Capítulo XI: La iniciativa cambia de bando, el obstáculo de el Alamein

Mi ejército Panzer llevaba ya cinco semanas batallando contra fuerzas superiores inglesas. Durante cuatro de ellas la lucha se había librado en los alrededores de Tobruk, y mediante ataques a objetivos limitados, así como en acciones de defensa, habíamos conseguido derrotar a los británicos. Tras la caída de Knightsbridge y Gazala habíamos entrado al asalto en Tobruk. Los ingleses se retiraron primero a Marsa Matruh, y más tarde, a El Alamein.

Este continuo combatir había dejado exhaustas a mis tropas. Con nuestras reservas de material empezando ya a agotarse, sólo el alto espíritu de las formaciones y la voluntad de triunfar habían conseguido mantenerlas en pie. No sólo no había llegado material de repuesto, sino que, con una inexplicable falta de apoyo, las autoridades superiores nos habían mandado sólo 3.000 toneladas durante el mes de junio, contra las 60.000 que necesitábamos, cifra que, por otra parte, nunca se alcanzó. Los depósitos capturados al enemigo nos ayudaron mucho a sobrepasar la crisis planteada tras la caída de Tobruk, pero hubiese sido necesario que los aprovisionamientos propios afluyeran después de manera regular.

En Roma se aportaba una excusa tras otra para paliar el fracaso de la organización que se suponía destinada a aprovisionar mi Ejército. Resultaba muy fácil decir: «Imposible», porque para ellos no era cuestión de vida o muerte. Pero si todos a una se hubiesen puesto a la tarea de buscar soluciones, se hubiera acabado por superar las dificultades técnicas.

He aquí algunas razones por las que falló nuestro sistema de abastecimiento:

  1. ) Muchas de las autoridades responsables no realizaron esfuerzo alguno, por la sencilla razón de que no se sentían directamente amenazadas. En Roma reinaba la paz, y no existían señales de inmediato desastre. Además, eran muchos los que no comprendían que la guerra en África se aproximaba a su punto culminante. Algunos empezaban a verlo, pero por motivos inexplicables no hicieron nada para enmendar el yerro. Conocía bien a esta clase de gentes. Siempre que surgían dificultades declaraban que nuestro abastecimiento era un problema insoluble, y lo demostraban con una avalancha de estadísticas. Carecían por completo de energía y de iniciativa. Dichos funcionarios debían haber sido relevados cuanto antes y substituidos por personal más competente.
  2. ) La protección de nuestros convoyes marítimos corrió a cargo de la Marina italiana. Pero buena parte de sus mandos, al igual que muchos italianos, no eran partidarios de Mussolini, y preferían vernos derrotados a victoriosos. En consecuencia, llevaron a cabo una continua labor de sabotaje. Sin embargo, no se extrajeron de ello las necesarias conclusiones políticas.
  3. ) La mayoría de los jerarcas fascistas eran demasiado corruptos y pomposos para hacer nada bueno. Además, con frecuencia se desentendían por completo del teatro de la guerra africano.
  4. ) Quienes hicieron lo posible para mandarnos refuerzos, apenas pudieron conseguir resultados concretos, a causa de la superabundancia de organismos existentes en Roma.

Considerando que en una guerra moderna son los suministros quienes deciden la batalla, resulta fácil comprender hasta qué punto el desastre se cernía sobre mi Ejército.

Por otra parte, los ingleses no habían ahorrado esfuerzo para hacerse dueños de la situación, y organizaron la llegada de tropas de refresco a El Alamein con admirable celeridad. Sus jefes habían comprendido claramente que la próxima batalla en África determinaría la situación futura, y examinaban sus posibilidades con gran frialdad. Nuestro adversario consiguió tremendos resultados, ya que es en momentos de extremo peligro cuando se llevan a cabo acciones consideradas como imposibles hasta entonces. El riesgo mortal constituye un antídoto eficaz contra las ideas preconcebidas.

