En su primer día entero en la casa de Palm Springs, el domingo 15 de enero, montaron el ordenador y Laura instruyó a Stefan sobre su empleo. El programa de operación y el software para las tareas que tenían que realizar eran sumamente prácticos, y aunque por la noche Stefan se encontraba aún muy lejos de ser un experto, ya era capaz de comprender cómo funcionaba y pensaba un ordenador. De cualquier modo, no sería él quien hiciese la mayor parte del trabajo con la máquina; esto le correspondería a Laura, que era experta en el sistema. Su tarea consistiría en explicarle los cálculos que había que hacer, a fin de que pudiese aplicar el ordenador a la solución de los muchos problemas que les esperaban.
Stefan tenía la intención de volver a 1944, empleando el cinturón que le había quitado a Kokoschka. Los cinturones no eran máquinas del tiempo. La propia puerta era la máquina, el vehículo de transporte, y permanecía siempre abierta en 1944. Los cinturones estaban sintonizados con las vibraciones temporales de la puerta y simplemente traían al viajero a casa cuando apretaban el botón activador.
—¿Cómo? —preguntó Laura, al explicarle el uso del cinturón—. ¿Cómo te lleva atrás?
—No lo sé. ¿Sabes tú cómo funciona un microchip dentro de un ordenador? No. Sin embargo, esto no impide que emplees el ordenador, como mi ignorancia no impide que use el cinturón.
Al regresar al Instituto en 1944 y hacerse con el control del laboratorio principal, Stefan haría dos viajes cruciales, de sólo días en el futuro, desde marzo de 1944, para disponer la destrucción del Instituto. Estos dos viajes tenían que ser meticulosamente proyectados, para llegar a cada destino en el lugar geográfico exacto y precisamente en el tiempo que él desease. Estos cálculos refinados eran imposibles en 1944, no sólo porque no se disponía de la ayuda del ordenador, sino también porque en aquellos tiempos se sabía menos, marginal pero vitalmente, sobre el ángulo y el ritmo de rotación de la Tierra así como de los factores planetarios que afectaban a un salto, lo cual era la razón de que los viajeros en el tiempo desde el Instituto llegasen con frecuencia minutos antes o después de la hora proyectada o a kilómetros de distancia del lugar de destino. Con los números definitivos proporcionados por el «IBM», podría programar la puerta de manera que le dejase a un metro y una fracción de segundo del punto de destino deseado.
Emplearon todos los libros que Thelma había comprado. No eran únicamente textos de ciencia y matemáticas, sino relatos de la Segunda Guerra Mundial, en los que podía descubrirse el paradero de ciertos personajes importantes en determinadas fechas.
Además de realizar los complicados cálculos para los viajes, tenían que dar tiempo a la herida de Stefan para que se curase. Cuando volviese a 1944, de nuevo entraría en el cubil del lobo y, aun equipado con un gas letal y un arma de fuego de primera clase, tendría que ser veloz y ágil para librarse de la muerte.
—Dos semanas —dijo—. Creo que dentro de dos semanas tendré en el hombro y en el brazo la flexibilidad suficiente para ir allá.
El hecho de que necesitase dos semanas o diez importaba poco, pues cuando emplease el cinturón de Kokoschka regresaría al Instituto sólo once minutos después que aquel se hubiera marchado. La fecha de su partida del tiempo actual no afectaría a la de su regreso en 1944.
El único motivo de preocupación era que la Gestapo les encontrase primero y enviase un equipo de choque a 1989, para que los eliminase antes de que Stefan pudiese volver a su tiempo para realizar su plan. Aunque era su única preocupación, no por ello dejaba de ser bastante grave.
Con grandes preocupaciones, y esperando a medias el súbito resplandor de un rayo y el retumbar de un trueno, se tomaron un respiro en su trabajo y fueron a comprar comestibles el domingo por la tarde. Laura, todavía objeto de atención por parte de la Prensa, se quedó en el coche, mientras Stefan y Chris entraban en el mercado. No cayó ningún rayo, y volvieron a la casa con el portaequipajes cargado de comida.
