Pasé meses de durísimo —y feliz— entrenamiento. Por los días practicaba con Sur (que inmediatamente me cayó bien, pues tenía un nombre corto como el mío, sin pretender un nombre largo; no le hacía falta en la batalla) hasta que ambos caíamos rendidos, y por las noches el desierto me revivía.
Mis músculos se desarrollaron. Dejé de ser un muchacho para ser un buen soldado, duro y disciplinado. Mi creciente fuerza me dio más tiempo de asueto, que dediqué a conocer a los demás soldados, con mando o sin él.
Comenzaron a respetarme, incluso a pesar de las diferencias de rango. La corrupción y el tráfico de puestos de importancia imperantes en las Dos Tierras no llegaba allí, y los soldados aceptaban tácitamente a cualquiera a quien reconocieran facultades suficientes para ser su superior en una batalla, tanto por fuerza como por inteligencia, porque cuanto más capaz fuera el superior, más posibilidades tenían ellos de concluir la campaña con éxito y, lo más importante, salvar la vida.
Admiré la disciplina y el hermanamiento de los soldados, amén de las típicas demostraciones de fuerza entre ellos y alguna discusión subida de tono, por apuestas generalmente.
Comprendí por qué mi padre me había ordenado un entrenamiento más duro que el del resto. Por lo demás, su larga ausencia ya comenzaba a preocuparme.
Al fin volvió, aunque aún tardó muchos días en llamarme.
Cuando entré en la cámara, sus gestos eran tan austeros como siempre, pero sus ojos brillaban.
—Hola, general.
—Hola, soldado. No me habrás dado motivos de queja, ¿verdad?
—Te has informado bien de ello antes de recibirme.
—No esperaba menos de ti.
Asentí con la cabeza. Era lo máximo que iba a sacar de él.
—¿Cómo está el país?
—Mal. He reclutado soldados, fortalecido las defensas, encargado armas y construido fortificaciones. Lo que he visto no me gusta.
—Pero lo que he visto yo sí. Tus tropas están bien entrenadas, son fuertes y leales.
—Sí —dijo tristemente, encogiéndose de hombros, como respondiendo a un comentario estúpido—. Mis fuerzas.
Lo comprendí al instante. Mi padre lo leyó en mis ojos.
—He dejado a muchos de mis mejores hombres al frente de cada fortaleza, pero voy a quedarme sin buenos hombres. —Leyó de nuevo mi mirada—. No todos son válidos para mandar tropas, como Sur.
—¿Y cómo sabes quién es válido?
Él sonrió.
—El que se gana el respeto de Sur es válido para mandar tropas.
Asentí sonriente. Era todo un cumplido.
—¿Y qué vas a hacer?
—Nos preparamos para acudir al encuentro de nuestro mayor enemigo, en principio para dialogar. Aprenderás a tratar con ellos en su terreno.
—¿Qué es lo peor que puede pasar?
—Quién sabe. Nos superan en número y carros. La guerra es incierta, siempre lo es. Lo que me preocupa es que nuestros enemigos se alíen. Podrían ahogarnos.
—¿Y eso es posible?
—Hace unos pocos años hubiera sido imposible, pero con nuestra pasividad hemos conseguido que los enemigos se hagan fuertes. Principalmente los hititas. Controlan lo que antes era un sinfín de países que se dedicaban a pelear entre ellos y dejarnos en paz. Si siguen creciendo, es muy posible.
—No parece muy alentador.
—Por eso hablaremos con ellos. Intentaremos la vía diplomática, aunque no es habitual. En el pasado eran ellos quienes acudían a dialogar, rogando nuestra clemencia. Hay mucho rencor acumulado para que todo se arregle con palabras.
Yo me hice el gracioso. Estaba crecido por el cumplido.
—Creía que no te gustaba la diplomacia. No es tu estilo.
Mi padre se encogió de hombros, devolviéndome el sarcasmo.
—Y no me gusta. Por eso vienes tú. Ahora eres mi cuerpo diplomático.
Mi sonrisa se heló, pero asentí con una reverencia al estilo de Sur, ante su nuevo reconocimiento.
—¿Alguna noticia de palacio?
El general mintió con tristeza:
—No.
Aquella noche, al amparo del desierto, analicé mi entrevista con mi padre, en especial su última palabra y la tristeza con que fue dicha. Me preocupó mucho más que si me hubiera dicho la cruda verdad, pues mi imaginación era tan fértil como las arenas del delta. Y a ella no acudía nada bueno.
Donde normalmente encontraba claridad, aquella noche parecía cubierto de nubes negras, como mi alma.
Sentí la tentación de montar en un carro y correr como un loco hasta palacio y comprobar por mí mismo la situación. De buena gana me llevaría a mis soldados y arrastraría por el suelo atados a los carros hasta el último sacerdote de Amón.