Más tarde las autoridades de Roma consideraron perfectamente natural el mandar abastecimientos a Túnez en cantidades nunca vistas en África, en una época en la que la mayor parte de los buques de que disponíamos en el verano de 1942 habían sido hundidos, y los ingleses ejercían en el Mediterráneo una vigilancia mucho mayor que durante nuestro avance hasta El Alamein. Pero entonces era ya demasiado tarde, porque los suministros del adversario habían alcanzado un nivel mucho más alto que los nuestros.

Hasta entonces mis ayudantes y yo nos las arreglamos gracias a la abundancia del material capturado. El 85 por 100 de nuestros vehículos eran ingleses. Mis tropas se habían portado espléndidamente, pero nuestra salvación se debía a la superioridad de algunas armas sobre sus equivalentes británicas. Ahora existían ya señales de que los tanques y antitanques ingleses eran de calidad mucho mejor, y si tal ventaja se incrementaba, significaría el fin de todas nuestras esperanzas.

Por este motivo resultaba esencial hacer lo posible para provocar el colapso inglés en el Cercano Oriente, antes de que llegaran de los Estados Unidos transportes de armas en cantidad considerable. Durante el mes de julio tuvieron lugar una serie de sangrientas batallas frente a El Alamein, caracterizadas por los continuos bombardeos de la R.A.F. Conseguimos tomar algunas fortificaciones y avanzar unos cuantos kilómetros más allá de las mismas. Pero nuestro ataque hubo de detenerse finalmente por carecer de medios. Formaciones enemigas superiores a todo cuanto podíamos esperar embistieron entonces contra nuestras líneas. La posibilidad de arrollar a los restos del 8.° Ejército y ocupar Egipto quedaba anulada de manera irremediable.

El día 1.° de julio, y tal como habíamos previsto la tarde anterior, el Áfríka Korps se retrasó en el desarrollo del ataque contra las líneas adversarias. Sin embargo, al principio nuestras unidades consiguieron algunas ventajas.

A las dos y media de la madrugada me dirigí al frente desde mi puesto de mando, situado al sur de El Daba, con el fin de observar el curso de las operaciones. La ruta costera estaba sometida a un violento bombardeo artillero. Durante la mañana dos formaciones de aparatos ingleses descargaron sus proyectiles a lo largo del Gefechtsstaffel y nuestros vehículos. Me dirigí en primer lugar al mando del Áfrika Korps, y puse en acción a la artillería contra los cañones ingleses. A la una de aquella madrugada había pedido a la Luftwaffe que contribuyera con todos sus efectivos a la próxima batalla. Las piezas británicas cesaron lentamente de disparar. Bajo un bombardeo continuo de la aviación y los ataques rasantes de los cazas, trasladamos nuestro puesto de mando a la cota 31, sobre la pista de «emergencia». (Pista del desierto, que corría muy cercana al frente y daba rápido acceso al mismo a cuantas tropas se encontraban en el sector). Las baterías cercanas eran objeto de atención especial por parte de los bombarderos. Hacia las nueve, la 21.ª División Panzer se lanzó contra el núcleo fortificado de Deir el Shein, que fue tenazmente defendido por la 8.ª División hindú, recién llegada del Irak.

Se trataba de la 28.ª Brigada de Infantería hindú…, no de la División completa.

Una vez más, los extensos campos de minas enemigos nos causaron grandes dificultades. El avance de la división se detuvo, entablándose una lucha feroz.

Al mediodía observamos el desarrollo en la zona sur de la batalla, entre la 21.° División Panzer y los indios. Las granadas enemigas caían alrededor de mi Gefechtsstaffel. El Kampfstaffel, que se hallaba en posición al nordeste, era fuertemente bombardeado, y varios vehículos ardían.

