En su carta de 1964 mi padre dijo que «en mi cuento íbamos a llegar por fin a Amandil y Elendil, conductores del partido leal en Númenor, cuando cayó bajo el dominio de Sauron». No obstante, es evidente que no llegó a esa concepción hasta después de la redacción de la mayor parte de la narrativa, o incluso hasta después de que fuera abandonada. Al final del Capítulo II no hay duda de que la historia númenóreana está a punto de empezar, y los capítulos númenóreanos seguían originalmente a los iniciales. Por otra parte, la decisión de posponer Númenor y hacer de ella la conclusión y punto culminante del libro ya se había tomado cuando El Camino Perdido se envió a Alien and Unwin en noviembre de 1937. [70]
Teniendo en cuenta que el episodio númenóreano se dejó inconcluso, es un punto adecuado para mencionar una interesante nota que data presumiblemente de la época de escritura del texto. En ella se dice que cuando acaba la primera «aventura» (es decir, Númenor) «Alboin está sentado en la silla y Audoin acaba de cerrar la puerta».
Con la posposición de Númenor se cambiaron los números de capítulo, pero esto carece de importancia y por tanto los he numerado «III» y «IV»; no tienen título. En este caso he considerado que lo más conveniente era anotar el texto en notas numeradas.
Elendil caminaba por el jardín, pero no para contemplar su belleza a la luz del anochecer. Estaba preocupado y tenía la mente vuelta hacia dentro. La casa con la torre blanca y el tejado dorado brillaban detrás de él en la puesta de sol, pero sus ojos estaban fijos en el sendero ante sus pies. Bajaba a la orilla para bañarse en los estanques azules de la cala que había más allá del final del jardín, como acostumbraba a hacer a esa hora. También esperaba encontrar allí a su hijo Herendil. Había llegado el momento de hablar con él.
Al cabo llegó al gran seto de lavaralda[13] que cercaba el jardín en su extremo inferior, en la parte occidental. Era una vista familiar, pero los años no podían empañar su belleza. Habían transcurrido siete docenas de años[14] o más desde que él mismo lo plantara cuando proyectaba el jardín antes de su matrimonio; y había bendecido su buena fortuna. Porque las semillas habían llegado de Eressëa, en el lejano oeste, de donde los barcos venían rara vez ya en aquellos días, y ahora ya nunca. Pero el espíritu de esa tierra bendecida y de su hermosa gente permanecía en los árboles que habían crecido de aquellas semillas: las largas hojas verdes tenían el reverso dorado, y cuando la brisa marina las agitaba susurraban con un sonido de muchas voces dulces, y relucían como rayos de sol en las aguas ondeantes. Las flores eran pálidas con un rubor amarillo, y brotaban rápidamente en las ramas como la nieve iluminada por el sol; y su aroma llenaba toda la parte inferior del jardín, suave pero claro. Los marineros de los días antiguos decían que la fragancia del lavaralda podía sentirse en el aire mucho antes de que la tierra de [71] Eressëa estuviera a la vista, y que provocaba un deseo de reposo y una gran alegría. Él había visto los árboles floridos día tras día, porque sólo dejaban de florecer en escasos intervalos. Pero ahora, de pronto, al pasar, el aroma lo golpeó con una fragancia penetrante, conocida y a la vez completamente extraña. Por un momento le pareció que no la había olido nunca: horadaba las preocupaciones de su mente, de un modo desconcertante, sin ocasionarle un placer familiar, sino una nueva inquietud.
—¡Eressëa, Eressëa! —dijo—. Ojalá estuviera allí, y ojalá no fuera mi destino vivir en Númenor,[15] a medio camino entre los mundos. ¡Sobre todo en estos días de confusión!
Pasó bajo un arco de hojas brillantes y descendió con rapidez los eslabones tallados en la roca, hacia la playa blanca. Elendil miró en torno, pero no encontró a su hijo. En su mente surgió una imagen del cuerpo blanco de Herendil, fuerte y hermoso en el umbral de una pronta virilidad, surcando las aguas o tumbado en la arena, resplandeciente al sol. Pero Herendil no estaba allí, y la playa parecía extrañamente vacía.
Elendil examinó la cala y los muros de piedra una vez más; y mientras miraba sus ojos se dirigieron por casualidad a su propia casa, entre los árboles y las flores de las pendientes sobre la orilla, blanca y dorada, brillante en el sol poniente. Y se detuvo y miró: de repente la casa se erguía en el lugar como algo real e imaginario a la vez, como algo de otro tiempo y otra historia, hermosa, amada, pero extraña, despertando el deseo como si perteneciera a un misterio todavía sin desvelar. No fue capaz de interpretar la sensación.
