Capítulo IX: Gazala y Tobruk reagrupación de fuerzas

(Sigue el relato de Rommel)

Tras de la conclusión de nuestra contraofensiva, que, a principios de 1942, había conducido a la reconquista de Cirenaica, surgieron grandes dificultades a causa del aprovisionamiento.

La culpa de ello —aparte de la escasa atención prestada al teatro de la guerra en África por el Alto Mando alemán, que no reconocía su tremenda importancia— la tenían los italianos, por su escasa cooperación en el mar. Por el contrario, la Marina inglesa se mostró muy activa a principios de 1942, y también la R.A.F. actuó intensamente, causándonos muchas molestias.

El Alto Mando alemán, al que yo estaba subordinado, no captaba el tremendo valor de aquella zona de operaciones. Con medios relativamente modestos hubiésemos conseguido victorias decisivas en el Oriente Medio de valor estratégico y económico tal, que hubiesen sobrepasado a la conquista de la curva del Don (en Rusia meridional). Ante nosotros se extendían territorios que contenían inmensos recursos, capaces de librarnos de nuestra preocupación por el carburante. Unas cuantas divisiones más, con la gasolina suficiente, hubiesen bastado para conseguir la completa derrota de las fuerzas inglesas en el Próximo Oriente.

Pero no sería así. Nuestras demandas de tropas adicionales se vieron rechazadas bajo el pretexto de que la gran demanda de vehículos en el frente de Rusia hacía imposible la creación de nuevas formaciones motorizadas para África.

Era evidente que la actitud del Alto Mando no había variado desde 1941. Según dicho organismo, África era una «causa perdida», y todo el material y tropas que se mandaran a ella no ocasionarían, a la larga, beneficio alguno. Dicho punto de vista era erróneo y de una lamentable mezquindad, ya que las dificultades «insuperables» sobre las que tanto se insistía no eran así en realidad. Cuanto hacía falta era disponer en Roma de un hombre con personalidad, energía y dinamismo suficientes para allanar cuantos obstáculos surgiesen. No me cabe duda de que ello hubiera provocado roces con determinados elementos italianos, pero el problema se solucionaba nombrando para el cargo a alguien que no se viera frenado por otras funciones de carácter político. La débil política de nuestro Gobierno hacia Italia perjudicó gravemente la causa germanoitaliana en el Norte de África.

El pesado fardo que el frente oriental representaba para los recursos alemanes se había incrementado después de que la campaña de invierno 1941-42 ocasionó la pérdida de buena parte de nuestro material en Rusia. Sin embargo, estoy convencido de que teniendo bien presentes las tremendas posibilidades del África del Norte, deberían haberse abandonado algunos sectores de relativa importancia, con el fin de dotarnos de unas cuantas divisiones motorizadas más.

Pero el interés de aquel sector jamás acabó de comprenderse con claridad, y en consecuencia el deseo de ayudarnos fue casi nulo.

Las consecuencias resultaron muy serias. Con sólo tres divisiones alemanas, cuyos medios de combate fueron con frecuencia escasos, mantuvimos al 8.° Ejército inglés en jaque durante dieciocho largos meses, ocasionándole bastantes descalabros, hasta que hubimos de ceder definitivamente en El Alamein por falta de recursos. Tras la pérdida de África, un número creciente de divisiones alemanas hubo de ser empleado contra ingleses y norteamericanos, hasta llegar a las setenta lanzadas a la batalla en Italia y Francia. En cambio, durante el verano de 1942, seis divisiones mecanizadas habrían bastado para aplastar a los británicos de manera tan completa, que la amenaza del sur hubiera quedado eliminada para mucho tiempo. No cabe duda de que el aprovisionamiento hubiera podido ser organizado, de haberse tenido interés en el asunto. Más tarde, en Túnez, y cuando ya estaba todo perdido, resultó posible el duplicar los suministros; pero por aquel entonces el convencimiento de que estábamos con el agua hasta el cuello ejercía su influencia en el Alto Mando.

