El 10 de mayo de 1940 Hitler lanzaba su esperada invasión del Oeste[3], consiguiendo una fulgurante victoria, que cambió el rumbo de la época, ejerciendo efectos muy notables sobre el futuro de otros pueblos.
El acto decisivo del drama que conmovió al mundo entero inicióse el día 13, cuando Guderian cruzó el Mosa con su Cuerpo acorazado, en las cercanías de Sedan, mientras la División Panzer de Rommel hacía lo propio junto a Dinant. Las brechas quedaron pronto convertidas en amplias zonas, a través de las cuales afluían los tanques alemanes. Al cabo de una semana llegaban al Canal, aislando de este modo a las fuerzas aliadas de Bélgica. El desastre condujo a la caída de Francia y la amenaza sobre Inglaterra. Aunque esta última se las compuso para resistir detrás de su foso marino, su recuperación sólo pudo lograrse tras una guerra prolongada en la que se vio envuelto el mundo entero. Las consecuencias de aquella ofensiva de mayo fueron tremendas, y su precio sigue sin poderse calcular exactamente.
Después de aquella catástrofe, la derrota fue considerada inevitable, y el ataque de Hitler se calificó de arrollador. Pero las apariencias eran muy distintas a la realidad, según han puesto en evidencia ciertas declaraciones publicadas después de la guerra.
En vez de poseer una aplastante superioridad numérica, como se suponía entonces, los ejércitos alemanes no podían compararse a los del adversario. La ofensiva fue lanzada con 136 divisiones, a las que se enfrentaron 156 entre francesas, inglesas, belgas y holandesas. Era sólo en aviación en lo que los germanos poseían una superioridad indudable, tanto en número como en calidad. Sus tanques no llegaban al número de los de su adversario, ya que sumaban apenas 2,800, contra los 4,000 de los aliados. Eran inferiores también en medios acorazados y en armamento, aunque poseían quizás una mayor velocidad. La principal ventaja alemana, además de la aviación, descansaba en la rapidez con que avanzaban sus carros y en la superior técnica desplegada por éstos. Los jefes de las unidades acorazadas habían adoptado y llevado a la práctica, con efectos decisivos, las nuevas teorías concebidas en Inglaterra, pero no comprendidas por los jefes ingleses y franceses.
De las 136 divisiones alemanas, sólo 10 eran blindadas, pero esta pequeña fracción, utilizada en los ataques en profundidad, decidió virtualmente la campaña, antes de que la masa del Ejército alemán entrara en acción.
Los brillantes resultados obtenidos por dichas puntas de lanza compensaron el escaso número de los efectivos, y lograron sobreponerse al estrecho margen de que disponían. Dicho éxito hubiera podido evitarse, de no ser por la parálisis y a menudo el derrumbamiento moral de los jefes y tropas aliados, que debían enfrentarse a un ritmo y a una técnica para los que no estaban preparados. Incluso así, el éxito de la invasión tuvo como base una serie de extraordinarias circunstancias, además de la preparación y la destreza de jefes dinámicos como Guderian y Rommel.
El proyecto original para la ofensiva del oeste se apoyaba en el plan Schlieffen, anterior a 1914, dando más importancia al ala derecha, donde el Grupo de Ejércitos «B», de Bock, avanzaría atravesando la llanura belga. Pero a principios de 1940 dicho plan fue variado, según las advertencias de Manstein, el cual propuso un ataque más atrevido y sorprendente, a través de la región montañosa de las Ardenas, en el Luxemburgo belga. El centro de gravedad pasaba así al Grupo de Ejércitos «A», de Rundstedt, que se hallaba frente a dicho sector, y al que se otorgaron siete de las diez divisiones acorazadas disponibles y la mayor parte de las de infantería.
El ataque principal hacia el Mosa estaba dirigido por el Grupo Panzer de Kleist, que marchaba a la vanguardia del 12.° Ejército de List. Tenía dos puntas de lanza, la más fuerte de las cuales estaba formada por el Cuerpo Guderian, compuesto por tres divisiones acorazadas, y que realizó el avance principal cerca de Sedan, mientras que el de Reinhardt, de dos divisiones acorazadas, trataba de atravesar por Monthermé. Más a la derecha, y operando bajo el 4.° Ejército de Kluge, el Cuerpo Acorazado de Hoth avanzó a través de las Ardenas septentrionales, con ánimo de cubrir el flanco del grupo Kleist y atravesar el Mosa, entre Givet y Namur. Este ataque secundario tenía dos puntas de lanza de menor importancia, formadas, respectivamente, por la 5.ª y la 7.ª Divisiones Panzer.
La 7.ª, bajo el mando de Rommel, era una de las cuatro divisiones «ligeras» que durante el invierno habían sido convertidas en «Panzer», y poseía tan sólo un regimiento de tanques, en vez de dos, con un total de 218 vehículos blindados, más de la mitad de los cuales eran de construcción checa[4].
La conversión se había efectuado teniendo en cuenta las experiencias de la campaña polaca. Ferviente partidario de la infantería, Rommel tuvo que reconocer las cualidades del arma blindada. No había sido hasta el 17 de febrero cuando asumió el mando de la 7.ª División, en Godesberg, sobre el Rin, pero aprendió con suma rapidez la nueva técnica, adaptándose a ella con una celeridad extraordinaria. En el terreno de la infantería había sido siempre un jefe de tipo «ofensivo», manejando a sus soldados como si se tratara de fuerzas móviles. Tal cualidad le servía ahora para hacer lo propio con medios mucho más eficaces.
El día en que se inició la ofensiva tropezóse con muy escasa resistencia. El grueso del Ejército belga se hallaba concentrado para defender la llanura donde se encuentran las grandes ciudades, mientras la región montañosa y cubierta de bosque del Luxemburgo belga, más allá del Mosa, era confiada a los Chasseurs Ardennais, cuya misión consistía esencialmente en detener a las formaciones enemigas hasta que los franceses acudieran a dar frente al amplio ataque de flanco que amenazaba su frontera. Tales eran los cálculos sobre los que se basaba el plan belga.
El francés partía de un concepto más ofensivo. El 1.º y 7.º Ejércitos, que comprendían el grueso de las formaciones mecanizadas, penetraron profundamente en la llanura belga, junto con las fuerzas expedicionarias inglesas. Entretanto, el 9.º Ejército, que formaba el pivote de dicha maniobra, realizó un avance envolvente, más corto, sobre la frontera belga, con el fin de situarse sobre el Mosa, desde Meziéres a Namur. Estaba formado por siete divisiones de infantería, una de ellas motorizada, y dos de caballería, con jinetes que disponían de elementos mecanizados. La caballería fue lanzada hacia adelante, a través del Mosa, la noche del 10 de mayo, y al día siguiente penetró en las Ardenas, para tropezar con las fuerzas acorazadas alemanas, que avanzaban rápidamente tras haber arrollado a la mayoría de las defensas belgas del sector.
La víspera del ataque, y durante las últimas y tensas disposiciones, Rommel escribió esta breve carta a su esposa, tras la que sigue su propio relato:
9 mayo 1940.
Queridísima Lu:
Por fin nos estamos preparando. Esperemos que esta vez no sea en vano. Por los periódicos te irás enterando de lo que ocurra en los próximos días. No te preocupes. Todo saldrá perfectamente.
Relato de Rommel:
En el sector asignado a mi división, el enemigo estuvo disponiendo obstrucciones de todo género durante los últimos meses. Carreteras y caminos se veían cruzados por barricadas, y en las rutas principales abríanse grandes hoyos provocados por elementos explosivos. Sin embargo, la mayoría de los reductos no fueron defendidos por los belgas, y sólo en algunos lugares mi división se vio detenida por poco tiempo. La mayoría de los núcleos de resistencia quedaron rebasados, pasando a campo través. En todas partes las tropas se pusieron a la tarea rápidamente, destruyendo los obstáculos y dejando libres las comunicaciones.
En nuestro primer choque con tropas mecanizadas francesas, la rapidez de nuestro fuego las obligó a huir precipitadamente. He observado una y otra vez que en tales encuentros la victoria se inclina del lado de quien haya inmovilizado primero al adversario con sus armas. Quien se limita a permanecer esperando acontecimientos lleva las de perder. Los motoristas que encabezan la columna deben mantener dispuestas sus ametralladoras y abrir fuego con ellas en cuanto se oiga un tiro del adversario. Ha de obrarse así incluso cuando se desconoce la exacta posición de aquél, en cuyo caso precisa desparramar los proyectiles sobre el terreno que se encuentre en su poder. La observación de esta regla reduce mucho, a mi entender, las bajas propias. Constituye un grave error el detenerse y buscar cobijo sin contestar al adversario, o esperar la llegada de nuevas fuerzas que tomen parte en la acción.