Suspiró. «Supongo que es la amenaza de la guerra lo que me hace contemplar las cosas hermosas con tanta inquietud —pensó—. La sombra del miedo se interpone entre nosotros y el sol, y todas las cosas parecen ya perdidas. Pero son extrañamente hermosas, vistas así. No lo sé. Me lo pregunto. ¡Ah, Númenórë! Espero que los árboles den flor en tus colinas en los años venideros igual que ahora, y que tus torres se alcen blancas a la Luna y amarillas al Sol. Ojalá no hubiera esperanza, sino certeza… la certeza que teníamos antes de la Sombra. Pero ¿dónde está Herendil? Debo verlo y hablar con él, más claramente que nunca. Antes de que sea demasiado tarde. El tiempo se está acabando.» [72]
—¡Herendil! —llamó, y su voz resonó en la orilla cóncava sobre el sonido suave de las olas que caían dulcemente—. ¡Herendil!
Y mientras llamaba le pareció oír su propia voz, y advertir que era fuerte y curiosamente melódica. —¡Herendil! —volvió a llamar.
Al cabo hubo una llamada que respondía: una joven voz muy clara llegó de cierta distancia, como una campana de una caverna profunda.
—Man-ie, atto, man-ie?
Durante un breve instante Elendil creyó que las palabras eran extrañas. «Man-ie, atto? ¿Qué pasa, padre?» Entonces la sensación pasó.
¿Dónde estás?
—¡Aquí!
—No te veo.
—Estoy sobre el muro, mirándote.
Elendil levantó la vista; subió entonces otro tramo de escalones de piedra en el extremo septentrional de la cala. Salió a un espacio plano allanado y nivelado en la cumbre del pináculo saliente de roca. Había sitio para yacer al sol, o para sentarse en un gran sitial de piedra con la espalda apoyada en el acantilado, en cuya cara caía una cascada de tallos trepadores con guirnaldas azules y flores de plata. Tumbado en la piedra, con la barbilla en las manos, había un joven. Estaba contemplando el mar y no volvió la cabeza cuando su padre llegó y se sentó en el sitial.
—¿Con qué estás soñando, Herendil, para que tus oídos no oigan?
—Estoy pensando, no soñando. Ya no soy ningún niño.
—Lo sé —dijo Elendil—, y por esa razón quería encontrarte y hablar contigo. Estás tan a menudo fuera y lejos, y tan poco en casa en estos días…
Contempló el cuerpo blanco que tenía delante. Era querido para él, y hermoso. Herendil estaba desnudo: había estado zambulléndose desde la elevación, porque era un buceador osado y orgulloso de su habilidad. De pronto le pareció a Elendil que el muchacho había crecido de la noche, casi del conocimiento.
—¡Cómo creces! —dijo—. Tienes la hechura de un hombre fuerte, y casi la has acabado.
—¿Por qué te burlas de mí? —dijo el muchacho—. Sabes que [73] soy oscuro y más pequeño que la mayoría de los otros de mi año. Y eso me preocupa. Apenas le llego al hombro a Almáriel, la de los cabellos de oro brillante, y es una doncella de mi edad. Sostenemos que tenemos sangre de reyes, pero te digo que los hijos de tus amigos hacen bromas sobre mí y me llaman Terendul,[16] esbelto y oscuro; y afirman que tengo sangre eressëana, o que soy medio noldo. Y no es algo que se diga con amor en estos días. Es casi ser llamado medio gnomo o Temeroso de Dios; y eso es peligroso.[17]
Elendil suspiró. —Entonces debe de ser peligroso ser hijo de quien se llama Elendil porque lleva a Valandil, Amigo de Dios, que fue el padre de tu padre.[18]
Hubo un silencio. Al cabo Herendil volvió a hablar: —¿De quién dices que desciende Tarkalion, nuestro rey?
—De Eärendel el marino hijo de Tuor el fuerte, quien se perdió en estos mares.[19]
—¿Por qué no puede hacer el rey lo que hizo Eärendel, de quien desciende? Dicen que debe seguirlo y completar su obra.
—¿Qué crees que quieren decir? ¿Adónde debe ir, y qué obra debe completar?
—Tú lo sabes. ¿Acaso no viajó Eärendel al extremo Oeste, y puso pie en la tierra que nos está prohibida? Él no muere, o eso dicen las canciones.
—¿A qué llamas tú la Muerte? Eärendel no regresó. Abandonó a todos a quienes amaba, antes de pisar esa orilla.[20] Salvó a su linaje renunciando a él.
—¿Se enojaron los Dioses con él?