Me importaba un bledo que Amón existiese o no, como el mismo Atón. Mi propia fuerza y mi creciente confianza me hacían reconocer lo que creía saber sin atreverme a afirmar, pero si Atón promovía el amor que yo había conocido tan de cerca, en comparación con el vengativo Amón, mientras mi vida, mi nueva luz, Nefertiti siguiera rezándole, para mí sería suficiente.
Aquella noche sombría, absorto en mis pensamientos, no miraba sino al suelo, hasta que un golpe en la cabeza me devolvió a la realidad.
Caí cuan largo era.
El golpe fue fuerte, y luché con todas mis fuerzas para no sumergirme en la negrura. Una vez que sentí mi alma afianzada de nuevo a mi cuerpo, mis manos buscaron ansiosas las armas, permaneciendo en la misma postura en que había caído, con los músculos tensos, esperando como los animales del desierto, de los cuales tanto había aprendido.
Escuché pasos a mi alrededor. Oí sus voces, felicitando al lanzador del bastón. Sólo deseé que fuera el mismo que me había golpeado cuando Tut ordenó mi secuestro, antes de levantarme de pronto, hundir mi espada corta en su vientre hasta el mango, golpear al segundo con tal fuerza que no volvió a moverse, y ensartar al tercero con mi lanza.
Sólo entonces me permití elevar la señal, una flecha encendida, para que acudieran en mi ayuda.
* * *
Mi padre estaba furioso.
—¿Tenías que matarlos a todos? ¿No podías esperar a que los interrogáramos? Ahora no sabremos nada de ellos. ¡Nada!
—¡No sabía que les estaba matando! A uno sólo lo golpeé una vez —me excusé con los brazos abiertos. Me resultaba increíble haber acabado con ellos tan fácilmente. A mi lado, Sur me miraba con una sonrisa divertida. Miré a mi padre—. Sé quiénes eran. El del bastón era la segunda vez que lo empleaba contra mí. Eran sicarios de los sacerdotes.
—¿Y qué te hace pensar eso?
Le miré a los ojos.
—Que las cosas no van tan bien en palacio como tú quisiste hacerme creer.
El general evitó mirarme a los ojos delante de Sur.
—Bueno. De momento no tendrán ocasión de volver a intentarlo. Mañana partimos hacia el hitita.
* * *
Los hititas nos recibieron en una de las primeras ciudades ocupadas por ellos, hacía no mucho, lo que en términos diplomáticos resultaba una ofensa hacia nosotros, pero sólo fue la primera. También el pueblo llano nos insultó, e incluso un pequeño grupo se atrevió a lanzarnos piedras hasta que nuestras lanzas apuntaron hacia sus cabezas.
Era indignante, pues eran nuestras ciudades, construidas por nosotros y a imagen de nuestras capitales, limpias y ordenadas, y sus habitantes se volvían ahora contra nosotros.
Yo juzgaba la expresión hermética de mi padre intentando desentrañar sus sentimientos, pero sus ojos parecían mates como los de las bestias nocturnas a la luz del sol. Me dije que Horemheb no olvidaría fácilmente aquella afrenta.
En efecto, no observaron la mínima cortesía, cuando hace unos pocos años se hubieran humillado para lograr que recibiéramos sus regalos, como recordaba de las veladas de palacio desde los escondites que Tut siempre encontraba.
Su Rey nos recibió tras hacernos esperar un buen rato en una casa carente de comodidades. Nos hicieron pasar a una sala donde la única concesión al lujo era un trono de madera policromada, decorado con escenas bélicas, en el que se acomodaba con expresión burlona el Rey, junto a su hijo, de mi edad más o menos, aunque más delgado, con unas barbas cortas y unos ojos fríos bajo unas pobladas cejas, labios finos y narices puntiagudas que les daban una expresión maliciosa.
Tras el Rey y su hijo, ambos sentados, se encontraba de pie su guardia real, armada y pertrechada como para entrar en combate en ese momento, la enésima afrenta. Y junto a ellos, Maiy, escriba, inspector de los caballos del Faraón y amante del visir Ramose, cuya relación había sido muy comentada por el cotilleo cortesano de palacio, pues Maiy era la única debilidad conocida del severo visir.
Mi padre y yo le miramos con ojos de fuego, yo boquiabierto por la sorpresa. El infame espía no ocultaba su sonrisa, seguro de su posición. No pude evitar decirle:
—Espero que sepas lo que haces, pues cuando dejes de serle útil acabarán contigo, ya que eres dos veces extranjero, por egipcio y por traidor a tu patria.
—¿Qué sabes tú, sirviente? —dijo con desdén.
Yo miré a su Rey, que nos examinaba con curiosidad y agrado.
—¿Les has contado cómo tuviste acceso a la información? No creo que les guste mucho.
—Lo que cuenta es el resultado.