La experiencia de aquellos primeros encuentros demostró que, especialmente en los ataques de tanques, el actuar de manera inmediata sobre la zona donde se considera oculto al enemigo, en vez de esperar a que varios tanques propios hayan sido tocados, decide la victoria. El fuego a discreción con ametralladoras y antitanques de 20 mm. sobre un bosque en los que el adversario tiene emplazados los suyos resulta tan eficaz, que en muchos casos aquél no puede responder, y opta por abandonar la posición. En combates contra tanques enemigos —que por regla general están armados con corazas más gruesas que los nuestros—, el iniciar los disparos con rapidez ha conseguido resultados notables.
11 mayo 1940.
Queridísima Lu:
Por primera vez en toda la jornada puedo disfrutar de un breve respiro, que dedico a escribirte. Hasta ahora todo marcha a las mil maravillas. Me encuentro más a vanguardia que mis vecinos. Estoy ronco de tanto gritar órdenes. He dormido tres horas y comido algo. Por lo demás, me encuentro perfectamente. Conténtate con esto, por ahora. Estoy demasiado fatigado para continuar.
Siguiendo la retirada de la .ª y 4.ªDivisiones de Caballería francesa, las tropas avanzadas de Rommel llegaron al Mosa la tarde del 12 de mayo. Era su intención cruzarlo, pisando los talones al enemigo, y establecer una cabeza de puente en la orilla opuesta. Pero los puentes de Dinant y Hoitx fueron volados por los franceses cuando empezaban a atravesarlos los primeros tanques, y Rommel se vio obligado a utilizar botes de caucho remolcados. El ataque en cuestión se realizó a la mañana siguiente, sufriendo las tropas muchas bajas hasta conseguir su objeto. Rommel prosigue:
El 13 de mayo, hacia las cuatro, fui en coche a Dinant, con el Capitán Schraepler. Toda la artillería divisionaria se encontraba en posición, según lo ordenado, con los observadores de vanguardia instalados en los puntos cruciales. En Dinant encontré sólo a unos hombres del 7.° de Fusileros. Las granadas estallaban en la ciudad, procedentes de las posiciones artilleras francesas al oeste del Mosa, y se veían algunos tanques destruidos en las calles que llevaban al río. El rumor de la batalla llegaba hasta nosotros desde el valle.
No había posibilidad de que mi coche de mando descendiera la áspera pendiente sin ser observado, de modo que Schraepler y yo lo hicimos a pie, a través de la arboleda, alcanzando el fondo del valle. El 6.° Regimiento de Fusileros iba a cruzar la corriente en botes de goma, pero se veía contenido por intenso fuego de artillería y por las armas ligeras, sumamente molestas, que los franceses manejaban desde la rocosa orilla occidental.
El paso del Mosa.
La situación distaba mucho de ser agradable. Nuestros botes quedaban destruidos uno tras otro por el fuego de flanco de los franceses, y el cruce del río hubo de detenerse provisionalmente. Los soldados enemigos estaban tan bien ocultos, que era imposible localizarlos, ni aun a través de un cuidadoso examen con los prismáticos. Una y otra vez dirigían su fuego contra el sector en el que yo y mis acompañantes —los jefes de la Brigada de Fusileros y del Batallón de Ingenieros— nos hallábamos. Una cortina de humo tendida sobre el agua hubiera evitado mayores males, pero no disponíamos de tal medio. Hube de ordenar que se incendiaran unas cuantas casas del valle con el fin de obtener el camuflaje que necesitábamos.
Conforme iban transcurriendo los minutos la reacción enemiga se intensificaba. Un bote de goma averiado descendía la corriente con un herido grave, aferrado a su borda, pidiendo socorro a grandes voces. El pobre estaba a punto de ahogarse, pero no fue posible prestarle ayuda a causa del nutrido fuego de que se nos hacía objeto.
Entretanto, el pueblo de Grange (2 Km. al oeste de Houx y del Mosa y casi 5 al noroeste de Dinant), sobre la orilla izquierda, había sido tomado por el 7.° Batallón Motociclista, aunque sin conseguir limpiar el terreno con la deseada rapidez. En consecuencia, di órdenes para que el enemigo fuese eliminado de las rocas de la orilla occidental.
Acompañado del Capitán Schraepler me dirigí hacia el sur en un «Panzer IV», para ver cómo iban las cosas en el 7.° Regimiento de Fusileros. Por el camino caímos varias veces bajo el fuego adversario, y Schraepler resultó herido en un brazo por la metralla de una granada. Conforme avanzábamos se nos rendían soldados franceses desperdigados.
A nuestra llegada al 7.° de Fusileros, éste había conseguido situar una compañía en la orilla opuesta, pero la resistencia enemiga se hizo tan violenta, que el equipo flotante quedó reducido a pedazos y el cruce se detuvo. Buen número de heridos recibían atención en una casa, junto al puente destruido. Como más al norte, tampoco allí se veía al enemigo encargado de detener la travesía del Mosa. No era posible situar a más hombres en la otra orilla sin poderoso apoyo artillero y de tanques que destruyeran los nidos enemigos. Me dirigí, pues, al Cuartel General de la División, donde me encontré al Coronel-General von Kluge, jefe de Ejército, y al Comandante de Cuerpo de Ejército, General Hoth.
Tras haber debatido la situación con el Mayor Heidkaemper y realizado los preparativos necesarios proseguí, a lo largo del Mosa, hasta Leffé (pueblo en las afueras de Dinant), con el fin de intentar otro paso por allí. Había ya dado órdenes para que varios «Panzer» III y IV y un destacamento de artillería se pusieran a mi disposición. Abandonamos el vehículo de transmisiones en un lugar situado a unos 500 m. de la orilla y proseguimos a pie, atravesando granjas desiertas, en dirección al Mosa. En Lefíé encontramos cierto número de botes de goma, más o menos estropeados por el fuego enemigo, tirados en la calle, allí donde nuestros hombres los dejaron. Llegamos al río tras haber sido bombardeados por nuestra propia aviación.
Una vez en la presa de Leffé, echamos una ojeada al puente para peatones, obstaculizado por el enemigo con una plancha erizada de púas. Por el momento había cesado el fuego en el valle y torcimos hacia la derecha, atravesando algunas casas, hasta el lugar del cruce. La operación estaba paralizada por completo, y los oficiales se mostraban átonamente preocupados por las bajas sufridas entre la tropa. En la otra orilla se veían algunos hombres de la compañía que había atravesado la corriente, entre ellos bastantes heridos. También se observaban botes de goma inutilizados. Los oficiales informaron de que nadie se atrevía a mostrarse, ya que el enemigo disparaba inmediatamente.
Varios de nuestros tanques y armas pesadas se hallaban emplazados en el embarcadero, al este de las casas, pero al parecer habían agotado hasta el último cartucho. Sin embargo, los tanques pedidos por mí llegaron al poco rato, seguidos por dos obuses de campaña del Batallón Graseman[5].
Todos los puntos de la orilla opuesta, en los que se suponía la existencia de tiradores, fueron sometidos al fuego de las nuevas armas, concentrándose en peñascos y construcciones. El Teniente Hanke[6] derrumbó un reducto de ccnento, en la rampa del puente, mediante varios disparos. Los tanques, con sus piezas apuntando hacia la izquierda, avanzaron lentamente en dirección norte, a unos 50 m. del Mosa, vigilando estrechamente las laderas opuestas.
Bajo la protección de su fuego se reanudó el paso del río, y se tendió un cable mediante el cual poder remolcar varios grandes pontones. Los botes de goma cruzaban en uno y otro sentido, haciendo uso de sus remos, y transportando a nuestra orilla a los heridos. Un soldado que cayó de uno de ellos pudo cogerse al cable y se hundió en la corriente, rescatándolo el soldado Heidenreich, el cual se zambulló, logrando arrastrarlo hasta la orilla.
Tomé personalmente el mando del segundo batallón del 7.° Regimiento de Fusileros, dirigiendo sus operaciones por algún tiempo.
En compañía del Teniente Most crucé el Mosa en uno de los botes, uniéndome a la compañía que se encontraba allí desde primeras horas de la mañana. Desde su puesto de mando podíamos ver cómo las Compañías Enkefort y Lichter realizaban rápidos progresos.
Me dirigí hacia el norte, a lo largo de un profundo barranco, para unirme a la Compañía Enkefort. En el momento en que llegábamos, alguien dio la voz de alarma: «—¡Tanques enemigos frente a nosotros!». La compañía no tenía piezas antitanques, y en consecuencia di orden de que todas las armas disparasen sobre los vehículos con la máxima rapidez, tras de lo cual los vimos retroceder y situarse en una hondonada, a unos 1,000 m. al noroeste de Leffé. Gran número de soldados franceses que andaban desperdigados por los alrededores se hicieron visibles por entre los arbustos y entregaron sus armas.
