La incursión en Egipto

La actuación del General Cruewell durante la batalla había sido perfecta. La mañana del 24 de noviembre informó a Rommel, en la carretera circular —Rommel no conocía aún todos los detalles de la acción al sur de Tobruk— de que el enemigo había sido aplastado en Sidi Rezegh y de que sólo parte de sus efectivos habían escapado a la destrucción. Aquello reafirmó a Rommel en su decisión, ya adoptada con anterioridad, de atacar hacia el sudeste, penetrando buen trecho en la retaguardia enemiga. Explicó su plan con las siguientes palabras: «La mayor parte de las fuerzas dirigidas contra Tobruk han quedado deshechas; debemos dirigirnos al este y actuar contra los neozelandeses y los indios, antes de que hayan podido reunirse con el grueso de sus fuerzas para atacar de nuevo en dirección a Tobruk. Al propio tiempo, tomaremos Habata y Maddalena, cortando su ruta de aprovisionamiento. La velocidad resulta imprescindible; debemos aprovecharnos del efecto contundente que la derrota ha producido en nuestros adversarios y avanzar con la mayor rapidez hacia Sidi Omar».

Rommel intentaba explotar la desorganización y el caos que estaba seguro debían existir en el bando enemigo, llevando a cabo una inesperada y audaz incursión en la zona meridional del frente de Sollum. Esperaba incrementar la confusión reinante e incluso quizás inducir a los ingleses a una retirada hacia Egipto. Todas nuestras fuerzas móviles debían tomar parte en la operación.

Una unidad de cobertura, reunida a duras penas y puesta bajo el mando del jefe de artillería, General Boettcher, fue colocada al sur de Tobruk para impedir cualquier otra tentativa de deshacer el cerco. La infantería italiana permaneció en Bir el Gobi, y las posiciones de Tobruk fueron sostenidas por las mismas fuerzas que hasta entonces. Aquella decisión de Rommel —probablemente la más audaz de cuantas había concebido hasta entonces— fue severamente criticada por ciertas autoridades alemanas, incapaces de comprender el teatro de la guerra africano; pero, en cambio, mereció la admiración del enemigo.

Desde luego a Rommel le hubiera sido posible acabar con los restos de las fuerzas adversarias que habían sido lo suficiente afortunadas como para escapar a la destrucción al sur de Tobruk; pero ello hubiera hecho perder un tiempo valioso. En consecuencia, juzgó mejor coger al enemigo de sorpresa, dirigiéndose a su frente de Sollum, y al mismo tiempo descargar un golpe en su sector más sensible: las líneas de aprovisionamiento. A mediodía del 24 de noviembre el Áfrika Korps y la División «Ariete» iniciaron su larga marcha por el desierto, en dirección a Sidi Omar, a donde llegaron por la noche, tras un atrevido avance, ignorando por completo la amenaza inglesa sobre sus flancos. Rommel, que marchaba a la cabeza de la columna, condujo a la 21.ª División Panzer a través de la 4.ª División india, hasta el distrito de Sidi Suleiman, con el fin de cerrar el frente de Halfaya por el este. La 15.ª División Panzer atacaría Sidi Omar. Un grupo de combate mixto fue concentrado para la conquista del centro de aprovisionamientos de Maddalena, mientras otro destruiría los campamentos alrededor de Habata, término del ferrocarril del desierto. No existe duda de que tales movimientos hubiesen ocasionado serios perjuicios a los suministros enemigos, pero no podían provocar un colapso, y el comentario hecho circular por muchos críticos, según los cuales «el destino del 8.° Ejército estuvo pendiente de un hilo, que Rommel no pudo cortar», carece en absoluto de fundamento.

Las órdenes se cursaron a última hora de la tarde del 24 de noviembre, cerca de Bir Sheferzen, al este de la alambrada de Graziani. Luego Rommel se dirigió hacia la 21.ª División Panzer, colocándola personalmente en el paso de Halfaya. Al regresar a Sidi Omar, el único vehículo de que disponía se averió. Fue una verdadera suerte el que, al obscurecer, el «Mammoth» del Áfrika Korps que llevaba al General Cruewell y a su Estado Mayor, apareciera de improviso. «—Tendrán que remolcarnos», dijo Rommel, que, al igual que Gause, estaba temblando de frío. El «Mammoth», que llevaba ahora a los altos jefes del grupo Panzer, se aproximó a la línea de alambradas. Por desgracia no fue posible encontrar el paso, y hubiera sido inútil intentar abrir uno. Finalmente Rommel empezó a irritarse. «— Yo mismo lo conduciré», dijo haciendo retirar al ayudante que hasta entonces gobernaba el vehículo. Pero esta vez, incluso su legendario sentido de la orientación, fracasó. Para empeorar aun más las cosas, se encontraban en una zona completamente dominada por el enemigo. Enlaces indios pasaban de un lado a otro en sus motos junto al «Mammoth», tanques ingleses discurrían muy cerca y camiones de construcción americana circulaban por el desierto. Sin embargo, ninguno de ellos pudo sospechar que los altos jefes del grupo Panzer germanoitaliano permanecían en un vehículo de mando, a pocos metros de distancia. Los diez jefes y sus cinco ayudantes pasaron una noche intranquila.