—Se lo diré de tu parte al visir. Sin duda querrá recibirte calurosamente cuando tenga ocasión de verte atado a sus pies.
Mi padre me miró, haciendo un gesto de negación con la cabeza. Me estaba dejando llevar por la furia, cuando debía tener la cabeza despejada. Ambos miramos al Rey.
—¿Qué queréis de nosotros? —habló el hitita padre.
Me apresuré a dar un paso al frente. Pensé que si hablaba mi padre, estaríamos perdidos.
—Escuchar vuestra oferta de paz.
La barba repelente se movió al ritmo de su risa aguda.
—Entiendo. Escuchad pues nuestra oferta de paz: vuestro reino carece de un Rey firme. Yo se lo daré. —Señaló a su hijo—. Ofrezco a mi hijo como marido para vuestro faraón Smenkharé. Ambos gobernarán… —se tomó un instante para concluir sonriente— las Tres Tierras.
Miré a mi padre. Su faz lívida habló por él. Me apresuré de nuevo a contestar antes que él lo hiciera y provocara el fin de nuestras vidas.
—Haré llegar vuestra propuesta al señor de las Dos Tierras, Faraón de Egipto, y su respuesta os será enviada.
—Hacedlo pronto, pues no tengo mucha paciencia y tal vez decida que me aburro y ponga en marcha mi ejército. No necesito de pactos para gobernaros, y si lo hago, es sólo por hacer un favor personal a mi hijo, que ha oído hablar de la belleza de vuestra Reina loca.
Mis dientes rechinaron, pero me obligué a callar y hacer una media reverencia.
El Rey sonrió abiertamente al ver mi gesto de sumisión ante su burla. Nos retiramos como si hubiéramos perdido la batalla y nos persiguieran.
* * *
Durante el camino de vuelta apenas hablamos. Mi padre parecía ido y sus ojos miraban a ninguna parte, como los de un muerto. Sentí escalofríos. Sabía de la profunda rabia que le atenazaba y la impotencia que sentía al no poder responder a una burla que, hace pocos años, al Rey hitita le hubiera costado la muerte instantánea, incluso en su propio territorio. Nadie se hubiera atrevido siquiera a ponerse en pie, y ahora habían salido entre risas y burlas.
Pero por muy rebelde que fuera, mi padre era un servidor del Faraón y la lealtad a su país era la primera regla. Y antes de poder responder, debía esperar la decisión de su Reina, pues así lo había jurado, mal que le pesara. Las leyes de la diplomacia, creadas por Egipto, debían cumplirse.
Yo meditaba en silencio, apesadumbrado, hasta que mi padre me sobresaltó:
—Nunca te he pedido nada.
Yo callé de pura inercia tras el primer respingo, lo que hizo continuar a mi padre.
—Ahora te pido algo. Ve a dar parte a la Reina de lo que has visto. A mí me falta el valor, y a ti te encontrará mucho más objetivo. Yo llevo años insistiendo con lo mismo y esto parecerá una nueva exageración por mi parte. Si decide ir a la guerra, moriré con mucho gusto con tal de vengarme, pero dudo que el país saliera bien parado. Debemos ganar tiempo.
Dejó pasar un largo intervalo. Yo intuí que debía seguir callado.
—Además, así contentaré a Ay, que me ha pedido que te libere. Las cosas no van muy bien en palacio. Tu luz sigue causando problemas.
Asentí en silencio. Cualquier otra reacción hubiera sido considerada una falta de respeto. Era el general el que hablaba, no el padre.
* * *
Así que se trataba de eso. Mi luz. No oía esa expresión desde niño. Yo era la sombra del príncipe. Él era mi luz. Yo había seguido aceptándolo como una broma pesada, una humillación al sirviente que quiere dejar de serlo, pero al ser investido en mi cargo nadie más se atrevió a insultarme hablando de Tut como mi luz. No sabía si se trataba de un formulismo de mi padre en su férrea disciplina militar, o bien una ironía. No me importaba demasiado, salvo que se confirmaban mis temores. No creí jamás que Tut volviese al redil y aceptara a Nefertiti como Faraón cuando tan cerca tenía él el trono. Un niño que jugaba a ser hombre y no podía serlo, que confundía el amor con el odio, y que establecía que debía ser amado por obligación, sin concebir el amor espontáneo. No era fácil que cambiara si nada a su alrededor lo hacía. Evidentemente no temía ya por él, puesto que no me sentía ya su servidor, aunque mi piel lucía un tatuaje que me definía como su sombra de por vida. Nefertiti me había liberado de tal función, ya que el particular concepto de la servidumbre de Tut me hubiese costado la vida, aunque no sé qué pensaba él al respecto. La única que me preocupaba era la Reina, en manos de su peor enemigo, ella misma, sin ningún consuelo y acuciada por el obsesivo amor violento de su hijastro.
