5 DE LA HUIDA DE LOS NOLDOR

§60Ese fue el tiempo del Oscurecimiento de Valinor. Ese día los Gnomos gritaron ante las puertas de Valmar, pues tenían malas nuevas. Porque contaron que Morgoth había huido hacia el norte, y con él iba una criatura nunca vista antes que en la noche creciente parecía una araña de forma monstruosa. De pronto habían caído sobre la cámara del tesoro de Finwë. Allí Morgoth dio muerte al Rey de los Noldor delante de las puertas, y derramó la primera sangre álfica que manchó la tierra. Muchos otros había matado también, pero Fëanor y sus hijos no estaban allí. Morgoth tomó los Silmarils, y toda la riqueza de joyas de los Noldor que allí se guardaba. Grande fue el dolor de Fëanor, por su padre y no menos por los Silmarils, y amargamente maldijo la hora en que había acudido a Taniquetil, pensando en su locura que con sus propias manos y sus hijos podría haber resistido la violencia de Morgoth.

§61Poco se sabe de los senderos que tomó Morgoth después de sus terribles acciones en Valinor. Pero se cuenta que escapando de la persecución llegó por último con Ungoliantë al Hielo Crujiente y así a las regiones septentrionales de la Tierra Media una vez más. Ungoliantë lo urgió entonces a que le entregara la recompensa prometida. La mitad de su precio había sido la savia de los Arboles. La otra, la mitad de las joyas del botín. Morgoth se las dio, y ella las devoró, y su luz desapareció [270] de la tierra, pero Ungoliantë se hizo más oscura y grande y adquirió una forma espantosa. Pero Morgoth no quiso compartir con ella los Silmarils. Esa fue la primera pelea de los ladrones.

§62Tan grande se había vuelto Ungoliantë que enredó a Morgoth en sus redes estrangulantes, y el terrible grito de él resonó en el mundo estremecido. Acudieron en su ayuda los Balrogs, que todavía moraban en lugares profundos de la antigua fortaleza, Utumno, en el Norte. Con los látigos de llamas los Balrogs rompieron las telas, y expulsaron a Ungoliantë al más extremo Sur, donde permaneció largo tiempo. Así regresó Morgoth a su antigua morada, y construyó de nuevo las bóvedas y mazmorras y grandes torres, en el lugar que después los Gnomos conocieron como Angband. Las huestes de bestias y demonios llegaron a ser allí innumerables, y allí creó la raza de los Orcos, y crecieron y se multiplicaron en las entrañas de la tierra. Morgoth crio a estos Orcos por envidia y mofa de los Elfos, y estaban hechos de piedra, pero con corazones de odio. Los Glamhoth, las huestes del odio, los han llamado los Gnomos. Podemos llamarlos Trasgos, pero en los días de antaño eran fuertes y crueles.

§63Y en Angband, Morgoth se forjó una gran corona de hierro, y se llamó a sí mismo Rey del Mundo. Como señal de esto, engarzó en la corona los tres Silmarils. Se dice que las malignas manos se le ennegrecieron quemadas por el contacto con esas joyas sagradas, y negras han sido desde entonces; y nunca se alivió del dolor de la quemadura, ni de la ira del dolor. En ningún momento se quitaba la corona de la cabeza, aunque el peso lo abrumaba hasta el tormento; y nunca acostumbró a dejar las profundidades de su fortaleza, sino que gobernaba sus vastos ejércitos desde el trono septentrional.

§64Cuando fue evidente que Morgoth había escapado, los Dioses se reunieron en tomo a los Arboles muertos, y durante un largo rato permanecieron en silencio sentados en la oscuridad, y estaban llenos de dolor. Como todo el pueblo del Reino Bendecido se había reunido para la fiesta, todos los Valar y sus hijos se encontraban allí, salvo Ossë, que rara vez iba a Valinor, y Tulkas, que no quiso abandonar la vana persecución; y los Lindar, el pueblo de Ingwë, lloraban de pie junto a ellos. Pero la mayoría de los Noldor volvieron a Tûn, y se lamentaron por [271] el oscurecimiento de la hermosa ciudad. De los Mares Sombríos venían flotando nieblas y sombras por el paso de Kôr, y todas las formas se confundían, mientras moría la luz de los Arboles. Un murmullo se oía en la Tierra de los Elfos, y los Teleri gemían junto al mar.

