[347]
Aunque esta notable obra, hasta ahora desconocida, «El debate de Finrod y Andreth», se sitúa en un momento de la historia de los Días Antiguos posterior a cualquiera de los textos tratados en este libro, debe darse aquí sin duda alguna, puesto que tanto la fecha de composición como el contenido guardan estrecha relación con los textos y revisiones de la «Segunda Fase» de la historia de El Silmarillion posterior al Señor de los Anillos. He preferido presentarla en este libro como Parte independiente antes que incluirla con los textos variados de la Quinta Parte, porque a diferencia de aquéllos, ésta constituye una obra importante y acabada y se menciona en los otros como si mi padre le concediera cierta «autoridad».
La situación textual es simple, en lo que concierne a la narrativa real del «Debate». Existe un manuscrito («A»), muy similar en estilo y presentación al de Leyes y costumbres de los Eldar e igualmente claro y fluido, a pesar de que en este caso se conservan algunas páginas de borrador y hay claros indicios de que existieron otras (véanse p. 401 ss.). Existen también dos textos mecanografiados amanuensis, basados independientemente en el manuscrito después de que éste hubiera sido corregido. Uno de ellos, («B»), probablemente el primero que se realizó, no tiene gran valor: presenta muchos errores, y mi padre lo revisó muy superficialmente sin apenas realizar corrección alguna. El otro, («C»), del que también existe una copia hecha con papel carbón, es un texto mejor, aunque no carece de errores; éste fue revisado con más cuidado y se introdujeron cierto número de cambios menores, pero inadvertidamente se pasaron otros que no se comprobaron en el manuscrito. Por tanto, el texto aquí impreso está basado en el manuscrito, incorporando las correcciones realizadas en los textos mecanografiados.
Ninguno de los textos mecanografiados de la Athrabeth tiene título; ambos empiezan con las palabras «Sucedió que un día de primavera…» (p. 351). El manuscrito, por otra parte, está titulado De la Muerte y los Hijos de Eru, y la Mácula de los Hombres (con otro título o subtítulo añadido después, La conversación de Finrod y Andreth), y dos [348] páginas de introducción preceden a la frase con que empiezan los textos mecanografiados. Esta introducción de la «Conversación» era de hecho la continuación de un ensayo que mi padre separó como obra independiente: se da en pp. 481 ss., con el título de Aman.
Posteriormente mi padre mecanografió la introducción, con una copia, en la nueva máquina de escribir (véase p. 344), y la adjuntó al principio de la copia del texto amanuensis C. No tiene título ni encabezamiento. Al mecanografiarla la reestructuró sustancialmente, pero el contenido de la versión del manuscrito se conservó en su mayor parte, de modo que sólo es preciso apuntar unas pocas diferencias (véase p. 350).
En cuanto a la fecha de la obra, es preciso decir que de los comentarios de mi padre sobre el último, «Pero véase el estudio profundo sobre esto en Athrabeth Finrod ah Andreth» y «Pero véase Athrabeth» (pp. 290-291) se desprende que fue escrita tras la conclusión del manuscrito de Leyes y costumbres de los Eldar. Es evidente también que siguió al texto mecanografiado B de Leyes y costumbres, puesto que se utiliza la palabra hröa(r), término que en ese texto sólo sustituyó a hrondo(r) en una corrección posterior (p. 244). El texto y el elaborado Comentario adjunto (mecanografiados con la nueva máquina de escribir) se conservan en periódicos doblados de enero de 1960; de lo escrito en ellos (p. 376) se desprende que el material estaba completo cuando se utilizaron para este propósito. Por supuesto, esto no demuestra que enero de 1960 sea un terminus ad quem, porque el periódico puede haberse utilizado en cualquier momento posterior; no obstante, a mi parecer esto último es muy poco probable y por tanto situaría la obra en 1959. La única objeción de esta idea viene dada por el hecho de que los escasos borradores originales están escritos siempre en trozos de papel extraídos de documentos de 1955; sin embargo, si mi padre tuviera almacenada una cantidad de ese papel, algo harto probable, esto sólo demostraría que empezó a trabajar en la Athrabeth ese año o después. Por otra parte, es preciso reconocer que sería perfectamente posible que trabajara en él a intervalos durante un largo periodo.
Sigue ahora la introducción que aparece en la versión del texto mecanografiado.
Ahora bien, los Eldar advirtieron que, de acuerdo con los conocimientos de los Edain, los Hombres creían que sus hröar no eran de corta vida por verdadera naturaleza, sino por causa de la maldad de Melkor. Los Eldar no tenían claro lo que querían [349] decir los Hombres: si por la mácula general de Arda (que los mismos Eldar consideraban la causa de la mengua de sus propios hröar), si por alguna maldad especial contra los Hombres en cuanto a Hombres, perpetrada en las oscuras edades anteriores al encuentro de los Edain y los Eldar en Beleriand, o si por ambas cosas. Pero les parecía a los Eldar que, si la mortalidad de los Hombres se debía a una maldad especial, la naturaleza de los Hombres había sufrido un cambio terrible respecto al propósito original de Eru; y esto les inspiraba asombro y temor, porque, de ser así, el poder de Melkor debía de ser (o de haber sido en el principio) mucho más grande que lo que habían comprendido aun los Eldar, mientras que la naturaleza original de los Hombres debía de haber sido de veras extraña y distinta de la de todos los otros moradores de Arda.
En relación a estas cuestiones, dicen los registros de los Eldar que un día Finrod Felagund y Andreth, la Mujer Sabia, conversaron en Beleriand mucho tiempo atrás. Esta historia, que los Eldar llaman Athrabeth Finrod ah Andreth, se da aquí en una de las formas en que se ha conservado.
Finrod (hijo de Finarfin, hijo de Finwë) era el más sabio de los Noldor exiliados, porque se ocupaba más que todos los otros de las cuestiones del pensamiento (más que en la artesanía o la destreza manual); además, quería descubrir todo lo posible sobre la Humanidad. -Él fue el primero en encontrar a los Hombres en Beleriand y en ofrecerles su amistad; por esta razón a menudo los Eldar lo llamaban Edennil, «el Amigo de los Hombres». Amaba sobre todo al pueblo de Bëor el Viejo, porque fue a ellos a quienes encontró primero en los bosques de Beleriand oriental.
Andreth era una mujer de la Casa de Bëor, la hermana de Bregor, padre de Barahir (cuyo hijo fue el renombrado Beren el Manco). Era sabia de mente e instruida en el conocimiento de los Hombres y sus historias; por esta razón los Eldar la llamaban Saelind, «Corazón Sabio».
De los Sabios algunos eran mujeres, y gozaban de alta estima entre los Hombres, sobre todo por su conocimiento de las leyendas de los días antiguos. Otra Mujer Sabia era Adanel, hermana de Hador Lórindol antaño Señor del Pueblo de Marach, [350] cuyo saber y tradiciones, y también lengua, eran diferentes de los del Pueblo de Bëor. Pero Adanel estaba casada con un pariente de Andreth, Belemir de la Casa de Bëor: fue abuelo de Emeldir, madre de Beren. En su juventud Andreth vivió largo tiempo en la casa de Belemir, y había aprendido así de Adanel mucho del saber del Pueblo de Marach, además del de su propia gente.
En los días de paz antes de que Melkor rompiera el Sitio de Angband, Finrod visitaba a menudo a Andreth, a quien profesaba una gran amistad, porque la encontraba más dispuesta a compartir sus conocimientos con él que la mayoría de los Sabios de entre los Hombres. Una sombra parecía cernirse sobre ellos, y los seguía una oscuridad de la que eran reacios a hablar aun entre sí mismos. Y sentían un temor reverencial por los Eldar y no les revelaban fácilmente sus pensamientos o leyendas. De hecho la mayoría de los Sabios de entre los Hombres (que eran pocos) se guardaban en secreto su sabiduría y sólo la transmitían a aquellos que ellos mismos escogían.
La diferencia principal entre las versiones del manuscrito y los textos mecanografiados de esta introducción se encuentra en la genealogía de la Casa de Bëor, puesto que el manuscrito proporciona alguna información adicional acerca de Adanel:
Otra mujer sabia, aunque de una Casa y una tradición diferentes, era Adanel, hermana de Hador. Se casó con Belemir de la Casa de Bëor, nieto de Belen, segundo hijo de Bëor el Viejo, quien le había transmitido gran parte de sus conocimientos (porque el mismo Bëor fue uno de los sabios). Y había gran amor entre Belemir y Andreth, su joven pariente (la hija de su primo segundo Boromir), y ella vivió mucho tiempo en la casa de él, y así aprendió de Adanel mucho también del saber del «pueblo de Marach» y de la Casa de Hador.
Si a las referencias genealógicas que aparecen en el Silmarillion publicado (pp. 192-193, 200-201, y el Índice s. v. Emeldir) añadimos la información de la introducción de la Athrabeth se puede deducir el siguiente árbol (los nuevos nombres están en cursiva): [351]
La mayor parte de la información genealógica sobre la Casa de Bëor que aparece en el Silmarillion publicado procede, por supuesto, del trabajo en el texto posterior al Señor de los Anillos: en QS y los Anales de Beleriand (AB 2) el padre de Beren, Barahir, era hijo de Bëor el Viejo, y el Pueblo de Marach no había surgido aún.
Otras diferencias que aparecen en la versión del manuscrito de la introducción son las afirmaciones de que Andreth «aprendió también todo lo que pudo oír de los Eldar», y que los Eldar a menudo llamaban a Finrod «Atandil (o Edennil)» (véase el Glosario de la Athrabeth, p. 400).
En la primera nota a pie de página de la narrativa propiamente dicha se da la fecha de la Athrabeth «alrededor del 409, durante la Larga Paz (260-455)». En el año 260 Glaurung salió por primera vez de las puertas de Angband, y en el 455 se libró la Dagor Bragollach o Batalla de la Llama Súbita, cuando se rompió el Sitio de Angband. Según la cronología anterior (véase V. 153, 318; todavía presente en los Anales Grises de c. 1951) Finrod Felagund había encontrado a Bëor en las estribaciones de las Montañas Azules en el año 400, pero la fecha de este encuentro se había atrasado ahora noventa años, al 310 (tercera nota a pie de texto).
Sigue ahora «El debate de Finrod y Andreth», que como va se ha apuntado no tiene título alguno en los textos mecanografiados (B y C), y que en el manuscrito original (A) avanza sin interrupción o nuevos encabezamientos desde la introducción.
Sucedió que un día de primavera[228] Finrod fue por un tiempo huésped en la casa de Belemir y dio en hablar con Andreth, [352] la Mujer Sabia, acerca de los Hombres y su destino. Porque en ese entonces Boron, Señor de la gente de Bëor, había muerto recientemente poco después de Yule, y Finrod estaba apenado.
—Triste me resulta, Andreth —dijo—, la rapidez de la muerte de tu pueblo. Porque ahora Boron, el padre de tu padre, se ha ido, y aunque era viejo, decís, para la edad de los Hombres,[229] lo he conocido demasiado brevemente. Poco tiempo en verdad me parece que ha pasado desde que vi por vez primera[230] a Bëor en el este de esta tierra, pero ahora ya no está, ni sus hijos, ni tampoco el hijo de su hijo.
—Han pasado más de cien años —dijo Andreth—, desde que cruzamos las Montañas; y Bëor, Baran y Boron vivieron más de noventa años cada uno. La muerte nos llegaba más pronto antes de que encontráramos esta tierra.
—Entonces ¿estáis satisfechos aquí? —dijo Finrod.
—¿Satisfechos? Ningún hombre tiene el corazón satisfecho. La partida y la muerte le son siempre dolorosas, pero un declive más lento proporciona cierto consuelo, un ligero alivio de la Sombra.
—¿Qué queréis decir? —preguntó Finrod.
—¡Bien lo sabéis! —dijo Andreth—. La oscuridad que ahora está confinada en el Norte, pero antaño… —Y aquí hizo una pausa y se le oscurecieron los ojos, como si hubiera retrocedido con el pensamiento a años negros que debieran olvidarse—. Pero antaño cubría toda la Tierra Media, mientras vosotros vivíais en beatitud.
—No preguntaba acerca de la Sombra —dijo Finrod—. ¿A qué os referís cuando, decía, habláis de aliviarse de ella? ¿Qué relación tiene con el fugaz destino de los Hombres? También vosotros, creemos (instruidos por los Grandes que lo saben), sois Hijos de Eru, y vuestro destino y naturaleza proceden de Él.
—Veo —dijo Andreth—, que en esto los Altos Elfos no sois diferentes de vuestros parientes menores que hemos encontrado [353] en el mundo, aunque ellos nunca han vivido en la Luz. Todos los Elfos creéis que morir es inherente a nuestra especie. Que somos frágiles y breves, mientras que vosotros sois fuertes y perdurables. Es posible que seamos «Hijos de Eru», como aseguran vuestros conocimientos; pero también somos hijos para vosotros, a quienes amar un poco, quizá, pero como criaturas de menos valía a las que podéis mirar desde la cúspide de vuestro poder y sabiduría, con una sonrisa, con piedad, o con un movimiento de cabeza.
—Por desgracia os acercáis a la verdad —dijo Finrod—. Al menos a la verdad de muchos de mi pueblo; pero no de todos, y en verdad no de mí. Pero tened bien presente, Andreth, que cuando os llamamos «Hijos de Eru» no hablamos a la ligera; porque jamás pronunciamos ese nombre en broma o sin toda la intención. Cuando lo empleamos hablamos con conocimiento, no sólo por el saber élfico; y afirmamos que sois parientes nuestros, parientes mucho más cercanos (tanto en hröa como en fëa) que todas las criaturas de Arda entre sí, y nosotros de ellas.
»También amamos otras criaturas de la Tierra Media, según su medida y especie: las bestias y aves que son nuestros amigos, los árboles, e incluso las hermosas flores que desaparecen antes que los Hombres. Su desaparición nos entristece, pero creemos que forma parte de su naturaleza, tanto como la forma y el color.