Durante las jornadas que siguieron, Rommel continuó yendo de una unidad a otra, por regla general a través de las líneas inglesas, con el fin de salir al paso de los frecuentes conflictos. En cierta ocasión, penetró en un hospital neozelandés, todavía ocupado por el enemigo. Nadie supo quién era el captor y quién el capturado, excepto Rommel, que no abrigaba duda alguna.

Preguntó si necesitaban algo, prometió suministros sanitarios y volvió a salir ileso. También cruzo una pista de aterrizaje, ocupada por los ingleses, y en varias ocasiones fue perseguido por vehículos enemigos, logrando escapar.

Entretanto, la 21.ª División Panzer, contrariamente a las instrucciones recibidas, pero cumpliendo una orden transmitida erróneamente desde el centro de operaciones situado a retaguardia, había rebasado la posición de Halfaya hacia Capuzzo, enzarzándose en una dura y costosa lucha con los neozelandeses. El ataque de algunas unidades del Áfrika Korps a Sidi Omar no obtuvo los resultados previstos, y pronto fue evidente que el enemigo era más fuerte de lo que se hubiera esperado tras de nuestras victorias. Parecía repuesto del golpe con mucha rapidez. Según descubrimos más tarde, la situación había sido salvada por la intervención personal del General Auchinlek, jefe del Grupo de Ejércitos del Oriente Medio, que había acudido desde El Cairo, anulando en el último instante la decisión del General Cunningham, de evacuar la Marmárica y retirarse hacia Egipto.

El atrevido golpe de Rommel estuvo a punto de resultar decisivo, a causa de su efecto sobre la moral del jefe adversario. La terrible derrota de sus blindados alrededor de Sidi Rezegh hizo que el día 23 Cunningham considerara la posibilidad de abandonar la ofensiva y retirarse más allá de la frontera, para reorganizar sus fuerzas fuera del alcance de Rommel. Por este procedimiento esperaba conservar su Ejército, mientras que continuando la ofensiva en las condiciones vigentes corría el riesgo de que aquél quedara completamente destruido. Pero su inclinación hacia la retirada se vio frenada por Auchinleck, acabado de llegar en avión desde El Cairo.

Al día siguiente Rommel inició su incursión estratégica con el Áfrika Korps, extendiendo la confusión y el pánico en la retaguardia inglesa. Tan alarmantes noticias incrementaron, como es natural, la alarma de Cunningham. Si la decisión de retirarse hubiese persistido, el profundo avance de Rommel habría resultado decisivo. Pero el día 26, y tras haber regresado a El Cairo, Auchinleck llegó a la conclusión de que debía reforzar su orden de continuar la ofensiva, dando un nuevo jefe al 8° Ejército, y reemplazó a Cunningham por Ritchie, que por aquel entonces ejercía el cargo de subjefe en su Estado Mayor.


Plan del contraataque de Rommel (24 de noviembre de 1941).

La decisión de Auchinlek convirtió la derrota en victoria. Sin embargo, era mucho más aventurada que la incursión de Rommel, porque en ella se jugaba la supervivencia del 8.° Ejército sobre la base de una continuación de la ofensiva. La mala dirección adoptada por la 21.ª División Panzer, así como la resistencia de la División Neozelandesa y de la 4.ª India, resultaron de importancia capital en el desenlace postrero.

Teniendo en cuenta el cariz que después adoptaron las cosas, la incursión de Rommel resultó a la larga desventajosa para él. Al iniciarla tenía casi ganada la batalla, pero al darle fin, la balanza se había inclinado hacia el lado contrario. Sin embargo, el margen entre una y otra situación fue muy estrecho, no psicológicamente, sino también en el aspecto material. En su marcha hacia la frontera, con intención de arrasar los depósitos ingleses situados más allá de la misma, pasó muy cerca de los dos, sobre los que se había basado todo el avance inglés. Ambas enormes reservas, cada una de 10 Km. cuadrados de extensión, se encontraban a 24 Km. al sudeste y sudoeste respectivamente, de Gabr Saleh, y sólo los defendía la 22.ª Brigada de la Guardia. El Áfrika Korps pasó junto al depósito de agua situado en el extremo norte del primero. Pero la existencia de aquellos dos puntos vitales no fue descubierta gracias al excelente camuflaje y al dominio inglés del aire en la zona.

Si, tras su éxito en Sidi Rezegh, Rommel hubiera presionado hacia el sur para derrotar a los restos del 30° Cuerpo, hubiese encontrado los depósitos, sellando así definitivamente su victoria. Resultó irónico que, al perseguir el mayor objetivo, errara el blanco principal. Su maniobra puede condenarse sobre la base de una doctrina meramente convencional y precavida, pero respondía a las ideas clásicas del generalato, aplicadas por todos los grandes Capitanes de la Historia. Cuando, un año antes, las unidades Panzer actuaron de manera parecida en la persecución de los Ejércitos aliados en la Europa occidental, habían obtenido las mayores victorias de los tiempos modernos, a pesar de lo precario de las circunstancias. Su fracaso en África fue debido en parte a los factores humanos —Auchinlek, en primer término—, pero constituyó también una demostración de la gran parte que la suerte juega en todas las campañas.