Capítulo III: La ruptura por el Somme

5 junio 1940.

3:30 madrugada.

Queridísima Lu:

Hoy empieza la segunda fase de la ofensiva. Dentro de una hora cruzaremos el Canal (el Somme está canalizado en este sector). Hemos dispuesto del tiempo necesario y todo queda preparado, hasta donde podemos prever. Observaré el ataque desde retaguardia. Espero que dentro de una semana habrá terminado la guerra en el Continente. Cada día llegan montones de correspondencia. Todo el mundo nos felicita. Todavía no he podido abrir todas las cartas. No he tenido tiempo.

La ofensiva fue iniciada por el Grupo de Ejércitos Bock, sobre el ala derecha, a lo largo del Somme. El Grupo de Ejércitos Rundstedt, frente al Aisne, no se unió al avance hasta cuatro días después. Se asignaron a Bock tres de los cinco Cuerpos Panzer; dos de ellos, que formaban el grupo de Kleist, se utilizaron para un movimiento de tenaza sobre el sector Amiens-Peronne, mientras el de Hoth avanzaba por la extrema derecha, entre Amiens y Abbeville. Los otros dos Grupos Panzer se agruparon bajo Guderian —ascendido tras de su decisivo avance hacia el Canal—, y partieron hacia el este, en dirección al Aisne, cerca de Rethel, al sudeste de Sedan. Cada Cuerpo Panzer consistía en dos Divisiones Panzer y en una División de Infantería Motorizada.

El ala extremo derecha alcanzó el Sena al sur de Rouen (a 112 Km. de distancia), durante la noche del 18 de junio, gracias especialmente a una rápida acometida de la División Rommel, tras dos días de dura Lucha, y atravesó el río, pisando los talones a las tropas en retirada. Pero el avance del ala derecha principal, efectuado por el Grupo Panzer de Kleist, progresó más lentamente, al tropezar con una resistencia cada vez más firme, mientras empujaba hacia París. Por el contrario, el Grupo Guderian realizó un rápido progreso, tras haber sido cruzado el Aisne por el ataque del 9 de junio. El Grupo Kleist torció hacia el este, con el fin de proteger la ruptura por el Aisne, convirtiendo la acción en golpe decisivo. En cuanto al Grupo de Guderian, volvió hacia el sudeste y corrió hacia la frontera suiza, cortando la retirada del ala derecha francesa en la Línea Maginot. Por aquel entonces, la resistencia se desmoronaba ya en todas partes, y los franceses solicitaron el armisticio la noche del 16 de junio.

Mientras Guderian explotaba su éxito en el Aisne, convirtiéndolo en fundamental, el ataque de Rommel en el otro flanco iniciaba el colapso. Ello aumenta el interés de su relato acerca de la iniciación y el desarrollo del ataque en el Somme. Su división operó como punta de lanza en el lugar del cruce, y también en el avance consecutivo.

El golpe de Rommel fue descargado en el sector que se extiende entre Longpre y Hangest. Existía allí una «tierra de nadie» llana y pantanosa, de kilómetro y medio, entre las posiciones alemanas al norte del Somme y las francesas en las pendientes del sur. La atravesaban dos vías férreas, que cruzaban el río por puentes separados, y luego seguían por terraplenes a través del terreno pantanoso, atravesando la carretera Hangest-Longpre, por medio de otros dos puentes.

Los franceses habían volado los puentes de carreteras sobre el Somme, en Hangest y cerca de Longpre, pero no los de ferrocarril ni tampoco los dos que cruzaban la carretera, los cuales se encontraban tan cerca de su frente. Pagaron muy cara dicha omisión, debida, en parte, a sus planes de ofensiva. Con el fin de que no se intentara demolerlos, Rommel los mantuvo día y noche bajo fuego de artillería y ametralladoras antes de lanzar su ataque el 5 de junio, consiguiendo capturarlos intactos a los cuatro a primera hora de la mañana. Una vez eliminados los rieles, sus tanques y otros vehículos pudieron pasar el río y el terreno pantanoso con menos retraso que si los puentes y rutas hubieran tenido que ser construidos.

El allanar semejante obstáculo constituyó una verdadera hazaña. Si los franceses hubieran destruido los dos puentes finales, sobre la carretera, la captura de los del río hubiese constituido una ventaja de escasa importancia. En un ejercicio teórico, lo conseguido por Rommel hubiera sido difícilmente admitido como posible.

Hacia las 4:15 fui con el Teniente Luft y mi Cuerpo de Transmisiones al puesto de mando de la artillería, donde observamos la iniciación del importante ataque sobre el Somme. La barrera preparatoria, que comenzó en el minuto exacto, constituyó un espectáculo grandioso desde nuestro excelente observatorio.

Los estallidos de las granadas relampagueaban por doquier, mientras apenas si se percibían señales de reacción enemiga.

En vista de ello, nos trasladamos al lugar en el que el 2.° Batallón del 6.° Regimiento de Fusileros había iniciado el cruce, y fue allí donde, a las cinco, se nos comunicó que los puentes de ferrocarril y carretera habían caído intactos en nuestras manos. Parte del Batallón de Ingenieros estaba trabajando con ardor, eliminando rieles y traviesas, a fin de que la división cruzara con sus vehículos. Al otro lado del río el Regimiento de Fusileros, al mando del Coronel Von Unger, avanzaba lentamente, pero sin dificultades. De vez en cuando escuchábamos el tableteo de alguna ametralladora aislada. Dejé mi vehículo de transmisiones en la orilla norte, dando instrucciones a sus tripulantes para que lo hicieran cruzar en primer término, y me acerqué a los puentes del Somme, con el Teniente Luft. El vehículo de transmisiones atravesó el río a las seis, seguido de cerca por artillería, antitanques y el 25.° Regimiento Panzer. La operación proseguía con lentitud, por existir todavía rieles y traviesas que dificultaban el paso.

Entretanto, avancé con mi equipo de transmisiones hacia el lugar de la batalla. Nos fue algo difícil hacer que los vehículos remontaran las pendientes, desprovistas de carreteras o caminos. Acompañado por el Teniente Luft y el Cabo Heindereich, penetré unos metros en un campo de trigo, con objeto de observar con mis prismáticos a los dos batallones del 6.° Regimiento de Fusileros. Nos hallábamos a cierta distancia de nuestro vehículo, cuando de improviso vimos aparecer entre el trigo la cabeza de un soldado francés, que desapareció rápidamente.

Heindereich se adelantó, encontrando a un herido, aún con su ametralladora junto a él. Por las cercanías había más soldados, muertos o heridos. Al parecer, nuestra preparación artillera había castigado duramente las posiciones adversarias.

Entretanto, los vehículos en cabeza del Regimiento Panzer y las unidades de artillería y antitanques iban afluyendo a las pendientes del sudoeste del Somme. El Coronel Rothemburg, que había cruzado con su ayudante al frente de su regimiento, recibió órdenes de seguir al 6.° de Fusileros a lo largo de un amplio valle, hasta un punto situado tras la cota 116, donde debían tomar posiciones para un ataque contra Le Quesnoy (8 Km. más allá del río). El fuego de las ametralladoras francesas nos obligó a buscar cobijo varias veces, durante el curso de la entrevista.


El paso del Somme.

El tráfico por el puente había cesado otra vez. Un «Panzer IV» había perdido su cadena derecha y bloqueaba el paso, impidiendo el avance a los demás. Se realizaron tentativas para arrastrarlo, pero nada se pudo conseguir, a causa de que las traviesas obstaculizaban el funcionamiento de las ruedas de caucho y amontonaban la grava ante ellas. Se perdió media hora mientras el carro era empujado de un lado a otro. Una vez retirado, la travesía prosiguió ordenadamente.