»Pero por vosotros, que sois nuestros parientes más cercanos, nuestro dolor es mucho mayor. No obstante, si consideramos la brevedad de la vida en toda la Tierra Media, ¿no debemos creer acaso que la vuestra también es breve por naturaleza? ¿No lo cree vuestro propio pueblo? Y sin embargo, de tus palabras y la amargura que desprenden deduzco que creéis que nos equivocamos.
—Creo que os equivocáis, vos y todos los que piensan de igual modo —dijo Andreth—, y que ese mismo error proviene de la Sombra. Pero hablábamos de los Hombres. Algunos dirán esto y algunos esto otro; pero la mayoría, que piensa poco, creerá que su corta permanencia en el mundo siempre ha sido así y siempre lo será, les guste o no. Pero hay algunos que piensan de otra manera; los hombres los llaman «Sabios», aunque poco los escuchan. Porque no hablan con seguridad o con una sola voz, [354] ya que carecen de los conocimientos de que tú te enorgulleces y dependen de la «tradición», en la que la verdad (si es que puede hallarse) debe ser cribada. Y en cada criba hay paja con el grano elegido, y sin duda algún grano con la paja desechada.
»Sin embargo, entre mi pueblo, de Sabio a Sabio, llegan voces de la oscuridad que dicen que los Hombres no son ahora como eran antes, ni como era su naturaleza en un principio. Con más claridad aún lo dicen los Sabios del Pueblo de Marach, que han conservado en la memoria un nombre para Aquel que vosotros llamáis Eru, aunque entre mi gente Él está casi olvidado. Así lo aprendí de Adanel. Dicen simplemente que los Hombres no son de corta vida por naturaleza, sino que su brevedad viene dada por la maldad del Señor de la Oscuridad, a quien no nombran.
—Bien puedo creerlo —dijo Finrod—. Que vuestros cuerpos sufran en cierta medida la maldad de Melkor. Porque vivís en Arda Maculada, como nosotros, y toda la materia de Arda fue mancillada por él, antes de que vosotros o nosotros llegáramos y extrajéramos y nutriéramos los hröar de ella: toda, salvo quizás Aman antes de que él fuera allí.[231] Porque sabed que no es de otra manera con los Quendi:[232] su salud y estatura han disminuido. Ya aquellos de nosotros que viven en la Tierra Media, y aun los que hemos regresado a ella, encuentran que el cambio de sus cuerpos[233] es más rápido que al principio. Yeso, a mi parecer, debe de presagiar que se harán más débiles para soportar el paso del tiempo que su diseño original, aunque quizá no se haga evidente hasta que transcurran muchos años.
»Y de igual modo sucede con los hröar de los Hombres, son más débiles de lo que debieran. Por esa razón aquí, en el Oeste, donde antaño apenas se extendió su poder, tienen más salud, como tú dices.
—¡No, no! —dijo Andreth—. No entendéis mis palabras. Porque siempre pensáis lo mismo, mi Señor: los Elfos son los Elfos y los Hombres son los Hombres, y aunque tienen un Enemigo común, que los ha injuriado a ambos, todavía se mantiene la distancia decretada entre los señores y los humildes, los primeros llegados, altos y perdurables, y los seguidores, modestos y de breve servicio.
»Esa no es la voz que los Sabios oyen procedente de la oscuridad y de más allá. No, señor, los Sabios de entre los Hombres [355] dicen: “No fuimos hechos para la muerte, ni nacimos para morir. La Muerte se nos impuso”. Y he aquí que el miedo a la muerte siempre nos acompaña, y huimos de ella por siempre como la liebre del cazador. Pero en lo que a mí respecta creo que no hay escapatoria en este mundo, no, ni aunque pudiéramos llegar a la Luz más allá del Mar, o a esa Aman de la que habláis. Con esa esperanza partimos y viajamos durante muchas vidas de Hombres; pero la esperanza era vana. Así decían los Sabios, pero eso no detuvo la marcha, porque, como ya te he dicho, poco se los escucha. Y he aquí que hemos huido de la Sombra hasta las últimas costas de la Tierra Media ¡sólo para encontrar que está aquí, delante de nosotros!
Entonces Finrod guardó silencio; pero al cabo dijo: —Extrañas y terribles son vuestras palabras. Y habláis con la amargura de alguien cuyo orgullo ha sido humillado, y por tanto busca herir a sus contertulios. Si todos los Sabios de entre los Hombres hablan así, bien puedo creer que habéis sufrido un gran daño. Pero no os lo infligió mi pueblo, Andreth, ni ninguno de los Quendi. Si somos como somos, y sois como os encontramos, no se debe a nuestras acciones o a nuestros deseos; y vuestro dolor no nos regocija, ni alimenta nuestro orgullo. Sólo uno diría lo contrario: el Enemigo a quien no nombráis.
»¡Cuidado con la paja que confundís con el grano, Andreth! Porque puede ser mortal: mentiras del Enemigo que convertirán la envidia en odio. No todas las voces que proceden de la oscuridad dicen la verdad a las mentes que escuchan extrañas nuevas.
»Pero ¿quién os hizo ese daño? ¿Quién os impuso la muerte? Melkor, diríais sin duda, o comoquiera que lo llaméis en secreto. Porque hablas de la muerte y de la sombra de él como si fueran la misma cosa, y como si escapar de la Sombra también fuera escapar de la Muerte.
»Pero no son lo mismo, Andreth. Así lo creo, o la muerte no tendría lugar en este mundo que él no diseñó, sino Otro. No, muerte es sólo el nombre con que designamos a algo que él ha mancillado, y por tanto suena maligno; pero intacto sonaría como algo bueno.[234]
—¿Qué sabéis vosotros de la muerte? No la teméis porque no la conocéis —dijo Andreth. [356]
—La hemos visto, y la tememos —repuso Finrod—. También nosotros podemos morir, Andreth, y hemos muerto. El padre de mi padre fue asesinado cruelmente, y muchos otros lo han seguido, exiliados en la noche, en el hielo cruel, en el mar insaciable. Y en la Tierra Media hemos muerto por fuego y humo, por veneno y por las hojas crueles del combate. Fëanor está muerto, y Fingolphin fue pisoteado por los pies de Morgoth.[235]
»¿Con qué fin? Para derrotar a la Sombra, o si no fuera posible, para impedir que se extienda una vez más por toda la Tierra Media; para defender a los Hijos de Eru, Andreth, a todos los Hijos y no sólo a los orgullosos Eldar.
—Yo había oído —dijo Andreth—, que era para recuperar vuestro tesoro robado por el Enemigo; pero quizá la Casa de Finarphin no tenga el mismo objetivo que los Hijos de Fëanor. A pesar de todo vuestro valor, vuelvo a decir: «¿qué sabéis vosotros de la muerte?» Para vosotros puede ser dolorosa y amarga, una pérdida; pero sólo por un tiempo, un poco robado a la abundancia, a menos que no se me haya dicho la verdad. Pues sabéis que al morir no abandonáis el mundo y que podéis volver a la vida.
»Con nosotros es diferente: al morir morimos, y nos vamos para no volver. La Muerte es el final definitivo, una pérdida irremediable. Y eso es abominable; porque es también un daño que se nos ha hecho.
—Percibo la diferencia —dijo Finrod—. Diríais que hay dos muertes: una es un daño y una pérdida, pero no un final, la otra un final sin retorno; y que los Quendi sólo sufren la primera, ¿no es cierto?
—Sí, pero hay una diferencia más —dijo Andreth—. Una no es más que un daño entre los azares del mundo, que los valientes, los fuertes o los afortunados pueden esperar evitar. La otra es una muerte ineludible, un cazador del que al final no hay escapatoria posible. Sea un hombre fuerte, rápido u osado, sea sabio o necio, sea malvado o justo y piadoso en todos los actos de sus días, ame el mundo o lo aborrezca, debe morir y abandonarlo y convertirse en carroña que los hombres se apresuran en quemar o esconder.
—Y así, perseguidos, ¿acaso no tienen los Hombres esperanza? —dijo Finrod. [357]
—No tienen certeza o conocimiento, sólo miedos o sueños en la oscuridad —respondió Andreth—. Pero ¿esperanza? Esperanza, ése es otro asunto que aun los Sabios rara vez mencionan. —Habló entonces con más suavidad—. No obstante, Señor Finrod de la Casa de Finarphin, de los ilustres y poderosos Elfos, quizá no tardemos en poder hablar de ello, vos y yo.
—Quizá no tardemos —dijo Finrod—, pero por ahora caminamos en las sombras del miedo. Hasta ahora, pues, advierto que la gran diferencia entre Elfos y Hombres radica en la tardanza del fin. Sólo en eso. Porque si creéis que para los Quendi no hay muerte ineludible estáis equivocada.
»Pues ninguno de nosotros sabe, aunque quizá lo sepan los Valar, cuál es el futuro de Arda, o cuánto se ha decretado que dure. Pero no durará para siempre. Eru la hizo, pero Él no está en su interior. Sólo el Único no tiene límites. Arda, y la misma Eä, deben por tanto estar limitadas. Nos veis, a los Quendi, todavía en las primeras edades de la juventud, y el final queda muy lejos. Igual que puede parecerle a uno de vuestros jóvenes, en la plenitud de sus fuerzas; salvo que nosotros ya hemos dejado atrás largos años de vida y de pensamiento. Pero el fin llegará. Todos lo sabemos. Y entonces tenemos que morir, debemos perecer por completo, porque pertenecemos a Arda (en hröa y en fëa).[236] Y después ¿qué? ¿“El viaje sin retomo”, como decís, “el final definitivo, la pérdida irremediable”?
»Nuestro cazador camina lentamente, pero nunca pierde el rastro. Más allá del día en que suene el toque de muerte no tenemos certezas o conocimiento. Y a nosotros nadie nos habla de esperanza.
—No lo sabía —dijo Andreth—, y aun así…
—Y aun así el nuestro camina lentamente, ¿verdad? —dijo Finrod—. Es cierto. Pero no está claro que un destino previsto pero retrasado durante largo tiempo sea en todos los aspectos más fácil de sobrellevar que uno que llega pronto. Pero si he entendido vuestras palabras hasta ahora, no creéis que esta diferencia fuera dispuesta así en el principio. Originalmente no estabais destinados a morir rápidamente.
»Mucho podría decirse acerca de esta creencia (sea una suposición acertada o no). Pero primero quisiera preguntaros: ¿cómo decís que ha sucedido? Por la malicia de Melkor, [358] aventuré, y vos no lo negasteis. Pero veo ahora que no habláis de la degeneración que sufre todo lo que se encuentra en Arda Maculada, sino de un golpe especial de animadversión contra vuestro pueblo, contra los Hombres en cuanto a Hombres. ¿Es así?
—Así es —dijo Andreth.
—Entonces es algo terrible —dijo Finrod—. Conocemos a Melkor, el Morgoth, y sabemos que es poderoso. Sí, yo lo he visto, y he oído su voz; y he quedado ciego en la noche que hay en el corazón de su sombra, que tú, Andreth, sólo conoces por lo que has oído y por la memoria de tu pueblo. Pero nunca, aun en la noche, hemos creído que pudiera prevalecer sobre los Hijos de Eru. Podrá engañar a este, o corromper a este otro; pero cambiar el destino de un pueblo entero de los Hijos, despojarlos de lo que han heredado: si pudiera hacerlo a pesar de Eru, es mucho más grande y terrible de lo que habíamos supuesto; entonces todo el valor de los Noldor no es más que presunción y locura . . . No, Valinor y las Montañas de las Pelóri son castillos en el aire.
—¡Fijaos! —dijo Andreth—. ¿No dije acaso que no conocíais la muerte? He aquí que apenas os veis cara a cara con ella sólo en el pensamiento, mientras que nosotros la vemos actuar durante toda la vida, no tardáis en caer en la desesperación. Sabemos, si es que vosotros no, que el Sin Nombre es el Señor de este Mundo, y que vuestro valor, y el nuestro también, es una locura, o al menos en vano.
—¡Cuidado! —dijo Finrod—. Cuidado, no sea que pronuncies lo impronunciable, con intención o por ignorancia, y confundas a Eru con el Enemigo que disfrutaría si lo hicieras. El Señor de este Mundo no es él, sino el Único que lo hizo, y su Regente es Manwë, el Rey Mayor de Arda, que está bendito.
»No, Andreth, la mente oscurecida y angustiada, inclinarse y aun así aborrecer, huir y no rechazar, amar el cuerpo y desdeñarlo, el disgusto por la carroña: es cierto que todo esto puede proceder de Morgoth. Pero condenar a los inmortales a morir, de padre a hijo, y sin embargo dejarles el recuerdo de la herencia robada y el deseo de lo que se ha perdido: ¿podría Morgoth hacerlo? Yo digo que no. Y por esa razón dije que si vuestra historia es cierta todo lo que se haga en Arda es vano, desde la [359] cumbre de Oiolossë hasta el abismo más profundo. Porque no creo vuestra historia. Nadie puede haberlo hecho, excepto el Único.
»Por tanto os digo, Andreth, ¿qué hicisteis los Hombres, mucho tiempo atrás, en la oscuridad? ¿Cómo enfurecisteis a Eru? Porque de otro modo todas vuestras historias no son sino sueños oscuros concebidos en una Mente Oscura. ¿Diréis lo que sabéis o habéis oído?
—No —dijo Andreth—. De esto no hablamos con miembros de otras razas. Pero de hecho los Sabios no están seguros y hablan con voces contradictorias; porque sucediera lo que sucediese mucho tiempo atrás, lo hemos rehuido; hemos intentado olvidar, durante tanto tiempo que ahora no recordamos ningún momento en que no fuéramos como somos, salvo sólo en leyendas de días en que la muerte llegaba más despacio y nuestras vidas eran todavía mucho más largas, y aun entonces ya había muerte.
—¿No lo recordáis? —dijo Finrod—. ¿Acaso no tenéis historias de los días anteriores a la muerte, aunque no se las contéis a extraños?
—Quizá —dijo Andreth—. Si no entre mi pueblo, entre el pueblo de Adanel, tal vez. —Guardó silencio y contempló el fuego.
