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Día tras día perfeccionaban sus cálculos y Stefan hacía ejercicios con el brazo y el hombro izquierdo, tratando de impedir su rigidez al cicatrizar la herida, esperando recobrar lo más posible el tono muscular. El sábado 21 de enero, por la tarde, cuando se acercaba el final de su primer fin de semana en Palm Springs, terminaron los cálculos y obtuvieron el tiempo exacto y las coordenadas espaciales que Stefan necesitaría para los viajes que haría cuando hubiese regresado a 1944.

—Ahora sólo necesito un poco más de tiempo para curarme —dijo, levantándose de delante del ordenador y moviendo obstinadamente el brazo izquierdo en círculos.

—Hace once días que te hirieron —dijo ella—. ¿Todavía sientes dolor?

—Un poco. Más profundo y más sordo. Y no siempre. Sin embargo, no he recuperado la fuerza. Creo que será mejor que espere unos días más. Si me encuentro en condiciones el próximo miércoles, veinticinco, regresaré entonces al Instituto. Antes, si mejoro más de prisa, pero no más tarde del próximo miércoles.

Aquella noche, Laura se despertó de una pesadilla en la que se veía confinada de nuevo en una silla de ruedas y en la que el destino, en forma de un hombre sin rostro y con una túnica negra, estaba borrando a Chris de la realidad, como si el muchacho no fuese más que un dibujo en tiza sobre un cristal. Se encontraba empapada en sudor y, durante un rato, estuvo sentada en la cama, escuchando, pero sin oír más que la respiración regular y profunda de su hijo en la cama, al lado de ella.

Después, incapaz de volver a dormirse, yació pensando en Stefan Krieger. Era un hombre interesante, sumamente reservado y a veces difícil de comprender.

Desde el miércoles de la semana anterior, cuando él le había explicado que se había convertido en su guardián porque se había enamorado de ella y quería mejorar la vida que estaba destinada a vivir, no había vuelto a hablarle de amor. No había reiterado lo que sentía por ella, no había sostenido sus expresivas miradas, no había representado el papel de pretendiente tenaz. Había expresado su caso y quería darle tiempo para que se lo pensara y le conociera mejor antes de decidir lo que pensaba de él. Laura suponía que, en caso de que fuese necesario, él sería capaz de esperar años, y sin quejarse. Tenía la paciencia nacida de la adversidad extrema, y ella lo comprendía.

Él permanecía silencioso y pensativo la mayor parte del tiempo, en ocasiones, francamente melancólico, lo cual ella suponía que era resultado de los horrores que había visto en su antigua Alemania. Es posible que aquella tristeza tuviese sus raíces en cosas que él mismo había hecho y ahora lamentaba, cosas que creía que nunca podría reparar. A fin de cuentas, había dicho que tenía un lugar reservado en el infierno. No había revelado acerca de su pasado más que lo que les había dicho, a ella y a Chris, en la habitación del motel, hacía más de diez días. Sin embargo, Laura sentía que él quería contarle todos los detalles, tanto los que eran un desprestigio para él como los que redundaban en su favor; no quería ocultarle nada; simplemente estaba esperando a que ella decidiese lo que pensaba de él y si, en todo caso, quería saber más cosas.

A pesar del dolor que llevaba dentro, profundo como los tuétanos y oscuro como la sangre, Stefan tenía un tranquilo sentido del humor. Era bueno con Chris y sabía hacerle reír, cosa que le agradaba a Laura. Su sonrisa era cálida y amable.

Sin embargo, ella aún no le amaba, y creía que no le amaría nunca. Se preguntaba cómo podía estar tan segura de ello. En realidad, yació durante un par de horas en la habitación, preguntándose esto, hasta que al fin empezó a sospechar que la razón de que no pudiese amarle radicaba en que él no era Danny. Su Danny había sido único y, con él, había conocido un amor tan próximo a la perfección como lo permitía el mundo. Ahora, al buscar su afecto, Stefan Krieger estaría para siempre en competencia con un fantasma.

Reconocía el patetismo de su situación, y compartía tristemente la soledad que revelaba su propia actitud. En el fondo de su corazón, quería ser amada y corresponder a ese amor, pero, en su relación con Stefan, sólo veía la pasión de él no correspondida y las esperanzas de ella no cumplidas.

A su lado, Chris murmuró en sueños, y después, suspiró.

Su hijo, el único hijo que había podido tener, era el centro de su existencia; ahora y en un futuro previsible, su razón primordial para seguir adelante. Si algo le ocurriese a Chris, sabía que ya no podría encontrar alivio en el humor negro de la vida; este mundo, en el que siempre se mezclaban la tragedia y la comedia, se convertiría para ella únicamente en un lugar de tragedia, demasiado negro y vacío para poder soportarlo.