Hacia las nueve, el ataque hacia el sudoeste había progresado bastante. Con el fin de eliminar la resistencia enemiga en Hangest, que nos había impedido hasta entonces tender un puente allí, se lanzó todo un batallón acorazado contra el extremo occidental de la ciudad. Su misión consistía en apoderarse del sector, sin intentar la conquista de la localidad en sí, que más tarde sería limpiada por una compañía acorazada de zapadores, enviada con dicho propósito. Observamos la aproximación de la unidad, y poco después escuchamos el fuego de sus armas. Luego, los tanques torcieron hacia el oeste, pero muy pocos consiguieron llegar a la cima. Los demás se detuvieron por el camino. Aquella ruta no había sido escogida debidamente. Las tripulaciones de los tanques, que habían salido de los mismos, fueron atacadas súbitamente por fuego de ametralladoras que causó bajas, por hallarse en terreno completamente descubierto. Entretanto, un destacamento de autocañones, bajo el mando del Capitán Von Fischer, había llegado al lugar del encuentro, iniciando el bombardeo de los barrios occidentales de Hangest. Las demás fuerzas fueron enviadas a la cabeza de puente, con órdenes de prepararse para el ataque.

La limpieza de Hangest estaba ocasionando muchas molestias, y finalmente puse en juego al Batallón Motociclista, al mando del Capitán Von Hagen. La unidad formó desplegada para un ataque a pie, y estaba a punto de actuar cuando me dirigí de nuevo allá, para dar una rápida orden al Capitán Von Hagen. De improviso, mi vehículo blindado fue atacado por ametralladoras emplazadas en Hangest. Las balas rebotaron contra la coraza, pero por fortuna no la atravesaron, aunque algunas hicieron blanco en los soportes de las máquinas y la instalación antiaérea. Un suboficial que viajaba en el vehículo de transmisiones de ocho ruedas, a poca distancia de nosotros, no fue rápido en agachar la cabeza, y resultó gravemente herido. El enemigo continuó durante algún tiempo cubriendo la carretera con su fuego, pero finalmente el Batallón Motociclista atacó, consiguiendo su objetivo.

A partir de las doce fuertes concentraciones artilleras enemigas empezaron a bombardear el sector de nuestro cruce del Somme.

Los proyectiles caían en gran número y muy rápidamente sobre ambos lados de la carretera, por la que la división avanzaba lentamente, aunque de manera regular. Las alturas al oeste del Somme y las depresiones en las que nos estábamos reagrupando para el ataque eran también blanco de intermitentes salvas. Aunque las bajas eran pocas, el efecto moral empezaba a notarse. A las cabezas de puente del oeste del río continuaban afluyendo tropas de todas clases, y pronto la aglomeración fue extraordinaria.

Al mediodía, Heidkaemper me informó de que el ataque de la 5.ª División Panzer no empezaría hasta las cuatro de la tarde, y que la 2. División Motorizada había avanzado sólo 2 Km. En vista de ello ordené que el ataque se reanudara también a las cuatro.

Las órdenes eran de que el 25.° Regimiento Panzer avanzara, a través del 6.° Regimiento de Fusileros, hacia Le Quesnoy. El 37.° Batallón de Reconocimiento seguiría tras el primero, para proteger la retaguardia de sus flancos, abriendo fuego, al pasar, contra los bosques que se hallaban a ambos lados de su ruta. El 7.° Regimiento de Fusileros seguiría, más tarde, en sus camiones. Las órdenes para la artillería y antiaéreos eran de proteger a la división en el momento en que abandonase el sector de partida, y avanzar luego escalonadamente tras de aquélla. Una vez finalizado el ataque, el territorio conquistado sería ocupado por la infantería, disponiendo de artillería, antiaéreos y antitanques, situados en profundidad de tal manera, que se pudiera aportar el máximo apoyo contra cualquier reacción, ya del oeste ya del este.

Pude dar estas órdenes verbalmente, a pesar del fuego de artillería que continuaba cayendo intermitentemente en nuestro sector. A las cuatro en punto los tanques iniciaron el ataque. Las diversas armas trabajaban en tal perfecta coordinación, que semejaba un ejercicio de tiempos de paz. Las tropas coloniales francesas, atrincheradas en bosquecillos que cubrían las faldas meridionales de las cotas 116 y 104, se defendieron desesperadamente, ayudadas por buen número de cañones de campaña y antitanques. Sin embargo, los tanques y el Batallón de Reconocimiento arrojaron tal catarata de fuego sobre los bosques, al pasar, que la reacción enemiga se hizo más débil. Iba en mi coche blindado, con Luft, a retaguardia de la columna de tanques, y disfrutaba de buen contacto por radio con Heidkaemper y los regimientos. De vez en cuando alguna bala enemiga se estrellaba contra la armadura del vehículo, obligándonos a bajar la cabeza. En los arrabales de Quesnoy, hacia el norte, se estaba librando una batalla muy reñida. El Regimiento Panzer barrió al enemigo con su estilo usual, a pesar de haberse instalado habilidosamente alrededor de los barrios extremos.

Aquello se puso en evidencia especialmente en el muro que rodea el Castillo de Quesnoy, defendido por un batallón de tropas de color. A lo largo de aquél se habían practicado troneras, desde las que ametralladoras y antitanques vomitaban fuego contra nuestros carros. Pero ni aun así consiguieron detenernos, porque el rápido disparo de nuestros blindados, en especial los «Panzer IV», aplastaron bien pronto a las fuerzas enemigas. Mientras un batallón de tanques rodeaba Quesnoy por el oeste Rothenburg llevó el grueso de sus fuerzas a lo largo del muro. Los carros blindados contuvieron lo suficiente al enemigo como para permitir que las unidades de infantería se les unieran.

Disparando sin un momento de reposo, los tanques se desparramaron por ambos lados de Le Quesnoy, desembocando en la amplia llanura del sur, prosiguiendo luego por campos de trigo, obligando a las fuerzas enemigas a rendirse o a quedar eliminadas por nuestro fuego. Se hicieron muchos prisioneros, la mayoría de ellos en estado de embriaguez. Eran en su mayor parte tropas de color. Como nuestro objetivo para aquel día, fijado por el Cuerpo de Ejército, era la comarca que se extiende al este de Hornoy, decidí continuar el ataque a las siete veinticinco a través de Montagne-leFayel y Camps Amienois. Se cursaron órdenes con toda rapidez. Una gran concentración de tropas enemigas en el Bosque de Riencourt quedó destruida por el fuego de los tanques del Regimiento Panzer, según avanzaba éste. Más allá, a nuestra izquierda, una gigantesca columna de humo surgía de un transporte de petróleo incendiado, y numerosos caballos enjaezados galopaban, presas de terror, por la llanura. Luego estallaron dentro del dispositivo de la división numerosos proyectiles de artillería, procedentes del sudoeste, que no detuvieron nuestro avance. Sobre un amplio frente, y en gran profundidad, tanques, antiaéreos y cañones de campaña avanzaban por el país, al este de la carretera, con los soldados montados en sus vehículos de transporte. Espesas columnas de polvo se levantaban hacia el cielo vespertino, sobre la despejada región.

Llegó una orden del Cuerpo de Ejército, rehusando autorizar el avance hacia Montagne-le-Fayel (13 Km. más allá del Somme) a Causa del peligro que correría la división de ser atacada por nuestros propios aviones en picado. En consecuencia, cursé órdenes verbales y por radio para que se detuviera la progresión, y las unidades se atrincheraran en el sector en que se hallaban. Ello nos obligó a un duro encuentro con fuerzas enemigas numerosas, especialmente en nuestro flanco derecho. También aparecieron tanques, pero fueron eliminados fácilmente por nuestras piezas antiaéreas de 88 mm., antitanques y carros. Durante algún tiempo el territorio enemigo que se extendía al sur, al este e incluso al oeste, fue concienzudamente bombardeado por cuantas piezas se hallaban a nuestra disposición, lo cual hizo desistir a los franceses de cualquier ulterior ataque. A las nueve transmití un mensaje a la Plana Mayor divisionaria: «Calma absoluta frente a nosotros. El enemigo está deshecho». Luego regresé al puesto de mando.

Abandoné este último a primera hora de la mañana siguiente, 6 de junio, llevando a Hanke de escolta, con el fin de dirigirme al lugar en que se hallaba el 25.° Regimiento Panzer. La noche anterior se habían iniciado en varios lugares duros encuentros contra tanques y tropas de color. Una batería antiaérea había perdido varias piezas de 88 mm. en una acción contra la artillería enemiga. Eran las nueve cuando conseguí reunir a los jefes de regimiento y batallón para informarles sobre las operaciones de la jornada.

