El jueves 12 de enero de 1989 Laura cumplía treinta y cuatro años, y lo pasaron en la misma habitación de «The Bluebird of Happiness Motel». Stefan necesitaba otro día de descanso para recobrar fuerzas y dejar que la penicilina surtiese efecto. Asimismo precisaba tiempo para pensar; tema que concebir un plan para destruir el Instituto, y este problema era lo bastante complicado para requerir horas de intensa concentración.
La lluvia había cesado, pero el cielo parecía turbulento, hinchado. La previsión del tiempo anunciaba otra tormenta a medianoche.
Observaron el noticiario de las cinco en la televisión y escucharon un reportaje sobre ella, Chris y el hombre misterioso herido que habían llevado al doctor Brenkshaw. La Policía aún la estaba buscando y se creía que lo más probable era que los traficantes de drogas que habían matado a su marido ahora estuviesen tras ella y su hijo, porque temían que pudiesen identificarles en una rueda de presos, bien porque ella se encontrase de algún modo implicada en el tráfico.
—¿Mi mamá, traficante de drogas? —dijo Chris, ofendido por aquella insinuación—. ¡Qué puñado de imbéciles!
Aunque no se había encontrado ningún cuerpo en Big Bear ni en San Bernardino, se había producido un suceso sensacional que mantenía vivo el interés de los medios de difusión. Los reporteros se habían enterado de que se había encontrado mucha sangre en ambos escenarios, y que la cabeza cortada de un hombre había sido descubierta en el callejón trasero de la casa de Brenkshaw, entre dos cubos de basura.
Laura recordó que al cruzar la puerta de secoya de detrás de la finca de Cárter Brenkshaw y ver al segundo y sorprendido pistolero, había disparado la «Uzi» contra él. La ráfaga de balas le había alcanzado en el cuello y la cabeza, y ella entonces pensó que aquel fuego concentrado había podido decapitarle.
—Los SS supervivientes —dijo Stefan— apretaron el botón de regreso del cinturón del muerto, y enviaron el cuerpo del hombre a casa.
—Pero ¿por qué no su cabeza? —dijo Laura, asqueada por el tema, pero demasiado curiosa para no hacer la pregunta.
—Debió rodar lejos del cuerpo, entre los cubos de basura —dijo Stefan—, y no pudieron encontrarla en los pocos segundos de que disponían. Si la hubiesen encontrado, habrían podido colocarla sobre el cadáver y cruzar los brazos de este sobre ella. Todo lo que lleva un viajero en el tiempo es transportado con él en el viaje. No obstante, con las sirenas acercándose y la oscuridad del callejón…, no tuvieron tiempo de encontrar la cabeza.
Chris, que hubiese cabido esperar que se entusiasmase con estas chocantes complicaciones, se dejó caer pesadamente en su sillón, con las piernas cruzadas debajo del cuerpo, y guardó silencio. Tal vez la espantosa imagen de una cabeza cortada había hecho la presencia de la muerte más real para él que todos los tiros que contra él habían sido disparados.
Laura le abrazó y procuró tranquilizarle, asegurándole que saldrían juntos e indemnes del aprieto. Sin embargo, aquellos abrazos eran tanto para ella como para él, y las palabras de ánimo que le dirigió debieron sonar al menos un poco falsas, pues todavía no estaba convencida de que fuesen a triunfar.
Para el almuerzo y la cena fue a proveerse al restaurante chino del otro lado de la calle. La noche anterior, ninguno de los empleados del restaurante la había reconocido como la famosa escritora o como la fugitiva, por lo que el lugar le parecía bastante seguro. Habría sido una tontería ir a otra parte y exponerse a que la reconociesen.
Al terminar de cenar, mientras Laura recogía los envases de cartón, Chris sacó los pequeños pasteles de chocolate con una vela amarilla cada uno. El día anterior por la mañana había comprado los pastelitos «Hostess» y una caja de velas de cumpleaños en el supermercado «Ralph’s», y los había tenido escondidos hasta ahora. Con gran ceremonia, los trajo del cuarto de baño, donde había insertado y encendido en secreto las velas, y los dorados reflejos de las llamas brillaron en sus ojos. Sonrió al ver que había sorprendido y complacido a su madre. En realidad, ella tuvo que esforzarse por contener las lágrimas. La conmovió ver que, a pesar del miedo, y de encontrarse en medio del peligro; había tenido la presencia de ánimo de pensar en su cumpleaños; y el deseo de complacerla le pareció que era la esencia entre madre e hijo.
Los tres comieron los bordes de los pasteles. Además, Chris había comprado cinco galletas de la fortuna junto con la comida.
Reclinado en la cama sobre las almohadas, Stefan partió su galleta.
—Si fuese verdad —dijo—. «Vivirás en tiempos de paz y plenitud».
—Podría resultar verdad —dijo Laura. Partió su galleta y sacó el papelito—. Bueno, creo que ya tengo bastante de esto, gracias. «La aventura será tu compañera».
Cuando Chris partió su galleta, no había en ella ningún papel, ningún presagio.
Un destello de miedo se reflejó en el semblante de Laura, como si la galleta vacía significase en realidad que Chris no tenía futuro. Una superstición tonta. Sin embargo, no pudo reprimir su súbita ansiedad.
