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El Quenta Silmarillion, junto con la Ainulindalë, los Anales de Valinor y los Anales de Beleriand, tal como estaban cuando mi padre empezó El Señor de los Anillos a finales de 1937, fueron publicados hace seis años en El Camino Perdido y otros escritos. Ésta fue la primera gran interrupción en el desarrollo continuo de El Silmarillion desde sus orígenes en El Libro de los Cuentos Perdidos; sin embargo, aunque parezca lamentable que el Quenta Silmarillion fuera abandonado precisamente cuando se acercaba a su finalización, el hecho no resultó desastroso en sí mismo. Tal como se verá en la Primera Parte de este libro, una duda potencialmente destructiva había surgido antes de que mi padre acabara El Señor de los Anillos, lo que no evitó que en los años inmediatamente posteriores a su finalización se embarcara en una ambiciosa versión ampliada de toda la Cuestión de los Días Antiguos sin apartarse de los rasgos esenciales de la estructura original.
La capacidad y confianza creativas de esa época son indiscutibles. En julio de 1949, en una carta a los editores sobre una posible continuación de Egidio, el granjero de Ham, dijo que cuando hubiera terminado por fin con El Señor de los Anillos «puede que el resorte liberado haga algo»; y en una carta a Stanley Unwin de febrero de 1950, cuando, según sus propias palabras, había alcanzado su meta, escribió: «Para mí lo principal es que siento que todo el asunto ha sido ahora “exortizado” y ya no me abruma. Puedo dedicarme ahora a otras cosas…» También es muy significativo, en mi opinión, el hecho de que en esa época estuviera firmemente decidido a publicar El Silmarillion y El Señor de los Anillos «en conjunción o relacionadas» como obra única, «una larga Saga de las Joyas y los Anillos».
Sin embargo, sólo una pequeña parte del material empezado en aquella época llegó a acabarse alguna vez. La nueva Balada de Leithian, la nueva historia de Tuor y la Caída de Gondolin, los Anales Grises (de Beleriand), la revisión del Quenta Silmarillion, fueron abandonados. Estoy convencido de que el motivo principal fue su falta de esperanzas de publicación, al menos en la forma que él consideraba esencial. Las negociaciones con Collins para publicar ambos libros se habían roto. En junio de 1952 escribió a Rayner Unwin: [8]
En cuanto a El Señor de los Anillos y a El Silmarillion, están donde estaban. El uno terminado (y el final revisado) y el otro todavía sin terminar (o sin revisar), y los dos acumulando polvo. Me he encontrado mal con mucha frecuencia y demasiado abrumado por el trabajo y deprimido para ocuparme de ellos, contemplando cómo la escasez de papel y los costos crecientes se ponen en mi contra. Pero más bien he modificado mi punto de vista. ¡Es mejor algo que nada! Aunque para mí todo constituye una unidad, y el «S. de los Anillos» estaría mejor como parte del conjunto, de buen grado consentiría la publicación de cualquier parte de ese material. Los años se están volviendo preciosos …
Así, cedió ante la necesidad, pero no sin pesar.
Esta segunda interrupción resultó destructiva, en el sentido de que El Silmarillion no se finalizaría jamás. En los años que siguieron estuvo abrumado: las obligaciones de su posición en la Universidad, y la necesidad de mudarse de casa, lo llevaron a afirmar que la preparación de El Señor de los Anillos para su publicación, que debería haber sido «un trabajo placentero», se habían «convertido en una pesadilla». La publicación fue seguida de una considerable correspondencia de comentarios, explicaciones y análisis, de la cual las cartas recuperadas y publicadas constituyen abundantes ejemplos. Al parecer no fue hasta finales de los años cincuenta cuando volvió seriamente a la narrativa de El Silmarillion (que por aquel entonces daba pie a insistentes demandas). Pero era demasiado tarde. Como se verá en la última parte de este libro, muchas cosas habían cambiado desde la publicación de El Señor de los Anillos (y, según me inclino a pensar, en parte directamente relacionadas con ella) y el periodo inmediatamente posterior. Al meditar largamente sobre el mundo que había creado y en parte desvelado, había quedado absorto en la especulación analítica sobre sus postulados subyacentes. Antes de preparar un nuevo y definitivo Silmarillion debía satisfacer los requisitos de un sistema coherente, teológico y metafísico, que ahora exigía una presentación más compleja debido a la suposición de elementos oscuros y conflictivos en sus raíces y tradición.
