz y plenamente feliz por primera vez en mi vida. No la felicidad flor de un día, que retienes como el perfume de la tierra tras la lluvia, sino la serenidad que da la paz de conciencia, la alegría de saber que jamás has vivido un instante mejor y que el futuro no podrá depararme mejores momentos que las últimas horas que acababa de pasar. Aquél había sido el punto culminante de mi vida, tras lo cual podría morir en paz, y la conciencia de que no deseaba sino saborear cada instante restante junto a ella fue deliciosamente relajante, infinitamente más que los paseos por el Nilo junto a Tut de mi niñez.
Los dos disfrutamos de aquella sensación hasta que el sueño nos venció.
Y fue un sueño profundo y reparador, no la tranquila vigilia, aunque agradable, del desierto, ni el sueño inquieto del que se siente amenazado, sino un estado de paz tan profundo que nada podía apartarme de su dulzura.