LAS ETIMOLOGÍAS [164]

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El modo de construcción lingüística de mi padre, que como es bien sabido llevó a cabo durante toda su vida en estrecha relación con la evolución de las narrativas, muestra una evolución igual de continua: una cualidad fundamental del arte, en el que (a mi parecer) la resolución y un sistema fijado no era el objetivo subyacente. No obstante, aunque la «lengua» y la «literatura» estaban estrechamente entretejidas, trazar la historia del proceso literario a través de una gran cantidad de textos (a pesar de que el camino puede ser muy oscuro) es por naturaleza muchísimo más fácil que trazar la increíble complejidad de la evolución fonológica y gramatical de las lenguas élficas.

Desde el primer momento dichas lenguas se concibieron, por supuesto, de una manera profundamente «histórica»: estaban enmarcadas en una historia, la historia de los Elfos que las hablaban, en la que tenía que haber, según evolucionaba, un terreno rico para la separación y la interacción lingüísticas: «una lengua requiere un ambiente habitable y una historia en los que pueda desarrollarse» (Cartas, n.º 94, p. 435). Cada elemento de las lenguas, cada elemento de cada palabra, es en principio históricamente «explicable» —al igual que los elementos de las lenguas no «inventadas»—, y las fases sucesivas de su intrincada evolución eran el deleite de su creador. La «invención» no tenía, pues, nada que ver con la «artificialidad». En el ensayo «Un vicio secreto» (Los Monstruos y los Críticos, p. 237) mi padre escribió sobre su gusto por el esperanto, gusto que, según sus palabras, surgió «también por ser la creación en última instancia de un hombre, no de un filólogo, y es por tanto algo así como un “idioma humano, privado de los inconvenientes que se derivan de tantas cocciones sucesivas”, que es la mejor descripción del idioma artificial ideal que puedo dar». En este sentido, las lenguas élficas son muy poco prácticas, y reflejan los efectos de incontables cocciones (que, naturalmente, no tienen en cuenta los ingredientes que las han originado): en otras palabras, reflejan la lengua no como una «estructura pura», sin un «antes» y un «después», sino como una evolución en el tiempo.

Por otro lado, a pesar de todo la historia lingüística era una «imagen» creada por un inventor, que tenía la libertad de cambiarla igual que tenía la libertad de cambiar la historia del mundo en el que se [396] desarrollaban; y lo hizo, muchas veces. Por tanto, las dificultades inherentes en el estudio de la historia de cualquier lengua o grupo de lenguas se agravan aquí: la historia no es un conjunto de datos de hechos históricos por descubrir, sino una opinión inestable y cambiante de cómo fue la historia. Además, las alteraciones de la historia no se limitan a los rasgos del desarrollo lingüístico «interior»: la concepción «exterior» de las lenguas y sus relaciones sufrió cambios, incluso cambios profundos; y no debe pensarse que la representación de la lengua en letras, en tengwar, estuvo exenta.

Debe añadirse que el método de trabajo característico de mi padre —inicios elaborados que acaban siendo garabatos, manuscritos cubiertos por capas y capas de correcciones— encuentran aquí su expresión más extrema; además, los papeles que quedaron más desordenados fueron los materiales filológicos. Sin fechas externas, el único modo de determinar el orden de antigüedad (aparte de la guía muy general e incierta de los cambios de letra) es la evidencia interna de la propia evolución lingüística; y eso, por naturaleza, no ofrece el tipo de pistas que nos guíen a través del laberinto de los textos literarios. Las pistas que ofrece son mucho más oscuras. Por otro lado, desgraciadamente también es cierto que la escritura rápida y las letras mal formadas son aquí mucho más destructivas; y una gran parte de los textos filológicos tardíos de mi padre son, a mi parecer, estrictamente inservibles.

Veremos, pues, que el componente filológico de la evolución de la Tierra Media difícilmente puede ser analizado, y sin duda no puede presentarse como los textos literarios. En cualquier caso, mi padre estaba tal vez más interesado en el proceso de cambio que en mostrar la estructura y el empleo de las lenguas en un momento dado, aunque sin duda esto se debe hasta cierto punto a su costumbre de volver a empezar una y otra vez con los sonidos primordiales de las lenguas quendianas, embarcándose en un propósito tan grande que no podía sostenerse (de hecho parece que el mismo intento de escribir un texto definitivo le produjo una insatisfacción inmediata y un deseo de nuevas construcciones: así, los manuscritos más hermosos pronto se trataron con desdén).