El ataque empezó a las diez. Seguimos a poca distancia al Regimiento Panzer. La división, desplegada sobre un frente de 2 Km., parecía realizar un ejercicio. Avanzamos por las desigualdades del terreno, en línea recta, sin perder la formación. Los vehículos rodaban bien, incluso aquellos que no estaban preparados para trayectos a campo traviesa. Como los tanques tropezaban con frecuencia con fuerzas enemigas, el avance era lo suficiente lento como para permitir a la infantería no perder el contacto. Hermilly fué tomado por elementos del 7.° Regimiento de Fusileros, tras enconada lucha. El Regimiento Panzer se movía más al sur, sobre un amplio frente, cruzando la carretera CauliéresEplessier (a 32 Km. del Somme) sin un disparo. Se detuvo a algunos paisanos que conducían sus vehículos por aquélla. Densas nubes de polvo que se elevaban por retaguardia indicaban que el 6.° Regimiento de Fusileros afluía con sus camiones al sector.

El 7 de junio Rommel dio una embestida de más de 48 Km., dividiendo al 1O.° Ejército francés, que defendía el sector entre Amiens y el mar. Dos divisiones inglesas, la 51.ª de Highlanders y la 1.ª Acorazada, se encontraban incluidas en aquél; la 51.ª en el flanco costero.

Hacia las nueve abandoné el Cuartel General Divisionario, que se encontraba en Camps, acompañado de Schraepler, para dirigirme a Epléssier, pasando por Poix. En la carretera nos tropezamos con numerosas columnas de tracción animal y cañones de la 6.ª División. El propio Poix había sufrido severos bombardeos, y barricadas de sacos terreros habían sido levantadas por los franceses en todas las carreteras. Sin embargo, apenas si existían señales de lucha. La localidad estaba ardiendo en muchos lugares.

En Epléssier sostuve una breve entrevista con el Jefe del Cuerpo de Ejército, General Hoth, el cual, tras unas palabras de agradecimiento y alabanza para las hazañas de la 7.ª División Panzer al sur del Somme, y una breve noticia de los futuros planes, convino en el ataque preparado para el 7 de junio. Incluso pensó que, dada la situación del enemigo, pudiera llegarse hasta Rouen.


La ofensiva de Rommel hacia Elbeuf y Saint-Valery.

Partimos entonces hacia la cota 184, al sur de Thieulloy la Ville, desde cuyo punto se había ordenado a la columna de la izquierda lanzar su ataque a las diez. Por el camino pasamos al 6.° Regimiento de Fusileros y al 37.° Batallón de Reconocimiento. En la cota 184 sostuve otra rápida discusión con Rothenburg, insistiendo sobre lo que debía tenerse en cuenta durante la progresión de aquel día: evitar los pueblos —muchos de ellos defendidos por barricadas— y las carreteras principales, y marchar a campo traviesa, asegurándose la aparición por sorpresa en el flanco y retaguardia enemigos.

Un avance de tal género, evitando las carreteras, fue intentado en muy raras ocasiones por las fuerzas acorazadas de los aliados en 1944-1945. Muchos de los retrasos sufridos se hubieran evitado con la utilización de dicho método.

Los tanques iniciaron la marcha.

Tras algunos retrasos, ocasionados por errores de orientación y correcciones muy lentas en los mapas, el ataque del Regimiento Panzer continuó de manera tranquila.

Proseguimos sobre campos desprovistos de toda vía de comunicación, ascendiendo y descendiendo pendientes y atravesando arbustos, vallas y altos trigales. El camino escogido por los tanques era tan llano, que incluso los vehículos menos apropiados para aquella clase de ruta, pertenecientes al 37.° Batallón de Reconocimiento y al 6.° Regimiento de Fusileros, seguían las huellas dejadas por las cadenas de los primeros.

No tropezamos con tropas enemigas, aparte de soldados desperdigados, pero la cantidad de vehículos militares y de caballos abandonados indicaban que sus dueños habían huido poco antes de nuestra llegada. Capturamos a cuatro soldados franceses, cerca de Feuquieres. A pesar de estar gravemente herido, uno de ellos prosiguió disparando sobre nuestros tanques hasta que éstos se encontraron muy cerca. En las carreteras se veían fugitivos, tanto paisanos como militares, y a veces incluso sorprendíamos a camiones de refugiados en pleno campo, con sus ocupantes, hombres, mujeres y niños, ocultos bajo ellos, presas de un pánico mortal. Al pasar les gritamos que regresaran a sus hogares.

Al este de Villers, dos cañones de infantería y un tanque ligero abrieron fuego contra nuestros blindados. Se les eliminó rápidamente. Sus sirvientes, es decir, los que seguían con vida, huyeron al bosque.

Desde Bazancourt, nuestra ruta prosiguió primero por caminos vecinales y luego a campo traviesa hasta las alturas de Menerval, que alcanzamos a las cinco treinta de la tarde, sin haber entablado combate. Al pasar ante las granjas veíamos a sus habitantes empaquetarlo todo rápidamente, arrojando las ropas de cama desde el piso superior al patio. Toda aquella gente habría huido de no haber sido por nuestra rápida llegada.

En otros lugares veíamos carros, cargados hasta el máximo, con sus caballos uncidos; mujeres y niños echaban a correr al vernos, sin que, a pesar de nuestros gritos, pudiéramos persuadirlos a regresar. La única excepción ocurrió en la colina de Menerval, donde encontramos a un granjero que en la anterior contienda había estado en Alemania como prisionero de guerra. Se acercó a nosotros inmediatamente, con toda su familia, nos estrechó la mano y fue a la bodega en busca de unas botellas de sidra con las que obsequiar a los sedientos soldados. Nos dijo que como conocía a los alemanes, no les tenía miedo alguno.

Mientras el 25.° Regimiento Panzer tomaba posesión de las alturas alrededor de Menerval (a 70 Km. del Somme), el 37.° Batallón de Reconocimiento recibió la orden de examinar el terreno, al oeste y sudoeste, hasta el río Andelle (a 11 Km. de Menerval), a ambos lados de Sigy, y trasladar el grueso de sus fuerzas hasta Mesangueville, su objetivo inmediato.

Tras haber comprobado que el Regimiento Panzer había ocupado las importantes alturas alrededor de Menerval, me dirigí a la Compañía de Carros del Capitán Schultz, que había recibido el encargo de avanzar hacia la comarca boscosa situada al oeste de Saumont y alcanzar la vía férrea. La aparición de tropas alemanas en la carretera principal de París a Dieppe, cerca de Saumont (proocimidades de Forges-les-Eaux), había señalado el destino de muchos vehículos franceses. Para cuando llegué, más de cuarenta habían sido apresados, y era todavía mucho el tráfico que llegaba de ambas direcciones. La Compañía de Carros de Schultz había obtenido un gran éxito en los bosques al este de Saumont, donde ocupó un gran depósito de municiones. Tras encarnizada lucha en algunos lugares, capturaron en muy poco tiempo trescientos prisioneros, incluyendo la intendencia de un Cuerpo de Ejército francés, así como diez vehículos blindados y cien camiones.

Mientras regresábamos por la carretera Dieppe-París, pasamos junto a un tanquista alemán que conducía un tractor francés con un carro tras él. El rostro del joven soldado estaba radiante de alegría, a causa de su éxito. Regresamos al nuevo Cuartel General de la División, instalado en Marcoquet. Como de costumbre, resultaba difícil abrirse paso por las estrechas y polvorientas carreteras, obstaculizadas por las largas columnas que afluían al frente, y era de noche cuando llegamos a nuestro destino. Encontramos al oficial de Información, Comandante Ziegler, interrogando en el patio a cierto número de oficiales franceses e ingleses. Los prisioneros y el botín capturados durante la jornada se elevaban a cifras tremendas, y éstas seguían aumentando conforme pasaban las horas. Nuestras pérdidas eran insignificantes.

7 junio 1940.

Queridísima Lu:

Tu cumpleaños ha sido una fecha espléndida para nosotros. Hemos actuado sin descanso. En el bando opuesto se observan síntomas cada vez más evidentes de desintegración. Seguimos todos muy, muy bien. He dormido como un topo.

