En cuanto hubo puesto en marcha el aparato de relojería detrás del mueble archivador, Stefan salió de su despacho del tercer piso y bajó al laboratorio principal de la planta baja. Eran las 12.14 y, como el viaje proyectado estaba señalado para las dos, no había nadie en aquel laboratorio. Las ventanas se encontraban cerradas y la mayoría de las lámparas del techo seguían apagadas, como lo habían estado hacía poco más de una hora, cuando él había regresado de San Bernardino. Los numerosos discos, indicadores y gráficos luminosos de la maquinaria lanzaban resplandores verdes y anaranjados. Más en la sombra que bajo la luz, la puerta le estaba esperando.
Cuatro minutos para la explosión.
Fue directamente al tablero principal de programación y ajustó cuidadosamente los discos, los interruptores y las palancas, preparando la puerta para el destino deseado: California meridional, cerca de Big Bear, a las ocho de la noche del 10 de enero de 1988, pocas horas después de que hubiese muerto Danny Packard. Hacía días que había hecho los cálculos necesarios y ahora los traía consigo en una hoja de papel, por lo que podía programar la maquinaria tan sólo en un minuto.
Si hubiese podido viajar a la tarde del diez, antes del accidente y del duelo con Kokoschka, lo habría hecho con la esperanza de salvar a Danny. Sin embargo, era sabido que un viajero en el tiempo no podía volver a visitar un lugar si proyectaba la segunda llegada para poco antes de su viaje interior. Podía volver a Big Bear después de haber dejado a Laura aquella noche de enero, pues habiendo ya partido de la carretera, no había peligro de encontrarse allí con él mismo. No obstante, si disponía la puerta para un tiempo de llegada que hiciese posible que se encontrase consigo mismo, simplemente saltaría atrás y volvería al Instituto sin ir a ninguna parte. Este era uno de los muchos aspectos misteriosos del viaje en el tiempo que los científicos habían descubierto y en los que habían trabajado, pero sin llegar a comprenderlos.
Cuando terminó de programar la puerta, observó el indicador de latitud y longitud, para confirmar, que llegaría a la zona de Bib Bear.
Luego miró el reloj que indicaba su hora de llegada, y se sorprendió al ver que marcaba las 8.00 de la tarde del 10 de enero de 1989, en vez de 1988. La puerta ahora estaba programada para enviarle a Big Bear, no horas después de la muerte de Danny, sino un año más tarde.
Estaba seguro de que sus cálculos habían sido correctos; había tenido tiempo de sobra para hacerlos y comprobarlos durante las últimas dos semanas. Era obvio que los nervios le habían hecho cometer un error al pulsar los números. Tendría que reprogramar la puerta.
Menos de tres minutos para la explosión.
Se enjugó el sudor de los ojos y estudió los números que figuraban en el papel, el producto final de sus largos cálculos. Cuando se disponía a pulsar el botón de control para cancelar el programa y corregir las cifras, un grito de alarma sonó en el pasillo de la planta baja. Parecía venir del extremo norte del edificio, del sector donde se hallaba la sala de documentos.
Alguien había encontrado los cuerpos de Januskaya y Volkaw.
Oyó más gritos. Y gente que corría.
Mirando nerviosamente la puerta cerrada que daba al pasillo, decidió que no tenía tiempo de programar de nuevo. Tendría que conformarse con volver junto a Laura un año después de cuando la había dejado.
Con la «Colt Commander» provista de silenciador en la mano derecha, se levantó de la consola de programación y se dirigió a la puerta, aquel barril de acero pulimentado, de dos metros y medio de alto por cuatro de largo, abierto por un extremo y que se apoyaba a treinta centímetros del suelo sobre bloques chapados de cobre. No quería perder tiempo en recobrar la chaqueta del rincón donde la había dejado hacía una hora.
La agitación en el pasillo se hizo más fuerte.
Cuando tan sólo estaba a dos pasos de la entrada de la puerta, se abrió la del laboratorio con tal ímpetu que chocó con estruendo contra la pared.
—¡Alto ahí!
Stefan reconoció la voz, pero no podía creer lo que estaba viendo. Levantó la pistola y giró en redondo para enfrentarse con su atacante. El hombre que había entrado en el laboratorio era Kokoschka.
Imposible. Kokoschka estaba muerto. Kokoschka le había seguido a Big Bear la noche del 10 de enero de 1988, y él le había matado en la carretera cubierta de nieve.