Según otros relatos, la intervención de Rommel tuvo un carácter más decisivo de lo que él mismo nos cuenta. Las tropas alemanas estaban siendo diezmadas por la intensidad del fuego defensivo francés, cuando llegó al lugar del combate y procedió a organizar un nuevo asalto, que dirigió personalmente. Por fortuna para él, la J8.ª División de Infantería gala, encargada de la defensa del sector de Dinant, iniciaba la ocupación de las posiciones, tras una prolongada marcha, y andaba escasa de antitanques, mientras la 1.ª División de Caballería no había conseguido reponerse aún del serio revés que le infligieran los tanques en las Ardenas. Por esta causa los atrevidos atacantes hallaron una defensa débil y pudieron ocupar terreno suficiente en la orilla izquierda del Mosa, desde el que proseguir la maniobra.
Acompañado de Most regresé al río y me hice transportar a mi lugar de procedencia, desde donde partí hacia el norte, con un tanque y un vehículo de transmisiones, hasta el lugar en el que el 6.° Regimiento de Infantería estaba cruzando. La operación se había reanudado por medio de botes de caucho y se encontraba en pleno movimiento. El comandante del Batallón Antitanque, Coronel Mickl, me dijo que había logrado emplazar veinte piezas en la ribera opuesta. Una Compañía de Ingenieros se ocupaba en preparar pontones de 8 toneladas, pero les detuve y les dije que utilizaran los de 16. Mi intención era lanzar al otro lado al Regimiento Panzer en cuanto fuera posible. Así que el primer puente de pontones quedó listo crucé por él con mi vehículo de ocho ruedas. Entretanto, el enemigo había lanzado un fuerte ataque, y el fuego de sus tanques se oía cada vez más cercano a la orilla del Mosa. Alrededor del punto por el que estábamos cruzando caían infinidad de proyectiles.
Al llegar al Cuartel General de la Brigada, en la orilla oeste, encontré la situación muy inestable. El jefe del 7.° Batallón Motociclista estaba herido, su ayudante había muerto y un fuerte contraataque francés nos había causado muchas bajas en Grange. Existía el peligro de que tanques enemigos pudiesen penetrar hasta el mismo valle del Mosa.
Abandonando mi camión de transmisiones, crucé de nuevo el río y di órdenes para que la Compañía Panzer y luego el Regimiento Panzer cruzasen durante la noche por medio del transbordador. Sin embargo, teniendo en cuenta que la anchura del río era de unos 120 m., la tarea se presentaba lenta y difícil. A la mañana siguiente sólo teníamos quince tanques en el punto convenido, número alarmantemente pequeño.
A la salida del sol (15 de mayo) supimos que el Coronel von Bismarck había conseguido llegar hasta casi Onhaye (cerca de 5 Km. al oeste de Dinant), donde se estaba desarrollando un encarnizado combate contra un enemigo numeroso. Poco después llegó un mensaje por radio anunciándonos que su regimiento estaba cercado, en vista de lo cual decidí acudir inmediatamente en su socorro con todos los blindados a mi disposición.
Hacia las nueve, el 25.° Regimiento Panzer, bajo el mando del Coronel Rothenburg, avanzó por el valle del Mosa con los treinta tanques que habían podido ser transportados a la orilla izquierda, y alcanzó una hondonada a 500 m. al nordeste de Onhaye, sin tropezar con resistencia. Al parecer, von Bismarck había radiado «hemos llegado», y no «estamos cercados»[7], y se encontraba a punto de mandar una compañía de asalto por el norte de Onhaye, con el fin de asegurarse el lado occidental de la localidad. Semejante movimiento envolvente era de importancia capital para las próximas etapas de la operación, según se había puesto en evidencia durante un ejercicio realizado previamente en Godesberg. Cinco tanques fueron puestos a las órdenes de von Bismarck para dicho propósito. No se trataba de llevar a cabo un ataque con carros en el sentido usual de la palabra, sino de organizar un fuego de cobertura móvil para el ataque de la infantería en el desfiladero que se encuentra al oeste de Onhaye. Mi intención era colocar el Regimiento Panzer en un bosque, a 1,000 m. al norte de la población, y luego concentrar al resto de las unidades en dicho punto, desde donde podrían ser empleadas en tres direcciones: norte, noroeste u oeste, según aconsejara la situación posterior.
Ordené a Rothemburg que avanzara por ambos lados del bosque hasta el punto indicado, y me situé en un «Panzer III», que lo seguiría de cerca.
Rothemburg avanzó por una cañada que se hallaba a la izquierda, con los cinco tanques que iban a acompañar a la infantería, manteniéndose a unos 150 m. por delante de aquélla. El fuego enemigo había cesado. Detrás siguieron veinte o treinta tanques más. Cuando el jefe de los cinco blindados alcanzó a la Compañía de Fusileros situada en la orilla sur del bosque de Onhaye, el Coronel Rothemburg partió con los suyos, bordeando la espesura en dirección oeste. Habíamos alcanzado el extremo sudoeste de aquélla, e íbamos a cruzar un campo cultivado, desde donde podíamos ver a los cinco tanques escoltando a la infantería a nuestra izquierda, cuando de improviso la artillería pesada y los antitanques enemigos empezaron a lanzar proyectiles sobre nosotros. Las granadas estallaban por doquier, y mi tanque fue tocado dos veces consecutivas, la primera en el borde de la torreta y la segunda en el periscopio.
El conductor abrió la escotilla y dirigióse hacia los matorrales más cercanos. Había recorrido apenas unos metros cuando el vehículo resbaló por una pendiente, en la parte occidental del bosque, y finalmente se detuvo, permaneciendo inclinado y en posición tal, que los antitanques enemigos, situados a menos de 500 m., en la orilla de un bosque cercano, no podían dejar de verlo. Yo había sido herido en la mejilla derecha por un fragmento de metralla del proyectil que estalló en el periscopio, y aunque no se trataba de nada grave, la sangre manaba en abundancia.
Intenté hacer girar la torreta, con el fin de enfilar nuestro cañón de 37 mm. hacia el enemigo, pero no lo pudimos conseguir, debido a la inclinación del tanque.
La batería francesa abrió nutrido fuego sobre nuestro bosque, y lo más probable era que de un momento a otro tomara el tanque como objetivo, ya que se hallaba completamente al descubierto. En consecuencia, decidí abandonarlo con toda rapidez, llevándome a su tripulación. En aquel momento el subalterno al mando de los tanques que escoltaban a la infantería se presentó gravemente herido, manifestando: «Mi General, me han arrancado el brazo izquierdo». Salimos de la depresión arenosa en que nos hallábamos, mientras las granadas seguían estallando a nuestro alrededor. Frente a nosotros el tanque de Rothemburg se arrastraba con fuego en la trasera. También el ayudante del Regimiento Panzer había abandonado su vehículo. Al principio pensé que el tanque jefe había sido incendiado por un impacto en el depósito de gasolina, y me sentí preocupado por el Coronel Rothemburg. Sin embargo, se trataba solamente de las bengalas cuyo humo nos estaba resultando sumamente beneficioso. Entretanto, el Teniente Most había conducido mi vehículo blindado al bosque, donde resultó tocado en el motor, permaneciendo inmóvil. La tripulación no había sufrido bajas.
Ordené a los carros proseguir por el bosque en dirección este, cosa que resultaba casi imposible. Lentamente, el tanque en el que iba Rothemburg se abrió camino a través de los árboles corpulentos y de espeso ramaje. Fue la involuntaria cortina de humo tendida por él la que impidió al enemigo destruir más de nuestros vehículos. Si los tanques hubiesen hecho fuego con ametralladoras y cañones de 37 mm., sobre el bosque ocupado por el enemigo en el momento del avance, los franceses hubiesen abandonado sus piezas de manera casi inmediata, ya que aquéllas se encontraban en posiciones muy vulnerables y nuestras pérdidas habrían sido menores. El ataque lanzado a última hora de la tarde por el 25.° Regimiento Panzer obtuvo pleno éxito, y por fin pudimos ocupar el lugar de reunión prefijado.
El control del oeste del Mosa y la flexibilidad para salir al paso de la cambiante situación, fueron posibles únicamente porque el jefe divisionario[8] se mantuvo siempre en perpetuo movimiento con su equipo de transmisiones, y pudo cursar órdenes directamente a los jefes de regimiento en la línea avanzada. La utilización exclusiva de la radio desde el puesto de mando no hubiese dado resultado, porque debido a la necesidad de usar el código, se hubiese tardado demasiado en mandar los partes a la división y en recibir las órdenes de ésta. Sin embargo, se mantuvo constante contacto radiofónico con la sección de operaciones divisionaria, que se encontraba más atrás, y cada mañana a primera hora, así como por las tardes, tenía lugar un detallado cambio de impresiones entre el comandante divisionario y su jefe de operaciones (denominado la). Este método demostró resultar sumamente eficaz.
Con su avance de aquella jornada, Rommel había abierto una brecha que tuvo consecuencias inmediatas, especialmente por su efecto moral sobre el General Corap, comandante del 9.º Ejército francés.