—¿Creéis que nadie lo sabe aparte de vosotros? —dijo Finrod al fin—. ¿Lo saben los Valar?
Andreth alzó la vista y se le oscurecieron los ojos. —¿Los Valar? —dijo—. ¿Cómo puedo saberlo, yo o cualquier hombre? Vuestros Valar no nos molestan con cuidados o instrucción. No nos convocaron.
—¿Qué sabéis de ellos? —dijo Finrod—. Yo los he visto y he vivido entre ellos, y he andado en la Luz en presencia de Manwë y Varda. No habléis así de ellos, ni de nada que esté muy por encima de vos. Quien primero pronunció esas palabras fue la Boca Mentirosa.
»¿Nunca se os ha ocurrido, Andreth, que allí fuera, en edades muy pasadas, podríais haberos puesto fuera de sus cuidados, más allá del alcance de su ayuda? ¿O aun que a vosotros, los Hijos de los Hombres, no os pueden gobernar? Porque sois demasiado grandes. Sí, eso es lo que quiero decir, y no sólo para halagar vuestro orgullo: demasiado grandes. Vuestros únicos [360] amos dentro de los confines de Arda, bajo la mano del Único. ¡Cuidad, pues, lo que decís! Si no queréis hablar a otros de vuestra herida o de cómo la recibisteis, prestad atención, no sea que (como torpes sanguijuelas) equivoquéis el daño o por orgullo culpéis a quien culpa no tiene.
»Pero volvamos a otros asuntos, ya que no queréis decir más. Consideraré vuestro estado primero, antes de la herida. Porque lo que decís de él me asombra, y me resulta difícil de entender. Decís: «no fuimos hechos para la muerte, ni nacimos para morir». ¿Qué queréis decir, que erais como nosotros u otra cosa?
—La tradición nada dice de vosotros —dijo Andreth—, pues nada sabíamos de los Eldar. Sólo se refiere a morir y a no morir. De una vida tan larga como el mundo, pero no más, nada habíamos oído; de hecho, hasta ahora nunca me había pasado por la mente.
—A decir verdad —dijo Finrod—, había creído que esa idea vuestra, de que tampoco vosotros habíais sido hechos para la muerte, no era sino un sueño del orgullo, procedente de la envidia que sentíais por los Quendi, para igualarlos o superarlos. No es así, diríais vos. No obstante, mucho antes de que llegarais a esta tierra, encontrasteis a otras gentes de los Quendi, y algunos os ofrecieron su amistad. ¿No erais entonces mortales? ¿Y hablasteis con ellos de la vida y de la muerte en alguna ocasión? Aunque no lo hicierais, pronto habrían descubierto vuestra mortalidad, y antes de mucho advertiríais que ellos no morían.
—No es así, digo en verdad —repuso Andreth—. Quizá éramos mortales cuando encontramos a los Elfos por primera vez, lejos de aquí, o quizá no: la tradición no lo dice, o al menos ninguna que yo haya aprendido. Pero ya teníamos nuestras tradiciones, y no necesitábamos ninguna de los Elfos: sabíamos que en el principio habíamos nacido para no morir nunca. Y por eso, mi señor, decimos: nacidos para la vida eterna, sin la sombra de un final.
—Entonces ¿han considerado los Sabios de entre vosotros cuán extraña es la verdadera naturaleza que reclaman para los Atani? —dijo Finrod.
—¿Tan extraña es? —dijo Andreth—. Muchos de los Sabios sostienen que según su naturaleza verdadera no moriría ninguna de las criaturas vivientes. [361]
—En ese aspecto los Eldar dirían que se equivocan —dijo Finrod—. Vuestra reclamación para los Hombres nos resulta extraña, y de hecho difícil de aceptar, por dos razones. Reclamáis, si entendéis del todo vuestras propias palabras, tener cuerpos imperecederos, no limitados por los límites de Arda y sin embargo procedentes de su materia y nutridos de su sustancia. Y también reclamáis (aunque quizá no lo hayáis advertido) haber poseído hröar y fëar que desde el principio carecían de armonía. Pero la armonía de hröa y fëa es, creemos, esencial para la verdadera naturaleza inmaculada de todo lo Encarnado: los Mirróanwi,[237] como llamamos a los Hijos de Eru.
—Veo el primer problema —dijo Andreth—, y para él nuestros Sabios tienen su propia respuesta. El segundo, tal como adivinas, no lo comprendo.
—¿De veras? —dijo Finrod—. Entonces no acabáis de comprenderos a vosotros mismos. Pero puede pasar a menudo, que amigos y parientes vean claramente cosas que están ocultas para el propio amigo.
»Pues bien, los Eldar somos parientes vuestros, y también vuestros amigos (si así queréis creerlo), y os hemos observado ya durante tres vidas de los Hombres, con amor, interés y mucha reflexión. Estamos seguros sin lugar a dudas, o toda nuestra sabiduría es inútil, de que los fëar de los Hombres, aunque parientes cercanos de los fëar de los Quendi, no son lo mismo. Pues por extraño que nos parezca, claramente advertimos que los fëar de los Hombres no están confinados en Arda, como los nuestros, ni tienen Arda como morada.
»¿Acaso puedes negarlo? Ahora bien, los Eldar no negamos que améis Arda y todo lo que hay en ella (en tanto que estéis libres de la Sombra) quizás aun más que nosotros. Pero de un modo distinto. Cada uno de nuestros linajes percibe Arda de una manera diferente, y aprecia su belleza de un modo y grado distintos. ¿Cómo expresarlo? Para mí la diferencia es como la que hay entre quien visita un país extraño y mora allí durante un tiempo (pero no tiene por qué hacerlo), y quien ha vivido siempre en esa tierra (y debe hacerlo). Para el primero todas las cosas que ve son nuevas y extrañas y por eso mismo dignas de amor. Al otro todas las cosas le son familiares, las únicas cosas que existen, las suyas, y por eso mismo le son queridas. [362]
—Queréis decir que los Hombres son los huéspedes —dijo Andreth.
—Vos habéis pronunciado —dijo Finrod— el nombre que os hemos dado.
—Señorialmente, como siempre —dijo Andreth—. Pero aun si no somos más que huéspedes en una tierra que es vuestra, mis señores, según vuestras palabras, decidme: ¿qué otra tierra o qué otras cosas conocemos?
—¡No, decídmelo a mí! —dijo Finrod—. Porque si no lo sabéis vosotros, ¿cómo podemos nosotros? Pero ¿sabéis que los Eldar dicen de los Hombres que no contemplan una cosa por sí misma, que si la estudian es para descubrir algo más, que si la aman es sólo (según parece) porque les recuerda alguna otra más querida? Pero ¿con qué la comparan? ¿Dónde están esas otras cosas?
»Todos, Elfos y Hombres, estamos en Arda y somos de Arda; y ese conocimiento que tienen los Hombres proviene de Arda (o así parece). ¿De dónde entonces procede esa memoria que tenéis en vosotros, aun antes de empezar a aprender?
»No de otras regiones de Arda de las que hayáis venido. Nosotros también vinimos de lejos. Pero si vos y yo fuéramos juntos a vuestros antiguos hogares en el lejano este, yo reconocería las cosas de allí como parte de mi hogar, pero vería en vuestros ojos el mismo asombro y la misma comparación que veo en los ojos de los Hombres de Beleriand que han nacido aquí.
—Extrañas son vuestras palabras, Finrod —dijo Andreth—, que no había oído antes. Pero mi corazón se agita como si reconociera alguna verdad, aunque no la entienda. Pero es un recuerdo ligero, y se va antes de poder comprenderlo; y entonces nos quedamos ciegos. Aquellos de nosotros que han conocido a los Eldar, y que quizá los hayan amado, dicen por su parte: «No hay fatiga en los ojos de los Elfos». Y pensamos que no entienden lo que se dice entre los Hombres: aquello que se ve demasiado a menudo se vuelve invisible. Y se asombran de que en las lenguas de los Hombres la misma palabra signifique «largamente conocido» y «viejo».
»Pensamos que era así sólo porque los Elfos tienen larga vida y vigor inagotable. “Niños crecidos”, nosotros, los huéspedes, os llamamos a veces, mi señor. Y sin embargo… y sin embargo, si para nosotros nada de lo que haya en Arda conserva [363] su sabor durante mucho tiempo, y todas las cosas hermosas oscurecen, ¿qué hacer? ¿No procede acaso de [la] Sombra de nuestros corazones? ¿O acaso lo negáis, diciendo que nuestra naturaleza siempre ha sido así, aun antes del daño?
—Lo niego, en verdad —repuso Finrod—. La Sombra puede haber oscurecido vuestra inquietud, fatigándoos más rápidamente y convirtiéndola en desdén, pero la inquietud siempre estuvo ahí, creo. Y si así es, ¿no podéis percibir la falta de armonía de que os hablé? Si en verdad en vuestra Sabiduría dice la tradición, como la nuestra, que los Mirróanwi están hechos de la unión de cuerpo y mente, de hröa y fëa, o como decimos con una imagen, la Casa y el Morador.
»Porque ¿qué es la “muerte” que lamentáis sino la separación de los dos? ¿Y qué es la “inmortalidad” que habéis perdido sino la unión eterna de ambos?
»Pero ¿qué hemos de pensar entonces de la unión que se da en el Hombre: la de un Morador, que no es sino un huésped en Arda y en ella no se encuentra en su hogar, con una Casa que está construida con la materia de Arda y por tanto debe (supuestamente) permanecer aquí?
»Uno no esperaría para esa Casa una vida más larga que la de Arda, de la cual es parte. Pero afirmáis que la Casa es también inmortal, ¿no es cierto? Yo me inclinaría a pensar más bien que ese fëa, por propia naturaleza, abandonaría en algún momento escogido por propia voluntad la casa de su estancia aquí, aunque es posible que la estancia fuera mayor que lo permitido ahora. Entonces (tal como dije) la “muerte” os habría parecido distinta: una liberación, o retorno, o mejor, una vuelta al hogar. Pero eso no es lo que creéis, parece.
—No, no lo creo —dijo Andreth—. Porque sería despreciar el cuerpo, y eso es un pensamiento de la Oscuridad innatural en cualquiera de los Encarnados, cuya vida incorrupta consiste en la unión por mutuo amor. Pero el cuerpo no es una fonda que mantenga caliente al viajero por una noche, antes de que éste prosiga su camino, y entonces reciba a otro. Es una casa hecha sólo para un viajero, de hecho no es sólo una casa, sino también un vestido; y no tengo claro que en este caso debamos hablar de un vestido acomodado para el portador en lugar de un portador acomodado en el vestido. [364]
»Pienso, entonces, que no debe creerse que la separación de éstos está de acuerdo con la verdadera naturaleza de los Hombres. Porque si fuera “natural” para el cuerpo ser abandonado y morir, pero “natural” para el fëa seguir viviendo, el Hombre carecería en verdad de armonía y sus partes no estarían unidas por amor. El cuerpo sería, en el mejor de los casos, un estorbo o una cadena. Una imposición, no un don. Pero hay alguien que impone, e inventa cadenas, y si tal fuera nuestra naturaleza en el principio, entonces provendríamos de él… pero decís que estas cosas no deben pronunciarse.
»¡Ay! Lejos, en la oscuridad los hombres las dicen pese a todo, pero no los Atani que tú conoces, no ahora. Pienso que en este aspecto somos como vosotros, realmente Encarnados, y que no vivimos según nuestro verdadero ser y plenitud salvo en una unión de amor y paz entre la Casa y el Morador. Por tanto la muerte, que los separa, es un desastre para ambos.
—Cada vez me sorprendes más, Andreth —dijo Finrod—. Porque si lo que afirmas es cierto, resulta que un fëa, que aquí no es sino un viajero, está unido indisolublemente con un hröa de Arda; separarlos es un gran daño, y no obstante cada uno debe cumplir su verdadera naturaleza sin tiranizar al otro. De esto se desprende sin duda que cuando el fëa parte debe llevar consigo al hröa. Y ¿qué puede significar eso, sino que el fëa tiene el poder de elevar al hröa, como eterno esposo y compañero, a una existencia eterna más allá de Eä y del Tiempo? De este modo Arda, o parte de ella, sería sanada no sólo de la mancha de Melkor, sino incluso liberada de los límites para ella establecidos en la «Visión de Eru» de que hablan los Valar.
»Por tanto digo que si esto puede creerse, poderosos hizo Eru a los Hombres en el principio; y terrible, más allá que cualquier otra calamidad, fue el cambio que sufrió su condición.
»¿Acaso es, entonces, con una visión de lo que se decretó que fuera Arda completa, de las criaturas vivientes y aun de las mismas tierras y mares de Arda, eternos e indestructibles, para siempre hermosos y nuevos, con lo que los fëar de los Hombres comparan lo que ven aquí? ¿O hay en algún otro lugar un mundo donde todas las cosas que vemos, todas las cosas que Elfos y Hombres conocen, son sólo símbolos o recuerdos?
—Sí así es se encuentra en la mente de Eru, pienso —dijo Andreth—. [365] ¿Cómo podemos encontrar las respuestas a tales preguntas, aquí en las nieblas de Arda Maculada? Podría haber sido de otra manera, si no hubiéramos cambiado; pero siendo como somos, aun los Sabios de entre nosotros poco han reflexionado sobre Arda en sí misma, o sobre otras criaturas que moran allí. Nuestras reflexiones se han orientado ante todo en nosotros mismos: en cómo hröar y fëar habrían vivido juntos en eterna alegría, y en la oscuridad impenetrable que ahora nos aguarda.
—Entonces no sólo los Altos Eldar se olvidan de sus parientes —dijo Finrod—. Pero me resulta extraño, y al igual que vuestro corazón cuando yo hablaba de inquietud, así salta ahora el mío como oyendo buenas nuevas.