Al abrir las bolsas en la cocina, Laura descubrió que un tercio de aquellas solamente contenían chucherías: tres cucuruchos de helado con chocolate, almendras con mantequilla, dulce de almendras; grandes bolsas de «M&Ms», «Kit Kats», «Reese’s Cups» y «Almond Joys»; patatas fritas, pastas saladas, tortitas, palomitas de maíz con queso, cacahuetes; cuatro clases de galletas; un pastel de chocolate, un pastel de cerezas, una caja de donuts, cuatro paquetes de «Ding Dongs».
Stefan la ayudó a guardarlo todo, y ella dijo:
—Debes ser el hombre más goloso del mundo.
—Mira, esta es otra cosa que me parece sorprendente en este vuestro mundo futuro —dijo él—. ¡Fíjate! Ya no hay ninguna diferencia, en lo que respecta a nutrición, entre un pastel de chocolate y un bistec. Hay tantas vitaminas y minerales en estas patatas fritas como en una ensalada verde. Puedes comer solamente a base de postres y seguir tan sano como los que consumen comidas equilibradas. ¡Increíble! ¿Cómo se logró este adelanto?
Laura se volvió a tiempo de Ver a Chris saliendo de la cocina.
—¡Eh, ladronzuelo!
Con aire compungido, el niño dijo:
—¿No tiene el señor Krieger algunas ideas raras sobre nuestra cultura?
—Sé de dónde ha sacado esta —dijo ella—. Lo que has hecho es una pillería.
Chris suspiró y trató de parecer afligido.
—Sí. Pero me imagino que…, si nos persiguen los agentes de la Gestapo, al menos deberíamos poder comer cuantos «Ding Dongs» quisiéramos, porque cada comida puede ser la última.
La miró de reojo para ver si ella aceptaba esta rutina de los condenados a muerte.
En realidad, lo que el chico decía contenía bastante verdad para hacer comprensible, ya que no excusable, su picardía, y ella no se atrevió a castigarle.
Aquella noche, después de cenar, Laura cambió el apósito de la herida de Stefan. El impacto de la bala había dejado una enorme moradura en su pecho, con el orificio de entrada aproximadamente en el centro, y una moradura más pequeña alrededor del orificio de salida. Los hilos de la sutura y el interior del vendaje estaban endurecidos por el fluido que había brotado y se había secado. Después de lavar cuidadosamente las heridas, limpiándolas lo mejor posible sin levantar las costras, apretó suavemente la carne, haciendo brotar un poco más de líquido claro, pero sin rastro de pus, que, de haber aparecido, habría indicado una infección posiblemente grave. Desde luego, podía tener un absceso dentro de la herida, que fluyese hacia dentro; no obstante, no era probable, ya que no tenía fiebre.
—Sigue tomando la penicilina —dijo—; creo que te pondrás bien. El doctor Brenkshaw hizo un buen trabajo.
Mientras Laura y Stefan pasaban largas horas con el ordenador el lunes y el martes, Chris veía la televisión y buscaba en las estanterías algo para leer; le intrigó una colección encuadernada de las historietas de Barbarella…
—Mamá, ¿qué quiere decir orgasmo?
—¿Qué estás leyendo? Dame eso.
Pero en general se entretenía sin armar ruido. Iba al estudio de vez en cuando y se quedaba allí durante un minuto o dos, observando cómo usaban el ordenador. Después de una docena de visitas, dijo:
—En Regreso al futuro, sólo tenían un coche para viajar en el tiempo; apretaban unos cuantos botones en el tablero, y ¡zas! ¿Por qué no han de ser tan fáciles las cosas en la vida como en las películas?
El martes 19 de enero, se dejaron ver poco cuando fue el jardinero a segar el césped y podar algunos arbustos. En cuatro días, era la primera persona que veían; no había llamado ningún vendedor a domicilio, ni siquiera un testigo de Jehová ofreciendo la revista La Atalaya.
—Aquí estamos seguros —dijo Stefan—. Es obvio que nuestra presencia en la casa no ha sido conocida por el público. De haberlo sido, la Gestapo ya nos habría visitado.
Sin embargo, Laura mantenía conectado el sistema de alarma durante las veinticuatro horas del día. Y por la noche, soñaba en el destino, reafirmándose en Chris borrado de la existencia y en ella misma sentada en una silla de ruedas.