Stefan, pasmado, apretó dos veces el gatillo, pero erró el blanco.
Kokoschka replicó el fuego. Una bala le alcanzó a Stefan en la parte superior izquierda del pecho, lanzándole hacia atrás contra el borde de la puerta. No obstante, se mantuvo en pie y disparó tres veces contra Kokoschka, obligando al bastardo a lanzarse al suelo y rodar para resguardarse detrás de un banco del laboratorio.
Faltaban menos de dos minutos para la explosión.
Stefan no sentía dolor, porque estaba conmocionado. Sin embargo, su brazo izquierdo estaba inutilizado; pendía flácido junto a su costado. Y una sombra insistente y densa empezaba a invadir los bordes de su visión.
Sólo habían quedado encendidas unas cuantas luces, pero, de pronto, incluso estas parpadearon y se apagaron, dejando la estancia vagamente iluminada por el débil resplandor de los muchos indicadores cubiertos de cristal. Por un instante, Stefan pensó que aquella luz mortecina se debía a una disminución de su propia conciencia, era un fenómeno subjetivo; sin embargo, entonces se dio cuenta de que la energía del servicio público había fallado una vez más, evidentemente por obra de saboteadores, ya que ninguna sirena había anunciado un ataque aéreo.
Kokoschka disparó dos veces desde la oscuridad, revelando los fogonazos su posición, y Stefan gastó sus tres últimos cartuchos, aunque no podía esperar alcanzar a Kokoschka a través del banco de mármol del laboratorio.
Agradeciendo el hecho de que la puerta recibiese su energía de un generador seguro y en funcionamiento, Stefan arrojó la pistola y, con su mano útil, agarró el borde de la puerta en forma de barril. Se introdujo en su interior y se arrastró frenéticamente hacia el punto, a tres cuartos de la puerta, donde cruzaría el campo de energía y partiría hacia Big Bear, en 1989.
Mientras avanzaba apoyándose en las dos rodillas y el brazo sano a través del lóbrego interior del barril, de repente se dio cuenta de que el aparato de relojería del detonador estaba conectado en su despacho a la corriente eléctrica ordinaria. La cuenta de la destrucción había sido interrumpida cuando las luces se habían apagado.
Comprendió, desalentado, por qué Kokoschka no había muerto en Big Bear en 1988. Kokoschka todavía no había hecho aquel viaje. Kokoschka no se había enterado hasta ahora de la perfidia de Stefan, cuando había descubierto los cadáveres de Januskaya y Volkaw. Antes de que se restableciese el suministro público de energía, Kokoschka registraría el despacho de Stefan, encontraría el detonador y desactivaría los explosivos. El Instituto no sería destruido.
Stefan vaciló, preguntándose si debía volver atrás.
Oyó, detrás de él, otras voces en el laboratorio; otros agentes de seguridad venían en ayuda de Kokoschka.
Siguió arrastrándose.
¿Y qué hará Kokoschka? Obviamente, el jefe de seguridad viajaría al 10 de enero de 1988, tratando de matar a Stefan en la carretera 330. Pero sólo conseguiría matar a Danny antes de caer él mismo muerto. Stefan estaba casi seguro de que la muerte de Kokoschka era un destino inmutable; no obstante, tendría que pensar más en las paradojas del viaje en el tiempo, para saber si había alguna manera de que Kokoschka pudiese escapar a la muerte de 1988, una muerte que Stefan ya había presenciado.
Las complicaciones del viaje en el tiempo eran desconcertantes incluso cuando uno las estudiaba en plenas facultades. Pero en su estado, herido y luchando por conservar la conciencia, su confusión sería mayor si pensaba en estas cosas. Más tarde reflexionaría en todo ello.
Detrás de él, en el oscuro laboratorio, alguien empezó a disparar contra la entrada de la puerta, esperando alcanzarle antes de que llegase al punto de partida.
Salvó a rastras los cincuenta centímetros que le quedaban para llegar a aquel punto. Hacia Laura. Hacia una nueva vida en un tiempo lejano. Sin embargo, había esperado cerrar para siempre el puente entre la era que estaba abandonado y aquella a la que se estaba entregando ahora. En vez de eso, la puerta permanecería abierta. Y ellos podrían venir a través del tiempo para alcanzarle… y alcanzar a Laura.