La 90.ª División Ligera notificó que su ataque se había iniciado a las tres y veinte, realizando algunos progresos, pero viéndose obligada a detenerse hacia las siete y media, ante la fortaleza de El Alamein.

No fue hasta que la división se trasladó más al sur cuando su ataque empezó a dar otra vez resultados. Ello ocurría hacia las doce. Lentamente la unidad se fue abriendo camino por la zona sudeste de El Alamein (la misma se caracteriza por la inestabilidad de sus arenales). Una vez allí, formó un frente defensivo contra el sur y el norte, y hacia las cuatro de la tarde renovó el ataque con objeto de penetrar hasta la carretera, cercando así la fortaleza y destruyendo su guarnición u obligándola a entregarse. Fue un momento de grave peligro para los ingleses, quienes, comprendiéndolo así, reunieron cuantos cañones les fue posible, desparramando una granizada de proyectiles sobre nuestras posiciones de ataque. Gradualmente el ímpetu del mismo disminuyó, hasta que las tropas se vieron obligadas a afianzarse al terreno, bajo un cañoneo infernal. La 90.ª División Ligera envió un mensaje pidiendo artillería, ya que la suya no estaba en condiciones de proseguir actuando. Inmediatamente mandé al Kampfstaffel Kiehl al sur de la división, y en un coche blindado me adelanté para observar directamente lo ocurrido. Sin embargo, el denso cañoneo adversario nos obligó pronto a retroceder.

Nehring (jefe del Áfrika Korps) notificó que su unidad había arrollado a la mayor parte de los hindúes que defendían Deir el Shein. A última hora de la tarde la batalla había cesado, haciéndose prisioneros a 2.000 hindúes y destruyéndose o capturándose 30 cañones ingleses.

Decidí aportar cuantos medios pudiera para apoyar el flanco sur de la 90.ª División. Acompañado por mi Gefechtsstaffel, me dirigí hacia allá junto con el Kampfstaffel Kiehl. Un nutrido fuego de artillería cayó sobre nosotros. Granadas inglesas llegaban rugiendo desde tres direcciones, norte, este y sur, y las trazadoras de los antiaéreos enfilaban a nuestras formaciones. Bajo tan tremendo peso, el ataque se interrumpió. Apresuradamente desparramamos nuestros vehículos y nos pusimos a cubierto, mientras los proyectiles seguían lloviendo sobre la zona. Durante dos horas, Bayerlein y yo nos vimos obligados a permanecer tendidos en el suelo.

De improviso, y para colmo de males, una poderosa formación de bombarderos se acercó, aunque por fortuna algunos cazas alemanes que habían escoltado a un grupo de «Stukas» la obligaron a emprender la retirada. A pesar del fuerte fuego antiaéreo inglés, nuestros «Stukas» volvieron al ataque varias veces, provocando incendios en la zona afectada. Cuando al atardecer la reacción inglesa empezó a debilitarse, ordené a mi Gefechtsstaffel regresar con la máxima rapidez a nuestro antiguo puesto de mando. El Kampfstaffel se sostendría en el lugar alcanzado.

A las nueve y media de la noche mandé a la 90.ª División que continuara su ataque hacia la ruta costera, a la luz de la luna. Deseaba abrir el camino hacia Alejandría lo antes posible. La defensa inglesa en el sector amenazado aumentaba a cada instante. Durante la noche, el jefe de la Luftwaffe me notificó que la flota británica había abandonado Alejandría. Ello me indujo a buscar una decisión durante los días siguientes. Al parecer, los ingleses no confiaban ya en su suerte y se disponían a retroceder. Estaba convencido de que una ruptura a través de tan amplio frente provocaría un verdadero pánico en las fuerzas adversarias.

Sin embargo, el ataque nocturno de la 90.ª División Ligera hubo de detenerse, debido al fuego de artillería y de ametralladora, que diezmó a los 1.300 hombres que componían la unidad. Hacia el norte, la división se enfrentó a fortificaciones de cemento muy bien construidas, mientras hacia el este se le oponía un compacto sistema de defensas de campaña. Era imposible avanzar contra tales elementos, pero aun así el ataque se reanudó al día siguiente.