El día 13 se había conseguido cruzar el Mosa por tres lugares distintos, siendo Rommel el primero en conseguirlo. Por la tarde de dicho día, las tropas de vanguardia del Cuerpo Acorazado de Reinhardt habían llegado a Montherme, mientras Guderian penetraba en Sedan Pero Reinhardt se hallaba en situación muy precaria, y estaba luchando desesperadamente para mantenerla. No fue hasta las primeras horas del 15 cuando pudieron tender un puente por el que pasaron los tanques; pero a la salida de Montherme corría un escarpado desfiladero muy fácil de bloquear. Las tropas de Guderian tuvieron más éxito, pero sólo una de sus tres divisiones consiguió afianzarse, y al amanecer del 14 un único puente estaba terminado. Dicho puente tuvo la suerte de escapar a la destrucción tras haber sido atacado repetidas veces por las Fuerzas aéreas aliadas. Las tropas de Guderian tuvieron poco apoyo de la Luftwaffe, en aquella segunda jornada crucial, pero sus piezas antiaéreas tendieron una cortina de fuego tan destructora, que abatió unos 150 aviones entre franceses y británicos, impidiéndoles precisar el bombardeo. Por la tarde las tres divisiones acorazadas de Guderian habían cruzado el río. Tras haber rechazado fuertes contraataques desde el sur, el general torció en dirección oeste, hacia el lugar en el que el 2.° y 9.º Ejércitos franceses tenían establecido su contacto. Dicho punto empezó a ceder bajo sits enérgicos y hábiles ataques.
Aquella noche el comandante del 9.° Ejército francés tomó una decisión fatal, bajo la doble influencia de la proximidad de Guderian a su flanco derecho y la penetración de Rommel por el centro. Apresurados partes informaban de que miles de tanques afluían por la brecha. En vista de ello se dio la orden de abandonar el Mosa, y el 9.° Ejército se retiró en masa hacia una línea situada más al oeste.
En el frente de Rommel esta línea de resistencia corría a lo largo de la vía férrea, al este de Phüippeville, y a 24 Km. del Mosa. A la mañana siguiente, día 15 de mayo, las posiciones eran rebasadas por Rommel, antes de que pudieran ser debidamente ocupadas, y bajo los efectos de tan arrollador avance, la confusión de la retirada convirtióse en absoluto derrumbamiento. Sus renovados ataques impidieron también un proyectado contraataque hacia Dinant, por la 1.ª División Acorazada francesa y la 4.ª División norteafricana, acabada de llegar al frente. La primera apareció en el flanco derecho de Rommel, pero en aquel momento decisivo se quedó sin combustible, y sólo unos cuantos tanques entraron en acción. El avance de Rommel rebasó dicho sector, mientras el enemigo permanecía inmóvil y muchos de sus tanques eran capturados antes de poder huir. Entretanto, la División norteafricana quedaba dispersada por el avance de los tanques y la corriente de fugitivos.
Para empeorar aún más las cosas, la orden de retirada de Corap había dejado un vacío en Monthermé, donde el ala derecha del 9.° Ejército había bloqueado al Cuerpo Acorazado de Reinhardt. Apenas se hubo iniciado la retirada, ésta se convirtió en una desordenada huida, y las tropas de vanguardia de Reinhardt pudieron resbalar por el flanco derecho del 9.º Ejército —más allá de las fuerzas que se oponían a Guderian— y proseguir durante muchos kilómetros hacia el oeste, por un camino completamente libre. Hacia la noche, también Guderian había eliminado la última línea de resistencia a la que se enfrentaba, y roto el frente, penetraba en terreno completamente libre. La brecha tenía más de 90 Km. de anchura.
El significado del relato de Rommel respecto a la jornada del 15 de mayo se hace más claro si se lo sitúa a la luz de los acontecimientos generales, dentro de la marcha de la operación.
Mi intención para el día 15 era la de avanzar directamente hacia nuestro objetivo con el 25.º Regimiento Panzer a la cabeza, disponiendo también de artillería y, si era posible, de bombarderos en picado. La infantería seguiría el ataque de los tanques, parte a pie y parte transportada en camiones. En mi opinión lo esencial era que los cañones estableciesen una cortina de fuego a ambos lados del ataque, ya que las divisiones vecinas se encontraban todavía bastante atrás. La ruta del 25.° Regimiento Panzer, marcada en el mapa, rodeaba los arrabales de Philippeville (25 Km. al oeste de Dinant), evitando los pueblos, siendo nuestro objetivo la comarca que rodea a Cerfontaine (13 Km. al oests de Philippeville). Mi intención era marchar con el 25.° Regimiento Panzer, para poder dirigir el ataque desde la vanguardia y solicitar el apoyo de la artillería y de los aviones en picado en el momento decisivo. Con el fin de simplificar las comunicaciones por radio —ya que debido a la necesidad de emplear código los mensajes importantes solían llegar tarde—, convine un «eje de ataque» con el la y el comandante de artillería. El punto de partida de dicha línea se hallaba en la iglesia de Roseé, terminando en la de Froidchapelle. Todos los oficiales la marcaron en sus mapas. Si, por ejemplo, deseaba fuego de artillería sobre Philippeville, no tenía más que radiar: «Fuego nutrido alrededor de once». El comandante de artillería se mostró muy complacido con el nuevo sistema.
Hacia las nueve me entrevisté con un jefe de la Luftwaffe, quien me informó de que podía poner a mi disposición bombarderos en picado para aquella jornada. Los solicité inmediatamente, en cuanto los tanques se pusieron en camino, ordenándoles atacar frente a nuestras vanguardias. Me trasladé entonces al tanque de Rothemburg e indiqué a mi Gefechtsstaffel[9] que siguiera el ataque de los carros desde lugares cubiertos, con el vehículo acorazado y el camión de transmisiones.
Tras un breve encuentro con tanques enemigos cerca de Flavion, el Regimiento Panzer avanzó en columna a través de los bosques en dirección a Philippeville, pasando ante numerosos cañones y vehículos pertenecientes a una unidad francesa cuyos soldados se habían agazapado rápidamente en la espesura al acercarse nuestros tanques, tras haber sufrido seguramente muchas bajas por el ataque de los bombarderos en picado Enormes cráteres nos obligaban a describir amplios rodeos. A unos 5 Km al noroeste de Philippeville hubo una breve escaramuza con tropas francesas que ocupaban las alturas y los bosques que rodean la ciudad. Nuestros tanques lucharon sin cesar en su avance, con las torretas hacia la izquierda, y el enemigo quedó pronto reducido al silencio. De vez en cuando, carros blindados, vehículos acorazados y antitanques eran blanco de nuestros disparos. También se hacía fuego sobre los bosques situados a derecha e izquierda, conforme pasábamos ante ellos. La Plana Mayor de la Artillería era informada, a cada momento, de los progresos de nuestro ataque, por medio de mensajes radiados sin clave, haciendo que la cortina funcionara perfectamente El objetivo de la jornada fue pronto alcanzado.
Con una de las compañías de carros de Rothemburg, colocada bajo mi mando, regresé hasta donde se hallaba la infantería, estableciendo contacto con ella. En los terrenos elevados, a unos 1,000 m. al oeste de Philippeville, encontramos a dos de nuestros tanques detenidos por avería. Sus tripulaciones se dedicaban a la captura de prisioneros, y un grupo de éstos se había reunido junto a los vehículos. Centenares de motoristas franceses salieron de los matorrales, rindiéndose junto con la oficialidad, mientras otros intentaban huir por la carretera, en dirección sur.
Me ocupé, durante algún tiempo, de estos prisioneros, Entre ellos había varios oficiales que me formularon ciertas demandas, incluyendo la de poder conservar a sus asistentes y la de recoger su equipo en Philippeville, donde lo habían dejado. Como tenía gran interés en que la guarnición de la ciudad se rindiera cuanto antes sin lucha, accedí a todo ello.
La compañía de tanques que me servía de escolta dirigióse ahora hacia Neuville (3 Km. al sur de Philippeville) con objeto de cortar la retirada francesa hacia el sur. Al llegar con Most al lugar que ocupaba, la encontré luchando cerca de Neuville con ligera progresión hacia el sur, y amenazando con convertir la retirada francesa en franca huida. Como no tenía intención de proseguir más en aquella dirección, ordené romper contacto, y que la compañía continuara hacia el este.
A unos 500 m. al sur de Vocedée nos tropezamos con parte de la compañía de tanques Hüttemann, que se unió a nosotros. En el extremo sur de Vocedée sostuvimos un encuentro muy breve con una fuerza considerable de tanques franceses, que se decidió a nuestro favor. Los franceses cesaron el fuego, y fueron sacados uno a uno de sus vehículos por nuestros hombres. Unos quince carros quedaron en nuestro poder, algunos averiados y otros intactos. Como no era posible dejar allí una guardia, incluimos a estos últimos en nuestra columna, conservando a sus conductores franceses. Un cuarto de hora después alcanzamos la carretera principal Dinant-Philippeville, donde se hallaban las vanguardias de la brigada de fusileros, con el 8.° Batallón de Ametralladoras, los cuales seguían el ataque de los tanques. Hice subir a mi coche blindado a varios oficiales, y con la columna tras de mí, me lancé a gran velocidad por la polvorienta carretera hacia los arrabales del norte de Philippeville (Rommel había torcido otra vez hacia el oeste).
