[93]
De esta obra sólo existe una copia a máquina (realizada por mi padre); no hay rastro de ningún borrador o notas preliminares. Que el Quenta o, en cualquier caso, su mayor parte se escribió en 1930 a mi parecer es algo que se puede deducir con seguridad (véase el comentario sobre § 10, pp. 208-209. Después de una sección inicial bastante diferente (que es el origen del Valaquenta), el texto se convierte en una reescritura y ampliación del «Esbozo de la Mitología»; y rápidamente se hace evidente que mi padre tenía E (el «Esbozo») delante de él cuando escribió el Quenta (al que me referiré como «Q»). El último se aproxima a la forma publicada de El Silmarillion, tanto en estructura como en lenguaje (de hecho es posible advertir en E las primeras versiones de muchas frases).
Eriol (como en E; no Ælfwine) se menciona tanto en el título de Q como al final de la obra, y su llegada a Kortirion, pero (de nuevo como en E) no hay rastro de La Cabaña del Juego Perdido. Como he dicho de su ausencia en E (pp. 53-54), esto no demuestra que mi padre hubiera rechazado la concepción totalmente: en E puede haberla omitido debido a que su propósito era únicamente el de contar la historia de los Días Antiguos de forma condensada, mientras que en el título de Q se dice que la obra fue «extraída del Libro de los Cuentos Perdidos que escribió Eriol de Leithien». Por lo menos entonces, podemos creer, todavía existía algún escrito según el cual a Eriol le contaron Los Cuentos Perdidos en Kortirion.[77]
El título deja muy claro que aunque Q se escribió como una obra completa, mi padre lo veía como un compendio, una «breve historia» que fue «extraída» de un trabajo mucho más extenso; y este aspecto siguió siendo un elemento importante en su concepción de «El Silmarillion» propiamente dicho. No sé si su idea en verdad surgió del hecho de que el punto de partida de la segunda fase de la narrativa mitológica era una sinopsis condensada (E), pero parece bastante [94] probable, debido a la continuidad paso a paso que conduce de E a través de Q a la versión que se interrumpió hacia finales de 1937.
Resulta bastante probable que la mayor parte de las extensiones y elaboraciones de Q surgieran en el curso de su composición, y que aunque Q contiene rasgos, omitidos en E, que se remontan a la primera versión, esos rasgos sólo indican una evocación de los Cuentos Perdidos (supuestamente, en cualquier caso, y sin duda una evocación muy clara), no un pequeño cambio respecto al texto real. En ese caso, sería posible encontrar la reaparición de fraseología real aquí y allá, pero parece obvio que no es así.
La historia del texto escrito a máquina se vuelve más bien compleja hacia el final (desde § 15), donde mi padre amplió y reescribió a máquina partes del texto (aunque las páginas descartadas no se destruyeron). Pero no veo motivo para pensar que transcurriera mucho tiempo entre las dos versiones, pues cerca del mismo final (§ 19) el texto a máquina original se acaba, y sólo la segunda versión continúa hasta la conclusión del Quenta; por esta razón es más que probable que las revisiones pertenezcan a la misma época que el texto original.
Con posterioridad se revisó todo el texto, haciéndose las correcciones con cuidado y a tinta; estos cambios, aunque frecuentes, en su mayoría son pequeños, y muy a menudo no más que ligeras alteraciones de expresión. Es obvio que esta «capa» de corrección fue la primera;[78] después se realizaron más cambios en épocas diferentes, a menudo muy apresuradamente y no siempre legibles a lápiz. Resulta evidente que presentar el texto tal como se escribió a máquina por primera vez, con anotaciones de cada pequeña mejora estilística, es innecesario, y, en cualquier caso, requeriría la introducción en el texto de un sinfín de números de referencia a las notas. El texto dado aquí incluye, por lo tanto, sin anotaciones, todos los cambios menores que bajo ningún aspecto afectan el curso de la narrativa o alteran sus implicaciones. Las correcciones que no se incorporan al texto pero sí se recogen en las notas están marcadas como «cambios tardíos», si son claramente distinguibles, que no siempre es el caso, de la primera «capa» descrita arriba.
He partido el texto en las mismas 19 divisiones hechas en E (véase p. 18); pero como el inicio de Q no tiene nada correspondiente en E, esta sección no recibe ningún número.
[95]
EL QUENTA
aquí es
QENTA NOLDORINWA
o
Pennas-na-Ngoelaidh
Ésta es la breve Historia de los Noldoli
o Gnomos, extraída del Libro de los Cuentos Perdidos
que escribió Eriol de Leithien,
después de leer el Libro Dorado,
que los Eldar llaman Parma
Kuluina[79] en Kortirion en Tol Eressëa,
la Isla Solitaria.
Después de la creación del Mundo por el Padre de Todos, que en la lengua élfica se llama Ilúvatar, muchos de los espíritus más poderosos que moraban con él vinieron al mundo para gobernarlo, porque viéndolo desde lejos después de la creación quedaron inundados de gozo por su belleza. A estos espíritus los Elfos los llamaron los Valar, que significa los Poderes, aunque a menudo los hombres los han llamado Dioses. A muchos espíritus[80] trajeron en su séquito, tanto grandes como pequeños, y a algunos de éstos los Hombres los han confundido con los Eldar o Elfos: pero equivocadamente, pues existían antes del mundo, pero los Elfos y los Hombres despertaron por primera vez en el mundo después de la llegada de los Valar. Sin embargo, en la creación de los Elfos y de los Hombres y en la concesión a cada uno de sus dones especiales sólo Ilúvatar tomó parte; por lo que son llamados los Hijos del Mundo o de Ilúvatar.
Los capitanes de los Valar eran nueve. Éstos eran los nombres de los Nueve Dioses en la lengua élfica tal como se hablaba en Valinor, aunque tenían otros o nombres alterados en la lengua de los Gnomos, y sus nombres entre los Hombres son múltiples. Manwë era el Señor de los Dioses y Príncipes de los aires y [96] vientos y el gobernador del cielo. Con él moraba como esposa la dama inmortal de las alturas, Varda, la hacedora de estrellas. El siguiente en poder y el más próximo en amistad a Manwë era Ulmo, Señor de las Aguas, que mora solo en los Mares Exteriores, pero tiene bajo su poder todas las olas y aguas, ríos, fuentes y manantiales de la tierra entera. Súbdito de él, aunque a menudo es de espíritu rebelde, es Ossë, el señor de los mares de las tierras de los Hombres, cuya esposa es Uinen, la Dama del Mar. Su cabello se extiende por todas las aguas bajo los cielos. De poder casi igual al de Ulmo era Aulë. Era un herrero y señor de las artes, pero su esposa era Yavanna, amante de los frutos y de todos los productos de la tierra. Entre las damas de los Valar seguía en poder a Varda. Muy hermosa era, y a menudo los Elfos la llamaron Palúrien, las Entrañas de la Tierra.
Los Fanturi fueron llamados los hermanos Mandos y Lórien. El primero también fue llamado Nefantur, el señor de la casa de los muertos, y el recolector de los espíritus de los muertos. Olofantur era el otro, creador de visiones y de sueños; y sus jardines en la tierra de los Dioses eran los más hermosos de todos los lugares del mundo y estaban llenos de muchos espíritus bellos y poderosos.
El más fuerte en cuerpo de todos los Dioses y más grande en hazañas de habilidad y valor era Tulkas, por lo que fue apodado Poldórëa, el Fuerte,[81] y era el enemigo y adversario de Melko. Oromë era un señor poderoso y un poco inferior en fuerza a Tulkas. Era cazador, y amaba los árboles (por lo que lo llamaron Aldaron y los Gnomos Tavros,[82] Señor de los Bosques), y se deleitaba con los caballos y los sabuesos. Cazaba incluso en la tierra oscura antes de que se encendiera el Sol, y sonoros eran sus cuernos, como todavía lo son en los estuarios y dehesas que Oromë posee en Valinor. Vana era su esposa, la Reina de las Flores, la hermana menor de Varda y Palúrien, y la belleza tanto del cielo como de la tierra se encuentra en su rostro y sus obras. Pero más poderosa que ella es Nienna, quien mora con Nefantur Mandos. La piedad está en su corazón, y el dolor y el llanto la invaden, pero la sombra es su reino y la noche su trono.
Último nombran todos a Melko. Pero los Gnomos, quienes son los que más han padecido de su maldad, no pronuncian su nombre (Moeleg) en la forma de su propia lengua, sino que lo [97] llaman Morgoth Bauglir, el Terrible Dios Negro. Muy poderoso lo hizo Ilúvatar, y poseía parte de los poderes de todos los Valar, pero a usos malignos los dedicó. Codiciaba él mundo y la autoridad de Manwë, y los reinos de todos los Dioses; y el orgullo y los celos y la codicia no cesaron de crecer en su corazón, hasta que dejó de ser como sus sabios y poderosos hermanos. Amaba la violencia, y la ira y la destrucción, y todos los excesos del frío y de la llama. Pero lo que más usó para sus obras fue la oscuridad y la convirtió en algo maligno y en un nombre de horror entre los Elfos y los Hombres.
Los acentos se colocaron en toda la obra a mano (la máquina de escribir no los tenía), y además se colocaron unos signos cortos en ciertos nombres de esta sección: Fantŭri, Ŏlŏfantur, Ŏrŏmĕ, Aldăron, Vănă.
En el comienzo del dominio de los Valar éstos vieron que el mundo estaba oscuro, y se diseminó luz por los aires y tierras y mares. Crearon dos poderosas lámparas para la iluminación del mundo y las colocaron en vastos pilares en el Norte y el Sur. Moraban en una isla en los mares mientras trabajaban en las primeras tareas de la ordenación de la tierra. Pero Morgoth contendió con ellos e hizo guerra. Derribó las lámparas, y en la confusa oscuridad levantó el mar contra la isla. Entonces los Dioses se trasladaron al Oeste, donde desde entonces han estado siempre sus moradas, pero Morgoth escapó, y en el Norte construyó una fortaleza y grandes cavernas subterráneas. Y en aquella época los Valar no pudieron vencerlo o tomarlo prisionero. Por lo tanto, construyeron en el extremo Oeste la tierra de Valinor. La rodeaba el Mar Exterior, y detrás estaba el Muro del Mundo, que mantiene fuera el Vacío y la Oscuridad Antigua; pero al este erigieron las Montañas de Valinor, que son las más altas de la tierra. En Valinor reunieron toda la luz y todas [98] las cosas hermosas, y construyeron sus muchas mansiones, jardines y torres. En el centro de la llanura se encontraba la ciudad de los Dioses, Valmar la hermosa, de muchas campanas. Pero Manwë y Varda tienen recintos sobre la más alta de las Montañas de Valinor, desde donde pueden ver a través del mundo incluso al Este. A esa cima sagrada los Elfos la llamaron Taniquetil, y los Gnomos Taingwethil, que en la lengua de esta isla de antaño era Tindbrenting.
En Valinor Yavanna plantó dos árboles en la gran llanura no lejos de las puertas de Valmar la bendita. Bajo sus canciones crecieron, y de todas las cosas que crearon los Dioses son las que más fama tienen, y alrededor de su destino están tejidas todas las historias del mundo. Uno tenía hojas verdes oscuro, que por abajo eran de plata brillante, y flores blancas como las del cerezo, de las cuales caía un rocío constante de luz plateada. El otro tenía hojas de un verde tierno como el haya recién florecida. Sus bordes eran de oro brillante. Flores amarillas colgaban de sus ramas como las flores colgantes de los laburnos, que los Hombres ahora llaman Lluvia Dorada. Pero de esas flores salía calor y una luz llameante. Durante siete horas los árboles crecían hasta la gloria plena, y durante siete horas menguaban.[83] Uno seguía al otro, y así dos veces al día había en Valinor una hora de luz más suave, cuando los dos árboles estaban débiles y su brillo de oro y plata se mezclaba; pues después de que el blanco Silpion floreciera durante seis horas despertaba el dorado Laurelin. Pero Silpion era el mayor de los Árboles, y la primera hora que brilló los Dioses no la incluyeron en la cuenta de las horas, y la llamaron la Hora de la Apertura, y en aquella hora fijaron el comienzo de su reinado en Valinor; y así en la sexta hora del primero de los días Silpion acabó su primera floración, y en la duodécima concluyó el primer florecimiento de Laurelin. A estos Árboles los Gnomos los llamaron en tiempos posteriores Bansil y Glingol; pero los Hombres no tienen nombres para ellos, pues su luz fue aniquilada antes de la llegada de los hijos más jóvenes de Ilúvatar a la tierra.[84]
[100]
En todo este tiempo, desde que Morgoth derribara las lámparas, las Tierras Exteriores[85] al este de las Montañas de Valinor estuvieron sin luz. Mientras las lámparas brillaron comenzó el crecimiento, pero ahora se vio frenado debido a la oscuridad. Pero la más vieja de todas las cosas ya crecía sobre el mundo: las grandes algas del mar, y en la tierra la sombra oscura de tejos y abetos y hiedras, y cosas pequeñas, pálidas y silenciosas a sus pies.[86] En tales bosques a veces cazaba Oromë, pero a excepción de Oromë y Yavanna los Valar no salían de Valinor, mientras que en el Norte Morgoth construía su fuerza y agrupaba a su progenie demoníaca a su alrededor, a la que los Gnomos conocieron después como Balrogs con látigos de fuego. Hizo a las hordas de Orcos de piedra, pero sus corazones de odio. Los Gnomos los han llamado Glamhoth, pueblo del odio. Trasgos se los puede llamar, pero en días antiguos eran fuertes y crueles y fieros. Así dominó él. Entonces Varda contempló la oscuridad y se conmovió. Acumuló la luz plateada que goteaba de las ramas de Silpion y de ella creó las estrellas. Razón por la que se la llama Tinwetári, Reina de las Estrellas, y los Gnomos Tim-Bridhil. Los cielos apagados esparció con estos brillantes globos de llama plateada, y muy alto en el Norte, un desafío a Morgoth, colocó la corona de Siete poderosas Estrellas para que allí colgara, el emblema de los Dioses, y señal de la perdición de Morgoth. Muchos nombres éstas han recibido; pero en los viejos días del Norte tanto los Elfos como los Hombres la llamaron la Pipa Ardiente, y algunos la Hoz de los Dioses. [102]
Se dice que en la creación de las estrellas los hijos de la Tierra despertaron: los hijos mayores de Ilúvatar. A sí mismos se llamaron los Eldar, a los que nosotros llamamos Elfos, pero en el principio eran más poderosos y más fuertes, aunque no más hermosos. Fue Oromë quien los encontró, viviendo junto a un lago iluminado por las estrellas, Cuiviénen,[87] Agua del Despertar, lejos en el Este. Veloz cabalgó de regreso a Valinor colmado con el pensamiento de su belleza. Cuando los Valar oyeron sus noticias, meditaron largo tiempo, y recordaron su deber. Pues vinieron al mundo sabiendo que su función era el de gobernarlo para los hijos de Ilúvatar que después vendrían, cada uno en el momento establecido.
Así sucedió que debido a los Elfos los Dioses atacaron la fortaleza de Morgoth en el Norte; y él jamás lo olvidó. Poco saben los Elfos o los Hombres de aquella gran cabalgata del poder del Oeste contra el Norte y de la guerra y el tumulto de la batalla[88] de los Dioses. Fue Tulkas quien venció a Morgoth y lo tomó prisionero, y el mundo tuvo paz durante una larga edad. Pero la fortaleza que había construido Morgoth estaba escondida con artifìcio en mazmorras y cavernas en la profundidad de la tierra, y los Dioses no la destruyeron por completo, y muchas cosas malignas de Morgoth siguieron allí, o se atrevieron a errar por los senderos secretos del mundo.
A Morgoth los Dioses lo llevaron encadenado a Valinor, y fue confinado a prisión en las grandes estancias de Mandos, de las que nadie, Dios, Elfo u Hombre, ha escapado jamás, salvo por voluntad de los Valar. Son vastas y fuertes, y están construidas en el Norte de la tierra de Valinor. A los Eldalië,[89] el pueblo de los Elfos, los Dioses invitaron a Valinor, pues estaban enamorados de la belleza de esa raza y porque temían por ellos en la noche iluminada por las estrellas, y desconocían qué engaños y maldades de Morgoth erraban aún por allí.
Por propia voluntad, mas con miedo al poder y majestad de los Dioses, los Elfos obedecieron. Entonces, prepararon una gran marcha desde sus primeros hogares en el Este. Cuando todo estuvo listo, Oromë marchó a su cabeza en su caballo blanco con herraduras de oro. Se dispone a los Eldalië en tres huestes. La primera en marchar fue conducida por el más alto de toda la raza élfìca cuyo nombre era Ingwë, Señor de Elfos. [103] Los Gnomos ahora lo llaman Ing, pero él jamás regresó a las Tierras Exteriores hasta cerca del final de estas historias.[90] Su propio pueblo era llamado Quendi,[91] a veces los únicos a quienes llaman Elfos; son los Elfos de la Luz y los amados de Manwë y su esposa. Luego iban los Noldoli. Nosotros podemos llamarlos Gnomos, un nombre de sabiduría; son los Elfos Profundos, y en aquella marcha su señor era el poderoso Finwë, a quien su propio pueblo en su lengua, que luego cambiaría, llama Finn.[92] Su linaje es famoso en las canciones élficas, y de él estos cuentos tienen mucho que decir, pues lucharon y se afanaron larga y dolorosamente en las tierras del Norte de antaño. En tercer lugar fueron los Teleri. Se los puede llamar los Jinetes de la Espuma; son los Elfos del Mar, y Solosimpi[93] se los llamó en Valinor, los flautistas de las costas.[94] Su señor era Elwë (o Elu).[95]
Muchos de la raza élfica se perdieron en los largos y oscuros caminos, y vagaron por los bosques y montañas del mundo, y jamás fueron a Valinor ni vieron la luz de los Dos Arboles. Por ello se los llama los Ilkorindi, los Elfos que nunca moraron en Côr,[96] la ciudad de los Eldar en la tierra de los Dioses. Ellos son los Elfos Oscuros, y muchas son sus dispersas tribus, y muchas son sus lenguas.
De los Elfos Oscuros el capitán más famoso fue Thingol. Por esta razón jamás fue a Valinor. Melian era un hada. Moraba en los jardines de Lórien, y entre su hermoso pueblo no había nadie que la superara en belleza, ni nadie más sabio ni más diestro con la canción mágica y los sortilegios. Se dice que los Dioses dejaban sus quehaceres, y los pájaros de Valinor su trinar, que las campanas de Valmar guardaban silencio y las fuentes cesaban de correr cuando durante la mezcla de la luz Melian cantaba en los jardines del Dios de los Sueños. Siempre la acompañaban los ruiseñores, y ella les enseñó su canción. Pero amaba la sombra profunda, y a menudo se perdía en largos viajes a las Tierras Exteriores, y allí llenaba el silencio del mundo naciente con la voz y las voces de sus pájaros.
Thingol oyó a los ruiseñores de Melian y quedó encantado, y dejó a su pueblo. Encontró a Melian bajo los árboles y quedó sumido en un sueño y un gran sopor, de modo que su pueblo lo buscó en vano. En días posteriores, Melian y Thingol se convirtieron en la Reina y el Rey de los Elfos de la Floresta de Doriath; y a los recintos de Thingol se los llamó las Mil Cavernas. [104]
Con el tiempo las huestes de los Eldar llegaron a las últimas costas del Oeste[97] En los días antiguos las costas del Norte se inclinaban siempre hacia el oeste, hasta que en las partes más septentrionales de la Tierra sólo un mar estrecho dividía la tierra de los Dioses de las Tierras Exteriores[98]; pero este mar estrecho estaba lleno de hielo crujiente, debido a la violencia de las heladas de Morgoth. En el lugar donde las huestes álficas miraron por primera vez el mar maravilladas, un océano ancho y oscuro se extendía entre ellas y las Montañas de Valinor. En la espera, miraron por encima de las olas; y Ulmo, enviado por los Valar, desarraigó la isla medio hundida en la que los Dioses habían morado por primera vez, y la arrastró hasta las costas occidentales. Allí embarcó a los Quendi[99] y a los Noldoli, pues fueron los primeros en llegar, mientras que los Teleri venían detrás y no llegaron hasta que él se hubo marchado. Así llevó a los Quendi y a los Noldoli a las largas costas al pie de las Montañas de Valinor, y entraron en la tierra de los Dioses, y fueron bienvenidos a [105] su gloria y su felicidad. Así pues, los Teleri moraron largo tiempo junto a las costas del mar, esperando el regreso de Ulmo, y llegaron a amar el mar, y compusieron canciones llenas de su sonido. Y Ossë los amó a ellos y a la música de sus voces, y sentándose sobre las rocas les habló. Por ello grande fue su dolor cuando Ulmo al fin regresó para llevarlos a Valinor. Convenció a algunos de que se quedaran en las playas del mundo, pero la mayoría embarcó en la isla y fue arrastrada lejos. Entonces, Ossë los siguió y, se dice que en rebeldía, cogió la isla y la encadenó al fondo del mar, lejos, en la Bahía de Faërie, desde donde se podían ver sólo nebulosamente las Montañas de Valinor y la luz de los reinos que había detrás y que se filtraba a través de los pasos de las colinas. Allí permaneció durante muchas edades. No había ninguna otra tierra cerca, y se la llamó Tol-Eressëa, o la Isla Solitaria. Allí moraron mucho tiempo los Teleri, y aprendieron una extraña música de Ossë, quien creó a las aves marinas para complacerlos. De esta larga residencia apartados surgió la división de la lengua de los Jinetes de la Espuma y de los Elfos de Valinor.
A los otros Elfos los Valar les dieron un hogar y una morada. Debido a que incluso entre los jardines de los Dioses iluminados por los Árboles anhelaban de cuando en cuando ver las estrellas, se abrió una hondonada en las montañas circundantes, y allí en un valle profundo que bajaba hasta el mar se levantó la colina verde de Côr[100] Desde el Oeste los Árboles brillaban sobre ella; al Este daba a la Bahía de Faërie y a la Isla Solitaria y a los Mares Sombríos. Así pues, algo de la luz bendita de Valinor llegó a las tierras de fuera, y cayó sobre la Isla Solitaria, y la costa occidental creció verde y hermosa. Allí salieron las primeras flores que existieron al este de las montañas de los Dioses.
En la cima de Côr se construyó la ciudad de los Elfos, los muros y torres y terrazas blancos de Tûn. La más alta de esas torres era la torre de Ing,[101] cuya lámpara de plata penetraba lejos en las nieblas del mar, pero pocos son los barcos de los mortales que alguna vez han visto su maravilloso rayo de luz. Allí moraron los Elfos y los Gnomos. A los que más amaron Manwë y Varda fueron los Quendi, los Elfos de la Luz,[102] y sagradas e inmortales fueron todas sus hazañas y canciones. Los Noldoli, los Elfos Profundos, que los Hombres llaman Gnomos, fueron amados [106] por Aulë, y por Mandos el sabio; y grandes fueron su arte, su magia y su habilidad, pero mayor aún su sed de conocimiento y su deseo de hacer cosas maravillosas y nuevas. De su habilidad en Valinor inventaron gemas y las hicieron en miríadas incontables, y llenaron toda Tûn con ellas, y todas las estancias de los Dioses se enriquecieron.[103]
Como los Noldoli regresaron después a las Grandes[104] Tierras, y estas historias tratan en su mayoría de ellos, se puede decir aquí, usando los nombres en la forma de la lengua gnómica que se habló largo tiempo en la tierra, que el Rey de los Gnomos fue Finn.[105] Sus hijos fueron Fëanor, Fingolfin y Finrod. De éstos el más diestro fue Fëanor, el más versado en el saber de toda su raza; Fingolfin el más poderoso y más valiente; Finrod el más hermoso y el de corazón más sabio. Los siete hijos de Fëanor fueron Maidros, el alto; Maglor, un músico y poderoso cantante cuya voz llegaba lejos más allá de colina y mar; Celegorm, el hermoso; Curufin, el hábil, heredero de casi toda la destreza de su padre; y Cranthir, el oscuro; y los últimos Damrod y Díriel, que luego fueron grandes cazadores en el mundo, aunque no más que Celegorm el hermoso, el amigo de Oromë. Los hijos de Fingolfin fueron Finweg,[106] que luego fue rey de los Gnomos en el Norte del Mundo, y Turgon de Gondolin; y su hija fue Isfin la Blanca. Los hijos de Finrod fueron Felagund, Orodreth, Angrod y Egnor.