El Andelle estaba defendido por una débil línea de efectivos ingleses. Para enfrentarse a la situación creada por la ruptura alemana se había colocado apresuradamente una fuerza improvisada de nueve batallones de infantería, compuestos por tropas de transmisiones, que se situaron en una línea de un centenar de kilómetros, desde Dieppe al Sena, con el fin de cubrir Rouen. No disponía de artillería, y sólo de unos cuantos antitanques, pero la 1.ª División Acorazada, que se aprovisionaba en retaguardia, consiguió reunir una brigada con noventa tanques, que debía sostener el centro de la línea. Rommel atravesó el Andelle al día siguiente, en un punto situado entre las dos fracciones principales de esta brigada, que entonces se retiró hacia el sur, y consiguió deslizarse a través del Sena, en Gaillon, evitando su copo.

El 8 de junio visité al Ia, en Corps, poco después de las seis, informándole de la posición y proponiendo efectuar el ataque planeado contra Rouen. Sugerí que la 7.ª División Panzer incidiera hasta un punto situado a 7 Km. al este de la ciudad, simulando un ataque directo, protegido por la artillería, tras de lo cual el grueso de la división torcería hacia el sudoeste, al objeto de apoderarse de los puentes del Sena en Elbeuf (a 23 Km. al sudoeste de Rouen), por medio de un golpe de mano, aislando la curva del río.

Tras haber recibido la aprobación del Ia, salí sin perder tiempo, con mis oficiales de escolta, hacia la iglesia de Menerval, donde indiqué a los comandantes que se reunieran conmigo a las ocho y media para recibir instrucciones verbales. Con el fin de acelerar los procedimientos, tomé el batallón de cabeza bajo mi mando personal. A las diez y media se inició la marcha. Los ataques aéreos enemigos a baja altura sobre el batallón tuvieron escaso éxito. Nuestra defensa era demasiado enérgica. Pasamos por los barrios del sur de Argeuil, sin observar en la ciudad señal de tropas enemigas. El grueso de la División recibió orden de continuar, y todo siguió como hasta entonces hasta Sigy, donde la Compañía Panzer, que iba ahora en cabeza, hubo de enfrentarse al fuego adversario, contestando de manera eficaz e inmediata.

Durante aquella escaramuza el enemigo voló el puente sobre el Andelle. Habíamos observado el curso de la acción desde un lugar situado a algunos centenares de metros. La batería de obuses que se hallaba a escasa distancia tras de nosotros, adelantó hasta terreno despejado, entrando en acción. Llegó una Compañía Motociclista y se emplazaron unas piezas antiaéreas. Las carreteras estaban libres, y los vehículos se protegieron junto a un talud cercano. Entretanto, sopesé las posibilidades de que los tanques pasaran el río, encontrando un punto, a 400 m. al sur de Sigy, donde podía intentarse el cruce. Se llevó allí inmediatamente a parte de la Compañía Panzer, que atravesó el río, en apoyo de la infantería situada ya al otro lado.

Aunque la profundidad fuese superior a 1 m., cerca de la orilla izquierda, los primeros tanques cruzaron sin dificultades, y pronto rebasaron a la infantería. Sin embargo, cuando el primer «Panzer II» lo intentó, su motor se detuvo en mitad mismo de la corriente, impidiendo el paso a los que seguían. Entretanto, varios soldados ingleses habían vadeado hacia nosotros llevando los brazos en alto, y con su ayuda nuestros motociclistas mejoraron las condiciones existentes. Enormes pedazos del puente demolido del ferrocarril fueron arrojados a la parte más profunda. Se talaron los sauces de la ribera, para utilizarlos en la formación de un paso. Uno de los «Panzer III» que ya había cruzado, retrocedió para remolcar al otro.

En aquel momento se me avisó por radio de que el Teniente Sauvant y su patrulla de reconocimiento había impedido que el enemigo preparase la voladura de los puentes de carretera y ferrocarril en Normanville. Sauvant los retenía a ambos y estaba creando una cabeza de puente al otro lado del río con sus soldados.

Ante tan buenas noticias inicié la acción en Sygi, y lancé a todas las fuerzas hacia el sur, a la máxima velocidad, con el fin de cruzar el Andelle en Normanville. El grupo de asalto de la división cruzó el puente y prosiguió su avance hacia el oeste. Sygi fue tomado desde el oeste a las dos de la tarde, capturándose cien prisioneros ingleses.

Nuestra ruta evitaba ahora los pueblos, siempre que fuera posible. En días anteriores habíamos obtenido buenos resultados al atacar lejos de las carreteras. El 25.° Regimiento Panzer se puso en movimiento puntualmente. Al principio no encontramos tropas enemigas en las aldeas que atravesábamos. Transcurrido algún tiempo descubrimos que enlaces y coches enemigos viajaban junto con nuestra columna de tanques. Aquí y allá se oían tiros aislados.

Hacia las ocho, una compañía del Regimiento Panzer fue enviada, por la carretera de Rouen, para tomar el cruce situado a 8 Km. al este de la ciudad, organizando la protección para la artillería y los antitanques, que iban a ser mandados hacia allá. Mi propósito era el de ocasionar alarma entre las fuerzas enemigas, alrededor de Rouen, estableciendo una barrera a larga distancia, para engañarlos luego, llevando a cabo mi plan, que consistía en tomar los puentes del Sena en Elbeuf, a última hora de la tarde. La Compañía Panzer llegó al cruce de carreteras hacia las ocho, pero la columna de la izquierda no adelantó tanto como yo hubiera deseado —al parecer, la extrema retaguardia se había enzarzado en un combate alrededor de Martainville—, y en consecuencia, no pudimos desplegar con rapidez a la artillería pesada y a los antiaéreos alrededor del cruce.

El encuentro en cuestión debió ser una escaramuza con la retaguardia de la fuerza británica improvisada, que se retiraba hacia el sur, a través de la línea de avance de Rommel. El modo en que éste tropezó repetidas veces con fuerzas inglesas durante esta primera y breve campaña, cruzándose sus respectivos trayectos, fue como un. presagio de lo que debía ocurrir en años futuros.

Mientras se hacía lentamente de noche, esperé en vano a la columna, hasta que parte del 7.° Regimiento de Fusileros apareció por fin. Ocurrió que la columna de la derecha también sostenía vivo combate, y el rumor de la batalla se acercaba a veces tanto, que en vista de ello nos vimos obligados a abandonar la carretera y buscar cobijo entre los matorrales. Luego empezaron a llegar prisioneros de todas partes y a descubrirse vehículos enemigos estacionados bajo camuflajes. Por último, y poco antes de que la obscuridad fuera completa, llegó un mensaje notificando que la columna de la derecha había tomado el cruce de carreteras situado a 8 Km. al este de Rouen, estableciendo contacto con la columna de la izquierda. Partimos rápidamente hacia donde se encontraba el 25.° Regimiento Panzer, al que debía dar órdenes para la toma de los puentes del Sena. Quince minutos más tarde la columna de la izquierda, consistente en el 25.° Regimiento Panzer y en el 7.° Batallón Motociclista, avanzó como vanguardia de la marcha sobre el Sena. Las transmisiones iban con el Regimiento Panzer. Pronto fue de noche. Pasamos ante un carro enemigo abandonado, que parecía haber perdido una cadena.

Mientras cruzábamos la carretera principal, entre Rouen y Pont St. Pierre, en el extremo oriental de Boos, la cola del 25.° Regimiento Panzer sufrió el fuego de un tanque o antitanque enemigo situado a unos 100 m. Probablemente los tripulantes de nuestros carros no oyeron los estampidos, a causa del ruido de sus propios motores, porque, transcurrido un minuto, ninguno de ellos había contestado, y la columna proseguía normalmente su camino hacia el sudoeste. La pieza enemiga pudo disparar diez o quince proyectiles sin obtener respuesta. Resultó extraordinario que ninguno de nuestros tanques resultara tocado. Con el fin de advertir a las tripulaciones esta amenaza sobre su flanco derecho, di orden al jefe del carro blindado más próximo de abrir fuego contra el enemigo con balas trazadoras. Ello hizo entrar en acción a los demás carros, silenciando al antitanque enemigo. Luego proseguimos nuestra marcha en la noche.

