—Mister Arthur, cariño —dijo Atticus, corrigiéndome con dulzura—. Jean Louise, te presento a míster Arthur Radley. Creo que él ya te conoce.
Si Atticus era capaz de presentarme afablemente a Boo Radley en un momento como aquél, ea… es que Atticus era así.
Boo me vio correr instintivamente hacia la cama en que dormía Jem, porque la misma sonrisa tímida de antes cruzó lentamente por su rostro. Sonrojada de turbación, traté de esconderme cubriendo a Jem.
—Eh, eh, no le toques —dijo Atticus.
Míster Heck Tate estaba mirando fijamente a Boo a través de sus gafas de concha. Iba a tomar la palabra cuando el doctor Reynolds apareció en el vestíbulo.
—Fuera todo el mundo —ordenó al llegar a la puerta—. Buenas noches, Arthur; la primera vez que he venido no me he fijado en usted.
La voz del doctor Reynolds tenía la misma desenvoltura que su andar, lo mismo que si hubiese dicho aquello todas las noches de su vida; una declaración que me dejó más atónita que el hecho de encontrarme en un mismo cuarto con Boo Radley. Por supuesto… hasta Boo Radley se pone enfermo alguna vez, pensé. Aunque, por otra parte, no estaba segura.
El doctor Reynolds traía un voluminoso paquete envuelto en papel periódico. Lo dejó sobre la mesa de Jem y se quitó la chaqueta.
—¿Estás convencida de que vive, ahora? Te diré cómo lo supe. Cuando trataba de examinarle me ha dado una patada. He tenido que hacerle perder el conocimiento por completo para tocarle. Así pues, despeja —me dijo.
—Bien… —dijo Atticus, dirigiendo una mirada a Boo—. Heck, salgamos al porche de la fachada. Allí hay sillas suficientes, y todavía hace bastante calor.
A mí me sorprendió que Atticus nos invitara al porche de la fachada y no a la sala de estar; luego lo comprendí. Las lámparas de la sala despedían una luz excesivamente viva.
Todos desfilamos; míster Tate en cabeza… Atticus esperaba en la puerta con el propósito de que Boo pasara delante. Después cambió de idea y siguió a míster Tate.
En las cosas cotidianas, la gente sigue adicta a sus hábitos aun bajo las condiciones más peculiares. Yo no era una excepción.
—Venga, míster Arthur —me sorprendí diciendo—, usted no conoce bien la casa. Yo le acompañaré al porche, señor.
Él bajó la vista para mirarme y asintió con la cabeza.
Yo le conduje a través de la sala y cruzando el comedor.
—¿No quiere sentarse, míster Arthur? Ésta mecedora es bonita y cómoda.
Mi pequeña fantasía había entrado otra vez en actividad: Él estaría sentado en el porche… "Nos hace un tiempo hermoso de veras, ¿no es cierto, míster Arthur?"
Sí, un tiempo hermoso de veras. Sintiéndome un poco fuera de la realidad, le acompañé hasta el asiento más apartado de Atticus y de míster Tate. Un asiento situado en la sombra más profunda. Boo se sentiría más a gusto a oscuras.
Atticus se había sentado en una mecedora; míster Tate ocupaba una silla próxima. La luz de las ventanas del comedor los iluminaba de pleno. Yo me senté al lado de Boo.
—Bien, Heck —iba diciendo Atticus—, yo creo que lo que se debe hacer… Buen Dios, estoy perdiendo la memoria… —Atticus se subió las gafas y se oprimió los ojos con los dedos—. Jem no ha cumplido trece todavía…, no, sí que los ha cumplido… No sé recordarlo. De todos modos, la cosa se verá en el tribunal del condado.
—¿Qué cosa, míster Finch? —Míster Tate descruzó las piernas y se inclinó adelante.
—Naturalmente, fue un caso inconfundible de defensa propia; pero tendré que irme a la oficina y rebuscar…
—Míster Finch, ¿cree usted que Jem ha matado a Bob Ewell? ¿Lo cree de veras?