En aquellos lejanos días Fëanor emprendió una vez una labor larga y maravillosa, e invocó todo su poder y toda su magia sutil, pues tenía el objetivo de hacer una cosa más hermosa que cualquiera de las que hubieran creado los Eldar hasta entonces, que durara más allá del final de todo. Tres joyas hizo, y las llamó Silmarils. Un fuego viviente ardía dentro de ellas, que combinaba la luz de los Dos Arboles; con su propia luz brillaban incluso en la oscuridad; la carne mortal impura no podía tocarlas, pues se marchitaba y se quemaba. Para los Elfos estas joyas tenían más valor que cualquier otro trabajo salido de sus manos, y Manwë las consagró, y Varda dijo: «El destino de los Elfos está encerrado aquí, y además el destino de muchas más cosas». El corazón de Fëanor estaba ligado a los objetos que él mismo había hecho. [107]
Ahora ha de decirse que los Teleri, viendo desde lejos la luz de Valinor, se sintieron desgarrados entre el deseo de ver de nuevo a su linaje y contemplar el esplendor de los Dioses, y el amor por la música del mar. Por ello Ulmo les enseñó el arte de la construcción de naves, y Ossë, cediendo por fin ante Ulmo, les llevó como último regalo los cisnes de fuertes alas. Unieron con arneses su flota de barcos blancos a los cisnes de Ossë, y así fueron arrastrados sin ayuda de los vientos hasta Valinor. Allí moraron en las largas costas del País de Faërie, y si lo deseaban podían ver la luz de los Arboles, y podían visitar las doradas calles de Valmar y las escaleras de cristal de Tûn; pero sobre todo navegaron por las aguas de la Bahía de Faërie y bailaron en esas olas brillantes cuyas crestas centelleaban a la luz de más allá de la colina. Los otros Eldar les regalaron muchas joyas, ópalos y diamantes y pálidos cristales que esparcieron por los charcos y las arenas. Muchas perlas hicieron, y recintos de perlas, y de perlas eran las mansiones de Elwë en el Puerto de los Cisnes. Ésa era su ciudad principal, y su puerto. La puerta era un arco maravilloso de roca tallada por el mar, emplazada en los confines del País de Faërie, al norte del paso de Côr. [108]
Ahora se puede contar que los Dioses fueron engañados por Morgoth. Ésta fue la culminación de la gloria y la felicidad de Dioses y Elfos, el mediodía del Reino Bendecido. Siete[107] edades, tal como decretaron los Dioses, había morado Morgoth en las estancias de Mandos, cada edad sometido a un dolor aligerado. Cuando hubieron pasado siete edades, como prometieran, fue llevado ante su cónclave; miró hacia el esplendor de los Valar, y la avaricia y la maldad habitaron su corazón; miró a los hermosos hijos de los Eldalië que se sentaban a las rodillas de los Dioses, y lo inundó el odio; miró las abundantes joyas y las codició; pero ocultó sus pensamientos y postergó la venganza.
Entonces Morgoth se humilló a los pies de Manwë y buscó el perdón; pero ellos no le permitieron alejarse su vista y vigilancia. Se le concedió una humilde morada en Valinor dentro de las puertas de la ciudad, y todos sus actos y palabras parecían tan buenos que al cabo de un tiempo se le permitió moverse en libertad por toda la tierra. Sólo el corazón de Ulmo dudaba de él, y Tulkas apretaba los puños cada vez que veía pasar a Morgoth, su enemigo. Jamás Tulkas olvidó o perdonó un mal realizado a él o a los suyos. Para los Elfos, Morgoth era el más hermoso, y siempre que se lo permitieron los ayudó en muchos trabajos. El pueblo de Ing,[108] los Quendi,[109] sospechaba de él, pues Ulmo les había advertido y ellos habían escuchado sus palabras. Pero los Gnomos se deleitaron con las muchas cosas de sabiduría oculta y secreta que él podía contarles, y algunos prestaron atención a cosas que mejor habría sido que jamás hubieran oído. Y cuando tuvo oportunidad, sembró semillas de mentiras e insinuaciones malignas entre ellos. Amargamente pagó por ello el pueblo de los Noldoli en días posteriores. A menudo murmuraba que los Dioses habían traído a los El dar a Valinor por celos, por miedo a que su maravillosa habilidad y belleza y magia se hicieran demasiado fuertes para ellos a medida que crecieran y se diseminaran por las anchas tierras del mundo. Ante ellos plantó visiones [109] de los poderosos reinos que podrían haber gobernado en poder y libertad en el Este. Además, en aquellos días los Valar sabían de la llegada de los Hombres que iba a acontecer; pero los Elfos esto lo desconocían, pues los Dioses no se lo habían revelado, y el momento aún no estaba próximo. Pero Morgoth le habló en secreto a los Elfos de los mortales, aunque él poco sabía ni le importaba la verdad. Sólo Manwë sabía con certeza lo que tenía en mente Ilúvatar sobre los Hombres, y él siempre había sido su amigo. Sin embargo, Morgoth murmuró que los Dioses mantenían cautivos a los Eldar para que la llegada de los Hombres les robara los reinos, pues la raza mortal, más débil, les resultaría más fácil de controlar. Poca verdad había en esto, y los Valar nunca habían pretendido controlar la voluntad o los destinos de los Hombres, y menos para su propio beneficio. No obstante, muchos de los Elfos creyeron completamente o a medias sus malignas palabras. Y de ellos, los Gnomos fueron los que más. De los Teleri no había ninguno.
Así pues, antes de que los Dioses lo advirtieran, la paz de Valinor quedó envenenada. Los Gnomos empezaron a murmurar contra los Valar y su linaje, y se llenaron de vanidad, y olvidaron todo lo que los Dioses les habían dado y enseñado. Y sobre todo Morgoth avivó las llamas del corazón fiero y ansioso de Fëanor, aunque todo el tiempo codició los Silmarils. En las grandes fiestas Fëanor los lucía en la frente y el pecho, pero en las demás ocasiones los ponía a buen recaudo entre los tesoros de Tûn, aunque no había ladrones en Valinor, aún. Orgullosos eran los hijos de Finn,[110] y el más orgulloso Fëanor. Mintiendo, Morgoth le dijo que Fingolfin y sus hijos estaban planeando usurpar el liderazgo de Fëanor y sus hijos, y suplantarlos en el favor de su padre y de los Dioses. De estas palabras surgieron luchas entre los hijos de Finn, y de esas luchas resultó el final de los altos días de Valinor y la noche de la antigua gloría.[111]
Fëanor fue llamado ante el consejo de los Dioses, y allí se descubrieron las mentiras de Morgoth para todos los que quisieron verlas. En el juicio de los Dioses Fëanor fue desterrado de Tûn. Pero con él fueron Finn, su padre, que lo amaba más que a sus otros hijos, y muchos otros Gnomos. Al Norte de Valinor, cerca de las estancias de Mandos, reunieron un tesoro y construyeron una fortaleza; pero Fingolfin gobernó a los Noldoli [110] en Tûn. Así pues, las palabras de Morgoth parecían justificadas, y la amargura que él sembró persistió, aunque sus mentiras se refutaron, y mucho tiempo después seguía presente entre los hijos de Fingolfin y de Fëanor.[112]
En la mitad del consejo los Dioses enviaron a Tulkas para atrapar a Morgoth y traerlo ante ellos encadenado una vez más. Pero escapo a través del paso de Côr,[113] y desde la torre de Ing los Elfos lo vieron pasar con truenos y cólera.
Desde allí salió a la región llamada Arvalin, que se extiende al sur de la Bahía de las Hadas, y bajo la misma ladera oriental de las montañas de los Dioses, donde están las sombras más impenetrables del mundo. Allí moraba en secreto y desconocida Ungoliant, la Tejedora de Tinieblas, en forma de araña. No se cuenta de dónde es, quizá de la oscuridad exterior que se extiende más allá de los Muros del Mundo. Vivía en una hondonada, y tejía telarañas en una grieta de las montañas, y absorbía la luz y las cosas brillantes para escupirlas de nuevo en redes de negra y asfixiante oscuridad y pegajosa niebla. Jamás saciaba el apetito. Allí la encontró Morgoth, y con ella tramó su venganza. Pero terrible fue la recompensa que tuvo que prometerle antes de que se atreviera a enfrentarse a los peligros de Valinor o los poderes de los Dioses.
Una gran oscuridad tejió ella a su alrededor para protegerse, y luego se columpió de pináculo a pináculo con sus cuerdas negras, hasta que hubo escalado los lugares más altos de las montañas. Éstas se hallaban al sur de Valinor, pues allí se encontraban los agrestes bosques de Oromë, y había poca vigilancia ya que, alejadas de la vieja fortaleza de Morgoth en el Norte, las grandes murallas daban a tierras vírgenes y al mar vacío. Por una escalera que ella fabricó trepó Morgoth, y bajó la vista a la llanura brillante, y vio a lo lejos las cúpulas de Valinor en la mezcla de la luz; y se rio mientras descendía velozmente las largas pendientes occidentales con ruina en el corazón.
Así entró el mal en Valinor. Silpion menguaba rápidamente y Laurelin acababa de empezar a brillar cuando, protegidos por el destino, Morgoth y Ungoliant entraron arrastrándose furtivamente en la llanura. Con su espada negra Morgoth apuñaló cada árbol hasta el mismo corazón, y a medida que las savias brotaban Ungoliant las absorbía, y el veneno de sus asquerosos [111] labios entró en sus tejidos y los marchitó: hojas, ramas y raíces. Lentamente sucumbían, y su luz se debilitaba, mientras Ungoliant eructaba nubes negras y vapores a medida que bebía su brillo. Se hinchó hasta adquirir una forma monstruosa.
Entonces la consternación y la incredulidad cayeron sobre todos en Valmar, cuando el crepúsculo y la creciente oscuridad arribaron a la tierra. Vapores negros flotaron alrededor de los caminos de la ciudad. Varda bajó la vista desde Taniquetil y vio los árboles y las torres ocultos como en una niebla. Demasiado tarde corrieron desde la colina y la puerta. Los Árboles murieron y dejaron de brillar, mientras una multitud se lamentaba a su alrededor y pedía a Manwë que bajara. En la llanura los caballos de Oromë atronaron con cien cascos, y el fuego se encendió en las tinieblas en tomo a sus patas. Más veloz que ellos corría por delante Tulkas, y la luz de la furia de sus ojos era como un faro. Pero no encontraron lo que buscaban. Allí por donde iba Morgoth le rodeaba una oscuridad y confusión creadas por Ungoliant, de modo que los cascos se confundían y la búsqueda era ciega.
Éste fue el momento del Oscurecimiento de Valinor. Aquel día se plantaron ante las puertas de Valmar unos Gnomos que gritaron en voz alta. Amargas fueron sus noticias. Contaron cómo Morgoth había huido al Norte y con él iba una silueta grande y negra, que en la creciente oscuridad había parecido una araña de forma monstruosa. De repente había caído sobre el tesoro de Finn. Allí mató al rey de los Gnomos ante las puertas, y derramó la primera sangre élfica y manchó la tierra de Valinor. Muchos otros mató también, pero Fëanor y sus hijos no estaban allí. Con amargura maldijeron lo sucedido, pues Morgoth se llevó los Silmarils y todas las abundantes joyas de los Noldoli que allí estaban guardadas.
Poco se sabe de los senderos y viajes de Morgoth después de aquel terrible acto; pero sí se sabe que al escapar de la persecución al fin cruzó con Ungoliant el Hielo Crujiente y pasó a las tierras del norte de este mundo. Allí Ungoliant lo llamó para que le diera la recompensa prometida. La mitad de su paga había sido la savia de los Árboles de la Luz. La otra mitad era una parte igual de las joyas robadas. Morgoth se las entregó, y ella las devoró, y su luz desapareció de la tierra, y todavía más creció la forma oscura y horrible de Ungoliant Pero Morgoth se negó [112] a compartir con ella los Silmarils. Ésta fue la primera pelea entre los ladrones.
Tan poderosa se había vuelto Ungoliant que atrapó a Morgoth en sus redes asfixiantes, y el terrible grito que él dio reverberó por todo el estremecido mundo. En su ayuda acudieron los Orcos y los Balrogs que vivían todavía en los lugares más bajos de Angband. Con sus látigos de fuego los Balrogs rompieron en pedazos las telarañas, y Ungoliant fue repelida hacia el punto más extremo del Sur, donde moró mucho tiempo.
Así regresó Morgoth a Angband, e incontable se tomó el número de las huestes de sus Orcos y demonios.[114] Se forjó una gran corona de hierro y se llamó a sí mismo el rey del mundo. En señal de ello engarzó los tres Silmarils en la corona. Se dice que las manos malignas se quemaron hasta quedar negras al tocar esos objetos sagrados y encantados, y negras han sido siempre desde entonces, y nunca se libraría del dolor de la quemadura, ni de la ira del dolor. Jamás se quitó la corona de la cabeza, y no solía abandonar las profundas mazmorras de su fortaleza, sino que gobernaba sus vastos ejércitos desde el trono del norte. [113]
Cuando al final quedó muy claro que Morgoth había escapado, los Dioses se reunieron alrededor de los Árboles muertos y se sentaron en la oscuridad, afectados y mudos durante mucho tiempo, doliéndose en los corazones. Ahora bien, el día que Morgoth eligió para su ataque fue un día de gran fiesta en Valinor. Ese día era costumbre que los principales Valar, todos salvo Ossë, que jamás iba allí, y muchos de los Elfos, en especial el pueblo de Ing,[115] ascendieran por los largos y sinuosos senderos en larga procesión vestidos con túnicas blancas a las estancias de Manwë en la cima de Tindbrenting. Todos los Quendi[116] y muchos de los Gnomos, que bajo el mando de Fingolfin todavía vivían en Tûn, se encontraban por esta razón en la cumbre de Tindbrenting cantando a los pies de Varda cuando los vigilantes observaron desde lejos el marchitamiento de los Arboles. Pero la mayoría de los Gnomos se encontraba en la llanura, y todos los Teleri, tal como acostumbraban, se hallaban en la costa. Las nieblas y la oscuridad entraron entonces flotando a la deriva desde el mar, a través del paso de Côr,[117] a medida que los Árboles morían. Un murmullo de consternación recorrió toda la Tierra de los Elfos, y los Jinetes de la Espuma lloraron junto al mar.
Entonces Fëanor, rebelándose contra su destierro, convocó a todos los Gnomos para ir a Tûn. Una vasta concurrencia se reunió en la gran plaza en la cima de la colina de Côr, y estaba iluminada por la luz de las muchas antorchas que todos los que llegaban portaban en la mano.
Fëanor era un gran orador con poder para manejar las palabras. Aquel día lanzó una oratoria muy violenta y terrible ante los Gnomos, y aunque su ira se dirigía casi completamente contra Morgoth, sus palabras en gran parte eran el fruto de las mentiras de éste. Pero estaba perturbado de dolor por su padre y de cólera por la violación de los Silmarils. Entonces reclamó el reinado sobre todos los Gnomos, ya que Finn[118] estaba muerto, a pesar del decreto de los Dioses. «¿Por qué hemos de seguir obedeciendo a los celosos Dioses», preguntó, «que ni siquiera son capaces de guardar su propio reino contra su enemigo?». Ordenó a los Gnomos que se prepararan para huir en la oscuridad [114] mientras los Valar aún se hallaban sumidos en el dolor, para ir a buscar la libertad en el mundo y con sus propias hazañas ganar allí un nuevo reino, pues Valinor ya no era más brillante y bendecida que las tierras del exterior, y para buscar a Morgoth y luchar contra él para siempre hasta ser vengados. Entonces pronunció un terrible juramento. Sus siete hijos se pusieron de un salto a su lado y juntos pronunciaron el mismo juramento, cada uno con la espada desenvainada. Pronunciaron el juramento inquebrantable, en nombre de Manwë y Varda y la montaña sagrada,[119] de perseguir con odio y venganza hasta los confines del mundo a Vala, Demonio, Elfo u Hombre u Orco que sostenga o coja o guarde un Silmaril contra su voluntad.
Fingolfin y su hijo Finweg[120] se opusieron a Fëanor, y las palabras de ira y furia casi se convirtieron en golpes; pero Finrod habló e intentó apaciguarlas, aunque de sus hijos sólo Felagund estuvo de su lado. Orodreth, Angrod y Egnor tomaron parte a favor de Fëanor. Al final se sometió al voto de la asamblea, y conmovidos por las poderosas palabras de Fëanor, los Gnomos decidieron partir. Sin embargo, los Gnomos de Tûn no quisieron renunciar al reinado de Fingolfin, y en consecuencia partieron como dos huestes divididas: una al mando de Fingolfin, quien con sus hijos acató la voz general en contra de su sabiduría, pues no deseaban abandonar a su pueblo; la otra al mando de Fëanor. Algunos se quedaron atrás. Esos fueron los Gnomos que se hallaban con los Quendi sobre Tindbrenting. Mucho tiempo pasó antes de que se reincorporaran a la historia de guerras y viajes de su pueblo.
Los Teleri no quisieron unirse a la huida. Ellos jamás habían escuchado a Morgoth. No deseaban más riscos y playas que las costas del País de Faërie. Pero los Gnomos sabían que no podían escapar sin barcos y naves, y que no había tiempo para construirlos. Debían cruzar los mares lejanos hacia el Norte, donde eran más estrechos, pero todavía temían aventurarse más lejos; pues habían oído hablar de Helkaraksë, el Estrecho del Hielo Crujiente, donde las grandes colinas heladas continuamente se movían y se rompían, para separarse y volver a chocar entre sí. Pero los Teleri se negaron a entregarles sus blancos barcos con velas blancas, ya que los valoraban mucho, y además temían la ira de los Dioses. [115]
Se dice que entonces las huestes de Fëanor marcharon los primeros a lo largo de la costa de Valinor; luego fue el pueblo de Fingolfin, de peor gana, y en la retaguardia de esta hueste iban Finrod y Felagund y muchos de los más nobles y hermosos de los Noldoli. A regañadientes abandonaron los muros de Tûn, y más que otros se llevaron recuerdos de su felicidad y belleza, e incluso muchas cosas hermosas que habían hecho con las manos. Así pues, el pueblo de Finrod no tomó parte en el terrible acto que entonces se cometió, y no todos los del pueblo de Fingolfin participaron; sin embargo, todos los Gnomos que partieron de Valinor quedaron bajo la maldición que sobrevino después. Cuando los Gnomos arribaron al Puerto de los Cisnes intentaron tomar a la fuerza las flotas blancas que allí estaban ancladas. Una amarga lucha se libró sobre el gran arco de la puerta y en los muelles y desembarcaderos iluminados por lámparas, como tristemente se cuenta en la canción de la Huida de los Gnomos. Muchos murieron por ambas partes, pero fieros y desesperados estaban los corazones del pueblo de Fëanor, y ellos ganaron la batalla; y con la ayuda además de muchos de los Gnomos de Tûn se llevaron los barcos de los Teleri, y manejaron sus remos lo mejor que pudieron, y los pusieron con rumbo norte a lo largo de la costa.
Después de recorrer un largo camino y llegar a los confines del norte del Reino Bendecido, observaron a una figura oscura de pie sobre los altos riscos. Algunos dicen que era un mensajero, otros que se trataba del mismo Mandos. Allí pronunció con voz sonora y terrible la maldición y profecía llamada la Profecía de Mandos,[121] advirtiéndoles que volviesen y buscasen el perdón, o al final no regresarían sino después de mucho dolor e interminable desgracia. Mucho predijo con oscuras palabras, que únicamente los más sabios entre ellos entendieron, de cosas que luego acontecieron; pero todos oyeron la maldición que pronunció sobre aquéllos que no se quedaran, porque en Puerto del Cisne habían derramado la sangre de su linaje y librado inicuamente la primera batalla entre los hijos de la tierra. Por ello deberían sufrir en todas sus guerras y consejos de traición y de miedo a la traición entre su propio linaje. Pero Fëanor dijo: «No ha dicho que sufriremos de cobardía, de cobardes o de miedo a los cobardes», y eso resultó ser cierto.[122] [116]
En el acto el mal comenzó a actuar. Por fin llegaron lejos al Norte y vieron los primeros dientes del hielo que flotaba en el mar. Sufrieron angustia por el frió. Muchos de los Gnomos murmuraron, en especial aquéllos que seguían con menos vehemencia bajo los estandartes de Fingolfin. De modo que deseó el corazón de Fëanor y el de sus hijos el partir súbitamente con todos los barcos, los cuales dominaban, y «dejar a los rezongones rezongando, o para que gimieran de regreso a las jaulas de los Dioses». Así pues, comenzó la maldición de la matanza de Puerto del Cisne. Cuando Fëanor y su pueblo desembarcaron en las costas del Oeste del mundo septentrional, quemaron las naves e hicieron un gran fuego terrible y brillante; y Fingolfin y su pueblo vieron la luz en el cielo. A partir de entonces los que se quedaron atrás erraron tristemente y a ellos se unieron las compañías de Finrod que luego marcharon.
Al final, afligidos y agotados, Finrod condujo a algunos de vuelta a Valinor en busca del perdón de los Dioses —pues ellos no habían estado en Puerto de los Cisnes—, pero los hijos de Finrod y Fingolfin,[123] después de llegar tan lejos, no quisieron. Condujeron a su hueste lejos al interior del Norte más amargo, y por fin se atrevieron con el Hielo Crujiente. Muchos se perdieron allí de forma horrible, y hubo poco amor hacia los hijos de Fëanor en el corazón de aquéllos que al fin llegaron por ese peligroso paso a las tierras del Norte. [117]
Cuando los Dioses se enteraron de la huida de los Gnomos, despertaron de su dolor. Manwë convocó entonces a Yavanna a su consejo; y ella usó todo su poder, pero no sirvió para curar a los Arboles. Sin embargo, bajo sus sortilegios, Silpion por fin dio una gran y única flor plateada, y Laurelin un gran fruto dorado. De ellos, tal como se dice en la canción del Sol y la Luna, los dioses crearon las grandes lámparas del cielo, y las colocaron para que recorrieran cursos establecidos sobre el mundo. Rána llamaron a la Luna, y Úr al Sol; y la doncella que guio el galeón del sol fue Úrien,[124] y el joven que gobernó la isla flotante de la Luna fue Tilion. Úrien era una doncella que había cuidado las flores doradas en los jardines de Vana, cuando aún había gozo en el Reino Bendito, y Nessa, hija de Vana,[125] bailaba en los jardines de eterno verdor. Tilion era un cazador de la compañía de Oromë, y tenía un arco de plata. A menudo se desviaba de su curso y perseguía a las estrellas sobre los campos celestiales.
Al principio el propósito de los Dioses era que el Sol y la Luna navegaran desde Valinor hasta el Este más lejano y volvieran, cada uno siguiendo al otro de acá para allá a través del cielo. Sin embargo, debido a la indocilidad de Tilion y a su rivalidad con Úrien, pero sobre todo debido a las palabras de Lórien y Nienna, que dijeron que habían desterrado todo sueño y noche y paz de la tierra, cambiaron sus planes. El Sol y la Luna eran arrastrados por Ulmo o sus espíritus elegidos a través de cavernas y grutas de las raíces del mundo y subidos luego por el Este, y navegaban de vuelta a Valinor, al cual el Sol descendía cada día a la hora del Anochecer. Y así el Anochecer es el momento de mayor luz y júbilo en la tierra de los Dioses, cuando el Sol se sumerge para descansar más allá del borde del mundo, sobre el fresco seno del Mar Exterior. A Tilion se le ordenó que [118] no subiera hasta que Úrien hubiera caído del cielo, o hubiera viajado lejos al Oeste, y por esa razón ahora rara vez se los ve juntos en el cielo.
Por ello todavía la luz de Valinor es mayor y más hermosa que las de otras tierras, porque allí el Sol y la Luna descansan juntos un rato antes de emprender su oscuro viaje bajo el mundo; sin embargo, su luz no es la luz que emanaba de los Árboles antes de que los venenosos labios de Ungoliant los tocara. Esa luz ahora sólo vive en los Silmarils. Por ello los Dioses y los Elfos anhelan todavía el tiempo en que el Sol y la Luna mágicos, que son los Árboles, puedan ser reencendidos y la vieja felicidad y gloria regresen. Ulmo les predijo que ello sólo sucedería con la ayuda, a pesar de lo frágil que podía parecer, de la segunda raza de la tierra, los hijos más jóvenes de Ilúvatar. Poca atención le prestaron en aquella época. Todavía estaban iracundos y dolidos por la ingratitud de los Gnomos y la cruel matanza del Puerto de los Cisnes. Además, durante un tiempo, todos menos Tulkas temieron la fuerza y la astucia de Morgoth. Y por ello entonces fortificaron toda Valinor, y establecieron una guardia constante sobre las paredes de las colinas, cuyas laderas tomaron abruptas y terriblemente altas, con la sola excepción del paso de Côr[126] Allí mandaron morar a los Elfos que quedaban, quienes ahora iban rara vez a Valmar o a la cumbre de Tindbrenting, sino que se les ordena que guarden continuamente el paso sin dejar que ave o bestia, Elfo u Hombre, ni cualquier otra cosa que llegue de las tierras de fuera, se pueda acercar a las costas de Faërie, o pise Valinor. En aquel día, que las canciones llaman El Ocultamiento de Valinor, se colocaron las Islas Mágicas, llenas de encantamientos, diseminadas a lo largo de la extensión de los Mares Sombríos, antes de que se pueda alcanzar la Isla Solitaria navegando hacia el Oeste, para atrapar a los marineros y sumirlos en un sueño eterno. Por esta razón los muchos emisarios de los Gnomos de días posteriores jamás regresaron a Valinor; salvo uno, y éste llegó demasiado tarde.[127]
Entonces los Valar descansaron detrás de las montañas y celebran un festejo, y destierran de sus corazones a los exiliados Noldoli, todos excepto Manwë y Ulmo. Muy en mente los mantuvo [119] Ulmo, quien reúne noticias del mundo exterior por medio de todos los lagos y ríos que desembocan en el mar.
Cuando el Sol salió por primera vez en el mundo los hijos más jóvenes de la tierra despertaron en la tierra de Eruman[128] al Este del Este.[129] Pero de los Hombres poco se habla en estas historias, que conciernen a los días antiguos antes del crecimiento de los mortales y la mengua de los Elfos, salvo de aquéllos que en los primeros días de la Luz del Sol y del Resplandor de la Luna vagaron al Norte del mundo. Ningún Dios fue a Eruman a guiar a los Hombres o a llamarlos para que moraran en Valinor. No obstante, Ulmo pensó en ellos, y a menudo les llegaban sus mensajes por los ríos y las crecidas, y ellos amaron las aguas pero poco entendieron los mensajes. Se encontraron con los Elfos Oscuros y éstos los ayudaron, y les enseñaron el habla y muchas otras cosas, y se hicieron amigos de los hijos de los Eldalië que nunca habían encontrado los senderos a Valinor, y supieron de los Valar pero sólo como un rumor y un nombre lejano. Hacía poco que Morgoth había regresado a la tierra, y su poder no se había propalado mucho, de modo que había poco peligro en las tierras y las colinas donde nuevas cosas, hermosas y frescas, creadas en el pensamiento de Yavanna muchas edades atrás, llegaron al fin para brotar y florecer.