Lo más sorprendente, tal vez, es que tuviera tan poco interés en confeccionar vocabularios exhaustivos de las lenguas élficas. Nunca volvió a hacer algo como el pequeño diccionario «abreviado» de la lengua gnómica original del que extraje los apéndices de El libro de los Cuentos Perdidos. Es posible que semejante empresa se pospusiera una y otra vez hasta el día, que no habría de llegar nunca, en que hubiera alcanzado un carácter lo bastante definitivo; mientras tanto, no constituía para él una necesidad apremiante. Después de todo, no «inventaba» palabras y nombres nuevos de modo arbitrario: en principio, [397] los creaba a partir de la estructura histórica, partiendo de las «bases» o raíces primitivas, añadiendo sufijos o prefijos o formando compuestos, decidiendo (o, como él hubiera dicho, «averiguando») cuándo la palabra se introducía en la lengua, siguiendo los cambios de forma regulares que habría experimentado, y observando las posibilidades de influencia formal o semántica de otras palabras en el transcurso de su historia. Sólo entonces una palabra pasaría a existir para él, y él la sabría. Como el sistema entero evolucionaba y crecía, las posibilidades de palabras y nombres se hacían más y más grandes.

Lo más parecido a una lista de vocabulario élfico que llegó a redactar no tiene forma de diccionario ni pretendió serlo en el sentido habitual del término, sino que se trata de un diccionario etimológico de relaciones entre palabras: una lista ordenada alfabéticamente de raíces primarias, o «bases», con sus derivados (cuya forma sigue por tanto directamente el «Léxico Qenya» original descrito en I. 301). Es la obra que se da aquí. Mi padre escribió extensamente acerca de la teoría de la sundokarme o «estructura de base» (véase sud y kar en las Etimologías), pero, al igual que el resto, sufrió frecuentes ampliaciones y cambios, y no me propongo presentarlo aquí. Mi objetivo al transcribir las Etimologías[165] en este libro es antes ofrecer una indicación de la evolución, y modo de evolución, de los vocabularios de las lenguas élficas en esta época que dar un primer paso en la elucidación de la historia lingüística; además, constituyen un instructivo acompañamiento de las obras narrativas de la época.

Se trata de un documento digno de atención, que debe contarse entre los más difíciles de los papeles con material único que dejara mi padre. Las dificultades inherentes en el texto aumentan debido al pésimo estado del manuscrito, que durante una gran parte de su longitud está arrugado, doblado, roto en los bordes y descolorido (hasta el punto que lo que se escribió débilmente a lápiz es ahora apenas visible y muy difícil de descifrar). En algunas secciones el laberinto de formas y tachaduras es tan denso, y en su mayor parte está escrito con tanta rapidez, que podemos estar seguros de que la intención definitiva de mi padre en estas partes era trazar allí mismo conexiones y derivaciones potenciales, de ningún modo poner por escrito historias ya determinadas. Había muchos modos en que un nombre podía haber evolucionado, y el sistema etimológico entero era como un calidoscopio, porque una decisión en un lugar podía provocar ondas perturbadoras en relaciones etimológicas entre grupos de palabras muy distintos. Además, la complejidad era imposible de evitar, pues la misma [398] estructura de las «bases» daba pie a palabras cuyos cursos colisionaban fonéticamente desde su mismo origen.