Por el camino describí la situación a los oficiales y les instruí acerca de sus nuevas tareas. Debido a nuestra gran velocidad (unos 65 Km. por hora) la nube de polvo que levantábamos era enorme. Cerca de Senzeille (unos 6 Km. al oeste de Philippeville) tropezamos con un grupo numeroso de motoristas franceses, completamente armados, que venían en dirección opuesta, y a los que fuimos capturando uno a uno conforme pasaban. La mayoría de ellos recibieron tal sorpresa al hallarse de improviso entre una columna alemana, que metieron sus máquinas en las cunetas y fueron incapaces de defenderse. Sin perder un minuto nos dirigimos a las montañas que se hallan al oeste de Cerfontaine, donde Rothemburg se encontraba con las unidades de vanguardia del Regimiento Panzer. Desde el momento de su llegada, la columna se había desplegado rápidamente, sin detenerse en aquella comarca. Mirando hacia atrás, desde una altura, conforme caía la noche, pude ver grandes nubes de polvo que se elevaban hasta donde mi vista podía alcanzar. Era un indicio claro de que la 7.ª División Panzer había empezado a moverse por el territorio recién conquistado.
El hecho de que el enemigo hubiera podido infiltrarse entre el Regimiento Panzer y la Brigada de Fusileros durante la tarde, se había debido únicamente al retraso de la última en ponerse en marcha. Los oficiales de una división acorazada deben saber pensar y actuar de manera independiente, dentro del plan general de campaña, sin esperar a recibir órdenes. Todas las unidades fueron enteradas de la hora en que se iniciaría el ataque y debieron estar preparadas para el mismo.
El día siguiente, 16 de mayo de 1940, recibí órdenes del Cuerpo de Ejército para permanecer en el Cuartel General. La razón me era desconocida. Hacía las nueve y media obtuve por fin permiso para seguir avanzando hasta el nuevo Cuartel General. Poco después de mi llegada, la división recibió órdenes para perforar la Línea Maginot por Sivry y llegar por la noche a las alturas que rodean a Avesnes.
No se trataba de la Línea Maginot propiamente dicha, ya que ésta terminaba cerca de Longuyon, sino de su prolongación occidental, donde las fortificaciones eran menos poderosas. Sin embargo, los partes alemanes no solían distinguir entre una y otra.
Los cuerpos de Guderian y Reinhardt habían atravesado la prolongación de la Línea Maginot, después de cruzar el Mosa, y ahora avanzaban tras de aquélla en dirección oeste. Pero el cuerpo Hoth que había cruzado el río más al norte, por territorio belga, tenía aún que penetrar en ella en su giro hacia el sudoeste. Sivry se encuentra a 19 Km. al oeste de Cerfontaine, y Avesnes a 19 al oeste de Sivry.
Acababa de discutir el plan para nuestro ataque a la Línea Maginot con mi Ia, cuando el jefe del Ejército, Coronel General Von Kluge, llegó al lugar donde nos hallábamos, sorprendiéndose al ver que la división aun no se había movido. Le puse al corriente de nuestro plan. La intención consistía en alcanzar la frontera cerca de Sivry, mientras, al mismo tiempo, el batallón de reconocimiento exploraba la Línea Maginot en un amplio frente, y la masa de la artillería ocupaba posiciones alrededor de Sívry. Entonces el Regimiento Panzer, bajo una fuerte protección artillera, se movería desplegado hasta la línea de fortificaciones francesa. Finalmente la brigada de fusileros, cubierta por los tanques, tomaría las fortificaciones y eliminaría las barricadas. Hasta que no se hubiera conseguido todo ello no se iniciaría el avance hacia Avesnes con las unidades acorazadas en vanguardia y la masa de la división siguiendo a poca distancia. El General Von Kluge aprobó nuestro plan.
Pronto el batallón de vanguardia avanzaba rápidamente hacia Sivry, que se tomó sin lucha. La artillería y los antitanques entraron en posición, y recibieron instrucciones para abrir fuego inmediatamente hacia determinados sectores al otro lado de la frontera, para ver si el enemigo replicaba. Entretanto el 25.º Regimiento Panzer llegaba a Sivry y recibía órdenes para cruzar la línea y tomar Clairfayts (5 Km. más allá).
Como el día anterior, utilicé el tanque del jefe regimental. Pronto cruzamos la frontera francesa y los blindados prosiguieron lentamente, en columna, hacia Clairfayts, que se encontraba ahora a poco más de 1 Km. Cuando llegaron noticias, procedentes de una patrulla de reconocimiento, advirtiendo que la carretera que conducía a Clairfayts había sido minada, torcimos hacia el sur, y proseguimos desplegados por los campos, formando un semicírculo alrededor del pueblo. El enemigo no daba señales de vida, aunque nuestra artillería lanzaba granadas a su territorio con intervalos regulares. Pronto nos encontramos entre huertos y terrenos cultivados, que dificultaron el avance. El tanque de Rothemburg iba en vanguardia, con Hanke, mi ayudante, siguiendo detrás, en un «Panzer IV». Tenía orden de abrir fuego rápidamente a una señal mía, actuando como director de tiro para los demás. En los días anteriores se había hecho evidente que, con frecuencia, transcurría mucho tiempo antes de que la tripulación de los tanques iniciara sus disparos contra objetivos móviles.
De improviso, percibimos la silueta angulosa de las fortificaciones, a unos 100 m. de distancia. Detrás se encontraban tropas francesas completamente armadas, que al ver los tanques, hicieron señales de rendirse. Empezábamos a imaginar que tomaríamos la Línea sin lucha, cuando uno de nuestros carros empezó a disparar, con el resultado de que la guarnición enemiga se encerró en sus blocaos de cemento, y momentos después los tanques que marchaban en cabeza eran objeto de nutrido fuego adversario, mientras las ametralladoras crepitaban por todo el sector. Sufrimos algunas bajas y dos de nuestros vehículos quedaron inutilizados. Cuando el fuego enemigo se hubo aplacado otra vez, nuestros servicios de reconocimiento señalaron la existencia de un profundo foso antitanque, detrás de las fortificaciones enemigas, que aun no habían abierto fuego. A retaguardia del enemigo existían aún más fortificaciones, y la carretera desde Clairfayts hacia Avesnes estaba bloqueada por gigantescos «erizos» de acero.
Entretanto, elementos del 25.° Regimiento Panzer habían entablado batalla con el enemigo, al oeste y a 2 Km. al sur de Clairfayts, mientras la artillería propia iniciaba un nutrido fuego bajo mis órdenes, y estaba tendiendo una cortina de humo sobre varios sectores de la Línea Maginot. La artillería francesa empezó a bombardear ahora Clairfayts y Sivry. Poco después, llegaron los motoristas con el pelotón de zapadores del 37.° Batallón Acorazado de Reconocimiento. Cubiertos por el fuego de los tanques y de la artillería, la infantería y los ingenieros penetraron en la zona fortificada. El pelotón de zapadores empezó a preparar la voladura del «erizo» que bloqueaba nuestro avance.
Mientras, un grupo de asalto de la compañía de ingenieros acorazada tomó el blocao de cemento. Los soldados se arrastraron hasta la tronera, y arrojaron una carga de más de 2 Kg. a través de aquélla. Como, tras repetidas conminaciones a la rendición, la guarnición seguía sin entregarse, se arrojó una segunda carga. Un oficial y treinta y cinco hombres fueron hechos prisioneros, aunque más tarde pudieron libertarse de sus escasos guardianes y escapar, tras de que unas ametralladoras francesas hubieron abierto el fuego desde otra casamata.
Lentamente se fue haciendo de noche. En varios puntos de Clairfayts, y más hacia el oeste, algunas alquerías estaban incendiadas. Di órdenes para una rápida penetración en la zona fortificada, y efectuar un empuje lo más lejos posible en dirección a Avesnes. Plana Mayor y artillería fueron informadas rápidamente por radio. Ya era tiempo de que subiéramos al tanque de mando y nos pusiéramos en camino. Situándonos detrás de la compañía acorazada que iba en vanguardia, nos encontramos pronto rodando hacia el enemigo a través de los obstáculos puestos en la carretera y ya demolidos.
Mientras los zapadores del 37.° Batallón de Reconocimiento procedían a destruir los «erizos» de acero, se había reanudado la lucha, de manera violenta, contra los antitanques y las ametralladoras, emplazados junto a un grupo de casas, a 1 Km. al oeste de Clairfayts. Una salva tras otra habían sido disparadas a quemarropa sobre nuestros tanques e infantería, que aguardaban cerca de Clairfayts, pero finalmente las armas enemigas quedaron reducidas al silencio por uno de nuestros «Panzer IV».