—Ha oído ya lo que dijo Scout; no cabe la menor duda. Ha dicho que Jem se ha levantado y ha apartado a Ewell de un tirón… Probablemente se habrá apoderado, en la oscuridad, del cuchillo de Ewell… Mañana lo sabremos.
—Párese, míster Finch —dijo míster Tate—. Jem no ha acuchillado a Bob Ewell.
Atticus estuvo callado un momento. Miró a mister Tate como si agradeciese lo que decía. Pero movió la cabeza negativamente.
—Heck, se porta usted de un modo muy generoso, y sé que lo hace impulsado por su buen corazón; pero no me salga con esas cosas.
Míster Tate se levantó y fue hasta la orilla del porche. Escupió hacia los arbustos; luego se puso las manos en los bolsillos y se enfrentó con Atticus, preguntando:
—¿Qué cosas?
—Lamento haber hablado con demasiada viveza, Heck —dijo Atticus llanamente—, pero nadie pondrá sordina a lo ocurrido. Yo no vivo de este modo.
—Nadie pondrá sordina a nada, míster Finch.
Míster Tate hablaba con voz calmosa, pero sus botas estaban plantadas tan sólidamente en los tablones del porche que parecía que crecían allí. Entre mi padre y el sheriff tenía lugar una curiosa contienda, cuya naturaleza escapaba a mi penetración.
Ahora le tocó a Atticus el turno de levantarse e irse hasta el extremo del porche. Exclamó:
—¡Hum! —y escupió, sin saliva, al patio. Se puso las manos en los bolsillos y se enfrentó con míster Tate—. Heck, usted no lo ha dicho, pero yo sé lo que está pensando. Gracias por ello, Jean Louise… —Mi padre se volvió hacia mi—. ¿Has dicho que Jem ha cogido a míster Ewell y lo ha apartado de ti?
—Sí, señor, esto es lo que he pensado… Yo…
—¿Lo ve, Heck? Gracias desde lo más profundo de mi corazón, pero no quiero que mi hijo emprenda su carrera con una cosa parecida sobre su cabeza. El mejor modo de limpiar la atmósfera consiste en examinar el caso a la vista de todo el mundo. Dejemos que el condado intervenga y traiga sandwiches. No quiero que mi hijo crezca envuelto en una murmuración, no quiero que nadie diga: "¿Jem Finch?… Ah, sí, su padre pagó un puñado de dinero para sacarle del apuro". Cuanto más pronto hayamos resuelto el caso, mejor.
—Míster Finch —replicó, imperturbable, míster Tate—, Bob Ewell ha caído sobre su cuchillo. Se ha matado él mismo.
Atticus anduvo hasta la esquina del porche y fijó la vista en la enredadera. Yo pensé que, a su manera, cada uno de ambos era tan terco como el otro. Y me pregunté quién cedería primero. Atticus tenía una terquedad callada, que pocas veces se ponía en evidencia, pero en ciertos aspectos era tan obstinado como los Cunningham. Míster Tate carecía de instrucción y se ponía más en evidencia, pero hacía un digno contrincante de mi padre.
—Heck —insistió Atticus, que estaba de espaldas—. Si silenciamos este caso, con ello destruiremos todo lo que he hecho para educar a Jem a mi manera. A veces pienso que como padre he fracasado en absoluto, pero soy el único que tienen. Antes de mirar a nadie más, Jem me mira a mí, y yo he procurado vivir de forma que siempre pueda devolverle la mirada sin desviar los ojos… Si consintiéramos en una cosa como ésta, francamente, no podría sostener su mirada, y sé que el día que no pudiera sostenerla le habría perdido. Y no quiero perder ni a Jem ni a Scout: son todo lo que poseo.
Míster Tate continuaba plantado en los maderos del suelo.
—Bob Ewell ha caído sobre su cuchillo. Puedo demostrarlo.
Atticus giró sobre sus talones. Sus manos hurgaron los bolsillos.
