La segunda batalla de Tobruk

Tobruk era una de las fortalezas más potentes de todo el norte de África. En 1941, y guarnecida por excelentes tropas, nos había hecho pasar por momentos difíciles. Muchos ataques se estrellaron ante sus defensas, y toda la extensión de su perímetro atrincherado quedó literalmente cubierta de sangre. A veces se libraron verdaderas batallas por la posesión de un metro de terreno. La zona de Tobruk no nos era, pues, desconocida.

Esta vez intentábamos atacar y conquistar la fortaleza, de acuerdo con el plan que abandonamos en 1941, pero que fue previsto por Cunningham. Según el mismo, se lanzaría un ataque por el sudoeste, que ocultase nuestros verdaderos propósitos y mantuviera activa la guarnición. Las formaciones designadas para el asalto principal llegarían inesperadamente al campo de batalla. A dicho fin, marcharían hacia el este, pasando ante la plaza como para dar la impresión de que queríamos cercarla de modo similar al anterior. Retrocederían luego velozmente hacia el sudeste, desplegándose durante la noche, y tras fuerte acción artillera y de bombardeo en picado inciarían su avance al amanecer, cogiendo al enemigo por sorpresa.

Para cada uno de nosotros Tobruk era el símbolo de una resistencia inglesa que deseábamos quebrantar de una vez para siempre.

La mañana del 16 de junio avancé en mi coche hasta la Vía Balbia, siguiéndola después hacia el oeste. Había cesado la lucha en Gazala, y otros 6.000 ingleses se hallaban en nuestros campos de prisioneros. Tanto en la carretera como en sus aledaños se observaban muestras de la derrota británica. Gran cantidad de material aparecía disperso por el campo, vehículos incendiados destacaban sobre la arena, y convoyes enteros de camiones habían caído intactos en nuestras manos. Algunos fueron puestos en servicio sin pérdida de tiempo, mientras otros esperaban su recuperación por las patrullas destinadas al efecto. Al parecer, los ingleses habían evacuado por mar a algunas de sus unidades. Bien pronto encontramos a nuestras tropas que avanzaban hacia el este, procedentes de Gazala. Recibieron órdenes de apresurar la marcha hasta el límite occidental de la zona de Tobruk, y se les asignaron camiones que transportasen a los hombres hasta el frente. La rápida concentración de fuerzas era el factor decisivo y más urgente.

Una de las primeras lecciones que había extraído de mis experiencias en la guerra motorizada era la de que la velocidad de maniobra y la rapidez de las disposiciones del mando son elementos primordiales para el éxito. Las tropas deben operar con la máxima celeridad y perfectamente coordinadas. El contentarse con unas cuantas normas fijas resulta fatal. Se debe pedir a todos el máximo rendimiento, porque el bando que actúa con más rapidez y eficacia ganará la batalla. Oficiales y suboficiales deben adiestrar continuamente a sus tropas de acuerdo con ello.

A mi entender el jefe no ha de limitarse a cambiar impresiones con su Plana Mayor, sino que debe preocuparse también de los detalles y realizar frecuentes visitas a la línea de fuego, por los siguientes motivos:

  1. ) La cuidadosa ejecución de sus planes resulta de la máxima importancia. Es erróneo creer que cada jefe de unidad obrará de manera apropiada a las circunstancias; muchos de ellos sucumben a una extraña inercia. Luego se recibe un parte notificando que por tal o cual motivo las disposiciones no han podido llevarse a cabo. Hallar una excusa es fácil. A estas personas se les debe hacer sentir la autoridad del jefe, al tiempo que se les obliga a sacudir su apatía. El jefe ha de ser el primer elemento en la batalla, y las tropas han de aprender a confiar en él, lo que se consigue muchas veces por su intervención directa.
  2. ) El jefe ha de hacer cuanto esté de su mano para mantener a sus tropas al corriente de todos los avances tácticos, insistiendo en su aplicación. Procurará que sus subordinados se adiestren en cuantas novedades vayan surgiendo. La mejor forma de mantener a las tropas en perfectas condiciones consiste en un adiestramiento completo, que suprima bajas innecesarias.
  3. ) El jefe deberá proceder, siempre que le sea posible, a una visión personal del frente, obteniendo una clara idea de los problemas a que se enfrentan sus subordinados. Es de este modo como logrará mantenerse al nivel de la realidad y sabrá adaptarse a cuantos cambios ocurran. Si considera las batallas como una partida de ajedrez, se ceñirá a teorías académicas y acabará por admirar sus propias ideas. El éxito sonríe con más frecuencia a quien no las canaliza rígidamente, sino que sabe adaptarlas a las condiciones reinantes.
  4. ) El jefe ha de mantenerse en contacto con sus hombres, ser capaz de sentir y pensar como ellos. El soldado ha de tener absoluta confianza en sus mandos. Existe un principio que recordar: jamás deben demostrarse falsas emociones ante los hombres. El soldado está dotado de una perspicacia para distingir lo verdadero de lo fingido.

Los hindúes seguían sosteniéndose en El Hatian. El 16 de junio, y a pesar del valor desplegado por sus elementos, la 90.ª División Ligera no pudo extenderse dentro del sistema defensivo en el que la noche antes habían penetrado los destacamentos de asalto. Como ocurrió con los demás sistemas defensivos ingleses en la Marmárica, aquella posición estaba construida con gran habilidad técnica y de acuerdo con las ideas más modernas. Siguiendo el ejemplo de Bir Hacheim, parte de la guarnición (consistente en la 29.ª Brigagda india) logró abrirse camino durante la noche y desaparecer hacia el sur.