—¿Quién lo sabe? Porque no regresó. Pero no emprendió tal hazaña para servir a Melko, sino para derrotarlo; para liberar a los hombres de Melko, no de los Señores; para obtener la tierra para nosotros, no la tierra de los Señores. Y los Señores escucharon su súplica y se alzaron contra Melko. Y la tierra es nuestra.
—Ahora dicen que los eressëanos, esclavos de los Señores, alteraron la historia: que en verdad Eärendel fue un aventurero que nos mostró el camino, y que los Señores lo tomaron cautivo por esa razón; y su obra está forzosamente inconclusa. Por tanto, el hijo de Eärendel, nuestro rey, tiene que completarla. Desean hacer lo que no se ha hecho durante largo tiempo.
—¿Qué es? [74]
—Ya lo sabes: poner pie en el lejano Oeste, y no abandonarlo. Conquistar nuevos reinos para nuestra raza, y aflojar la presión sobre esta isla poblada, donde todos los caminos están muy trillados, y todos los árboles y briznas de hierba están contados. Ser libres y amos del mundo. Escapar de la sombra de la monotonía, y del final. Haríamos a nuestro rey Señor del Oeste: Nuaran Númenóren.[21] La muerte llega aquí despacio y rara vez, pero llega. La tierra es sólo una jaula adornada para que parezca el Paraíso.
—Sí, eso he oído decir a otros —dijo Elendil—. Pero ¿qué sabes tú del Paraíso? He aquí que nuestras palabras distraídas nos han llevado a donde me proponía. Pero me apena advertir que piensas de ese modo, aunque temía que podía ser así. Eres mi único hijo varón, y mi hijo más querido, y me gustaría que estuviéramos de acuerdo en todas nuestras decisiones. Y debemos escoger, tú y yo, porque en tu último cumpleaños entraste en el ejército y al servicio del rey. Debemos escoger entre Sauron y los Señores (o Uno Más Elevado). Eres consciente, supongo, de que Sauron no se ha atraído a todos los corazones de Númenor.
—Sí. Hay tontos aun en Númenor —dijo Herendil, bajando la voz—. Pero ¿por qué hablamos de estas cosas en un lugar abierto? ¿Deseas acaso causarme perjuicio?
—No causo perjuicio —dijo Elendil—. Ya se nos ha impuesto: la elección entre los males, el primer fruto de la guerra. Pero he aquí, Herendil, que nuestra casa es sabia y atesora el conocimiento, y durante mucho tiempo ha sido reverenciada por esa razón. Yo seguí a mi padre, como me fue posible. ¿Me sigues tú a mí? ¿Qué sabes de la historia del mundo o de Númenor? No tienes más que cuatro docenas de años,[22] y eras sólo un niño pequeño cuando llegó Sauron. No entiendes cómo eran los días antes de entonces. No puedes escoger en ignorancia.
—Pero ya han escogido otros de mayor edad y conocimientos que los míos, o los tuyos —dijo Herendil—. Y dicen que la historia les da la razón, y que Sauron ha arrojado una nueva luz sobre ella. Sauron conoce la historia, toda la historia.
—Sauron la conoce, es cierto, pero tuerce el conocimiento. ¡Sauron miente! —La furia creciente hizo que Elendil subiera la voz al hablar. Las palabras sonaron como un desafío.
—Estás loco —dijo su hijo, volviéndose al fin sobre un costado y [75] mirando cara a cara a Elendil, con horror y miedo en los ojos—. ¡No me digas esas cosas! Podrían, podrían…
—¿Quiénes podrían, y qué podrían hacer? —dijo Elendil, pero un temor glacial pasó de los ojos de su hijo a su propio corazón.
—¡No preguntes! Y no hables tan alto. —Herendil se volvió y yació postrado con el rostro entre las manos—. Sabes que es peligroso, para todos nosotros. Sea como sea, Sauron es poderoso y tiene oídos. Temo las mazmorras. Y te quiero, padre, te quiero. Atarinya tye-meláne.
Atarinya tye-meláne, padre mío, te quiero: las palabras sonaron extrañas, pero dulces, y se clavaron en el corazón de Elendil. —A yonya inye tye-méla: y yo también, hijo mío, te quiero —dijo, sintiendo cada sílaba extraña pero vivida según la pronunciaba—. ¡Pero vamos dentro! Es demasiado tarde para bañarse. El sol se ha ido. Hay resplandor hacia el oeste, en los jardines de los Dioses. Pero el crepúsculo y la oscuridad se acercan, y la oscuridad ya no es sana en esta tierra. Vamos a casa. Tengo que decir y preguntarte muchas cosas esta noche, a puerta cerrada, donde quizá te sientas más seguro. —Volvió la vista al mar, al que amaba, deseando bañar su cuerpo en él, como para librarse del agotamiento y las preocupaciones. Pero la noche se acercaba.