»Esta, entonces, supongo yo, fue la razón de ser de los Hombres, no los seguidores, sino los herederos y culminadores de todo: remediar la Mácula de Arda, ya prevista antes de su creación, y más aún, ser agentes de la magnificencia de Eru: ir más allá de la Música y sobrepasar la Visión del Mundo.[238]
»Porque Arda Curada no será Arda Inmaculada, sino una tercera cosa aún mayor, y sin embargo la misma.[239] He conversado con los Valar que estuvieron presentes en la interpretación de la Música, antes de que el Mundo cobrara ser. Y ahora me pregunto: ¿Oyeron ellos el final de la Música? ¿No había algo en los coros finales de Eru o más allá que, sobrecogidos, no advirtieron?[240]
»O volviendo a lo que decíamos antes, siendo Eru libre para siempre, quizá no hizo Música ni mostró Visión más allá de cierto punto. Más allá de ese punto no podemos ver o saber, hasta que nuestros propios caminos nos lleven allí, Valar, Eldar u Hombres.
»Como un maestro narrador de historias, puede mantener oculto el momento cumbre hasta que llegue. Pueden adivinarlo, hasta cierto punto, aquellos que han escuchado con todo el corazón y la mente; pero eso es lo que el narrador desea. De ningún modo la sorpresa y la maravilla de su arte disminuyen así, porque de esta manera compartimos su autoría. Pero no si se nos contara todo en un prefacio, antes de empezar.
—¿Cuál sería para vos entonces el momento cumbre que Eru ha reservado? —preguntó Andreth. [366]
—¡Ah, sabia señora! —dijo Finrod—. Soy un elda y de nuevo pensaba en mi propio pueblo. No, en todos los Hijos de Eru. Pensaba que los Segundos Hijos podrían liberamos de la muerte. Porque mientras hablábamos de la muerte como separación de lo que está unido, mi corazón pensaba en una muerte que no es eso, sino el final de ambos. Porque eso es lo que tenemos delante, hasta donde nuestra razón alcanza a ver: la culminación de Arda y su final, y por tanto también el nuestro, como hijos de Arda; el final en que las largas vidas de los Elfos estarán por completo en el pasado.[241]
»Y entonces, de pronto, contemplé como en una visión Arda Rehecha; y allí los Eldar completos pero no acabados podían morar en el presente para siempre,[242] y allí caminaban, quizá, con los Hijos de los Hombres, sus liberadores, y les entonaban cantos que, aun en la Beatitud más allá de la beatitud, hacían que los valles verdes sonaran y las cumbres de las montañas eternas vibraran como arpas.
Entonces Andreth miró a Finrod por debajo de las cejas: —¿Y qué nos diríais cuando no cantaseis? —preguntó.
Finrod rio. —Sólo puedo adivinarlo —dijo—. Fijaos, sabia señora, creo que os contaríamos historias del Pasado y de la Arda que era Antes, de los peligros y las grandes hazañas y de la hechura de los Silmarils. Entonces nosotros éramos los señoriales. Pero vosotros, vosotros estaríais en vuestro hogar, mirando todas las cosas atentamente, como vuestras. Vosotros seríais los altivos. «Los ojos de los Elfos siempre están pensando en algo más», diríais. Pero entonces sabríais lo que recordamos: los días en que nos encontramos por vez primera y nuestras manos se tocaron en la oscuridad. Más allá del Fin del Mundo no cambiaremos, porque en la memoria reside nuestro gran talento, como se hará más evidente con el paso de las edades de esta Arda: será una pesada carga, me temo; pero de gran valor en los Días de los que hablamos. —Entonces se detuvo, porque vio que Andreth lloraba en silencio.
—¡Ay, señor! —dijo ella—. Entonces ¿qué hemos de hacer ahora? Pues hablamos como si estas cosas existieran, o fueran a existir sin lugar a dudas. Pero los Hombres han disminuido y perdido su poder. No buscamos Arda Rehecha: en vano observamos la oscuridad que se extiende ante nosotros. Si vuestra [367] eterna morada debe prepararse con nuestra ayuda, no será construida ahora.
—Entonces ¿no tenéis ninguna esperanza? —dijo Finrod.
—¿Qué es la esperanza? —dijo ella—. ¿La expectativa de un bien, que aunque incierto tiene alguna base en lo conocido? Entonces no tenemos ninguna.
—Eso es algo que los Hombres llaman «esperanza» —dijo Finrod—. Amdir la llamamos, «alzar la vista». Pero hay otra que se fundamenta en algo más profundo. Estel la llamamos, es decir, «confianza». No es derrotada por los caminos del mundo, porque no procede de la experiencia, sino de nuestra naturaleza y primer ser. Si en verdad somos los Eruhín, los Hijos del Único, Él no permitirá que lo priven de lo Suyo, ni Enemigo alguno ni aun nosotros mismos. Este es el fundamento último de la Estel, que mantenemos aun cuando contemplamos el Fin: que todos Sus designios son para la felicidad de Sus Hijos. Amdir no tenéis, decís. ¿Tampoco conocéis la Estel?
—Quizá —dijo ella—. Pero… ¡no! ¿No advertís que hemos sido heridos para que la Estel vacile y sus cimientos se tambaleen? ¿Somos los Hijos del Único? ¿No hemos sido finalmente expulsados? ¿O siempre lo estuvimos? ¿No es acaso el Sin Nombre el Señor del Mundo?
—¡No lo preguntéis siquiera! —dijo Finrod.
—No puedo dejar de hacerlo —repuso Andreth—, si habéis de entender la desesperanza en la que caminamos. O en la que caminan la mayoría de los Hombres. Entre los Atani, como nos llamáis, o los Buscadores, como decimos nosotros: los que abandonaron las tierras de la desesperación y los Hombres de la oscuridad y viajaron hacia el oeste con una esperanza vana, se cree que aún es posible encontrar un remedio, o que hay algún modo de escapar. Pero ¿es eso Estel? ¿No es más bien Amdir, pero sin razón: una simple huida en un sueño al despertar del cual saben que no hay escapatoria de la oscuridad y la muerte?
—Una simple huida en un sueño, decís —repuso Finrod—. En el sueño se revelan muchos deseos, y el deseo puede ser el último vestigio de la Estel. Pero no queréis decir sueño, Andreth. Confundís sueño y vigilia con esperanza y creencia, para hacer uno más dudoso y el otro más seguro. ¿Acaso duermen cuando hablan de escapatoria y remedio? [368]
—Dormidos o despiertos, no dicen nada con claridad —repuso Andreth—. ¿Cómo o cuándo llegará el remedio? ¿Qué tipo de existencia tendrán quienes vean ese tiempo rehecho? ¿Y qué pasará con los que fuimos a la oscuridad antes del remedio? A tales preguntas sólo los de la «Antigua Esperanza» (como se llaman a sí mismos) ofrecen una respuesta.
—¿Los de la Antigua Esperanza? —dijo Finrod—. ¿Quiénes son?
—Unos pocos —dijo ella—; pero su número ha crecido desde que llegamos a esta tierra y ven que el Sin Nombre puede ser desafiado, según creen. Pero no es una buena razón. Desafiarlo no deshace lo que antaño hizo. Y si el valor de los Eldar fracasa aquí, su desesperación será mayor. Porque no era en el poder de los Hombres, ni en el de ninguno de los pueblos de Arda, donde se basaba la antigua esperanza.
—¿Cuál era entonces esa esperanza, si lo sabéis? —preguntó Finrod.
—Dicen —repuso Andreth—, dicen que el mismo Único entrará en Arda y sanará a los Hombres y remediará la Mácula desde el principio hasta el fin. También dicen, o simulan, que es un rumor que procede de años incontables, aun de los años de nuestro mal.[243]
—¿Dicen, simulan? —dijo Finrod—. ¿No sois acaso una de ellos?
—¿Cómo puedo serlo, señor? Toda sabiduría habla en su contra. ¿Quién es el Único, a quien vosotros llamáis Eru? Si dejamos a un lado a los Hombres que sirven al Sin Nombre, como hacen muchos en la Tierra Media, muchos Hombres perciben el mundo como una guerra entre una Luz y una Sombra igualmente poderosas. Pero vos diréis: no, ésos son Manwë y Melkor; Eru está por encima de ellos. ¿Es Eru entonces el mayor de los Valar, un gran dios entre los dioses, como dicen muchos Hombres aun entre los Atani, un rey que habita lejos de su reino y deja que príncipes menores hagan allí según su voluntad? De nuevo decís: no, Eru es el Único, está solo y no hay otro como él, y Él hizo Eä y está más allá de ella; y los Valar son más grandes que nosotros, pero tampoco se acercan a Su majestad. ¿No es así?
—Sí —dijo Finrod—. Eso decimos, y los Valar, a quienes conocemos, dicen lo mismo, todos salvo uno. Pero ¿quién crees [369] que es más probable que mienta, los que se humillan o el que se ensalza a sí mismo?
—No tengo ninguna duda —dijo Andreth—. Y por esa razón lo que afirma la Esperanza sobrepasa mi entendimiento. ¿Cómo puede Eru entrar en una cosa que Él ha hecho y de la que Él es más grande fuera de toda medida? ¿Puede el cantante introducirse en su historia o el pintor en sus cuadros?
—Ya está dentro, además de fuera —dijo Finrod—. Pero en verdad el «dentro» y el «fuera» no son del mismo modo.
—Cierto —dijo Andreth—. De ese modo puede Eru estar presente en Eä que procede de Él. Pero dicen que Eru Mismo entrará en Arda, algo por completo diferente. ¿Cómo puede Él, que es más grande, hacerlo? ¿No destruiría Arda o incluso toda Eä?
—No me lo preguntéis a mí —dijo Finrod—. Estas cosas están fuera del alcance de la sabiduría de los Eldar, o quizá de los Valar. Pero sospecho que nuestras palabras os confunden, y que cuando decís «más grande» pensáis en las dimensiones de Arda, donde la vasija más grande no puede contenerse en la más pequeña.
»Pero tales palabras no pueden usarse para el Inconmensurable. Si Eru quisiera hacerlo, no dudo que Él encontraría una manera, aunque no puedo preverla. Porque, según creo, si Él Mismo tuviera que entrar, debería seguir siendo como es: el Autor exterior. Y sin embargo, Andreth, hablando con humildad, no puedo imaginar de qué otra manera podría lograrse el remedio. Porque Eru no tolerará sin duda que Melkor tuerza el mundo según su voluntad y triunfe al final. Pero no es posible imaginar un poder mayor que el de Melkor, salvo sólo el de Eru. Por tanto, si Eru no desea abandonar su obra en manos de Melkor, quien de otro modo conseguiría el dominio, debe venir a derrotarlo.
»Más: aun si Melkor (o el Morgoth en que se ha convertido) pudiera de alguna forma ser derribado o expulsado de Arda, su Sombra permanecería y el mal que ha foijado y sembrado como una semilla crecería y se multiplicaría. Y si ha de encontrarse alguna cura antes de que todo termine, si una nueva luz ha de oponerse a la oscuridad, o un remedio ha de sanar las heridas, debe venir de fuera, creo. [370]
—Entonces, señor —dijo Andreth, levantando la vista con asombro—, ¿creéis en esa Esperanza?
—No me preguntéis aún —repuso él—. Pues todavía son para mí extrañas nuevas que llegan de lejos. Jamás se ha hablado de tal esperanza a los Quendi. Sólo a vosotros os fue enviada. Y sin embargo, por vuestro intermedio, podemos oírla y elevar los corazones. —Hizo una pausa y al cabo de un rato, mirando gravemente a Andreth, dijo—: Sí, Mujer Sabia, quizá se decretó que nosotros los Quendi y vosotros los Atani, antes de que el mundo envejeciera nos encontráramos e intercambiáramos nuevas, y así nosotros supiéramos de la Esperanza a través de vosotros; quizá se decretó, en verdad, que tú y yo, Andreth, nos sentáramos aquí y habláramos juntos, a través del abismo que separa a nuestros linajes, para que no estemos por completo asustados mientras la Sombra crece en el Norte.
—A través del abismo que separa nuestros linajes —dijo Andreth—. ¿No hay más puente que las meras palabras? —Y de nuevo lloró.
—Quizá lo haya. Para algunos. No lo sé —dijo él—. El abismo, tal vez, separe más bien nuestros destinos, pues en el resto somos parientes próximos, más próximos que cualquier otra criatura en el mundo. No obstante, es peligroso cruzar un abismo impuesto por el destino; y quienquiera que lo haga no encontrará felicidad en el otro lado, sino las aflicciones de ambos. Eso pienso.
»Pero ¿por qué dices “meras palabras”? ¿Acaso las palabras no superan el abismo entre una vida y otra? ¿Acaso no ha habido entre tú y yo algo más que sonidos vacíos? ¿No estamos más cerca que antes? Pero todo esto, creo, es de poco consuelo para ti.
—No he pedido consuelo —dijo Andreth—. ¿Por qué iba a necesitarlo?
—Porque el destino de los Hombres te ha tocado como mujer —dijo Finrod—. ¿Crees que no lo sé? ¿Acaso no es él mi amado hermano? Aegnor:[244] Aikanár, la Llama Afilada, rápido y ansioso. Y no están lejos los años en que os encontrasteis por vez primera y vuestras manos se tocaron en la oscuridad. Pero entonces tú eras una doncella, valiente y decidida, en la mañana sobre las altas colinas de Dorthonion.[245]
—¡Sigue hablando! —dijo Andreth—. Di: qué eres ahora sino [371] una mujer sabia, sola, y la edad que no lo tocará a él ya ha puesto el gris del invierno en tus cabellos. ¡Pero no me lo digas tú, porque él ya lo hizo una vez![246]
—¡Ay! —dijo Finrod—. He aquí la amargura, querida adaneth, mujer de los Hombres, ¿no es así?, presente en todas tus palabras. Si pudiera proporcionarte algún consuelo lo verías como un gesto condescendiente desde mi lado del abismo que nos separa. Pero ¿qué puedo decir, sino recordaos la esperanza que vos misma me habéis revelado?
—Nunca dije que fuera mi esperanza —repuso Andreth—. Y aunque así fuera, seguiría gritando: ¿por qué esta herida aquí y ahora? ¿Por qué hemos de amaros, y habéis de amamos (si lo hacéis), y sin embargo mantener el abismo que nos separa?