No obstante, la obra varía considerablemente entre sus secciones (es decir, los grupos de raíces básicas que empiezan con la misma letra). Las peores partes, tanto en condición física como en organización del contenido, son las letras medias del alfabeto, a partir de la E. Según avanza el texto, la cantidad de cambios y adiciones posteriores, y la confusión resultante, disminuye, y al llegar a la P y la R las etimologías, a pesar de la escritura tosca y apresurada, están más ordenadas. Con estos grupos mi padre empezó a emplear hojas de papel más pequeñas que se han conservado mucho mejor, y desde la S hasta el final el material no presenta dificultades serias; la sección final (W) está escrita a tinta y resulta muy legible (en este libro la última sección es la Y, pero no así en el original: véase p. 401). Estas entradas relativamente claras y ordenadas también aparecen en las raíces de la A, mientras que las raíces de la B difieren del resto en que se escribieron en un manuscrito muy elaborado e incluso hermoso. De las entradas de la D hay dos versiones: un material muy tosco que en parte se repasó con una escritura más legible a tinta, y luego una segunda versión, mucho más clara y ordenada, escrita en las hojas más pequeñas.

No he podido encontrar una interpretación segura de esto, o una explicación que satisfaga todas las condiciones en detalle. En conjunto, me inclino a pensar que en lo esencial lo más simple es lo más probable. Estoy prácticamente convencido de que el diccionario se confeccionó progresivamente, siguiendo el orden alfabético de las letras; es posible que la redacción de tal diccionario llevara a una mayor certeza en el sistema etimológico entero, y a una mayor claridad y seguridad en su exposición, según avanzaba la obra, pero también a muchos cambios en las partes anteriores. Una vez llegado al final del alfabeto, mi padre regresó al principio con la intención de ordenar mejor las primeras secciones, que habían sufrido la mayor cantidad de cambios; sin embargo, este impulso se agotó después de las entradas de la D. Si así fue, las entradas originales de la A y la B fueron destruidas o se perdieron posteriormente; en cambio, en el caso de la D sobreviven ambas versiones (vale la pena observar que la segunda versión de las entradas de la D difiere de la primera sobre todo en disposición, más que en la evolución etimológica).

Volviendo ahora a la cuestión de la fecha, doy algunos ejemplos característicos de la evidencia de la que a mi parecer es posible extraer conclusiones firmes.

En la entrada original de ELED el significado de la raíz ES «partir», con el derivado Elda «que partió». Puesto que ésta era la interpretación de Eldar en los textos originales de la Lhammas §2 y QS §23, y aparece [399] por primera vez en ellos, es evidente que las entradas de la E corresponden a esa época. Esta interpretación se reemplazó tanto en la Lhammas como en QS mediante correcciones cuidadosamente realizadas cambiando el significado por «Pueblo de las Estrellas», e introduciendo el término Avari, con el significado de «que partieron». Ahora bien, el significado de «Pueblo de las Estrellas» aparece en una segunda entrada eled que sustituye a la primera (que al parecer se realizó poco después); por otra parte, la raíz AB, ABAR tenía, originalmente, el significado de «partir», y el derivado Avari se definía como «Elfos que dejaron la Tierra Media». Así pues, las entradas originales de la A y al menos algunas de los cambios de la E corresponden a la fase de los primeros cambios de QS.

En QS el significado de Avari se sustituyó entonces por «los Renuentes» (véase p. 254), y al mismo tiempo el significado de la raíz de AB, ABAR en las Etimologías se sustituyó por «rechazar, denegar» y la interpretación de Avari por «Elfos que nunca dejaron la Tierra Media o emprendieron la marcha». Este cambio puede datarse a partir de la nota del 20 de noviembre de 1937 (dada en p. 232) en la que mi padre decía que Avari debía reemplazar a Lembi como nombre de los Elfos que se quedaron en el Este, mientras que los Lembi tenían que ser los «Teleri Ilkorins», es decir, los Eldar que se quedaron en Beleriand (véase QS §§29-30 y p. 254). Estos cambios se incorporaron en el texto mecanografiado de QS, que al parecer existía para el principio de febrero de 1938 (p. 232). (La entrada adicional leb, lem muestra esta evolución, puesto que Lembi se traduce allí por «Elfos que se quedaron atrás = Ilkorins Telerin».)

En la nota fechada el 3 de febrero de 1938 (p. 232) mi padre dijo que aunque Tintallë «Iluminadora» podía seguir siendo un nombre de Yarda, Tinwerontar «Reina de las Estrellas» debía sustituirse por Elentári, porque «tinwë en Qenya sólo = chispa (tinta- iluminar)». En la entrada TIN los nombres Tinwetar y Tinwerontar de Varda se tacharon en el material original, y en el margen se escribió «Tintanië, Tintallë Iluminadora = Varda; Q tinta- iluminar, hacer centellear». En consecuencia, las entradas originales de la T pueden fecharse antes de febrero de 1938.