Me despedí de Sur con sincero afecto. Como premio o disculpa por el brutal entrenamiento al que me había sometido, y por más que yo supiera que era por mi bien, me relató de memoria la historia del Ojo del Sol:
—Hathor, hija de Ra, solía adoptar variadas formas. Podía ser una vaca o un gato y se aparecía a los recién nacidos bajo la forma de siete maravillosas damas para predecirles el futuro.
»Hathor, bajo su apariencia humana, era la más encantadora y alegre de las diosas, pero cuando asumía el papel del Ojo del Sol también podía llegar a ser la más cruel y feroz. Era la protectora de los dioses, pero cuando se enfadaba, hasta los dioses le tenían miedo, y tras una discusión, Hathor abandonó su país y decidió vivir en Nubia.
»El Ojo del Sol tenía celos de los demás dioses y diosas creados por Ra. Por este motivo mantuvo una fuerte riña con su padre y como consecuencia decidió marcharse al sur para vagar por los desiertos remotos de Nubia. La airada diosa abandonó su forma humana y adoptó la de un gato salvaje o la de una leona furiosa. Vivía de la caza y mataba a toda criatura que osara acercársele.
»Egipto estaba desolado, porque, sin la bella Hathor, las sonrisas y el amor se volvieron mustios y la vida no daba ninguna alegría. El dios Sol ocultó su rostro afligido y la oscuridad cubrió la tierra. Nadie podía consolarle de la pérdida de su adorada hija, y lo peor era que, sin el poder de su ojo, Ra estaba a merced de sus enemigos. Las tinieblas estrechaban sus anillas alrededor de la luz y el caos amenazaba el orden.
»“¿Quién me devolverá a Hathor?”, preguntaba Ra, pero los dioses permanecían en silencio. El Ojo del Sol tenía el poder de la vida y la muerte sobre todos los seres, y los dioses tenían miedo de acercársele.
»Entonces Ra llamó a Thot, el más sabio de los dioses, y le ordenó que fuera a Nubia y que convenciese a Hathor para que regresase a Egipto.
»Thot obedeció al Rey de los Dioses con el corazón encogido. Estaba convencido de que, si Hathor le reconocía, lo mataría antes de dejarle hablar. Con este pensamiento, se transformó en un humilde mandril. Después se arrastró poco a poco por el desierto de Nubia, siguiendo el rastro sanguinolento de la diosa.
»Cuando la hubo encontrado, Hathor tenía la forma de gato salvaje y estaba sentada en una roca lamiéndose el pelaje. Thot se le acercó a cuatro patas y dando cabezadas en el suelo.
»“¡Salud, hija del Sol!”, dijo humildemente.
»Hathor se encogió y resopló, pero al ver que sólo se trataba de un mandril, no se le lanzó encima.
»“Graciosa deidad” dijo Thot con voz temblorosa, «¿puede una mona humilde osar hablar contigo?».
»“Habla y muere” gruñó el gato salvaje a la vez que enseñaba las garras.
»El mandril se encogió y besó el suelo murmurando:
»“Oh, poderosa, si decides matarme, no puedo yo impedirlo, pero recuerda la historia de la madre buitre y la madre gata”.
»“¿Qué historia?”, preguntó Hathor.
»“Escúchame, mi señora” dijo Thot con astucia, «y te la contaré».
»El gato salvaje se sentó y de nuevo empezó a limpiarse. Parecía que no hacía caso del mandril, pero Thot sabía que si intentaba huir sentiría sus garras de inmediato. Así pues, empezó la historia:
»“Erase una vez un buitre hembra que hizo un nido en una palmera e incubó sus huevos hasta que de ellos nacieron cuatro preciosos polluelos. En el mismo instante en que salieron de las cáscaras, los polluelos pidieron comida, pero la madre tenía miedo de abandonar el nido a causa de la gata salvaje que vivía cerca de allí. Ésta también había tenido cuatro crías y a su vez temía dejarlas por culpa del buitre”.
»“Los polluelos y los cachorritos gemían con tanta desesperación a causa del hambre que pronto se reunieron las madres y concertaron una tregua. El buitre y la gata salvaje juraron solemnemente por Ra que ninguna atacaría a las crías de la otra. Entonces la madre buitre se sintió suficientemente segura para ir en busca de carroña y la madre gata se atrevió a ir de caza”.
»“Durante unas semanas todo iba bien y las crías se hacían mayores. Los pequeños buitres pronto empezaron a jugar por toda la montaña. Un día, mientras la madre buitre evolucionaba sobre el desierto, la más atrevida de sus crías salió volando del nido. Sus alas no eran todavía suficientemente fuertes y, tras un corto vuelo, se posó en la cima de la montaña donde jugaban los cachorros y comió un poco de su alimento. Sin pensárselo dos veces, la madre gata atacó al pequeño buitre y lo hirió”.
»“—Ve a buscarte la comida a otra parte —le espetó».
