Agradecimientos

AGRADECIMIENTOS

Esta novela es deudora de muchas personas que la han acompañado a lo largo de toda su elaboración:

Octavio Serrano abrió el trabajo de esta novela llevándome a conocer los restos abandonados de los barracones del batallón de trabajadores de La Colonia, en terrenos del Terrerón, junto al pueblo de Tuilla. Allí tuvimos la fortuna de encontrar a Manuel Vázquez Vigil, «Manolín, el de Lourdes», quien nos acompañó en la visita, haciendo gala de una memoria asombrosa al relatarnos los tiempos en los que allí estuvieron confinados los prisioneros.

A Luis Arcadio Zapatero le debo haberme puesto en contacto en Nava con Benigno Corte, centenario de Priandi, quien me contó de las penalidades que padeció como «huido» en el monte durante dos años, hasta que su familia logró las garantías suficientes para que pudiera entregarse.

Marisa, de Villaescusa, me presentó a su tío Alfonso García, quien, a pesar del miedo que le infundía la grabadora, finalmente compartió conmigo sus recuerdos sobre la Guerra Civil.

Faustino Rodríguez Alonso, minero jubilado, me estuvo ilustrando acerca de las cosas de la mina.

A Herminio Rodríguez Alonso, hermano de Faustino, le debo el placer de una larga conversación en su casa en Valdesoto, donde aprendí mucho de los trabajos en la mina de los años cuarenta y cincuenta. Sus recuerdos llegan a los turbulentos tiempos de la revolución del 34.

En una cadena de contactos a Patricio le debo haberme puesto en contacto con Sinesio Antuña, su cuñado, que fue practicante en el pozo Mosquitera. Será Sinesio quien me encaminará para conocer en Los Pozos a Fermín Ordiales, «Madreñines», antiguo miliciano, madreñero y minero que goza de unos saludables noventa años, fino sentido del humor y buena memoria. Charo, de la biblioteca de Carbayín, y con el permiso del protagonista, me proporcionó los libros autobiográficos de Fermín Ordiales, «Madreñines», y también me mostró parte de las fotografías de la época tomadas en el pueblo que atesora en la biblioteca.

María Teresa Suárez Fonseca, hija de Flor de Nicanor, me habló de Casa Flor de Nicanor, la taberna de Carbayín Alto que regentó su padre y donde es probable que se refugiara mi abuela huyendo del soldado moro.

Fina, la del Molín de Fon, o Molín del Alférez, con una memoria privilegiada, me regaló el recuerdo del que hago uso en el libro de cuando los hambrientos acudían a pedir harina al molino de sus padres, y su madre se veía obligada a hacer equilibrios entre la caridad y la necesidad de atender a las catorce bocas de su casa. También se tomó la molestia de confirmar (tras contactar con unas amigas) la existencia de prisioneros de guerra en Mosquitera.

Pepín Roces, de La Braña, me abrió la puerta de su casa para narrarme con paciencia los años de resistencia en Tuilla y la dureza de la represión que se cebó con intensidad en toda la cuenca minera. Debo a Luisma, de la Casa del Pueblo de Tuilla, el que me haya puesto en contacto con Pepín Roces.

Ángeles Villa, amiga de infancia de mi madre, me asomó a los escenarios de su niñez en Carbayín, proveyéndome además de libros con los que documentarme.

Hilda Loredo y José Antonio Orviz también me ilustraron de aquella época tan lejana y plagada de necesidades, aunque ahora les parezca imposible haber pasado por todo lo que pasaron.

A todas estas personas les agradezco infinito que hayan puesto a mi disposición los recuerdos del tiempo que les tocó vivir. Espero que disfruten con esta novela y que reconozcan en ella un cierto eco de su pasado.

Además de los testimonios orales, sin los cuales esta obra habría sido imposible, debo agradecer también su ayuda.

A la amiga de mi hermana Yolanda, María José Vián del Pozo, de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Valladolid, que recopiló toda la información oficial relativa a las condenas y encarcelamiento de mi abuelo Ignacio Blas Notario.

A José María Viján le debo el lujo de haberme conseguido una visita guiada por el pozo Santiago, donde pude comprobar la dureza del trabajo de la mina en uno de los pocos talleres de extracción manual que quedan en Asturias.

A Helios tengo que agradecerle que me haya proporcionado libros que guarda con gran cariño y extremo cuidado y que pertenecieron a su abuelo. Me han sido de gran utilidad.

Mili y Graciela me consiguieron una grabación de la Televisión local de Gijón (siento no recordar cuál era el programa) donde las gentes de Valdesoto y Negales recordaban los viejos tiempos para la cámara.

Emilio Feito Mayo, gracias a su pericia con el ordenador, logró que los documentos fueran legibles y restauró con maestría la vieja fotografía de Ignacio.

A Nacho, de la librería San Vicente, de Pola de Siero, por buscar y prestarme el libro que habla sobre la minería en Carbayín.

Mi agradecimiento al personal de la biblioteca de Pola de Siero, por haberme ayudado en la búsqueda de material bibliográfico.

Mi amigo Juanjo, mi cuñado Balta y el cuñado de Raquel, Miguel Ángel Pascual, «Lauelino», se han preocupado de que los errores que el autor se ha permitido en los capítulos que transcurren dentro de la mina no sean demasiado sonrojantes.

A Raquel Díaz Orbiz le debo la traducción a ese asturiano de andar por casa que usan algunos personajes secundarios de la novela. Habría sido más fiel a la realidad que el personaje que nace a la luz de mi abuela y toda su familia también apareciesen hablando así, pero decidí castellanizarlos casi por completo para facilitar la lectura de la novela.

Tengo que agradecer a mi hermano Fernando que haya leído la novela y que, con su lectura crítica, me haya permitido enriquecerla.

A mi hermana Yolanda le debo las fotografías de época de mi abuelo, así como el haberme conseguido, a través de su amiga de la Recuperación de la Memoria Histórica, los papeles del encarcelamiento de mi abuelo y su final puesta en libertad.

Mi editora, Olga García de la Rosa, me animó desde el principio a centrarme en esta novela, y me brindó sus consejos de manera desinteresada a sabiendas de que existían muchas posibilidades de que llegara a no editarla con ella.

Y, finalmente, a Carlos Corrales, a Manolo Carrero, a Mari Ángeles (Feliú) y a María Luisa les debo el haberme acompañado en este año tan largo. Amigos, con vosotros escribir es menos duro.