Se extendieron y vagaron por el Oeste, Norte y Sur, y su gozo fue el gozo de la mañana antes de que se seque el rocío, cuando todas las hojas están verdes. [120]
Entonces comenzó el tiempo de las grandes guerras de los poderes del Norte, cuando los Gnomos de Valinor, Ilkorins y Hombres lucharon contra las huestes de Morgoth Bauglir, y que resultaron abatidas y asoladas. A este fin obraban siempre las astutas mentiras que Morgoth sembrara entre sus enemigos, y la maldición que surgió de la matanza en el Puerto de los Cisnes y el juramento de los hijos de Fëanor; el mayor daño lo sufrieron Hombres y Elfos.
Estas historias sólo cuentan parte de los hechos de aquellos días, sobre todo los relacionados con los Gnomos y los Silmarils y los mortales que se involucraron en sus destinos. En los primeros días, los Eldar y los Hombres eran de altura y fuerza de cuerpo casi iguales, pero los Eldar habían recibido más habilidad, belleza e inteligencia, y los que habían venido de Valinor superaban a los Ilkorins en estas cosas tanto como a su vez superaban al pueblo de la raza mortal. Sólo en el reino de Doriath, cuya reina Melian era del linaje de los Valar, los Ilkorins casi igualaban a los Elfos de Côr.[130] Los Elfos eran inmortales, y su sabiduría floreció y creció de edad a edad, y ninguna enfermedad o pestilencia les traía la muerte. Pero en aquellos días se los podía matar con armas, incluso los Hombres mortales, y algunos se debilitaron y se consumieron de dolor hasta que desaparecieron de la tierra. Muertos o debilitados, sus espíritus regresaban a las estancias de Mandos para esperar mil años, o la voluntad de Mandos[131] según sus merecimientos, antes de que fueran llamados a la vida libre en Valinor, o renacieran,[132] se dice, en sus propios hijos.[133] Más frágiles eran los Hombres, se los mataba con facilidad con las armas o el infortunio, estaban sometidos a las enfermedades, o envejecían y morían. Los Eldalië no sabían qué les sucedía a sus espíritus. Los Eldar decían que iban a las estancias de Mandos, pero que no esperaban en el mismo lugar que los Elfos, y sólo Mandos por debajo de Ilúvatar sabía adónde iban después del tiempo que pasaban en sus amplios salones, más allá del mar occidental. Nunca renacían en la tierra, y ninguno regresó jamás de las mansiones de los muertos, con la única excepción de Beren, hijo de Barahir, quien, después no volvió a hablar a los Hombres mortales. Quizá su [121] destino después de la muerte no se encontraba en manos de los Valar.
En días posteriores, cuando, debido a los triunfos de Morgoth, los Elfos y los Hombres se separaron, tal como era su máximo deseo, aquéllos de los Eldalië que todavía vivían en el mundo desaparecieron, y los Hombres usurparon la luz del sol. Entonces los Eldar erraron por los lugares más solitarios de las Tierras Exteriores,[134] y amaron la luz de la luna y de las estrellas, los bosques y las cuevas.[135]
Pero en aquellos días los Elfos y los Hombres eran parientes y aliados. Antes de la salida del Sol y de la Luna, Fëanor y sus hijos marcharon al Norte en busca de Morgoth. Una hueste de Orcos alertada por los navíos ardiendo cayó sobre ellos, y hubo una batalla en la llanura que adquirió renombre en las canciones. Sin embargo, tierna y verde se extendía[136] al pie de las altas montañas levantadas sobre los recintos de Morgoth; pero después se quemó y destruyó, y se llamó la Tierra de la Sed, Dor-na-Fauglith en la lengua gnómica. Allí se libró la Primera Batalla.[137] Grande fue la matanza de Orcos y Balrogs, y ninguna historia puede narrar la valentía de Fëanor y sus hijos. No obstante, hubo dolor en aquella primera gran victoria. Pues Fëanor recibió una herida mortal de Gothmog, Señor de Balrogs, a quien [122] Ecthelion después mató en Gondolin. Fëanor murió en la hora de la victoria, contemplando las gigantescas cimas de Thangorodrim, la colina más grande del mundo;[138] y maldijo el nombre de Morgoth, y encomendó a sus hijos que jamás trataran o parlamentaran con su enemigo. Sin embargo, ya en la hora de su muerte llegó ante ellos una embajada de Morgoth reconociendo la derrota, y ofreciéndose a tratar con ellos y tentándolos con un Silmaril. Maidros el alto persuadió a los Gnomos a encontrarse con Morgoth en el lugar y a la hora señalados, pero con tan poca intención de mantener su palabra como Morgoth. Por lo tanto, las dos embajadas fueron con una fuerza mucho mayor que la que habían jurado llevar, pero la de Morgoth era la más grande, y estaba compuesta de Balrogs. Maidros cayó en una emboscada y casi toda su compañía murió; pero a Maidros lo cogieron vivo por orden de Morgoth, y lo llevaron a Angband donde fue torturado y colgado de la cara de un escarpado precipicio sobre Thangorodrim sólo de su mano derecha.
Entonces, consternados, los seis hijos de Fëanor se retiraron y acamparon junto a las orillas del Lago Mithrim, en la tierra septentrional que los Gnomos llamaron después Hisilómë, Hithlum o Dorlómin, que es la Tierra de la Niebla. Allí se enteraron de la marcha de Fingolfin y Finweg[139] y Felagund, que habían cruzado el Hielo Crujiente.
El primer Sol salió justo cuando llegaban; los estandartes azules y plateados estaban desplegados, y las flores brotaban bajo sus pies en marcha. Los Orcos, consternados ante la salida de la gran luz, se retiraron a Angband, y Morgoth, frustrado, meditó mucho tiempo sumido en pensamientos iracundos.
Poco amor había entre las dos huestes acampadas en las orillas opuestas del Mithrim, y la demora provocada por su enemistad hizo un gran daño a la causa de ambos.
Entonces en Angband se crearon vastos vapores y humos que salían de las humeantes cimas de las Colinas de Hierro, que se podían ver incluso desde la lejana Hithlum, manchando el brillo de aquellas primeras mañanas. Los vapores cayeron y se enroscaron alrededor de los campos y las hondonadas, y oscuros y asquerosos se posaron sobre el seno del Mithrim.
Entonces Finweg el valiente decidió acabar con la enemistad. Partió solo en busca de Maidros. Amparado por las mismas [123] nieblas de Morgoth, y aprovechándose de la retirada de las fuerzas de Angband, se aventuró a entrar en la fortaleza de sus enemigos y, por fin, encontró a Maidros colgando en tormento. Pero no pudo llegar hasta él para liberarlo; y Maidros le suplicó[140] que lo matara con su arco.
Manwë, que ama a todos los pájaros, y a quien éstos le llevan noticias en Tindbrenting de todas las cosas que sus sagaces ojos no ven, envió[141] a la raza de las Águilas. Thorndor era su rey. Por orden de Manwë moraban en las grietas del Norte y vigilaban a Morgoth y entorpecían sus actos, y llevaban noticias de él a los tristes oídos de Manwë.
En el momento en que Finweg, dolido, tensaba el arco, de los altos aires bajó Thorndor, rey de las águilas. Era el ave más poderosa que jamás ha existido. Treinta pies[142] era la envergadura de sus alas extendidas. El pico era de oro. Entonces la mano de Finweg se detuvo, y Thorndor lo llevó hasta la cara de piedra de la que colgaba Maidros. Pero ninguno fue capaz de soltar el lazo encantado de su muñeca, ni de cortarlo ni sacarlo de la piedra. De nuevo en su agonía Maidros les suplicó que lo mataran, pero Finweg le cortó la mano por encima de la muñeca, y Thorndor los transportó a Mithrim, y se curó la herida de Maidros, y vivió para empuñar la espada con la mano izquierda, más mortífera para sus enemigos que lo que había sido su mano derecha.
Así se remedió la enemistad durante un tiempo entre los orgullosos hijos de Finn[143] y los celos quedaron olvidados, pero aún subsistía el juramento de los Silmarils. [124]
Entonces los Gnomos emprendieron la marcha y sitiaron Angband desde el Oeste, el Sur y el Este. En Hithlum y en sus fronteras orientales se encontraban las huestes de Fingolfin. Del Sur se ocupaban Felagund, hijo de Finrod, y sus hermanos. Tenían una torre en una isla del río Sirion, que guardaba el valle entre las montañas que se inclinan hacia el norte en las fronteras de Hithlum y las pendientes donde crecía el gran bosque de pinos, que Morgoth después inundó con tal pavor y maldad que ni siquiera los Orcos lo atravesaban, salvo por un único camino y siempre que tenían mucha necesidad y prisa, y que los Gnomos llegaron a llamar Taur-na-Fuin, que significa Floresta de la Noche. Pero en aquellos días era seguro, aunque denso y oscuro,[144] y el pueblo de Orodreth, de Angrod y Egnor, batía su interior y vigilaba desde sus aleros la llanura de abajo, que se extendía hasta las Colinas de Hierro. Así guardaban la llanura del Sirion, el más hermoso de los ríos de las canciones élficas y el más amado por Ulmo, y toda esa extensa tierra de hayas, olmos y robles y florecientes prados que llamaban Broseliand.[145]
En el este se situaban los hijos de Fëanor. Su torre de guardia era la alta colina de Himling, y se ocultaban en la Garganta de Aglon, abierta profundamente entre Himling y Taur-na-Fuin, y bañada por el río Esgalduin, el oscuro y fuerte, que salía de manantiales secretos y fluía hacia Doriath y más allá de las puertas los recintos de Thingol. Pero en aquellos días poco necesitaban un lugar para ocultarse, y erraban por todas partes, incluso hasta los muros de Angband en el Norte, y al este hasta las Montañas Azules,[146] que son las fronteras de las tierras de las que hablan estas historias. Allí lucharon contra[147] los Enanos de Nogrod y Belegost; pero no descubrieron de dónde procedía esa extraña raza, ni nadie lo ha hecho desde entonces. Éstos no son amigos de los Valar[148] ni de los Elfos ni de los Hombres, ni tampoco sirven a Morgoth; aunque en muchas cosas son más parecidos a su pueblo y poco amaban a los Gnomos.[149] Tenían [125] una habilidad que casi rivalizaba con la de los Gnomos, pero en sus obras había menos belleza, y trabajaban el hierro en vez del oro y la plata, y su principal arte era la fabricación de cotas de malla y de armas. Se deleitaban con el comercio y el trueque y también con la ganancia de riquezas a la que daban poco uso. Tenían largas barbas y eran de complexión baja y cuadrada. Los Gnomos los llamaban Nauglir, y a aquéllos que moraban en Nogrod los llamaban Indrafangs, los Barbiluengos, pues sus barbas barrían el suelo ante sus pies. Pero de momento molestaron poco a los pueblos de la tierra, mientras el poder de los Gnomos era grande.
Éste fue el tiempo que las canciones llaman el Sitio de Angband. Las espadas de los Gnomos protegían a la tierra de la ruina de Morgoth, y el poder de él se encerró tras los muros de Angband. Los Gnomos alardearon de que nunca sería capaz de romper el cerco, y de que nadie de su pueblo podría salir jamás a hacer el mal por los caminos del mundo.
Fue un tiempo de consuelo bajo el Sol y la Luna nuevos, un tiempo de nacimiento y prosperidad. En aquellos días tuvo lugar el primer encuentro de los Gnomos con los Elfos Oscuros, y la Fiesta del Encuentro que se celebró en la Tierra de los Sauces se recordó mucho tiempo en días posteriores de poco júbilo. También en aquellos días los Hombres atravesaron las Montañas Azules y llegaron a Broseliand[150] e Hithlum,[151] los más valientes y hermosos de su raza. Fue Felagund quien los encontró, y siempre fue su amigo. En una ocasión fue invitado de Celegorm en el Este, y con él cabalgó en una cacería. Pero se vio separado de los demás,[152] y en un momento de la noche llegó a un valle situado al pie occidental de las Montañas Azules. Había luces en el valle y el sonido de una tosca canción. Entonces Felagund se quedó maravillado, pues la lengua de esas canciones no era la lengua de los Eldar o de los Enanos.[153] Ni tampoco era la lengua de los Orcos, aunque eso fue lo que en un principio temió. Allí acampaba el pueblo de Bëor, un poderoso guerrero de Hombres, cuyo hijo era Barahir el valiente. Eran los primeros Hombres en llegar a Broseliand. Después de ellos llegaron Hador el alto, cuyos hijos eran Haleth y Gumlin, y los hijos de Gumlin, Huor y Húrin,[154] y el hijo de Huor, Tuor, y el hijo de Húrin, Túrin. Todos éstos se involucraron en los destinos de los Gnomos y realizaron [126] grandes hazañas que los Elfos todavía recuerdan en las canciones de las hazañas de sus propios señores y reyes.
Pero a Hador aún no se lo veía en los campamentos de los Gnomos. Aquella noche Felagund pasó entre los hombres dormidos de la hueste de Bëor y se sentó junto a los fuegos moribundos donde nadie mantenía guardia, y cogió un arpa que Bëor había dejado a un lado y con ella tocó una música como la que ningún oído mortal había oído jamás, ya que había aprendido la melodía sólo de los Elfos Oscuros. Entonces los hombres despertaron y escucharon y se maravillaron, pues había gran sabiduría en aquella canción, al igual que belleza, y el corazón que la escuchaba se tomaba más sabio. Por esta razón los Hombres llamaron a Felagund, el primero que encontraron de los Noldoli, Sabiduría;[155] y en honor a él llamaron a su raza los Sabios, aquéllos a los que nosotros llamamos Gnomos.[156]
Bëor vivió con Felagund hasta su muerte, y Barahir su hijo fue el mejor amigo de los hijos de Finrod.[157] Pero los hijos de Hador se aliaron con la casa de Fingolfin, y de éstos Húrin y Túrin fueron los más famosos. El reino de Gumlin se hallaba en Hithlum, y allí, después, Húrin moró con su esposa Morwen Resplandor Élfico, que era hermosa como una hija de los Eldalië.[158]
Entonces comenzó el tiempo de la ruina de los Gnomos. Pasó mucho hasta que aconteció, pues mucho había crecido su poder, y eran muy valientes, y sus aliados eran muchos e intrépidos, Elfos Oscuros y Hombres.
Pero la marea de su fortuna dio un súbito giro. Durante mucho tiempo Morgoth había preparado a sus fuerzas en secreto. En un momento de la noche en invierno soltó grandes ríos de llama que cayeron sobre toda la llanura antes las Colinas de Hierro y la quemaron hasta convertirla en un yermo desolado. Muchos de los Gnomos de los hijos de Finrod perecieron en aquel fuego, y los vapores crearon oscuridad y confusión entre los enemigos de Morgoth. En la cola de ese fuego[159] iban los ejércitos negros de los Orcos en números como nunca antes habían visto o imaginado los Gnomos. De esa forma rompió Morgoth el cerco de Angband y mató por medio de los Orcos una gran cantidad de los más valientes de las huestes sitiadoras. Sus enemigos se dispersaron por todos lados, Gnomos, Ilkorins y Hombres. [127] Repelió a la mayor parte de los Hombres hasta que retrocedieron por las Montañas Azules, excepto a los hijos de Bëor y de Hador, que se refugiaron en Hithlum, detrás de las Montañas Sombrías, adonde los Orcos no iban aún en gran número. Los Elfos Oscuros huyeron al sur, a Broseliand[160] y más allá, pero muchos fueron a Doriath, y el reino y el poder de Thingol aumentaron en aquella época, hasta convertirse en un bastión y refugio para los Elfos. La magia de Melian, que estaba entretejida alrededor de las fronteras de Doriath, mantenía el mal fuera de sus estancias y reino.
Morgoth tomó el bosque de pinos y lo convirtió en un lugar pavoroso, como ya se ha dicho, y tomó la torre de guardia del Sirion y la convirtió en una fortaleza de maldad y amenaza. Allí moró Thû, el principal sirviente de Morgoth, un hechicero de terrible poder, señor de los lobos.[161] Muy pesada fue la carga de esa terrible batalla, la segunda batalla y la primera derrota[162] de los Gnomos, para los hijos de Finrod. Allí mataron a Angrod y Egnor. También allí habría sido capturado o muerto Felagund si no hubiera llegado Barahir con todos sus hombres y salvado al rey gnómico protegiéndole con una muralla de lanzas; y aunque la pérdida fue dolorosa, se abrieron paso luchando con los Orcos y huyeron a los marjales del Sirion, hacia el Sur. Allí Felagund pronunció un juramento de amistad y ayuda eternas en tiempos de necesidad a Barahir y todo su pueblo y descendencia, y en señal de su juramento le dio su anillo a Barahir.
Entonces Felagund fue al Sur[163] y en las riberas del Narog fundó al estilo de Thingol una ciudad oculta y cavernosa, y un reino. A esos lugares profundos se los llamó Nargothrond. Allí se dirigió Orodreth tras un tiempo de huida sin descanso y peligrosos vagabundeos, y con él Celegorm y Curufin, los hijos de Fëanor, sus amigos. El pueblo de Celegorm aumentó la fuerza de Felagund, pero habría sido mejor si se hubieran unido a su propio pueblo, que fortificó la colina de Himling[164] al este de Doriath y llenó la Garganta de Aglon de armas ocultas.
La más dolorosa de las pérdidas de aquella batalla fue la muerte de Fingolfin, el más poderoso de los Noldoli. Pero él buscó su propia muerte colérico y angustiado al ver la derrota de su pueblo. Pues fue a las puertas de Angband solo y las golpeó con su espada y desafió a Morgoth a salir y a luchar solo. Y Morgoth [128] salió. Ésa fue la última vez en aquellas guerras que atravesó las puertas de sus fortalezas, pero no podía rechazar el desafío delante de sus señores y capitanes. Sin embargo, se dice que aunque su poder y su fuerza son las más grandes de los Valar y de todas las cosas de aquí abajo, es de corazón cobarde cuando está solo, y que no aceptó el reto de buena gana. Los Orcos cantan sobre ese duelo ante las puertas, pero los Elfos no, aunque Thorndor lo observó desde las alturas y ha contado la historia.
Muy alto se erguía Morgoth por encima de la cabeza de Fingolfin, pero grande era el corazón del Gnomo, amarga su desesperanza y terrible su ira. Largo tiempo lucharon. Por tres veces Fingolfin cayó de rodillas y por tres veces se levantó. Ringil era su espada, tan fría su hoja y tan brillante como el hielo azul, y en su escudo estaba la estrella sobre un campo azul que era su emblema. En cambio, el escudo de Morgoth era negro sin un blasón y su sombra era como una nube tormentosa. Luchó con una maza parecida a los grandes martillos de sus forjas. Los Orcos la llamaban Grond, y cuando golpeó la tierra en el momento en que Fingolfin se hizo a un lado, se abrió un foso del que salió humo. Así se venció a Fingolfin, pues la tierra se resquebrajó alrededor de sus pies y él tropezó y cayó, y Morgoth puso el pie, que es pesado como las raíces de las colinas, sobre su cuello. Pero no lo hizo antes de que Ringil le hubiera producido siete heridas, y ante cada una lanzó un grito. Para siempre cojea del pie izquierdo, que Fingolfin, en su última desesperación, atravesó y clavó a la tierra.[165]Pero no fue él quien le produjo la cicatriz en la cara. Fue obra de Thorndor. Pues Morgoth se llevó el cuerpo de Fingolfin para cortarlo en pedazos y dárselo a sus lobos. Pero Thorndor descendió desde las alturas entre la misma muchedumbre de Angband que observaba la pelea, y clavó las garras[166] en el rostro de Morgoth y rescató el cuerpo de Fingolfin, y lo llevó hasta una gran cumbre. Allí hizo un montículo sobre una montaña, y esa montaña da a la llanura de Gondolin, y ningún Orco o demonio se atrevió a cruzar el Monte de Fingolfin durante mucho tiempo, hasta que la traición nació entre su pueblo.
Pero Finweg[167] tomó a su cargo el reino de los Gnomos, y siguió resistiendo, de los Gnomos dispersos el más próximo al reino de su enemigo, en Hithlum y las Montañas Sombrías del [129] Norte que se extienden al Sur y al Este de la Tierra de la Niebla, entre ésta y Broseliand y la Llanura de la Sed. Sin embargo, una tras otra Morgoth tomó cada una de sus fortalezas, y los Orcos, cada vez más temerarios, estaban por todas partes, y tomaron prisioneros a grandes cantidades de Gnomos y Elfos Oscuros, y se los llevaron a Angband y los convirtieron en esclavos, y los obligaron a usar su habilidad y magia al servicio de Morgoth, y a trabajar sin descanso en llanto en sus minas y forjas.[168] Y los emisarios de Morgoth fueron constantemente a ver a los Elfos Oscuros y a los Gnomos esclavos y a los Hombres (a quienes éste en aquellos días les fingía gran amistad mientras aún se hallaban fuera de su poder), y les hacían promesas mentirosas y falsas insinuaciones de la codicia y traición de unos y otros; y debido a la maldición de la matanza de Puerto del Cisne a menudo creyeron las mentiras; y los Gnomos temieron mucho la traición de aquéllos de su propio pueblo que habían sido esclavos en Angband, de modo que aunque éstos escaparan y regresaran a su pueblo poca bienvenida recibían, y a menudo erraron en triste exilio y desesperanza.[169] [130]
En esos días de duda y miedo, después de la Segunda[170] Batalla, muchas cosas terribles acaecieron de las cuales aquí poco se habla. Se cuenta que a Bëor lo mataron y que Barahir no cedió ante Morgoth, pero que toda su tierra le fue arrebatada y su pueblo disperso, esclavizado o asesinado, y que él mismo se convirtió en un proscrito con su hijo Beren y diez hombres leales. Largo tiempo se escondieron, y realizaron secretos y valientes actos de guerra contra los Orcos. Pero al final, tal como se cuenta al comienzo de la balada de Lúthien y Beren, el refugio secreto de Barahir fue vendido y a él lo mataron, y también a sus compañeros, todos salvo Beren, quien por fortuna aquel día se encontraba cazando lejos de allí. A partir de entonces Beren vivió como un proscrito, solo, a excepción de la ayuda que recibía de las aves y bestias que amaba; y aunque buscó la muerte en actos desesperados no encontró sino gloria y fama en las canciones secretas de fugitivos y enemigos ocultos de Morgoth, de [131] modo que la historia de sus hazañas llegó incluso hasta Broseliand,[171] y corrieron rumores sobre él en Doriath. Finalmente, Beren huyó del círculo cada vez más estrecho de sus perseguidores hacia el sur, y cruzó las terribles Montañas de la Sombra,[172] y por último, agotado y consumido, llegó a Doriath. Allí, en secreto, ganó el amor de Lúthien, hija de Thingol, y él la llamó Tinúviel, el ruiseñor, debido a la belleza de su canto en el crepúsculo bajo los árboles; pues ella era la hija de Melian.
Pero Thingol se enfureció y lo despidió con desprecio, pero no lo mató porque se lo había jurado a su hija. No obstante, deseaba enviarlo a la muerte. Y en lo más íntimo pensó una misión que fuera imposible de conseguir, y dijo: «Si me traes un Silmaril de la corona de Morgoth, dejaré que Lúthien se case contigo, si lo desea». Y Beren juró conseguirlo, y de Doriath se fue a Nargothrond portando el anillo de Barahir. Allí la búsqueda del Silmaril despertó de su sueño al juramento que habían pronunciado los hijos de Fëanor, y el mal empezó a crecer de ello. Felagund, aunque sabía que la misión estaba más allá de su poder, consintió en ayudar a Beren todo lo que pudiera, debido a su propio juramento a Barahir. Pero Celegorm y Curufin disuadieron a su pueblo y alzaron una rebelión contra él. Y pensamientos malignos despertaron en sus corazones, y pensaron en usurpar el trono de Nargothrond, pues ellos eran hijos del linaje más antiguo. Antes de que se ganara un Silmaril para Thingol, acabarían con el poder de Doriath y Nargothrond.
Así pues, Felagund entregó la corona a Orodreth y se marchó de su pueblo con Beren y diez hombres leales de su propio consejo. Tendieron una emboscada a una banda de Orcos y los mataron y se disfrazaron de Orcos con la ayuda de la magia de Felagund. Pero Thû los vio desde su torre de guardia, que antaño había pertenecido a Felagund, y los examinó, y Thû y Felagund lucharon y la magia de éste fue derrotada. Así se puso de manifiesto que eran Elfos, pero los hechizos de Felagund ocultaron sus nombres y su misión. Largo tiempo los torturaron en las mazmorras de Thû, pero ninguno traicionó a los demás.