El camino hacia el oeste estaba libre. La luna se hallaba muy alta, y por aquel entonces no era posible esperar obscuridad completa. En el plan para el avance había ordenado que los tanques de vanguardia disparasen a discreción sobre la carretera y la espesura, con ametralladoras y piezas artilleras, con el fin de impedir que el enemigo colocara minas delante de Avesnes. El resto del Regimiento Panzer seguiría detrás de los tanques de cabeza, manteniéndose alerta para disparar salvas contra cualquiera de los flancos. La masa de la división tenía instrucciones para seguir al Regimiento Panzer, transportada en camiones.
Los tanques marchaban ahora en una larga columna por entre las fortificaciones y hacia las primeras casas, que habían sido incendiadas por nuestros disparos. A la luz de la luna podíamos ver a los hombres del 7.° Batallón Motociclista avanzando a pie a nuestro lado. De vez en cuando, una ametralladora o antitanque enemigo reaccionaba, pero sin que sus proyectiles cayeran cerca. Nuestra artillería lanzaba sus granadas en gran número sobre los pueblos y la carretera, muy por delante del regimiento. Gradualmente nuestra velocidad fue aumentando, y antes de que transcurriera mucho tiempo, habíamos penetrado 500, 1.000, 2.000, 3.000 m. en la zona fortificada. Roncaban los motores, y las cadenas de los tanques producían un chirriar metálico. Era imposible saber si el enemigo disparaba o no, tal era el ruido de nuestros vehículos. Atravesamos la línea férrea, 1 Km. al sudoeste de Solre Le Cháteau, y luego torcimos hacia el norte, para alcanzar la carretera principal, a la que llegamos muy pronto. Seguimos por la misma y pasamos las primeras casas.
La gente se despertaba sobresaltada ante aquel ensordecedor ruido. Algunas tropas estaban acampadas junto a la carretera, y vehículos militares aparecían en lugares despejados e incluso en la carretera. Paisanos y soldados franceses, con los rostros contraídos por el terror, yacían en las cunetas, a lo largo de los setos y en cualquier hueco en el que pudieran ocultarse. Pasamos columnas de refugiados, cuyos componentes habían huido hacia los campos, presas de pánico, abandonando sus medios de transporte. Proseguimos a velocidad sostenida hacia nuestro objetivo. De vez en cuando lanzaba una ojeada al mapa, ayudándome con una luz provista de pantalla, o mandaba un breve parte por radio al Cuartel General de la División, para indicar nuestra situación y notificar los éxitos del 25.° Regimiento Panzer. En ocasiones observaba por la mirilla, para asegurarme de que no existía resistencia y de que manteníamos el contacto con la retaguardia. La comarca era llana y se extendía a nuestro alrededor iluminada por la luna. ¡Habíamos atravesado la Línea Maginot! Apenas podíamos creerlo. Veintidós años antes nos enfrentamos al mismo enemigo, obteniendo victoria tras victoria, aunque para perder finalmente la guerra. Ahora, en cambio, habíamos roto la formidable línea de defensa y proseguíamos rápidamente hacia el interior de su territorio. No se trataba de un hermoso sueño, sino de una tangible realidad.
De repente, en una altura a 300 m. frente a nosotros, y hacia la derecha de la carretera, se produjo un fogonazo. No podía ser sino un cañón enemigo, que bien parapetado tras un blocao de cemento, disparaba sobre el 25.° Regimiento Panzer. Más resplandores brillaron en otros lugares, aunque no pudimos ver los estallidos de las granadas. Informé rápidamente del peligro a Rothemburg, que se hallaba a mi lado, y por su conducto ordené que el regimiento aumentara su velocidad e irrumpiera en esta segunda línea fortificada, desplegándose a derecha e izquierda.
Se abrió fuego rápidamente. Las tripulaciones de los tanques habían sido instruidas acerca del modo de disparar antes del ataque. La mayoría de nuestras balas eran trazadoras, y el regimiento avanzó entre una densa lluvia de fuego, dirigida contra los dos lados. Pronto sobrepasamos la zona de peligro, sin contratiempos serios. Sin embargo, no era fácil detener el fuego, y atravesamos los pueblos de Sars Poteries y Beugnies, entre el tronar de los cañones. La confusión del enemigo era completa. Vehículos militares, tanques, artillería y carros de refugiados, llenos de trastos, bloqueaban parte de la carretera, y hubieron de ser apartados sin ceremonias. Por todas partes se veían soldados franceses tendidos en el suelo, y las granjas estaban atestadas de cañones, tanques y vehículos. El avance hacia Avesnes se había hecho más lento. Por fin conseguimos acallar el fuego y continuamos a través de Semousies. Por todas partes, las mismas escenas: tropas y paisanos en desenfrenada huida a ambos lados de nuestra ruta. Muy pronto ésta se bifurcó. Un ramal iba a Maubeuge, que se hallaba a 16 Km., y el otro descendía hacia el valle, en dirección a Avesnes. Estaba abarrotado de medios de transporte y fugitivos, que se apartaban o había que apartar al acercarse los tanques. Cuanto más nos aproximábamos a Avesnes, mayor era la aglomeración.
En la ciudad, bombardeada poco antes por nuestra artillería, la población en masa deambulaba entre vehículos y cañones, a ambos lados de la carretera, frente a nuestra columna. Resultaba evidente que en ella había fuerzas francesas en abundancia.
No hice detener la marcha, sino que proseguí con el batallón de vanguardia hacia el terreno elevado, al oeste de Avesnes, donde proyectaba detenerme y proceder a una concentración de prisioneros y de material. Por el camino, destaqué a dos tanques para que reconociesen hacia el sur, por la carretera principal. A unos 500 m. fuera de la ciudad, en la carretera de Landrecies, hicimos alto, procedimos a un recuento de nuestras unidades y rodeamos a cuantas tropas francesas se hallaban por las cercanías. También allí todo estaba lleno de refugiados y de soldados. El tráfico fue detenido y desviado. Muy pronto hubo de construirse un recinto para los prisioneros.
Entretanto, el fuego proseguía tras de nosotros, en Avesnes —a juzgar por el ruido eran piezas antitanques—, y pronto vimos elevarse llamaradas procedentes, al parecer, de carros o camiones incendiados. Habíamos perdido contacto con el Batallón de Tanques que iba tras de nosotros, y con el 7.° Batallón Motociclista.
Aquello no me preocupaba, porque en la confusión reinante se hacía fácil un embotellamiento. Lo esencial era que habíamos conseguido llegar a nuestro objetivo. Sin embargo, el enemigo —debía tratarse por lo menos de un Batallón de Tanques— hizo buen uso de la brecha abierta en el Regimiento Panzer, y carros pesados franceses empezaron a bloquear la carretera que cruzaba la ciudad. El 2.° Batallón del 25.° Regimiento Panzer trató en seguida de impedirlo, pero su tentativa fracasó, con la pérdida de varios vehículos. La lucha en Avesnes se fue recrudeciendo. Pudimos establecer contacto intermitente con el 2.° Batallón, por medio de la radio. La batalla se prolongó hasta cerca de las cuatro (17 de mayo). Por fin, Hanke, que avanzaba siguiendo mis órdenes desde el oeste contra la poderosa formación enemiga, pudo eliminar a los carros franceses con su «Panzer IV». Amanecía cuando terminó la batalla y pudo ser restablecido el contacto con el 2.° Batallón.
Entretanto, había mandado repetidos mensajes al Cuerpo de Ejército, a través del Estado Mayor Divisionario, preguntando si en vista de nuestra triunfal ruptura de la Línea Maginot, debíamos continuar el avance sobre el Sambre. Al no recibir respuesta, ya que las comunicaciones fallaban, decidí proseguir el ataque al amanecer, con objeto de tomar el cruce del Sambre en Landrecies, manteniéndolo libre. Ordené, por medio de la radio, a las demás unidades que siguieran el avance del Regimiento Panzer en dirección a Landreciés (17 Km. al oeste de Avesnes).
Hacia las cuatro me puse en camino hacia Landreciés, con el batallón de vanguardia del Regimiento Panzer, de Rothenburg. El 7.° Batallón Motociclista, que entretanto se había aproximado, seguía detrás, mientras, más a retaguardia, el resto de la división tomaría también parte en la lucha. El fracaso de las comunicaciones por radio me habían dejado ignorante de la posición exacta de los regimientos, y mis órdenes habían sido lanzadas a la ventura.
