Ojeada retrospectiva

Así terminó la gran campaña de verano, que se iniciara con tan fantástica victoria. Pero tras la caída de Tobruk, los inmensos recursos del Imperio inglés habían comenzado a afluir, haciendo cambiar el rumbo de los acontecimientos. Durante unos días pudimos confiar en que alcanzaríamos la zona del Canal de Suez, tras haber conquistado El Alamein. Pero mientras luchábamos de continuo con las mismas formaciones, los británicos pudieron retirar a las suyas de la línea de fuego para proceder a su reorganización, substituyéndolas por otras de refresco, completamente equipadas y con sus efectivos totales. Mis tropas eran cada vez menores en número, y las bajas por muerte, heridas o enfermedad aumentaban sin cesar. Una y otra vez los mismos batallones, transportados en vehículos cogidos al adversario, se lanzaron al ataque por los arenales. Una y otra vez, los mismos tanques, con idénticas tripulaciones, atravesaron las líneas adversarias, mientras la artillería, con sus sirvientes jamás relevados, entraba en posición. Lo conseguido durante aquellas semanas por oficiales y tropa sobrepasa los límites de la resistencia humana.

Había exigido de mis soldados esfuerzos tremendos, sin concederles un descanso, ni concedérmelo a mí. Después de la caída de Tobruk y el colapso del 8.° Ejército, comprendí que el camino hacia Alejandría había quedado abierto, y tanto mis ayudantes como yo hubiésemos sido unos insensatos, de no intentar aprovechar aquella oportunidad única. No cabe la menor duda de que si el éxito hubiera dependido de la voluntad de vencer de mis hombres, habríamos sobrepasado El Alamein. Pero nuestro aprovisionamiento había cesado…, gracias a la pereza, la ineptitud o la desgana de los organismos superiores.

Luego se derrumbó el poder combativo de muchas unidades italianas. Un deber de camaradería me impulsa a declarar que las derrotas de nuestros aliados en el frente de El Alamein no se debieron exclusivamente a las tropas. El italiano fue voluntarioso, abnegado y buen camarada, y considerando las condiciones en que luchaba se portó mejor de lo que cabía esperar. Las unidades italianas, en especial las formaciones motorizadas, sobrepasaron en aquella corta época lo logrado por su Ejército entero en cien años. Muchos jefes y oficiales se ganaron nuestra admiración, como hombres y como soldados.

La derrota italiana tenía su origen en el sistema militar operante, en la pobreza de sus medios y en la falta de interés hacia la guerra demostrado por los hombres de Estado y los círculos oficiales del país. Con mucha frecuencia los fracasos de nuestros aliados impidieron llevar a efecto mis planes.

En general, los defectos principales derivaban de las siguientes causas:

El mando italiano no se hallaba, en su mayor parte, a la altura de las cualidades exigidas por la guerra en el desierto, donde lo esencial era la rapidez de las decisiones, seguida de acción inmediata. El adiestramiento del soldado resultaba a todas luces insuficiente. El equipo era tan malo, que ninguna unidad podía sostenerse sin ayuda alemana. Quizás el mejor ejemplo de dicha inferioridad —aparte de los graves defectos técnicos de los tanques, con sus piezas de corto alcance y sus débiles motores— lo aportase la artillería, de escasa movilidad y débil potencia. Los antitanques no estaban a la altura de las circunstancias. El alimento era tan insuficiente, que en muchas ocasiones el soldado italiano tuvo que pedir comida al alemán. Otro aspecto sumamente perjudicial de la cuestión residía en la gran diferencia de trato entre soldados y oficiales. Mientras los primeros se preparaban sus víveres de cualquier manera, sin cocinas de campaña, los segundos no renunciaban jamás a sus menús de varios platos. Muchos oficiales no consideraban necesario hacer acto de presencia durante las batallas, rebajando hasta el máximo la moral de sus subordinados. Teniendo en cuenta lo antedicho, no resulta extraño el que el soldado italiano —que, por otra parte, era muy modesto en sus necesidades— desarrollase un fuerte sentimiento de inferioridad, que en muchas ocasiones fue la causa del fracaso. No existía la menor esperanza de que ello cambiara, aunque algunos jefes se esforzasen para conseguirlo.

Durante la marcha hacia El Alamein mi mayor deseo consistió en que el enemigo no pudiera acumular material al oeste de Alejandría, ya que, en tal caso, la superioridad inglesa hubiera resultado mayor que en la Marmárica, y su mando pondría en práctica lo aprendido en aquella ocasión. Pero también quería evitar a toda costa el convertir la guerra en una pugna estacionaria, porque las tropas británicas estaban muy bien adiestradas para tal clase de lucha. Las buenas cualidades del adversario, como, por ejemplo, su tenacidad, ocasionarían graves daños, mientras sus defectos, como la inmovilidad y rigidez, afectarían poco a la situación global.

Habíamos fracasado en ambas cosas, y el futuro se presentaba obscuro.

Desde luego, estábamos ocasionando graves pérdidas al enemigo.

Entre el 26 de mayo y el 30 de julio, 60.000 ingleses, sudafricanos, hindúes, neozelandeses, franceses y australianos pasaron a nuestros campos de prisioneros. Mis muchachos llevaban destruidos más de 2.000 tanques y vehículos acorazados. El material de todo un ejército yacía destrozado en el desierto, y miles de sus vehículos eran utilizados por mis tropas.

Pero también nuestras pérdidas eran graves. Del lado alemán habían muerto 2.300 oficiales y soldados, 7.500 resultaron heridos y 2.700 fueron hechos prisioneros. Las fuerzas italianas sufrieron la pérdida de 1.000 oficiales y soldados muertos, más de 10.000 heridos y unos 5.000 prisioneros. No es preciso añadir que el descalabro era grande, por lo que al material respecta.

Tras resonantes victorias, la espléndida campaña de verano terminaba en un peligrosísimo marasmo.

2 agosto 1942.

Queridísima Lu:

Sin novedad, exceptuando gran actividad aérea contra mis líneas de abastecimiento. Agradezco cada día que transcurre en calma. Muchos enfermos. Por desgracia gran número de oficiales antiguos han causado baja. También yo me siento muy cansado, a pesar de haberme cuidado en lo posible.

El ferrocarril desde Tobruk al frente no funciona todavía. Esperamos locomotoras.

El mantenernos en la línea de El Alamein nos obliga a la lucha más cruel que hemos conocido en África. Sufrimos diarrea a causa del calor, aunque soportable. Hace un año tuve ictericia, y aquello resultó muchísimo peor.

5 agosto 1942.

Dificultades con los suministros. Rintelen no hace apenas nada en Roma, y se deja engañar constantemente, porque a los italianos les llegan con regularidad.

10 agosto 1942.

Kesselring estuvo aquí ayer. Llegamos a un acuerdo sobre el futuro. Es preciso utilizar hasta el máximo las semanas de que disponemos. La situación varía lentamente a nuestro favor.