Después de marzo de 1942, durante cuyo mes sólo 18.000 toneladas llegaron hasta nosotros, de las 60.000 que nos eran necesarias, la situación cambió, gracias a la iniciativa del Mariscal Kesselring, cuyas fuerzas aéreas consiguieron la superioridad en el Mediterráneo durante la primavera siguiente. Los fuertes ataques del Eje contra Malta lograron neutralizar durante algún tiempo la amenaza contra nuestras rutas marítimas, haciendo posible una mayor afluencia de material a Trípoli, Bengasi y Derna, consiguiéndose reforzar y aprovisionar convenientemente a las fuerzas germanoitalianas.

No obstante, resultaba obvio que el 8.° Ejército inglés recibía pertrechos con mucha más regularidad que nosotros. El Gobierno británico estaba realizando tremendos esfuerzos para aprovisionarlo con todo el material que fuera posible, y grandes convoyes llegaban, uno tras otro, a los puertos egipcios, con material de guerra de procedencia inglesa o americana, tras haber rodeado El Cabo. Como es natural, semejante viaje de 12.000 millas, que los transportes podían realizar, como máximo, una o dos veces al año, debía exigir grandes sacrificios a los Estados Mayores, ocupados en contrarrestar la acción de nuestros sumergibles. A pesar de todo, la Marina de guerra y la mercante consiguieron mantener el envío de suministros a los puertos del Próximo Oriente, en proporción superior a la nuestra, incluso teniendo que recorrer tan larguísima distancia. Por otra parte, los ingleses disponían de todo el petróleo necesario de las refinerías instaladas en la misma zona en la que efectuaban sus desembarcos.

Dichos puertos de arribada recibían escasa atención por parte de nuestros bombarderos, y desde ellos se aprovisionaba a los frentes por tres rutas distintas:

  1. La línea férrea, bien instalada, que iba desde Suez a las proximidades de Tobruk.
  2. Por mar. La Marina inglesa había creado una admirable organización de cabotaje, y disponía del puerto de Tobruk, uno de los mejores del África del norte.
  3. Por carretera. Tenían la ruta de la costa y abundantes medios de transporte.

Todavía más importante, sin embargo, era el hecho de que en el bando inglés figuraban hombres de considerable influencia y evidente capacitación, que trabajaban obstinadamente en organizar el aprovisionamiento de sus fuerzas de la manera más eficaz posible. A este respecto, nuestro adversario se beneficiaba de múltiples factores:

  1. El Norte de África era el principal teatro de operaciones para el Imperio inglés.
  2. El Gobierno británico consideraba la lucha en Libia como de influencia decisiva en la guerra.
  3. Los ingleses tenían en el Mediterráneo fuerzas navales y aéreas de primera categoría, y además, propias, mientras que nosotros debíamos fiarnos de los ineficaces mandos italianos.
  4. El 8.° Ejército inglés estaba motorizado por completo, hasta en sus unidades de menor importancia.

Las formaciones de infantería ordinarias no estaban motorizadas en el verdadero sentido de la palabra, es decir, en el de marchar siempre en sus vehículos. Las fuerzas eran transportadas de un lugar a otro siempre que hubiese medios disponibles. Dichas formaciones no eran tácticamente móviles, y el tener que trasladarlas por grupos limitaba su movilidad estratégica.

Resultaba bien claro que los ingleses tratarían de destruir nuestro Ejército con todos los medios a su disposición, en cuanto se sintieran lo suficiente fuertes como para intentarlo. Nuestro flanco sur estaba perfectamente despejado y disponían de múltiples alternativas[44].

Una amenaza constante se cernería sobre nuestras líneas de aprovisionamiento, y si, bajo el peligro de quedar rebasados, emprendíamos la retirada, ésta tropezaría con dificultades tremendas, debido a que la mayor parte de mis divisiones italianas no eran motorizadas. Pero los ingleses no dispondrían de un momento favorable para explotar tales posibilidades, porque había decidido ser yo quien atacase.

