Capítulo IV: Persecución hacia Cherburgo

Tras una breve pausa, con el fin de descansar y de reorganizarse, la División de Rommel fue enviada de nuevo al Sena, al sur de Rouen. El 9 de junio se habían efectuado varios cruces del río, pisando los talones al 10.° Ejército francés, tan maltratado, que los alemanes pudieron atravesar la amplia vía fluvial sin apenas resistencia enemiga. El 10.º Ejército retrocedió hacia la línea del Risle, al oeste, y las unidades vecinas lo hicieron en dirección sur. Con el fin de explotar aquel derrumbamiento, los cuerpos de infantería alemanes de vanguardia apresuraron su avance hacia el Loire, en dirección sur, mientras la división de Rommel era lanzada tras ellos el día 16 de junio, y torcía luego hacia el oeste con intención de apoderarse de Cherburgo.

La noche del 16, el 10.° Ejército francés había iniciado un nuevo retroceso, mientras las tropas inglesas que lo apoyaban emprendían la retirada hacia Cherburgo, con intención de reembarcar, ya que la resistencia se estaba desmoronando a ojos vistos. La referida orden llegó en el minuto preciso, ya que el sector que ocupaban se encontraba, a la mañana siguiente, al sur de la ruta seguida por Rommel, consiguiendo llegar a Cherburgo con el tiempo justo para no quedar bloqueados.

El 17 de junio de 1940 continuamos nuestro avance por el sur del Sena, penetrando primero en el distrito de Laigle. La 7.ª División Panzer tenía instrucciones para alcanzar la carretera de NonantSées. Tras haber llegado a dicho objetivo, quedaría reforzada por la Brigada Senger, procediendo entonces a la conquista del puerto de Cherburgo. El reconocimiento aéreo había notificado la existencia en él de varios buques, transportes o de guerra, y era muy probable que se estuviera reanudando allí el embarque.

El avance se realizó en dos columnas, ninguna de las cuales encontró, por el momento, resistencia seria. Unos cuantos blocaos quedaron eliminados, se capturaron tanques y se hicieron prisioneros. En cuanto supe que las vanguardias de ambas columnas habían alcanzado la carretera de Nonant-Sées, ordené que prosiguiera el ataque por el flanco de Sées. Las rutas a seguir eran las siguientes:

Para la columna de la derecha: la de Maroques, rodeando el sur de Ecouché, y luego por la carretera principal hacia Briouze, pasando por el sur de Flers y dirigiéndose a Landisacq.

Para la columna de la izquierda: la de Macé, por Méhéran, St. Brice y Le Ménil, hasta La Chapelle.

Iba con mi Gefechtsstajfel en la de la izquierda. Todo se deslizó sin incidentes hasta Montmerrel, donde a la una se hicieron veinte prisioneros franceses. La columna se encontraba ya cerca de Bouce. En Francheville se me notificó que tanques enemigos guardaban la entrada de Bouce, cerrando la carretera, si bien no se había hecho fuego aun contra nuestras tropas de reconocimiento. Como nuestra columna estaba compuesta exclusivamente de carros blindados, dispuse una inmediata diversión hacia el norte. Por la carretera nos encontrábamos ahora a grupos dispersos de soldados franceses, a los que hacíamos prisioneros sin dificultad. Capturamos también varios vehículos cargados de oficiales, uno de los cuales hablaba el alemán, y fue utilizado como intérprete. Densas columnas de polvo se elevaban en el aire, provocadas por nuestro avance por carreteras secundarias. Pronto la vanguardia de nuestra columna tropezó con oposición, por parte de motoristas enemigos, a los que se eliminó rápidamente. Muy cerca seguía una columna. Cogidos por sorpresa, sus componentes no parecían muy deseosos de luchar. Se entablaron negociaciones entre el Capitán Von Luck (jefe del 37.° Batallón Acorazado de Reconocimiento) y el Capitán francés. Me adelanté para observar la causa de aquel alto.

El capitán francés declaró que el Mariscal Pétain había propuesto un armisticio a los alemanes, dando instrucciones a las tropas francesas para que rindieran sus armas. A través del intérprete, informé al Capitán de que nada sabíamos de tal armisticio, y que mis órdenes eran de proseguir hacia adelante. Añadí que no dispararía contra las tropas si éstas se rendían. Requerí entonces al Capitán para que dejara expedita la carretera, situando su columna a los lados, rindiera sus armas y partiera. El Capitán parecía vacilar. El aparcamiento requería mucho tiempo, y di órdenes a mi columna de proseguir. Atravesamos por entre los vehículos, los cañones de campaña y los antitanques. El Capitán francés parecía desconcertado, pero sus hombres sentíanse sumamente satisfechos ante aquella solución. Tras la columna encontramos aún más tropas francesas. Agitamos pañuelos blancos y les gritamos que la guerra había terminado para ellos. La marcha prosiguió a una velocidad que oscilaba entre los 40 y los 50 Km. por hora. Los pueblos siguientes estaban llenos de tropas de color, con sus cañones y vehículos aparcados en huertos y lugares despejados junto a las granjas. Pasamos sin detenernos, agitando la mano, pero sin molestarles. De este modo realizamos nuestra incursión, sin lucha. Tras rebasar más convoyes y vehículos americanos completamente nuevos, llegamos, sobre las cinco y treinta minutos, a las inmediaciones de Montreuil (64 Km. al oeste de Laigle y 19 al oeste sudoeste de Argentan), ordenando un alto de una hora para comer, y especialmente para llenar los depósitos de gasolina de los tanques.

Como no parecía que fuésemos a tropezar con resistencia alguna, decidí continuar la marcha a las seis y cuarenta minutos, tomando como objetivo Cherburgo, que se encontraba todavía a 225 Km[13]. Nuestra columna de la derecha, consistente en el 7.° Batallón Motociclista y parte del 25.° Regimiento Panzer, había tropezado con resistencia enemiga en las cercanías de Ecouché, entre las cuatro y las cinco de la tarde, pero el combate parecía terminado. Decidí proseguir por la carretera principal hasta Cherburgo, pasando por Flers, Coutances y Barneville, formando a toda la división en una sola columna.

Se trataba de una aproximación indirecta, ya que Coutances se encuentra junto a la costa oeste de la península de Cotentin. Al alcanzar dicho punto, Rommel torció hacia el norte a lo largo de la ruta occidental, para dirigirse a Cherburgo.

Se retransmitieron por radio detalles del nuevo objetivo y ruta, a diferentes partes de la división, si bien dos o tres unidades no consiguieron captarlos.

A las seis y cuarenta minutos el 37.° Batallón Acorazado de Reconocimiento empezó la aproximación a Cherburgo. Tenían órdenes de mantener la misma velocidad que hasta entonces. Llegamos en unos minutos a la carretera principal, donde encontramos a la Compañía Panzer de Hanke, al que ordené seguirnos. La columna de la derecha recibió orden por radio de sumarse a la de la izquierda, vía Flers, hacia Cherburgo.