Mientras tanto, Lúthien, desesperada al saber gracias a la sagaz vista de Melian que Beren había caído en poder de Thû, intentó huir de Doriath. Ello llegó a oídos de Thingol, quien la [132] encerró en una casa en la más alta de sus robustas hayas, muy lejos del suelo. Cómo escapó ella y llegó a los bosques, y Celegorm la encontró cuando cazaban en las fronteras de Doriath, se cuenta en la canción de Lúthien. A traición la llevaron hasta Nargothrond y Curufin el hábil se enamoró de su belleza. De lo que ella les contó supieron que Felagund se hallaba en manos de Thû; y se propusieron dejarle morir allí, y conservar a Lúthien con ellos y obligar a Thingol a que casara a Lúthien con Curufin,[173] y así incrementar su poder y usurpar Nargothrond y convertirse en los más poderosos príncipes de los Gnomos. No pensaron en ir en busca de los Silmarils, o dejar que otros lo hicieran, hasta que todo el poder de los Elfos estuviera en sus manos y a sus órdenes. Pero lo único que consiguieron fue sembrar la discordia y el encono entre los reinos de los Elfos.
Huan era el nombre del capitán de los perros de Celegorm. Era de raza inmortal y procedía de las tierras de caza de Oromë. Éste se lo dio a Celegorm mucho tiempo atrás en Valinor, cuando Celegorm solía cabalgar en el séquito del Dios, y seguía su cuerno. Llegó a las Grandes[174] Tierras con su amo, y ni las flechas ni las armas, los hechizos o el veneno, podían herirlo, de modo que iba a las batallas con su señor y muchas veces lo salvó de la muerte. Su destino se había decretado para que sólo encontrara la muerte a manos del lobo más poderoso que jamás caminaría sobre la tierra.
Huan era de corazón leal, y amó a Lúthien desde la primera vez que la encontrara en los bosques y la llevara a Celegorm. Tenía el corazón apesadumbrado por la traición de su amo, y liberó a Lúthien y partió con ella al Norte.
Allí Thû mató a sus prisioneros uno a uno, hasta que sólo quedaron Felagund y Beren. Cuando llegó la hora de la muerte de Beren, Felagund hizo uso de todo su poder y rompió sus ataduras y luchó con el hombre lobo que iba a asesinar a Beren; y mató al lobo, pero él murió en la oscuridad. Allí Beren se lamentó desesperado, y aguardó la muerte. Pero llegó Lúthien y cantó fuera de las mazmorras. Así ella engañó a Thû para que saliera, pues la fama de la belleza de Lúthien había llegado a todas las tierras junto con la maravilla de sus canciones. Hasta Morgoth la deseaba, y había prometido la más grande recompensa [133] al que pudiera capturarla. Todos los lobos que enviaba Thû los mataba Huan en silencio, hasta que llegó Draugluin, el más grande de sus lobos. Se libró una lucha feroz, y Thû supo que Lúthien no estaba sola. Entonces recordó el destino de Huan, y él mismo se convirtió en el lobo más grande que jamás había caminado por el mundo, y salió a su encuentro. Pero Huan lo venció, y le quitó las llaves y los hechizos que unían los muros y torres encantados. Así se quebró la fortaleza y las torres se derribaron y se abrieron las mazmorras. Muchos prisioneros fueron liberados, pero Thû huyó volando con forma de murciélago a Taur-na-Fuin. Lúthien encontró a Beren lamentándose junto a Felagund. Le curó el dolor y la debilidad que le había provocado la prisión, pero a Felagund lo enterraron en la cima de su propia isla colina, y Thû no volvió allí.
Entonces Huan regresó junto a su amo, y a partir de ese momento el amor entre ellos fue menor. Beren y Lúthien erraron alegres y felices, hasta que una vez más llegaron cerca de las fronteras de Doriath. Allí Beren recordó su juramento, y le ordenó a Lúthien que se marchara. Sin embargo, Lúthien no quería separarse de él. Nargothrond estaba agitado, pues Huan y muchos de los prisioneros de Thû trajeron las noticias de las hazañas de Lúthien, y de la muerte de Felagund, y se descubrió la traición de Celegorm y Curufin. Se dice que habían enviado una embajada secreta a Thingol antes de que Lúthien escapara, pero Thingol, furioso, había devuelto las cartas a Orodreth con sus propios sirvientes.[175] Por lo tanto ahora los corazones del pueblo de Narog retornaron a la casa de Finrod, y lamentaron la muerte de su rey Felagund, a quien ellos habían abandonado, y se sometieron a las órdenes de Orodreth. Pero él no quiso permitirles matar a los hijos de Fëanor, tal como deseaban. En cambio, los desterró de Nargothrond, y juró que a partir de ese momento poco amor habría entre Narog y cualquiera de los hijos de Fëanor. Y así fue.
Celegorm y Curufin cabalgaban furiosos rápidamente por los bosques en dirección a Himling[176] cuando se encontraron con Beren y Lúthien, justo en el instante en que Beren pretendía separarse de su amada. Cabalgaron hacia ellos y al reconocerlos trataron de aplastar a Beren bajo los cascos de los caballos. Pero Curufin, desviándose, alzó a Lúthien hasta su silla [134] de montar. Entonces se produjo el salto de Beren, el mayor salto dado por Hombre mortal. Pues saltó como un león justo sobre el veloz caballo de Curufin y cogió a éste del cuello, y tanto caballo como jinete cayeron a tierra, pero Lúthien fue arrojada lejos y yació aturdida en el suelo. Allí Beren estranguló a Curufin, pero poco faltó para que él mismo muriera a manos de Celegorm, quien regresó cabalgando con la lanza presta. En ese momento Huan abandonó el servicio de Celegorm y saltó sobre él, de modo que su caballo se desvió, y ningún hombre, por miedo al terror que inspiraba el gran sabueso, se atrevió a acercarse. Lúthien prohibió la muerte de Curufin, pero Beren lo despojó de caballo y armas, siendo la principal su famoso cuchillo, hecho por los Enanos. Cortaba el hierro como si fuera madera. Entonces los hermanos partieron al galope, pero traicioneramente dispararon contra Huan y Lúthien. A aquél no lo hirieron, pero Beren saltó delante de Lúthien y resultó herido, y los Hombres, cuando se conoció, recordaron la herida provocada por los hijos de Fëanor.
Huan se quedó con Lúthien, y al oír su perplejidad y el propósito de Beren, que aún quería ir a Angband, partió y cogió para ellos de los ruinosos recintos de Thû una piel de hombre-lobo y una de murciélago. Sólo tres veces habló Huan en la lengua de los Elfos o los Hombres. La primera fue cuando se presentó ante Lúthien en Nargothrond. Ésta fue la segunda, cuando ideó el desesperado consejo para su misión. Así que cabalgaron al Norte, hasta que no pudieron cabalgar seguros. Entonces se pusieron los disfraces de lobo y murciélago, y Lúthien con el disfraz de un espectro maligno montó el hombre-lobo.
En la balada de Lúthien se cuentan todos los detalles de cómo llegaron a la puerta de Angband y encontraron que hacía poco que la vigilaban, pues a Morgoth le había llegado el rumor de un plan tramado por los Elfos y que él desconocía. Por esta razón creó al más poderoso de los lobos, Carcharas,[177] Cuchillo-colmillo, para que se sentara ante las puertas.[178] Pero Lúthien lo hechizó, y consiguieron abrirse paso hasta la presencia de Morgoth, y Beren se escabulló furtivamente bajo su sillón. Entonces Lúthien osó realizar la más terrible y valiente hazaña que una mujer de los Elfos se atreviera a hacer jamás. Sólo se la compara con el desafío de Fingolfin, y quizá hubiese sido más grande, [135] si ella no fuera medio divina. Se quitó el disfraz y pronunció su propio nombre, y fingió que los lobos de Thû la traían cautiva. Y lo engañó, a pesar de que Morgoth tramaba el mal en su interior; y ella bailó ante él, y sumió a toda su corte en el sueño; y le cantó, y le arrojó la túnica mágica que había tejido en Doriath a la cara, y lo obligó a dormir… qué canción puede cantar esa maravillosa hazaña, o la ira y la humillación de Morgoth, pues hasta los Orcos se ríen en secreto cuando la recuerdan, contando cómo Morgoth cayó del sillón y la corona de hierro rodó por el suelo.
Entonces Beren dio un salto, quitándose la piel lobuna, y sacó el cuchillo de Curufin. Con él arrancó un Silmaril. Pero osó más e intentó obtenerlos todos. Entonces el cuchillo de los traicioneros Enanos se rompió, y el sonido metálico agitó a las huestes durmientes y Morgoth gimió. El terror se apoderó de los corazones de Beren y Lúthien, y huyeron por los oscuros caminos de Angband. Las puertas estaban obstruidas por Carcharas, que ya había despertado del sortilegio de Lúthien. Beren se plantó ante Lúthien, lo cual resultó ser un acto desafortunado, pues antes de que ella pudiera tocar al lobo con la túnica o pronunciar una palabra mágica, éste saltó sobre Beren, quien ahora carecía de armas. Con la derecha lanzó un golpe a los ojos de Carcharas, pero el lobo le cogió la mano con las mandíbulas y la cercenó. Ahora bien, esa mano sostenía el Silmaril. Entonces las fauces de Carcharas ardieron con un fuego de angustia y tormento cuando el Silmaril le tocó la carne maligna; y aullando huyó de su presencia, de modo que todas las montañas se sacudieron, y la locura del lobo de Angband fue, de todos los horrores llegados al Norte,[179] el más espantoso y terrible. Beren y Lúthien apenas pudieron escapar antes de que toda Angband despertara.
De sus andanzas y desesperación, y de la cura de Beren, quien desde entonces fue llamado Beren Ermabwed el Manco, de su rescate por Huan, que había desaparecido súbitamente antes de que llegaran a Angband, y de su llegada de nuevo a Doriath, poco hay aquí que contar.[180] En cambio, en Doriath habían acontecido muchas cosas. Desde que Lúthien huyera todo había ido mal. El pesar se había abatido sobre el pueblo y el silencio se había apoderado de las canciones cuando las expediciones [136] no la encontraron. Larga fue la búsqueda, y en ella se perdió Dairon, el flautista de Doriath, quien amaba a Lúthien desde antes de que Beren llegara a Doriath. Era el más grande músico de los Elfos, salvo por Maglor, hijo de Fëanor, y Tinfang Trino.[181] Pero él jamás regresó a Doriath y se perdió en el Este del mundo.[182]
También hubo ataques a las fronteras de Doriath, pues los rumores de que Lúthien estaba perdida habían llegado a Angband. Boldog, capitán de los Orcos, fue muerto en combate por Thingol, y los grandes guerreros Beleg el Arquero y Mablung Mano Pesada se hallaban con Thingol en aquella batalla. Así Thingol se enteró de que Lúthien aún estaba libre de Morgoth, pero que éste conocía su errar; y el temor se adueñó de él. Mientras era víctima del miedo llegó en secreto la embajada de Celegorm, y dijo que Beren y Felagund estaban muertos, y que Lúthien se hallaba en Nargothrond. Entonces el corazón de Thingol lamentó la muerte de Beren, y se enfureció al sospechar la traición de Celegorm a la casa de Finrod, y porque retenía a Lúthien sin enviarla a casa. Por ello mandó espías a la tierra de Nargothrond y se aprestó a la guerra. Pero se enteró de que Lúthien había huido y de que Celegorm y su hermano habían partido a Aglon. Así que entonces envió una embajada a Aglon, ya que su poder no era lo suficientemente grande como para caer sobre los siete hermanos, ni quería luchar con otros que no fueran Celegorm y Curufin. Pero mientras viajaba por los bosques la embajada se encontró con el ataque furioso de Carcharas. Dominado por la locura, el gran lobo había corrido por todos los bosques del Norte, y la muerte y la devastación lo acompañaban. Sólo Mablung escapó para transmitir la noticia de su llegada a Thingol. El destino, o la magia del Silmaril que portaba y lo atormentaba, hizo que los hechizos de Melian no pudieran detenerlo e irrumpió en los bosques puros de Doriath, y el terror y la destrucción se extendieron por todas partes.
Justo cuando los pesares de Doriath se hallaban en su peor momento, Lúthien, Beren y Huan regresaron a Doriath. Entonces el corazón de Thingol se aligeró, pero no miró con amor a Beren, en quien veía la causa de todas sus aflicciones. Cuando se hubo enterado de cómo éste había escapado de Thû, se sorprendió, pero dijo: [137]
—Mortal, ¿qué ha sucedido con tu misión y tu juramento?
Entonces Beren contestó:
—Ahora mismo tengo un Silmaril en la mano.
—Muéstramelo —dijo Thingol.
—No puedo —repuso Beren—, pues mi mano no está aquí.
Y contó toda la historia, y dejó clara cuál era la causa de la locura de Carcharas, y el corazón y la paciencia de Thingol se suavizaron ante sus valerosas palabras, y ante el gran amor que vio entre su hija y aquel mortal tan valiente.
Ahora bien, en consecuencia planearon la caza del lobo Carcharas. En esa cacería participaron Huan y Thingol y Mablung y Beleg y Beren y nadie más. Y en este punto la triste historia ha de ser breve, pues en otra parte se cuenta con más detalle. Lúthien, en el momento de la partida, se quedó atrás con malos presentimientos; y bien justificados que estaban, pues mataron a Carcharas, pero Huan murió al mismo tiempo, y murió para salvar a Beren.[183] Sin embargo, Beren fue mortalmente herido, mas vivió para depositar el Silmaril en manos de Thingol, cuando Mablung lo hubo sacado del vientre del lobo. Entonces no volvió a hablar hasta que lo transportaron con Huan a su lado de vuelta a las puertas de los recintos de Thingol. Allí, bajo el haya en la que había estado encerrada, Lúthien salió a su encuentro y besó a Beren antes de que su espíritu partiera hacia las estancias de la espera. Así terminó la larga historia de Lúthien y Beren. Pero la balada de Leithian, la liberación del cautiverio, no ha acabado aún. Pues mucho tiempo se ha dicho que Lúthien se debilitó y desapareció rápidamente y se desvaneció de la tierra, aunque algunas canciones cuentan que Melian llamó a Thorndor y él la transportó viva a Valinor. Y ella llegó a las estancias de Mandos, y le cantó una historia de amor conmovedora, tan hermosa que él se apiadó como nunca volvió a suceder desde entonces. Llamó a Beren, y así, tal como Lúthien le jurara al besarlo en la hora de su muerte, se encontraron más allá del mar occidental. Y Mandos los dejó partir, pero dijo que Lúthien debería ser mortal como su amado, y que debería abandonar la tierra una vez más a la manera de las mujeres mortales, y su belleza convertirse en un recuerdo en las canciones. Así fue, pero se dice que en recompensa a partir de entonces Mandos le dio a Beren y a Lúthien una larga vida y [138] gran gozo, y ellos erraron sin conocer la sed ni el frío en la hermosa tierra de Broseliand, y desde entonces ningún mortal habló con Beren o su esposa.[184] No obstante, él regresó a estas historias cuando se realizó una tristeza además de la suya.
Ahora[185] ha de contarse que, tras hazañas de Huan y Lúthien y el derribo de las torres de Thû,[186] Maidros, hijo de Fëanor, se dio cuenta de que Morgoth no era invulnerable, pero que los destruiría a todos uno a uno si no formaban de nuevo una liga y un consejo. Ésta fue la Unión de Maidros, y se planeó sabiamente. Los Ilkorins y Hombres dispersos se agruparon, y las fuerzas de Maidros lanzaron ataques cada vez más feroces desde Himling,[187] y repelieron a los Orcos y tomaron a sus espías. Por aquel entonces las herrerías de Nogrod y Belegost se dedicaron a fabricar cotas de malla, espadas y lanzas para muchos ejércitos, y gran parte de las riquezas y joyas de los Elfos y los Hombres [139] fueron a parar a sus manos en aquella época, aunque ellos mismos no participaban en la guerra.
—Desconocemos quién tiene razón en esta lucha —decían—, y no somos amigos de ningún bando… hasta que se haga con el poder.
Así pues, grande y espléndido fue el ejército de Maidros, pero el juramento y la maldición perjudicaron sus propósitos.
Todas las huestes de Hithlum, Gnomos y Hombres, estaban preparadas para su llamada, y Finweg[188] y Turgon y Huor y Húrin eran sus capitanes.[189] Orodreth no quiso marchar desde Narog a la orden de Maidros debido a la muerte de Felagund, y a los actos de Curufin y Celegorm.[190] Sin embargo, permitió que una pequeña compañía de los más valientes, que no querían cruzarse de brazos mientras se preparaba la gran guerra, partiera al Norte. Su líder era el joven Flinding, hijo de Fuilin, el más osado de los exploradores de Nargothrond; pero tomaron el emblema de la casa de Finweg y partieron bajo sus estandartes, y jamás regresaron, a excepción de uno.[191]
De Doriath no fue nadie.[192] Pues Maidros y sus hermanos habían enviado gente a Doriath y habían recordado a Thingol, con palabras altivas, su juramento, emplazándole para que devolviera el Silmaril. Melian le aconsejó que así lo hiciera, y quizá él lo habría hecho, pero las palabras de ellos fueron demasiado orgullosas, y él recordó que la joya se había obtenido con los dolores de su pueblo[193] y a pesar de los sucios actos de los hijos de Fëanor; y tal vez también la codicia[194] influyó algo en su corazón, tal como después se demostraría. Por lo tanto despidió a los mensajeros de Maidros con escarnio. Éste no dijo nada, pues en aquella época empezaba a meditar[195] en la unión de las fuerzas de los Elfos. Pero Celegorm y Curufin juraron en voz alta matar a Thingol o a cualquiera de su pueblo con el que se encontraran, de noche o de día, en tiempos de paz o de guerra.[196]
Por esta razón Thingol no partió,[197] ni nadie de Doriath salvo Mablung, y Belen, que no obedecía a hombre alguno.
Llegó el día en el que Maidros lanzó su convocatoria, y los Elfos Oscuros, a excepción de los de Doriath, y los Hombres del Este y el Sur marcharon al encuentro de su estandarte. Pero Finweg y Turgon y los Hombres de Hithlum se agruparon en el Oeste en las fronteras de la Llanura de la Sed, aguardando la [140] señal de las banderas en marcha desde el Este. Puede que Maidros se retrasara demasiado reuniendo a sus fuerzas; lo cierto es que emisarios secretos de Morgoth se distribuyeron por los campamentos, Gnomos esclavos o cosas con forma élfica, y extendieron malos presagios y pensamientos de discordia. A los que más visitaron fue a los Hombres, y los frutos de sus palabras se vieron más adelante.
Largo tiempo el ejército esperó en el Oeste, y el miedo a la traición cundió en él al ver que Maidros no aparecía, y los corazones ardientes de Finweg y Turgon se impacientaron.[198] Mandaron a sus heraldos a través de la llanura y sus trompetas de plata sonaron; e invocaron a las huestes de Morgoth para que salieran. Entonces Morgoth envió una gran fuerza, aunque no tan grande. Y Finweg se mostró a favor de atacar desde los bosques al pie de las Montañas Sombrías donde se ocultaba. Pero Húrin se opuso.
Entonces Morgoth hizo avanzar a uno de los heraldos de Finweg que había tomado prisionero a traición y lo mató en la llanura, de modo que los vigías pudieran verlo desde lejos, pues en día despejado los ojos de los Gnomos ven las cosas lejanas con claridad. Entonces la ira de Finweg se desbocó y su ejército lanzó un súbito ataque. Esto era lo que Morgoth había planeado, pero se dice que no calculó el verdadero número de las filas, ni conocía aún la medida de su valor, y el plan estuvo a punto de fracasar. Antes de que llegaran los refuerzos su ejército fue derrotado, y nunca había habido una matanza de siervos de Morgoth como la de aquel día, y los estandartes de Finweg se alzaron ante los muros de Angband.
Se dice que Flinding y los hombres de Nargothrond llegaron incluso a entrar por las puertas, y que el miedo llegó hasta el trono de Morgoth. Pero fueron muertos o tomados prisioneros, pues no recibieron ninguna ayuda.[199] Por otras puertas secretas Morgoth lanzó a la hueste principal que había permanecido a la espera, y Finweg y los Hombres de Hithlum fueron repelidos de los muros.
Entonces en la llanura comenzó la Batalla de las Lágrimas Innumerables,[200] que ninguna canción o cuento, narra entera, pues la voz del narrador se anega en lamentaciones. La hueste de los Elfos fue rodeada. No obstante, en aquel momento aparecieron [141] al fin los estandartes de Maidros y sus aliados del Este. Aún entonces los Elfos podrían haber ganado el día, pues los Orcos titubearon. Pero cuando la vanguardia de Maidros caía sobre los Orcos, Morgoth lanzó a sus últimas fuerzas, y toda Angband quedó vacía. Salieron lobos y serpientes, y Balrogs como fuego, y apareció el primero de los dragones, el más viejo de los Gusanos de la Codicia. Su nombre era Glómund y desde hacía tiempo se había propagado por todas partes su terror, aunque no había alcanzado el máximo crecimiento y maldad, y rara vez se lo había visto.[201] De esa manera luchó Morgoth por impedir la unión de las huestes de los Elfos, pero los Eldar dicen que ni aún así lo habría conseguido de no haber sido porque los capitanes de los Hombres de las huestes de Maidros dieron media vuelta y huyeron, y su número era muy grande. La traición o la cobardía, o ambas, fue la causa de ese lamentable mal. Pero quedan peores cosas que contar, ya que los Hombres Cetrinos, a los que conducía Uldor el Maldecido, se pasaron al enemigo y cayeron sobre el flanco de Maidros. Desde aquel día los Elfos se enemistaron con los Hombres, menos con los hijos de los hijos de Hador.[202]
Allí Finweg cayó en llama de espadas, y se dice que un fuego salió de su yelmo cuando éste fue hendido; pero fue derribado a tierra y sus estandartes blancos pisoteados. Entonces el ejército del Oeste, separado de Maidros, retrocedió abriéndose camino lo mejor que pudo, paso a paso, hacia las Montañas Sombrías o incluso hasta los terribles lindes de Taur-na-Fuin. Pero Húrin no retrocedió,[203] y mantuvo la retaguardia, y todos los Hombres de Hithlum y su hermano Huor murieron y formaron un montón a su alrededor, de modo que ninguno regresó con noticias al hogar. Los Elfos aún recuerdan la valiente resistencia de Húrin, pues gracias a ella Turgon pudo abrirse camino desde el campo y salvar parte de la batalla, y rescatar a su pueblo de las colinas y escapar al sur hacia el Sirion. Famosa en las canciones es el hacha de Húrin que mató a cien Orcos, pero aquel día no llevaba el yelmo mágico que Gumlin, su padre, le legara. En él estaba en escarnio la imagen de la cabeza de Glómund, y a menudo había obtenido la victoria, de manera que los Hombres de Hithlum decían: «Tenemos un dragón más valioso que el de ellos. Era obra de Telchar, el gran herrero de Belegost, [142] pero de poco le habría servido a Húrin en aquella batalla, pues por orden de Morgoth lo capturaron vivo, atrapado por los horrendos brazos de los innumerables Orcos, hasta que quedó sepultado bajo ellos».
Maidros y los hijos de Fëanor fraguaron gran matanza en Orcos y Balrogs y Hombre traidor aquel día, pero al dragón no lo mataron y el fuego de su aliento provocó la muerte de muchos. Y al final fueron repelidos lejos, y la Garganta de Aglon se llenó de Orcos y la colina de Himling de gentes de Morgoth. Sin embargo, los siete hijos de Fëanor, aunque todos estaban heridos, no murieron.[204]
Grande fue el triunfo de Morgoth. Los cuerpos de sus enemigos muertos se apilaron en un montículo que formó una gran colina sobre Dor-na-Fauglith, y allí nació la hierba y creció verde mientras todo lo demás estaba desierto, y desde entonces ningún Orco pisó la hierba bajo la que las espadas de los Gnomos se deshacían en herrumbre. El reino de Finweg dejó de existir, los hijos de Fëanor erraron en el Este, fugitivos en las Montañas Azules.[205] Los ejércitos de Angband batieron todo el Norte. A Hithlum Morgoth envió Hombres que lo servían o le tenían miedo. Al Sur y al Este los Orcos fueron a saquear y destrozar; destruyeron casi toda Broseliand.[206] Sin embargo, Doriath, donde vivía Thingol, resistió, y Nargothrond. Pero todavía a estos lugares no les prestaba mucha atención, quizá porque los conocía poco. No obstante, una cosa estropeó deplorablemente su triunfo, y grande fue su cólera cuando pensó en ello. Se trata de la huida de Turgon, y de ningún modo pudo descubrir adonde había ido aquel rey.[207]
Entonces condujeron a Húrin ante Morgoth y lo desafió. Lo encadenaron y atormentaron. Después, al recordar Morgoth que sólo la traición o el miedo a ella, y en especial la traición de los Hombres, podían provocar la ruina[208] de los Gnomos, fue a ver a Húrin y le ofreció honor y libertad y muchas joyas si aceptaba dirigir un ejército contra Turgon, o incluso decirle adonde había ido ese rey; pues sabía que Húrin estaba próximo a los secretos de los hijos de Fingolfin. Pero Húrin se mofó de él. Por ello Morgoth planeó un castigo cruel. Lo encadenó en un sitial de piedra sobre la cima más alta de Thangorodrim, y lo maldijo con una visión [143] siempre insomne, como la de los Dioses, pero a su familia y descendencia la maldijo con un destino doloroso y aciago, y ordenó a Húrin que se quedara y contemplara su realización.
La primera parte de esta sección se corrigió mucho, aunque apresurada y toscamente, sobre las cuidadosas alteraciones que pertenecen a una «capa» anterior. En tres de las siguientes notas (191, 198, 199) doy el texto final de los pasajes que se cambiaron más.