El primer ataque de El Alamein (1 a 3 de julio de 1942).

Las defensas al sur de El Alamein no eran excesivamente fuertes, por encontrarse desconectadas entre sí y carecer de profundidad. El disgusto de Rommel al verse detenido influyó indudablemente en la impresión que nos da de las mismas.

Entretanto, el Áfrika Korps continuó su ataque el 2 de julio con una embestida hacia el nordeste. Su objetivo consistía en profundizar hasta la costa, a unos 12 Km. al este de El Alamein, y luego tomar la fortaleza por asalto. Al principio los ingleses retrocedieron, pero poco después lanzaban un fuerte ataque contra nuestro expuesto flanco sur. La 15.ª División Panzer partió a refrenarlo, y sus blindados se enzarzaron bien pronto en violenta lucha. Las unidades de la 21.ª División Panzer se vieron obligadas a la defensiva en aquel terreno arenoso y cubierto de matorrales, hasta que, por la noche, el grueso del Áfrika Korps quedó empeñado en dura lucha contra 100 tanques y unas 10 baterías.

También esto ultimo resulta exagerado, probablemente debido a que dos escuadrones de «Grants» llegaron al sector. El ataque alemán careció de empuje, y los prisioneros hechos durante aquellos días eran hombres al cabo de sus fuerzas.

Más y más tanques y cañones ingleses continuaban afluyendo al frente. El General Auchinleck, que entretanto se había hecho cargo del mando en El Alamein, manejaba a sus tropas con una habilidad extraordinaria y con unas dotes tácticas más eficaces que las de Ritchie; parecía contemplar la situación con fría tranquilidad, y no permitió que se propusiera mejora alguna a las maniobras planeadas. Esto último quedaría de manifiesto en los acontecimientos que siguieron.

Al cabo de tres días de vanos intentos contra el frente adversario, llegué a la conclusión de que valía más aplazar la ofensiva, tras el ataque siguiente. Los motivos que me impulsaron a ello tenían como causa principal la creciente fuerza adversaria, la mala situación de mis divisiones, que no disponían más que de 1.200 ó 1.500 hombres, y sobre todo las terribles dificultades con que tropezaba nuestro aprovisionamiento.

3 julio 1942.

Queridísima Lu:

Aquí se pierde toda noción del tiempo. La lucha por las últimas posiciones ante Alejandría es muy dura. He permanecido en primera línea unos cuantos días, viviendo en el coche o en un agujero abierto en la tierra. Las fuerzas aéreas enemigas nos han hecho pasar muy malos ratos. Sin embargo, espero que todo se solucione bien. Te agradezco mucho tus queridas cartas.

Están llegando montones de correspondencia, y Boettcher (secretario de Rommel) no se halla aquí. Probablemente se encuentra todavía con el coche-vivienda, a 700 Km. al oeste.

Al mediodía del 3 de julio, tras varias horas de bombardeo inglés alrededor de mi Cuartel General, situado cerca de la punta de lanza del ataque, lancé adelante al Áfrika Korps contra la línea enemiga. Pero tras un triunfo inicial, la unidad se vio finalmente obligada a cesar en sus esfuerzos, a causa del fuego concéntrico defensivo. El mismo día empezaron a observarse síntomas de desintegración entre los italianos. Un ataque de los neozelandeses contra la «Ariete», a cuyo cargo corría la protección del flanco sur, triunfó de manera total. Veintiocho de nuestros treinta cañones fueron tomados por el enemigo, que capturó además 400 prisioneros, mientras el resto de los soldados huía presa de pánico.