Las dificultades eran grandes, a causa de la obscuridad y de los errores de los mapas. El rumor de nuestro paso, mientras atravesábamos los pueblos, despertaba a la gente, que salía a vitorearnos…, creyéndonos ingleses. Pasamos junto a una batería antiaérea. Todavía había luz en el cuerpo de guardia, y los centinelas nos rindieron honores. No fue hasta la mañana siguiente cuando descubrimos que varias ametralladoras antiaéreas habían permanecido listas para la acción a pocos metros de distancia. En Les Authieux torcimos hacia el sur, llegando al mediodía al pueblo de Sotteville, siendo la primera formación alemana que alcanzaba el Sena.

Los frenos de los tanques chirriaban sobre la tortuosa carretera. Alguna luz intermitente brillaba al otro lado del río, y también en varios puntos de la línea férrea que corría por el valle del Sena. No se veían tropas enemigas, y todo parecía preparado para nuestro empujón hacia los puentes, situados tan sólo a 15 Km. de distancia.

Las comunicaciones por radio habían fallado, como suele ocurrir por la noche, y desde hacía bastante tiempo no teníamos contacto con la Plana Mayor divisionaria y las demás columnas. La de tanques rodaba en dirección a Elbeuf, descendiendo el valle del Sena. Cuando penetrábamos bajo un puente del ferrocarril, una mujer salió de una casa a la derecha de la carretera, corrió hacia mi coche de mando y, cogiéndome por el brazo, me preguntó ansiosamente si éramos ingleses. Mi respuesta pareció sorprenderla dolorosamente. Hice detener al Regimiento Panzer, y al Batallón Motociclista, reforzado con cinco «Panzers», lo puse a la vanguardia, pasando ante aquél. Los motociclistas marcharían en cabeza, mandando destacamentos apoyados por tanques para apoderarse de los dos puentes en Elbeuf. Su misión consistía en mantenerse firmes, conservando el paso abierto. Se empleó algún tiempo en hacer pasar al batallón por entre el Regimiento Panzer y formar de nuevo con sus tanques. Seguíamos incomunicados con el resto de la división.

El reloj marcaba la una y media, mientras esperábamos ansiosamente noticias de los destacamentos de asalto, que debían haber llegado desde mucho tiempo antes a los puentes. Poco después de las dos me puse en camino hacia Elbeuf, a la cabeza del 25.° Regimiento Panzer, para ver personalmente lo ocurrido. Dentro de dos horas amanecería, y entonces resultaría una imprudencia el permanecer en columna en la carretera del valle del Sena, porque el enemigo tendría probablemente emplazada artillería en la orilla sur. Mi deseo era situar el grueso de mis fuerzas, costara lo que costara, en las alturas a uno u otro lado del Sena antes de amanecer.

En Elbeuf encontramos una terrible confusión de vehículos que se agolpaban en las estrechas calles, y me vi obligado a proseguir a pie para alcanzar la cabeza del 7.° Batallón Motociclista. Una vez allí, me encontré con que los destacamentos de asalto no habían realizado aún su tentativa sobre los puentes, aunque el batallón llevaba en Elbeuf más de una hora. Se me informó de que al entrar dicha unidad en la población se había encontrado los puentes atestados de vehículos militares y particulares que discurrían en animado tráfico. Un oficial me dijo también que habían sonado ya disparos junto a aquéllos.

La situación era confusa y las probabilidades de éxito muy escasas después de que el batallón había permanecido en la ciudad una hora completa a pocos centenares de metros de los objetivos. Sin embargo, debía quedar algún medio de conseguir nuestro propósito, y ordené a su jefe que lanzara inmediatamente el asalto sobre los dos puentes. Al amparo de la obscuridad me acerqué cuanto pude a aquéllos. Se veían paisanos por la calle, así como barricadas de sacos terreros en los cruces. En una de ellas yacía el cadáver de un soldado francés. Transcurrieron minutos valiosos mientras se formaban las patrullas de asalto. Por fin la primera de ellas se puso en camino. Eran poco antes de las tres (9 de junio). Pero no lograron alcanzar el puente, porque el enemigo lo voló antes de que hubieran recorrido 100 m. Lo mismo ocurrió con la segunda patrulla, minutos más tarde. A continuación sonaron fuertes detonaciones en el este y el oeste, las unas cercanas y las otras distantes. Los franceses habían volado todos los pasos del Sena.

Estaba profundamente irritado ante el fracaso de nuestra empresa. No tenía idea de dónde pudiera encontrarse el grueso de la división. Tras de nosotros teníamos pueblos ocupados por el enemigo, que habíamos atravesado durante la noche, y al amanecer vi dos globos de observación cerca de Rouen. Las apariencias hacían suponer que habría combate, y en consecuencia decidí retroceder de la estrecha península en la que nos encontrábamos. Las tropas efectuaron rápidamente el movimiento. Por fortuna el valle del Sena estaba envuelto por la niebla y no debíamos temer fuego enemigo desde la orilla opuesta.

9 junio 1940.

Queridísima Lu:

Dos días espléndidos de persecución, primero hacia el sur y luego hacia el sudoeste. Un éxito de clamor. Ayer 72 Km.

10 junio 1940

(cinco mañana)

Pronto estaremos en el mar, entre el Somme y el Sena. Mi forma es espléndida, aunque no paro un momento. Nuestros éxitos son tremendos, y considero inevitable que el bando opuesto se derrumbe de un momento a otro.

Nunca pudimos imaginar que la campaña del Oeste fuese así. No he recibido carta tuya desde hace varios días.

La división empezó la limpieza del territorio conquistado. Entretanto, Rouen había caído en manos de la 5.ª División Panzer. A hora más avanzada de aquella misma tarde mi división recibió instrucciones para preparar una arremetida contra el Havre; al anochecer llegó la orden definitiva del Cuerpo de Ejército. El plan consistía en un rápido avance hacia la costa, con el fin de cortar la huida de dos o tres divisiones de infantería francesas e inglesas y uno o dos batallones de tanques que marchaban hacia el Havre. El 25.° Regimiento Panzer recibió instrucciones para trasladarse al distrito sudoeste de Pissy. El Batallón Acorazado de Reconocimiento ocuparía la salida oriental de Yvetot (35 Km. al noroeste de Rouen) con la máxima rapidez, intentando después dirigirse hacia el mar. Proyectaba seguir al Batallón de Reconocimiento con el grueso de mi división a la velocidad máxima, y luego desembocar en la costa.

Aquello significaba que, tras haber llegado al Sena, Rommel debía torcer en ángulo recto, hade el noroeste, tras su avance hacia el sudoeste desde el Somme al Sena.

A las siete y media (10 de junio) partí, rodeando el norte de Rouen en dirección a Barentin, dando órdenes por radio para que la división se me uniera en seguida. El Batallón de Reconocimiento informó de que existían demoliciones en la carretera al este de Yvetot. Asimismo notificaba la captura de prisioneros ingleses, con o sin vehículos. Un paisano, que aseguraba haber salido del Havre a las cinco de la mañana, me fue traído para proceder a su interrogatorio. A mis preguntas, que le fueron traducidas por un oficial, replicó que el día anterior solamente había visto a unos cuantos soldados ingleses sentados en los cafés, pero sin formar unidades concretas. En varios puntos de la carretera se habían preparado demoliciones desde una semana antes, pero no existían sectores minados y era posible pasar evitando los lugares destruidos. Aquel hombre, que afirmaba querer trasladarse a París, me dio la impresión de ser sincero. No había que preocuparse, pues, por un movimiento enemigo procedente del Havre. Las declaraciones fueron transmitidas por radio. Tras haberse repostado de gasolina, el Regimiento Panzer partió hacia Yvetot a las nueve veinte. Di órdenes para que el Batallón de Reconocimiento procediera a una exploración del terreno hacia Veulettes (en la costa y a 32 Km. al norte de Yvetot).

Apenas cursadas dichas órdenes, llegó una información por radio, procedente del Mayor Heidkaemper, según la cual se había visto a una poderosa fuerza motorizada enemiga trasladándose hacia el oeste desde el bosque situado al norte de St. Saéns. Según todos los cálculos, dicha fuerza debía estar aproximándose a Yvetot. Ordené al Batallón de Reconocimiento que bloqueara inmediatamente la carretera St. Saéns-Yvetot y abriera fuego con la máxima rapidez sobre la unidad enemiga. Hice también que una batería pesada y otra ligera de antiaéreos reforzaran al Regimiento Panzer, y yo partí con ellos sin perder un instante hacia Yvetot. Llegué a la bifurcación del este poco antes de las diez, y minutos después aparecían las baterías antiaéreas, que se emplazaron con celeridad y recibieron orden de someter la carretera a un fuego concentrado, ya que por aquélla empezaban a asomar gran número de vehículos enemigos.