[145]
Morwen,[209] la esposa de Húrin, se quedó en Hithlum y con ella sólo estaban dos hombres ancianos demasiado viejos para la guerra, y doncellas y niños. Uno de éstos era el hijo de Húrin, Túrin, el hijo de Húrin famoso en las canciones. Pero Morwen estaba embarazada de nuevo, y así, se quedó y se lamentó en Hithlum, y no fue como Rían, esposa de Huor, en busca de noticias de su señor. Los Hombres[210] de la raza leal fueron muertos, y Morgoth puso en su lugar a aquéllos que habían traicionado a los Elfos, y los acorraló detrás de las Montañas Sombrías, y los mató si salían para ir a Broseliand[211] o más allá; y eso fue lo único que obtuvieron del amor y las recompensas que él les había prometido. A pesar de ello, sus corazones se habían vuelto malignos, y poco amor mostraron a las mujeres y niños de los leales que habían muerto, y a la mayoría los esclavizaron. Grandes fueron la majestad y el valor de Morwen, y muchos la temieron y murmuraron que había aprendido magias negras de los Gnomos.[212] Pero ella era pobre y estaba casi sola, y recibió ayuda en secreto de su pariente, Airin, a quien Brodda, uno de los Hombres recién llegados, y poderoso entre ellos, había tomado por esposa. Por este motivo anidó en su corazón el deseo de enviar a Túrin, quien entonces tenía siete años de edad, a Thingol, para que no creciera como un tosco aldeano o un sirviente; pues Húrin y Beren habían sido amigos desde antaño. El destino de [146] Túrin se cuenta en los «Hijos de Húrin», y no hace falta narrarlo aquí por completo, aunque está entrelazado con los destino de los Silmarils y los Elfos. Se lo llama el Cuento de la Aflicción, pues es muy triste, y en él se ven las peores obras de Morgoth Bauglir.
Túrin creció en la corte de Thingol, mas pasado un tiempo, a medida que el poder de Morgoth aumentaba, las noticias dejaron de llegar desde Hithlum, pues era un camino largo y peligroso, y no volvió a saber de Nienor, su hermana que había nacido después de que él abandonara su hogar, ni de Morwen, su madre; y su corazón se tomó sombrío y triste. A menudo combatía en las fronteras del reino, donde vivía su amigo Beleg el Arquero, y poco iba a la corte, y tenía el pelo y la vestimenta desgreñados y sucios, aunque dulce era su voz y triste su canción. En una ocasión, a la mesa del rey, fue provocado por un Elfo necio, Orgof de nombre, debido a sus toscas vestimentas y aspecto extraño. Y con escarnio Orgof menospreció a las doncellas y esposas de los Hombres de Hithlum, pero Túrin, inconsciente de su creciente fuerza, mató a Orgof con un vaso a la mesa del rey.
Entonces huyó de la corte, y, considerándose un proscrito, se dedicó a luchar contra todo aquél, Elfo, Hombre u Orco, que se cruzara en el camino del grupo de desesperados que reunió en los lindes del reino: Hombres e Ilkorins y Gnomos perseguidos. Un día, cuando no se encontraba entre ellos, sus hombres capturaron a Beleg el Arquero y lo ataron a un árbol, y lo habrían matado; pero Túrin, cuando regresó, fue presa del remordimiento, y liberó a Beleg y abjuró de la guerra o del saqueo contra todos salvo los Orcos. Por Beleg se enteró de que Thingol le había perdonado su acto el día que lo realizó. Sin embargo, no regresó a las Mil Cavernas; pero las hazañas que Beleg y Túrin llevaron a cabo en las fronteras de Doriath se propagaron en los recintos de Thingol, y fueron conocidas en Angband.
Ahora bien, uno de los de la banda de Túrin era Blodrin, hijo de Ban, un Gnomo,[213] pero había vivido mucho tiempo entre los Enanos y era de corazón maligno y se unió a Túrin por amor al pillaje. Poco amó la nueva vida en la que las heridas eran más abundantes que el botín. Al final, reveló a los Orcos el emplazamiento del refugio de Túrin,[214] y el campamento de Túrin fue sorprendido. A Blodrin lo mató una flecha perdida en las tinieblas [147] de sus malignos aliados, pero a Túrin lo tomaron vivo, tal como había sucedido con Húrin, por orden de Morgoth. Pues éste empezó a temer que en Doriath, detrás de los laberintos de Melian, donde nada sabía de sus acciones, salvo por informes,[215] Túrin escapara de la maldición que él había planeado. A Beleg lo dejaron por muerto bajo un montículo de cadáveres. Allí lo encontraron los mensajeros de Thingol que habían ido a invitarlos a un banquete en las Mil Cavernas. Allí lo llevaron de vuelta, donde Melian lo curó y partió solo para rastrear a Túrin. Beleg era el hombre del bosque más magnífico que ha existido jamás, y su habilidad para el rastreo casi igualaba a la de Huan, aunque lo seguía por el ojo y la astucia, no por el olor. No obstante, se confundió en los laberintos de la Floresta de la Noche y allí vagó desesperado, hasta que vio la lámpara de Flinding, hijo de Fuilin,[216] quien había escapado de las minas de Morgoth, una sombra encorvada y tímida de su antigua figura y ánimo. Por Flinding recibió noticias de la banda de Orcos que había capturado a Túrin; y que se había demorado mucho en el Este saqueando las tierras de los Hombres, pero que ahora viajaba rápidamente debido al mensaje colérico de Morgoth, y estaba pasando por el camino de Orcos que atraviesa el mismo Taur-na-Fuin.
Cerca del principio de ese camino, donde llega hasta el borde del bosque en la cara de las cuestas escarpadas[217] que hay al sur de la Llanura de la Sed, Flinding y Beleg se ocultaron y observaron pasar a los Orcos. Cuando éstos dejaron el bosque y bajaron por las laderas para acampar en un valle desnudo a la vista de Thangorodrim, Beleg y su compañero los siguieron. Por la noche, Beleg mató a los lobos centinelas del campamento orco, y a hurtadillas Flinding y él se mezclaron con ellos. Con muchas dificultades y extremo peligro cogieron a Túrin, que estaba inconsciente completamente extenuado, y lo sacaron del campamento y lo tendieron en una cañada de densos árboles espinosos, en lo alto de la ladera. Al cortarle[218] las ligaduras, Beleg pinchó el pie de Túrin; y éste, que despierta de repente asustado y furioso, pues los Orcos lo torturaban a menudo, se encontró libre. Entonces, en su locura, cogió la espada de Beleg y mató a su amigo creyéndole un enemigo. La pantalla que cubría la lámpara de Flinding cayó en ese instante, y Túrin vio la cara de Beleg; y la locura lo abandonó y se quedó de piedra. [148]
Los Orcos, despertados por sus gritos al lanzarse sobre Beleg, descubrieron la fuga de Túrin, pero una terrible tormenta de truenos y aguaceros los dispersó. Por la mañana, Flinding los vio marchar por las humeantes arenas de Dor-na-Fauglith. Pero durante toda la tormenta Túrin permaneció sentado inmóvil; y Flinding apenas pudo despertarlo para que lo ayudara a enterrar a Beleg y su arco en la cañada de espinos. Después, Flinding lo condujo, aturdido e inconsciente, hacia lugar seguro; y su mente sanó cuando bebió de las fuentes del Narog junto al lago Ivrin. Pues sus lágrimas congeladas se soltaron, y lloró, y después del llanto compuso una canción para Beleg, la Amistad del Arquero, que se convirtió en una canción de guerra de los enemigos de Morgoth.
Al final Flinding[219] condujo a Túrin a Nargothrond. Allí, mucho tiempo atrás,[220] Flinding había amado a Finduilas, hija de Orodreth, y él la llamaba Failivrin, que es el destello de las aguas del hermoso lago de donde nace el Narog. Pero el corazón [149] de ella se inclinó contra su voluntad hacia Túrin, y el de él hacia el de ella. Por lealtad[221] luchó contra su amor y Finduilas languideció y se tomó pálida, pero Flinding, percatándose de lo que sentían sus corazones, se amargó.
Túrin se hizo grande y poderoso en Nargothrond, mas no le gustaba su estilo secreto de lucha y emboscada, y empezó a anhelar los golpes valientes y la batalla abierta. Entonces hizo que le forjaran de nuevo la espada de Beleg, y de ella los artesanos de Narog crearon una hoja negra con bordes brillantes de pálido fuego; por esa espada fue conocido entre ellos como Mormaglir.[222]
Con esa espada pensó en vengar la muerte de Beleg el Arquero, y con ella realizó muchas y grandes hazañas; de modo que la fama de Mormaglir, la Espada Negra de Nargothrond, llegó incluso hasta Doriath y a oídos de Thingol, pero el nombre de Túrin no se oyó. Y la victoria acompañó largo tiempo a Mormaglir y la hueste de Gnomos de Nargothrond que le seguía; y su reino llegó incluso hasta las fuentes del Narog, y desde el mar occidental hasta los lindes de Doriath; y hubo un freno a la arremetida de Morgoth.
En esta época de respiro y esperanza Morwen se preparó, y dejando sus bienes al cuidado de Brodda, quien tenía por esposa[223] a su pariente Airin, se llevó con ella a Nienor, su hija, y se arriesgó a realizar el largo viaje a las estancias de Thingol. Allí la esperaba un nuevo dolor, pues se enteró de la pérdida y desaparición de Túrin; y además en el tiempo que vivió como invitada de Thingol, con pesar y duda, llegaron a Doriath las noticias de la caída de Nargothrond; y todo el pueblo lloró.
Esperando su momento, Morgoth había lanzado sobre el pueblo de Narog por sorpresa un gran ejército que había preparado hacía tiempo, y con la hueste fue el padre de los dragones, Glómund, que causó ruina en la Batalla de las Lágrimas Innumerables. La fuerza de Narog fue vencida en la Planicie Guardada, al norte de Nargothrond; y allí cayó Flinding, hijo de Fuilin,[224] mortalmente herido, y al morir rechazó la ayuda de Túrin, haciéndole reproches, y le ordenó, si quería enmendar el mal que había provocado a su amigo, que regresara rápidamente a Nargothrond para rescatar incluso a costa de su vida, si [150] puede, a Finduilas, a quien ambos amaban, o de lo contrario matarla.
Pero la hueste de Orcos y el poderoso dragón se abatieron sobre Nargothrond antes de que Túrin pudiera organizar la defensa, y vencieron a Orodreth y al pueblo que le quedaba, y los grandes recintos subterráneos fueron saqueados, y todas las mujeres y doncellas del pueblo de Narog fueron conducidas como esclavas y sometidas a la esclavitud de Morgoth. Al único que no pudieron vencer fue a Túrin, y los Orcos retrocedieron ante él con terror y asombro, y él se irguió solo. Así consiguió Morgoth que los hombres provocaran su propia caída con sus actos; pues poco habrían hablado los hombres del dolor de Túrin si hubiera caído defendiendo valientemente las grandes puertas de Nargothrond.
Había fuego en los ojos de Túrin, y los bordes de su espada brillaban como en llamas, y avanzó para luchar incluso con Glómund, solo y sin miedo. Pero no estaba en su destino librar al mundo aquel día de ese reptante mal; pues cayó bajo el hechizo de los ojos sin párpados de Glómund, y quedó inmovilizado; pero Glómund[225] se burló de él, llamándole desertor de su pueblo, asesino de amigos y ladrón de amor. Y el dragón le ofreció la libertad o para seguir buscando a su «amor robado», Finduilas, o para cumplir su deber e ir al rescate de su madre y de su hermana, que estaban viviendo con gran miseria en Hithlum (tal como le dijo, mintiendo) y próximas a la muerte. Pero lo obligó a jurar que abandonaría a una o a las otras.
Entonces Túrin, con angustia y dudas, abandonó a Finduilas en contra de su corazón y en contra de la última palabra que dio a Flinding[226] (de haberlo obedecido habría eludido su extremo destino), y creyendo las palabras de la serpiente que lo había hechizado, dejó el reino de Narog y partió hacia Hithlum. Y se canta que en vano se tapó los oídos para no oír el eco de la voz de Finduilas gritando su nombre mientras se la llevaban; y ese sonido lo acosó por todos los bosques. Pero Glómund, cuando Túrin se hubo ido, reptó de regreso a Nargothrond y reunió bajo él la mayor parte de su oro y gemas, y allí se tendió en la estancia más profunda, y la desolación lo rodeaba.
Se dice que al fin Túrin llegó a Hithlum, y no encontró a su madre o a su familia; pues las estancias estaban vacías y la tierra [151] saqueada, y Brodda había añadido sus bienes a los suyos. En su casa de madera y en su propia mesa Túrin hirió a Brodda; y luchando se abrió camino desde la casa, pero luego tuvo que huir de Hithlum.[227]
Había una morada de Hombres libres en el bosque, los supervivientes del pueblo de Haleth, hijo de Hador y hermano de Gumlin, el abuelo de Túrin. Eran los últimos de los Hombres amigos de Elfos que se demoraran en Beleriand,[228] a quienes Morgoth no pudo someter ni acorralar en Hithlum más allá de las Montañas Sombrías. Eran pocos en número, pero valientes, y vivían en los bosques verdes alrededor del Río Taiglin, que entra en la tierra de Doriath antes de unirse con las grandes aguas del Sirion, y quizá los protegiera aún algo de la magia de Melian. Bajando por las fuentes del Taiglin que nacen en las Montañas Sombrías, Túrin vino en busca del rastro de los Orcos que habían saqueado Nargothrond y debían pasar por aquellas aguas camino al reino de Morgoth.
Así dio con los hombres de los bosques y tuvo noticias de Finduilas; y entonces pensó que no podía sentir más dolor, mas no era así. Pues los Orcos habían marchado cerca de las fronteras de los hombres de los bosques, y éstos les habían tendido una emboscada, y a punto estuvieron de rescatar a sus prisioneros. Pero a pocos se llevaron, ya que los Orcos habían matado a la mayoría cruelmente; y entre ellos habían atravesado a Finduilas con lanzas,[229]según los pocos a los que salvaron le contaron entre lágrimas. Así pereció la última de la raza de Finrod, el más hermoso de los reyes elfos, y desapareció del mundo de los Hombres.
Sombrío quedó el corazón de Túrin y todos los actos y días de su vida parecieron viles; sin embargo, el valor de la raza de Hador era como un núcleo de inflexible acero. Allí Túrin juró renunciar a su pasado, su familia, su nombre y a todo lo que había sido suyo, a excepción del odio a Morgoth; y tomó un nuevo nombre, Turambar (Turumarth[230] en la forma del habla gnómica), que significa Vencedor del Destino; y los hombres de los bosques se agruparon a su alrededor, y se convirtió en su señor y durante un tiempo gobernó en paz.
Entonces llegaron a Doriath noticias más claras de la caída de Orodreth y la destrucción de todo el pueblo de Narog, aunque [152] no más fugitivos que los que se pueden contar con las manos se refugiaron allí, e inciertos eran sus informes. No obstante, así supieron Thingol y Morwen que Mormaglir era Túrin; pero demasiado tarde; pues algunos dijeron que había escapado y huido,[231]y otros que lo habían convertido en piedra los terribles ojos de Glómund y todavía vivía esclavizado en Nargothrond.
Al final Thingol cedió a las lágrimas y súplicas de Morwen y envió una compañía de Elfos a Nargothrond para averiguar la verdad. Con ellos cabalgó Morwen, pues no pudieron impedírselo; pero a Nienor le ordenaron que se quedara. Sin embargo, tenía la valentía de su linaje, y en una mala hora, por amor y preocupación por su madre, se disfrazó como uno del pueblo de Thingol, y pardo con la aciaga expedición.
Divisaron el Narog en la distancia desde la cima arbolada de la Colina de los Espías, al este de la Planicie Guardada, y desde allí descendieron con gran atrevimiento a las orillas del Narog. Morwen permaneció sobre la colina con una escasa guardia y los observó desde lejos. Ahora bien, en los días de la victoria, cuando el pueblo de Narog partió una vez más a la guerra abierta, se construyó un puente que cruzaba el río ante las puertas de la ciudad oculta (lo que provocó su ruina). Hacia ese puente marcharon los Elfos de Doriath, pero Glómund era consciente de su llegada, y salió de repente y se metió en el río, y un inmenso y siseante vapor se elevó y los devoró. Morwen lo vio desde la cima de la colina, y sus guardias no se quedaron ni un momento más y huyeron de vuelta a Doriath, llevándosela con ellos.
En esa niebla los Elfos fueron derrotados, y sus caballos fueron presa del pánico, y huyeron en todas direcciones y no pudieron encontrar a sus compañeros; y la mayor parte jamás regresó a Doriath. Pero cuando la niebla se aclaró, Nienor descubrió que su galope errante la había llevado de vuelta a las orillas del Narog, y delante estaba Glómund, con el ojo clavado en ella. Terrible era, como el ojo de Morgoth, el amo que lo había creado; y mientras la obligaba a mirarlo, sobre su mente cae un hechizo de oscuridad y absoluto olvido. Entonces vagó aturdida por los bosques, como una criatura salvaje sin habla o pensamiento.
Cuando la locura la abandonó, se hallaba lejos de los lindes [153] de Nargothrond, no sabía dónde; y no recordaba ni su nombre ni su hogar. Así la encontró una banda de Orcos que la persiguió como a una bestia de los bosques; mas el destino la salvó. Pues un grupo de hombres del bosque de Turambar, en cuya tierra se hallaban, cayó sobre los Orcos y los mató; y el mismo Turambar la sentó en su caballo y la llevó hasta la agradable morada de los hombres del bosque. La llamó Níniel, la Doncella de las Lágrimas, pues la primera vez que la vio estaba llorando. Hay una estrecha garganta y una alta y espumosa cascada en el río Taiglin, que los hombres del bosque llamaban las Cascadas del Cuenco de Plata;[232] y por ese hermoso lugar pasaron mientras cabalgaban a su hogar, y habrían acampado allí tal como era su costumbre, pero Níniel no quiso quedarse, pues en aquel sido un escalofrío gélido y mortal se apoderó de ella.
Sin embargo, después encontró algo de paz en las moradas de los hombres del bosque, que la trataron con amabilidad y respeto. Allí ganó el amor de Brandir, hijo de Handir, hijo de Haleth; pero él era cojo desde niño, cuando fue herido por una flecha orca, y feo y más débil que la mayoría, por lo que había cedido el gobierno a Túrin por elección del pueblo del bosque. Era gentil de corazón y sabio de pensamiento, y grande era su amor, y siempre fue leal a Turambar; no obstante, amarga quedó su alma cuando no pudo ganar el amor de Níniel. Pues ella no quería separarse nunca del lado de Turambar, y un amor grande hubo siempre entre los dos desde la hora de su primer encuentro. Así pues, Túrin Turambar, pensando en deshacerse de sus antiguas aflicciones, se casó con Nienor Níniel, y hermosa fue la fiesta en los bosques de Taiglin.
Ahora bien, el poder y la maldad de Glómund creció rápidamente y se extendió por casi todo el antiguo reino de Nargothrond que él había destruido, al oeste del Narog y más allá, hacia el este; y agrupó Orcos a su alrededor y gobernó como rey de los dragones; y hubo batallas en las fronteras de la tierra de los hombres del bosque, y los Orcos huyeron. Por lo tanto, al descubrir el emplazamiento de su morada, Glómund partió de Nargothrond y llegó reptando, lleno de fuego, por encima de las tierras hasta los lindes de los bosques de Taiglin, dejando un rastro quemado. Pero Turambar meditó cómo podía salvar a su pueblo de ese horror; y partió con sus hombres, y Níniel [154] cabalgó con ellos, ya que su corazón presentía el mal, hasta que pudieron divisar a lo lejos el rastro calcinado del dragón y el lugar humeante donde se encontraba tumbado en aquel momento, al oeste del profundo lecho del Taiglin. Entre ellos estaba la escarpada cañada del río, cuyas aguas habían caído en ese punto, pero un poco antes, en el espumeante salto del Cuenco de Plata.
Allí Turambar pensó en algo desesperado, pues bien conocía el poder y la maldad de Glómund. Decidió aguardar en la cañada sobre la que debía pasar el dragón si quería llegar a su tierra. Seis de sus hombres más osados le suplicaron que les dejara acompañarlo; y por la noche treparon por el lado opuesto de la cañada y se ocultaron cerca del borde entre los matorrales. Durante la noche el gran dragón se acercó al río, y el rumor de su avance los llenó de miedo y repugnancia. De hecho por la mañana todos se habían escabullido, dejando solo a Turambar.
A la noche siguiente, cuando Turambar estaba ya casi consumido, Glómund inició el cruce de la cañada, y su enorme silueta pasó sobre la cabeza de Turambar. Allí éste lo atravesó con Gurtholfin, Hierro de la Muerte, su espada negra; y Glómund reculó agonizante y yació moribundo cerca de la orilla del río y no entró en la tierra de los hombres del bosque. Pero sacudiéndose arrancó la espada de la mano a Turambar, y entonces éste salió de su escondite y apoyó el pie sobre Glómund y con regocijo retiró su espada. Codiciosa era aquella hoja y muy rápida en la herida, y mientras Turambar la sacaba con todas sus fuerzas, el veneno del dragón cayó a chorros en su mano y angustiado por la quemazón cayó desvanecido.
De esta manera los vigías vieron desde lejos que Glómund había sido aniquilado, mas Turambar no regresaba. A la luz de la luna Níniel partió a buscarlo sin decir una palabra, y antes de que pasara mucho tiempo de su partida Brandir la echó de menos y fue tras ella. Pero Níniel encontró a Turambar yaciente como muerto junto al cuerpo de Glómund. Allí, mientras lloraba al lado de Turambar y se afanaba por atenderlo, Glómund abrió los ojos por última vez, y habló, y le dijo el verdadero nombre de Turambar; luego murió, y con la muerte se levantó el hechizo de olvido que pendía sobre Níniel, y ella recordó su parentesco. Llena de horror y angustia, pues estaba embarazada, [155] huyó y se tiró desde lo alto del Cuenco de Plata, y nadie encontró su cuerpo jamás. Sólo Brandir oyó su último lamento antes de arrojarse; y tenía la espalda encorvada y aquella noche su pelo se tomó gris.
Por la mañana, Túrin despertó y descubrió que alguien le había curado la mano. Aunque le dolía terriblemente, regreso triunfante y lleno de júbilo por la muerte de Glómund, su antiguo enemigo; y preguntó por Níniel, pero nadie se atrevió a contárselo, salvo Brandir. Y Brandir, enloquecido por el dolor, le lanzó reproches; por ello Túrin lo mató, y cogiendo a Gurtholfin, roja de sangre, le ordenó que matase a su amo; y la espada contestó que su sangre era tan dulce como la de cualquier otro, y le atravesó el corazón cuando se dejó caer sobre ella.
A Túrin lo enterraron cerca de la orilla del Cuenco de Plata, y su nombre, Túrin Turambar, fue tallado sobre una roca. Debajo se escribió Nienor Níniel. A partir de entonces, los hombres cambiaron el nombre de aquel lugar a Nen-Girith, el Agua Estremecida.
Así terminó la historia de Túrin el desdichado; y siempre se ha considerado la peor de las obras de Morgoth en el mundo antiguo. Algunos han contado que Morwen, que erró penosamente desde los recintos de Thingol al no encontrar allí a Nienor a su regreso, llegó en una ocasión a aquella roca y la leyó, y allí murió. [156]
Después de la muerte de Túrin y Nienor, Morgoth liberó a Húrin, pues aún pensaba en utilizarlo; y Húrin acusó a Thingol de corazón débil y de falta de bondad, diciendo que sólo así había conseguido Morgoth su propósito; y Húrin, perturbado, erró encorvado por el pesar, meditó en esas palabras, y se amargó por ellas, pues así obran las mentiras de Morgoth.
Por consiguiente, Húrin agrupó a unos pocos proscritos de los bosques y fueron a Nargothrond, que hasta entonces nadie, Orco, Elfo u Hombre, se había atrevido a saquear por miedo al espíritu de Glómund y al de su misma memoria. Pero allí encontraron a un tal Mîm el Enano. Ésta es la primera aparición de los Enanos en estos cuentos[233] del mundo antiguo; y se dice que los Enanos primero se diseminaron al oeste desde Erydluin,[234] las Montañas Azules, a Beleriand, después de la Batalla de las Lágrimas Innumerables. Mîm había encontrado los recintos y el tesoro de Nargothrond desguarnecidos; y tomó posesión de ellos y se quedó allí sentado sumido en el gozo jugueteando con el oro y las gemas, dejándolos correr entre sus manos; y los unió a él con muchos sortilegios. Pero el pueblo de Mîm eran pocos, y los proscritos, invadidos por el ansia del tesoro, [157] los mataron, aunque Húrin quiso detenerlos; y a su muerte Mîm maldijo el oro.
Y la maldición cayó sobre los poseedores de esta manera. Cada uno de los de la compañía de Húrin murió o fue muerto en luchas en el camino; pero Húrin fue a ver a Thingol en busca de ayuda, y el pueblo de Thingol transportó el tesoro a las Mil Cavernas. Entonces Húrin ordenó que se arrojara todo a los pies de Thingol, y recriminó al rey Elfo con palabras fuertes y amargas.
—Recibe —dijo— la paga por tu atenta protección a mi esposa y familia.
Sin embargo, Thingol no aceptó las riquezas, y largo tiempo aguantó a Húrin; pero éste lo despreció, y partió en busca de Morwen, su esposa, pero no se dice que alguna vez la encontrara en la tierra; y algunos han contado que al final se arrojó al mar occidental, y así terminó el más poderoso de los guerreros de los Hombres mortales.