Avanzamos hacia Flers a la velocidad máxima. Había tropas francesas acampadas a ambos lados de la carretera, a las que hicimos señas con la mano, al pasar. Se quedaron estupefactos al ver una columna alemana desfilar ante ellos. No se escuchaba ni un disparo. Proseguimos de igual modo durante las siguientes horas, conservando nuestra velocidad de 50 Km., en perfecta formación y atravesando un pueblo tras otro. Se hizo un breve alto en Flers, debido a dificultades en encontrar la verdadera ruta. La multitud, compuesta de paisanos y soldados, se agolpaba en las calles, mirándonos con curiosidad, aunque sin demostrar hostilidad ante nuestro rápido paso.

En los barrios occidentales de Flers pasamos por una plaza atestada, como de costumbre, de soldados y paisanos. De repente, uno de estos últimos echó a correr hacia mi carro enarbolando un revólver, pero los soldados lo detuvieron, impidiéndole disparar. Continuamos. Tenía ahora a toda la división detrás de mí y me sentía ansioso por alcanzar Cherburgo lo antes posible. Sabía perfectamente que el territorio por el que atravesábamos estaba lleno de tropas francesas, aunque su moral combativa fuese muy baja. Sin embargo, me pareció como si la petición de armisticio de Pétain fuera ya conocida por todos. No me hacía ilusiones acerca de que el grueso de la división nos siguiera, teniendo en cuenta la celeridad de nuestra marcha; pero si alguna unidad quedaba retrasada, podía alcanzarnos en poco tiempo. El Batallón de Reconocimiento proseguía sin detenerse. Llevábamos más de doce horas de marcha. Una ciudad tras otra quedaban atrás, sin que sonara un disparo. Al caer la noche vimos grandes resplandores al frente y a la derecha, quizás depósitos de gasolina y petróleo incendiados por los franceses en el campo de aviación de Lessay (48 Km. al norte de Coutances y a 54 al sur de Cherburgo). Como de ordinario al hacerse de noche, fallaron las comunicaciones por radio. Sabía que la Brigada Senger, que se encontraba a nuestra derecha, no había llegado aún, suponiéndola en los alrededores de Falaise (es decir, a más de 100 Km. a retaguardia). Pero ello no alteró mi decisión, porque estaba seguro de poder tomar Cherburgo yo solo.

Cuando la obscuridad era ya completa, dos oficiales que habían alcanzado a la columna en un coche, se presentaron ante mí. Al principio no pude reconocerlos, debido a la obscuridad y al polvo que cubría sus caras, pero luego resultaron ser el Capitán Kolbeck y el Teniente Hausberg, del Cuartel General del Führer. Hausberg me informó de que había sido destinado a mi división, e inmediatamente lo nombré mi ayudante. Kolbeck había aprovechado la oportunidad para echar un vistazo al frente, debiendo regresar. Envié a mi oficial de escolta, Capitán Stollbrück, en una moto, para que se asegurase de que los demás nos seguían, y entregara a cada regimiento mis órdenes para el ataque a Cherburgo, a donde llegaríamos dentro de tres horas, si no surgían obstáculos imprevistos.

Continuamos sin detenernos, en medio de la obscuridad más absoluta. Sería la medianoche cuando el Batallón de Reconocimiento llegó a la plaza del mercado de La-Haye-du-Puits (8 Km. al norte de Lessay). Había allí un número sorprendente de trabajadores en traje de faena, y tras ellos, multitud de camiones cargados de material. Eran casi todos paisanos, y no se veían apenas soldados, aunque varios oficiales iban de un lado a otro dando órdenes. Uno de ellos pasó corriendo ante mi coche y se introdujo en un portal. Continuamos la marcha. Al llegar ante la iglesia, observé un camión pesado que transportaba una pieza de gran calibre, de entre 88 y 100 mm. Sin detenerse, el Batallón de Reconocimiento, al mando de Teniente Isermayer, se desvió, según lo ordenado, por la carretera secundaria hacia Bolleville, prosiguiendo por ésta a buena marcha. Estaba barajando en mi mente el despliegue correcto de la división frente a Cherburgo, cuando la vanguardia de la columna tropezó de improviso contra un blocao defensivo, mientras era objeto de nutrido fuego de artillería y ametralladoras. Los vehículos de cabeza fueron tocados, y tres empezaron a arder. El Teniente Isermayer, que iba en el primero, resultó gravemente herido en la cabeza, y yacía inconsciente junto a su incendiado carro.

Al parecer, el blocao estaba defendido por fuerzas numerosas. La luna había salido, pero seguía sin gustarme la idea de atacar con tropas cansadas, y sin apoyo de artillería ni de tanques. Inmediatamente ordené al Batallón de Reconocimiento que rompiera el contacto, y no atacara la posición adversaria hasta el amanecer.

La División de Rommel había cubierto más de 240 Km. desde la mañana anterior, y más de 160 desde que, por la tarde, sus vehículos se detuvieron para repostar. Aquello excedía en mucho a las distancias registradas jamás en una sola jornada, durante operaciones bélicas.

Regresé con mis transmisiones a La Haye-du-Puits. No teníamos aún contacto con el Regimiento de Infantería que marchaba a retaguardia. Al llegar a La Haye-du-Puits me situé junto a la iglesia, con Kolbeck, Hausberg, unos cuantos enlaces, un vehículo blindado y un camión de transmisiones. El cañón de grueso calibre que vimos al pasar, no se encontraba ya allí. Y también había desaparecido de la Piaza del mercado la columna de trabajadores.

Detuvimos a un coche que venía de Cherburgo por la carretera principal. Su ocupante, un oficial de Marina francés, nos dijo que era maquinista y que llevaba órdenes de dirigir a una columna de trabajadores que iba a construir barricadas en aquel lugar, para detener el avance alemán. Le dije que regresara a Cherburgo, y notificase que había llegado tarde.

Minutos después, un grupo de oficiales ingleses que regresaban en un coche, tras haberse bañado en las playas del sur, fueron hechos prisioneros. Luego llegó el Coronel Von Unger, con su 6.° Regimiento de Fusileros. Cursé órdenes para atacar a la mañana siguiente los blocaos que impedían proseguir. Lo mejor sería atravesar las fortificaciones enemigas 5 Km. al nordeste de La Haye-du-Puits y reanudar nuestra incursión hacia la ciudad de Cherburgo durante la mañana.

Al alba (18 junio) me dirigí, con Hausberg, hacia donde se hallaba el 6.° Regimiento de Fusileros. Durante la noche había cursado órdenes para que fueran enviados oficiales franceses al enemigo, con la solicitud de una inmediata rendición. Cuando llegamos, Von Unger había entablado ya negociaciones. Los oficiales franceses se habían trasladado a posiciones enemigas, situadas en posición muy ventajosa, y pudimos ver cómo algunas tropas permanecían junto a sus puntos de resistencia, con las armas abatidas. Valiéndome de los prismáticos, pude ver también cañones y ametralladoras hacia la derecha, junto a la iglesia de St. Saveur. (Era St. Saveur-de-Pierre Pont, no el pueblo, mucho mayor, de St. Saveur-le-Vicompte, que se encuentra a 4,5 Km. al nordeste, sobre la misma ruta). La carretera que conducía a las posiciones enemigas estaba bloqueada ante el puente por una barricada de tres gruesos troncos.