Cuando el Regimiento Panzer dio vista a Yvetot, hacia las diez y media, lancé al Batallón de Reconocimiento contra el cruce de carreteras, a 3 Km. al este de Ourville, seguido de cerca por el Regimiento Panzer. Coloqué a la Sección de Transmisiones inmediatamente detrás de los primeros tanques. Todas las demás unidades de la división recibieron orden por radio, de avanzar cuanto pudieran. Ahora eran dos columnas las que seguían la carretera, a veces una junto a otra, con los tanques a la izquierda y el Batallón de Reconocimiento a la derecha. Siempre que el terreno lo permitía, los carros utilizaban la carretera. La división se lanzaba hacia el mar a una velocidad media que oscilaba entre los 40 y los 65 Km. por hora. Había cursado órdenes, por medio del Cuartel General, para que todas las unidades avanzaran al máximo de su rendimiento. Hasta entonces no habíamos tropezado con fuerzas enemigas dignas de mención.

Cuando nos aproximábamos a la carretera principal Cany-Fécamp, un enlace del Batallón de Reconocimiento informó de que el Capitán Von Luck había encontrado columnas dé camiones, que estaba procediendo a rodear. Nos dirigimos en seguida hacia allá, encontrándonos con que, mientras algunos vehículos aislados habían conseguido escapar hacia el oeste, otros estaban detenidos en el sector este. Se trataba, sin duda, de una importante formación. Ordené a los tanques de vanguardia, que estaban llegando en aquel momento, así como a los vehículos blindados y antiaéreos ligeros, que abrieran fuego contra el enemigo estacionado en la carretera. Transcurrido algún tiempo, buen número de soldados franceses e ingleses acudieron corriendo hacia nosotros. Un rápido interrogatorio nos reveló que se trataba de la vanguardia de la 31.ª División francesa, que aquella tarde debía embarcar en Fécamp. Había también algunas unidades inglesas desperdigadas. La columna fue dislocada con toda rapidez, y mientras antiaéreos y vehículos blindados sometían a su fuego la carretera, la vanguardia de la división continuó su camino hacia el mar. Me situé con mi Sección de Transmisiones a la cabeza del regimiento, atravesando Les Petites Dalles, y en seguida llegamos a la costa (16 Km. al este de Fécamp y 10 al oeste de Veulettes).

La vista del mar y los acantilados nos emocionó a todos. Habíamos alcanzado la costa de Francia. Saltamos de nuestros vehículos y nos acercamos a la playa, dejando que las olas mojaran nuestras botas. Varios enlaces, que vestían largos impermeables, penetraron en el mar, hasta que el agua les llegó más arriba de las rodillas. Hube de llamarles. Detrás de nosotros llegó Rothenburg en su tanque de mando, y tras franquear los taludes, descendió hasta la arena. Nuestra tarea estaba cumplida. La ruta enemiga hacia el Havre y Fécamp se había cerrado.

Poco después llegó el Coronel Fürst, jefe de la brigada, acompañado por el coronel de un regimiento francés y varios oficiales. El coronel sentíase fuertemente impresionado por la rapidez de nuestro avance, pero, aparte de esto, resultó imposible sacarle nada.

El Batallón de Reconocimiento informó de que fuerzas enemigas situadas en una altura al este de Fécamp, ejercían fuerte presión sobre ellos. Tras discutir brevemente con Heidkaemper los detalles esenciales de la situación, me dirigí a Fécamp, encontrándome con que el Batallón de Reconocimiento había conseguido, entretanto, hacerse dueño de la situación. Una patrulla de asalto al mando del Teniente Sauvant había capturado una batería de defensa costera, que estuvo disparando contra el batallón. Nos acercamos a la batería, y, abandonando nuestros vehículos, recorrimos a pie los últimos 200 m., ya que los cañones enemigos continuaban en acción, desde el lado occidental de la ciudad y las alturas del sur. Desde aquella posición disfrutábamos de una excelente vista sobre la ciudad y el puerto, donde aun se encontraban numerosas fuerzas enemigas.

Con la llegada de las dos Compañías Panzer y el Batallón Motociclista, mandados en auxilio del Batallón de Reconocimiento, decidí proseguir por los barrios del este de Fécamp hasta las alturas del sur. Mi deseo era impedir que las tropas enemigas escaparan hacia el sur, así como apoderarme del puerto lo antes posible. Aquella acción originó una serie de choques que nos obligaron a cambiar de plan. Finalmente, partimos por Tourville, con intención de realizar una incursión desde la carretera, ascendiendo hacia St. Leonard. No podíamos perder un segundo, porque eran ya las diez de la noche. Durante el descenso hacia Tourville los trabajadores de una fábrica nos hicieron objeto de una calurosísima acogida, tomándonos sin duda por ingleses. Al sur de Tourville embestimos unas fortificaciones, en el mismo momento en que motoristas ingleses se dirigían también hacia ellas, procedentes de Fécamp. Al vernos, se quedaron un instante perplejos, dieron media vuelta y emprendieron la huida. La tripulación de mi coche de mando quiso abrir fuego, pero los detuve, porque andábamos escasos de tiempo, y lo que era peor aún, hubiésemos revelado al enemigo nuestro movimiento envolvente, provocando la alarma en el sector. Un paisano al que nos encontramos en la carretera, señaló hacia el norte diciendo que por allí se encontraban todavía muchas tropas inglesas. Poco después el tanque de vanguardia disparaba unos cuantos cañonazos. No pude comprender a qué sería debido, y no escuchando reacción enemiga, avancé, observando que el fuego se dirigía contra un blocao. Con menos de una hora por delante, antes de que cerrara la noche, que prometía ser muy obscura, no pude arriesgarme a un lento y cauteloso avance. En consecuencia, pedí a los tanques que embistieran rápidamente hacia St. Leonard, tanto por la carretera como por sus costados. Durante un rato, los conduje yo mismo por la calle central del pueblo, sin que nos dispararan un solo tiro. De nuevo en terreno despejado, vimos que los ingleses habían alejado sus vehículos de la carretera, ocultándolos entre matorrales y setos. Unos cuantos de ellos fueron apresados por la infantería y los tanques que venían detrás. No disponíamos de tiempo para detenernos, y continuamos a toda marcha hacia St. Leonard. Los motoristas que seguían nuestro avance sostuvieron una breve y victoriosa escaramuza contra los ingleses.

El Capitán Von Hagen recibió órdenes de ocupar con seis tanques las dos carreteras que partían de Fécamp y atravesaban St. Leonard, bloqueando su tráfico y estableciendo una defensa a ultranza. Nuestro propósito se consiguió sin lucha. Tuvo lugar un embotellamiento peligroso, cuando los motoristas empezaron a filtrarse por entre las dos compañías acorazadas, mientras éstas daban la vuelta para regresar. Había ordenado a las mencionadas compañías que se unieran de nuevo a su regimiento, una vez el Batallón Motociclista hubiese llegado a St. Leonard. Sabiendo que sería de mucha importancia el que, a la mañana siguiente, me encontrara en el Cuartel General de la División, decidí regresar con los tanques.