—Porque así fuimos hechos, parientes cercanos —dijo Finrod—. Pero no nos hicimos nosotros mismos, y por tanto nosotros, los Eldar, no pusimos el abismo. No, adaneth, no somos altivos en esto, sino dignos de compasión. Esa palabra te disgustará. Pero hay dos clases de compasión: una es de parentesco reconocido, y está cercana al amor; la otra es de la percepción de la diferencia, y está cercana al orgullo. Yo hablo de la primera.
—¡No me hables de ninguna! —dijo Andreth—. No la deseo. Era joven y contemplé su llama, y ahora soy vieja y estoy perdida. Él era joven y su llama se inclinó hacia mí, pero se alejó y es joven todavía. ¿Se compadecen las velas de los topos?
—¿Y los topos de las velas, cuando el viento las apaga? —dijo Finrod—. Adaneth, yo te digo que Aikanár la Llama Afilada te amaba. Por ti no tomará nunca esposa de su propio linaje, sino que vivirá solo hasta el fin recordando la mañana en las colinas de Dorthonion. Pero muy pronto apagará el viento del Norte su llama. Previsión se ha dado a los Eldar en muchas cosas no lejanas, pero rara vez felices, y yo te digo que vivirás mucho en la medida de vuestro propio linaje, y que él partirá antes que tú y no querrá volver.
Se levantó entonces Andreth y extendió las manos hacia el fuego. —¿Por qué se alejó de mí? ¿Por qué me abandonó cuando todavía me quedaban algunos años buenos por delante?
—¡Ay! —dijo Finrod—. Temo que la verdad no te satisfará. Los Eldar son de un linaje, y vosotros de otro; y cada uno juzga [372] al otro según el suyo propio… hasta que aprenden, como hacen pocos. Estamos en tiempo de guerra, Andreth, y en tales días los Elfos no se casan ni tienen hijos,[247] sino que se preparan para la muerte o la huida. Aegnor no confía (ni yo tampoco) en que el Sitio de Angband dure mucho; y entonces ¿qué le sucederá a esta tierra? Si se dejara llevar por el corazón, habría querido tomarte y huir lejos, al este o al sur, abandonando a su pueblo, y al tuyo. El amor y la lealtad se lo impidieron. ¿Qué dices de los tuyos? Tú misma has afirmado que no se puede escapar huyendo dentro de los límites del mundo.
—Por un año, un día de la llama yo lo hubiera dado todo: pueblo, juventud y la esperanza misma: adaneth soy —dijo Andreth.
—Él lo sabía —dijo Finrod—; y se apartó y no aferró lo que tenía a su alcance: elda es. Porque tales tratos se pagan con una angustia que no puede adivinarse hasta que llega, y de ignorancia, más que de coraje, juzgan los Eldar que están hechos.
»No, adaneth, si ha de haber un matrimonio entre nuestro linaje y el tuyo será por algún alto propósito del Destino. Breve será, y duro al final. Sí, el destino menos cruel posible sería que la muerte pronto le ponga fin.
—Pero el final siempre es cruel para los Hombres —dijo Andreth—. Yo no lo habría molestado cuando acabara mi corta juventud. No habría cojeado como una bruja tras sus pies brillantes cuando ya no pudiera correr a su lado.
—Quizá no —dijo Finrod—. Eso es lo que crees ahora. Pero ¿piensas en él? Él no habría corrido delante de ti. Se hubiera quedado a tu lado para sostenerte. Entonces lo habrías compadecido en todo momento, con una compasión ineludible. Él no habría soportado verte tan apenada.
»Andreth adaneth, la vida y el amor de los Eldar reside en gran parte en el recuerdo; y nosotros (si no vosotros) preferimos un recuerdo hermoso pero incompleto a uno que llegue a un final desgraciado. Ahora te recordará siempre en el sol de la mañana, y la última tarde junto a las aguas de Aeluin en que vio tu rostro reflejado con una estrella en los cabellos… siempre, hasta que los vientos del Norte traigan la noche a su llama. Sí, y después, en la Casa de Mandos, en las Estancias de la Espera, hasta el fin de Arda. [373]
—¿Y qué recordaré yo? —dijo ella—. Y cuando me vaya, ¿a qué estancias llegaré? ¿A una oscuridad donde aun el recuerdo de la llama afilada se desvanezca? Aun el recuerdo del rechazo. Eso al menos.
Finrod suspiró y se puso en pie. —Los Eldar no tienen palabras que curen tales pensamientos, adaneth —dijo—. Pero ¿desearías acaso que los Elfos y los Hombres no se hubieran encontrado jamás? ¿No merece la pena aun ahora la luz de la llama, que de otro modo jamás habrías visto? ¿Crees que fuiste desdeñada? Olvida al menos ese pensamiento, que procede de la Oscuridad, y nuestra conversación no habrá sido por completo en vano. ¡Adiós!
La oscuridad cayó en la habitación. Finrod le tomó la mano en la luz del fuego. —¿Adónde Vais? —dijo ella.
—Lejos, al norte —dijo él—: a las espadas y al sitio, y a los muros defensores; que por un tiempo los ríos de Beleriand fluyan limpios, las hojas broten y los pájaros construyan sus nidos, antes de que llegue la Noche.
—¿Estará él allí, alto y brillante, con el viento en los cabellos? Habladle. Decidle que no sea imprudente, que no busque el peligro sin necesidad.
—Se lo diré —dijo Finrod—. Pero también podría decirte a ti que no llores. Es un guerrero, Andreth, y un espíritu de ira. En cada golpe que da ve al Enemigo que tiempo atrás te hizo esa herida.
»Pero no estáis hechos para Arda. Dondequiera que vayáis encontraréis luz. Esperadnos allí, a mi hermano y a mí.
[375]
La Athrabeth Finrod ah Andreth representa quizá la culminación de la reflexión que realizó mi padre sobre la relación entre Elfos y Hombres, en la visión exaltada de Finrod del propósito original que tenía Eru para la Humanidad; no obstante, su objetivo principal era explorar profundamente por vez primera la naturaleza de «la Mácula de los Hombres». En la larga descripción de la obra que redactó para Milton Waldman en 1951 (Cartas n.º 131, p. 183) había dicho:
La primera caída de los Hombres… no aparece en ninguna parte: los Hombres no entran en escena hasta mucho tiempo después, y sólo hay rumores de que por un tiempo cayeron bajo el dominio del Enemigo y de que algunos se arrepintieron. [376]
En la Athrabeth, Finrod aborda los «rumores» directamente: «Por tanto os digo, Andreth, ¿qué hicisteis los Hombres, mucho tiempo atrás, en la oscuridad? ¿Cómo enojasteis a Era? … ¿Me diréis lo que sabéis o habéis oído?» Recibe una negativa rotunda: «No —dijo Andreth—. No hablamos de esto con miembros de otras razas»; no obstante, a la pregunta posterior de Finrod, «¿no tenéis historias de los días anteriores a la muerte, aunque no se las contéis a extraños?», Andreth responde: «Quizá. Si no entre mi gente, tal vez entre el pueblo de Adanel». La conservación de la leyenda de la Caída de los Hombres entre algunos de los Edain estaba a punto de introducirse (como pronto se verá).
A pesar de presentar las diferencias fundamentales del destino, la naturaleza y la experiencia de Elfos y Hombres en forma de debate filosófico entre Finrod, Señor de Nargothrond, y Andreth, descendiente de Bëor el Viejo, el argumento se desarrolla con creciente intensidad y amargura por parte, de Andreth, cuya razón (conocida por ambos interlocutores independientemente) sólo se revela al final. No obstante, mi padre añadió a esta apasionada obra un extenso comentario divagador y crítico en un impulso muy distinto, que sigue aquí.
Los periódicos en que se conservaron la Athrabeth y el comentario (véase p. 348) tienen la inscripción:
Adic. Silmarillion
Athrabeth Finrod ah Andreth
Comentario
En uno de los periódicos mi padre añadió: «Debería ser el último elemento del apéndice» (es decir, de El Silmarillion).
El mismo se encargó de mecanografiar el comentario, en una copia original y otra al carbón, con unas pocas correcciones posteriores casi idénticas en ambas. Tras el comentario hay unas notas numeradas mucho más extensas que el propio comentario, ya que algunas de ellas constituyen ensayos breves. Las distingo de mis propias notas numeradas del texto (pp. 409 ss.) con las palabras «Nota del Autor».
Existe un borrador muy tosco del comentario, posterior a la redacción de los textos mecanografiados amanuensis de la Athrabeth, según se desprende de la aparición de la palabra Mirróanwi (véase nota 237 arriba).
[377]
ATHRABETH FINROD AH ANDRETH
El debate de Finrod y Andreth
Este no se presenta como argumento de fuerza para los Hombres en su presente situación (o en la que creen estar), pero puede resultar de cierto interés para los Hombres que empiezan con creencias o supuestos similares a los que sostiene el rey de los Elfos Finrod.
De hecho no constituye más que parte del retrato del mundo imaginario del Silmarillion, y un ejemplo de lo que mentes inquisitivas de una y otra parte, Elfos y Hombres, deben de haberse dicho después de trabar conocimiento. Vemos aquí el intento de una generosa mente élfica de desentrañar las relaciones entre Elfos y Hombres, y el papel que se decretó que tuvieran en lo que él habría llamado la Oienkarmë Eruo (La obra eterna del Único), que podría traducirse por «la dirección divina del Drama».
Hay ciertas cosas en este mundo que han de aceptarse como «hechos»: la existencia de los Elfos: es decir, de una raza de seres que son parientes cercanos de los Hombres, tanto que física (o biológicamente) deben ser considerados como simples ramas de la misma raza.[248] Los Elfos aparecieran antes en la Tierra, pero no mucho antes (mitológica o geológicamente);[249] eran «inmortales» y no «morían» excepto por accidente. Cuando los Hombres entraron en escena (es decir, cuando encontraron a los Elfos) eran, en cambio, muy parecidos a lo que son ahora: «morían», aun si escapaban a todos los accidentes, alrededor de los 70 u 80 años. La existencia de los Valar: es decir, de ciertos Seres angélicos (creados, pero al menos tan poderosos como los «dioses» de las mitologías humanas), los principales de los cuales residían en una parte física de la Tierra. Eran los agentes y regentes de Eru (Dios). En edades inmemoriales se habían comprometido en la labor demiúrgica[250] de cumplir el propósito de Eru para la estructura del Universo (Eä); sin embargo, se habían concentrado en la Tierra, en el principal Drama de la Creación: la guerra de los Eruhín (Los Hijos de Dios), Elfos y Hombres, contra Melkor. Melkor, originalmente el más poderoso de los Valar,[251] se había rebelado contra sus hermanos y contra Eru y era el principal Espíritu del Mal. [378]
En cuanto al Rey Finrod, debe entenderse que empieza con ciertas creencias básicas, que él habría dicho provenían de una o varias de estas fuentes: su naturaleza creada, la instrucción angélica, la reflexión y la experiencia.
(1) Existe Eru (El Único): es decir, el Único Dios Creador, que hizo (o más estrictamente, diseñó) el Mundo, pero no es Él Mismo el Mundo. A este mundo, o Universo, lo llama Eä, una palabra élfica que significa «Es» o «Que Sea».
(2) En la Tierra hay criaturas «encarnadas», los Elfos y los Hombres: se componen de la unión de hröa y fëa (que a grandes rasgos equivalen a «cuerpo» y «alma», pero no son exactamente lo mismo). Éste, diría él, es un hecho conocido sobre la naturaleza de los Elfos, y por tanto podía deducirse para la naturaleza humana del parentesco cercano de Elfos y Hombres.
(3) Finrod diría que hröa y fëa son de especies por completo distintas, y no proceden «del mismo plano original de Eru», (Nota del Autor 1, p. 384), pero fueron diseñados el uno para el otro para que habitaran en eterna armonía. El fëa es indestructible, una identidad única que no puede ser destruida o absorbida por otra identidad. El hröa, en cambio, puede ser destruido o disuelto: se trata de un hecho probado. (En tales casos describiría el fëa como «exiliado» o «sin hogar».)
(4) La separación de fëa y hröa es «innatural» y no responde al propósito original, sino a la «Mácula de Arda», fruto de la obra de Melkor.
(5) La «inmortalidad» élfica está limitada a un intervalo del Tiempo (que Finrod llamaría la Historia de Arda), y por tanto estrictamente debería llamarse más bien «gran longevidad», cuyo límite último es la duración de la existencia de Arda. (Nota del Autor 2, p. 387). En consecuencia el fëa de los Elfos también se limita al Tiempo de Arda, o al menos está confinado en su interior y es incapaz de abandonarla mientras dure.
(6) De esto se podría deducir, si no fuera un hecho probado por los Elfos, que un fëa élfico «sin hogar» debe de tener la capacidad u oportunidad de regresar a la vida encarnada, si así lo desea. (De hecho los Elfos descubrieron que sus fëa no tenían ese poder en sí mismos, sino que la oportunidad y el medio provenía de los Valar, con el permiso especial de Eru para el remedio de la separación innatural. Los Valar no podían obligar [379] a un fëa a regresar, pero sí poner condiciones y juzgar si el regreso podía permitirse y, en ese caso, de qué manera y después de cuánto tiempo.) (Nota del Autor 5, p. 388.)
(7) Puesto que los Hombres mueren, sin intermedio de accidente alguno, lo quieran o no, sus fëar deben de tener una relación diferente con el Tiempo. Los Elfos creían, aunque no tenían certeza alguna, que los fëar de los Hombres, una vez abandonaban el cuerpo, abandonaban también el Tiempo (tarde o temprano) para nunca volver. (Nota del Autor 4, p. 389.)
Los Elfos observaron que todos los Hombres morían (hecho que los Hombres confirmaron). Por tanto dedujeron que era «natural» en los Hombres (es decir, que era el propósito de Eru), y supusieron que la brevedad de la vida humana venía dada por las características del fëa humano: que no fue diseñado para permanecer largo tiempo en Arda. Sus propios fëar, en cambio, diseñados para permanecer en Arda hasta el fin, exigían una gran resistencia al cuerpo, pues tenían (hecho probado) un control mucho mayor sobre él. (Nota del Autor 5, p. 390.)