Bajo la raíz MEN aparece la forma harmen «sur», que no se cambió posteriormente, y de nuevo bajo la entrada (adicional) khar, pero en este caso la raíz básica se sustituyó después por khyar y harmen por hyarmen. La inserción de la y en esta palabra era uno de los cambios necesarios en la nota del 20 de noviembre de 1937.

Al unir esta y otras evidencias, me parece indudable que a pesar de las grandes diferencias de presentación, las Etimologías no se extendieron un largo periodo, sino que son contemporáneas de QS; y que [400] algunas de las adiciones y correcciones pueden fecharse con certeza hacia finales de 1937 y principios de 1938, la época del abandono de QS y el inicio de El Señor de los Anillos. Cuánto tiempo más continuó mi padre trabajando en ellas con adiciones y mejoras es otra cuestión, pero creo que también puede darse respuesta suficiente para este propósito. Esta se basa en la observación de que hay relativamente pocos nombres que correspondan específicamente a El Señor de los Anillos: de que todos ellos son sin lugar a dudas adiciones a las entradas existentes o introducen raíces básicas adicionales; de que casi todos se apuntaron muy rápidamente, como meros memoranda, sin acomodarlos o explicarlos en relación a las raíces básicas; y de que la gran mayoría proceden de la primera parte de El Señor de los Anillos, antes de la disolución de la comunidad. Así, encontramos por ejemplo Baranduin (BARAN); el imperativo daro! «¡deteneos!» (dar; fue la orden del centinela a la Compañía del Anillo en los bordes de Lothlórien); Acebeda añadido bajo EREK; la adición garabateada de una base ETER con el imperativo edro! ¡ábrete! (la palabra que Gandalf gritó ante las puertas de Moria); Celebrimbor (KWAR); Caradras (RAS; que reemplazó en el borrador original de El Anillo va hacia el sur el nombre Taragaer, que a su vez aparece en las Etimologías bajo la base añadida TARÁK); Celebrant (RAT); Imladris (RIS). Las palabras caras (KAR) y naith (SNAS), ambas adiciones, indican probablemente la existencia de Caras Galadon y el Naith de Lothlórien, y la adición rhandir «peregrino» bajo ran, junto con la palabra añadida mith «gris» bajo MITH, forman Mithrandir. Existen casos claros de nombres procedentes de un punto posterior de El Señor de los Anillos (como Palantir bajo PAL y TIR, Dolbaran bajo BARÁN), pero son muy pocos.

Por tanto, concluyo que aunque mi padre añadió entradas bastante esporádicas en las Etimologías durante dos o tres años con los nuevos nombres que surgían en El Señor de los Anillos, abandonó incluso este trabajo según avanzaba la nueva obra; y que las Etimologías aquí transcritas ilustran el desarrollo de los diccionarios del Quenya y el Noldorin (posteriormente > Sindarin) en la decisiva época de que trata este libro, y proporcionan de hecho una interesante perspectiva.

Las Etimologías, pues, reflejan la situación lingüística de Beleriand apuntada en la Lhammas (véase especialmente la tercera versión, Lammasethen, p. 227), con el Noldorin completamente conservado como lengua de los Exiliados, aunque muy distinto de la forma valinoreana y con complejas relaciones respecto a los nombres con el «Beleriándico» (Ilkorin), sobre todo con la lengua de Doriath. Posteriormente mi padre desarrolló la concepción de una especie de fusión entre el Noldorin y el habla nativa de Beleriand, y por último surgió la situación descrita en El Silmarillion (p. 175): los Noldor abandonaron su [401] propia lengua y tomaron la de los Elfos de Beleriand (Sindarin). La reforma fue de tan gran alcance que las propias estructuras lingüísticas preexistentes adoptaron nuevas relaciones históricas y recibieron nuevos nombres; no obstante, no hay necesidad de entrar aquí en cae dificilísimo territorio.