Como durante la noche no habían llegado aprovisionamientos, debíamos mostrarnos cautelosos con la munición. Partimos hacia el oeste, bajo la claridad de aquel hermoso día, con nuestras armas en silencio. Muy pronto nos tropezamos con columnas de refugiados y destacamentos de tropas francesas, que se preparaban a marchar. Un verdadero caos de cañones, tanques y vehículos militares se mezclaban en una confusión indescriptible a carromatos de todo género, cubriendo la carretera y sus aledaños. Manteniendo silenciosos nuestros cañones y lanzándonos de vez en cuando a campo traviesa, conseguimos proseguir el avance, rebasando los obstáculos sin gran dificultad. Las tropas francesas, estupefactas, rendían sus armas y partían hacia el este apenas hacíamos acto de presencia. En ningún sitio se nos opuso resistencia. Los tanques enemigos quedaban rápidamente inutilizados, y el avance prosiguió sin el menor obstáculo. Centenares y centenares de soldados se nos rendían, junto con sus oficiales. En algunos lugares hubieron de ser sacados de vehículos que seguían la misma dirección que nosotros.
Un teniente coronel, al que atrapamos en su coche, se mostró extraordinariamente agresivo ante aquella contrariedad. Le pregunté su rango y destino. Sus ojos expresaban un odio y una furia incontenibles, y me pareció hombre de un fanatismo sin límites. Teniendo en cuenta que, debido a la magnitud del tráfico, corríamos el peligro de que nuestra columna quedara seccionada en algunos lugares, decidí llevarlo con nosotros. El Coronel Rothenburg le hizo seña de que subiera a su tanque. Pero rehusó terminantemente, y tras haberle conminado por tres veces a obedecer, no hubo más remedio que abatirlo de un disparo.
Atravesamos Maroilles (12 Km. al oeste de Avesnes), cuyas calles estaban tan abarrotadas, que no era fácil abrirse camino, a pesar de nuestros repetidos gritos de «—¡A la derecha!». El avance continuó con el sol a nuestra espalda, sumergiéndonos en la ligera niebla matinal. A la salida de los pueblos la carretera estaba llena de tropas y de refugiados. Nuestros gritos de «—¡A la derecha!» producían escaso efecto, y la marcha se hizo lenta, mientras los tanques cruzaban el terreno por ambos lados. Por fin, conseguimos llegar a Landrecies, sobre el Sambre, donde tropezamos otra vez con un amontonamiento de vehículos y de tropas que llenaban las calles. Pero no hubo resistencia. Cruzamos el puente sobre el río, al otro lado del cual encontramos un acuartelamiento francés, lleno de tropa. Mientras la columna de tanques pasaba ante él, Hanke penetró en el patio, advirtiendo a los oficiales que formaran sus tropas y las hicieran partir hacia el este.
Aun creyendo que el grueso de la división se acercaba rápidamente a Landrecies, continué el ataque hacia Le Cáteau (13 Km. al oeste de Landrecies). Atravesamos un ancho bosque, que el enemigo utilizaba como depósito de municiones. Como avanzábamos con el sol a la espalda, los centinelas no pudieron distinguirnos hasta que estuvimos prácticamente sobre ellos. Entonces se rindieron. Proseguí adelantando, hasta el monte situado al otro extremo de Le Cáteau, donde finalmente nos detuvimos. Eran las seis y cuarto de la mañana. Mi primera tarea consistió en comprobar si aun existía contacto con la retaguardia, tras de lo cual intenté ponerme al habla con el Cuartel General de la División.
La división de Rommel había avanzado 80 Km. desde la mañana anterior. Su penetración nocturna por medio de los tanques había sido un acto de gran atrevimiento. Tanto entonces como ahora, muchos jefes consideran sumamente arriesgada la continuación del avance en plena obscuridad, aun cuando se trate de explotar una victoria.
A la izquierda de Rommel, las fuerzas de vanguardia de los Cuerpos Panzer Reinhardt y Guderian se encontraban ahora a su mismo nivel. A primeras horas de aquel día, la división que formaba el ala izquierda de Guderian llegaba al Oise por Ribemont, 33 Km. al sur de Le Cáteau. Tal era la amplitud de la brecha por la que habían irrumpido los tanques, que estos marchaban velozmente hacia la costa, a retaguardia de los Ejércitos aliados en Bélgica. Cualquier tentativa encaminada a rodearlos era ya inútil, porque cada vez que el mando francés señalaba una nueva línea de resistencia, era arrollada por los tanques germanos, antes de que las lentas reservas francesas hubieran llegado o entrado en posición.
Ya era hora de que la división consolidara nuestra reciente conquista, reuniendo al enorme número de prisioneros capturados, que formaban aproximadamente los efectivos de dos divisiones mecanizadas. Había mantenido a mi Plana Mayor constantemente informada de los acontecimientos, pero los mensajes fueron transmitidos a la ventura, desde el tanque de mando del Regimiento Panzer, y no existía medio de comprobar si habían alcanzado su destino. No me complació demasiado el saber, poco después, que sólo una pequeña parte del Regimiento Panzer y del Batallón Motociclista se hallaban en el monte, al este de Le Cáteau. Inmediatamente mandé un oficial a retaguardia. Traté de retroceder para establecer contacto, pero pronto caí bajo el fuego de un antitanque que disparaba desde Le Cáteau, y tuve que regresar a mi punto de partida. Entretanto, Rothenburg, con parte del Batallón Panzer Sickenius, había luchado contra tanques franceses y antitanques, en la colina al este de Le Cáteau, reduciéndolos al silencio. Regresé al Batallón Panzer, que entretanto se había fortificado en posición erizo, y esperé allí la llegada de parte de los motociclistas, bajo el mando del Capitán Von Hagen. Me pareció que la situación frente a Le Cáteau era segura, y creyendo que el resto de la división se nos había ya aproximado, ordené a Rothenburg que se mantuviera allí, con la ayuda del Batallón Motociclista, que puse bajo su mando. Inmediatamente me dispuse a partir con mi vehículo de transmisiones y un tanque «Panzer III» como escolta, al objeto de reunir y desplegar a la unidad. Por el camino nos tropezamos con varios vehículos extraviados, pertenecientes al Batallón Motociclista y al Regimiento Panzer, cuyas tripulaciones nos advirtieron de ir con cuidado en Landrecies, ya que varios de nuestros vehículos habían sido atacados por carros. Proseguí (hacia el este) a gran velocidad. Al llegar a Landrecies, el tanque que iba en cabeza se perdió por las calles. Cuando, por fin, alcanzamos la carretera de Avesnes, vimos, a 100 m. de nosotros, un vehículo alemán destruido por el fuego enemigo. Un tanque o antitanque francés debía encontrarse por las cercanías, pero no tenía tiempo para detenerme, y proseguimos nuestro viaje. Al pasar junto a unos motoristas heridos, éstos nos gritaron frenéticamente que los lleváramos con ellos, pero por desgracia no pude ayudarlos. La situación era comprometida. Los dos vehículos cruzaron la zona peligrosa a pleno rendimiento de sus motores, y pronto alcanzamos la carretera de Maroilles. El tanque de escolta sufrió en aquel instante una avería.
Por todas partes se veían ahora vehículos, incluso en plena carretera. Oficiales y soldados franceses acampaban junto a sus armas. Pero, al parecer, no se habían repuesto aún del terror causado por nuestros tanques, y sin pérdida de tiempo los hicimos marchar mediante gritos y señales. No se veían formaciones alemanas por ninguna parte. Proseguimos a gran velocidad, a través de Maroilles. Al este del pueblo descubrimos de improviso un «Panzer IV» averiado, pero con el cañón de 75 mm. intacto. Suspiramos aliviados. En aquellos momentos, un «Panzer IV» significaba una protección muy eficaz.
Por doquier se veían tropas francesas, a ambos lados de la carretera, muchas acampadas junto a sus vehículos. Por desgracia no hubo manera de capturarlas, ya que carecíamos de hombres que las vigilaran. Cuando lográbamos hacerlas caminar hacia el este, obedecían sólo mientras el vehículo acorazado se hallaba a la vista; luego se apresuraban a desaparecer entre los matorrales.
Ordené al «Panzer IV» que no perdiera de vista la colina al este de Maroilles, y que mandara hacia el este cuantos soldados enemigos vinieran en dirección contraria. Reanudamos la marcha, pero apenas habíamos recorrido unos centenares de metros, el conductor nos avisó de que debía detenerse para llenar sus depósitos. Por fortuna llevaba varios bidones de gasolina. Entretanto, Hanke me dijo que, según la tripulación del «Panzer IV», el pueblo situado más allá había sido reconquistado por los franceses. No era cosa de enfrentarse a tanques y antitanques con mi vehículo ligeramente blindado, de modo que regresé junto al «Panzer IV» con la intención de establecer contacto radiado con los diversos sectores de la división, y organizar una rápida maniobra por el territorio conquistado. Por fortuna no se escuchaba ningún disparo por las proximidades.