El sol había desaparecido y se hundía rápidamente en el mar. Había fuego en las olas lejanas, pero se desvanecía apenas encendido. Del Oeste se levantó de pronto un viento frío, agitando el agua amarilla de la orilla. Por sobre el borde iluminado por el fuego se levantaron unas nubes oscuras, que extendieron grandes alas, al sur y al norte, y parecieron amenazar la tierra.
Elendil se estremeció. —Mira, las águilas del Señor del Oeste llegan con amenaza a Númenor —murmuró.
—¿Qué estás diciendo? —dijo Herendil—. ¿Acaso no se ha decretado que el rey de Númenor será llamado Señor del Oeste?
—Lo ha decretado el rey, pero eso no hace que sea así —repuso Elendil—. Pero no diré en voz alta lo que presagia mi corazón. ¡Vamos!
La luz decaía rápidamente cuando subieron los senderos del jardín entre las flores, pálidas y luminosas en el crepúsculo. Los árboles esparcían dulces fragancias nocturnas. Un lömelindë empezó su canto conmovedor junto a un estanque. [76]
Delante de ellos se alzaba la casa. Las paredes blancas resplandecían como si la luz de la luna estuviera aprisionada en su sustancia; sin embargo, no había luna, sólo una luz fría, difusa y sin sombra. En el cielo claro como frágil cristal unas pequeñas estrellas clavaban sus llamas blancas. Una voz caía de una ventana alta, como la plata en el estanque del crepúsculo en que caminaban. Elendil la conocía: era la voz de Fíriel, una doncella de su casa, hija de Orontor. El alma se le cayó a los pies, porque Fíriel vivía en su casa debido a que Orontor había partido. Los hombres decían que había emprendido un largo viaje. Otros afirmaban que había huido del desagrado del rey. Elendil sabía que estaba en una misión de la que quizá no volviera nunca, o volviera demasiado tarde.[23]Y él amaba a Orontor, y Fíriel era hermosa.
Ahora la voz cantaba una canción crepuscular en la lengua eressëana, pero compuesta por los hombres mucho tiempo atrás. El ruiseñor calló. Elendil se quedó quieto para escuchar, y las palabras le llegaron lejanas y extrañas, como una melodía en una lengua arcaica entonada tristemente en un crepúsculo olvidado, al principio del viaje del hombre por el mundo.
Ilu Ilúvatar en káre eldain a fírimoin |
ar antaróta marinar Valion: númessier . . . . |
El Padre hizo el Mundo para elfos y mortales, y lo dejó en manos de los Señores, que están en el Oeste.
Así cantaba Fíriel en lo alto, hasta que su voz cayó tristemente en la pregunta con que acaba la canción: man táre antáva nin Ilúvatar, Ilúvatar, enyáre tar i tyel íre Anarinya qeluva? ¿Qué me dará Ilúvatar, oh Ilúvatar, en el día más allá del fin, cuando mi Sol se apague?[24]
—E man antaváro? ¿Qué me dará en verdad? —dijo Elendil, con sombríos pensamientos.
—No debería cantar esa canción en una ventana —dijo Herendil, rompiendo el silencio—. Ahora la cantan de otra manera. Melko regresa, dicen, y el rey nos dará el Sol para siempre. [77]
—Sé lo que dicen —dijo Elendil—. No se lo digas a tu padre, ni en esta casa. —Entró por una puerta oscura y Herendil lo siguió, encogiéndose de hombros.
Herendil yacía en el suelo, estirado a los pies de su padre en una alfombra tejida en un diseño de pájaros dorados y plantas trepadoras con flores azules. Tenía la cabeza apoyada en las manos. Su padre estaba sentado en su sillón tallado, con las manos inmóviles sobre los brazos, los ojos fijos en el fuego que lucía en el hogar. No hacía frío, pero el fuego llamado «el corazón de la casa» (hon-maren)[25]estaba siempre encendido en esa habitación. Además, era una protección contra la noche, que los hombres ya habían empezado a temer.