Las fuerzas de vanguardia del 6.° Regimiento de Fusileros se hallaban a ambos lados de la carretera, con las armas en descanso, pero mientras los franceses ocupaban posiciones sólidamente fortificadas, nuestros hombres se hallaban por completo al descubierto, en mitad de los campos. De haberse iniciado el tiroteo, lo más probable es que hubiésemos sufrido muchas bajas. Me irritó mucho aquella falta de precaución, y ordené a los oficiales responsables que tomaran las oportunas medidas para repararla.

Poco después regresaba Von Unger con los oficiales franceses, notificando que las tropas situadas al otro lado no tenían noticias de la propuesta de armisticio de Pétain ni querían creer que así ocurriese. En consecuencia, no estaban dispuestos a rendirse y dejarnos pasar. Aquellas negociaciones nos habían hecho perder un tiempo precioso.

Mandé a otro oficial con el encargo de advertir que si no se rendían antes de las ocho, iniciaría el ataque a dicha hora.

Se iniciaron los preparativos sin pérdida de tiempo. Entretanto, había llegado Heidkaemper, notificando la marcha de la división hasta La Haye-du-Puits, durante la noche. Al parecer no todo transcurrió con normalidad. Debido al mareaje incorrecto de las carreteras, en Vire, con la señal «D G 7», parte de la división se había dirigido erróneamente a Saint Lo (28 Km. al este de Coutances). Hasta aquel entonces, no había tenido lugar ningún encuentro serio en retaguardia, pero parte de la columna, incluyendo la Plana Mayor divisionaria, se había visto atacada por tanques enemigos, que surgieron de un campo de trigo y ocasionaron muertos y heridos, mientras quedaban incendiados algunos de nuestros vehículos. Por añadidura, uno de los ayudantes, el Teniente Luft, estuvo a punto de ser hecho prisionero durante la noche, por tropas francesas o inglesas.

Al no haber existido lucha en el territorio recién ocupado, era de esperar que el resto de la división se incorporara por la mañana, o por lo menos durante el día. Resultaba, pues, posible proseguir con mi plan para un ataque inmediato contra Cherburgo. A las ocho, vimos que el enemigo había súbitamente desaparecido de St. Sauveur. Cuando penetramos en sus posiciones, estaban vacías, exceptuando algún muerto y unos cuantos heridos. Una barrera de artillería y ametralladoras fue tendida sobre la retaguardia adversaria, mientras el batallón de cabeza del 6.° Regimiento de Fusileros completaba la ocupación de las posiciones, extraordinariamente fortificadas. Al propio tiempo, se proseguía el trabajo activamente con el fin de eliminar las obstrucciones de un arroyo y un barranco profundo que se abrían más al norte. A cada lado del puente fue preciso retirar enormes troncos atados con cadenas a las barandillas, y también allanar una barricada de 100 m., formada por troncos de casi 1 m. de diámetro, tendidos en la carretera. Los zapadores realizaron un trabajo ímprobo, con sus sierras mecánicas.


El ataque a Cherburgo.

Hacia las nueve, la Compañía de Vanguardia del 6.° Regimiento de Fusileros, que llevaba camiones blindados, avanzó por la carretera de Cherburgo. Cerca de 2 Km. al nordeste de Saint Lo d'Ourville, el pelotón de cabeza, con el que se hallaban mis transmisiones, fue sometido a intenso fuego desde una colina de la derecha. Poco después, una batería enemiga se unía a la acción, desde las proximidades de Saint Lo (d'Ourville), pero por aquel entonces mis hombres habían saltado de sus vehículos, buscando protección. Un herido se hallaba a pocos metros ante nosotros, tras el parapeto del puente. El fuego era ahora muy vivo, desde el flanco derecho y el frente. El nuestro, por el contrario, me pareció lento, y con el fin de incrementarlo, ordené a los ametralladores de mi vehículo blindado que actuaran inmediatamente contra los arbustos de la derecha. Al propio tiempo, el jefe de una pieza antitanque recibía el encargo de disparar con toda rapidez contra las casas cercanas y la vegetación de la derecha. El Teniente Hausberg se hizo cargo de los ametralladores y fusileros que se hallaban por las cercanías, a los que situó en posición de combate.

Mientras nuestras balas se abatían sobre un enemigo invisible, el primer obús de campaña entró en acción, disparando sobre objetivos concretos, desde 150 m. tras de nosotros. La acción de dichas armas silenció pronto al enemigo situado en la colina, después de lo cual atacaron el 2.° Batallón y el 6.° Regimiento de Fusileros, consiguiendo tomarla.

Tras esta breve, pero violenta acción, la unidad continuó su marcha hacia Cherburgo, conservando el mismo orden que hasta entonces. La velocidad de mis vehículos, al atravesar Bameville en dirección a Les Pieux, que sólo era de 10 a 15 Km. por hora, resultaba muy lenta, y varias veces hube de instar personalmente a que se incrementara, porque cuanto más tardáramos en llegar a Cherburgo, más posibilidades tendría el enemigo para prepararse a recibirnos, tanto en el terreno intermedio como en el propio puerto. El sistema telefónico seguía intacto, y no me cabía la menor duda de que la guarnición de la ciudad estaba bien enterada de nuestros movimientos.

Mientras descendíamos hacia el valle, en Barneville, podíamos ver el mar a nuestra izquierda, y algunos grandes edificios en las alturas al sur de la ciudad, que nos parecieron cuarteles. Sin embargo, no había rastro de tropas enemigas. Por el contrario, nos encontramos a buen número de paisanos a la entrada de Barneville, ocupados en destruir algunos blocaos provisionales. En el camino hacia Les Prieux (20 Km. al sudoeste de Cherburgo), a donde llegamos a las doce y quince minutos, volvimos a tropezar con lo mismo. Por doquier las tropas enemigas se rendían sin tardanza.

La columna pasó por Les Pieux, sin detenerse, y siguió a buen paso hacia Cherburgo. Algunos globos cautivos se balanceaban en el aire, sobre el puerto, y no transcurrió mucho tiempo hasta que uno de los fuertes empezó a bombardear la retaguardia de nuestra columna, íbamos a tener lucha. La unidad de vanguardia se detuvo minutos después, aunque no se había iniciado el fuego en el frente. Avancé a lo largo de la columna con mi Gefechtsstaffel, para averiguar la causa, encontrándome a los vehículos blindados de la compañía detenidos a 100 m., frente a unos fuertes blocaos que interceptaban la carretera, y con cuya guarnición se estaban celebrando negociaciones, puesto que parecía dispuesta a rendirse. Von Unger acudió a informar. Tropas francesas se acercaban ya a nosotros con bandera blanca, cuando de improviso un proyectil de 75 mm. cayó entre mis soldados, seguido por otro, a los pocos minutos. Se habían abierto las hostilidades.