Apenas me hallaba otra vez junto al «Panzer IV», cuando una compañía motorizada de fusileros apareció en el horizonte, aproximándose rápidamente desde Marbaix (8 Km. al oeste de Landrecies). Como existía ahora la esperanza de que otros destacamentos la siguieran, me puse de nuevo en marcha hacia Avesnes, sin tropezarme con nadie.
A poca distancia de Marbaix, un automóvil francés apareció por un camino lateral, a la izquierda, y cruzó la carretera por delante de mi vehículo blindado. A nuestros gritos se detuvo, y un oficial francés se nos rindió. Tras el automóvil seguía una caravana de camiones que avanzaba entre una densa nube de polvo. Actuando con decisión, hice que la columna torciera hacia Avesnes. Hanke saltó al primer vehículo, mientras yo me mantenía en el cruce durante un rato, gritando a las tropas e indicándoles que rindieran sus armas… La guerra había terminado para aquella gente. Varios de los camiones llevaban ametralladoras emplazadas en antiaéreos. Era imposible distinguir la longitud de la columna a causa del polvo, así es que en cuanto hubieron pasado diez o quince camiones, me puse a su cabeza y la conduje a Avesnes. Poco antes de llegar a la ciudad tuvimos que efectuar un rodeo, por estar la carretera bloqueada por vehículos ardiendo.
Por fin llegamos a la entrada sudoeste de Avesnes, donde encontramos parte del Batallón París (nombre de su jefe), instalado junto al cementerio. Sin detenerse, Hanke llevó el convoy a un lugar despejado, procediendo a desarmar a los soldados. Vimos entonces que nos habían seguido unos cuarenta transportes, muchos de ellos con soldados.
El Cuartel General de la División llegó a Avesnes hacia las cuatro de la tarde y a partir de entonces, una unidad tras otra empezaron a afluir al territorio que habíamos conquistado durante la noche y primeras horas de la mañana. En el transcurso de la operación, el 2.° Batallón y el Regimiento de Artillería impidieron que cuarenta y ocho tanques enemigos entraran en acción al norte de Avesnes. Se encontraban formados a lo largo de la carretera, algunos con el motor en marcha. Varios conductores fueron hechos prisioneros en sus mismos carros. De este modo el 25.° Regimiento Panzer se salvó de un ataque por su retaguardia.
Las pérdidas de la 7.ª División Panzer durante la ruptura de la Línea Maginot (16 y 17 de mayo) fueron, según los partes oficiales de la unidad, 35 muertos y 59 heridos. Los prisioneros hechos en aquél sector ascendían a 10,000 hombres, junto con 100 tanques, 30 vehículos blindados y 27 cañones.
El informe concluye: "La división no ha tenido tiempo para recoger a muchos más prisioneros y material".
Tras haber situado a la división entre Le Cáteau y la frontera francesa al oeste de Sivry, me tomé una hora y media de descanso. Poco después de medianoche llegaron órdenes de proseguir el ataque al día siguiente, 18 de mayo, en dirección a Cambrai. Hacia las siete de la mañana se presentó el ayudante del 25.° Regimiento Panzer, informando de que una poderosa fuerza enemiga se había instalado en el bosque de Pommereuille (a mitad de camino entre Landrecies y Le Cáteau). El oficial se las había compuesto para atravesar las líneas, de oeste a este, en un vehículo blindado, aprovechando la obscuridad nocturna. El 25.° Regimiento Panzer, que aun ocupaba posiciones al este de Le Cáteau, necesitaba con urgencia gasolina y municiones, y el comandante le había ordenado que se los procurase con la máxima urgencia.
Hacia las ocho puse en marcha una parte del Batallón Panzer, en dirección a Landrecies y Le Cáteau, con orden de establecer contacto con el regimiento y llevarle cuanto necesitaba. El 37.° Batallón Blindado de Reconocimiento seguiría detrás. Acompañado de Most y Hanke alcancé más tarde el grupo del Batallón Panzer en el bosque, a 1 Km. al este de Pommereuille, enzarzado en acción contra tanques franceses que interceptaban la carretera. La lucha era violenta y no existían posibilidades de rebasar al enemigo por los flancos. Nuestros cañones parecían ineficaces contra los fuertes blindajes franceses.
Dichos tanques llevaban una protección de entre 40 y 60 mm., mientras la de los germanos de tipo medio era de sólo 30, y aun menor en los ligeros.
Permanecimos algún tiempo observando la batalla de cerca, hasta que finalmente decidí llevar el batallón por el bosque vía Ors (6 Km. al sudoeste de Landrecies). Nos tropezamos otra vez con los franceses en los arrabales al norte de Ors, y el avance se hizo lento. Por alguna razón desconocida la columna de combustible y amunicionamiento del Regimiento Panzer no seguía al batallón. Era mediodía cuando finalmente llegamos a las posiciones de Rothenburg. Éste nos informó de que sus soldados habían rechazado fuertes ataques enemigos, pero que no podía avanzar por carecer de gasolina y munición. Por desgracia no me encontraba en situación de poder ayudarle en aquellos momentos.
Fueron enviadas a Pommereuille las fuerzas necesarias para abrir el camino más corto hacia Landrecies. Entretanto, una concentración artillera francesa empezaba a tender una espesa barrera ante nuestra posición erizo. El fuego era preciso, y hubimos de evacuar parte de nuestro sector. Confiando en que la lucha en Pommereuille quedara rápidamente decidida a nuestro favor, di órdenes al Regimiento Panzer para que se agrupara para el ataque a Cambrai. Hacia las tres de la tarde la situación se había estabilizado lo suficiente como para iniciar el avance.
Los pasajes que siguen en la narración de Rommel son muy detallados, pero carecen de interés, y hemos creído mejor suprimirlos. La columna de combustible y amunicionamiento dejada al sudeste del bosque de Pommereuille no alcanzó a los dos batallones del 25.° Regimiento Panzer, situados cerca de Le Cdteau hasta varias horas más tarde. Para cuando los tanques estuvieron lo suficientemente pertrechados, el Batallón Panzer al mando de Rommel se encontraba ya muy lejos por la carretera de Cambrai.
Ordené al Batallón París, reforzado, que asegurase las carreteras que conducían a Cambrai, hacia el nordeste y norte, lo más rápidamente posible. Llevando en cabeza sus escasos tanques y dos destacamentos de antiaéreos motorizados, el batallón maniobró sobre un amplio frente y en una gran profundidad, a través de los campos, hacia el noroeste, levantando una espesa nube de polvo. De vez en cuando los tanques y los antiaéreos disparaban ráfagas sobre los arrabales septentrionales de Cambrai. Incapaz de observar, a causa del polvo, que la mayoría de nuestros vehículos eran de escaso blindaje, el enemigo creyó que un ataque en gran escala se aproximaba a la ciudad, y no opuso resistencia alguna.
Nada más fácil que el modo en que el Mando francés utilizó sus unidades acorazadas. Tenía 53 batallones de tanques, contra los 36 de los alemanes. Pero estos últimos formaban en divisiones (diez), mientras casi la mitad de los franceses estaban destinados al apoyo de la infantería. Además, incluso sus siete divisiones de Upo blindado se utilizaron fragmentariamente.
Antes de la guerra las únicas formaciones acorazadas francesas fueron las llamadas «divisiones ligeras mecanizadas» (200 tanques), procedentes de la antigua caballería. Los franceses tenían tres de ellas, que se emplearon en Bélgica. Existían también cuatro divisiones «acorazadas» de sólo 150 tanques, formadas durante el invierno. Éstas fueron arrojadas separadamente, una a una, contra las siete alemanas (de 260 tanques cada una) que atravesaron el Mosa como una vasta falange. La 1.ª División Acorazada francesa se dirigió contra Dinant, pero se quedó sin combustible y fue rebasada, como ya se contó antes. La 3.ª partió hacia Sedan, donde fue diseccionada para apoyar allí a la infantería. Estos fragmentos quedaron arrollados por las tres divisiones de Guderian. La 4.ª, al mando de De Gaulle, formada recientemente y todavía incompleta, entró en acción contra el flanco de Guderian, mientras éste avanzaba hacia el Oise, pero fue barrida hacia un lado. La 2.ª quedó desplegada en un trecho de 40 Km., a lo largo del río. pero las dos divisiones de vanguardia de Guderian rompieron tal débil línea de fracciones aisladas.
Las tres divisiones mecanizadas de Bélgica se estaban reuniendo al norte de Cambrai, y aunque dos de ellas habían sufrido serias pérdidas en su lucha contra el Cuerpo Panzer de Hoeppner, en la llanura belga, constituían aún una poderosa fuerza. El día 19 se les ordenó marchar al sur, sobre Cambrai y St. Quentin, pero no lo hicieron, porque gran número de sus tanques habían sido destinados a apoyar la infantería en diversos lugares.
En cuanto a los ingleses, tenían en Francia sólo diez unidades de tanques, distribuidas entre las divisiones de infantería. La 3.ª División Blindada no embarcó hacia Francia hasta haberse iniciado la ofensiva alemana.