No obstante, un aire fresco entraba por la ventana, dulce, con la fragancia de las flores. A través podía verse, tras las agujas de oscuras de los árboles callados, el océano occidental, plateado bajo la Luna, que ahora seguía rápidamente al Sol a los jardines de los Dioses. En el silencio nocturno las palabras de Elendil caían dulcemente. Escuchaba al hablar, como a otro que narrara una historia largo tiempo olvidada.[26]
—Está[27] Ilúvatar, el Único; y están los Poderes, de quienes el mayor en el pensamiento de Ilúvatar fue Alkar el Radiante;[28] y están los Primeros Nacidos de la Tierra, los Eldar, que no mueren mientras perdure el Mundo; y están también los Nacidos Después, los Hombres mortales, que son los hijos de Ilúvatar, y sin embargo se encuentran bajo el gobierno de los Señores. Ilúvatar diseñó el Mundo, y reveló su diseño a los Poderes; y dispuso que algunos de éstos fueran los Valar, Señores del Mundo y gobernadores de las cosas que hay en él. Pero Alkar, que había viajado solo en el Vacío anterior al Mundo, buscando la libertad, deseó que el Mundo fuera su propio reino. Por tanto descendió hasta él como un fuego que cae, y les hizo la guerra a los Señores, sus hermanos. Pero ellos establecieron sus mansiones en el Oeste, en Valinor, y lo dejaron fuera; y lo atacaron en el Norte, y lo ataron, y el Mundo tuvo paz y se hizo muy hermoso. [78]
»Al cabo de una larga edad sucedió que Alkar pidió perdón, y se sometió a Manwë, señor de los Poderes, y fue puesto en libertad. Pero intrigó en contra de sus hermanos, y engañó a los Primeros Nacidos que moraban en Valinor, de modo que muchos se rebelaron y fueron exiliados del Reino Bendecido. Y Alkar destruyó las luces de Valinor y huyó a la noche; y se convirtió en un enemigo oscuro y terrible, y fue llamado Morgoth, y estableció su dominio en la Tierra Media. Pero los Valar hicieron la Luna para los Primeros Nacidos y el Sol para los Hombres para acabar con la Oscuridad del Enemigo. Y cuando subió el Sol los Nacidos Después, que son los Hombres, surgieron en el Este del mundo, pero cayeron bajo la sombra del Enemigo. En aquellos días los exiliados de los Primeros Nacidos lucharon contra Morgoth, y tres casas de los Padres de los Hombres se unieron a ellos: la casa de Bëor, y la casa de Haleth, y la casa de Hador. Porque éstas no se habían sometido a Morgoth. Pero Morgoth obtuvo la victoria, y causó la ruina de todos.
»Eärendel era hijo de Tuor, hijo de Huor, hijo de Gumlin, hijo de Hador; y su madre pertenecía a los Primeros Nacidos, hija de Turgon, último rey de los Exiliados. Partió para el Gran Mar y llegó al fin al reino de los Señores, y a las Montañas del Oeste. Y allí renunció a todos a quienes amaba, a su esposa y a su hijo, y a todo su linaje, fuera de los Primeros Nacidos o de los Hombres; y lo abandonó todo.[29] Y se entregó a Manwë, Señor del Oeste, y se sometió y le suplicó. Y fue aceptado y nunca regresó entre los Hombres. Pero los Señores se apiadaron, y utilizaron su poder y hubo de nuevo guerra en el Norte, y la tierra se rompió; pero Morgoth fue derrotado. Y los Señores lo expulsaron al Vacío exterior.
»Y se acordaron de los Exiliados de los Primeros Nacidos y los perdonaron; y los que regresaron viven desde entonces en beatitud en Eressëa, la Isla Solitaria, que es Avallon, porque está a la vista de Valinor y la luz del Reino Bendecido. Y para los hombres de las Tres Casas hicieron Vinya, la Nueva Tierra, al oeste de la Tierra Media en medio del Gran Mar, y la llamaron Andor, la Tierra del Don; y otorgaron a la tierra y a los que vivían en ella bienes superiores a los de otras tierras de los mortales. Pero en la Tierra Media moraban los hombres menores, que no conocían a los Señores o a los Primeros Nacidos salvo [79] por rumores; y entre ellos había algunos que antaño sirvieron a Morgoth, y estaban malditos. Y había también criaturas malignas sobre la tierra, que Morgoth había creado en los días de su dominio, demonios y dragones y mofas de las criaturas de Ilúvatar.[30] Y también yacían ocultos muchos de sus siervos, espíritus del mal, a quienes seguía gobernando aun sin estar presente entre ellos. Y de éstos Sauron era el principal, y su poder aumentó. Por tanto, la mayoría de los hombres de la Tierra Media eran malvados, porque los Primeros Nacidos que permanecían entre ellos menguaban o partían al Oeste, y su linaje, los hombres de Númenor, estaban lejos y sólo llegaban a sus costas en barcos que cruzaban el Gran Mar. Pero Sauron supo de los barcos de Andor, y los temió, por miedo a que los hombres libres se hicieran señores de la Tierra Media y liberaran a su linaje; e impulsado por la voluntad de Morgoth planeó destruir Andor, y llevar la ruina (si le era posible) a Avallon y Valinor.[31]
»Pero ¿por qué habría de engañamos, y convertimos en instrumentos de su voluntad? No fue él, sino Manwë el justo, Señor del Oeste, quien nos otorgó las riquezas que poseemos. Nuestro saber proviene de los Señores, y de los Primeros Nacidos que los ven cara a cara; y hemos crecido hasta ser más altos y grandes que otros de nuestra raza, los que antaño sirvieron a Morgoth. Tenemos sabiduría, poder, y una vida más larga que ellos. Aún no hemos caído. Por tanto, el dominio del mundo es nuestro, o lo será, desde Eressëa hasta el Este. Más no pueden tener los mortales.