Al principio, todo el mundo buscó refugio, aunque dos o tres valerosos conductores intentaron antes proteger sus vehículos, entre ellos los del Gefechtsstaffel, quienes, a despecho del fuego, alcanzaron una carretera lateral donde pudieron ocultarse al enemigo. Los coches de cabeza del 6.° Regimiento de Fusileros estaban ya incendiados por la artillería enemiga. Mis tropas habían vuelto a cometer el serio error de buscar cobijo inmediatamente, en vez de replicar al fuego enemigo con sus ametralladoras.

Con el fin de que nuestra acción fuera lo más rápida posible, ordené a los ametralladores de mi vehículo blindado que abrieran fuego en dirección al enemigo, mientras el jefe del pelotón más próximo realizaba un ataque contra las fortificaciones. Pero con los proyectiles cayendo a nuestro alrededor y los pedazos de metralla silbando en nuestros oídos no era fácil conseguir que la infantería saliera de sus refugios y avanzara hacia el enemigo. El cabo Heindereich y mi conductor, el cabo Kónig, se distinguieron en aquella ocasión por su frío valor, al arrastrar adelante a la infantería, aunque nuestros ametralladores no habían abierto fuego todavía, debido a no haber visto al enemigo ni haber sido adiestrados en el arte de disparar sobre un objetivo general.

Entretanto, Von Unger tenía órdenes mías para continuar el avance con su batallón, rodeando el flanco derecho de Cherburgo. El Capitán Kolbeck había ya recibido instrucciones para marchar a retaguardia velozmente, poniendo en acción a la artillería, en cuanto fuera posible.

Como para mi Plana Mayor nada había ya que hacer en primera línea, y mi tarea más importante consistía en acoplar al resto de la división con la máxima urgencia, para que participase en el ataque, retrocedí con el Teniente Hausberg y el cabo Heindereich. El chófer y el operador de mi camión de transmisiones debían quedarse donde estaban. El fuego enemigo era ahora incesante, en y alrededor de la carretera, obligándonos a varias desviaciones, durante las cuales fue preciso vigilar con atención para no ir a chocar contra fuerzas adversarias.

Cuando, media hora después, pudimos volver a la carretera que habíamos utilizado hasta entonces, vimos acercarse a varios motoristas que se disponían a partir hacia al frente. Dieron media vuelta y continuamos nuestro camino en sus máquinas. Unos centenares de metros más allá nos encontramos al Teniente Coronel Kessler, jefe del 1.er Batallón del 78.° Regimiento de Artillería. Le ordené desplegar sus baterías a ambos lados de la carretera y establecer la barrera más densa que le fuera posible sobre las alturas de Cherburgo y las instalaciones portuarias. Luego proseguimos nuestro viaje a la máxima velocidad. El l.er Batallón del 6.° Regimiento de Fusileros recibió órdenes mías para lanzar un ataque a la altura situada a 1 Km. al oeste del Puerto Militar. Poco después encontraba al jefe de una batería antiaérea de 37 mm., llevándolo conmigo hasta donde se hallaba en posición el batallón de Kessler. Debía abrir fuego rápido contra las alturas que rodeaban Cherburgo, así como los muelles.

El batallón de Kessler había iniciado el fuego. Minutos más tarde, la rápida acción de las piezas de 37 mm. sobre Cherburgo obligaba al enemigo a retirar rápidamente sus globos de observación. La situación se estaba decantando a nuestro favor.

Desde mi puesto de mando, que había instalado en una granja, junto a la carretera, escuché como disminuía, hasta desaparecer, el fuego de los fusileros. El Cabo Heindereich se las compuso para sacar de la línea del frente a mi Sección de Transporte, logrando trasladarla a retaguardia sin sufrir daños. Habían sostenido combate contra cuarenta soldados ingleses, que tras surgir repentinamente, abrieron las hostilidades desde retaguardia. El cabo de transmisiones consiguió hacerles frente con su ametralladora, obligándoles a rendirse.

Había establecido contacto radiofónico con el Comandante Heidkamper. La situación, que parecía tomar un giro tan favorable, se volvió difícil antes de las cuatro, cuando, con pocos minutos de intervalo, los fuertes de Cherburgo formaron una tremenda barrera, con piezas de todos los calibres, incluyendo los más pesados, sobre el sector en el que nos sosteníamos, y por el que habíamos avanzado. Buques de guerra ingleses se unieron a la acción con sus cañones. Me sentí sumamente satisfecho porque el 6.° Regimiento de Fusileros se había desplegado, tras abandonar sus vehículos. Las posiciones ocupadas por el Batallón de Artillería y las piezas antiaéreas fue objeto de la mayor atención por parte del enemigo, y empezaron a producirse bajas. También mi puesto de mando se veía seriamente amenazado, y en consecuencia nos pareció preferible establecernos en pleno campo, a lo largo de una hendidura situada a 500 m. hacia el oeste, donde, aunque observados por el enemigo, nos sentíamos más seguros que en el interior de un edificio a cuyo alrededor estallaban las granadas.

Debíamos agradecer que la radio siguiera funcionando. El fuego rápido de los fuertes duró casi una hora. Comprendí que todo se volvería muy difícil si el enemigo lanzaba un fuerte ataque de infantería desde Cherburgo, y traté por todos los medios de acumular refuerzos, sobre todo valiéndome del 7.° Regimiento de Fusileros y el 25.° Regimiento Panzer.

Al saber que la Plana Mayor divisionaria había llegado a Sotteville (a 15 Km. al sudoeste de Cherburgo), decidí lanzar nuevas operaciones desde allí. Nos pusimos en marcha lo antes posible, con los vehículos espaciados 300 m. a causa del fuego enemigo.

Marchando a toda velocidad conseguimos situarnos en la carretera y llegar al Cuartel General de la División, que se encontraba en el castillo de Sotteville. El 7.° de Fusileros y el 25.° Regimiento Panzer llegaron poco después, así como el grueso de la artillería ligera y las baterías de antiaéreos. Sin embargo, no podíamos esperar que la artillería pesada entrara en acción hasta última hora de la tarde, ya que no había podido mantener la velocidad de las restantes unidades durante el recorrido de 340 Km., hasta las cercanías de Cherburgo.

Se decidió volver a nuestro plan original de ataque, que consistía en lanzar al 7.° Regimiento de Fusileros, reforzado por tanques, a través de Hainneville, hacia Querqueville (en la costa norte, a 5 Km. al oeste de Cherburgo). Teniendo en nuestro poder las alturas al sur de Querqueville, sería más fácil dominar con la artillería el puerto y la ciudad de Cherburgo. Luego las defensas del este de la ciudad podrían ser reducidas por la Brigada Senger. Pero no contaríamos con la misma hasta el día siguiente.

