De todos los teatros de la guerra, probablemente el del África del Norte fue aquel en que se emplearon métodos más avanzados. Los dos bandos se sirvieron de elementos completamente motorizados que les permitieron aprovechar las ventajas del desierto, que con sus inmensas extensiones llanas, libres de todo obstáculo, ofrecían posibilidades no soñadas hasta entonces. Fue el único lugar en el que los principios de la guerra mecanizada y de tanques pudo ser aplicado en toda su amplitud, conforme a lo enseñado antes de la guerra en las Academias militares, extrayéndose enseñanzas que permitieron su ulterior desarrollo. En el desierto se libraron encuentros basados puramente en las unidades blindadas. Aun cuando la contienda se estacionara a veces, siempre tuvo su principio en la movilidad, por lo menos en sus fases más importantes, a saber, en 1941-42 durante la ofensiva Cunningham-Ritchie, y en el verano de 1942 con las batallas en la Marmárica y la conquista de Tobruk.
Esto era completamente nuevo en los sistemas militares vigentes, porque nuestras ofensivas en Polonia y en el Occidente de Europa fueron contra adversarios que en todas sus operaciones debían tener en cuenta la existencia de divisiones de infantería no motorizada, con las desastrosas limitaciones que ello impone desde el punto de vista táctico, especialmente en las retiradas. Con mucha frecuencia se vieron obligados a entrar en acción sin disponer de medios con los que contener nuestro avance. Tras nuestra ruptura del frente francés, la infantería enemiga había quedado simplemente desbordada por nuestras fuerzas motorizadas. Una vez en dicha situación, el enemigo no tuvo más alternativa que dejar a sus reservas operativas frente a nuestras tropas de asalto, ocupando con frecuencia posiciones desfavorables, en una vana tentativa para ganar tiempo y permitir la retirada de la infantería.
Las divisiones de infantería no motorizadas sólo tienen valor contra un enemigo motorizado y acorazado cuando ocupan posiciones muy bien dispuestas. Si estas posiciones son asaltadas o rebasadas por flanqueo, la retirada las deja a merced de las fuerzas motorizadas enemigas, sin más solución que resistir hasta el último instante. Por el contrario, en una retirada general ocasionan terribles dificultades, porque, como ya he indicado, las formaciones motorizadas han de emplearse con el fin de ganar tiempo para aquéllas. Pude comprobarlo así durante la retirada del Eje en Cirenaica, en el invierno 1941-42, cuando el grueso de la infantería italiana y buena parte de la alemana, incluyendo muchos elementos de lo que después sería 90.ª División Ligera, se hallaban sin vehículos enfrentándose a la alternativa de utilizar un eventual servicio de camiones o marchar carretera adelante. Fue solamente el valor de mis blindados el que permitió la retirada de la infantería ítalogermana contra las fuerzas enemigas completamente motorizadas y dispuestas a una implacable persecución. De modo similar, el fracaso de Graziani debe ser atribuido especialmente al hecho de que la mayor parte del Ejército italiano se encontró desamparado y sin vehículos en pleno desierto, ante fuerzas inglesas más escasas, pero motorizadas, mientras que las unidades motorizadas italianas, aunque demasiado débiles para oponerse a los británicos con probabilidades de triunfo, se veían obligadas a aceptar batalla, quedando destruidas en defensa de sus propias tropas de infantería.
África se basaba especialmente en dichos elementos. De esta contienda puramente motorizada se extrajeron ciertos principios fundamentalmente distintos a los que habían regido en otros sectores. Dichos principios tendrán que ser practicados en el futuro, cuando las formaciones absolutamente motorizadas constituyan el elemento esencial de los combates.
El envolver a una formación motorizada en terreno llano y sin obstáculos ocasiona los resultados siguientes:
El cerco del enemigo y su consiguiente destrucción en el interior de la bolsa es raramente objetivo directo de una operación; con más frecuencia es solamente indirecto, porque cualquier fuerza plenamente motorizada cuya estructura permanezca intacta, podrá normalmente y en territorio apropiado romper el cerco por medio de un anillo defensivo improvisado. Gracias a su motorización, el jefe de una fuerza sitiada se encuentra en condiciones de concentrar sus efectivos en cualquier punto del anillo y escapar[50]. Este hecho quedó demostrado repetidas veces en el desierto.
En consecuencia, las fuerzas enemigas sitiadas podrán ser destruidas:
Exceptuando los casos a y b, que ocurrieron con frecuencia en otros frentes de combate, el cerco del enemigo y su destrucción consiguiente sólo pueden ser intentados si antes se le ha sometido a fuerte quebranto en la batalla, consiguiendo destruir la cohesión orgánica de sus elementos. Para todas las acciones cuyo fin consiste en abatir la resistencia enemiga, aplicaré el término «batallas de desgaste». En acciones a base de fuerzas motorizadas el desgaste material y la tarea de eliminar la cohesión orgánica deben ser los objetivos inmediatos de toda maniobra.