Este revés nos cogió completamente de sorpresa, porque durante las semanas que duró la lucha alrededor de Knightsbridge, la «Ariete» —cubierta, es cierto, por tanques y cañones alemanes— se había batido bien, sufriendo cuantiosas bajas. Sin embargo, ahora los italianos no estaban a la altura de lo que se exigía de ellos.

La amenaza contra nuestro flanco sur, resultante de su acción, significó el que el proyectado y decisivo ataque hubiese de ser descargado por solamente la 21.ª División Panzer, cuya fuerza resultaba insuficiente. Más tarde se unió a la misma la 90.ª División Ligera, que tampoco fue capaz de forzar una decisión. El avance se detuvo.

En tales circunstancias, la continuación del mismo al día siguiente no hubiese producido otro resultado que un inútil desgaste. Aunque considerásemos inapreciable para los ingleses el otorgarles aquel respiro, no podíamos eludir un descanso de algunos días a nuestras tropas, al tiempo que intentábamos una amplia reorganización. Nuestro proyecto consistía en reanudar el ataque en cuanto fuese posible.

Como podía ocurrir que durante las próximas jornadas el enemigo contraatacara, las formaciones Panzer se reagruparon para la defensa, a lo largo de la línea.

4 julio1942.

Queridísima Lu:

Por desgracia las cosas no marchan como yo quisiera. La resistencia es grande y nuestras tropas están exhaustas. No obstante, espero encontrar la manera de conseguir nuestro propósito. Me siento algo cansado.

5 julio 1942.

Estamos atravesando momentos muy críticos. Pero confío en superarlos. Gause ha sufrido otra vez los efectos de un impacto cercano (explosión de un obús), y Bayerlein lo reemplazará probablemente unos días. La recuperación de nuestras tropas es muy lenta. No resulta agradable verse forzado a la inmovilidad a sólo 96 Km. de Alejandría. Pero todo acabará bien.

Nuestra intención consistía ahora en retirar a las unidades motorizadas y acorazadas, una por una, con el fin de reorganizarlas y aprovisionarlas, reemplazándolas por divisiones de infantería italianas, la mayoría de las cuales se hallaban desgraciadamente todavía en zonas de retaguardia. La 21.ª División Panzer abandonó la línea el 4 de julio. Creyendo, sin duda, que eran los principios de una retirada general, los ingleses la siguieron y atravesaron nuestra línea en una anchura de 4 Km.; 40 tanques ingleses se lanzaron a toda marcha hacia el oeste[66]. La situación era altamente desagradable, porque no disponíamos de munición artillera ni de antitanques. El mando de la artillería anunció que todas las piezas habían agotado sus proyectiles. Por fortuna una batería utilizable había sido observada en el grupo Zech, y gracias a sus últimas granadas se pudo contener a los ingleses. Inmediatamente ordené el uso inmediato de ciertos artilugios, entre los que se contaban tanques y cañones de 88 mm. simulados, para que los ingleses abandonaran sus intenciones. Luego procedimos a reforzar algunas baterías. Por fortuna encontramos 1.500 proyectiles en Deir el Shein, núcleo de resistencia capturado, los cuales nos permitieron mantener en acción a unas cuantas baterías de «25 libras», asimismo capturadas. Los italianos tenían aún algunos depósitos, y por el momento pudimos considerar superada la crisis.

Desgraciadamente el aprovisionamiento de nuestras unidades se efectuó con suma lentitud, debido a que, por alguna razón inexplicable, los pocos buques encargados de abastecernos seguían teniendo como puertos de llegada Bengasi o Trípoli, en vez de Tobruk o de Marsa Matruh. Ello significaba que nuestro abastecimiento debía efectuarse por columnas o por embarcaciones de poco tonelaje, desde 1.200 ó 2.240 Km., lo cual significaba una distancia exorbitante, para la cual no estábamos preparados.