El plan básico inglés para la defensa de Marmárica consistía en imponer al atacante una forma de guerra más conveniente a su mando, que el maniobrar en terreno abierto. La ejecución técnica del mismo fue de primera calidad.

Pero las premisas sobre las que basaban el problema eran falsas. En cualquier posición norteafricana del desierto los sistemas rígidos han de conducir forzosamente al fracaso, ya que el flanco sur permanece siempre abierto. Para que la defensa sea eficaz ha de ser realizada ofensivamente. Como es natural, las líneas fortificadas pueden resultar muy valiosas, al impedir al enemigo determinados movimientos, pero la guarnición de dichas líneas no debe realizarse bajo ningún concepto a expensas de las fuerzas requeridas para la defensa móvil.

El dispositivo inglés de la Marmárica era como sigue:

Una profunda línea de defensa, minada, que se extendía hacia el sur desde la costa, junto a Gaza la, ocupada por las Divisiones 50.ª inglesa y 1.ª sudafricana. Desde el extremo sur de dicha línea, una profunda barrera de minas seguía hasta Bir Hacheim. Dicha plaza, que representaba el bastión meridional del frente inglés de Gazala, estaba fortificada, disponía de amplios campos de minas y la ocupaba la 1.ª Brigada francesa.

La línea había sido planeada con gran habilidad. Era la primera vez que se realizaba una fortificación de tal envergadura en el desierto. El número de minas ascendía a 500.000.

En un cruce de pistas, a pocos kilómetros al este del centro de la línea de Gazala, se encontraba el centro de gravedad de la defensa, denominado Knightsbridge, guarnecido por la 20.ª Brigada de la Guardia inglesa.

La zona alrededor de El Hatian y Batruna estaba muy bien fortificada, con el fin de cubrir los accesos a Tobruk por el sur. En la «caja» de El Adem, como era llamada dicha posición, se encontraba la 5.ª División india. Tobruk servía de base de aprovisionamiento y de apoyo eficaz en toda la línea de Gazala. Desde 1941 los ingleses no habían cesado de mejorar las defensas de la plaza[45], prestando especial atención al emplazamiento de campos de minas en toda el área de defensa. La 2.ª División sudafricana tenía a su cargo la guarnición de tan importante fortaleza.

Todos los núcleos principales estaban dotados de fuertes concentraciones artilleras, así como de abundante infantería y unidades de carros blindados. Todo aquel dispositivo resultaba notable por la perfección técnica desplegada en su emplazamiento. Todos los puntos de importancia eran verdaderos nudos de resistencia, dotados de les máximos adelantos en la guerra moderna. Un número inmenso de minas había sido colocado…, más de un millón en la Marmárica. A juzgar por las 150.000 que mis hombres recogieron después en retaguardia, aun se pensaban esparcir más.

Además de las tropas motorizadas que ya he mencionado, los ingleses disponían de una reserva móvil tras las defensas principales, consistente en poderosas formaciones acorazadas y mecanizadas (1.ª y 7.ª Divisiones acorazadas y varias brigadas y batallones acorazados independientes).

Aunque todo el plan inglés podía considerarse «solución relativa» de múltiples dificultades, en especial por lo que se refiere a la motorización de sus fuerzas, la hábil disposición de los diversos elementos defensivos convertía aquella línea en un hueso duro de roer para nosotros.

El defecto básico de los ingleses consistía en que la zona había sido preparada originariamente como base ofensiva…, bajo presión del Gabinete de Guerra. Las posiciones resultaban más eficaces como pivote para un ataque hacia el oeste que para resistir a una embestida de las fuerzas de Rommel. Además, la inmensa acumulación de efectivos en Belhammed (al norte de Sidi Rezegh) pesaba en el ánimo de los jefes ingleses, impidiéndoles maniobrar de manera que la base quedara al descubierto.