Entonces los encantamientos del oro maldito del dragón comenzaron a afectar incluso al rey de Doriath, y largo tiempo permaneció sentado contemplándolo, y la semilla del amor al oro que había en su corazón despertó y creció. Por lo tanto, llamó a los más grandes artesanos del mundo occidental, ya que Nargothrond había dejado de existir (y Gondolin era desconocida), los Enanos de Nogrod y Belegost, para que convirtieran el oro y la plata y las gemas (pues gran parte estaba sin trabajar) en incontables copas y cosas hermosas; y para que hicieran un maravilloso collar de gran belleza, del que colgar el Silmaril.
Pero los Enanos que llegaron en el acto fueron poseídos por el ansia y el deseo del tesoro, y tramaron traición. Entre sí se dijeron: «¿No es esta riqueza tanto derecho de los Enanos como del rey élfico, y no se la arrebataron con maldad a Mîm?». Sin embargo, también codiciaban el Silmaril.
Y Thingol, cada vez más esclavo del hechizo, por su parte les negó la recompensa prometida por el trabajo; y entre ellos se cruzaron palabras amargas, y hubo lucha en los recintos de Thingol. Allí murieron muchos Elfos y Enanos, y el lugar donde se depositaron en Doriath se llamó Cûm-nan-Arasaith, el Montículo de la Avaricia. Pero el resto de los Enanos fueron expulsados sin recompensa o paga. [158]
Por esta razón reunieron nuevas fuerzas en Nogrod y Belegost y regresaron, y con la ayuda de la traición de ciertos Elfos, víctimas del ansia por el tesoro maldito, entraron a Doriath en secreto. Allí sorprendieron a Thingol en una cacería en la que iba sólo con una pequeña compañía armada; y mataron a Thingol, y tomaron por sorpresa y saquearon la fortaleza de las Mil Cavernas; y así la gloría de Doriath fue prácticamente, aniquilar da, y ahora sólo quedaba una fortaleza de los Elfos contra Morgoth, y su crepúsculo se hallaba próximo.
Los Enanos no pudieron capturar o dañar a la reina Melian, y ella partió en busca de Beren y Lúthien. Ahora bien, el Camino de los Enanos a Nogrod y Belegost en las Montañas Azules atravesaba Beleriand del Este y los bosques alrededor del Río Ascar,[235] donde en tiempos pasados cazaban Damrod y Díriel, hijos de Fëanor. Al sur de esas tierras, entre el río y las montañas, se extendía la tierra de Assariad, y allí[236] vivían y erraban todavía en paz y felicidad Beren y Lúthien, en aquella época de respiro que Lúthien había ganado, antes de que los dos tuvieran que morir; y su pueblo estaba formado por los Elfos Verdes del Sur, que no eran de los Elfos de Côr[237] ni de Doriath, aunque muchos habían luchado en la Batalla de las Lágrimas Innumerables. Pero Beren no volvió a ir a la guerra, y su tierra rebosaba belleza y flores; y mientras Beren estuvo y Lúthien permaneció los Hombres a menudo la llamaron Cuilwarthien,[238] la Tierra de los Muertos que Viven.
Al norte de aquella región hay un vado que cruza el río Ascar, cerca de su unión con el Duilwen,[239] que cae en torrentes desde las montañas; y ese vado se llama Sarn-athra,[240] el Vado de Piedras. Los Enanos debían atravesarlo antes de llegar a su hogar,[241] y allí Beren libró su última batalla, advertido de su acercamiento por Melian. En esa batalla los Elfos Verdes cogieron a los Enanos por sorpresa cuando se hallaban en mitad del cruce, cargados con su pillaje; y los jefes Enanos fueron muertos, y casi toda su hueste. Pero Beren tomó el Nauglafring,[242] el Collar de los Enanos, de donde colgaba el Silmaril; y se dice y se canta que Lúthien, con el collar y la joya inmortal sobre el blanco pecho, era lo más bello y glorioso jamás visto fuera de los reinos de Valinor, y que durante un tiempo la Tierra de los Muertos que Viven se convirtió en una visión de la tierra de los Dioses, y [159] desde entonces ningún lugar ha sido tan hermoso, fértil, o ha estado tan lleno de luz.
Sin embargo, Melian les advirtió de la maldición que pendía sobre el tesoro y el Silmaril. En efecto, hundieron el tesoro en el río Ascar, y lo rebautizaron Rathlorion,[243] Lecho de Oro, mas conservaron el Silmaril. Y con el tiempo, el breve tiempo de belleza de la tierra de Rathlorion pasó. Pues Lúthien desapareció tal como dijera Mandos, incluso como los Elfos de días posteriores se marchitaron, cuando los Hombres crecieron en fuerza y usurparon las bondades de la tierra; y ella se desvaneció del mundo; y Beren murió, y nadie sabe dónde volverán a encontrarse.[244]
Desde entonces el heredero de Thingol fue Dior, hijo de Beren y Lúthien, rey en los bosques, el más hermoso de todos los hijos del mundo, pues su raza era triple: de los más hermosos y agradables de los Hombres, y de los Elfos y de los divinos espíritus de Valinor; mas no lo protegió del destino del juramento de los hijos de Fëanor. Pues Dior regresó a Doriath y durante un tiempo se restableció una parte de su antigua gloria, aunque Melian ya no moraba en aquel lugar, y ella se marchó a la tierra de los Dioses más allá del mar occidental, para meditar sus pesares en los jardines de donde vino.
Pero Dior llevó el Silmaril sobre el pecho y la fama de la joya se extendió por todas partes; y el inmortal juramento despertó una vez más de su sueño. Los hijos de Fëanor, cuando Dior se negó a entregarles la joya, cayeron[245] sobre él con toda su hueste; y así aconteció la segunda matanza de Elfo por Elfo, y la más terrible. Allí cayeron Celegorm y Curufin y el oscuro Cranthir, pero a Dior lo mataron,[246] y Doriath fue destruida y jamás volvió a levantarse.
Sin embargo, los hijos de Fëanor no obtuvieron el Silmaril; pues sirvientes leales huyeron de ellos y se llevaron consigo a Elwing, hija de Dior, y ella escapó, y con ellos portaron el Nauglafring, y tras un tiempo llegaron a la desembocadura del río Sirion, junto al mar. [160]
[De gran parte de esta sección existen dos versiones a máquina, de las que la última es la más larga. Con posterioridad, hay muchas más sustituciones de este tipo, y llamaré a la primera «Q I» y a la segunda «Q II». Q II se transcribe después de las notas a Q I.] [161]
Ahora hay que hablar de Gondolin. El gran río Sirion, el más grande de las canciones élficas, corría a través de toda la tierra de Beleriand hacia el sudoeste; y en su desembocadura había un gran delta y su curso más bajo atravesaba tierras verdes y fértiles, poco habitadas excepto por aves y bestias. Sin embargo, los Orcos iban poco allí, pues se hallaban lejos de los bosques y colinas septentrionales, y el poder de Ulmo aumentaba progresivamente en aquellas aguas a medida que se acercaban al mar; porque las desembocaduras de aquel río se encontraban en el mar occidental, que acaba en las costas de Valinor.
Turgon, hijo de Fingolfin, tenía una hermana, Isfin, la de las manos blancas. Se perdió en Taur-na-Fuin, después de la Batalla de las Lágrimas Innumerables. Allí la capturó el Elfo Oscuro Eöl, y se dice de él que era de temperamento sombrío, y que había desertado de las huestes antes de la batalla; no obstante, no luchó del lado de Morgoth. Pero tomó por esposa a Isfin, y su hijo fue Meglin.
Ahora bien, el pueblo de Turgon, que escapó de la batalla gracias a la hazaña de Húrin, como se ha contado, se perdió para Morgoth y desapareció para los ojos de todos los hombres; y sólo Ulmo sabía adonde había ido. Sus exploradores, trepando a las cumbres, habían descubierto un lugar secreto en las montañas: un ancho valle[247] totalmente circundado por las colinas, que lo rodeaban formando una valla continua, pero cuya altura disminuía a medida que se acercaba al centro. En el punto central de este maravilloso anillo había una tierra ancha y una verde llanura sin colinas, a excepción de una única cumbre rocosa. Ésta se erguía oscura en la llanura, no justo en el centro, sino próxima a la parte del muro exterior junto a las orillas del Sirion. Las Colinas Circundantes eran más altas en el Norte y la amenaza de Angband, y en sus laderas exteriores al Este y Norte comenzaba la sombra del terrible Taur-na-Fuin; pero estaban coronadas por el montículo de Fingolfin, y de momento, ningún mal llegaba por ese camino.
En ese valle se refugiaron los Gnomos,[248] y hechizaron todas las colinas de alrededor para ocultarlas y encantarlas, de manera que los enemigos y espías nunca pudieran encontrar el valle. Allí Turgon obtuvo la ayuda de los mensajes de Ulmo, que subían por el Sirion; pues su voz se oye en muchas aguas, y algunos [162] de los Gnomos aún sabían escuchar. En aquellos días Ulmo estaba lleno de compasión por las necesidades de los Elfos exiliados y por la ruina que casi los había vencido. Predijo que la fortaleza de Gondolin sería la que más resistiría de todos los refugios de los Elfos contra el poder de Morgoth,[249] y al igual que Doriath jamás será vencida salvo por la traición desde dentro. Debido a su poder de protección, los hechizos de ocultamiento eran más fuertes en los lugares más próximos al Sirion, donde las Montañas Circundantes, en cambio, eran más bajas. Allí los Gnomos excavaron un gran túnel sinuoso bajo las raíces de las colinas, con la salida, oculta por los árboles y oscura, en el lado escarpado de una garganta a través de la cual corría el Sirion, que en aquel punto aún era un río joven y fluía con fuerza a través del estrecho valle entre los bordes de las Montañas Circundantes y las Montañas Sombrías, en cuyas cumbres septentrionales nacía.
La entrada exterior del pasaje, que en principio hicieron como paso secreto para que ellos y sus exploradores y espías pudieran escapar y los fugitivos regresar a lugar seguro, estaba guardada por su magia y por el poder de Ulmo,[250] y nada maligno la localizó; en cambio, la puerta interior, que daba al valle de Gondolin, estaba incesantemente vigilada por los Gnomos.[251]
Thorndor, Rey de las Águilas, trasladó sus nidos desde Thangorodrim a las cumbres septentrionales de las Montañas Circundantes, y allí mantuvo vigilancia, encaramado sobre el montículo del Rey Fingolfin. Pero en la colina rocosa del centro del valle, Amon Gwareth, la Colina Alerta, cuyas laderas pulieron hasta que adquirieron la suavidad del cristal, y cuya cima nivelaron, los Gnomos construyeron la gran ciudad de Gondolin con puertas de acero, cuya fama y gloria supera a la de cualquier morada de los Elfos en las fierras Exteriores. Nivelaron la llanura de alrededor hasta que quedó tan lisa y plana como un jardín de hierba, casi hasta los mismos píes de las colinas; y nada podía caminar o reptar furtivamente sin ser visto.
En aquella ciudad el pueblo creció y se hizo poderoso, y sus armerías se llenaron de armas y escudos, pues todavía tenía el propósito de ir a la guerra cuando llegara el momento. Pero a medida que transcurrieron los años, llegaron a amar el lugar y no desearon nada mejor, y pocos salieron de él;[252] se encontraron [163] detras de sus colinas impenetrables y encantadas, y no permitieron la entrada de nadie, fugitivo o enemigo y las noticias del mundo exterior sólo llegaban débiles y lejanas, y poca atención les prestaban y olvidaron los mensajes de Ulmo. No ayudaron a Nargothrond ni a Doriath, y los Elfos errantes no supieron cómo encontrarlos; y cuando Turgon se entero de la muerte de Dior, juró no marchar nunca con ningún hijo de Fëanor, y cerró su reino, y prohibió a su pueblo salir de él [253]
Ahora Gondolin era la única fortaleza que quedaba de los Elfos, Morgoth no olvidó a Turgon, y supo que sin saber el paradero del rey no podía conseguir el triunfo; sin embargo, su incesante búsqueda fue en vano. Nargothrond estaba vacía, Doriath devastada, los hijos de Fëanor fueron obligados a una vida salvaje en los bosques del Sur y del Este, Hithlum estaba llena de hombres malvados, y Taur-na-Fuin era un lugar de terror denominado; la raza de Mador y la raza de Finrod se hallaban muertas; Beren dejó de participar en la guerra, y a Huan lo mataron; y todos los Elfos y Hombres se inclinaban ante su voluntad, o trabajaban como esclavos en las minas y herrerías de Angband a excepción única de los salvajes y errabundos, y pocos quedaban de éstos salvo en el lejano Este de la otrora hermosa Beleriand. Su triunfo era casi absoluto, mas todavía no era pleno.[254] [164]
(véase nota 249, p. 163)
y al igual que Doriath jamás sería vencida salvo por traición desde dentro. Debido a su poder de protección, los hechizos de ocultamiento eran más fuertes en los lugares más próximos al Sirion, donde, en cambio, las Montañas Circundantes eran más bajas. En esa región los Gnomos excavaron un gran túnel sinuoso bajo las raíces de las colinas, y su salida, oculta por los árboles y oscura, se hallaba en el lado escarpado, de una garganta por la que corría el feliz río. En ese punto todavía era un río joven, pero fuerte, que bajaba por el estrecho valle que se extiende entre los bordes de las Montañas Circundantes y las Montañas de la Sombra, Eryd-Lómin,[255] las murallas de Hithlum, en cuyas cumbres septentrionales nacía.[256]
En un principio construyeron el pasaje como paso para que los fugitivos regresaran y para aquéllos que escapaban de la esclavitud de Morgoth; y principalmente como una salida para sus exploradores y mensajeros. Pues Turgon consideró, cuando llegaron por primera vez a aquel valle después de la terrible batalla,[257] que Morgoth Bauglir se había hecho demasiado poderoso para Elfos y Hombres, y que era mejor solicitar el perdón y la ayuda de los Valar, si es que podían conseguir alguno, antes de que todo se perdiera. Por lo tanto, algunos de su pueblo de tiempo en tiempo bajaban por el Sirion, antes de que la sombra de Morgoth se hubiera extendido a las partes más alejadas de Beleriand, y en su desembocadura construyeron un pequeño y secreto puerto; desde allí de vez en cuando los navíos partían rumbo al Oeste, llevando la embajada del rey Gnomo. Hubo algunos que regresaron empujados por vientos contrarios; pero la mayoría jamás volvió, y ninguno alcanzó Valinor. [165]
La salida de ese Paso de la Huida estaba guardada y oculta por los hechizos más poderosos que pudieron crear, y por el poder que moraba en el Sirion amado de Ulmo, y nada maligno lo localizó; en cambio, la puerta interior, que daba al valle de Gondolin, estaba incesantemente vigilada por los Gnomos.
En aquellos días, Thorndor,[258] Rey de las Águilas, trasladó sus nidos desde Thangorodrim, debido al poder de Morgoth y al hedor y los vahos y a la maldad de las nubes oscuras que yacían permanentemente sobre las torres de las montañas encima de sus recintos cavernosos. Pero Thorndor moraba sobre las cumbres septentrionales de las Montañas Circundantes, y mantuvo la vigilancia y vio muchas cosas encaramado sobre el montículo del Rey Fingolfin. Y en el valle de abajo moraba Turgon, hijo de Fingolfin. Sobre Amon Gwareth, la Colina de la Defensa, la cumbre rocosa del centro de la llanura, se construyó Gondolin la grande, cuya fama y gloria supera en las canciones a todas las moradas de los Elfos de las Tierras Exteriores. De acero eran las puertas y de mármol las estancias. Los Gnomos pulieron las laderas de la colina hasta que adquirieron la suavidad del cristal oscuro, y allanaron la cima para construir la ciudad, salvo el punto central, donde se erguía la torre y el palacio del rey. Muchas fuentes había en la ciudad, y aguas blancas caían resplandeciendo débilmente por las laderas centelleantes de Amon Gwareth. Nivelaron la llanura hasta que fue como un jardín de hierba recortada, desde las escaleras que había ante las puertas hasta el pie de la pared montañosa, y nada podía caminar o reptar furtivamente sin ser visto.
En aquella ciudad el pueblo creció y se hizo poderoso, y sus armerías se llenaron de armas y escudos, pues al principio tenía el propósito de ir a la guerra cuando llegara el momento. Pero a medida que transcurrieron los años, llegaron a amar el lugar, el trabajo de sus manos, tal como lo hacen los Gnomos, con un gran amor, y no desearon nada mejor. Entonces rara vez salieron de nuevo de Gondolin en misión de guerra o paz. No enviaron más mensajeros al Oeste, y el puerto del Sirion quedó abandonado. Se encerraron detrás de sus colinas impenetrables y encantadas, y no permitieron la entrada de nadie, aunque huyera perseguido por el odio de Morgoth; las noticias de las tierras exteriores sólo llegaban débiles y lejanas, y poca atención le [166] prestaban, y su morada se convirtió en una especie de rumor y en un secreto que ningún hombre pudo descubrir. No ayudaron a Nargothrond ni a Doriath, y los Elfos errantes los buscaron en vano; y sólo Ulmo sabía dónde se podía encontrar el reino de Turgon. Turgon recibió noticias de Thorndor concernientes a la muerte de Dior, el heredero de Thingol, y desde entonces cerró sus oídos al mundo de los pesares exteriores; y juró no marchar nunca al lado de ningún hijo de Fëanor; y prohibió a su pueblo cruzar el cerco de las colinas.
[De nuevo existen dos copias de gran parte de esta sección: la copia a máquina original (Q I) y un texto de sustitución (Q II).]
En una ocasión, Eöl se perdió en Taur-na-Fuin, e Isfin atravesó grandes peligros y terrores para llegar a Gondolin, y después de su llegada nadie más entró hasta el último mensajero de Ulmo, del que hablan más los cuentos antes del final. Con ella fue su hijo Meglin, y allí lo recibió Turgon, el hermano de su madre,[259] y aunque tenía mitad de sangre de Elfo Oscuro, fue tratado como un príncipe del linaje de Fingolfin. Era moreno pero atractivo, sabio y elocuente, y astuto para ganarse los corazones y mentes de los hombres.
Ahora bien, Húrin de Hithlum tenía un hermano, Huor. El hijo de Huor era Tuor. Rían, esposa de Huor, buscó a su esposo entre los muertos en el campo de las Lágrimas Innumerables, y allí lo lloró antes de morir. Su hijo no era más que un niño, y permaneciendo en Hithlum cayó en manos de los Hombres desleales que Morgoth condujo a aquella tierra después de la batalla; y se convirtió en un esclavo. Al crecer se hizo hermoso [167] de cara y alto de estatura, y, a pesar de su terrible vida, valiente y sabio, escapó a los bosques y se convirtió en un proscrito solitario, que vivía solo y sin comunicarse con nadie, salvo rara vez con Elfos errantes y ocultos.[260]
Una vez, Ulmo se las ingenió, tal como se narra en el Cuento de la Caída de Gondolin, para que fuera conducido al curso de un río que corría bajo tierra desde el Lago Mithrim en el corazón de Hithlum y desembocaba a un gran abismo, Cris-Ilfing,[261] la Grieta del Arco Iris, a través del cual unas aguas turbulentas afluían al final al mar occidental. Y ese abismo recibió su nombre por el arco iris que rielaba siempre al sol en aquel lugar debido a la gran cantidad de espuma de los rápidos y las cascadas.
De esta manera la huida de Tuor pasó inadvertida para Hombre o Elfo; tampoco supieron de ella los Orcos o espías de Morgoth, de los que la tierra de Hithlum estaba llena.
Tuor vagabundeó largo tiempo por las costas occidentales, viajando siempre hacia el Sur; y al fin llegó a las desembocaduras del Sirion y a los arenosos deltas habitados por muchas aves marinas. Allí se unió a un Gnomo, Bronweg,[262] que había escapado de Angband y que antaño había pertenecido al pueblo de Turgon y buscaba sin cesar camino hasta la ciudad oculta de su señor, cuya existencia se rumoreaba entre todos los cautivos y fugitivos. Ahora bien, Bronweg había llegado hasta allí por lejanos y errantes senderos hacia el Este, y aunque cualquier paso que le acercara a la esclavitud de la que provenía no podía gustarle, ahora se proponía subir el Sirion y buscar a Turgon en Beleriand. Era temeroso y muy prudente, y ayudó a Tuor en su marcha secreta, durante la noche y el crepúsculo, de modo que los Orcos no los descubrieron.
Primero llegaron a la hermosa Tierra de los Sauces, Nan-Tathrin, que está bañada por el Narog y por el Sirion; y allí todo estaba todavía verde, y los prados eran fértiles y estaban llenos de flores, y se oía el canto de muchas aves; de modo que Tuor se demoró allí como encantado, y le pareció dulce morar en aquel sitio después de las lóbregas tierras del Norte y sus agotadoras andanzas.
Allí fue Ulmo y apareció ante él cuando se hallaba de pie en la alta hierba una noche; y del poder y la majestad de esa visión se habla en la canción que Tuor compuso para su hijo Eärendel. [168] A partir de entonces el anhelo del mar nunca abandonó el corazón y el oído de Tuor; y de vez en cuando le invadía un desasosiego que al final le llevaría a las profundidades del reino de Ulmo.[263] Pero entonces Ulmo le ordenó que partiera rápidamente hacia Gondolin, y le indicó cómo encontrar la puerta oculta; y en su boca puso palabras para ordenar a Turgon que se preparara a luchar contra Morgoth antes de que todo estuviera perdido, y prometerle que Ulmo ganaría los corazones de los Valar para enviarle ayuda. Sería una lucha mortal y terrible, mas si Turgon se atreviera a librarla, el poder de Morgoth se quebraría y sus servidores perecerían y nunca más perturbarían al mundo. Pero si Turgon no partiera a esa guerra, entonces debería abandonar Gondolin y conducir a su pueblo Sirion abajo antes de que Morgoth pudiera luchar contra él, y en la desembocadura del Sirion Ulmo le ofrecería su amistad y le ayudaría a construir una poderosa flota en la que los Gnomos podrían al fin partir de regreso a Valinor; pero terrible sería entonces el destino de las Tierras Exteriores. Si Turgon siguiera los consejos de Ulmo, Tuor debería partir cuando Turgon marche a la guerra y conducir una fuerza a Hithlum y convencer a sus Hombres de que se aliaran una vez más con los Elfos, pues «sin los Hombres los Elfos no derrotarán a los Orcos y los Balrogs».
Ulmo hizo esta diligencia por amor a los Elfos y los Gnomos, y porque sabía que antes de que pasaran doce años la ruina de Gondolin llegaría, a pesar de lo fuerte que parecía, si su pueblo siguiera aposentado detrás de sus murallas.
Obedeciendo a Ulmo, Tuor y Bronweg viajaron al Norte y arribaron a la puerta oculta; y pasando por el túnel que había bajo las colinas llegaron a la puerta interior y contemplaron el valle de Gondolin, la ciudad de los siete nombres, brillando de un blanco encendido con el tinte rosado del amanecer sobre la llanura. Pero allí la guardia de la puerta los tomó prisioneros y los llevó ante el rey. Tuor expuso su misión a Turgon en la gran plaza de Gondolin, delante de los escalones de su palacio; pero el rey se había vuelto orgulloso y Gondolin tan bella y hermosa y confiaba tanto en su secreto e inexpugnable fuerza, que él y la mayoría de su pueblo no quisieron molestarse más por los Gnomos y los Hombres del exterior, ni anhelaban ya regresar a las tierras de los Dioses. [169]
Meglin se opuso a Tuor en los consejos del rey, y Turgon rechazó la orden de Ulmo, y ni partió a la guerra ni intentó huir a las desembocaduras del Sirion; pero hubo algunos consejeros sabios que se sintieron inquietos, y la hija del rey habló siempre a favor de Tuor. Se llamaba Idril, una de las más hermosas doncellas de los Elfos de antaño, y el pueblo la llamaba Celebrindal, Pies de Plata, por la blancura de sus ligeros pies, y ella siempre caminaba y danzaba descalza.
Desde entonces Tuor vivió en Gondolin, y se convirtió en un gran hombre en figura y sabiduría, y profundizó en el saber de los Gnomos; y el corazón de Idril se inclinó hacia él, y el de él hacia ella. Ante lo cual Meglin apretó los dientes, pues amaba a Idril, y a pesar de su próximo parentesco tenía intención de casarse con ella; en verdad su corazón ya estaba planeando expulsar a Turgon y apoderarse del trono, pero Turgon lo amaba y confiaba en él. No obstante, Tuor se casó con Idril, pues ya era amado por todos los Gnomos de Gondolin, incluso por Turgon el orgulloso, con la única excepción de Meglin y sus secretos seguidores. Tuor y Beren son los únicos Hombres mortales que se casaron con Elfas de antaño, y como Elwing, hija de Dior, hijo de Beren, se casó con Eärendel, hijo de Tuor e Idril, sólo por ellos ha llegado la sangre élfica a los Hombres mortales. Pero Eärendel todavía era un niño; y era un niño de belleza insuperable: en su rostro brillaba una luz como del cielo, y poseía la belleza y sabiduría de Elfinesse[264] y la fuerza y la osadía de los Hombres de antaño; y el mar siempre le habló en los oídos y corazón, tal como sucediera con Tuor, su padre.