—Heck, ¿no puede hacer que al menos lo vea con mis ojos? Usted también tiene hijos, pero yo le aventajo en edad. Cuando los míos sean mayores yo seré ya un viejo, si es que sigo en este mundo, pero ahora soy… En fin, si no se fían de mí no podrán fiarse de nadie. Jem y Scout saben lo que ha pasado. Si me oyen decir por la ciudad que ha pasado una cosa distinta… Heck, ya no podré contar con ellos nunca más. No puedo vivir de un modo en público y de un modo diferente en casa.
Míster Tate se meció sobre los talones y dijo con mucha paciencia:
—El difunto ha echado al suelo a Jem, ha tropezado con una raíz de aquel árbol y… mire, se lo puedo enseñar. —Míster Tate se metió la mano en el bolsillo y sacó una larga navaja. En aquel momento llegó el doctor Reynolds. Míster Tate le dijo—: El hijo de… el difunto está debajo de aquel árbol, doctor, apenas entrar en el patio de la escuela. ¿Tiene una pila eléctrica? Será mejor que coja ésta.
—Puedo dar la vuelta con el coche y dejar los faros encendidos —dijo el doctor Reynolds, pero al mismo tiempo aceptó la pila de míster Tate—. Jem está bien. Confío en que esta noche no se despertará, por lo tanto no se inquieten. ¿Ése es el cuchillo causante de la muerte, Heck?
—No, señor, continúa hundido en el cadáver. Por el mango se diría que es un cuchillo de cocina. Ken debería estar ya allí con el coche fúnebre, doctor. Buenas noches.
A continuación míster Tate abrió la hoja del cuchillo.
—Ha sido de este modo —dijo. Con el cuchillo en la mano, fingió que tropezaba; al inclinarse adelante el brazo izquierdo descendió delante del cuerpo—. ¿Lo ve? Se ha clavado el cuchillo en los tejidos blandos de debajo de las costillas. El peso entero del cuerpo ha sido causa de que la hoja se hundiese.
Míster Tate cerró la navaja y se la metió en el bolsillo.
—Scout tiene ocho años —añadió un instante después—. Estaba demasiado asustada para enterarse bien de lo que ocurría.
—Le sorprendería… —dijo Atticus tristemente.
—No digo que lo haya inventado; digo que estaba demasiado amedrentada para saber exactamente lo que ha pasado. Allí la oscuridad era absoluta; las tinieblas eran negras como la tinta. Se precisaría una persona muy habituada a la oscuridad para considerarla un testigo de crédito…
—No lo admito —replicó Atticus suavemente.
—!!Maldita sea, si no estoy pensando en Jem¡¡
La hoja de míster Tate hirió los maderos con tal furia que las luces del dormitorio de miss Maudie se encendieron. También se encendieron las de miss Stephanie Crawford. Atticus y mister Tate volvieron la vista hacia el otro lado de la calle, luego se miraron uno a otro. Y aguardaron.
Cuando míster Tate tomó la palabra de nuevo, su voz apenas se oía.
—Míster Finch, me molesta discutir con usted cuando se pone en esa actitud. Ésta noche usted ha pasado por una prueba que ningún hombre debería sufrir nunca. No sé cómo no ha enfermado de las resultas y ahora no está en la cama, pero sé que por una vez en la vida no ha sido capaz de atar cabos, y es preciso que dejemos esto resuelto esta misma noche porque mañana sería demasiado tarde. Bob Ewell tiene en el buche la hoja de un cuchillo de cocina.
Míster Tate añadió en seguida que Atticus no sería capaz de plantarse allí y sostener que un muchacho de la poca corpulencia de Jem, y con un brazo roto, tendría energías bastante en el cuerpo para luchar con un hombre adulto y matarle, en medio de las tinieblas más densas.
—Heck —dijo Atticus bruscamente—, eso que manejaba ahora era una navaja. ¿De dónde la ha sacado?
—Se la he quitado a un borracho —contestó tranquilamente mister Tate.
Yo procuraba recordar. Mister Ewell me tenía cogida… Luego se cayó… Jem debía de haberse levantado. Al menos yo pensé…
—¡Heck!
—He dicho que se la he quitado esta noche a un borracho. El cuchillo de cocina lo encontró Ewell, probablemente, en algún punto del vaciadero. Lo afiló y esperó el momento oportuno… Esperó el momento oportuno, ni más ni menos.