Como no había dormido desde la mañana anterior, descansé una hora, hacia las cinco. Durante este tiempo los jefes del 7.° Regimiento de Fusileros y del 25.° Regimiento Panzer fueron informados rápidamente de la situación, y recibieron órdenes para el ataque. Rothenburg llamó la atención sobre el hecho de que el terreno era en extremo desfavorable para el movimiento de los tanques, debido a sus muchos obstáculos y a discurrir las carreteras por parajes hundidos. A pesar de sus objeciones, ordené que una compañía reforzada del 25.° Regimiento Panzer fuese incorporada a los batallones del 7.° Regimiento de Fusileros para el ataque a Querqueville. La ruta de aproximación sería a través de Tonneville.

Poco después de que los jefes se hubiesen marchado se me trajeron buen número de mapas de gran importancia, que procedí a estudiar inmediata y cuidadosamente. Al parecer, el castillo en que habíamos instalado nuestro puesto de mando pertenecía al Comandante en Jefe de Cherburgo, y una colección completa de planos con las fortificaciones de la ciudad había sido encontrada en lugares secretos. Había mapas de la zona defendida del sur y, más importante aún, otro en el que estaban indicadas las zonas de fuego de las baterías pesadas y ligeras de la fortaleza y sus alrededores. Estudié este mapa con mucha atención, llegando a convencerme de que sería inútil lanzar el ataque por Tonneville, como acababa de ser ordenado, ya que el enemigo podía cubrir el terreno con el fuego de varios fuertes. Entretanto, había sido recibida una retransmisión del Batallón París, notificando haber conquistado la cota 79, al oeste del reducto de Tot. En consecuencia, decidí enviar al Regimiento de Fusileros por un camino que rodeaba el lado occidental de la cota 79, para el ataque a Querqueville, cursando las órdenes pertinentes. Pensaba acompañar al regimiento en su marcha de aproximación de aquella noche, con el fin de observar personalmente su despliegue sobre el terreno.

Acompañado de mi Gefechtsstaffel, llegué al Regimiento a las nueve de la noche, y partí tras de los tanques que formaban su punta de lanza. Cada pueblo por el que pasábamos estaba atestado de soldados y marinos franceses, así como de refugiados de Cherburgo, pero no tropezamos con resistencia. Se estaba haciendo de noche. Al sur de Hainneville pasamos ante una gran estructura de cemento rodeada de alambre de espino y de un alto muro. Al parecer se trataba de una obra de defensa. Un poco más al norte coloqué a mi Gefechtsstaffel bajo unos árboles, desde donde podía vigilar el despliegue del 7.° Regimiento de Fusileros, que proseguía sin contratiempo. La estructura de cemento resultó formar parte de un sistema subterráneo para el empleo de tanques.

Entretanto, mi enlace había echado un vistazo por los alrededores, descubriendo un lugar desde el que se veían los muelles, situados a unos 2 Km. A la postrera claridad del día pudimos observar las obras de defensa en los diques interiores y exteriores, así como el puerto militar, en el que se hallaban únicamente buques de escaso tamaño. El resto estaba vacío, y al parecer los ingleses se habían ido (el último transporte de tropas zarpó a las cuatro de la tarde). Mientras nos dedicábamos a dicha tarea, la larga columna del 7.° Regimiento de Fusileros se acercó a nosotros, atravesando Hainneville, y ocupó las posiciones señaladas en las alturas al sur de Querqueville y alrededor de Hainneville. Antiaéreos ligeros y pesados siguieron al Regimiento, situando sus baterías en un punto desde el que pudieran impedir la huida de los buques que se hallaban en el puerto. Los fuertes enemigos estaban silenciosos a nuestro alrededor, y muy pronto cerró la noche. Nuestra posición era ahora tan fuerte, que estábamos seguros de obligar al enemigo a que capitulara al día siguiente.

A medianoche regresé al Cuartel General de la División. Durante las horas siguientes el Teniente Coronel Frohlich dispuso el grueso de la artillería divisionaria, más un batallón pesado de la Brigada Senger, frente a Cherburgo, de tal manera, que al hacerse de día pudiese desencadenar un fuego concentrado de las piezas pesadas y ligeras sobre los núcleos defensivos y los fuertes.

A la mañana siguiente, 19 de junio, partí, poco antes de las seis, en dirección a las líneas avanzadas, acompañado del Capitán Schrápler y el Teniente Hausberg. Numerosos prisioneros fueron enviados a Cherburgo, desde diversos lugares del frente, provistos de octavillas escritas en francés en las que se pedía la rendición incondicional de la ciudad. En el sector situado al sur del reducto de Tot me encontré parte del 6.° Regimiento de Fusileros al mando del Teniente Coronel Jungk. Dejé mi Gefechtsstaffel en la linde de un bosque, ya que me parecía peligroso sacar los vehículos de su cobijo teniendo al enemigo tan cerca.

Avanzamos en dirección nordeste por una comarca cubierta de vegetación baja. Un enlace seguía, a pie, a mis dos oficiales de escolta y a mí. Mientras caminábamos, nos encontramos de improviso a los servidores de un pelotón de ametralladoras tendidos entre los arbustos. Al preguntar a su jefe por qué aquellos hombres no estaban en posición, me contestó que no había encontrado todavía un campo de tiro favorable. Le ordené situarse inmediatamente en primera línea. Empezaba a buscar el puesto de mando del batallón, que se nos dijo se encontraba un poco más adelante, cuando empezaron a explotar proyectiles detrás de nosotros, procedentes, al parecer, de nuestra propia artillería. Buscamos protección en una trinchera, a nuestra derecha, pero no tan rápidamente como para evitar que el enlace Ehrmann cayera muerto y resultaran heridos el oficial de transmisiones, un suboficial y un segundo enlace. Había acertado al suponer que las granadas procedían de nuestras propias piezas, y di orden de que ningún cañón disparase sin mi autorización expresa. La orden fue transmitida por radio. Después se averiguó que el fuego no fue iniciado por la artillería divisionaria, sino por una batería de antiaéreos de 88 mm.

Jungk recibió el encargo de abrirse camino con las tropas de vanguardia del batallón, siguiendo los matorrales, hasta las primeras casas de Cherburgo. La resistencia enemiga parecía ceder. Como en el día anterior, veíanse marinos por todas partes, mientras columnas de refugiados huían por las carreteras principales, e incluso a campo traviesa, con el fin de evitar la inminente batalla. Di órdenes por radio para que se detuviera el éxodo y los paisanos regresaran a Cherburgo, ya que no teníamos intención de bombardear la ciudad, sino tan sólo los objetivos militares, tales como los fuertes y el puerto militar fortificado.

Nos trasladamos al puesto de mando del 7.° Regimiento de Fusileros, situado en Hainneville, pero el Coronel von Bismarck no estaba allí. Por el camino nos cruzamos con una batería antiaérea pesada, que durante varias horas había estado bloqueando la carretera con sus cañones y vehículos, y aun no había entrado en posición. Dirigí unas cuantas frases contundentes a sus numerosos oficiales, y ordené situar las piezas en lugares adecuados, a lo largo de la carretera, retirando los vehículos que se hallaban en la misma sin perder un segundo.