Más allá del «Fin de Arda» el pensamiento de los Elfos no podía penetrar, y no habían recibido ninguna instrucción específica. (Nota del Autor 6, p. 391.) Les parecía evidente que sus hröar debían de acabar entonces, y que por tanto cualquier tipo de reencarnación sería imposible. (Nota del Autor 7, p. 391.) Así pues, todos los Elfos «morirían» con el Fin de Arda. El significado de esto lo ignoraban. Por tanto decían que había una sombra detrás de los Hombres, mientras que los Elfos tenían una delante.
Su dilema era el siguiente: la idea de existir sólo como fëar les resultaba repulsiva, y les era difícil creer que fuera natural y se incluyera en el propósito original para ellos, puesto que eran esencialmente «moradores» de Arda y por naturaleza estaban por completo enamorados de Arda. La alternativa, que sus fëar también dejaran de existir en «el Fin», les parecía aún más intolerable. Tanto la aniquilación absoluta como el cese de la identidad consciente repugnaba a su pensamiento y deseo. (Nota del Autor 8, p. 393.)
Algunos argüían que, aunque íntegro y único (igual que Eru, de quien provenía directamente), todo fëa, al ser creado, [380] era finito y por tanto podría ser de duración finita. No podía ser destruido dentro del plazo asignado, pero después dejaba de existir o de adquirir experiencia y «residía sólo en el Pasado».
No obstante, advertían que esto no constituía escapatoria alguna. Porque, aunque un fëa élfico pudiera vivir «conscientemente» o contemplar el Pasado, ésta sería una condición por completo insatisfactoria para su deseo. (Referencia a la Nota del Autor 8.) Los Elfos tenían (según sus propias palabras) un «gran talento» para la memoria, pero ésta tendía más a la tristeza que a la alegría. Además, cualquiera que fuera la longitud de la Historia de los Elfos antes del final, sería un objeto de extensión demasiado limitada. Estar perpetuamente «prisioneros en una historia» (como ellos decían), aunque fuera en una gran historia de final victorioso, acabaría por convertirse en un tormento.[252] Porque mayor que el talento de la memoria era el talento de hacer, y de descubrir. El fëa élfico estaba diseñado sobre todo para hacer cosas en colaboración con el hröa.
Por tanto, como último recurso los Elfos estaban obligados a basarse en la «estel desnuda» (como ellos decían): la confianza en Eru, en que Su propósito para más allá del Fin sería (como poco) completamente satisfactorio para todo fëa. Probablemente incluiría alegrías impredecibles. Pero aún creían que seguiría estando en relación inteligible con su naturaleza y deseos presentes, partiría de ellos y los incluiría.
Por estas razones los Elfos no comprendían la falta de esperanza (o estel) de los Hombres enfrentados con la Muerte tanto como éstos habían esperado. Por supuesto, los Hombres eran en general por completo ignorantes de la «Sombra de Delante» que condicionaba el pensamiento y sentir de los Elfos, y sólo envidiaban la «inmortalidad» élfica. Pero los Elfos, por su parte, eran en general ignorantes de la tradición que sobrevivía entre los Hombres según la cual los Hombres también eran de naturaleza inmortal.
Como se ve en la Athrabeth, Finrod se conmueve y asombra profundamente al saber de esta tradición. Descubre la tradición concomitante de que el cambio de condición de los Hombres respecto a su diseño original se debió a un desastre primigenio, acerca del cual los Hombres no tienen conocimiento [381] seguro, o al menos Andreth no quiere decir mucho. (Nota del Autor 9, p. 393.) Finrod persiste, sin embargo, en la opinión de que la condición de los Hombres antes del desastre (o como diríamos nosotros, del Hombre antes de la caída) no puede haber sido la misma que la de los Elfos. Es decir, su «inmortalidad» no puede haber sido la longevidad dentro de Arda de los Elfos; de ese modo habrían sido simplemente Elfos, y su posterior introducción independiente en el Drama por parte de Eru no tendría función alguna. Finrod piensa que la idea de los Hombres de que, de no mediar el cambio, no morirían (en el sentido de que no abandonarían Arda) se debe a una interpretación errónea de su propia tradición, y posiblemente a una comparación movida por la envidia de ellos mismos por los Elfos. Por una parte, no cree que concuerde con lo que nosotros podríamos llamar «las peculiaridades observables de la psicología humana» en comparación con los sentimientos de los Elfos hacia el mundo visible.
Por tanto, Finrod supone que la consecuencia del desastre es el miedo a la muerte. Se la teme porque ahora está mezclada con la separación de hröa y fëa. No obstante, los fëa de los Hombres debían de haber abandonado Arda por voluntad e incluso por deseo; quizá después de más años que la media de la actual vida humana, pero todavía en un tiempo muy breve comparado con las vidas de los Elfos. Entonces, basando su argumentación en el axioma de que la separación de hröa y fëa es innatural y contraria al propósito original, llega (o salta, si así lo preferís) a la conclusión de que el fëa del Hombre no caído se habría llevado consigo a su hröa al nuevo modo de existencia (libre del Tiempo). Dicho en otras palabras, esta «presunción» era el final natural de toda vida humana, aunque por lo que sabemos ha sido el fin del único miembro «no caído» de la Humanidad.[253] Tiene entonces una visión de los Hombres como agentes de la eliminación de la mácula de Arda, no sólo porque deshacen la mácula o el mal forjados por Melkor, sino porque dan origen a una tercera cosa, «Arda Rehecha»; pues Eru nunca se limita a deshacer el pasado, sino que crea algo nuevo, más rico que el «primer diseño». En Arda Rehecha los Elfos y los Hombres encontrarán cada uno por su parte alegría y contento, y gozarán de la amistad recíproca, uno de cuyos vínculos se encontrará en el Pasado. [382]
Andreth dice que en ese caso el desastre de los Hombres fue espantoso, porque el remedio (si en verdad ésa era la función real de los Hombres) no puede lograrse ahora. Finrod conserva sin lugar a dudas la esperanza de que se conseguirá, aunque no dice cómo podría ser. Pero, advierte ahora que el poder de Melkor era mayor de lo que se había creído (aun de lo que habían creído los Elfos, que lo habían visto en forma encarnada), si había podido cambiar a los Hombres y de ese modo destruir el plan.[254]
Hablando más estrictamente, Finrod diría que Melkor no había «cambiado» a los Hombres, sino que los había «seducido» (para que le guardaran fidelidad) en una época muy temprana de su historia, de modo que Eru había cambiado su «destino». Porque Melkor podía seducir mentes y voluntades individuales, pero no podía hacer que fuera hereditario, o alterar (en contra de la voluntad y el propósito de Eru) la relación de un pueblo entero con el Tiempo y con Arda. Pero el poder de Melkor sobre las cosas materiales era enorme. Había mancillado Arda entera (y en verdad probablemente muchas otras partes de Eä). Melkor no era un Mal local de la Tierra, ni un Angel Guardián de la Tierra que había seguido un mal camino: era el Espíritu del Mal, que nació antes de la hechura de Eä. En su intento de dominar la estructura de Eä, y de Arda en particular, y de alterar los designios de Eru (que gobernaba todas las obras de los fieles Valar), había introducido el mal o una tendencia a la aberración del propósito original en toda la materia física de Arda. Fue por esta razón, sin duda, por lo que había tenido un éxito completo con los Hombres, pero sólo parcial con los Elfos (que seguían siendo un pueblo «no caído»). Melkor ejercía su poder en la materia y a través de ella. (Nota del Autor 10, p. 394.) No obstante, por naturaleza los fëar de los Hombres tenían mucho menos control sobre los hröar que en el caso de los Elfos. Los Elfos individuales podían ser seducidos por un «melkorismo» menor: el deseo de ser sus propios amos en Arda y obtener cosas a su propia manera, lo que en casos extremos los llevaba a rebelarse contra la tutela de los Valar, pero ninguno había servido o guardado lealtad al propio Melkor, ni había negado la existencia y supremacía absoluta de Eru. Finrod adivina que los Hombres, como conjunto, habían debido de hacer algunas de estas horribles cosas; pero Andreth no revela [383] hasta este punto qué decían las tradiciones de los Hombres. (Referencia a la Nota del Autor 9.)
Finrod, sin embargo, advierte ahora que, tal como eran las cosas, no había cosa o criatura creada en Arda o en toda Eä que tuviera poder suficiente para contrarrestar o remediar el Mal: es decir, para derrotar a Melkor (en su persona presente, reducido a lo que era) y acabar con el Mal que había desperdigado y extraído de sí mismo para impregnar la misma estructura del mundo.
Sólo el propio Eru podría hacerlo. Por tanto, siendo impensable que Eru abandonara el mundo hasta el triunfo y el dominio definitivos de Melkor (lo que podía significar que el mundo, destruido, se viera reducido al caos), Eru Mismo debía de venir en algún momento y enfrentarse a Melkor. Pero Eru no podía entrar por entero en el mundo y su historia, que, aunque grandes, no son más que un Drama finito. En tanto que Autor, debe siempre permanecer «fuera» del Drama, aun cuando el principio y la continuación del Drama dependan de Su propósito y Su voluntad, en todos los detalles y momentos. Por tanto Finrod piensa que cuando venga, Él estará tanto «fuera» como dentro; y así entrevé las posibilidades de la complejidad y distinciones de la naturaleza de Eru, que no obstante sigue siendo «El Único». (Nota del Autora, p. 395.)
Es probable que el descubrimiento de que la función original especialmente asignada a los Hombres era la redención llevara a Finrod a pensar que «la llegada de Eru», si tenía lugar, estaría relacionada principalmente con los Hombres: es decir, a la imaginativa conjetura o a la visión de que Eru vendría encarnado en forma humana. Esto, sin embargo, no se cuenta en la Athrabeth.
Por supuesto, en la Athrabeth el argumento no se expone en estos términos, o en este orden, o con tanta claridad. La Athrabeth es una conversación en la cual el lector debe dar muchas cosas por supuestas y seguir los pensamientos de los interlocutores. De hecho, aunque trata de cosas como la muerte y las relaciones de los Elfos y los Hombres con el Tiempo y con Arda y entre ellos, su verdadero objetivo es dramático: muestra la generosidad de la mente de Finrod, el amor y la piedad que siente por Andreth y las trágicas situaciones que surgen del encuentro [384] de Elfos y Hombres (en las edades en que los Elfos eran jóvenes). Porque como acaba por verse, en su juventud Andreth había amado a Aegnor, hermano de Finrod; y aunque ella sabía que su amor era correspondido (o podría haberlo sido si él se hubiera dignado en hacerlo), en vez de declarárselo Aegnor la abandonó, y ella creyó que la rechazaba porque era demasiado poca cosa para un elfo. Finrod (aunque ella no lo sabía) era consciente de la situación. Por este motivo comprendió y no se ofendió por la amargura con que Andreth hablaba de los Elfos, y aun de los Valar. Al final consiguió hacerle entender que no había sido «rechazada» por desdén o por altivez élfica, sino que la partida de Aegnor se debió a la «sabiduría» y le causó gran dolor: él también había sido víctima de la tragedia.
De hecho Aegnor murió poco después de esta conversación,[255] cuando Melkor rompió el Sitio de Angband en la desastrosa Batalla de la Llama Súbita y empezó la ruina de los reinos élficos de Beleriand. Finrod se refugió en la gran fortaleza meridional de Nargothrond; no obstante, no mucho después sacrificó su vida para salvar a Beren el Manco. (Es probable, aunque no se registra en ninguna parte, que la misma Andreth muriera por ese entonces, pues Melkor devastó y conquistó todo el reino septentrional, donde habitaban Finrod y sus hermanos, además del Pueblo de Bëor. Pero entonces sería una mujer muy vieja.)[256]
Finrod murió, pues, antes de que los dos matrimonios entre Elfos y Hombres tuvieran lugar, pero sin su ayuda Beren y Lúthien no se habrían casado jamás. El matrimonio de Beren cumplió por cierto su predicción de que tales matrimonios sólo se darían por algún alto propósito del Destino, y que el final menos cruel sería que la muerte les diera pronto fin.
Notas del Autor sobre el «Comentario»
Nota 1
Porque se creía que los fëar eran creados directamente por Eru y «enviados» a Eä, mientras que Eä fue completada por mediación de los Valar. [385]
De acuerdo con la Ainulindalë la Creación se llevó a cabo en cinco etapas, a) La creación de los Ainur. b) El anuncio de Eru de su Propósito a los Ainur. c) La Gran Música, que fue como un ensayo y se quedó en fase de pensamiento o imaginación, d) La «Visión» de Eru, que de nuevo fue una predicción de lo posible y estaba incompleta, e) La Culminación, que aún no ha llegado.
Los Eldar afirmaban que Eru era y es libre en todas las etapas, y que en la Música demostró Su libertad al introducir, después de que surgieran las discordancias de Melkor, los dos nuevos temas que representaban la llegada de los Elfos y los Hombres, ausentes en su primer anuncio.[257] De este modo en la etapa 5 puede introducir cosas directamente que no estaban en la Música y que por tanto no son completadas por los Valar. No obstante, en general no es erróneo considerar que son los Valar quienes completan Eä.
Los añadidos de Eru, sin embargo, no serán «ajenos»; se adaptarán a la naturaleza y al carácter de Eä y a los de aquellos que moran en ella; pueden realzar el pasado y enriquecer su propósito y significación, pero lo abarcarán sin destruirlo.
Así pues, la «novedad» de los temas de los Hijos de Eru, Elfos y Hombres, consistió en asociar o alojar fëar en hröar pertenecientes a Eä, de modo que cada uno estuviera incompleto sin el otro. Pero los fëar no eran espíritus completamente distintos de los Ainur, mientras que los cuerpos eran muy similares a los cuerpos de las criaturas vivientes que aparecían ya en el primer diseño (aunque adaptados a su función o modificados por el fëar que los habita).