Iniciamos el recorrido a las once, con la carretera aún sólidamente bloqueada por el Batallón Motociclista. Sólo una compañía acorazada pudo acompañarnos. Marchábamos detrás del tercer tanque. Por el camino pasamos ante cierto número de vehículos enemigos, que al parecer tropezaron en la obscuridad con el Batallón Motociclista. Sus tripulaciones fueron hechas prisioneras. La mayoría de aquellos hombres Parecían haber opuesto viva resistencia. De repente nos hicieron fuego antitanque desde un pueblo situado enfrente, y el carro de cabeza fue tocado en la cadena. Luego, la pieza empezó a disparar sobre la carretera. Los proyectiles pasaban por encima de nuestras cabezas. Los tanques de vanguardia se dirigieron a los taludes que bordeaban la ruta, sin contestar al fuego, mientras el que había sido tocado proseguía en el mismo lugar. Mi vehículo quedaba, pues, a 150 m. del antitanque enemigo, que disparaba un proyectil tras otro, haciéndolos silbar a pocos centímetros de nosotros. Desde luego, la situación tenía muy poco de agradable. Transcurridos dos o tres minutos, nuestros tanques continuaban sin contestar. Salté de mi vehículo y corrí hacia el «Panzer II» que se había situado a la izquierda, donde me encontré también al jefe del tanque de vanguardia, a quien dije lo que pensaba de él, por no haber abierto fuego inmediatamente, así como por haber abandonado su carro. Luego ordené al «Panzer II» que contestara sin pérdida de tiempo con el cañón y la ametralladora, a fin de dar a la columna una oportunidad de escapar hacia la izquierda, por una cortadura del terreno.

Cuando por fin se inició la réplica, las granadas de 20 mm. del «Panzer II» y la munición trazadora provocaron tales fuegos artificiales, que el enemigo calló, tal como había supuesto. Nos las arreglamos para que mi coche de mando subiera la pendiente del talud, pero aquélla era demasiado pronunciada para el de la Plana Mayor, los blindados y los enlaces, y así los mandé a pasar la noche con el Batallón Motociclista.

Luego continuamos, con la Compañía Blindada. No era tarea fácil, a causa de las tinieblas reinantes, el avanzar a campo traviesa, corriendo el peligro de tropezar a cada instante con una fuerza enemiga, y nuestro intento requería las mayores precauciones.

11 junio 1940.

Queridísima Lu:

Durante la persecución de ayer recorrimos 100 Km., llegando al mar por el oeste de Dieppe, y cortando la retirada a varias divisiones (francesas e inglesas). Tomamos dos puertos, anulamos baterías y bombardeamos buques de guerra, algunos de los cuales quedaron seriamente averiados. No he regresado hasta esta mañana a las tres. Hoy nos dedicamos a bañarnos y dormir.

Al día siguiente (11 junio) la división salió de Veulettes hacia las doce. El Regimiento Panzer y parte del 6.° de Fusileros, avanzarían a lo largo de la costa hacia St. Valéry. (Se trata de St. Váléryen-Caux, 10 Km. al este de Veulettes y 32 al oeste de Dieppe).

Tomé mi Gefechtsstaffel y partí con el Regimiento Panzer. Sobre las alturas, a más de 1 Km. al este de Veulettes, el enemigo nos hizo frente con fuerte concentración de artillería y antitanques, y torcimos hacia el sudeste. Pero el fuego enemigo fue aumentando su violencia, y se unieron al mismo baterías pesadas, obligándonos a suspender determinados movimientos. Cada respiro era aprovechado para acercarse más al adversario. La Compañía de Fusileros, equipada con transportes blindados, no siguió el ataque, mediante el cual el Regimiento Panzer avanzaba de manera regular, a pesar del fuego enemigo. Cerca de Le Tot, los ingleses habían levantado una línea fortificada, donde la resistencia era muy dura. Tan tenaz llegó a hacerse, que en algunos lugares se llegó al cuerpo a cuerpo. Entretanto, el 25.° Regimiento Panzer había proseguido hacia las alturas situadas al noroeste de St. Valéry, utilizando todas sus armas, para impedir el embarque de las tropas enemigas. Continué con mi Ge-jechtsstaffel hasta donde se hallaba el Regimiento Panzer, y luego avancé a pie alguna distancia hasta poder observar lo que estaba sucediendo en los alrededores de St. Valéry. Tropas inglesas circulaban por entre las instalaciones del puerto, y habían más fuerzas con cañones y vehículos en la parte septentrional de la ciudad.

Elementos del Regimiento Panzer y enlaces de mi Plana Mayor hicieron cuanto estuvo de su mano a fin de convencer al enemigo, situado a unos centenares de metros de distancia, para que se entregara. Durante el transcurso de las siguientes horas, logramos, al final, que un millar de soldados y algunos oficiales se rindieran en la parte norte de St. Valéry. La mayoría eran franceses, y algún que otro inglés. Entre estos últimos se encontraba un oficial de Marina que había pasado mucho tiempo arengando a sus hombres en el muelle, disuadiéndolos, al parecer, de su idea de rendirse. Finalmente tuvimos que abrir fuego de ametralladora sobre él desde un acantilado, a 200 m., aunque, como vimos más tarde, sin tocarlo. Durante media hora permaneció tendido, haciéndose el muerto, tras un montón de piedras, pero a la larga llegó a la conclusión de que era mejor entregarse. Hablaba muy bien nuestro idioma, y al acusarle el Mayor Schraepler de que por su culpa tantos de sus hombres hubieran resultado heridos, contestó: «—¿Habría actuado usted de manera distinta, en mi lugar?».

Aquella tarde mandé a buen número de prisioneros que hablaban alemán al interior de St. Valéry, que aun seguía lleno de tropas enemigas, para que las invitaran a rendirse para las nueve de la noche, marchando con banderas blancas hacia las colinas, al oeste de la población. Fueron especialmente los ingleses, aunque también los imitaron algunos oficiales galos, los que rechazaron de plano la idea de capitulación, devolviendo a los negociadores sin haber conseguido su objeto. Hicieron que sus hombres continuaran construyendo barricadas y emplazando gran número de cañones y ametralladoras alrededor de St. Valéry, especialmente en el puerto. Probablemente intentaban continuar su embarque durante la noche.

En vista de las circunstancias, el fuego concentrado de la división, incluyendo el Regimiento Panzer y el Batallón de Reconocimiento, que había llegado entretanto, se desencadenó a las nueve en punto. Un «Panzer IV» abatió la fuerte barricada del muelle, tras de la cual se encontraban numerosos cañones, consiguiendo incendiarla. Por todas partes se declaraban incendios. Transcurrido un cuarto de hora, hice que todo el fuego de la división se concentrara al norte de la ciudad, donde, como vimos al día siguiente, los efectos fueron devastadores. Sin embargo, los obstinados ingleses seguían sin rendirse.

A pesar de la violencia de la lucha, las bajas de la división resultaron escasas, aquella tarde. Una sensible pérdida fue la del Mayor Kentel, uno de los comandantes de batallón del 25.° Regimiento Panzer, herido mortalmente por un pedazo de metralla. Entretanto, la infantería se había situado en las colinas al oeste de St. Valéry, y a la caída de la noche los tanques fueron retirados de la vanguardia, y entraron en posición antiaéreos pesados y ligeros. Se ordenó a la infantería mantener un fuego muy vivo durante toda la noche, para impedir que el enemigo embarcara sus tropas.

Tras haber regresado a mi Cuartel General, discutí la situación con Heidkaemper. Existían buenas razones para esperar que el adversario intentara una salida durante la noche hacia el oeste o sudoeste. Heidkaemper había obrado con prudencia al adoptar todas las medidas necesarias para contrarrestar tal contingencia, pero era dudoso que resultaran efectivas. Con el fin de convencerme de que podíamos evitar la mencionada salida, me dirigí, a las seis y media de la mañana siguiente, hacia los sectores amenazados del frente. Mientras avanzaba a campo traviesa con mi coche, vi por todas partes tropas atrincheradas en profundidad. Antiaéreos y antitanques se hallaban, también en posición. Con el fin de impedir, rápida y eficazmente, cualquier tentativa del enemigo, a las siete ordené que el núcleo principal del Regimiento Panzer se pusiera en movimiento, manteniéndose bajo mis órdenes.

Después de visitar los regimientos de fusileros, se me informó por radio de que el enemigo trataba de escapar en pequeñas embarcaciones, bajo la protección de buques de guerra, para refugiarse en cierto número de transportes que esperaban entre 1.000 y 2.000 m. ante St. Valéry.