Los hindúes concentraron su fuerza en un sector, abrieron fuego con todas sus armas y luego salieron, demostrando una vez más las dificultades que existen para envolver a un enemigo plenamente motorizado cuya estructura de mandos permanece intacta.

El resto de los hindúes de El Hatian se rindió al atardecer del 17 de julio, cayendo en nuestras manos 500 prisioneros y mucho material de guerra.

Los poderosos fuertes de El Duda y Belhammet habían sido ya conquistados el día anterior por el Áfrika Korps. En cuanto hubo caído El Hatiam, mandé a la 90.ª División Ligera contra otros núcleos de resistencia que aun daban señales de actividad, y que fueron rodeados y tomados.

El grueso del Áfrika Korps, junto con la División «Ariete», fueron puestos en marcha hacia Gambut y su zona meridional. Como ya dije antes, deseábamos distraer la atención de los ingleses de Tobruk, y al propio tiempo obtener la necesaria libertad de movimientos en nuestra retaguardia para el ataque decisivo. Este avance iba dirigido también contra la R.A.F., que, por tener sus bases muy cercanas, se estaba mostrando desagradablemente activa. Deseábamos eliminarla de Gambut y mantenerla alejada durante nuestro asalto a Tobruk.

Mi ejército marchaba de nuevo hacia el este. La «Ariete», que tenía instrucciones para seguir al Áfrika Korps, quedó retrasada y perdió el contacto. Partí a ver lo que ocurría, y observé que pronto la división quedaba envuelta en un combate de tanques. Las granadas estallaban por doquier, y nos alegró poder escapar de aquella peligrosa zona. Poco después conseguimos comunicar con la «Ariete» por radio y dirigirla hacia el lugar previsto.

Hacia las siete y media de la tarde (día 17) ordené a la 21.ª División Panzer un giro hacia el norte, y con mi Kampfstaffel me situé a 3 Km. a su vanguardia. Una breve escaramuza tuvo lugar al sur de Gambut, y unos cuantos legionarios fueron hechos prisioneros. Finalmente, tras sobrepasar, no sin dificultades, los extensos campos de minas ingleses, llegamos a Gambut, hacia las diez. El grueso de las tropas se quedó toda la noche ante los campos de minas.


La toma de Tobruk (19-21 de junio de 1942).

Al amanecer del 18 de junio, aviones ingleses aparecieron sobre la 21.ª División Panzer, que marchaba hacia el norte. La carretera y el ferrocarril fueron alcanzados poco después de las cuatro y media.

Dicha vía férrea, construida por los ingleses durante los meses anteriores, iba desde Marsa Matruh hasta las afueras de Tobruk. La cruzamos, levantando algunos rieles. El 4.° Regimiento de Fusileros había capturado a 500 ingleses durante la noche, y la cifra crecía sin cesar. En los aeródromos, que el enemigo no evacuó hasta el último instante, nos apoderamos de 15 aparatos en buen uso y de considerables cantidades de gasolina y petróleo, que nos resultaron muy útiles.

Al regresar por la noche al Cuartel General observamos que la vida allí se había vuelto muy insegura, a causa de las actividades de una batería de artillería que empezó a bombardear la posición. Mandé al Capitán Kiehl, con el Kampfstaffel, para que la alejara, lo que consiguió; pero los ingleses la emplazaron pronto en otro sitio y nos honraron de nuevo con sus atenciones. Pronto empecé a irritarme, y mandé que el Cuartel General se trasladara a El Hatian, donde se había alojado antes el mando del 30.° Cuerpo inglés.

La limpieza de la zona comprendida entre Tobruk y Gambut quedó terminada el 18 de junio, e inmediatamente se realizaron los movimientos necesarios para marchar sobre la plaza. Se llevó a cabo una espléndida tarea al organizar los suministros para el asalto. Durante nuestro avance habíamos encontrado algunos de los depósitos de artillería y municiones que nos vimos obligados a abandonar durante la ofensiva de Cunningham en 1941, y que fueron puestos otra vez en funcionamiento.

El Áfrika Korps pasó a ocupar su nueva posición la tarde del 19, mientras la 90.ª División Ligera se desplazaba hacia el este para apoderarse de los depósitos ingleses que se encontraban entre Bardia y Tobruk. El movimiento de dicha división tenía también por objeto incrementar la incertidumbre del adversario acerca de nuestras verdaderas intenciones. Además, las divisiones «Pavia» y «Littorio», esta última acorazada y de la que empezaban a llegar las primeras unidades, protegerían el ataque a Tobruk por el oeste y sur.

Aquella noche tuvimos la impresión de que nuestros movimientos habían sido observados por el enemigo de manera muy superficial, y de que, por lo tanto, existían posibilidades de que el ataque lograra una auténtica sorpresa. Dejando aparte la fortaleza de Tobruk, no quedaban blindados ingleses dignos de tenerse en cuenta en todo el desierto occidental, y nuestra empresa contaba con muchas posibilidades de triunfo.

A pesar de las dificultades sufridas hasta entonces, el Ejército seguía firme y confiado en la victoria. La víspera de la batalla cada soldado estaba en su puesto y preparado para el asalto.