»“El pequeño buitre intentó batir las alas, pero ya no podía volar”.
»“—No podré regresar al nido —dijo—, pero has roto el juramento y Ra me vengará».
»“Cuando la madre buitre regresó al nido con el buche lleno de carroña, advirtió que uno de sus polluelos había desaparecido y le vio muerto en la otra montaña. —Así que la gata ha roto su juramento —pensó—. Me vengaré”.
»“Cuando la gata volvió a salir de caza, el buitre se lanzó en picado sobre los cachorros. Los mató y se los llevó a su propio nido, para que sirviesen de alimento a sus crías”.
»“Cuando la madre gata regresó con su presa no encontró sus cachorros. Los buscó por toda la montaña, lanzando desgarradores maullidos. Lo único que pudo hallar fueron unos cuantos mechones de pelo sanguinolento y comprendió que el buitre los había matado. Entonces pidió venganza a Ra”.
»“—¡Oh gran dios, que juzgas a los justos y malvados, el buitre ha roto el juramento sagrado y ha matado a mis hijos! ¡Escúchame, Ra, y castiga a la perjura!».
»“El dios Sol escuchó su ruego y le enfadó que se hubiera roto un juramento hecho en su nombre. Como el buitre se había tomado la justicia por su mano y había matado a los cachorros, Ra ordenó que se dispusiera el castigo adecuado”.
»“A la mañana siguiente, cuando el buitre sobrevolaba el desierto buscando comida, vio a un cazador solitario que estaba cocinando una pierna en una hoguera. El ave se lanzó en picado, le arrancó la pata con sus garras y se la llevó triunfante al nido. La dejó caer sobre las crías hambrientas, pero sucedió que todavía llevaba unas brasas encendidas pegadas debajo. Tan pronto como las brasas tocaron las ramitas y la hierba seca, el nido se encendió. Las tres crías murieron abrasadas sin que la madre, que daba vueltas por encima, pudiera hacer nada para evitarlo. La gata salvaje corrió hasta donde estaba y le chilló al buitre: —Por Ra, que tú mataste a mis cachorros, pero ahora tus crías han muerto. ¡Ya estoy vengada!”.
»“Es decir, señora mía” concluyó Thot, «que las dos madres habían roto el juramento y ambas fueron castigadas por ello. Ra, quien todo lo oye y todo lo ve, castiga todos los crímenes. Glorifica a Ra, que da la vida a todas las cosas y el rostro resplandeciente del cual lleva alegría a toda la tierra».
»La diosa se quedó sentada pensando sobre la historia y recordando a su padre justo y poderoso. Thot vio su oportunidad y se le acercó más:
»“Señora, te traigo comida divina del palacio del dios Sol. Hierbas prodigiosas que dan salud y alegría a cualquiera que las prueba”.
»Le alargó un ramo de hierbas con la pata, y su dulce fragancia tentó finalmente al gato salvaje a roerlas. Cuando se hubo tragado el alimento divino, el humor de Hathor cambió. Toda su cólera desapareció y escuchó con docilidad a Thot.
»“Estas hierbas se han hecho en Egipto” dijo Thot, «la tierra que surgió de las aguas del Nun, el lugar que el creador formó para los dioses y los hombres, la casa de Ra, tu padre amado, y de Shu, tu querido hermano».
»Mientras había rondado por el desierto, Hathor había olvidado su tierra y a su familia, pero las palabras de Thot se lo devolvieron todo a la memoria. Pensó en su padre y su hermano y recordó todos los templos donde los hombres la habían adorado como a la más grande de las diosas. De pronto, Hathor se sintió inundada de añoranza por Egipto y sus lágrimas afloraron abundantes.
»Thot la vio llorar un rato y después le dijo con ternura:
»“Oh señora, ahora te afliges por la tierra, pero piensa en el mar de lágrimas que han derramado por ti los que están en Egipto. Sin ti, los templos están vacíos y silenciosos. Sin ti, no hay música ni baile, no hay risas ni alegría. Sin ti, jóvenes y viejos se desesperan. Pero si decides regresar, las arpas y los tambores, los laúdes y todos los instrumentos volverán a sonar. Egipto bailará. Egipto cantará. Las Dos Tierras se alegrarán como nunca en la vida. Ven conmigo, regresa a casa y de camino hacia el norte te contaré otra historia”:
»“Erase una vez un halcón, un buitre y un coco. Un día se encontraron…”.
»Thot dio un paso hacia delante, confiando que Hathor le seguiría, pero de pronto la diosa reparó en que durante todo ese rato el mandril había intentado animarla a regresar a Egipto.