—Excepto una escapatoria de la Muerte —dijo Herendil, alzando el rostro hacia el de su padre—. Y de la monotonía. Dicen que Valinor, donde moran los Dioses, no tiene límites.
—No dicen la verdad. Porque todas las cosas del mundo tienen un final, ya que el mundo mismo está limitado, y no puede ser el Vacío. Pero la Muerte no fue decretada por los Señores: es el don del Único, y un don que hasta los mismos Señores del Oeste envidiarán con el paso del tiempo.[32] Así lo han dicho los sabios de antaño. Y aunque quizá ya no podamos comprender sus palabras, al menos tenemos el conocimiento suficiente para saber que no podemos escapar, excepto a un destino peor.
—Pero el decreto de que los de Númenor no pongamos pie en las orillas de los Inmortales, o caminemos por su tierra, ése [80] sólo es un decreto de Manwë y sus hermanos. ¿Por qué no podemos? El aire de allí da larga vida, dicen.
—Quizá lo haga —dijo Elendil—; y quizá no es más que el aire que necesitan quienes ya tienen larga vida. Para nosotros tal vez sea muerte, o locura.
—Pero ¿no podríamos intentarlo? Los eressëanos van allí, y en los días antiguos nuestros marineros solían visitar Eressëa sin sufrir mal alguno.
—Los eressëanos no son como nosotros. No tienen el don de la muerte. Pero ¿de qué sirve debatir el gobierno del mundo? No tenemos ninguna certeza. No se canta que la tierra se hiciera para nosotros, sino que no podemos deshacerla, y si no nos gusta podemos recordar que la abandonaremos. ¿Acaso los Primeros Nacidos no nos llaman los Huéspedes? Mira la inquietud de espíritu que ha provocado ya. Cuando yo era joven no había pensamientos malignos. La muerte llegaba tarde y sin más dolor que el agotamiento. De los eressëanos obtuvimos tantas cosas de belleza que nuestra tierra se hizo más hermosa que la de ellos, y quizá más hermosa para los corazones mortales. Se dice que antaño los mismos Señores caminaban a veces por los jardines que llamábamos en su honor. Allí poníamos sus imágenes, modeladas por los eressëanos que los habían contemplado, como las imágenes de amigos amados.
»No había templos en esta tierra. Pero en la Montaña nos dirigíamos al Único, que no tiene imagen. Era un lugar sagrado, intacto por el arte mortal. Entonces llegó Sauron. Habíamos oído rumores de él a través de los marineros que volvían del Este. Las historias diferían: algunos decían que era un rey más grande que el rey de Númenor; otros, que se trataba de uno de los Poderes o sus vástagos designado para gobernar la Tierra Media. Unos pocos afirmaban que era un espíritu maligno, quizá Morgoth, que había regresado; pero de éstos nos reíamos.[33]
»Al parecer, a él también le llegaron rumores acerca de nosotros. No hace muchos años que llegó aquí, tres docenas y ocho[34], pero lo parece. Tú eras un niño pequeño y entonces no sabías lo que estaba pasando en el este de esta tierra, lejos de nuestra casa occidental. A Tarkalion, el rey, le impresionaron los rumores acerca de Sauron, y envió una misión para que descubriera qué había de verdad en las historias de los marineros. Muchos consejeros [81] intentaron disuadirlo. Mi padre me dijo, y él era uno de ellos, que los más sabios e instruidos del Oeste recibieron mensajes de los Señores advirtiéndoles que tuvieran cuidado. Porque los Señores decían que Sauron obraría el mal; pero que no podía venir aquí si no era convocado.[35] Tarkalion se había vuelto orgulloso y no quería que hubiera un poder en la Tierra Media mayor que el suyo propio. Por tanto se enviaron los barcos, y Sauron fue convocado para que rindiera homenaje.
»En el puerto de Moriondë, al este de la tierra,[36] donde las rocas son oscuras, los guardias aguardaban incesantemente por orden del rey el regreso de los barcos. Era de noche, pero la Luna estaba brillante. Divisaron los barcos a lo lejos, que parecían navegar hacia el oeste a mayor velocidad que la tormenta, aunque había poco viento. De pronto el mar se agitó; se alzó hasta convertirse en una montaña e invadió la tierra. Los barcos fueron elevados y arrojados tierra adentro, y se quedaron en los campos. En el barco situado a más altura, que yacía sin agua en una colina, había un hombre, o alguien con forma humana pero de mayor estatura que cualquiera, aun de la raza de Númenor.