En una ocasión, cuando Eärendel aún era joven, y los días de Gondolin estaban llenos de gozo y paz (y sin embargo el corazón de Idril recelaba, y los presagios cubrían su espíritu como una nube), Meglin se perdió. Ahora bien, más que cualquier otra arte, Meglin amaba la minería y la búsqueda de metales; y era señor y líder de los Gnomos que trabajaban en las montañas distantes de la ciudad, buscando metales para sus obras de herrería, tanto de paz como de guerra. Pero a menudo Meglin iba con algunos de su pueblo más allá del cerco de las colinas, aunque el rey desconocía que desobedecía sus órdenes; y así sucedió, como lo dictó el destino, que los Orcos tomaron prisionero a Meglin y lo llevaron ante Morgoth. Meglin no era débil o [170] cobarde, pero la tortura con la que lo amenazaron amilanó su alma, y compró la vida y la libertad revelándole a Morgoth el emplazamiento de Gondolin y los caminos por los cuales se podía localizar y atacar. Grande en verdad fue el júbilo de Morgoth; y prometió a Meglin el mando de Gondolin, como vasallo suyo, y la posesión de Idril cuando tomara la ciudad. El deseo de Idril y el odio a Tuor le facilitó la horrible traición. Pero Morgoth lo envió de vuelta a Gondolin, para que los Hombres no sospecharan de la traición, y para que Meglin pudiera colaborar con el ataque desde el interior cuando llegara la hora; y Meglin moró en los recintos del rey con una sonrisa en la cara y el mal en el corazón, mientras las tinieblas se hacían más densas sobre Idril.
Por fin, y Eärendel entonces tenía siete años, Morgoth estuvo listo, y lanzó sobre Gondolin a sus Orcos y Balrogs y serpientes; y de éstas, creó nuevos dragones de muchas y horribles formas para tomar la ciudad. La hueste de Morgoth llegó por las colinas del Norte, donde la altura era la más grande y la vigilia menos intensa, y llegó de noche en un momento de fiesta, cuando todo el pueblo de Gondolin se hallaba sobre las murallas para esperar el sol naciente y entonar canciones ante su aparición; pues la mañana era la fiesta que habían bautizado como las Puertas del Verano. Pero la luz roja subió las colinas por el Norte y no por el Este; y no hubo forma de frenar el avance del enemigo hasta que se encontró ante las mismas murallas de Gondolin, que fue asediada sin esperanza de salvación.
De los actos valerosos y desesperados que allí llevaron a cabo los jefes de las casas nobles y sus guerreros, que no superaron los de Tuor, se dice mucho en La Caída de Gondolin; de la muerte de Rog fuera de las murallas; y de la batalla de Ecthelion de la Fuente contra Gothmog, señor de Balrogs, en la misma plaza del rey, donde se mataron uno a otro; y de la defensa de la torre de Turgon por los hombres de su casa, hasta que la torre fue derribada; y poderosa fue su caída y la caída de Turgon en la ruina.
Tuor intentó salvar a Idril del saqueo de la ciudad, pero Meglin se había apoderado de ella y de Eärendel; y Tuor luchó en las murallas con él, y le dio muerte. Entonces Tuor e Idril condujeron a todos los supervivientes del pueblo de Gondolin [171] que pudieron reunir en la confusión de las llamas por un camino secreto que Idril había ordenado construir en los días de sus presagios. Aún no estaba finalizado, pero su salida se hallaba ya bastante más allá de las murallas y en el Norte de la llanura, donde las montañas estaban muy lejos de Amor Gwareth. Aquéllos que no quisieron acompañarlos, sino que corrieron al viejo Paso de la Huida que daba a la garganta del Sirion, fueron atrapados y destruidos por un dragón que Morgoth había enviado para vigilar esa puerta, de la que le advirtió Meglin. Pero éste no sabía nada del nuevo pasaje, y nadie pensó que los fugitivos tomarían un sendero hacia el Norte y las zonas más altas de las montañas y más próximas a Angband.
El humo del fuego, y el vapor de las hermosas fuentes de Gondolin consumiéndose en las llamas de los dragones del Norte, cayó sobre el valle en tristes nieblas; y así facilitó la huida de Tuor y sus acompañantes, pues aún tenían que seguir un camino largo y abierto desde la boca del túnel hasta el pie de las montañas. No obstante, llegaron a las montañas, afligidos y con sufrimiento, ya que las cumbres eran frías y terribles, y entre ellos iban muchas mujeres y niños y muchos hombres heridos.
Hay un paso terrible, llamado Cristhorn[265], la Grieta de las Águilas, donde bajo la sombra de las cimas más elevadas serpentea un estrecho sendero, bordeado por un precipicio a la derecha y por una terrible cascada que cae al vacío a la izquierda. Por el estrecho camino la marcha avanzaba estirada cuando cayó en una emboscada de una avanzadilla del poder de Morgoth; y un Balrog la dirigía. Entonces horrible fue su situación, y difícilmente habría podido salvarlos el imperecedero valor de Glorfindel el de los rubios cabellos, jefe de la Casa de la Flor Dorada de Gondolin, si Thorndor[266] no hubiera llegado a tiempo en su ayuda.
Se han cantado canciones sobre el duelo de Glorfindel con el Balrog en la cumbre rocosa; y los dos cayeron a la perdición por el abismo. Pero Thorndor transportó el cuerpo de Glorfindel y fue enterrado en un montículo de piedras junto al paso, donde luego brotó césped verde y se abrieron pequeñas flores como estrellas amarillas entre las áridas piedras. Y las aves de Thorndor se abatieron sobre los Orcos y éstos fueron repelidos lanzando aullidos; y todos murieron o cayeron en las profundidades, [172] y el rumor de la fuga de Gondolin no llegó a oídos de Morgoth hasta mucho después.
Así, con marchas agotadoras y peligrosas, los supervivientes de Gondolin llegaron hasta Nan-Tathrin y allí descansaron un tiempo, y curaron las heridas y la extenuación, pero no pudieron sanar el dolor. Allí celebraron una fiesta en memoria de Gondolin y los que habían perecido, hermosas doncellas, esposas, guerreros y el rey; pero para Glorfindel el bien amado, muchas y dulces fueron las canciones que entonaron. Y allí Tuor habló en canciones a Eärendel, su hijo, de la llegada de Ulmo en otro tiempo, de la visión del mar en el centro de la tierra, y la añoranza por el mar despertó en su corazón y en el de su hijo. Por lo tanto se trasladaron con la mayor parte del pueblo a las desembocaduras del Sirion, junto al mar, y allí moraron, y se unieron a la esbelta compañía de Elwing, hija de Dior, que había huido hasta allí poco tiempo antes.
Entonces el corazón de Morgoth sintió que había completado su triunfo y poco se preocupó por los hijos de Fëanor y por su juramento, que a él jamás le había hecho daño y siempre se había convertido en su más poderosa ayuda. Y entre negros pensamientos rio, sin lamentar el Silmaril que había perdido, pues por él consideró que los últimos jirones de la raza élfica desaparecerían de la tierra y no la perturbarían más. Si conocía la morada junto a las aguas del Sirion, no dio señales de ello, esperando su oportunidad y aguardando los efectos del juramento y las mentiras. [173]
(véase nota 236 arriba)
Pero ahora Ulmo le ordenó que partiera rápidamente hacia Gondolin, y le indicó cómo encontrar la puerta oculta; y le dio un mensaje para Turgon de parte de Ulmo, amigo de los Elfos, mandándole que se preparara para la guerra, y luchar contra Morgoth antes de que todo estuviera perdido; y que enviara de nuevo a sus mensajeros al Oeste. También debía enviar convocatorias al Este y agrupar, si podía, a los Hombres (que ahora se estaban multiplicando y extendiendo por la tierra) bajo sus estandartes; y para esa tarea Tuor era el más adecuado.
—Olvida —aconsejó Ulmo— la traición de Uldor el maldecido, y recuerda a Húrin; pues sin los Hombres mortales los Elfos no derrotarán a los Balrogs y los Orcos.
También la enemistad con los hijos de Fëanor se remediaría; pues probablemente fuese el último agolpamiento de la esperanza de los Gnomos, cuando todas las espadas contasen. Predijo una lucha terrible y mortal, pero victoriosa si Turgon se atrevía a librarla, el quebrantamiento del poder de Morgoth y la curación de las enemistades, y la amistad entre Hombres y Elfos, que beneficiarían mucho al mundo, y los servidores de Morgoth no lo perturbarán más. Pero si Turgon no partiera a esa guerra, entonces debería abandonar Gondolin y conducir a su pueblo Sirion abajo y allí construir sus flotas y tratar de regresar a Valinor en busca del perdón de los Dioses. Pero esta opción era mucho más peligrosa que la anterior, aunque no lo pareciera; y luego sería doloroso el destino de las Tierras Exteriores.[267] [174]
Ulmo hizo esta diligencia por amor a los Elfos, y porque sabía que antes de que pasaran muchos años llegaría la ruina de Gondolin, si su pueblo seguía aposentado detrás de las murallas; de esta manera el gozo y la belleza del mundo no se salvarían de la maldad de Morgoth.
Obedeciendo a Ulmo, Tuor y Bronweg[268] viajaron al Norte, y al fin arribaron a la puerta oculta; y pasando por el túnel llegaron a la puerta interior, y la guardia los tomó prisioneros. Allí vieron el hermoso valle Tumladin,[269] engarzado como una joya verde entre las colinas; y en el centro de Tumladin estaba Gondolin la grande, la ciudad de los siete nombres, blanca, brillando desde lejos, encendida con el tinte rosado del amanecer sobre la llanura. Allí los condujeron y cruzaron las puertas de acero, y los llevaron ante los escalones del palacio del rey. Tuor expuso la embajada de Ulmo, y en la voz tenía algo del poder y la majestad del Señor de las Aguas, de modo que todo el pueblo lo miró maravillado, y dudó que éste fuera un Hombre de raza mortal tal como declaraba. Pero Turgon se había vuelto orgulloso, y Gondolin tan hermosa como un recuerdo de Tûn, y él confiaba en su secreto e inexpugnable fuerza; de manera que él y la mayor parte de su pueblo no desearon ponerla en peligro o abandonarla, y tampoco deseaban mezclarse en las aflicciones de los Elfos y los Hombres del exterior; ni anhelaban ya regresar a través del miedo y el peligro al Oeste.
Meglin se opuso a Tuor en los consejos del rey, y sus palabras parecían tener más peso porque eran afines al corazón de Turgon. Por ello Turgon rechazó el mandato de Ulmo; aunque hubo algunos de sus más sabios consejeros que quedaron llenos de inquietud. De corazón incluso más sabio de lo habitual en las hijas de Elfinesse era la hija del rey, y ella habló siempre a favor de Tuor, aunque de nada sirvió, y su corazón quedó atribulado. Muy hermosa y alta era, casi de la estatura de un guerrero, y su cabello era una fuente de oro. Su nombre era Idril, y la llamaban Celebrindal, Pies de Plata, por la blancura de sus pies; y caminaba y danzaba siempre descalza en los blancos caminos y verdes jardines de Gondolin.
Desde entonces Tuor vivió en Gondolin, y no fue a convocar a los Hombres del Este, pues la felicidad de Gondolin, la belleza y la sabiduría de su pueblo, lo mantuvieron subyugado. Y ganó [175] el favor de Turgon, pues se convirtió en un gran hombre en estatura y mente, y profundizó en el saber de los Gnomos. El corazón de Idril se inclinó hacia él, y el de él hacia ella; ante lo cual Meglin apretó los dientes, pues deseaba a Idril, y a pesar de su próximo parentesco tenía la intención de poseerla; y ella era la única heredera del rey de Gondolin. En verdad su corazón ya estaba planeando cómo expulsar a Turgon y apoderarse del trono; pero Turgon lo amaba y confiaba en él. No obstante, Tuor tomó a Idril por esposa; y el pueblo de Gondolin celebró una alegre fiesta, pues Tuor había conquistado sus corazones, todos salvo el de Meglin y el de sus seguidores secretos. Tuor y Beren son los únicos Hombres mortales que se casaron con Elfas, y como Elwing, hija de Dior, hijo de Beren, se casó con Eärendel, hijo de Tuor e Idril de Gondolin, sólo por ellos ha llegado la sangre élfica a la raza mortal. Pero Eärendel todavía era un niño: tenía una belleza insuperable, en su cara brillaba una luz como la luz del cielo, y poseía la belleza y la sabiduría de Elfinesse.
[De esta sección hay dos versiones a máquina, Q I y Q II.]
Sin embargo, junto al Sirion creció un pueblo élfico, las espigas de Doriath y Gondolin, y se enamoraron del mar y de la construcción de hermosos navíos, y moraron cerca de las costas y bajo la sombra de la mano de Ulmo.
Pero en Valinor Ulmo dirigió palabras severas a los Valar y a los Elfos, parientes de los exiliados y arruinados Gnomos, y les pidió que perdonaran y que rescataran al mundo del poder abrumador de Morgoth, y que recuperaran los Silmarils, ya que sólo en ellos florecía ahora la luz de los felices días de antaño, [176] cuando los Dos Árboles aún brillaban. Y los hijos de los Valar se aprestaron para la batalla, y Fionwë hijo de Tulcas fue el capitán de la hueste. Con él marchó la hueste de los Quendi, los Elfos de la Luz, el pueblo de Ingwë, y entre ellos los Gnomos [que] no habían dejado Valinor; pero recordando Puerto del Cisne los Teleri no partieron. Tûn fue abandonada y la colina de Côr dejó de sentir los pies de los hijos mayores del mundo.
En aquellos días Tuor sintió que la vejez se adueñaba de él, y no pudo controlar el anhelo por el mar que lo poseyó; por lo tanto construyó un gran navío, Eärámë, Ala de Águila, y navegó con Idril hacia la puesta de sol y el Oeste, y no volvió a aparecer en ninguna historia. Pero Eärendel el brillante se convirtió en el señor del pueblo del Sirion y tomó por esposa a la hermosa Elwing; y sin embargo no podía descansar. Dos pensamientos anidaban en su corazón confundidos en uno: el anhelo por el ancho mar; y pensó en navegar siguiendo la estela de Tuor e Idril Celebrindal, que no retomaban, y pensó que quizá encontraría la última costa y podría llevar antes de morir un mensaje a los Dioses y Elfos del Oeste, que conmoviera sus corazones para que tuvieran piedad del mundo y los dolores de la Humanidad.
Construyó Wingelot, el más hermoso de los navíos de las canciones, la Flor de Espuma; blancas como la luna argéntea tenía las cuadernas, dorados los remos, plateadas las velas, los mástiles coronados de joyas como estrellas. En la Balada de Eärendel se dice mucho de sus aventuras en alta mar y en tierras vírgenes, y en muchos mares y muchas islas; y sobre todo de cómo luchó con Ungoliant y la mató en el Sur, y pereció su oscuridad, y la luz llegó a muchos lugares que llevaban largo tiempo ocultos. Pero Elwing permanecía en casa, lamentándose.
Eärendel no encontró a Tuor, ni jamás llegó en aquel viaje a las costas de Valinor; y al final los vientos lo empujaron de regreso al Este, y arribó de noche a los puertos del Sirion, inesperado, mal recibido, pues estaban abandonados. Sólo Bronweg estaba allí apenado, el compañero de antaño de su padre, y sus noticias rebosaban nuevas aflicciones.
La morada de Elwing en las desembocaduras del Sirion, donde ella aún conservaba el Nauglafring y el glorioso Silmaril, [177] fue conocida por los hijos de Fëanor; abandonaron sus senderos de caza y se agruparon. Pero el pueblo del Sirion se negó a ceder la joya que Beren había obtenido y Lúthien lucido, y por la que el hermoso Dior había recibido la muerte. Y así aconteció la última y más cruel matanza de Elfos por Elfos, la tercera desgracia provocada por el juramento maldito; pues los hijos de Fëanor cayeron sobre los exiliados de Gondolin y los supervivientes de Doriath, y aunque algunos de su pueblo no participaron y otros se rebelaron y fueron muertos con la facción que ayudaba a Elwing contra sus propios señores, no obstante, ellos ganaron la batalla. Damrod y Díriel fueron muertos, y de los Siete sólo quedaron Maidros y Maglor; pero los últimos del pueblo de Gondolin fueron destruidos u obligados a marcharse y unirse al pueblo de Maidros. Sin embargo, los hijos de Fëanor no obtuvieron el Silmaril; pues Elwing arrojó el Nauglafring al mar, del que no regresará hasta el Final; y ella saltó a las olas, y adoptó la forma de un ave marina blanca y voló lejos, lamentándose y buscando a Eärendel por todas las costas del mundo.
Pero Maidros se apiadó de su hijo, Elrond, y lo llevó con él, y lo protegió y alimentó, pues su corazón estaba enfermo y cansado por la carga del terrible juramento.
Al enterarse de estas cosas, Eärendel se vio abrumado por el dolor; y con Bronweg volvió a navegar en busca de Elwing y de Valinor. Y se cuenta en la Balada de Eärendel que al final llegó a las Islas Mágicas, y con grandes dificultades escapó de su encantamiento, y de nuevo encontró la Isla Solitaria, y los Mares Sombríos, y la Bahía de Faërie en los bordes del mundo. Allí desembarcó en la costa inmortal, el único de los Hombres mortales, y sus pies ascendieron la maravillosa colina de Côr; y caminó por los desiertos caminos de Tûn, donde el polvo que se le posaba en las vestiduras y calzado era de diamantes y gemas. Pero no se adentró en Valinor. Llegó demasiado tarde para llevar mensajes a los Elfos, pues los Elfos se habían ido.[270]
Construyó una torre en los Mares del Norte a la que todas las aves marinas del mundo se dirigen alguna vez, y siempre se lamentó por la hermosa Elwing y esperó que regresara a él. Y alzaron a Wingelot en sus alas y navegó incluso por los aires en busca de Elwing; maravilloso y mágico era aquel navío, una flor [178] iluminada por las estrellas en el cielo. Pero el Sol lo quemó y la Luna lo acosó en el cielo, y largo tiempo Eärendel erró sobre la Tierra, centelleando como una estrella fugitiva.
Sin embargo, junto al Sirion y el mar creció un pueblo élfico, las espigas de Gondolin y Doriath, y se enamoraron de las olas y de la construcción de hermosos navíos, y moraron siempre cerca de las costas y bajo la sombra de la mano de Ulmo.
En Valinor, Ulmo habló a los Valar de la necesidad de los Elfos, y les pidió que los perdonaran y les enviaran ayuda y los rescataran del poder abrumador de Morgoth, y que recuperaran los Silmarils ya que sólo en ellos florecía ahora la luz de los días felices cuando los Dos Árboles todavía brillaban. O eso dicen los Gnomos, quienes después tuvieron noticias de muchas cosas de sus hermanos los Quendi, los Elfos de la Luz amados de Manwë, que siempre conocían algo de la mente del Señor de los Dioses. Pero Manwë no sintió piedad, ¿y los consejos de su corazón qué historia contarán? Los Quendi dijeron que aún no había llegado la hora, y que sólo uno hablando en persona a favor de la causa tanto de los Elfos como de los Hombres, suplicando perdón por sus malas obras y piedad para sus aflicciones, podría conmover los consejos de los Poderes; y quizá ni siquiera Manwë tenía poder para deshacer el juramento de Fëanor hasta que llegara a su desenlace, y los hijos de Fëanor renunciaran a los Silmarils, que habían reclamado inexorablemente. Pues los Dioses habían creado la luz de los Silmarils. [179]
En aquellos días Tuor sintió que la vejez se adueñaba de él, y el anhelo por las profundidades del mar crecía cada vez con más fuerza en su corazón. Por lo tanto construyó un gran navío, Eärámë, Ala de Águila,[271] y navegó con Idril hacia la puesta de sol y el Oeste, y no volvió a aparecer en ninguna historia o canción.[272] El Brillante Eärendel fue entonces señor del pueblo del Sirion y de sus muchos navíos; y tomó por esposa a Elwing la hermosa, y ella le dio a Elrond, el Medio Elfo.[273] Sin embargo, Eärendel no podía descansar, y viajes que hacía alrededor de las costas de las Tierras Exteriores[274] no aliviaban su desasosiego. Dos proyectos crecieron en su corazón, confundidos ambos en el anhelo por el ancho mar: navegar en busca de Tuor e Idril Celebrindal que no retomaban; y quizá encontrar la última costa y llevar antes de morir el mensaje de los Elfos y los Hombres a los Valar del Oeste que conmoviera los corazones de Valinor y de los Elfos de Tûn para que tuvieran piedad del mundo y las aflicciones de la Humanidad.
Construyó Wingelot,[275] el más hermoso de los navíos de las canciones, la Flor de Espuma; blancas como la luna argéntea tenía las cuadernas, dorados los remos, plateadas las velas, los mástiles coronados de joyas como estrellas. En la Balada de Eärendel se dice mucho de sus aventuras en alta mar y en tierras vírgenes, y en muchos mares y muchas islas. En el Sur mató a Ungoliant,[276] y su oscuridad fue destruida, y la luz llegó a muchas regiones que habían estado largo tiempo ocultas. Pero Elwing permanecía en casa, lamentándose.
Eärendel no encontró a Tuor ni a Idril, ni jamás llegó en aquel viaje a las costas de Valinor, derrotado por las sombras y el encantamiento, empujado por vientos contrarios, hasta que por añoranza de Elwing se volvió hacia el Este rumbo al hogar. Y el corazón le ordenó que se apresurara, pues un súbito miedo se había apoderado de él procedente de los sueños, y los vientos con los que antes había luchado ferozmente ahora no le llevaban de vuelta tan rápido como él deseaba.
En los puertos del Sirion se habían abatido nuevas aflicciones. La morada de Elwing, donde aún conservaba el Nauglafring[277] y el glorioso Silmaril, fue conocida por los hijos supervivientes de Fëanor, Maidros y Maglor y Damrod y Díriel; y abandonaron sus senderos de caza y se agruparon, y enviaron al [180] Sirion mensajes de amistad, pero también de severa exigencia. Pero Elwing y el pueblo del Sirion se negaron a ceder la joya que Beren había obtenido y Lúthien lucido, y por la que habían matado a Dior el Hermoso; y menos aún mientras Eärendel, su señor, estuviera en el mar, pues creían que en la joya radicaba el don de felicidad y curación que había descendido sobre sus hogares y navíos.
Y así al final aconteció la última y más cruel de las matanzas de Elfos por Elfos; y ésta fue la tercera desgracia provocada por el maldito juramento. Pues los hijos de Fëanor cayeron sobre los exiliados de Gondolin y los supervivientes de Doriath y los destruyeron. Aunque algunos de su pueblo no participaron, y unos pocos se rebelaron y fueron muertos con la facción que ayudaba a Elwing contra sus propios señores (pues tan grandes eran el dolor y la confusión en los corazones de los Elfinesse en aquellos días), no obstante, Maidros y Maglor ganaron la batalla. Y sólo ellos quedaron de los hijos de Fëanor, pues en esa batalla Damrod y Díriel fueron muertos; pero el pueblo del Sirion pereció o huyó, o se vio obligado a partir y unirse al pueblo de Maidros, que reclamó el dominio sobre todos los Elfos de las Tierras Exteriores.
Sin embargo, Maidros no obtuvo el Silmaril, pues Elwing, al ver que todo estaba perdido y que su hijo Elrond[278] había sido tomado prisionero, eludió a la hueste de Maidros y con el Nauglafring en el pecho se arrojó al mar, y la gente pensó que había perecido.
Pero Ulmo la sacó de las aguas y le dio la forma de una gran ave blanca, y en el pecho le brillaba como una estrella el resplandeciente Silmaril mientras volaba sobre el agua en busca de Eärendel, su amado. Y una noche Eärendel al timón la vio venir hacia él, como una nube blanca bajo la luna demasiado veloz, como una estrella sobre el mar moviéndose en un curso extraño, como una llama pálida en alas de la tormenta. Y cantan que ella cayó del aire encima de las cuadernas de Wingelot, desmayada, próxima a la muerte debido al apremio de su impulso, y Eärendel la acunó en su regazo. Y por la mañana, con ojos maravillados, contempló a su esposa que había recobrado su forma junto a él, y con el cabello le cubría el rostro; y ella dormía. [181]
Pero grande fue el dolor de Eärendel y Elwing por la ruina de los puertos del Sirion y el cautiverio de su hijo Elrond, por cuya vida temían, y sin embargo estaban equivocados. Porque Maidros se apiadó de Elrond y cuidó de él, y después el amor creció entre ellos, como difícilmente se hubiera imaginado; pero el corazón de Maidros estaba enfermo y cansado[279] por la carga del terrible juramento. No obstante, entonces Eärendel no vio ninguna esperanza en las tierras del Sirion, y de nuevo dio media vuelta desesperado y no regresó a casa, sino que una vez más buscó Valinor con Elwing a su lado. Ahora casi siempre se quedaba en la proa, y se ató el Silmaril a la frente, cuya luz se hacía cada vez más fuerte a medida que se acercaban al Oeste. Quizá en parte fue por el poder de aquella joya sagrada por lo que con el tiempo arribaron a las aguas en las que hasta entonces ningún navío, salvo los de los Teleri, había navegado; y llegaron a las Islas Mágicas y escaparon de su magia;[280] y llegaron a los Mares Sombríos y cruzaron sus sombras; y contemplaron la Isla Solitaria y no se demoraron allí; y anclaron en la Bahía de Faene[281] en los bordes del mundo. Y los Teleri vieron la llegada de aquel barco y quedaron asombrados al contemplar desde lejos la luz del Silmaril, y era muy intensa.