§65Entonces de pronto apareció Fëanor entre los Noldor y convocó a todos a la plaza elevada en la cima de la colina de Kôr, bajo la torre de Ingwë; pero la condena de destierro de Tûn que le habían impuesto los Dioses no estaba levantada todavía, y se rebeló contra los Valar. Por tanto, una gran multitud se reunió rápidamente para escuchar lo que tuviera que decir, y la colina, y todas las escaleras y calles que subían allí, se iluminaron con la luz de las muchas antorchas que todo el que venía llevaba en la mano.

§66Fëanor era un gran orador que tenía el poder de conmover con las palabras. Ese día pronunció un poderoso discurso ante los Gnomos que nunca se ha olvidado. Fieras y salvajes fueron las palabras de Fëanor, y colmadas de cólera y orgullo, y agitaron a la gente a la locura como los vapores del vino fuerte. La cólera de Fëanor era sobre todo hacia Morgoth, y sin embargo, la mayor parte de lo que dijo procedía de las mentiras de Morgoth mismo; pero estaba enloquecido de dolor por el asesinato de su padre, y de angustia por el rapto de los Silmarils. Reclamó ahora el reinado sobre todos los Noldor, puesto que Finwë estaba muerto, y se burló del decreto de los Valar. «¿Por qué habremos de servir a los celosos Dioses —preguntó—, que no pueden protegernos ni proteger siquiera su propio reino del enemigo? ¿Y no es acaso Melko el maldito uno de los Valar?»

§67Instó a los Gnomos a que se prepararan para huir en la oscuridad, mientras los Valar seguían absortos en inútiles lamentaciones; a buscar libertad en el mundo, y con sus propias hazañas ganar allí las tierras de fuera; a perseguir a Morgoth y a hacerle la guerra sin cese hasta quedar vengados. «Y cuando hayamos recuperado los Silmarils —dijo—, seremos amos de la luz encantada, y señores de la beatitud y belleza del mundo.» Entonces pronunció un terrible juramento. Los siete hijos se acercaron a él de un salto y juntos hicieron el mismo voto, con las espadas desenvainadas. Pronunciaron un juramento que nadie habría de quebrantar, y que nadie debería pronunciar, en nombre del Padre de Todos [272] y clamando a la Oscuridad Sempiterna que los alcanzase si no lo cumplían; y a Manwë nombraron como testigo, y a Varda, y el Monte Sagrado, jurando perseguir con venganza y odio hasta el fin a Vala, Demonio, Elfo u Hombre no nacido, o cualquier criatura, grande o pequeña, buena o malvada, que surgiera en el tiempo hasta el final de los días, que guardara, tomara o retuviera un Silmaril sin entregárselo a ellos.

§68Fingolfin y su hijo Fingon hablaron en contra de Fëanor, y hubo ira y palabras de enojo que llegaron cerca de los golpes. Pero Finrod habló con gentileza y persuasión, e intentó apaciguarlos, urgiéndolos a que se detuvieran y meditaran antes de que se hicieran cosas que no pudieran deshacerse. Pero de sus propios hijos sólo Inglor habló como él; Angrod y Egnor tomaron parte por Fëanor, y Orodreth se mantuvo al margen. Al final se sometió a votación entre la gente reunida, y movidos por las poderosas palabras de Fëanor y llenos de deseo por los Silmarils, decidieron abandonar Valinor. No obstante, los Noldor de Tûn no estaban dispuestos a renunciar al reinado de Fingolfin; y al cabo, por tanto, como dos huestes divididas emprendieron el amargo camino. La mayor parte marchaba detrás de Fingolfin, que con sus hijos cedió ante la opinión general en contra de su propia sabiduría, porque no quisieron abandonar a su pueblo; y con Fingolfin estaban Finrod e Inglor, aunque no partían de buena gana. En la vanguardia marchaban Fëanor y sus hijos con una hueste reducida, pero colmados de una ansiedad temeraria. Algunos se quedaron atrás: unos que se encontraban en Taniquetil el día del destino, y ahora se sentaban con los Lindar a los pies de los Dioses compartiendo su dolor y vigilia, y otros que no quisieron abandonar la hermosa ciudad de Tûn y las riquezas que habían hecho con la astucia de sus manos, aunque la oscuridad había caído sobre ellas. Y los Valar, al saber del propósito de los Noldor, enviaron un mensaje en que prohibían la marcha, porque la hora era maligna y conduciría a la desgracia, pero no querían entorpecerla, porque Fëanor los había acusado de retener a los Eldar cautivos en contra de su voluntad. Pero Fëanor rio y se le endureció el corazón, y dijo que la estancia en Valinor había conducido de la beatitud a la pesadumbre; intentarían ahora lo contrario, por el dolor encontrar al fin la alegría. [273]