Tácticamente la batalla de desgaste se libra con el mayor grado posible de movilidad. Debe prestarse la mayor atención a los siguientes puntos:
Respecto a los aspectos técnicos y de organización de la guerra en el desierto, deberán tenerse en cuenta las siguientes observaciones:
Sostengo que las decisiones atrevidas constituyen la mejor garantía de éxito. Pero debe distinguirse entre atrevimiento estratégico o táctico, y lo que no sería sino un juego de azar. Puede calificarse de acción atrevida aquélla cuyo resultado no es absolutamente cierto, pero que, caso de fracasar, deja disponibles las fuerzas suficientes como para salir al paso de lo que pueda ocurrir. Juego de azar es la operación que puede conducir a la victoria o al completo aniquilamiento de las fuerzas propias. Existen situaciones en las que dicha decisión queda justificada, como, por ejemplo, cuando la derrota es sólo cuestión de tiempo, o cuando el ganar unos días no significa nada y las únicas probabilidades de éxito descansan en una maniobra sumamente atrevida.
El único momento en que un jefe puede pronosticar el curso de la batalla con ciertas posibilidades de acierto es cuando sus fuerzas son tan superiores, que la victoria sobre el enemigo se da por descontada. En este caso el problema no se basa en los medios, sino en el método. Pero aun así sigo creyendo que es mejor operar en gran escala que arrastrarse cautelosamente por el campo de batalla, tomando cuantas medidas de seguridad se crean factibles contra los movimientos enemigos.
Por regla general no existen soluciones ideales para los problemas militares; cada maniobra tiene sus ventajas y sus inconvenientes, y debe elegirse la que mejor parezca, tras haber sopesado las diversas posibilidades, y luego llevarla a cabo con decisión y aceptar sus consecuencias. No valen soluciones intermedias.
Es bajo esta luz como deben considerarse los planes trazados por mí y mis ayudantes. Se trataba de buscar la mejor solución posible bajo las circunstancias más favorables. Los movimientos de mi ejército no quedaban en modo alguno supeditados a la matemática seguridad de un triunfo, ya que, siguiendo mis principios, admití que las cosas podían no marchar como habíamos supuesto. Pero aun así, la situación, al iniciarse la batalla, distaría mucho de sernos desfavorable. Nos enfrentamos a la misma llenos de optimismo, confiando en nuestras tropas, en su soberbio adiestramiento táctico y en su experiencia para la improvisación.
El movimiento inicial de la ofensiva consistiría en un ataque frontal de las divisiones de infantería italianas en la línea de Gazala, contra la 50.ª División británica y los sudafricanos. Apoyaría dicho avance una fuerte concentración artillera. Tanques y camiones discurrirían día y noche en la inmediata retaguardia del frente, para simular la existencia de zonas de concentración de blindados.
Haríamos creer al mando inglés que nuestro ataque principal tendría lugar al norte y centro de la línea de Gazala. Queríamos persuadirlo a que desplegara sus blindados detrás de las posiciones de dicho sector. La idea de un ataque frontal alemán contra Gazala debía parecer factible a los ingleses, ya que resultaba lógico el preferirlo a un arriesgado rodeo por Bir Hacheim. Si los ingleses no concentraban el total de sus blindados en aquella zona, confiábamos en que al menos mandasen a la misma una parte de los mismos, dividiendo sus fuerzas[51].
Durante el día, los movimientos de mis fuerzas motorizadas tendrían lugar en la zona del ataque italiano, y a la caída de la noche se reunirían en un sector determinado. La fuerza de choque quedaría integrada por el Afrika Korps (15.ª y 21.ª Divisiones Panzer), XX Cuerpo Motorizado italiano (Divisiones «Trieste» y «Ariete») y la 90.ª División Ligera, reforzada por tres regimientos de reconocimiento. El principio del avance, que consistiría en un movimiento de flanqueo por Bir Hacheim, quedó fijado para las diez de la noche.
Desde Bir Hacheim, el Áfrika Korps y el XX Cuerpo Motorizado italiano proseguirían a través de Acroma hacia la costa, con objeto de dispersar y destruir a las divisiones británicas en la línea de Gazala así como a las unidades acorazadas que se hallaban detrás.
La tarea de la 90.ª División Ligera, junto con los tres batallones de reconocimiento, consistía en penetrar en la zona El Adem-Belhammed, para impedir la retirada de la guarnición de Tobruk y la llegada de refuerzos al sector de Acroma. Al propio tiempo separaría a los ingleses de los depósitos que habían establecido en el área oriental de Tobruk. Para que la 90.ª División Ligera pudiera fingir la presencia de una gran masa de blindados, se la proveería de artefactos provocadores de polvo (camiones con hélices). Confiábamos en que las fuerzas inglesas de esta zona no intervendrían en la batalla de Acroma, mientras nuestras formaciones acorazadas intentaban inclinar la balanza hacia nuestro lado.
Luego de destruir a las fuerzas inglesas en la Marmárica, proyectábamos la rápida conquista de Tobruk. Mi libertad de movimientos quedó limitada por el Duce al sector comprendido hasta la frontera egipcia.
Plan de ataque de Rommel (mayo de 1942).
Se había estudiado la posibilidad de tomar la isla de Malta por parte de paracaidistas y tropas aerotransportadas italogermanas antes de que se iniciase la ofensiva, pero por algún motivo incomprensible nuestro Alto Mando abandonó el proyecto[52]. Mi propuesta de que tan agradable tarea fuese confiada a mi ejército se había visto rehuída en la anterior primavera.
En vista del rápido incremento del potencial inglés, fijamos la fecha del ataque para el 26 de mayo de 1942.