»Se irguió en la roca[37] y dijo: “Esto se ha hecho como signo de poder. Porque yo soy Sauron el poderoso, siervo del Fuerte (aquí habló oscuramente). Alegraos, hombres de Númenor, porque tomaré vuestro rey como rey y tendrá el mundo en las manos”.
»Y creyeron los hombres que Sauron era grande, aunque temían la luz de sus ojos. A muchos les pareció hermoso, a otros terrible, y malvado a algunos. Pero lo condujeron hasta el rey, y Sauron se humilló ante Tarkalion.
»Y he aquí lo que ha pasado desde entonces, paso a paso. Al principio sólo reveló secretos de artesanía, y nos enseñó a hacer muchas cosas poderosas y maravillosas que parecían buenas. Nuestros barcos navegan ahora sin necesidad de viento, y muchos están hechos de metal extraído de rocas ocultas, y no se hunden ni en la calma ni en la tormenta; pero ya no son de hermosa apariencia. Las torres se hacen cada vez más fuertes y altas, pero la belleza se queda en la tierra. Nosotros, que no tenemos enemigos, estamos sitiados con fortalezas inexpugnables, sobre todo en el Oeste. Los ejércitos se han multiplicado como [82] para una larga guerra, y los hombres están dejando de amar o cuidar la hechura de otras cosas para su disfrute y deleite. Pero tenemos escudos impenetrables, espadas a las que nada puede oponer resistencia, saetas como el trueno que vuelan leguas sin errar el blanco. ¿Dónde están los enemigos? Hemos empezado a matamos unos a otros. Porque Númenor, que era tan grande, parece estrecha ahora. Por tanto, los hombres codician tierras que han sido propiedad de otras familias durante mucho tiempo. Se consumen de inquietud, como hombres encadenados.
»Por tanto, Sauron ha predicado liberación; ha ordenado al rey que extienda la mano y haga un Imperio. Ayer era en el Este. Mañana, será en el Oeste.
»No teníamos templos, Pero ahora la Montaña esta expoliada. Los árboles han sido derribados y está desnuda; sobre la cumbre hay un Templo. Está hecho de mármol, y de oro, y de vidrio y acero, y es maravilloso, pero terrible. Nadie reza allí. Espera. Durante mucho tiempo Sauron no llamó a su amo por el nombre que aquí está maldito desde antaño. Al principio hablaba del Fuerte, del Poder Mayor, del Amo. Pero ahora habla abiertamente de Alkar,[38] de Morgoth. Ha profetizado su regreso. El Templo ha de ser su casa. Númenor ha de ser la sede del dominio del mundo. Mientras tanto, Sauron vive allí. Vigila la tierra desde la Montaña, y se alza por encima del rey, aun del orgulloso Tarkalion, del linaje escogido por los Señores, la simiente de Eärendel.
»Pero Morgoth no viene. Ha venido su sombra; yace sobre el corazón y la mente de los hombres. Se interpone entre ellos y el Sol, y todo lo que está debajo.
—¿Hay una sombra? —dijo Herendil—. No la he visto. Pero he oído a otros hablar de ella, y dicen que es la sombra de la Muerte. Pero Sauron no la trajo; prometió que nos liberaría de ella.
—Hay una sombra, pero es la sombra del temor a la Muerte, y la sombra de la avaricia. Pero también hay una sombra de un mal más oscuro. Ya no vemos al rey. Su desagrado recae en los hombres, y parten; están por la tarde y por la mañana no. El aire libre no es seguro, los muros son peligrosos. Aun en el corazón de la casa puede haber espías. Y hay prisiones, y cámaras subterráneas. Hay tormentos, hay ritos malignos. Los bosques de noche, que antaño fueron hermosos —los hombres vagaban y [83] dormían allí por placer, cuando tú eras un bebé— están ahora llenos de horror. Aun los jardines no están por completo limpios, después de la caída del sol. Y ahora incluso de día el humo surge del templo: las flores y la hierba se marchitan allí donde cae. Las viejas canciones han sido olvidadas o alteradas, torcidas a otros significados.
—Sí, que uno aprende día a día —dijo Herendil—. Pero algunas de las nuevas canciones son fuertes y alentadoras. No obstante, oigo ahora que algunos nos aconsejan que abandonemos la antigua lengua. Dicen que deberíamos dejar el eressëano, y recuperar el habla ancestral de los Hombres. Sauron la enseña. Creo que en esto al menos no hace bien.