Entre las principales concepciones «estructurales» de la mitología sobre las que reflexionó durante aquellos años estaban el mito de la Luz; la naturaleza de Aman; la inmortalidad (y muerte) de los Elfos; su modo de reencarnarse; la Caída de los Hombres y la duración de su historia primitiva; el origen de los Orcos; y, sobre todo, el poder y significación de Melkor-Morgoth, que creció hasta convertirse en la fuente de la corrupción de Arda. Por esta razón he escogido El Anillo de Morgoth como título de este libro. Proviene de un pasaje del ensayo de mi padre «Notas sobre los motivos del Silmarillion» (pp. 449 ss.), [9] donde compara la naturaleza del poder de Sauron, concentrado en el Anillo Único, con el de Morgoth, muchísimo mayor pero disperso en la misma sustancia de Arda: «la Tierra Media entera era el Anillo de Morgoth».
En consecuencia, este libro y (espero) su continuación intentan documentar dos «fases» radicalmente distintas: la que sigue a la finalización de El Señor de los Anillos y la que sigue a su publicación. Por ciertas razones, sin embargo, me parece más adecuado presentar el material dividido en dos partes no coincidentes con las dos «fases». A pesar de que se trata de una división artificial, he logrado incluir en este libro gran parte de lo que mi padre escribió en los años posteriores a la conclusión de El Señor de los Anillos, tanto relatos como comentarios (a los que, por supuesto, habría que añadir todo el material publicado con las cartas), sobre los Días Antiguos anteriores al Ocultamiento de Valinor. En el próximo volumen tengo la intención de incluir todos o al menos la mayoría de los textos sobre las leyendas de Beleriand y la Guerra de las Joyas, incluyendo el texto completo de los Anales Grises y una obra capital desconocida aún no publicada, Los vagabundeos de Húrin.
La publicación de los textos en este libro permite relacionar, aunque no en todos los puntos o detalles, los primeros once capítulos (con la excepción del Capítulo II «De Aulë y Yavanna» y el Capítulo X «De los Sindar») del Silmarillion publicado con sus fuentes. El propósito del presente libro no es éste, y no he comentado con detalle la construcción del texto publicado; he presentado el material según su evolución a partir de las versiones anteriores, y en las partes que conciernen a la revisión y reescritura del Quenta Silmarillion he conservado los números de párrafo del texto anterior al Señor de los Anillos dudo en El Camino Perdido para facilitar la comparación. En cambio, la documentación (inevitablemente compleja) del Quenta Silmarillion revisado tiene el propósito de mostrar con claridad su extraña relación con los Anales de Aman, que tuvieron gran importancia en la formación del texto de la primera parte de la obra publicada.
Estoy en gran deuda con Charles Noad, que de nuevo ha emprendido la pesada tarea de leer las galeradas del texto independientemente y comprobar todas las referencias y citas con un escrupuloso cuidado, para gran beneficio del texto.
Agradezco las siguientes comunicaciones sobre La caída de Númenor. John D. Rateliff ha señalado una entrada del diario de W. H. Lewis del día 22 de agosto de 1946 (Brothers and Friends: The Diaries af Major Warren Hamilton Lewis, ed. C. S. Kilby y M. L. Mead, 1982, p. 194). [10] En dicha entrada Warnie Lewis registró que en la reunión de los Inklings de aquella tarde mi padre leyó «un mito magnífico que debe rematar y concluir sus Papeles del Notions [sic] Club». El mito era, por supuesto, el Hundimiento de Anadûnê. Yo estuve presente en aquella ocasión pero no puedo recordarlo (a este respecto véase La caída de Númenor p. 280).
William Hicklin ha explicado por qué John Rashbold, el estudiante miembro del Notion Club que nunca interviene, tenía Jethro como segundo nombre. En el Antiguo Testamento el suegro de Moisés se llama Jethro y Reuel (Éxodo 2:18 y 3:1); así pues, John Rethro Rashbold = John Reuel Tolkien (véase La caída de Númenor pp. 16, 27).
No fui capaz de explicar la referencia (pp. 159-160) a la retirada de los daneses de Porlock en Somerset a «Broad Relic», pero Rhona Beare ha señalado que de hecho «Broad Relic» y «Steep Relic» son nombres utilizados en manuscritos de la Anglo-Saxon Chronicle para las islas de Flatholme y Steepholme, en la desembocadura del río Severn (véase El Camino Perdido y otros escritos p. 97); según Earle y Plummer, Two of the Saxon Chronicles Parallel (1982; II. 128), «El nombre “Relic” puede referirse a algunos asentamientos religiosos irlandeses en estas islas; “relicc” = (reliquiae) es el nombre irlandés habitual para cementerio».
Aprovecho la ocasión para señalar un error de imprenta en La caída de Númenor, Índice, p. 356, donde se omitió una línea en la entrada Pilar del Cielo, el; habría que añadir las referencias 114, 117, 119, 183, 198, 200, 220, 240.
Por último, he de mencionar que después de que el texto de este libro estuviera en la imprenta añadí un comentario sobre la significación de los nombres de estrellas que aparece en la p. 188, en la nota del encabezamiento del índice.