37

No tuve el valor de mover ni un músculo. No sabía qué hacer. Sudaba profusamente y era incapaz de hilvanar un pensamiento con otro.

Sentía que me ahogaba. Parecía que mis pulmones se negaran a bombear aire y tenía la boca y la garganta secas.

Miré mis manos. Temblaban.

Cuando levanté la vista, ella estaba frente a mí.

La miré con ojos nublados por las lágrimas.

Sonreía.

Sin decir nada, tomó mis manos. Vaciló un momento, sorprendida de que estuvieran húmedas de sudor.

Estaba como siempre. Las arrugas, lejos de afearla, le daban un aspecto de serenidad que jamás había alcanzado y que la hacía doblemente bella, pues además de hermosa se adivinaba sabiduría en su mirada.

Lo decían sus ojos.

Su piel lucía ligeramente bronceada por el sol, que en la corte era sistemáticamente evitado (salvo, por supuesto, en las ceremonias a Atón) para preservar la blancura de la piel. Antaño me parecía bella por imperativos sociales. Ahora era incuestionablemente hermosa de acuerdo a las leyes de la naturaleza, con una belleza inherente a la mujer, sin maquillajes, peinados, adornos ni cuidados de la piel.

Siempre había creído que el secreto de su belleza radicaba en un refinamiento extremo. Las pelucas cortas que Akh había impuesto y Nefertiti puesto de moda, y que Tut buscaba con ahínco en los burdeles entre las prostitutas. Rarísimos perfumes, maquillajes, ceras, ingredientes, arcillas, aceites, etc., eran traídos de los más recónditos lugares del mundo a precios exorbitantes para mantener la imagen de la Reina como un bien nacional, tan preciado como los palacios de la ciudad del disco, Tebas, las pirámides o las grandes moradas de eternidad.

Recordaba cuando aparecía en una ceremonia o recepción y el murmullo de sorpresa, incluso antes de su entrada, cesaba. Era capaz de acallar hasta el gran patio de palacio rebosante de gente.

Ahora veía que tales artes, en vez de realzar su hermosura, la habían tapado durante muchos años, pues no cabía duda de que el sol y quizás el modo de vida de aquellas gentes sencillas (no me atreví a pensar que tal vez su Dios) habían causado un efecto en Nefertiti como la lluvia que vivifica las plantas oscuras y polvorientas, dotándolas de una belleza que jamás hubiéramos imaginado.

Por más que la idealizara en mi alma, no estaba de ningún modo preparado para aquella fresca sonrisa.

No lo soporté más. Bajé la cabeza, avergonzado. Su sonrisa me hería.

Ella tomó mis mejillas y tras obligarme a alzar la mirada, cubrió de besos mi cara, cuello y manos. Yo me aparté. No podía seguir siendo parte de aquella mentira, por más que me había propuesto lo contrario.

Nefertiti habló. Con una palabra tan corta, tan vulgar, no pudo decir más cosas:

—Pi.

—¿Tú…, sabes?

—Sí. Recuerdo todo. La paz que me han procurado aquí me ha devuelto la cordura.

—Nunca estuviste loca. Sólo te escondías.

—Estuve loca desde mucho tiempo antes de que Tut me violentara. Quizá más tarde lo estuve en mayor grado, pero no fui consciente hasta que tú…

—Hasta que me aproveché de tu error.

—¡No! Puede que no fuera yo del todo, pero sí sabía lo que quería, por mucho que el nombre que escapara de mis labios fuera otro.

—¡Pero tú veías a tu…!

—¡No! Te veía a ti. Sabía lo que hacía, y aquel acto de amor fue lo que me devolvió la razón.

—Y yo volví… —Se me quebró la voz—. Volví a marcharme, abandonándote. Mi crimen fue doble.

—No. No me fallaste. Aunque me rompió el corazón ver que te habías ido, José de nuevo me ayudó. Me lo explicó todo, y comprendí cuán solo debiste de estar todo aquel tiempo y la carga tan dura que te impusiste a ti mismo.

—¡Pero es cierto que me aproveché de ti! Te fallé.

—¡Mi querido Pi! Tu error es que jamás has pensado en ti mismo, sino que has vivido siempre al servicio de alguien, por tu propia voluntad. Por eso a quienes has servido te han querido tanto. Lo hiciste con mucha más responsabilidad de la que nadie jamás te hubiera exigido, incluso si fueses en verdad su sirviente o esclavo, cosa que dejaste de ser hace mucho, mucho tiempo.

Sonreí.

—Tu padre me dijo hace bien poco que somos lo que nos enseñan a ser, aunque pensé que se equivocaba, pues lo dijo para justificar su ambición… Pero ahora parece apropiado.

Ella asintió.

—Soy yo la que debe darte las gracias, pues sólo gracias a ti he cambiado de vida. Como tú bien has dicho, era lo que me enseñaron a ser.

—¡Eso no es cierto! Tú te volviste contra la ambición de tus padres y trastocaste sus planes al creer en Akh.

—Pero aun así, estaba demasiado condicionada por ellos, por Akh, por Tut… E incluso por ti. Incluso me hiciste un favor dejándome sola todo este tiempo, pues pude descubrir la persona que soy en realidad, y dejé de ser la persona que otros querían que fuera. José me hizo ver muchas cosas desde un nuevo punto de vista.

—¿Y ahora no estás condicionada por él?

—En absoluto. Cuando lleves un tiempo aquí te lo explicaré y encontrarás la paz que yo buscaba y tú necesitas desesperadamente.

Volví a bajar la vista.

—Me temo que eso no va a ser fácil.

—¿Por qué?

—Vine a protegerte porque temía que nuestros enemigos supieran dónde estabas. Creía que no te encontrarías ya aquí.

—¿Y cuál es el problema?

—Que sí estás aquí… Y al venir en tu busca les he mostrado el camino.