»Le dio rabia que la hubiese hecho llorar y, con un terrible aullido, se convirtió en una enorme leona. Su piel tenía el color de la sangre y rugía y humeaba como una llama viva. Su rostro brillaba más que el disco solar y su apariencia feroz hizo estremecerse a Thot. Se puso a saltar como una langosta y a temblar como una rana. La saludó como si fuera el mismo Sol:
»“¡Oh, poderosa, ten piedad! ¡En nombre de Ra te pido que me perdones la vida! ¡Graciosa divinidad, antes de atacarme, escucha la historia de los dos buitres!”.
»La cólera de Hathor se calmó un poco y, como sentía curiosidad por saber la historia, volvió a convertirse en un gato salvaje. Entonces Thot se apresuró a empezar la narración:
»“Érase una vez dos buitres que vivían en los montes del desierto. Un día el primero de los buitres se jactó”:
»“—Mis ojos son más vivos que los tuyos y mi vista es más afilada. Ninguna otra criatura con alas tiene un don como el mío».
»“—¿Y cuál es este don? —preguntó el segundo buitre».
»“—De día o de noche puedo ver los límites de la tierra —contestó el primero—. Encima de todo el cielo o dentro del océano, puedo ver lo que allí pasa».
»“—Quizá tus ojos sean más vivos que los míos y tu vista supere a la mía —reconoció el otro buitre—, pero mis orejas son más vivas que las tuyas y mi oído supera al tuyo. Puedo oír cualquier ruido que se produzca tanto en la tierra como en el mar o el cielo».
»“Los dos pájaros pasaron muchos días discutiendo sobre quién poseía el don más preciado, pero una mañana, posados en la rama de un gran árbol seco, el segundo se puso a reír”.
»“—¿De qué te ríes? —le preguntó el primero».
»“—Río de cómo un cazador puede convertirse rápidamente en cazado —contestó el segundo. Y añadió—: Un pájaro en el otro lado del río me está contando lo que acaba de ver. Tú serías incapaz de oírlo a esta distancia. Ha visto cómo una lagartija cazaba y se comía una mosca. Un momento después, una serpiente atrapaba y se tragaba a la lagartija y, acto seguido, la serpiente era agarrada por un halcón hambriento, pero pesaba demasiado y halcón y serpiente han caído al mar. Si tienes tan buena vista como afirmas, dime qué les ha ocurrido a partir de aquí».
»“El primer buitre levantó su cabeza calva y dirigió su mirada hacia las costas del mar lejano”.
»“—Un pez se ha tragado al halcón con la serpiente aún cogida entre sus garras. Y ahora un pez más grande se ha comido al primero. —Hizo una larga pausa y luego continuó—: Y ahora el pez grande se ha acercado demasiado a la playa y un león lo ha sacado del agua de un golpe de zarpa. Se lo está comiendo… ¡Ah! —De pronto se mostró muy alborotado—: ¡Un animal fantástico mitad águila mitad león se ha lanzado sobre el león y se lo lleva a su nido!».
»“—¿Estás seguro? —preguntó el otro—. ¿Puede ser cierto?».
»“—Si no me crees, acompáñame a su nido y podrás comprobarlo por ti mismo —fue la respuesta».
»“Y los dos buitres emprendieron el vuelo y cruzaron los montes del desierto hasta llegar cerca de la cueva de tan maravilloso animal. Entonces contemplaron cómo aquella bestia se comía las últimas tiras de carne del león y acto seguido emprendieron el vuelo hacia un lugar más seguro”.
»“—Todo cuanto hemos visto muestra el poder de Ra en acción en el mundo —empezó el primer buitre—. Ni la mente de una mosca se le escapa al dios Sol; y los que matan, mueren. La violencia se paga con violencia. Por eso me sorprende que nada le haya pasado a este último animal, a pesar de que se ha comido al león».
»“—Debe de ser porque es el mensajero de Ra —respondió el segundo—. El dios Sol le ha dado el poder de la vida y la muerte sobre todas las criaturas. No hay nada más fuerte que él a excepción de la justicia de Ra».
»“Y así concluye la historia. Es decir, señora, que es tu propio padre quien da bien por bien y mal por mal” explicó Thot. «Y él te ha llenado de su poder. Eres el Ojo del Sol, su vengador».
»El corazón de Hathor empezó a batir de alegría y se volvió a sentir orgullosa de ser la hija del dios Sol.
»“Para ya de temblar, pues no pienso matarte” prometió el gato salvaje. «Tus palabras me han hechizado, pero sé que no me deseas ningún mal. Me has quitado la pena y la cólera que sentía».
»“Señora, si quieres seguirme” propuso tímidamente Thot, «te conduciré hasta Egipto. No son demasiados días de viaje a través de estas colinas».
»“Bien, pongámonos en marcha enseguida” gruñó Hathor, «y basta de charla».