Nota 2
Arda, o «El Reino de Arda» (que está bajo la soberanía directa de Manwë, el regente de Eru) no es fácil de traducir, pues ni «tierra» ni «mundo» corresponden exactamente a su significado. Físicamente Arda era lo que llamaríamos el Sistema Solar.[258] Se supone que los Eldar tenían toda la información que podían comprender sobre ella, su estructura, origen y relación con el resto de Eä (el Universo). Es probable que todos los interesados [386] adquirieran estos conocimientos. No todos los Eldar se interesaban por todo; la mayoría de ellos dedicaban su atención a la Tierra (o, como ellos decían, «estaban enamorados de ella»).
Las tradiciones aquí mencionadas provienen de los Eldar de la Primera Edad, a través de Elfos que nunca tuvieron relación directa con los Valar y a través de Hombres que adquirieron «conocimiento» de los Elfos, pero que tenían sus propios mitos y leyendas cosmogónicas, además de conjeturas astronómicas. No obstante, nada hay en ellas que contradiga las presentes nociones humanas acerca del Sistema Solar y su tamaño y posición relativos al Universo. Debe recordarse, sin embargo, que de esto no se desprende necesariamente que la «Información Veraz» concerniente a Arda (como la que los antiguos Eldar podrían haber recibido de los Valar) debe concordar con las actuales teorías humanas. Además, los Eldar (y los Valar) no se sentían sobrecogidos ni aun impresionados ante las nociones de tamaño y distancia. Su interés, que coincide con el interés del Silmarillion y todos los asuntos relacionados, puede definirse como «dramático». Los lugares o mundos eran interesantes o significativos debido a lo que ocurría en ellos.
Este es en verdad el caso de las tradiciones élficas según las cuales el lugar más importante de Arda era la Tierra (Imbar «la Morada»),[259] como escenario del Drama de la guerra de los Valar y los Hijos de Eru contra Melkor; en consecuencia, utilizado sin precisión, el término Arda parece a menudo referirse a la Tierra; además, desde este punto de vista la función del Sistema Solar era posibilitar la existencia de Imbar. En cuanto a la relación de Arda con Eä, la afirmación de que los principales Ainur demiúrgicos (los Valar), incluyendo el que en el principio era el más grande de todos, Melkor, habían instalado su «residencia» en Arda[260] ya desde su creación, implica también que a pesar de su insignificancia Arda era dramáticamente el lugar más importante de Eä.
Estas ideas no son matemáticas o astronómicas, ni siquiera biológicas, y en consecuencia no ha de pensarse que contradecirán necesariamente las teorías de nuestras ciencias físicas. No podemos afirmar que en otro lugar de Eä «debe» haber otros sistemas solares «similares» a Arda, y aún menos que, si los hay, en todos o alguno de ellos existe un equivalente a Imbar. [387] Ni siquiera podemos afirmar que estas cosas son muy «probables» matemáticamente. Pero aun si la presencia en cualquier otro lugar de Eä de «vida» biológica fuera demostrable, eso no invalidaría la creencia de los Elfos de que Arda (al menos mientras dure) constituye el punto central dramáticamente hablando. La demostración de la existencia en otro lugar de Encarnados, semejantes a los Hijos de Eru, modificaría el cuadro, como es natural, pero no lo invalidaría. Probablemente la respuesta de los Elfos sería: «Bueno, ésa es otra Historia. No es nuestra Historia. Sin duda Eru puede originar más de una. No todo está anunciado en la Ainulindalë; o quizás en la Ainulindalë haya cosas que nosotros no conocemos; otros dramas, de naturaleza similar pero con desarrollo y final diferentes, pueden haberse desarrollado en Ëa, o quizá se desarrollen todavía». No obstante, añadirían sin duda: «Pero no ahora. Actualmente el tema principal de Eä es el drama de Arda». De hecho es evidente que según la tradición élfica el Drama de Arda es único. En el presente no podemos decir que no sea cierto.
Por supuesto, los Elfos estaban interesados principal y profundamente (más que los Hombres) en Arda, y en Imbar en particular. Al parecer sostenían que el Universo físico, Eä, tuvo un principio y tendría un final: que estaba limitado y era finito en todas las dimensiones. En verdad pensaban que todas las cosas o «creaciones», es decir, construidas (aunque simple e inicialmente) con la «materia» básica que ellos llamaban erma,[261] no eran eternas dentro de Eä. Por tanto sentían gran interés por «El Fin de Arda». Se sabían a sí mismos limitados dentro de Arda; no obstante, al parecer ignoraban la longitud de su existencia. Posiblemente los Valar lo ignoraban. Lo más probable es que no fueran informados por deseo o propósito de Eru, que en la tradición élfica pide dos cosas de Sus Hijos (de ambos Linajes): fe en Él, y a partir de ella, esperanza o confianza en Él (que los Eldar llaman estel).
Pero en cualquier caso, tanto si se predijo en la Música como si no, Eru podía causar el Fin en cualquier momento mediante intervención suya, de modo que no era posible predecirlo con certeza. (Una intervención menor de este tipo, a modo de predicción, fue la catástrofe en la que Númenor fue arrasada y la residencia física de los Valar en Imbar llegó a su fin.) En verdad [388] los Elfos concebían el Fin como una catástrofe. No creían que Arda (o en cualquier caso Imbar) se reduciría simplemente a una inanición sin vida. No obstante, no expresaron esta idea en mito o leyenda alguna. Véase Nota 7.
Nota 3
En la tradición élfica la reencarnación era un permiso especial otorgado por Eru a Manwë cuando éste Lo consultó en la época del debate acerca de Finwë y Míriel.[262] (Míriel «murió» en Aman al negarse a seguir viviendo en el cuerpo, y así hizo surgir la cuestión entera de la separación innatural de un fea élfico y su hröa, y de la pérdida de los Elfos que seguían con vida: Finwë, su esposo, se quedó solo.) Los Valar, o Mandos como portavoz de sus mandatos y en muchos casos su ejecutor, recibieron el poder de convocar, con completa autoridad, a todos los fëar sin hogar de los Elfos a Mandos. Allí se les ofrecía la alternativa de seguir sin hogar o (si así lo deseaban) de ser realojados en la misma forma y cuerpo que tenían antes.[263] No obstante, normalmente debían permanecer en Aman.[264] Por tanto, si vivían en la Tierra Media, la pérdida que habían sufrido de amigos y parientes, y la pérdida que habían sufrido éstos, no se remediaba. La muerte no era curada por completo. Pero tal como advirtió Andreth, su certeza acerca del futuro inmediato posterior a la muerte y el conocimiento de que al menos podrían, si ése era su deseo, hacer cosas y continuar su experiencia en Arda como encarnados, hacía que para los Elfos la muerte fuera algo por completo diferente de la muerte tal como la veían los Hombres.
Se les permitía elegir porque Eru no quiso que fueran despojados de su libre voluntad. Del mismo modo, los fëar sin hogar eran convocados, no llevados, a Mandos. Podían rechazar el llamamiento, pero esto implicaba que estaban manchados de algún modo, o de lo contrario no desearían rechazar la autoridad de Mandos: el rechazo tenía graves consecuencias, pues surgía inevitablemente de la rebelión contra la autoridad.
«Normalmente permanecían en Aman», simplemente porque al ser realojados volvían a tener un cuerpo físico y por tanto el regreso a la Tierra Media era muy difícil y peligroso. Además, [389] en el periodo en que los Noldor estuvieron exiliados los Valar habían interrumpido para entonces toda comunicación (por medios físicos) entre Aman y la Tierra Media. Por supuesto, los Valar podrían haber dispuesto un medio para el traslado, si hubiera habido una razón suficientemente importante. La pérdida de amigos y parientes no se consideraba, al parecer, razón suficiente. Probablemente por mandato de Eru. En cualquier caso, en lo que concierne a los Noldor, éstos, como pueblo, habían desdeñado la gracia al abandonar Aman exigiendo libertad absoluta para ser sus propios amos, hacerle la guerra a Melkor con su propio valor y sin ayuda alguna, y enfrentarse a la muerte y sus consecuencias. El único caso de un arreglo especial registrado en las Historias es el de Beren y Lúthien. Beren fue asesinado poco después de su boda, y Lúthien murió de dolor. Ambos fueron realojados y enviados de vuelta a Beleriand; pero ambos pasaron a ser «mortales» y murieron después según la vida normal de los Hombres. Las razones de este hecho, que debió realizarse con permiso expreso de Eru, no se vieron del todo hasta más adelante, pero eran en verdad de una importancia única. El dolor de Lúthien era tan grande que según los Eldar conmovió al mismo Mandos el Inamovible. Beren y Lúthien habían llevado a cabo juntos la mayor de todas las hazañas contra Melkor: la recuperación de uno de los Silmarils. Lúthien no era de los Noldor, sino hija de Thingol (de los Teleri), y su madre Melian era «divina», una mata (uno de los miembros menores de la raza de espíritus de los Valar). Así pues, gracias a la unión de Lúthien y Beren, que su regreso hizo posible, las razas «divina» y élfica se mezclaron con la de los Hombres, vinculando la Humanidad y el Antiguo Mundo tras la instauración del Dominio de los Hombres.
Nota 4
Tarde o temprano: porque los Elfos creían que los fëar de los Hombres muertos también iban a Mandos (sin posibilidad de elección: ellos no tenían libre voluntad en relación a la muerte). Allí esperaban hasta que eran entregados a Eru. La verdad de esto no está confirmada. A ningún hombre vivo se le permitió [390] ir a Aman. Ningún fëa de un hombre muerto volvió a la vida en la Tierra Media. De todas estas afirmaciones y decretos siempre hay algunas excepciones (debido a la «libertad de Eru»). Eärendil llegó a Aman, aun en el tiempo de la Prohibición; pero llevaba el Silmaril recuperado por su antepasada, Lúthien,[265] y era un «medio elfo»: no se le permitió volver a la Tierra Media. Beren regresó a la vida real, durante un breve tiempo; pero de hecho no volvió a ser visto por ningún hombre vivo.
Todos los Elfos que se quedaron en la Tierra Media tras la caída de Morgoth en Angband tenían permitido viajar «allende del mar» a Eressea (una isla a la vista de Aman), y de hecho eran incitados a hacerlo. Esta fue la verdadera señal del Dominio de los Hombres, aunque hubo (según nuestro punto de vista) un largo periodo crepuscular entre la caída de Morgoth y la derrota final de Sauron: duró exactamente las Edades Segunda y Tercera. Pero al final de la Segunda Edad sobrevino la Gran Catástrofe (mediante una intervención de Eru que en verdad presagiaba el Fin de Arda): la aniquilación de Númenor, y la «eliminación» de Aman del mundo físico. El viaje «allende del mar», por tanto, de Mortales después de la Catástrofe —que se registra en El Señor de los Anillos— no es exactamente lo mismo. En cualquier caso, se trató de una gracia especial. Una oportunidad de morir de acuerdo con el plan original para los no caídos: fueron a un estado en el que podían adquirir mayores conocimientos y paz mental, y al estar curados de todas las heridas de cuerpo y mente, podían al fin entregarse a sí mismos: morir por propia voluntad, e incluso por deseo, en estel Algo que Aragorn alcanzó sin semejante ayuda.
Nota 5
De este modo eran capaces de esfuerzos físicos mucho mayores y duraderos (cuando perseguían algún propósito dominante de la mente) sin fatigarse; no estaban sometidos a enfermedad, sanaban de prisa y por completo de heridas que habrían sido fatales para los Hombres y podían soportar gran dolor físico durante mucho tiempo. No obstante, sus cuerpos no podían sobrevivir a heridas fatales o a ataques violentos a su estructura; [391] tampoco podían reemplazar miembros perdidos (tales que una mano cortada). Por otro lado, los Elfos podían morir, y morían, por voluntad propia; por ejemplo, debido a una gran aflicción o pérdida, o a la frustración de sus deseos y propósitos dominantes, Esta muerte voluntaria no se consideraba maligna, sino que era una falta que implicaba algún defecto o mancha del fëa, y a aquellos que acudían a Mandos mediante esta vía podía negárseles el regreso a la vida encarnada.
Nota 6
Porque los Valar no lo sabían; o porque no querían decirlo. Véase Nota 2 [quinto párrafo].
Nota 7
Véase Nota 2. Los Elfos pensaban que el Fin de Arda sería una catástrofe. Creían que se produciría mediante la disolución de toda la estructura de Imbar, si no del sistema entero. El Fin de Arda no es, por supuesto, lo mismo que el fin de Eä. Sobre éste sostenían que no se podía saber nada, excepto que Eä era finita en última instancia. Resulta remarcable que los Elfos no tuvieran ningún mito o leyenda en que apareciera el fin del mundo. El mito que se da al final del Silmarillion es de origen Númenóreano;[266] no hay duda de que procede de los Hombres, aunque éstos conocían la tradición élfica. Todas las tradiciones élficas se presentan como «historias», o como relatos de lo que antaño fue.