Hacia las diez, el Regimiento Panzer alcanzó sus posiciones del día anterior, donde entretanto se había librado un duelo muy violento entre una batería de antiaéreos de 88 mm. y un buque de guerra enemigo, siendo alcanzados dos de nuestros cañones. A unos 1.000 m. al nordeste de St. Valéry, un transporte se hacía a la mar. Nuestra batería de antiaéreos había cesado de disparar. Mandé que el fuego se reanudara inmediatamente sobre el transporte, mediante una pieza de 88 mm. que se encontraba cerca, aunque su cureña estaba averiada y no se sostenía de manera perfecta sobre sus soportes. Los sirvientes trabajaron con celeridad, y las granadas empezaron a caer junto al buque. Sin embargo, el mal estado de los accesorios hizo imposible corregir adecuadamente el tiro. Entretanto, un crucero auxiliar inglés disparaba contra la pieza desde 1,000 m., frente a la playa. La cortina de humo que ordené tender, para protección de la pieza, resultó muy eficaz. No obstante, no tuvimos éxito con el transporte. Se habían llamado por radio a los aviones en picado. Poco después me encontré con un observador avanzado de una batería de 100 mm., al que instruí para que inmediatamente contestara a los disparos del crucero. A las diez y cuarenta minutos, el buque fue alcanzado en varios lugares e incendiado. Su tripulación lo hizo embarrancar.

Entretanto, había trasladado a mi Gefechtsstaffel hasta las primeras casas de la ciudad, más allá del bosque situado al noroeste. Rothenburg tenía órdenes de conducir al Regimiento Panzer por las carreteras que bajaban al valle, acercándose a la ciudad, que seguía ardiendo en diversos lugares. Los tanques avanzaban lentamente por las estrechas y tortuosas carreteras, ocultos por la vegetación, hacia las primeras casas, hasta que finalmente penetraron en el barrio occidental. Avancé a pie junto a los carros, con el Coronel Rothenburg y el Teniente Luft, y alcanzamos sin lucha el muelle occidental del puerto interior. A unos 50 ó 100 m. frente a nosotros, en el lado opuesto, se encontraba un grupo de indecisos soldados ingleses y franceses, con sus armas apuntando hacia el suelo. Junto a ellos, se veían numerosos cañones, que al parecer habían quedado averiados Por nuestro bombardeo. En el lado opuesto de la ciudad se observaban numerosos incendios. Material de guerra de todas clases, incluyendo muchos vehículos, se amontonaban por doquier. Los carros del Regimiento Panzer rodaban de manera regular, avanzando metro a metro hacia el sur, con los cañones apuntando al este, pasando ante las hileras de vehículos capturados que se encontraban en el lado occidental del muelle. Entretanto, tratamos de persuadir a las tropas enemigas que se encontraban frente a nosotros, para que rindieran sus armas y se nos acercaran a través de un estrecho puente de madera. Transcurrieron algunos minutos antes de que los ingleses se decidiesen a hacerlo. Al principio, pasaron de uno en uno, dejando un espacio entre cada hombre, pero luego la fila empezó a engrosar gradualmente. Entonces, nuestra infantería pasó el puente para hacerse cargo, sobre el terreno, de los prisioneros franceses y británicos.

Mientras los tanques rodeaban la parte sur del muelle hacia el barrio oriental de la ciudad, seguí a la infantería a través del estrecho puente, hasta alcanzar la plaza del mercado. El Ayuntamiento y muchos edificios vecinos estaban ardiendo, o habían sido calcinados por las llamas. Barricadas construidas con vehículos, y numerosos cañones, habían sufrido también los efectos de nuestras granadas. Tropas francesas e inglesas afluían de todas partes hacia la plaza, donde se las formó en columna y se las hizo partir hacia el oeste. La infantería limpiaba la ciudad casa por casa y calle por calle.

Poco después, un suboficial me informó de que un General francés hecho prisionero en el sector este, solicitaba hablar conmigo. Minutos más tarde el General Ihler se aproximó, vistiendo un capote militar ordinario. Su oficial de escolta se quedó un poco atrás. Cuando pregunté al General qué división mandaba, me contestó en un alemán defectuoso: «—Ninguna división. Mando el 9.° Cuerpo».

Se declaró dispuesto a aceptar mi demanda de que sus fuerzas capitularan en seguida. Sin embargo, añadió que no se hubiera rendido si sus soldados hubieran dispuesto de munición.

El ayudante del General, que hablaba alemán, nos contó que el número de divisiones era de cinco, incluyendo por lo menos una inglesa. Le indiqué que volviera a su Cuartel General y cursara órdenes, por sus propios medios, para que las tropas se rindieran y avanzaran inmediatamente en dirección a St. Valéry enarbolando grandes banderas blancas. Quería asegurarme de que nuestras fuerzas distinguieran desde lejos que el enemigo se había rendido.

Luego dije al General que se presentara con su Estado Mayor en la plaza del mercado, y acepté su petición de dejarle conservar su vehículo y equipo. Se ordenó a la artillería que cesara el fuego sobre St. Valéry y sus alrededores, disparando sólo sobre los buques. La 5.ª División Panzer, que a las once y cuarenta minutos había entrado en contacto con tanques enemigos en las inmediaciones de Manneville (4 Km. al sudeste de St. Valéry) fue informada de la rendición de la ciudad. Durante las horas siguientes, no menos de doce generales quedaron prisioneros, entre ellos cuatro jefes de división. Constituyó un motivo de alegría muy especial para nosotros la inclusión, entre los prisioneros, del General Fortune, jefe de la 51.ª División inglesa, y su Estado Mayor. Convine con mi vecino el General Cruewell, jefe de la 2.ª División Motorizada, los límites de nuestras respectivas unidades. Entretanto, los generales capturados y sus ayudantes fueron reunidos en una casa, al sur de la plaza del mercado. Un Teniente de la Luftwaffe, al que acabábamos de liberar, fue hecho responsable de su custodia. Se mostraba visiblemente satisfecho con su cambio de situación.

Nos causó profunda sorpresa la sangre fría con la que los ingleses aceptaron su sino. El General y sus oficiales deambulaban, riendo, por la calle, frente a la casa. Lo único que parecía molestarles eran las numerosas fotografías y películas que estaba tomando nuestra Compañía de Propaganda, y otros fotógrafos.

Los generales fueron invitados a comer al aire libre, en una de nuestras cocinas de campaña, pero rehusaron, dándonos las gracias y diciendo que aun disponían de víveres. Comimos, pues, solos. Era preciso organizar el transporte de los prisioneros, especialmente de los numerosos oficiales, así como recuperar los equipos, asegurar la costa y evacuar St. Valéry. Hacia las ocho de la noche, regresamos al Cuartel General Divisionario, establecido en Cháteau Auberville.

Por aquel entonces era imposible todavía estimar con precisión el total de prisioneros y botín. 12.000 hombres, de los que 8.000 eran ingleses, fueron transportados por los vehículos de la 7.ª División Panzer. Según parece, el número de los capturados en St. Valéry ascendió a 46.000.

12 junio 1940.

Queridísima Lu:

La batalla ha terminado. Hoy un jefe de cuerpo y cuatro jefes de división se presentaron ante mí en la plaza del mercado de St. Valéry, tras de que mi división los obligó a rendirse. ¡Inolvidables momentos!

14 junio 1940.

Fui al Havre, procediendo a una inspección de la ciudad. Todo ha ocurrido allí sin derramamiento de sangre. Con la artillería de largo alcance estamos ahora disparando contra objetivos en el mar. Hoy se ha incendiado un transporte.

Puedes imaginar mis sentimientos, cuando doce generales de los ejércitos inglés y francés se presentaron ante mí para recibir órdenes en la plaza del mercado de St. Valéry. En especial, nos alegró la presencia del General británico capturado con su división. Todo fue filmado, y no me cabe duda de que aparecerá en los noticiarios.

Estamos disfrutando de unos días de descanso. No creo que continúe la lucha en Francia. En algunos lugares incluso nos han echado flores al pasar. Las gentes se alegran de que la guerra haya terminado para ellos.

16 junio 1940.

Esta mañana, antes de partir hacia el sur (cinco y treinta minutos), recibí tu querida carta del 10, por la que te doy las más sinceras gracias. Hoy cruzamos el Sena, en segunda línea, y creo que avanzaremos mucho por el costado sur. Con la caída de París y de Verdún, y una profunda brecha en la Línea Maginot cerca de Saabrücken, la guerra parece irse convirtiendo en una más o menos pacífica ocupación de Francia. La población se muestra bien dispuesta hacia nosotros, y en algunos lugares incluso amistosa.