»El mandril enfiló el camino a Egipto, con el gato salvaje a unos pasos por detrás. Por temor a que se lo pensara de nuevo o volviera a encolerizarse, Thot empezó una nueva historia:
»“Érase una vez dos chacales que vivían en el desierto y eran los amigos más fieles. Cazaban, comían y bebían siempre juntos, y compartían la misma zona de sombra. Un día que descansaban bajo las ramas de un árbol del desierto, vieron cómo un león enfadado se acercaba a ellos. Los dos chacales se quedaron bien quietos y dejaron que el león siguiera avanzando. Esto desconcertó al animal, que rugió”:
»“—¿Es que acaso vuestras patas están demasiado pesadas a causa de los años? ¿No habéis visto cómo me acercaba? Y siendo así, ¿cómo es que no habéis emprendido la huida?».
»“—Señor león —contestaron los chacales—, sí hemos visto cómo venías furioso hacia nuestra posición, pero hemos decidido no huir. Al fin y al cabo, nos hubieras atrapado igualmente y creímos que no tenía sentido que nos cansáramos antes de que nos comieras».
»“Como a los poderosos la verdad no les ofende, al león le hizo mucha gracia aquella respuesta fría y tranquila y les perdonó la vida”.
»“No te he contado más que la verdad de cuanto sucedió” añadió Thot, «y, ahora que tú me has perdonado la vida, podemos ir hacia Egipto juntos y yo prometo protegerte».
»“¿Que tú me protegerás? El Ojo del Sol no necesita la protección que pueda proporcionarle un mandril”.
»“A veces el débil puede salvar al fuerte” contestó Thot. «Recuerda la historia del león y el ratón»:
»“Érase una vez un león que vivía en los montes del desierto. Era tan grande y fiero que todos los animales le tenían miedo. Pero un día se encontró a una pantera tendida en el suelo, más muerta que viva. Tenía la piel destrozada y el cuerpo lleno de profundos cortes que sangraban. El león se quedó muy sorprendido, pues siempre había pensado que él era el único suficientemente fuerte como para vencer a una pantera”.
»“—¿Qué ha pasado? —preguntó—. ¿Quién te ha hecho esto?».
»“—El hombre —suspiró la pantera—. No hay nadie tan astuto. ¡Procura no caer nunca en sus manos!».
»“El león nunca había oído hablar de la existencia de una bestia llamada hombre, pero le enfadó que una criatura pudiera causar unas heridas tan crueles únicamente para divertirse. Entonces decidió ir a la caza del hombre y se dirigió en la dirección por donde había venido la pantera. Cuando ya llevaba una hora andando, se encontró con una mula y un caballo unidos por un yugo, con trozos de metales que les hacían daño en las tiernas bocas”.
»“—¿Quién os ha hecho esto? —quiso saber».
»“—El hombre, nuestro amo —respondió el caballo».
»“—Así pues, ¿el hombre es más fuerte que vosotros dos?».
»“—Señor león —dijo la mula—, no hay nadie más astuto que el hombre, ¡cuídate de no caer jamás en sus manos!».
»“El león se enfadó aún más y estuvo más decidido que nunca a encontrar y matar a esa criatura tan cruel denominada hombre. Continuó su camino y pronto encontró un buey y una vaca atados con una cuerda. Les habían serrado los cuernos y tenían la nariz atravesada por anillas de metal. Cuando les preguntó quién les había hecho eso, recibió la misma respuesta”:
»“—El hombre, nuestro amo. No existe nadie más astuto que él. ¡Procura no caer en sus manos!».
»“El león reemprendió el camino y la siguiente cosa que vio fue a un enorme oso acercándose pesadamente hacia él. Cuando lo tuvo cerca, se dio cuenta de que le faltaban las garras y los dientes”.
»“—¿Quién ha osado hacerte esto? —le preguntó—. No es posible que el hombre sea más fuerte que tú».
»“—Es cierto —gimió el oso—, porque el hombre es más astuto. Yo capturé al hombre y le obligué a que me sirviera, pero él me dijo: “Amo, tienes las garras tan largas que seguro te resulta difícil coger la comida, y tienes los dientes tan largos que te costará meterte los alimentos en la boca. Deja que te corte las uñas y los dientes y te aseguro que podrás comer el doble”. Yo le creí y dejé que lo hiciera, pero en lugar de lo prometido me arrancó las garras y me limó los dientes. Entonces ya no tuvo miedo de mí. Me tiró arena a los ojos y se alejó lanzando sonoras carcajadas».
»“Habiendo oído esto, el león se enfureció más que nunca y continuó su camino hasta que se encontró con otro león cuya pata estaba atrapada en el tronco de una palmera”.
»“—¿Qué te ha pasado? —preguntó el primer león—. ¿Quién ha sido capaz de hacerte una cosa así?».