Obviamente, la presentación de este tipo de texto no puede ser exacta: en las partes más caóticas es inevitable cierto grado de interpretación personal de lo que se pretendía decir. En cualquier caso, existe una gran cantidad de inconsistencias en los detalles entre las diferentes partes del manuscrito, por ejemplo, en la utilización de las marcas que indican la longitud de las vocales, que varían continuamente entre el acento agudo, marca larga y circunflejo. Sólo he «estandarizado» las entradas a un nivel muy limitado, y sólo cuando he estado seguro de que había poco riesgo de confundir la intención original. En particular, no he hecho ningún esfuerzo por hacer concordar las formas divergentes, como entre una parte de las Etimologías y otra, consciente de que la evolución de las «bases» y las palabras derivadas constituye una parte esencial de la historia; de hecho, en las partes más complejas del manuscrito (iniciales E, G, K) he intentado distinguir las distintas «capas» de acrecentamiento y alteraciones, aunque en las otras ocasiones he sido muy selectivo a la hora de señalar adiciones en la lista original. He «estandarizado» las entradas hasta el punto de dar las «bases» siempre en mayúsculas, y de usar un acento agudo para indicar vocal larga en todas las formas «registradas» (en contraposición a las formas antecedentes e «hipotéticas»), con el circunflejo para vocales largas en sílabas finales tónicas en el Noldorin de los Exiliados y el Ilkorin, tal como se hace en gran parte del original. Utilizo y en lugar de j del original a lo largo de todo el texto (por ejemplo, KUY, DYEL en lugar de KUJ, DJEL), puesto que no da tanto pie a confusión, y era la práctica habitual de mi padre en los otros textos (de hecho aparece de vez en cuando en las Etimologías); las raíces con J inicial, que pasa a Y, se han desplazado de su lugar original antes de la K al final de la lista. Escribo la nasal velar (como en tango) con una ñ, de nuevo siguiendo la práctica habitual de mi padre, aunque en las Etimologías utilizó formas especiales de la letra n. Las abreviaturas gramaticales son las siguientes:

adj. adjetivo inf. infinitivo
adv. adverbio intr. intransitivo
cpto. compuesto m. masculino
f. femenino pas. tiempo pasado
g. sing. genitivo singular pl. plural [402]
p.p. participio pasado sing. singular
prep. preposición tr. transitivo
q.v. quod vide, «que ve»

El signo † significa «poético o arcaico». Las abreviaturas empleadas para las distintas lenguas son las que siguen (no existe ninguna lista explicativa que acompañe al manuscrito):

Dan. Daniano
Dor. Doriathrin
Eld. Eldarin
NE Noldorin de los Exiliados (a veces simplemente N)
Ilk. Ilkorin
L Lindarin
N Noldorin
NA Noldorin Antiguo (es decir, el Korolambë o Kornoldorin, véase la Lhammas §5)
Oss. Ossiriandeb (el nombre de la Lhammas, donde no obstante también aparece la forma Ossiriándico)
QP Quendiano Primitivo
T Telerin

Un asterisco como prefijo indica que se trata de una forma «hipotética», cuya existencia se dedujo a partir de formas posteriores registradas.

Mis propias contribuciones están siempre encerradas entre corchetes. Un signo de interrogación entre corchetes indica que mi lectura es dudosa, pero en otros casos es original. Donde he encontrado palabras por completo ilegibles o no puedo hacer más que una suposición (un pequeño porcentaje del total, de hecho) normalmente las he omitido en silencio, igual que los apuntes dispersos en que las formas carecen de significado, o donde no se dan conexiones claras. He escrito el menor número de notas posible, y en particular he resistido en gran parte la tentación de comentar las etimologías en relación a formas élficas anteriores y posteriores publicadas en otros textos. Por otro lado, aunque mi padre insertó muchas referencias internas a otras raíces, he aumentado sustancialmente su número (las mías están encerradas entre corchetes), puesto que a menudo resulta difícil encontrar un elemento cuando ha evolucionado considerablemente de su última «base». El Índice de este libro pretende servir de ayuda para trazar los elementos de los nombres que aparecen en las Etimologías.