El sábado 18 de marzo de 1944, en el laboratorio principal de la planta baja del Instituto, el Obersturmführer de la SS Erich Klietmann y su equipo de tres hombres bien adiestrados estaban preparados para saltar al futuro y eliminar a Krieger, a la mujer y al muchacho. Vestían al estilo de los jóvenes ejecutivos californiano en 1989: traje a rayas de «Yves St. Laurent», camisa blanca, corbata oscura, zapatos «Bally» negros, calcetines negros y gafas de sol «Ray-Ban», por si el tiempo lo requería; les habían dicho que, en el futuro, esto era llamado «aire de poder», y aunque Klietmann no sabía exactamente qué quería decir, le gustaba cómo sonaba la frase. Su ropa había sido comprada en el futuro por investigadores en anteriores viajes; nada en ella, ni siquiera en las prendas interiores, era anacrónico.
Los cuatro llevaban también un maletín «Mark Cross», elegante modelo hecho de piel de becerro, con las piezas metálicas chapadas de oro. También habían sido traídos del futuro, lo mismo que la metralleta «Uzi» perfeccionada y los cargadores de recambio guardados en cada maletín.
Un equipo de investigadores del Instituto estaba desempeñando una misión en los Estados Unidos el año y el mes en que John Hinckley había intentado asesinar a Ronald Reagan. Mientras observaban la película del atentado en la televisión, se habían sentido enormemente impresionados por las eficaces armas automáticas que los agentes del Servicio Secreto llevaban en sus maletines. Los agentes habían podido sacar aquellas metralletas y ponerlas en posición de tiro en uno o dos segundos. Ahora la «Uzi» no era sólo la metralleta, preferida de las unidades de Policía y de los ejércitos de 1989, sino también de los comandos Schutzstaffel de viajeros en el tiempo.
Klietmann había practicado con la «Uzi». Sentía por esta arma más afecto que el que había prodigado jamás a un ser humano. Sólo le molestaba el hecho de que fuese de fabricación israelí, producto de un puñado de judíos. Por otra parte, era muy probable que en los próximos días, los nuevos directores del Instituto aprobasen la integración de la «Uzi» en el mundo de 1944, y los soldados alemanes equipados con ellas serían más capaces de rechazar las hordas infrahumanas que se proponían destituir a der Führer.
Miró el reloj del tablero de programación de la puerta y vio que habían transcurrido siete minutos desde que el equipo de investigación había salido para California, el 15 de febrero de 1989. Estaban allí para buscar en los documentos públicos —principalmente números atrasados de periódicos— y descubrir si Krieger, la mujer y el muchacho habían sido encontrados por la Policía y detenidos para ser interrogados después de los tiroteos en Big Bear y en San Bernardino. Volverían a 1944 y dirían a Klietmann el día, la hora y el lugar en que podría encontrar a Krieger y a la mujer. Como todos los viajeros en el tiempo, regresaban de sus viajes exactamente once minutos después de su partida, independientemente del tiempo que hubiesen pasado en el futuro, Klietmann y su equipo sólo tenían que esperar cuatro minutos más.