V

El lunes por la tarde, Laura y Chris se pusieron cada uno su chándal gris. Cuando Thelma les hubo ayudado a desenrollar las gruesas esteras de gimnasia en el patio de detrás de la casa, Laura y Chris se sentaron en ellas e hicieron ejercicios de respiración profunda.

—¿Cuándo llega Bruce Lee? —preguntó Thelma.

—A las dos —dijo Laura.

—No es Bruce Lee, tía Thelma —dijo furiosamente Chris—. Siempre le llamas Bruce Lee, pero Bruce Lee está muerto.

El señor Takahami llegó a las dos en punto. Llevaba un chándal azul, en cuya espalda estaba impresa la divisa de su escuela de artes marciales: FUERZA SECRETA. Cuando fue presentado a Thelma, dijo:

—Es usted muy divertida. Me encanta su álbum de discos.

Entusiasmada con el elogio, Thelma dijo:

—Y puedo decirle sinceramente que hubiese deseado que el Japón hubiese ganado la guerra.

Henry se echó a reír.

—Creo que la ganamos.

Sentada en una tumbona y bebiendo té con hielo, Thelma observó cómo Henry instruía a Laura y a Chris en métodos de autodefensa.

Tenía cuarenta años, el torso muy desarrollado y las piernas nervudas. Era profesor de judo y kárate, así como experto en lucha libre, y enseñaba una forma de autodefensa inventada por él mismo a base de diversas artes marciales. Dos veces a la semana, venía en coche desde Riverside y pasaba tres horas con Laura y Chris.

La lucha a fuerza de patadas, puñetazos, golpes con el canto de la mano, gruñidos, torcimientos y oscilación de las caderas se desarrollaba con bastante delicadeza para no causar lesiones, pero con fuerza suficiente para que la lección fuese eficaz. Las lecciones de Chris eran menos agotadoras y menos complicadas que las de Laura, y Henry le daba al chico muchos ratos de descanso para que se recuperase. No obstante, al terminar la sesión, Laura quedó como siempre sudorosa y agotada.

Cuando Henry se marchó, Laura envió a Chris a ducharse mientras ella y Thelma enrollaban las esteras.

—Está muy bien —dijo Thelma.

—¿Henry? Supongo que sí.

—Tal vez tome lecciones de judo y de kárate.

—¿Tanto se ha disgustado últimamente tu publico?

—Eso ha sido un golpe bajo, Shane.

—Todo es legítimo cuando el enemigo es formidable e implacable.

La tarde siguiente, mientras metía la maleta en el portaequipajes de su «Camaro» para el viaje de regreso a Beverly Hills, Thelma dijo:

—Eh, Shane, ¿te acuerdas de aquella primera familia adoptiva a la que fuiste enviada desde McIlroy?

—Los Teagle —dijo Laura—. Flora, Hazel y Mike.

Thelma se apoyó en el costado del coche calentado por el sol, junto a donde estaba Laura.

—¿Recuerdas lo que nos contaste acerca de la fascinación de Mike por periódicos como el National Enquirer?

—Recuerdo a los Teagle como si hubiese vivido ayer con ellos.

—Bueno —dijo Thelma—, he pensado mucho en lo que te ha ocurrido: ese guardián que nunca envejece, la manera en que desapareció en el aire, y luego pensé en los Teagle, y todo me parece irónico. Aquellas noches de McIlroy, nos reíamos del viejo chiflado de Mike Teagle…, y ahora tú te encuentras metida en un formidable suceso exótico.

Laura rio en voz baja.

—Tal vez tendría que reconsiderar todos esos cuentos de extraterrestres que viven secretamente en Cleveland, ¿eh?

—Lo que quiero decirte es…, que la vida está llena de maravillas y de sorpresas. Algunas de ellas son desagradables, sí, y algunos días, tan negros como el interior de la cabeza de un político corriente. No obstante, al mismo tiempo, hay momentos que hacen que me dé cuenta de que todos estamos aquí por algún motivo, por enigmático que sea. No es insignificante. Si lo fuese, no habría misterio. Sería tan vulgar, claro y carente de misterio como el mecanismo de una máquina «Mr. Coffee».

Laura asintió con la cabeza.

—Dios mío, ¡escúchame! Estoy torturando el idioma inglés para salir con una disparatada declaración filosófica que, en definitiva, no significa más que «Mantén la cabeza alta, chiquilla».

—Tú no eres disparatada.

—Misterio —dijo Thelma—. Maravilla. Estás en medio de ello, Shane, y la vida es así. Ahora es oscura…, bueno, eso también pasará.

De pie, junto al coche, se abrazaron, sin decir nada más, hasta que Chris salió corriendo de la casa con un dibujo que había hecho para Thelma y que quería que esta se llevase a Los Ángeles. Era una tosca, pero encantadora escena de Tommy Toad, plantado delante de un cine y contemplando una marquesina en la que aparecía el nombre de Thelma en grandes letras.

Tenía lágrimas en los ojos.

—¿Pero tienes que irte realmente, tía Thelma? ¿No puedes quedarte un día más?

Thelma le abrazó y después enrolló cuidadosamente el dibujo, como si se tratase de una obra maestra de valor incalculable.

—Me gustaría quedarme, Christopher Robin, pero no puedo. Mis adoradores insisten en que haga esa película. Además, tengo una hipoteca importante.

—¿Qué es una hipoteca?

—El móvil más poderoso del mundo —dijo Thelma, dándole un último beso. Subió al coche, puso el motor en marcha, bajó el cristal de la ventanilla y le hizo un guiño a Laura—. Sucesos exóticos, Shane.

—Misterio.

—Maravilla.

Laura le hizo el saludo con tres dedos de Star Trek.

Thelma se echó a reír.

—Saldrás bien de todo esto, Shane. A pesar de las pistolas y de todo lo que he sabido desde que llegué aquí el viernes, estoy menos preocupada por ti de lo que estaba entonces.

Chris se plantó al lado de Laura y ambos observaron el coche de Thelma hasta que descendió el largo paseo y desapareció en la carretera general.