II

La tarde siguiente a la colocación de los explosivos en el sótano del Instituto, Stefan hizo el que esperaba que sería su penúltimo viaje por la ruta Relámpago. Era una excursión ilícita al 10 de enero de 1988, que no constaba en la agenda oficial y que realizaba sin conocimiento de sus colegas.

Cuando él llegó, una ligera nevada caía sobre las montañas de San Bernardino, pero vestía las prendas adecuadas para ese tiempo: botas de caucho, guantes de cuero y chaquetón cruzado de marinero. Se refugió en un espeso bosquecillo de pinos, con la intención de esperar a que cesaran los furiosos relámpagos.

Miró su reloj de pulsera a la vacilante luz del Este y se sobresaltó al ver lo tarde que había llegado. Tenía menos de cuarenta minutos para alcanzar a Laura antes de que la matasen. Si fallaba y llegaba demasiado tarde, no tendría una segunda oportunidad.

Aunque todavía los últimos relámpagos surcaban el nublado cielo, y a pesar de que los fuertes truenos aún resonaban en los lejanos picachos y riscos, salió corriendo de entre los árboles y descendió por un campo inclinado donde la nieve acumulada durante las anteriores tormentas de invierno le llegaban hasta la rodilla. Pues aunque la superficie estaba helada, la rompía a cada paso, y su avance era tan difícil como si hubiese estado vadeando una corriente de aguas profundas. Cayó dos veces; la nieve se introducía en sus botas y el viento salvaje le azotaba como si fuese consciente y quisiera destruirle. Cuando llegó al final del campo y subió por un talud cubierto de nieve a la carretera de dos carriles que conducía a Arrowhead en una dirección y a Big Bear en la otra, sus pantalones y su chaqueta estaban cubiertos de nieve helada, se le estaban congelando los pies y había perdido más de cinco minutos.

Recientemente había pasado la máquina quitanieves y la carretera estaba limpia, salvo por la nieve que se deslizaba sinuosamente como serpientes sobre el pavimento, movida por las cambiantes corrientes de aire. Sin embargo, la intensidad de la tormenta ahora había aumentado. Los copos eran mucho más pequeños que cuando él había llegado y caían dos veces más de prisa que hacía unos minutos. Pronto, la carretera sería muy traidora.

Vio un rótulo a un lado de la calzada: LAKE ARROWHEAD 1,5 KILÓMETROS, y se espantó al descubrir que estaba mucho más lejos de Laura de lo que pensaba.

Entornando los párpados contra el viento y mirando hacia el Norte, vio un destello de luz eléctrica que iluminaba la tarde triste y gris: una Casa de una sola planta y coches aparcados a unos trescientos metros a la derecha. Inmediatamente se encaminó en aquella dirección, manteniendo baja la cabeza para protegerse la cara de los helados dientes del viento.

Tenía que encontrar un coche. A Laura le quedaba menos de media hora de vida, y estaba a quince kilómetros de allí.