»“—El hombre —gruñó el segundo león—. ¡Ten mucho cuidado! ¡Nunca te fíes de él! El hombre es malo por naturaleza. Le convertí en mi criado y le pregunté qué trabajo sabía hacer, pues daba la sensación de ser una criatura muy débil. Me respondió que sabía hacer un amuleto que me daría vida inmortal. “Sígueme”, me dijo, “y convertiré este árbol en amuleto. ¡Haz exactamente lo que te diré y vivirás eternamente!”. Y vine con él hasta esta palmera y él serró una grieta en el tronco y la abrió con una palanca. Me dijo que metiera la pata en ella y, cuando lo hube hecho, la rendija se cerró y la pata me quedó así atrapada. Luego me tiró arena a los ojos y se fue riendo. Y ya lo ves, ahora tendré que quedarme aquí y morir de hambre».
»“Entonces el primer león lanzó un reto con un gran rugido”:
»“—¡Hombre! ¡No dejaré de perseguirte hasta que te haya hecho padecer todos los males que has causado a todas estas criaturas!».
»“Continuó avanzando a grandes saltos hasta que vio a un ratón en el camino, que levantó un agudo chillido y dijo”:
»“—¡Oh, señor león, no me aplastes, por favor! Conmigo no tienes ni para un solo mordisco; apenas me encontrarás sabor alguno. Perdóname la vida y quizás un día podré devolverte el favor. Si ahora me perdonas, te ayudaré cuando te halles en un mal paso».
»“—¿Qué puede hacer un minúsculo e insignificante ratón para ayudar al más fuerte de los animales? —se rió el león—. Además, nadie tiene el poder de hacerme daño».
»“—Señor león, a veces sucede que el débil puede ayudar al fuerte —insistió el ratón, y pronunció un solemne juramento de amistad».
»“El león lo encontró divertido y, como era verdad que no valía la pena comerse a un ratón, lo dejó escapar. Pero sucedió que el hombre había oído los rugidos del león y le preparó unas trampas. Excavó un agujero, encima extendió una red de cuerdas resistentes y lo tapó todo con hierbas. Esa tarde, el león, mientras perseguía al hombre, se acercó al lugar y cayó en la trampa, quedando atrapado en la red. Durante varias horas estuvo intentando librarse de ella, pero le resultó imposible. A media noche el león quedó agotado y ya sólo le quedaba esperar al alba para que el hombre viniera a matarle. De pronto oyó un susurro en su oreja”:
»“—Señor león, ¿te acuerdas de mí? Soy el ratón a quien gentilmente perdonaste la vida. ¿Qué cosa en este mundo existe más bonita que corresponder a una buena acción con otra?».
»“Y el ratón empezó a roer las cuerdas. Trabajó hora tras hora para liberar al león y, justo antes del amanecer, acabó de romper la última. El león se puso de pie de un salto y se sacudió la red de encima. Con el ratón agarrado a su crin, salió del agujero dando un gran salto y huyó lejos del hombre, dirigiéndose a los montes del desierto”.
»“El destino le había enseñado que incluso el ser más débil e insignificante puede ayudar al más fuerte”.
»Hathor comprendió la moraleja de la historia de Thot y siguió al mandril con un nuevo respeto, pero parecía no tener prisa en regresar a Egipto. Al llegar al límite del desierto, se entretuvo bajo unas palmeras, sicómoros y algarrobos, para probar algunos de sus frutos.
»El mandril se encaramó a los árboles con la esperanza de divisar Egipto. Probó una fruta y la encontró buena, pero recordó a la diosa que la fruta de los árboles de Egipto era todavía más buena, de manera que continuaron el viaje.
»En el momento de pasar la frontera, la gente de Egipto acudió en gran número para rendir honores a la diosa que regresaba. En El-Kab tomó forma de buitre y, en el siguiente pueblo, la de una gacela, pero al acercarse a Tebas volvió a su forma de gato salvaje. Antes de entrar en la ciudad se pararon para descansar. Hathor se durmió y Thot se mantuvo vigilante.
»Los enemigos de Ra no estaban nada satisfechos de que el Ojo del Sol hubiera regresado a Egipto. Protegida por la sombra de la noche, una serpiente del caos se arrastró hasta la diosa dormida con intención de envenenarla y quitarle a Ra su protectora.
»Thot, que permanecía vigilante, vio a la serpiente a punto de atacar y despertó rápidamente a Hathor. El gato salvaje saltó sobre la serpiente y la partió en dos. Luego le dio las gracias al mandril por haberla protegido y avisado y recordó la historia del ratón que salvó al león.
»A la mañana siguiente entraron en Tebas y toda la ciudad enloqueció de alegría. Hathor estaba tan contenta que se transformó en una bella y bondadosa mujer. Después dejó que el mandril la condujese más al norte.
»Ra se reunió con su hija en la ciudad sagrada de Heliópolis y, cuando se abrazaron, el país saltó de alegría. Entonces Thot volvió a tomar su forma normal y Hathor por fin le reconoció. Se sentó al lado de ella en la fiesta y Ra le dio las gracias al astuto Thot por haberle devuelto al Ojo del Sol.