—Toma —dijo, tendiéndole rápidamente las dos galletas que quedaban—. El hecho de que no hubiese ningún papel en esta quiere decir que tienes dos oportunidades.
Chris partió la primera, leyó el papel para sí, rio y después lo leyó en voz alta:
—«Conseguirás fama y fortuna».
—Cuando seas terriblemente rico, ¿me mantendrás en mi vejez? —preguntó Laura.
—Claro que sí, mamá. Bueno…, mientras sigas cocinando para mí y en especial tu sopa de verduras.
—Vas a hacer que tu vieja mamá se gane el sustento, ¿eh?
Sonriendo a las pullas entre Laura y Chris, Stefan Krieger dijo:
—Es un patrono duro, ¿eh?
—Probablemente me hará fregar los suelos cuando tenga ochenta años —dijo Laura.
Chris partió la segunda galleta.
—«Vivirás bien con pequeños placeres: libros, música, arte».
Ni Chris ni Stefan parecieron darse cuenta de que las dos predicciones eran contradictorias, anulándose recíprocamente lo que en cierta manera confirmaba el ominoso significado de la galleta vacía.
«Bueno, estás perdiendo la cabeza, Shane, la estás perdiendo de verdad —pensó—. No son más que galletas de la fortuna. En realidad, no predicen nada».
Horas más tarde, cuando las luces se hubieron apagado y Chris se hubo dormido, Stefan habló a Laura desde la oscuridad.
—He concebido un plan.
—¿Una manera de destruir el Instituto?
—Sí. Pero es muy complicado y necesitamos muchas cosas. No estoy seguro…, de que algunos de esos círculos puedan ser comprados por ciudadanos particulares.
—Yo puedo conseguir todo lo que necesites —dijo confiadamente ella—. Tengo contactos. Puedo conseguirlo todo.
—Necesitaremos mucho dinero.
—Eso es difícil. Sólo me quedan cuarenta pavos y no puedo ir al Banco y retirar fondos, porque eso dejaría rastro…
—Sí. Les conduciría directamente hacia nosotros. ¿Hay alguien en quien puedas confiar y que confíe en ti, alguien que te preste un montón de dinero y no diga a nadie que te ha visto?
—Tú lo sabes todo acerca de mí —dijo Laura—, por tanto, sabes de Thelma Ackerson. Pero, por Dios que no quisiera meterla en esto. Si le ocurriese algo a Thelma…
—Puede arreglarse sin peligro para ella —insistió él.
Fuera, la lluvia pronosticada llegó en forma de un súbito aguacero.
—No —dijo Laura.
—Pero es nuestra única esperanza.
—No.
—¿De dónde más puedes sacar el dinero?
—Encontraremos otra manera que no requiera una financiación tan fuerte.
—Tanto si encontramos otro plan como si no, necesitaremos dinero. Tus cuarenta dólares no durarán un día más. Y yo no tengo nada.
—No quiero poner en peligro a Thelma —dijo inflexiblemente ella.
—Como te he dicho, podemos hacerlo sin peligro, sin…
—No.
—Entonces, estamos vencidos —dijo él tristemente.
Ella escuchaba la lluvia, que en su imaginación se convirtió en el fuerte zumbido de los bombarderos de la Segunda Guerra Mundial…, y después, el ruido de una muchedumbre enloquecida que cantaba. Por fin, dijo:
—No obstante, aunque pudiésemos arreglar eso sin peligro para Thelma, ¿qué pasaría si la SS le siguiese la pista? Ellos deben saber que es mi mejor amiga, mi única verdadera amiga. Por consiguiente, ¿por qué no pueden haber enviado uno de sus equipos para vigilar a Thelma, con la esperanza de que les conduzca hasta mí?
—Porque es una manera innecesariamente tediosa de encontrarnos —dijo él—. Les basta con enviar equipos de investigación al futuro, a febrero de este año y después a marzo y abril, mes tras mes, para leer los periódicos hasta que descubran el lugar donde hayamos aparecido por primera vez. Cada uno de estos viajes sólo tarda once minutos de su tiempo, recuérdalo, por lo que son muy rápidos; y este método es casi seguro que les dé resultados más pronto o más tarde, porque dudo que podamos permanecer ocultos durante el resto de nuestras vidas.
—Bueno…
Él esperó un largo rato. Después dijo:
—Vosotras dos sois como hermanas. Y si no puedes pedir ayuda a una hermana en un momento como este, ¿a quién podrás pedírsela, Laura?
—Si podemos hacer que Thelma nos ayude sin que la pongamos en peligro…, creo que tendremos que probarlo.
—Es lo primero que has de hacer por la mañana.
Fue una noche de lluvia, y la lluvia llenó los sueños de Laura, y en estos sueños se producían también fuertes explosiones, con rayos y truenos. Se despertó aterrorizada, pero la noche lluviosa en Santa Ana no era mancillada por aquellos brillantes y ruidosos presagios de muerte. Era una tormenta relativamente tranquila sin truenos ni relámpagos ni viento, aunque Laura sabía que no siempre sería así.