En el extremo norte de Hainneville recibí un mensaje notificándome que el Teniente Durke acababa de resultar muerto por un proyectil de artillería disparado desde el fuerte central, y de acuerdo con ello di órdenes por radio para que se abriera fuego concentrado sobre el mismo. Los disparos comenzaron a los pocos minutos. Desde el puesto de mando del 7.° Regimiento de Fusileros disfrutábamos de un excelente observatorio, que hacía posible enviar a retaguardia algunas correcciones. Los obuses cayeron pronto sobre el centro mismo del puerto, haciéndose tan precisos, que tres de cada cuatro eran blancos directos. El fuerte cesó de responder. Con el fin de poner fuera de combate sus posiciones artilleras del exterior, hice traer una batería de antiaéreos pesados, ordenándola ayudar en el próximo ataque de la artillería pesada sobre el fuerte central, preparado para las once, destruyendo su superestructura con impactos directos.

Poco después, el comandante von Paris me informó de que la guarnición del reducto Des Couples, compuesta de diez oficiales ciento cincuenta hombres, acababa de rendirse. Podíamos ver a los prisioneros, bajo guardia, a nuestra derecha. Me dirigí inmediatamente al reducto, desde el que imaginaba obtener una excelente vista de las defensas de Cheburgo. La primera parte del camino la recorrimos en nuestros vehículos de combate, y luego proseguimos a pie durante los últimos 500 m., hasta la altura donde se levantaba el fuerte. Atravesamos las trincheras avanzadas y entramos en el interior del recinto, encontrándonos allí con parte del 6.° Regimiento de Fusileros y los observadores avanzados de la artillería. Los puestos de observación, intactos y equipados con excelentes prismáticos, permitían la visión del puerto y la ciudad en su conjunto.

Apenas había mandado un mensaje por radio al Comandante Heidkámper, informándole de la progresión de nuestro ataque, cuando el Coronel Fürst llegó del sector oriental de Querqueville con noticias de que el Coronel von Bismarck estaba negociando con una delegación salida de la ciudad. Debía ser el efecto de las octavillas lanzadas y en las que conminábamos a rendirse a la guarnición.

Al parecer se habían, pues, iniciado las negociaciones. Me trasladé en seguida a un lugar situado a media milla al norte del reducto Des Couplets. El puerto militar estaba todavía en manos de las fuerzas enemigas, que no parecían inclinadas a rendirse, de modo que se abrió fuego contra todo cuanto se moviera en dicho sector. Por aquel entonces había cesado toda acción de los fuertes hacia el mar. El fuerte de Querqueville había rehusado rendirse, pero su jefe nos informó de que no dispararía a menos que lo hiciésemos nosotros. Estaba dispuesto a entregar la fortaleza sólo si se le daba orden de hacerlo. El fuerte central permanecía en silencio.

A las doce y cuarto salieron de la ciudad dos automóviles civiles. Sus ocupantes, un miembro de la Cámara de Diputados y el Prefecto de Policía, no se hallaban por desgracia en situación de anunciar la rendición de la fortaleza, pero se declararon dispuestos a instar urgentemente al gobernador de la misma, quien se encontraba en el puerto militar. Deseaban a toda costa evitar un bombardeo que destruyese la ciudad. Les dije que regresaran y consiguieran la inmediata rendición de la misma por medio del Jefe de Estado Mayor. Les di de plazo hasta la una y cuarto. Esperaban estar de regreso para entonces, trayéndome personalmente la respuesta.

Durante su recorrido de vuelta los dos coches fueron agredidos desde el puerto militar, y sus ocupantes hubieron de descender y arrastrarse hasta cierta distancia por la cuneta. Desde luego, todo esto lo supe más tarde. A la una y cuarto la respuesta todavía no había llegado, y bombarderos en picado, puntuales hasta el máximo, descendieron para soltar sus bombas sobre los fuertes marítimos, consiguiendo impactos sobre el central. También la artillería abrió fuego. Regresé lo más rápidamente posible al reducto Des Couplets, para observar el efecto de nuestro fuego desde aquel excelente observatorio. Una granizada de proyectiles caía sobre el puerto militar, y muy pronto las llamas empezaron a elevarse desde sus inmensos cobertizos y arsenales. Densas nubes de humo mostraban la existencia de mayores incendios. Los regimientos de fusileros habían recibido órdenes de ocupar la ciudad durante este bombardeo. Cuando todo el puerto militar quedó oculto tras una cortina de llamas y humo, hice volver el fuego hacia el fuerte Querqueville, con el fin de obligar a su guarnición a una rápida entrega.

Durante este bombardeo, que presencié muy bien desde mi puesto de mando, cierto número de oficiales franceses aparecieron en el reducto Des Couplets para negociar la rendición de la fortaleza. Hice traer a aquellos oficiales a mi torre de observación, especialmente para que vieran la tremenda eficacia de nuestro bombardeo. Entre ellos se encontraba el Comandante del fuerte de Querqueville, oficial de marina, que lucía una larga barba negra. Se horrorizó al ver su fortaleza envuelta en humo, y me preguntó por qué la bombardeábamos si había cesado de disparar. «—Desde luego —repuse—, pero no se ha rendido».

Las negociaciones prosiguieron con toda rapidez. El portavoz francés —un Capitán—, investido aparentemente de algunos poderes, solicitó nuestras condiciones por escrito. Le dicté las siguientes:

«He tenido noticias de que la fortaleza de Cherburgo está dispuesta a rendirse, y he dado órdenes para un inmediato alto el fuego. Requiero a la guarnición de cada fuerte para que levante bandera blanca como señal de entrega, y luego parta por la carretera desde Cherburgo a Les Pieux. Las tropas podrán transportar sus equipos personales, incluyendo las raciones de campaña. Los suboficiales deberán hacerse cargo de sus hombres. Los oficiales se reunirán en la Prefectura Marítima. Podrán conservar a sus asistentes. Todas las armas serán descargadas y situadas ordenadamente en los fuertes».

Se fijó la rendición formal para las cinco de la tarde, en la Prefectura Marítima. Tras de que los delegados franceses hubieron declarado estar conformes con mis condiciones y haber asegurado que serían cumplidas, di orden de suspender el fuego y me dirigí a Cherburgo con mi Gefechtsstaffel.

En la Prefectura Marítima el mando de la fortaleza había hecho conocer las cláusulas de la rendición a todo el mundo. Como faltaba más de una hora para la ceremonia oficial, recorrí Cherburgo en compañía de Heidkáemper, para observar el aspecto de la ciudad y el puerto. En primer lugar visitamos el sector inglés del mismo y la estación ferroviaria. En su apresuramiento para alejarse, los británicos habían dejado todos sus vehículos en un extenso sector del muelle, y centenares de camiones aparecían aparcados allí y en los barrios adyacentes. Dicho material era prácticamente nuevo, y muchos vehículos estaban intactos.