Pero Eärendel desembarcó en las costas inmortales, el único de los Hombres mortales; y no permitió que Elwing ni nadie de la pequeña compañía fueran con él, para que no cayeran bajo la cólera de los Dioses, y llegó en un momento de fiesta tal como sucediera con Morgoth y Ungoliant en edades pasadas, y los vigías en las colinas de Tûn eran pocos, pues la mayoría de los Quendi se hallaba en las estancias de Manwë en la cima de Tinbrenting[282].[283]
Entonces los vigías cabalgaron de prisa hasta Valmar, o se ocultaron en los desfiladeros de las colinas; y todas las campanas de Valmar repicaron; pero Eärendel ascendió la maravillosa colina de Côr[284] y la encontró desnuda, y entró en las calles de Tûn y estaban vacías; y sintió gran pena en el corazón. Entonces recorrió los desiertos caminos de Tûn y el polvo que se le posaba en las vestiduras y el calzado era de diamantes, mas nadie oyó su llamada. Entonces regresó a las costas para subir una vez más a su navío Wingelot; pero alguien fue a la playa y le gritó: [182]
—¡Salve, Eärendel, de las estrellas la más radiante, de los mensajeros el más hermoso![285] ¡Salve, portador de la luz anterior al Sol y la Luna, el buscado que llega de improviso, el anhelado que llega más allá de la esperanza! ¡Salve, esplendor de los hijos del mundo, aniquilador de la oscuridad! ¡Estrella del crepúsculo, salve! ¡Salve, heraldo de la mañana!
era Fionwë, el hijo de Manwë, y convocó a Eärendel ante los Dioses; y Eärendel entró en Valinor y en las estancias de Valmar, y jamás regresó a las tierras de los Hombres.[286] Pero Eärendel pronunció la embajada de las dos razas[287] ante los rostros de los Dioses, y solicitó el perdón para los Gnomos y piedad para los Elfos exiliados y para los desdichados Hombres, y ayuda en sus necesidades.
Entonces los hijos de los Valar se aprestaron a la batalla, y el capitán de su hueste fue Fionwë, hijo de Manwë. Bajo el blanco estandarte marchó también la hueste de los Quendi, los Elfos de la Luz, el pueblo de Ingwë, y entre ellos los Gnomos de antaño que jamás habían salido de Valinor;[288] pero recordando Puerto del Cisne, los Teleri no partieron a excepción de muy pocos, y éstos dirigieron los barcos en los que la mayor parte del ejército llegó a las Tierras del Norte; pero ellos no quisieron pisar jamás aquellas costas.
Eärendel era el guía; mas los Dioses no le permitieron regresar de nuevo, y se construyó una torre blanca en los confines del mundo exterior en las regiones Septentrionales de los Mares Divisorios, en la que buscaban reparo todas las aves marinas de la tierra. Y a menudo Elwing tomaba la forma y apariencia de un ave; y ella ideó alas para el navío de Eärendel, y éste se elevó incluso hasta los océanos del aire. Maravilloso y mágico era aquel navío, una flor iluminada por las estrellas en el cielo, portando una titilante y sagrada llama; y el pueblo de la tierra la contempló desde lejos y se maravilló, y alzó los ojos desde la desesperanza. Y se dijo que seguro hay un Silmaril en el cielo, que una estrella nueva se ha alzado en el Oeste. Maidros le dijo a Maglor:[289] «Si ése es el Silmaril que se eleva por algún poder divino desde el mar al que lo vimos caer, entonces alegrémonos, porque su gloria es vista ahora por muchos». Así surgió la esperanza y una promesa de mejora; pero Morgoth estaba lleno de dudas. [183]
Sin embargo, se dice que no esperaba el ataque que cayó sobre él desde el Oeste. Tan grande se había vuelto su orgullo que consideraba que nadie volvería a enfrentársele jamás en guerra abierta; además, pensaba que había separado para siempre a los Gnomos de los Dioses y de sus hermanos, y que, satisfechos en el Reino Bendecido, los Valar no prestarían más atención al reino de Morgoth en el mundo exterior. Pues el corazón despiadado no cuenta con el poder de la piedad, del que se puede forjar una gran ira y encender un rayo ante el cual las montañas se derrumban. [184]
[De nuevo hay dos versiones a máquina de esta sección, Q I y Q II]
De la marcha de Fionwë al Norte poco se dice, pues en aquella hueste no había ningún Elfo que hubiera morado y sufrido en las Tierras Exteriores, y que compusieron estas historias; y sólo mucho después se enteraron de esos hechos, a través de parientes lejos, los Elfos de Valinor. El encuentro de las huestes de Fionwë y de Morgoth en el Norte se ha llamado la Última Batalla, la Batalla Terrible, la Batalla de la Ira y el Trueno. Grande fue el asombro de Morgoth cuando la hueste cayó sobre él desde el Oeste, y toda Hithlum se inflamó con su gloria, [185] y las montañas resonaron; pues él había pensado que había separado para siempre a los Gnomos de los Dioses y de sus hermanos, y que satisfechos en el reino bendecido, los Dioses no prestarían más atención al reino de Morgoth en el mundo exterior. Pues el corazón despiadado no cuenta con el poder de la piedad; ni prevé que de la gentil compasión por la angustia y el valor derrotados se puede forjar una gran ira, y encender un rayo ante el cual las montañas se derrumban.[290]
Allí formaron todas las fuerzas del Trono del Odio, y se habían vuelto casi inconmensurables, de modo que Dor-na-Fauglith no podía contenerlas de ninguna manera, y todo el Norte ardía con la guerra. Pero no venció. Todos los Balrogs fueron destruidos, y las innumerables huestes de Orcos perecieron como la paja en el fuego, o fueron barridas como hojas secas por un viento abrasador. A partir de entonces pocos quedaron para perturbar el mundo. Y Morgoth en persona salió rodeado de todos sus dragones; y por un momento Fionwë fue repelido. Pero al final los hijos de los Valar los vencieron a todos, y sólo dos escaparon. Morgoth no escapó. A él lo abatieron y lo ataron con la cadena Angainor, con la que Tulkas lo había encadenado antaño, y de la que en una desdichada hora los Dioses lo habían liberado; pero le convirtieron la corona de hierro en un collar para el cuello, y la cabeza se le inclinó sobre las rodillas. Fionwë cogió los Silmarils y los guardó.
Así perecieron el poder y la maldad de Angband en el Norte, y, más allá de la esperanza, la multitud de cautivos salió de nuevo a la luz, y contempló un mundo completamente cambiado. Thangorodrim fue dividida en dos y los fosos de Morgoth se dejaron al descubierto, sin techo y rotos, para no reconstruirlos jamás; pero tan grande era la furia de esos adversarios que todas las partes Septentrionales y Occidentales del mundo se desgarraron y se partieron, y el mar entró rugiendo en muchos lugares; los ríos murieron o encontraron cursos nuevos, los valles se levantaron y las colinas se derrumbaron; y el Sirion desapareció. Entonces los Hombres que no perecieron en la ruina de aquellos días huyeron, y mucho tiempo pasó antes de que volvieran por las montañas donde antaño estuviera Beleriand, y ello no sucedió hasta que la historia de esos días se hubo desvanecido y convertido en un eco casi olvidado. [186]
Pero Fionwë marchó a través de las tierras llamando a los supervivientes de los Gnomos y de los Elfos Oscuros que aún no habían contemplado Valinor para que se unieran a los cautivos liberados de Angband y partieran con ellos; y con los Elfos sólo podría partir la raza de Hador y Bëor, si así lo deseaban. Pero de éstos únicamente quedaba Elrond, el Medio Elfo; y [él] eligió permanecer al este del Mar, compelido por su sangre mortal a amar a aquéllos de la raza más joven; y sólo a través de Elrond la sangre de la antigua raza y la semilla divina de Valinor ha llegado hasta los Hombres mortales.
Sin embargo, Maidros no quiso obedecer la llamada y se preparó para cumplir incluso entonces el compromiso del juramento, aunque cansado de aversión y desesperanza. Pues habría luchado por los Silmarils, si se los negaban, aunque tuviera que enfrentarse solo con todo el mundo, exceptuando sólo a su hermano Maglor. Envió a buscar a Fionwë y le ordenó que entregara las joyas que antaño Morgoth robara a Fëanor. Pero Fionwë dijo que el derecho de Fëanor y sus hijos a su obra lo habían perdido debido a los muchos y malignos actos que habían realizado cegados por el juramento, y en especial debido a la muerte de Dior y el ataque a Elwing. Maidros y Maglor debían regresar a Valinor y someterse al juicio de los Dioses, por cuyo único decreto entregaría las joyas a otra custodia que no fuera la suya propia.
Maidros estaba dispuesto a aceptar, pues tenía tristeza en el corazón, y dijo:
—El juramento no exige que no aprovechemos el momento oportuno, y quizá en Valinor todo quede perdonado y olvidado, y se nos conceda lo que es nuestro.
Pero Maglor dijo que si regresaban y no obtenían el favor de los Dioses, el juramento seguiría aún en pie, y habría todavía menos esperanzas de cumplirlo alguna vez; «¿y quién puede saber a qué terrible final llegaremos si desobedecemos a los Poderes en su propia tierra, o nos proponemos librar de nuevo una guerra en el Reino Guardado?». Y así sucedió que Maidros y Maglor entraron furtivamente en los campamentos de Fionwë y cogieron los Silmarils; y cuando fueron descubiertos empuñaron las armas. Pero los hijos de los Valar se alzaron coléricos y se lo impidieron, y tomaron prisionero a Maidros; mas Maglor los eludió y escapó. [187]
Ahora bien, el Silmaril que sostenía Maidros —pues los hermanos habían acordado que cada uno cogería uno, aduciendo que ahora sólo quedaban dos hermanos y únicamente dos joyas— le quemó la mano, y él sólo tenía una mano tal como se [ha] contado antes, y entonces descubrió que había perdido los derechos sobre él, y que el juramento era en vano. Pero arrojó el Silmaril al suelo y Fionwë lo cogió; y por la agonía del dolor y el remordimiento del corazón se quitó la vida antes de que pudieran impedírselo.
También se cuenta que Maglor huyó lejos, pero tampoco él pudo resistir el dolor con el que lo atormentó el Silmaril; y en agonía se desprendió de él tirándolo a una cañada llena de fuego que había surgido de la destrucción de las tierras Occidentales, y la joya desapareció en las entrañas de la Tierra. Pero Maglor jamás regresó al pueblo de Elfinesse, sino que erró cantando junto al mar, con gran dolor y remordimiento.
En aquellos días se construyeron muchas naves en las costas del Mar Occidental, sobre todo en las grandes islas, que al desgarrarse el mundo Septentrional surgieron de la antigua Beleriand. Desde allí en muchas flotas los supervivientes de los Gnomos, y de las compañías Occidentales de los Elfos Oscuros, navegaron al Oeste y jamás regresaron a las tierras del llanto y de la guerra; y los Elfos de la Luz marcharon de vuelta bajo los estandartes de su rey, siguiendo la estela de la victoria de Fionwë. Sin embargo, no todos regresaron, y algunos se demoraron muchas edades en el Oeste y el Norte, sobre todo en las Islas Occidentales. No obstante, a medida que las edades pasaban y el pueblo élfico desaparecía de la Tierra, todavía navegaban al anochecer desde nuestras costas Occidentales; tal como siguen haciendo ahora, cuando pocos de las compañías solitarias se demoran en algún lugar.
Pero en el Oeste los Gnomos regresaron y repoblaron la mayor parte de la Isla Solitaria que da tanto al Este como al Oeste; y entre ellos se encontraban los Elfos Oscuros, sobre todo aquéllos que antaño vivieron en Doriath. Y algunos incluso retomaron a Valinor, y fueron bienvenidos entre las brillantes compañías de los Quendi, y admitidos en el amor de Manwë y el perdón de los Dioses; y los Teleri perdonaron su antigua [188] aflicción, y la maldición fue enterrada. Pero Tûn nunca se habitó de nuevo; y Côr todavía sigue siendo una colina de verdor silencioso que nadie pisa.
De la marcha de la hueste de Fionwë al Norte poco se dice, pues en sus ejércitos no iba ninguno de esos Elfos que habían morado y sufrido en las Tierras Exteriores,[291] y que compusieron estas historias; y sólo mucho después se enteraron de esos hechos a través de parientes lejanos, los Elfos de la Luz de Valinor. Pero Fionwë vino, y el desafío de sus trompetas llenó el cielo, y llamó junto a él a todos los Hombres y Elfos de Hithlum del Este; y Beleriand se inflamó con la gloria de sus armas, y las montañas resonaron.
El encuentro de las huestes del Oeste y del Norte se ha llamado la Gran Batalla, la Batalla Terrible, la Batalla de la Ira y el Trueno. Allí se formaron todas las fuerzas del Trono del Odio, y se habían vuelto casi inconmensurables, de modo que Dor-na-Fauglith no podía contenerlas, y todo el Norte ardía con la guerra. Pero no venció. Todos los Balrogs fueron destruidos, y las innumerables huestes de los Orcos perecieron como la paja en el fuego, o fueron barridas como hojas secas por un viento abrasador. A partir de entonces pocos quedaron para perturbar el mundo. Y se cuenta que en aquella batalla muchos Hombres de Hithlum, arrepentidos de servir al mal, realizaron valientes hazañas, y del Este vinieron muchos además de los Hombres;[292] y así en parte se cumplieron las palabras de Ulmo; pues por Eärendel, hijo de Tuor, obtuvieron ayuda los Elfos, y las espadas de los Hombres los fortalecieron en los campos de batalla.[293] Pero Morgoth se acobardó y no salió; y lanzó el último ataque, el de los dragones alados.[294] Tan súbita y veloz y ruinosa fue la arremetida de aquella flota, como una tempestad de cien truenos [189] con alas de acero, que Fionwë fue repelido; pero arribó Eärendel rodeado de una miríada de aves, y la batalla prosiguió durante toda la noche de incertidumbre. Y Eärendel mató a Ancalagon el negro, el más poderoso de la horda de dragones, y lo abatió del cielo, y al caer derribó las torres de Thangorodrim. Entonces el sol salió el segundo día y los hijos de los Valar vencieron, y todos los dragones fueron destruidos a excepción de dos, que huyeron al Este. Entonces se destruyeron y destecharon todos los fosos de Morgoth, y la fuerza de Fionwë descendió a las profundidades de la Tierra y allí Morgoth fue derribado. Lo ataron[295] con la cadena Angainor, que habían preparado mucho tiempo atrás, y le convirtieron la corona de hierro en un collar para el cuello, y la cabeza se le inclinó sobre las rodillas. Pero Fionwë cogió los dos Silmarils que quedaban y los guardó.
Así perecieron el poder y la maldad de Angband en el Norte, y, más allá de la esperanza, la multitud de cautivos salió de nuevo a la luz del día, y contempló un mundo completamente cambiado; pues tan grande era la furia de esos adversarios que las regiones septentrionales del Mundo Occidental se desgarraron y se partieron, y el mar entró rugiendo en muchas simas, y hubo confusión y gran ruido; y los ríos perecieron o encontraron senderos nuevos, y los valles se levantaron y las colinas se derrumbaron; y el Sirion desapareció. Entonces los Hombres que no perecieron en la ruina de aquellos días huyeron, y mucho tiempo pasó antes de que volvieran por las montañas donde antaño estuviera Beleriand, y ello no sucedió hasta que la historia de esas guerras se hubo desvanecido hasta convertirse en un eco casi olvidado.
Pero Fionwë marchó a través de las tierras Occidentales llamando a los supervivientes de los Gnomos y de los Elfos Oscuros que aún no habían contemplado Valinor para que se unieran a los cautivos liberados y partieran con ellos. Pero Maidros no quiso escuchar, y se preparó, aunque cansado de aversión y desesperanza, a cumplir incluso entonces el compromiso del juramento. Pues Maidros y Maglor habrían luchado por los Silmarils, si se los negaban, incluso con la hueste victoriosa de Valinor y aunque tuvieran que enfrentarse solos a todo el mundo. [190] Enviaron a buscar a Fionwë y le ordenaron que entregara las joyas que antaño Morgoth robara a Fëanor. Pero Fionwë dijo que el antiguo derecho de Fëanor y sus hijos a la obra de sus manos ya lo habían perdido debido a los muchos y malignos actos que habían realizado cegados por el juramento, y sobre todo la muerte de Dior y el ataque a Elwing; ahora la luz de los Silmarils iría con los Dioses, de donde vino, y Maidros y Maglor debían regresar a Valinor y allí someterse al juicio de los Dioses, por cuyo único decreto Fionwë consentiría en ceder las joyas.
Maglor estaba dispuesto a aceptar, pues tenía tristeza en el corazón, y dijo:
—El juramento no exige que no aprovechemos el momento oportuno, y quizá en Valinor todo quede personado y olvidado, y consigamos lo que es nuestro.
Pero Maidros dijo que si regresaban y no obtenían el favor de los Dioses, entonces el juramento seguiría aún en pie, y habría todavía menos esperanzas de cumplirlo alguna vez; «¿y quién puede saber a qué terrible final llegaremos si desobedecemos a los Poderes en su propia tierra, o nos proponemos de nuevo librar una guerra en el Reino Guardado?». Y así sucedió que Maidros y Maglor entraron furtivamente a los campamentos de Fionwë y cogieron los Silmarils, y mataron a los guardias; y allí se prepararon para defenderse hasta la muerte. Pero Fionwë contuvo a su pueblo; y los hermanos se fueron y huyeron lejos.
Cada uno se llevó un Silmaril, diciendo que uno se había perdido y quedaban dos, y sólo dos hermanos. Pero la joya quemaba la mano de Maidros con un dolor insoportable (y sólo tenía una mano, como antes se ha contado); y se dio cuenta de que Fionwë tenía razón, y que por lo tanto su derecho se había invalidado, y que el juramento era en vano. Y sumido en la agonía y el dolor se arrojó a un abismo lleno de fuego, y así llegó a su fin; y el Silmaril fue arrastrado a las entrañas de la Tierra.
Y también se cuenta que Maglor no podía soportar el dolor con el que lo atormentaba el Silmaril; y al final lo arrojó al mar, y desde entonces erró para siempre en la costa cantando con dolor y remordimiento junto a las olas; pues Maglor fue el más grande de los cantores de antaño, pero jamás regresó con el pueblo de Elfinesse. [191]
En aquellos días se construyeron muchas naves en las playas del Mar Occidental, sobre todo en las grandes islas que al desgarrarse el Mundo Septentrional surgieron de la antigua Beleriand. Desde allí en muchas flotas los supervivientes de los Gnomos y de las compañías Occidentales de los Elfos Oscuros navegaron al Oeste y jamás volvieron a las tierras del llanto y de la guerra; pero los Elfos de la Luz marcharon de vuelta bajo los estandartes de su rey, siguiendo la estela de la victoria de Fionwë, y volvieron triunfantes a Valinor.[296] Pero en el Oeste los Gnomos y los Elfos Oscuros repoblaron la mayor parte de la Isla Solitaria, que da tanto al Este como al Oeste; y muy hermosa se volvió aquella tierra, y lo sigue siendo. Pero algunos retomaron incluso a Valinor, como todos aquéllos que lo deseaban eran libres de hacer; y los Gnomos fueron admitidos de nuevo en el amor de Manwë y el perdón de los Valar, y los Teleri perdonaron su antigua aflicción, y la maldición fue enterrada.
Sin embargo, no todos quisieron abandonar las Tierras Exteriores donde largo tiempo habían sufrido y morado; y algunos se demoraron muchas edades en el Oeste y el Norte, sobre todo en las islas occidentales y en las tierras de Leithien. Y entre ellos se encontraba Maglor, como se ha contado; y con él Elrond el Medio Elfo, quien después regresó de nuevo con los Hombres mortales, el único por el que la sangre de la antigua raza[297] y la semilla divina de Valinor han llegado a la Humanidad (pues era hijo de Elwing, hija de Dior, hijo de Lúthien, hijo de Thingol y de Melian; y Eärendel su padre era hijo de Idril Celebrindal, la hermosa doncella de Gondolin). Pero a medida que las edades pasaban y el pueblo Elfo desaparecía de la Tierra, todavía navegaban al anochecer desde nuestras costas Occidentales, tal como siguen haciendo ahora, cuando pocos de sus compañías solitarias se demoran en algún lugar. [192]
[Q I termina poco después del comienzo de esta sección.]
Esto decretaron los Dioses cuando Fionwë y los hijos de los Valar regresaron a Valmar: desde ese momento, las Tierras Exteriores serían para los Hombres, los hijos más jóvenes del mundo; pero sólo para los Elfos estarían siempre abiertas las puertas del Oeste; mas si no iban allá y se demoraban en el mundo de los Hombres, entonces lentamente se marchitarían y decaerían. Y así ha sido, y éste es el más doloroso fruto de las obras y mentiras de Morgoth. Durante un tiempo, los Orcos y Dragones volvían a multiplicarse en lugares oscuros, perturbaron y asustaron al mundo, tal como hacen aún en lugares lejanos; pero antes del Final todos perecerán gracias al valor de los Hombres mortales.
Pero a Morgoth los Dioses lo arrojaron por la Puerta de la Noche Eterna hacia el Vacío que hay más allá de los Muros del [193] Mundo; y se puso una guardia para que siempre vigilara esa puerta. Sin embargo, las mentiras que
[Aquí se acaba el texto Q I, al pie de una página mecanografiada, pero Q II continúa hasta el final.]
Éste fue el juicio de los Dioses cuando Fionwë y los hijos de los Valar hubieron regresado a Valmar: desde ese momento, las Tierras Exteriores serían para la Humanidad, los hijos más jóvenes del mundo; pero sólo para los Elfos estarían siempre abiertas las puertas del Oeste; mas si no iban allá y se demoraban en el mundo de los Hombres, entonces lentamente se marchitarán y decaerán. Éste es el fruto más doloroso de las mentiras y obras que Morgoth fraguó, que los Eldalië quedaran separados y enemistados de los Hombres. Durante un tiempo, los Orcos y Dragones volvían a multiplicarse en lugares oscuros, asustaron al mundo, y en diversas regiones aún lo hacen; pero antes del Final todos perecerán gracias al valor de Hombres mortales.
Pero a Morgoth los Dioses lo arrojaron por la Puerta de la Noche Eterna hacia el Vacío que hay más allá de los Muros del Mundo; y se puso una guardia para que siempre vigilara esa puerta, y Eärendel mantiene la guardia en las murallas del cielo. Sin embargo, las mentiras que Melko,[298] Moeleg, el poderoso y el maldito, Morgoth Bauglir el Terrible Poder Oscuro, sembró en los corazones de los Elfos y de los Hombres no han desaparecido completamente, y los Dioses no pueden eliminarlas y perviven para provocar mucho mal incluso en estos días. Algunos dicen también que Morgoth, a veces y en secreto, como una nube que no se puede ver o sentir, y que sin embargo existe, y el veneno existe,[299] trepa de vuelta superando los Muros y visita el mundo; pero otros dicen que se trata de la sombra negra de Thû, a quien Morgoth creó y que escapó de la Batalla Terrible, y mora en lugares oscuros y pervierte a los Hombres[300] para que le guarden una terrible lealtad e impía adoración.
Después del triunfo de los Dioses, Eärendel siguió navegando por los mares celestes, pero el Sol lo quemó y la Luna lo acosó en el cielo, [y se marchó muy lejos por detrás del mundo, viajando por la Oscuridad Exterior, una estrella centelleante y fugitiva].[301] Entonces los Valar arrastraron su blanco navío, [194] Wingelot,[302] por encima de la tierra de Valinor, y lo llenaron de brillo y lo consagraron, y lo lanzaron a través de la Puerta de la Noche. Y largo tiempo navegó Eärendel por la inmensidad sin estrellas, con Elwing a su lado,[303] y el Silmaril en la frente, recorriendo la Oscuridad que hay detrás del mundo, una estrella brillante y fugitiva. Y a veces regresa y brilla detrás de los cursos del Sol y la Luna, por encima de las murallas de los Dioses, la más resplandeciente de todas las estrellas, el marino del cielo, vigilando a Morgoth en los confines del mundo. Así navegará hasta que vea la Última Batalla librándose en las llanuras de Valinor.
Esto predijo la Profecía de Mandos, que pronunció en Valmar ante el consejo de los Dioses, y el rumor se extendió entre todos los Elfos del Oeste: cuando el mundo sea viejo y los Poderes estén débiles, Morgoth regresará a través de la Puerta de la Noche Eterna; y destruirá el Sol y la Luna, pero Eärendel caerá sobre él como una llama blanca y lo expulsará de los aires. Entonces se librará la Última Batalla en los campos de Valinor. Ese día Tulkas se batirá con Melko, y a su derecha estará Fionwë y a su izquierda Túrin Turambar, hijo de Húrin, Vencedor del Destino;[304] y será la espada negra de Túrin la que le dará la muerte y el final definitivo a Melko; y así se vengarán los hijos de Húrin y todos los Hombres.
Entonces los Silmarils[305] se recuperarán del mar y de la tierra y del aire; porque Eärendel descenderá y entregará la llama que tenía en custodia. Entonces Fëanor llevará a los Tres y se los entregará a Yavanna Palúrien, y ella los romperá y con su fuego reencenderá los Dos Arboles, y saldrá una gran luz; y las Montañas de Valinor se allanarán para que la luz llegue a todo el mundo. En esa luz los Dioses volverán a ser jóvenes, y los Elfos despertarán y todos sus muertos se levantarán, y el objetivo de Ilúvatar respecto a ellos se habrá cumplido. Pero la Profecía no habla de los Hombres en aquel día, salvo únicamente de Túrin, y a él lo menciona entre los Dioses.[306]
Éste es el final de las historias de los días anteriores a los días en las regiones Septentrionales del mundo Occidental. Algunas de estas cosas aún las cantan y cuentan los menguantes Elfos; y más todavía las cantan los Elfos desaparecidos que ahora moran en la Isla Solitaria. A los Hombres de la raza de Eärendel a veces se las han contado, y la mayoría [195] a Eriol,[307] que fue el único de los mortales de días posteriores, aunque ya hace mucho tiempo, que navegó a la Isla Solitaria y regresó a la tierra de Leithien,[308] donde vivió, y recordó cosas que había oído en la hermosa Cortirion, la ciudad de los Elfos en Tol Eressëa.