La actividad de los ingleses quedó restringida a ataques locales, que pudimos rechazar. Gradualmente la infantería italiana fue cubriendo la línea, y relevando a nuestras fuerzas motorizadas. Un hecho destacado en este período fue el derroche de munición efectuado por el enemigo en sus primeras barreras de artillería. Durante la noche del 7 al 8 de julio, sus cañones dispararon 10.000 proyectiles en un sector pequeño, cubierto por la 15.ª División Panzer. Luego, en medio de densas tinieblas, su infantería avanzó hasta la proximidad de nuestras líneas arrojando cargas explosivas en los núcleos de defensa. Dicho ataque había sido precedido por tentativas continuas de los carros, efectuadas durante el día contra mis exhaustas tropas, que permanecieron todo el tiempo en sus trincheras y nidos, expuestas a un sol implacable. Mediante dicha táctica consiguieron tomar parte de nuestra línea. Pero cuando trataron de avanzar más, fueron rechazados por un animoso contraataque de las reservas.

El día 8 de julio nuestros efectivos totales eran los siguientes:

Tropas alemanas:

El Áfrika Korps con la 15.ª y 21.ª Divisiones Panzer, sumando un total de 50 tanques. Cada una incluía un regimiento de fusileros (300 hombres y 10 antitanques) y un regimiento de artillería de 7 baterías.

La 90.ª División Ligera, consistente en cuatro regimientos de infantería con un total de 1.500 hombres, 30 antitanques y 2 baterías.

Tres batallones de reconocimiento, con 15 vehículos blindados en total, 20 transportes acorazados y 3 baterías capturadas al enemigo.

Artillería, con 11 baterías pesadas y 4 ligeras, así como 26 antiaéreos de 88 mm. y 25 de 20.

Tropas italianas:

XX Cuerpo Motorizado, comprendiendo 2 divisiones acorazadas y una motorizada, con un total de 54 tanques, y 8 batallones motorizados (1.600 soldados), así como 40 antitanques y 6 baterías ligeras.

Elementos del X y XXI Cuerpos italianos, consistentes en total en 11 batallones de infantería —cada uno de ellos de 200 hombres— y 30 baterías ligeras y 11 pesadas. Cuatro más, de estas últimas, se hallaban asignadas a la artillería del Ejército[67].


Combates del 8 al 10 de julio de 1942.

Puede verse claramente que mis unidades no merecían ya el título de divisiones. Por lo que a los italianos respecta, semejante escasez de medios no había sido ocasionada por la lucha, ya que se mantuvo similar durante toda la campaña. Sólo en las divisiones motorizadas y acorazadas se habían sufrido pérdidas a causa de acciones militares.

Entretanto, me había procurado un conocimiento exacto de la fuerza inglesa en El Alamein, descubriendo el sector más débil, por donde el 9 de junio intentaríamos asestar un duro golpe a los neozelandeses, tomando sus posiciones y utilizando dicha base para una ruptura.

Durante la noche del día 8, un grupo de reconocimiento de la 21.ª División Panzer penetró en Quaret el Abd, guarnecido por los neozelandeses. A la mañana siguiente el Ejército Panzer, con la 21.ª División Panzer, la «Littorio» y la 90.ª Ligera, avanzaron sobre la zona sur del frente inglés, que rompieron, continuando hasta el anterior punto de penetración en el centro de la línea. Los neozelandeses se retiraron cubiertos por unidades de la 5.ª División hindú y elementos de la 7.ª División Acorazada[68]. Entretanto, la 21.ª División Panzer había conseguido ocupar la totalidad de Quaret el Abd, evacuado por los neozelandeses. A primera hora de la tarde me entrevisté con el General Von Bismark, jefe de la 21.ª División Panzer, en la localidad de referencia, y discutimos nuestros planes futuros. Era nuestra intención atacar desde allí en dirección este, con el propósito de que cayera en nuestras manos toda la línea de El Alamein.