Nos dirigimos luego a la base de hidroaviones, asimismo en estado normal, y regresamos a la Prefectura, donde encontramos a los jefes de la 7.ª División Panzer reunidos a un lado del patio, y a los de la guarnición de Cherburgo, incluidos los comandantes de varios fuertes, en el otro. Tras un rápido cambio de saludos con mis subordinados, me dirigí al jefe francés de más categoría, a quien, más o menos, dirigí las siguientes palabras, valiéndome de un intérprete:

«—Como jefe de las tropas alemanas en Cherburgo, tomo nota del hecho de que la fortaleza se ha rendido, y deseo expresar mi agrado porque la entrega haya podido efectuarse sin causar víctimas entre la población civil».

Con el fin de salvaguardar la responsabilidad de sus oficiales, el Jefe de Estado Mayor francés me informó entonces de que la fortaleza no se hubiera entregado de haber dispuesto de suficientes municiones.

Entretanto, descubrimos que el Gobernador de Cherburgo no se hallaba presente, y que, cosa todavía más grave, tampoco estaba el jefe de más categoría de la localidad, es decir, el Almirante que mandaba la flota francesa del Canal. En consecuencia, el oficial de enlace de la división, Capitán von Planten, fue mandado en busca de ambos caballeros a sus puestos de mando, situados en un castillo fuertemente protegido por antitanques y barricadas. Cuando llegaron hice que el intérprete les repitiera las palabras dirigidas antes al Estado Mayor. El Almirante Abrial contestó que la rendición se había efectuado sin su consentimiento, a lo que repliqué que tomaba nota de ello. De este modo se concluyó la capitulación de Cherburgo.

Entretanto, todos los fuertes a los que se podía llegar desde tierra habían sido ocupados por nuestras tropas, y se inició la limpieza de los mismos y de la ciudad. Acompañado de Heidkamper visité el de Roule, que se alzaba en una altura, dominando la ciudad y el puerto. Un obstáculo con el que nos tropezamos en el camino quedó rápidamente eliminado por el camión de transmisiones, provisto de ocho ruedas, que empujó el vehículo medio destruido como si fuese una pelota de fútbol, despejando de este modo el camino.

El comandante del fuerte y su ayudante habían resultado muertos, el día anterior, por uno de nuestros proyectiles, mientras se hallaban sobre los muros de aquél. Penetré en las casamatas, en las que aun seguía la guarnición. Las tropas francesas saludaron en silencio.

Me trasladé entonces al fuerte Querqueville, donde encontré intacto el aeródromo, aunque los catorce aviones alojados en sus espaciosos hangares estaban más o menos destruidos. Me sorprendieron los escasos daños sufridos por el fuerte. En la residencia del comandante, situada en medio de un espacio abierto, ni siquiera los cristales estaban rotos. Los agujeros abiertos en los muros tenían una profundidad de 30 a 40 cm., y la guarnición había experimentado escasas pérdidas.

Las fuerzas británicas, afectadas al 10° Ejército francés, pudieron escapar por muy escaso margen. La acción había resultado tan seria para ellos como para el Cuerpo Expedicionario inglés, en Dunquerque, tres semanas antes.

El Teniente General Sir Alan Brooke, que había desembarcado en Cherburgo el día 13, para hacerse cargo del Mando Supremo, llegó a la conclusión, al día siguiente, de que la situación francesa era desesperada, y tras obtener la aprobación de su Gobierno, realizó trámites para evacuar a todas las tropas inglesas que aun quedaban en Francia, incluyendo las dos divisiones acabadas de desembarcar. Pero la retirada de la «Norman Forcé», que seguía actuando en el 10.° Ejército francés, quedó aplazada. Los elementos principales de la misma eran la 15.ª Brigada de Infantería de la 52.º División Lowland, que se encontraba en el frente al sur de Laile, y la 3.ª Brigada Acorazada de la 2.ª División Acorazada, situada a la reserva. El Teniente General J. H. Marshall-Cornwall, que se hizo cargo de la «Norman Forcé» el día 15, ordenó su inmediata retirada hacia Cherburgo, donde, a la noche siguiente, supo que el 10.º Ejército iniciaba una retirada general hacia Bretaña.

Las tropas inglesas se pusieron en marcha a medianoche, llegando a Cherburgo al cabo de veinticuatro horas, tras haber «recorrido 320 Km. por carreteras atestadas de tropas y de refugiados». Este hecho demostró de manera notable el valor de las unidades motorizadas, para la huida. La carretera hacia Cherburgo, pasando por Carentan, estaba ya minada, y la columna inglesa de tanques fue desviada hacia la ruta costera a través de Lessay. Una vez en La Haye-du-Puits, se incrementó aun más la desviación hacia occidente, tomándose el camino de Barneville y Les Pieux, ya que la carretera principal estaba minada y bloqueada. Al seguir Rommel la misma ruta unas horas más tarde, escogió la que le ofrecía un tránsito más despejado, sin alteraciones de ninguna clase. Este cálculo de las ventajas de la aproximación indirecta por la línea menos esperada demostró sus extraordinarias dotes intuitivas.

El informe del General Marshall-Cornwall sobre la última fase terminaba así: «Con el fin de proteger el embarque en Cherburgo había solicitado que un batallón de refresco de la 52.ª División ocupase una posición de cobertura a unos 30 Km. hacia el sur. Esta unidad, combinada con los cinco batallones franceses de la guarnición de Cherburgo, hubiesen debido proporcionar amplia seguridad, y había esperado continuar el embarque hasta el día 21, con el fin de retirar todo el contenido de los almacenes y los vehículos mecanizados. Sin embargo, el enemigo volvió a superar todos nuestros cálculos, al seguir con velocidad extraordinaria nuestra rápida retirada. A las nueve de la mañana del 18, una columna de sesenta camiones que transportaba infantería alemana motorizada alcanzó la posición de cobertura cerca de Saint Sauveur. Al encontrar resistencia torcieron hacia el oeste, en dirección al sector guarnecido por los franceses, logrando arrollar la posición por la carretera de la costa. Los franceses ofrecieron muy escasa resistencia, y a las once y media tomé la decisión de terminar el repliegue hacia las tres de la tarde. El batallón de cobertura (5° K. O. S. B.) fue retirado entre las doce y las tres de la tarde, y el último buque zarpó a las cuatro. Todas las armas fueron embarcadas, exceptuando un antiaéreo de 3,7 pulgadas que se averió y una pieza Bofors fija que no pudo ser desmontada a tiempo. También se abandonaron dos antitanques. Cuando el último transporte hubo partido, los alemanes habían penetrado hasta 5 Km. del puerto».

Las pérdidas de la 7.° División Panzer, de Rommel, durante aquellas seis semanas de campaña, fueron de 682 muertos, 1,646 heridos y 296 desaparecidos, así como 42 tanques destruidos. Su botín se elevó a 97,648 prisioneros, 277 cañones de campaña, 64 antitanques, 458 tanques y carros blindados, más de 4,000 camiones, 1,500 automóviles y más de 1,500 vehículos de tracción animal.

El día 20, inmediatamente después de la toma de Cherburgo, Rommel escribió a su esposa:

No sé si he puesto bien la fecha, ya que durante estas últimas jornadas he llegado a perder la cuenta del tiempo transcurrido.