§69Por tanto continuaron la marcha, y la casa de Fëanor se apresuró delante a lo largo de la costa de Valinor, y no volvieron los ojos para contemplar Tûn. Las huestes de Fingolfin los seguían con menor ansiedad, y en la retaguardia iban con pesar Finrod e Inglor, y muchos de los más nobles y hermosos de los Noldor; y con frecuencia miraban atrás, hasta que la lámpara de Ingwë se perdió en la marea creciente de lobreguez; y más que otros se llevaban recuerdos de la gloría de su antiguo hogar, y algunos hasta tomaron consigo las hermosas cosas que allí habían hecho con las manos. Así, la gente de Finrod no tuvieron parte en la terrible acción que se realizó después; no obstante, todos los Gnomos que partieron de Valinor cayeron bayo la sombra de la maldición que siguió. Porque pronto el corazón de Fëanor pensó que habrían de convencer a los Teleri, sus amigos, para que se unieran a ellos; porque en su rebelión pensó que así la beatitud de Valinor disminuiría todavía más, y aumentarían sus propias fuerzas de guerra contra Morgoth; además, deseaba los barcos. Según su mente se enfriaba y reflexionaba, advirtió que los Noldor difícilmente escaparían sin un gran número de navíos; pero requeriría mucho tiempo construir tamaña flota, aun cuando algunos entre los Noldor supieran de ese arte. Pero no había ninguno, y Fëanor no permitía el retraso, por miedo a que muchos lo abandonaran. No obstante, en algún momento debían cruzar los mares, aunque en el lejano Norte, donde eran más estrechos; porque más lejos aún, a los lugares donde la tierra occidental y la Tierra Media se tocaban, temía aventurarse. Allí sabía se encontraba el Helkaraksë, el Estrecho del Hielo Crujiente, donde las colinas heladas se rompían y movían sin cese, separándose para encontrarse después.

§70Pero los Teleri no quisieron unirse a los Noldor en la huida, y enviaron de vuelta a los mensajeros. Nunca habían prestado oídos a Morgoth, ni le habían dado la bienvenida entre ellos. No deseaban otros acantilados o playas que las arenas del Hogar de los Elfos, ni otro señor que a Elwë, príncipe de Alqualondë; y Elwë confiaba todavía en que Ulmo y los grandes Valar pondrían remedio a pesar de Valinor. Y tampoco quisieron dar ni vender sus barcos blancos de velas blancas, porque los tenían en alta estima, y no esperaban volver a hacer otros [274] tan hermosos y rápidos. Pero cuando la hueste de Fëanor llegó al Puerto de los Cisnes intentaron tomar por la fuerza las blancas flotas que allí había ancladas, y los Teleri se resistieron. Se desenvainaron las espadas y se desencadenó una amarga batalla sobre el gran arco de la entrada del Puerto, y en los muelles y malecones iluminados por lámparas, tal como se cuenta tristemente en la Huida de los Gnomos. Tres veces la gente de Fëanor fue rechazada, y muchos murieron de ambos bandos; pero la vanguardia de los Noldor recibió el socorro de los primeros del pueblo de Fingolfin, y los Teleri fueron derrotados, y la mayoría de los moradores de Alqualondë fueron muertos ó arrojados al mar. Porque los Noldor estaban furiosos y desesperados, y los Teleri tenían menos fuerza, y estaban armados en su mayor parte con unos arcos delgados. Entonces los Gnomos se apoderaron de los navíos blancos de los Teleri, y manejaron los remos como mejor pudieron, y los llevaron hacia el norte a lo largo de la costa. Y los Teleri llamaron a Ossë, y él no acudió, porque había sido convocado a Valmar a la vigilia y el concilio de los Dioses, y no decretó el destino ni permitieron los Valar que la Huida de los Noldor fuera impedida por la fuerza. Pero Uinen lloró por los muertos de los Teleri; y el mar se levantó contra los Gnomos, de modo que muchos barcos naufragaron y quienes iban en ellos se ahogaron.