—Sauron nos engaña doblemente. Porque los hombres aprendieron el habla de los Primeros Nacidos, y por tanto si retrocediéramos en verdad a los comienzos no encontraríamos los dialectos rotos de los hombres salvajes, ni el habla sencilla de nuestros padres, sino simplemente el habla de los Primeros Nacidos. Pero el eressëano es la más hermosa de las lenguas de los Primeros Nacidos, y la utilizan para conversar con los Señores, y une sus diversos linajes unos con otros, y a ellos con nosotros. Si la abandonamos nos separaremos de ellos, y nos empobreceremos.[39] Esa es su intención, sin duda. Pero su maldad no tiene fin. Escucha, Herendil, y presta atención. Se acerca el momento en que toda su maldad dará amargo fruto, si no la derribamos. ¿Esperaremos a que el fruto madure o talaremos el árbol y lo arrojaremos al fuego?
Herendil se puso en pie de pronto, y se dirigió hacia la ventana. —Hace frío, padre —dijo—, y la Luna se ha ido. Confío en que el jardín esté vacío. Los árboles crecen demasiado cerca de la casa. —Cubrió la ventana con una pesada tela bordada y luego volvió, acurrucándose junto al fuego como golpeado por un frío repentino.
Elendil se inclinó en la silla y continuó en voz baja. —El rey y la reina envejecen, aunque no todos lo saben, porque rara vez son vistos. Quieren saber dónde está la vida eterna que Sauron les prometió si construían el Templo para Morgoth. El Templo está construido, pero ellos han envejecido. Pero Sauron lo había previsto así, y he oído (ya ha cundido el rumor) que ha afirmado que los Señores retienen la recompensa de Morgoth, y [84] que no es posible otorgarla mientras ellos obstruyan el camino. Para tener la vida, Tarkalion debe tener el Oeste.[40] Vemos ahora el propósito de las torres y las armas. De la guerra se habla ya, aunque no nombran al enemigo. Pero yo te digo que muchos sabemos que la guerra se hará en el oeste, en Eressëa, y más allá. ¿Te das cuenta de adonde llegan nuestro peligro y la locura del rey? Y el destino se acerca con rapidez. Los barcos están siendo llamados a casa desde los [? rincones] del mundo. ¿Acaso no te has preguntado por qué hay tanta gente ausente, sobre todo entre los jóvenes, y por qué en el Sur y el Oeste de nuestra tierra languidecen tanto el trabajo como el entretenimiento? Mensajeros de confianza me han informado de que en un puerto secreto del Norte hay construcciones y forjas.
—¿Te han informado? ¿Qué quieres decir, padre? —preguntó Herendil como asustado.
—Lo que estoy diciendo. ¿Por qué me miras con tanta extrañeza? ¿Acaso pensaste que al hijo de Valandil, caudillo de los hombres sabios de Númenor, lo engañarían las mentiras de un siervo de Morgoth? No quisiera faltar a la palabra que le di al rey, ni tengo la intención de causarle perjuicio. Seré fiel a la casa de Eärendel mientras viva. Pero si he de escoger entre Sauron y Manwë, todo lo demás es secundario. No me inclinaré ante Sauron, ni ante su amo.
—Pero hablas como si dirigieras este asunto… lo lamento, porque te quiero; y aunque jures fidelidad no te salvará del peligro de traición. Aun desaprobar a Sauron se considera rebelión.
—Lo dirijo, hijo mío. Y he considerado el peligro tanto para mí mismo como para todos los que amo. Hago lo correcto y lo que debo hacer, pero no puedo seguir ocultándotelo. Tienes que escoger entre tu padre y Sauron. Pero te doy la libertad de elegir y no te impongo la obediencia como hijo, si no he convencido tu mente y tu corazón. Serás libre de ir o de quedarte, sí, aun de informar a quien consideres oportuno de todo cuanto te he dicho. Pero si te quedas y aprendes más cosas, que atañerán planes más secretos y otros [? nombres] además del mío estarás obligado por el honor a mantener tu palabra, suceda lo que suceda. ¿Te quedarás?
—Atarinya tye-meláne —dijo Herendil de pronto, y aferrándose [85] a las rodillas de su padre apoyó la [? cabeza en ellas] y lloró. —Mala es la hora que te [? impone] semejante elección —dijo su padre, poniéndole una mano sobre la cabeza—. Pero el destino obliga a algunos a hacerse hombres antes de tiempo. —¿Qué dices?
—Me quedo, padre.
La narrativa acaba aquí. No hay razones para pensar que llegara a escribirse algo más. El manuscrito, que hacia el final se hace cada vez más rápido, termina en un garabato.