La división realizó el asalto a Cherburgo de una sola embestida, cubriendo una distancia entre 350 y 370 Km., ocupando la poderosa fortaleza, a pesar de su encarnizada defensa. Hemos pasado momentos difíciles, y el enemigo llegó a ser, al principio, entre veinte y cuarenta veces superior a nosotros en número. Además, disponía de veinte a treinta y cinco fuertes preparados para la acción y numerosas baterías. Sin embargo, apresurándonos hasta el máximo, conseguimos cumplir la orden del Führer de tomar Cherburgo con toda rapidez…

Con la toma de Cherburgo la guerra en el Oeste había terminado para la 7.ª División Panzer, que poco después, partía hacia el sur. Rommel escribió desde Rennes:

Rennes, 21 junio 1940.

Queridísima Lu:

Hemos llegado aquí sin novedad. La guerra se ha transformado en un rápido recorrido por Francia. Dentro de unos días habrá terminado. Las gentes se sienten aliviadas porque al fin todo acabó felizmente para ellas.

25 junio 1940.

El armisticio ha entrado en vigor. Nos encontramos a menos de 320 Km. de la frontera española y esperamos llegar a la misma, quedando en nuestro poder toda la costa atlántica. El resultado es maravilloso. Algo que comí ayer me indispuso ligeramente, pero vuelvo a estar bien. Nuestro alojamiento es regular.

8 julio 1940.

La guerra que libra Francia contra la flota inglesa no tiene precedentes. Resulta saludable para Francia actuar al lado de los vencedores. Los términos de la paz serán bastante más suaves.

La ansiedad acerca de la expansión de Rusia queda claramente demostrada en la carta de Rommel del 30 de junio de 1940.

30 de junio de 1940.

Las exigencias rusas a Rumania me parecen muy duras. Dudo de que ello nos beneficie. Están apoderándose de todo cuanto pueden. Sin embargo, no les va a ser siempre tan fácil conservar sus conquistas…

Nota de Manfred Rommel:

Durante el avance de la 7.ª División Panzer, mi padre puso en práctica técnicas nuevas ideadas por él, y que, como ha podido verse, obtuvieron señalados triunfos. Pero su método de mando había sido cualquier cosa menos ortodoxo; introdujo su «línea de embestida» y, contra todas las instrucciones, señaló sus rutas de comunicación con el signo «D G 7», con el fin de que las unidades que seguían establecieran contacto con toda rapidez, al tiempo que se facultaba el envío de amunicionamiento y provisiones.

Ello originó roces con sus superiores y críticas entre sus colegas. Pero defendió con vigor aquellos sistemas, consiguiendo triunfar. Incluso el Mayor Heidkamper, su Ia, se puso del lado de sus contrarios en algunas cuestiones especiales, cosa que irritaba sobremanera a mi padre. El día 13 de junio Heidkamper le entregó un memorándum en el que se quejaba de que el contacto hubiese quedado roto entre la Plana Mayor y el jefe de la división, añadiendo que el hecho a deducir no era otro sino el de que el jefe debía permanecer mucho más a retaguardia. La causa principal de aquellas diferencias descansaba en la escasa familiaridad de los jefes de las unidades con la técnica de mando de mi padre. Había dispuesto de escasas oportunidades para ejercitar a la división en pleno y con todas sus armas, y el resultado, en especial al iniciarse la campaña, fue el de hacerse patente una necesidad de adoptar medidas sobre la marcha. Hacia el final las operaciones prosiguieron con más o menos coherencia.

Tras haber recibido el memorándum de Heidkamper, mi padre escribió a mamá la siguiente carta:

Estoy sosteniendo muchas discusiones con mi Ia. Acaba de enviarme un largo documento acerca de sus actividades el 18 de mayo. Es preciso que lo aleje de aquí lo antes posible. Este joven Comandante de Estado Mayor, temeroso de que algo pudiera sucederle, así como a su Plana Mayor, se quedó a 30 Km. del frente, y, como es natural, perdió contacto con las tropas de vanguardia, que yo mandaba, cerca de Cambrai. En vez de conseguir que todo el dispositivo avanzara, se dirigió al Cuartel General del Cuerpo de Ejército, puso en conmoción a todo el mundo y se portó como si el mando de la división no estuviera en manos seguras. A pesar de todo, sigue convencido de que realizó un acto heroico. Deberé efectuar un cuidadoso examen de los documentos para situar a ese joven en el lugar que le corresponde.

Aparte de ello, Heidkamper se encontraba en excelentes términos con Rommel, el cual escribió, días más tarde, una vez su irritación se hubo calmado:

El asunto Heidkamper quedó aclarado ayer, y finalmente hemos decidido olvidarlo. Tengo la impresión de que a partir de ahora todo seguirá perfectamente. Fui a visitar a Hoth, y celebramos una larga conversación acerca de ello. Me alegro de que reine otra vez la armonía. Sin embargo, se hacía necesario patentizar mi autoridad.

Durante los meses siguientes la vida fue para Rommel idéntica a la de otros muchos jefes alemanes que por aquel entonces se dedicaban a la ocupación de Francia. Extractos de algunas cartas escritas a principios de 1941 dan ligera idea de cómo se desarrollaba su existencia, así como de sus reacciones mentales. La cantidad de material es tan grande, que sólo incluímos una pequeña selección del mismo.

6 enero 1941.

Ayer recibí un verdadero montón de cartas, incluyendo las tuyas de 21 y 23 de diciembre. Parece ser que el servicio de correos se normaliza. Esta tarde hemos visto la película Corazón de reina (María Estuardo), que me ha gustado mucho. Mañana esperamos a distinguidos visitantes, que inspeccionarán nuestro acuartelamiento. No nos sentimos precisamente cómodos. Los campesinos del país siguen habitando los mismos cuchitriles que hace mil años. Consisten en casas de argamasa, con el tejado plano, cubierto de tejas similares a las de los romanos de la antigüedad. En muchos pueblos no existe conducción de aguas y ésta se sigue extrayendo de pozos. Ninguna casa está dispuesta para combatir el frío. Las ventanas cierran mal y las corrientes de aire se filtran por las rendijas. Sin embargo, espero que todo cambie en un futuro próximo…

9 enero 1941.

La visita transcurrió sin incidentes. Me resulta interesante observar la vida primitiva de los habitantes de la región, y hasta qué punto reina la pobreza en estas casas. Las tropas han causado muy buena impresión en todas partes. Pienso empezar mi permiso a principios de febrero. Para entonces muchas cosas se habrán aclarado. No me sorprende el que nuestros aliados se encuentren en un apuro en el norte de África. Probablemente creyeron que la guerra era fácil, y ahora deberán demostrar de lo que son capaces…

17 enero 1941

Nada de nuevo. Paso muchas veladas charlando con mis oficiales acerca de mi diario de guerra de mayo 1940, que parece impresionar a todos.

La flota inglesa del Mediterráneo ha recibido algunos golpes. Esperemos que se repitan con frecuencia.