PALABRAS PRELIMINARES

Tzu Hsi, la última emperatriz que gobernó en China, era una mujer tan diversa en sus facetas, tan contradictoria en su conducta, tan rica en los múltiples aspectos de su personalidad, que es difícil comprender y definir el conjunto de su carácter. Vivió en un período crítico de la Historia, cuando China luchaba contra las imposiciones ajenas a la vez que se admitía la obvia necesidad de una reforma en sentido moderno. En aquella época Tzu Hsi era conservadora e independiente; implacable en caso necesario. Sus oponentes la temían y la odiaban y procedían de manera más organizada que quienes le profesaban amor. Los escritores occidentales, con muy pocas excepciones, la describen de manera desfavorable e incluso rencorosa.

He procurado en este libro traducir a Tzu Hsi lo más exactamente posible, utilizando las fuentes de que todos disponemos, así como recuerdos personales respecto a cómo la consideraban los chinos a quienes conocí en mi niñez y que la miraban solamente como mujer imperial. El bien y el mal se mezclaban en ella, pero alcanzando siempre dimensiones heroicas. Resistió a los cambios modernos tanto tiempo como pudo, porque creía que lo viejo era mejor que lo nuevo. Al comprender que el cambio era inevitable, lo aceptó de buen talante, pero sin modificar sus sentimientos.

Sus súbditos la amaban, aunque no todos, ya que los revolucionarios y los impacientes la odiaban tanto como ella los aborrecía. Mas los campesinos y los moradores de las ciudades pequeñas la reverenciaban. Décadas después de su muerte yo visité poblados de las regiones interiores de China, y hallé que muchas gentes creían que la emperatriz vivía aún y se atemorizaban al tener noticia de su muerte. «¿Quién se cuidará de nosotros ahora?», solían exclamar.

Acaso sea éste el juicio más definitivo que cabe formular acerca de un soberano.