Quaret el Abd se encontraba en un terreno extremadamente favorable, y las fortificaciones estaban bien construidas con cemento, disponiendo de emplazamientos artilleros y extensos campos de minas. Los neozelandeses habían abandonado grandes cantidades de munición y equipos, sin que pudiéramos comprender el motivo de aquella retirada. Decidí trasladar allí mi cuartel general, durante la noche, y pasarla en una de las fortificaciones de cemento. Todo estaba tranquilo. Observando que la 5.ª División india y la 7.ª Acorazada habían sido hechas retroceder por nuestras fuerzas, planeamos continuar la presión al día siguiente, con todos los efectivos disponibles.

La mañana del 10 de julio nos despertamos hacia las cinco, escuchando el sordo tronar de la artillería hacia el norte. Inmediatamente comprendí que algo malo se estaba fraguando. De improviso, llegaron alarmantes noticias de que el enemigo había atacado desde El Alamein, arrollando a la División «Sabratha», que sostenía la línea a cada lado de la carretera. El enemigo perseguía a los italianos fugitivos y corríamos el grave riesgo de que llegara a destruir nuestros depósitos. Inmediatamente partí hacia el norte con el Kampfstaffel y un grupo de combate de la 15.ª División Panzer. El ataque desde Quaret el Abd hubo de ser cancelado, ya que las fuerzas que allí quedaban eran demasiado débiles para ejecutarlo con posibilidades de éxito.

Entretanto, la batalla proseguía en la costa. La División «Sabratha» había sido aniquilada casi por completo, perdiéndose buena parte de las baterías que se le asignaron. Parecía ser que los jefes de aquéllas no habían disparado sobre el enemigo que avanzaba sobre ellos, por no tener órdenes. Los italianos abandonaron la línea, empavorecidos, y sin intentar siquiera defenderse, buscando el desierto, y arrojando armas y municiones por el camino. Fue al mando del Ejército Panzer, dirigido entonces por el Teniente coronel Von Mellenthin, a quien hubimos de agradecer la contención del ataque británico. Ametralladoras y antiaéreos habían sido reunidos a toda prisa, y con la ayuda de parte del 328.º Regimiento de Infantería y de la 164.ª División Ligera, que se encontraba en camino hacia el frente, se pudo formar una línea de defensa improvisada a 3 Km. al sudoeste de su puesto de mando.

Hacia el mediodía las fuerzas retiradas del sur avanzaron contra el flanco del saliente inglés, pero el ataque fue contenido por un terrible fuego de artillería procedente de El Alamein. Al día siguiente, 11 de julio, los ingleses continuaron su ataque al sur de la ruta costera, utilizando poderosas concentraciones artilleras y apoyo aéreo, y varias unidades italianas más, esta vez de la «Trieste», fueron arrolladas y hechas prisioneras. Un número creciente de aquéllas hubo de ser retirado del sur y arrojado a la lucha en la zona meridional de la carretera. Muy pronto la totalidad de la artillería entró en acción, conteniendo el ataque inglés hasta que éste cesó. La marcha de nuestros adversarios a lo largo de la costa había conseguido la casi total destrucción de la «Sabratha» y buena parte de la «Trieste», cayendo en sus manos un amplio territorio. Nos vimos obligados a decidir que los italianos no eran ya capaces de sostener su línea. Se les había exigido demasiado, teniendo en cuenta sus cualidades, y los resultados eran catastróficos[69].

Existían espléndidos oficiales italianos que habían hecho lo indecible para mantener el espíritu de lucha entre sus hombres. Por ejemplo, Navarrini (del XXI Cuerpo), hizo lo que pudo, mereciendo mi profunda estima. Más tarde volveré a tratar este tema de las unidades italianas.

No podíamos pensar siquiera en lanzar un ataque importante en un futuro próximo. Me vi obligado a trasladar al frente a cuantos soldados se hallaban descansando, porque en vista de la derrota de tan gran núcleo de nuestras fuerzas italianas, la situación se estaba haciendo verdaderamente grave.