Atticus fue hasta la mecedora y se sentó. Las manos le colgaban como muertas entre las rodillas. Tenía la vista fija en el suelo. Se había movido con la misma lentitud que la noche aquélla, delante de la cárcel, cuando pensé que le costaría una eternidad el doblar el periódico, y arrojarlo sobre la silla.
Míster Tate deambulaba con paso pesado, pero silencioso por el porche.
—No es usted quien ha de tomar una decisión, míster Finch; soy yo, solamente yo. Es una decisión y una responsabilidad que pesa únicamente sobre mí. Por una vez, si usted no comparte mi punto de vista, poca cosa podrá hacer para imponer el suyo. Si quiere intentarlo, yo le llamaré embustero en sus propias barbas. Su hijo no ha dado ninguna cuchillada a Bob Ewell —añadió muy despacio—; estuvo a mil leguas de ello, y ahora usted lo sabe. Su hijo no pretendía otra cosa que llegar, él y su hermana, sanos y salvos a casa —mister Tate dejó de andar. Parose delante de Atticus, dándonos la espalda a Boo y a mí—. Yo no valgo mucho, señor, pero soy el sheriff del Condado de Maycomb. He vivido en esta ciudad toda mi vida y voy a cumplir cuarenta y tres años. Sé todo lo que ha pasado aquí desde que nací. Un muchacho negro ha muerto sin motivo alguno, y el responsable de ello ha fallecido también. Deje que los muertos entierren a los muertos esta vez, míster Finch. Deje que los muertos entierren a los muertos.
Míster Tate se acercó a la mecedora y recogió el sombrero, que estaba en el suelo, al lado mismo de Atticus. Luego, empujó su silla hacia atrás y se cubrió.
—Nunca me han dicho que exista una ley que prohiba a un ciudadano hacer cuanto pueda por evitar que se cometa un crimen, que es precisamente lo que él ha hecho; pero quizá usted considere que tengo el deber de comunicarlo a toda la ciudad en lugar de silenciarlo. ¿Sabe lo que pasaría entonces? Que todas las señoras de Maycomb, incluida mi esposa, correrían a llamar a la puerta de ese hombre llevándole pasteles exquisitos. A mi manera de ver, el coger al hombre que les ha hecho a usted y a la ciudad un favor tan grande y ponerle, con su natural tímido, bajo una luz cegadora…, para mí, esto es un pecado. Es un pecado y no estoy dispuesto a tenerlo en la conciencia. Si se tratase de otro hombre sería distinto. Pero con ese hombre no puede ser, mister Finch.
Míster Tate estaba tratando de abrir un hoyo en el suelo con la punta de la bota. Luego se tiró de la nariz y se frotó el brazo izquierdo.
—Es posible que yo no valga nada, míster Finch, pero sigo siendo el sheriff de Maycom, y Bob Ewell se ha caído sobre su propio cuchillo. Buenas noches, señor.
Míster Tate se alejó del porche con pisada recia y cruzó el patio de la fachada. La portezuela de su coche se cerró de golpe, y el vehículo partió.
Atticus permaneció sentado largo rato, con la mirada fija en el suelo. Finalmente, levantó la cabeza.
—Scout —dijo—, míster Ewell se ha caído sobre su propio cuchillo. ¿Eres capaz de comprenderlo?
Por su aspecto, yo habría dicho que Atticus necesitaba que le animasen. Corrí hacia él y le abracé y le besé con todas mis fuerzas.
—Sí, señor, lo comprendo —aseguré para tranquilizarle—. Mister Tate tenía razón.
Atticus se libró del nudo de mis brazos y me miró.
—¿Qué quieres decir?
—Mira, hubiera sido una cosa así como matar un ruiseñor.
Atticus apoyó la cara en mi cabello y me lo acarició con las mejillas. Cuando se levantó y cruzó el porche, hundiéndose en las tinieblas, había recobrado su paso juvenil. Antes de entrar en la casa, se detuvo delante de Boo Radley.
—Gracias por mis hijos, Arthur —le dijo.