§71No obstante, la mayoría de los Noldor logró escapar, algunos en barco y otros a pie; pero el camino era largo y a medida que avanzaban se hacía más maligno. Después de haber marchado largo tiempo, llegaron por fin a los confines septentrionales del Reino Bendecido (que son montañosos y fríos, y dan al desierto baldío de Eruman), y vieron una figura oscura, de pie sobre una alta roca, que contemplaba la costa. Algunos dicen que era heraldo de los Dioses, otros que era Mandos mismo. Y pronunció con una voz alta, solemne y terrible, la maldición y profecía llamada la Profecía del Norte, advirtiéndoles que regresaran y pidieran perdón, o al final sólo regresarían tras pesares y un sufrimiento indescriptible. Mucho predijo en oscuras palabras, que sólo los más sabios comprendieron, acerca de las cosas que habrían de acaecer. Pero todos oyeron la maldición que lanzó sobre aquellos que no se quedaran o buscaran el juicio y el perdón de los Valar, por el derramamiento de la sangre [275] de sus parientes en Alqualondë y por librar la primera batalla entre los hijos de la tierra injustamente. Por eso los Noldor habrían de conocer la muerte con más frecuencia y amargura que sus parientes, por armas, tormento y dolor; y la mala fortuna perseguiría a la casa de Fëanor, y su juramento se volvería contra ellos, y todos aquellos que lo siguieran ahora compartirían su suerte. Y eso acontecería sobre todo por la traición del hermano al hermano, y por el temor a la traición entre ellos. Pero Fëanor dijo: «No dice que padeceremos de cobardía, de pusilanimidad o de miedo a la pusilanimidad»; y eso también se cumplió.

§72Entonces Finrod y unos pocos de su casa se volvieron atrás, y por último llegaron de nuevo a Valinor, y recibieron el perdón de los Valar, y se le dio a Finrod el gobierno del resto de los Noldor en el Reino Bendecido. Pero sus hijos no estaban con él; porque Inglor y Orodreth no quisieron abandonar a los hijos de Fingolfin, ni Angrod y Egnor a sus amigos Celegorn y Curufin; y todo el pueblo de Fingolfin siguió todavía adelante, sintiéndose empujado por la voluntad de Fëanor y temiendo enfrentar el juicio de los Dioses, pues no todos eran inocentes de la matanza de los hermanos en Alqualondë. Entonces muy pronto el mal que había sido predicho empezó a operar.

§73Los Gnomos llegaron al fin al lejano Norte, y vieron los primeros dientes del hielo que flotaba en el mar. Empezaron a sentir angustia por el frío. Entonces muchos de ellos murmuraron, sobre todo los seguidores de Fingolfin, y algunos empezaron a maldecir a Fëanor y a acusarlo de ser la causa de todos los males de los Eldar. Pero los barcos eran demasiado pocos, pues muchos se habían perdido en el camino, para llevarlos a todos a la vez, y nadie estaba dispuesto a quedarse en la costa mientras otros eran transportados; el miedo a la traición se había despertado ya. Por tanto, se le ocurrió al corazón de Fëanor y sus hijos partir de improviso con todos los barcos, cuyo dominio habían retenido desde la batalla del Puerto; y tomaron con ellos sólo a aquellos que eran fieles a su casa, entre quienes estaban Angrod y Egnor. En cuanto a los otros, «dejemos que murmuren los murmuradores —dijo Fëanor—, o gimoteen de regreso a las jaulas de los Valar». Así empezó la maldición de la matanza de los hermanos. Cuando Fëanor y su gente desembarcaron en las [276] costas del oeste de las regiones septentrionales de la Tierra Media, prendieron fuego a los barcos e hicieron una gran hoguera, fulgurante y terrible; y Fingolfin y su pueblo vieron la luz desde lejos, roja bajo las nubes. Advirtieron que habían sido traicionados, y abandonados para que perecieran en Eruman o regresaran; y mucho tiempo vagaron amargamente. Pero el valor y la resistencia se les acrecentaban con las penurias, porque eran un pueblo poderoso, aunque recién llegados del Reino Bendecido y no sujetos todavía a las fatigas de la tierra, y el fuego de sus mentes y corazones era joven. Por tanto, conducidos por Fingolfin, y Fingon, Turgon e Inglor, se atrevieron a penetrar en lo más crudo del Norte; y al no hallar otro camino enfrentaron por fin el terror del Hielo Crujiente. Pocas de las hazañas de los Gnomos superaron la peligrosa travesía en audacia o dolor. Muchos perecieron allí, y fue con huestes disminuidas como Fingolfin pisó por último las tierras septentrionales. Poco amor por Fëanor o sus hijos sentían los que marcharon detrás de él, y llegaron a Beleriand cuando se elevó el sol.