Estamos tratando el pensamiento élfico en una época temprana, cuando los Eldar eran todavía completamente «físicos» en forma corpórea. Mucho después, cuando el proceso (ya intuido por Finrod) llamado «mengua» o «marchitamiento» se había hecho más efectivo, sus opiniones acerca del Fin de Arda, en lo que a ellos concernía, debieron de cambiar. No obstante, hay pocos registros de contactos entre el pensamiento élfico y el humano en esos días posteriores. Es posible que entonces se alojaran, si así puede llamarse, no en un hröar verdaderamente [392] visible y tangible, sino sólo en el recuerdo del fëa de su forma corpórea, y su deseo de ella; por tanto, para la mera existencia no dependen de la materia de Arda.[267] No obstante, al parecer sostenían, y sostienen aún, que el deseo por el hröa muestra que su posterior (y presente) condición no es natural en ellos, y conservan la estel de que Eru la remedie. «No natural», tanto si sólo se debe, tal como antes pensaban, al debilitamiento del hröa (motivado por la merma que Melkor introdujo en la sustancia de Arda, de la que debe alimentarse), como si en parte se debe también a los inevitables efectos de un fëa dominante sobre un hröa material durante muchas edades. (En este último caso, «natural» sólo puede referirse a un estado ideal, en el que la materia inmaculada puede alojar para siempre a un fëa perfectamente adaptado. No puede referirse al propósito real de Eru, puesto que los Temas de los Hijos se introdujeron después de que Melkor levantara las discordancias. La «mengua» de los hröar élficos debe por tanto formar parte de la Historia de Arda que ideó Eru, y al modo en que los Elfos debían abrir camino al Dominio de los Hombres. Los Elfos consideran que su suplantación por los Hombres es un misterio, y una causa de pesar; pues dicen que los Hombres, habiendo sido gobernados por la maldad de Melkor durante tanto tiempo, sienten cada vez menos amor por Arda en sí misma, y le ocasionan grandes daños en sus intentos por dominarla. Todavía creen que Eru sanará todos los males de Arda mediante los Hombres o con ellos; pero el papel principal de los Elfos en la curación o redención será la restauración del amor por Arda, a la que ayudará el recuerdo que tienen del Pasado y la comprensión de lo que podría haber sido. Arda, dicen, será destruida por los Hombres malvados (o por la maldad de los Hombres); pero sanada por la bondad de los Hombres. Los Elfos contrarrestarán la maldad, la falta de amor dominante. Con la santidad de los Hombres buenos —su devoción directa hacia Eru, antes y por sobre todas las obras de Eru— los Elfos pueden ser liberados del último de sus pesares: la tristeza; la tristeza que siempre ocasiona el amor, aun desinteresado, por cualquier cosa inferior a Eru.)
[393]
Nota 8
Deseo. Los Elfos insistían en que los «anhelos», especialmente los anhelos fundamentales aquí tratados, debían considerarse como indicios de la verdadera naturaleza de los Encarnados, y de la dirección que debía seguirse para alcanzar la plenitud de su naturaleza inmaculada. Distinguían el anhelo del fëa (percepción de la falta de algo correcto o necesario, que lleva al anhelo o a la esperanza de él); el deseo, o deseo personal (la sensación de la falta de algo que afecta principalmente a uno mismo y que puede tener poco o nada que ver con la rectitud general de las cosas); la ilusión, la negativa a reconocer que las cosas no son lo que deberían ser, que lleva a la falsa idea de que son como uno desearía que fueran, cuando no es el caso. (Esto último podría llamarse ahora «espejismo», con razón; no obstante, los Elfos dirían que no es legítimo aplicar este término a los primeros. El último puede desmentirse en referencia a los hechos. Los primeros no. A menos que la deseabilidad se considere siempre ilusoria, y la sola base de la esperanza de curación. Sin embargo, a menudo es posible demostrar la razón de los anhelos del fëa mediante argumentos independientes de los deseos personales. El hecho de que concuerden con el «anhelo», o aun con el deseo personal, no los invalida. De hecho los Elfos creían que el «alivio del corazón» o el «estremecimiento de alegría» (a los que se referían a menudo) que podían acompañar a la escucha de una proposición o un argumento, no constituye un indicio de su falsedad, sino del reconocimiento por parte del fëa de que se encuentra en el camino de la verdad.)
Nota 9
Es probable que de hecho Andreth no quisiera decir más. En parte debido a una especie de lealtad que impedía a los Hombres revelar a los Elfos todo lo que sabían acerca de la oscuridad de su pasado; en parte porque se viera incapaz de decidir entre las contradictorias tradiciones humanas. En otras recensiones más extensas de la Athrabeth, sin duda editadas bajo influencia númenóreana, dio una respuesta más precisa. Algunas eran [394] muy breves, otras más extensas. Todas concuerdan, no obstante, en que la causa del desastre fue la aceptación por parte de los Hombres de Melkor como Rey (o Rey y Dios). En una versión de la leyenda completa (resumida en escala temporal) se dice expresamente que se trata de una tradición númenóreana, pues Andreth dice: Esta es la Historia que me contó Adanel, de la Casa de Hador. Los Númenóreanos, al igual que la mayor parte de sus tradiciones no élficas, procedían en gran parte del Pueblo de Marach, cuyos caudillos eran de la Casa de Hador.[268] La leyenda guarda cierto parecido con las tradiciones númenóreanas acerca del papel de Sauron en la caída de Númenor. Sin embargo, esto no demuestra que sea una obra por completo ficticia de los días posteriores a la caída. No hay duda alguna de que procede sobre todo de los conocimientos reales del Pueblo de Marach, muy distintos de la Athrabeth. [Nota añadida: Nada de esto prueba la «verdad», histórica o no, de la historia.] Es lógico e inevitable que las maquinaciones de Sauron fueran similares o copiaran a las de su amo. Que un pueblo en posesión de esa leyenda o tradición fuera posteriormente engañado por Sauron es triste pero, teniendo en cuenta la historia humana en general, no resulta increíble. De hecho, si los peces tuvieran conocimientos de peces y peces Sabios, es probable que el trabajo de los pescadores apenas se viera estorbado.[269]
La «Historia de Adanel» está adjunta [pp. 395-399].
Nota 10
La «Materia» no se considera maligna o contraria al «Espíritu». La Materia era en su origen completamente buena. Seguía siendo una «obra de Eru» y en gran parte buena, e incluso autocurativa, cuando no sufría daño alguno: es decir, cuando el talento maligno impuesto por Melkor no era despertado y utilizado deliberadamente por las mentes malignas. Melkor había concentrado su atención en la «materia» porque los espíritus sólo podían dominarse completamente mediante el miedo; y resultaba muy fácil utilizar el miedo a través de la materia (sobre todo en el caso de los Encarnados, a quienes más deseaba someter). Por ejemplo, por miedo a que las cosas materiales [395] amadas fueran destruidas, o el miedo (en los Encarnados) de que sus cuerpos resultaran heridos. (Melkor también utilizó y pervirtió para sus propósitos el «miedo de Era», comprendido completa o vagamente. Pero esto era más difícil y peligroso y requería una astucia mayor. Los espíritus menores podían ser tentados por el amor y admiración que suscitaba Melkor o sus poderes, y así conducidos en última instancia a una postura de rebelión contra Era. El miedo que sentían por Él podía entonces oscurecerse, de modo que tomaran a Melkor como capitán y protector, y por último estuvieran demasiado aterrorizados como para volver a guardar fidelidad a Eru, aun después de descubrir a Melkor y de haber empezado a odiarlo.)
Nota 11
De hecho esto se atisba en la Ainulindalë, en la que se menciona la «Llama Imperecedera». Al parecer se refiere a la actividad Creadora de Era (en cierto sentido distinta de Él o de Su interior), mediante la cual las cosas podían recibir una existencia «real» e independiente (aunque derivada y creada). Era envía la Llama Imperecedera para que more en el corazón del mundo, y entonces el mundo Es, en el mismo plano que los Ainur, y pueden entrar en él. Sin embargo, esto no es lo mismo, por supuesto, que el regreso de Era para vencer a Melkor. Se refiere más bien al misterio de la «autoría», mediante el cual el autor, aun permaneciendo «fuera» e independiente de su obra, también «habita» en ella, en un plano derivado inferior a su propio ser, como fuente y garantía de la existencia de la obra.
[La «Historia de Adanel»]
Entonces Andreth, a instancias de Finrod, dijo al fin: —Ésta es la historia que me contó Adanel, de la Casa de Hador.
Algunos dicen que el Desastre tuvo lugar al principio de la historia de nuestro pueblo, antes de que ninguno hubiera muerto aún. La Voz nos había hablado, y nosotros la habíamos [396] escuchado. La Voz dijo: «Sois mis hijos. Os he enviado para que moréis aquí. Con el tiempo heredaréis toda esta Tierra, pero primero debéis ser niños y aprender. Llamadme y yo os oiré, porque velo por vosotros».
Comprendíamos la Voz con el corazón, aunque aún no teníamos palabras. Se nos despertó entonces el deseo de las palabras, y empezamos a hacerlas. Pero éramos pocos, y el mundo era amplio y extraño. Aunque grande era el deseo de comprender, aprender resultaba difícil y la hechura de palabras lenta.
En ese entonces llamábamos a menudo y la Voz respondía. Pero rara vez respondía nuestras preguntas, diciendo sólo: «Buscad primero la respuesta en vosotros mismos. Pues tendréis alegría al encontrarla, y de ese modo abandonaréis la infancia y os haréis sabios. No intentéis dejar la infancia antes de tiempo».
Pero nosotros teníamos prisa, y deseábamos ordenar las cosas según nuestra voluntad; y las formas de muchas cosas que deseábamos hacer despertaron en nuestras mentes. Por tanto cada vez le hablábamos menos a la Voz.
Apareció entonces alguien entre nosotros, en nuestra propia forma visible, pero más grande y hermoso, diciendo que había acudido por compasión. «El mundo está lleno de riquezas maravillosas que el conocimiento puede revelar. Podríais tener alimentos más abundantes y deliciosos que las minucias que coméis ahora. Podríais tener cómodas moradas donde guardar la luz y expulsar la noche. Podríais vestiros aun como yo.»
Lo miramos entonces y he aquí que estaba vestido con galas que brillaban como la plata y el oro, y llevaba una corona en la cabeza, y gemas en los cabellos. «Si queréis ser como yo —dijo—, os enseñaré.» Entonces lo tomamos como maestro.
No era tan rápido como habríamos deseado en enseñamos cómo encontrar o hacer nosotros mismos las cosas que deseábamos, aunque nos había despertado muchos deseos en los corazones. Pero si alguien dudaba o se impacientaba traía y nos mostraba todo cuanto deseábamos. «Soy el Dador de Regalos —decía—; y los regalos nunca faltarán mientras confiéis en mí.»
Por tanto lo reverenciábamos, y nos esclavizó; dependíamos de sus regalos, temerosos de volver a la vida en que estaban ausentes y que ahora nos parecía pobre y dura. Y creíamos todo [397] cuanto nos enseñaba. Porque queríamos saber acerca del mundo y su existencia: acerca de las bestias y las aves, y las plantas que crecían en la Tierra; acerca de nuestra propia creación; y acerca de las luces del cielo, y las estrellas innumerables, y lo Oscuro en que estaban puestas.
Todas sus enseñanzas parecían buenas, pues tenía grandes conocimientos. Pero hablaba cada vez más de lo Oscuro. «Más grande que todo es lo Oscuro —decía—, porque no tiene límites. Procede de lo Oscuro, pero yo soy Su amo. Porque he hecho la Luz. Hice el Sol y la Luna y las estrellas innumerables. Yo os protegeré de lo Oscuro, que de otro modo os devoraría.»
Le hablamos entonces de la Voz. Pero su rostro se hizo terrible; pues estaba furioso. «¡Estúpidos! —dijo—. Era la Voz de lo Oscuro. Desea manteneros alejados de mí, porque tiene hambre de vosotros.»
Partió entonces, y no lo vimos durante un largo tiempo, y sin sus regalos éramos pobres. Y llegó un día en que de repente la luz del Sol empezó a menguar, hasta que desapareció y una gran sombra cayó sobre el mundo; y todas las bestias y aves tuvieron miedo. Entonces regresó, caminando a través de la sombra como un fuego brillante.
Nos postramos ante él. «Algunos de vosotros todavía escuchan a la Voz de lo Oscuro —dijo—, y por tanto se está aproximando. ¡Escoged ahora! Podéis tener a lo Oscuro como Señor, no podéis tenerme a Mí. Pero si no Me tomáis como Señor y juráis servirme partiré y os abandonaré; porque tengo otros reinos y moradas, y no necesito la Tierra, ni a vosotros.»
Con miedo hablaron entonces nuestros caudillos, diciendo:
—Tú eres el Señor; sólo a Ti serviremos. Renunciamos a la Voz y no volveremos a escucharla.
—¡Qué así sea! —dijo él—. Ahora construidme un hogar en un lugar elevado y llamadlo la Casa del Señor. Allí iré cuando quiera. Allí Me llamaréis y Me haréis vuestras peticiones.
Y cuando hubimos construido una gran casa, vino y se irguió ante el alto trono, y la casa estaba iluminada como con fuego. «Ahora —dijo—, que se adelante todo aquel que todavía escuche a la Voz.»
Algunos había, pero por miedo permanecieron quietos y en silencio. «¡Inclinaos entonces ante Mí y reconoced Mi soberanía!», [398] dijo. Y todos se postraron ante él, diciendo: «Tú eres el Único Grande, y Te pertenecemos.»
En seguida subió como en una gran llama y humo y el calor nos quemó. Pero de repente había desaparecido, y estaba más oscuro que la noche; y huimos de la Casa.
Después de aquello siempre íbamos con gran miedo de lo Oscuro; pero rara vez volvió él a aparecer entre nosotros en una forma hermosa, y traía pocos regalos. Si en caso de extrema necesidad acudíamos a la Casa y le rogábamos que nos ayudara, su voz nos decía lo que debíamos hacer. Pero ahora siempre nos ordenaba hacer algo, o a entregarle algún regalo, antes de escuchar nuestro ruego; y cada vez nos exigía cosas peores y nos daba menos regalos.
Nunca volvimos a oír la primera Voz, salvo una vez. En la quietud de la noche nos habló, diciendo: «Habéis renegado de Mí, pero seguís siendo Míos. Yo os di la vida. Ahora se acortará, y cada uno de vosotros acudirá a Mí tras un breve tiempo, y sabrá quién es el Señor: si aquel a quien adoráis, o Yo, que os hice.»
Aumentó entonces nuestro miedo por lo Oscuro; porque creíamos que la Voz venía de la Oscuridad que había detrás de las estrellas. Y algunos de nosotros empezamos a morir con horror y angustia, temerosos de ir a lo Oscuro. Pedimos entonces al Amo que nos librara de la muerte, y no respondió. Pero cuando fuimos a la Casa y todos nos postramos allí, acudió al fin, grande y majestuoso, pero había crueldad y orgullo en su rostro.
«Ahora sois Míos y debéis hacer Mi voluntad —dijo—. No me preocupa que algunos de vosotros muráis para apaciguar el hambre de lo Oscuro; pues de otro modo pronto serías demasiados, arrastrándoos como el hielo sobre la superficie de la Tierra. Pero si no hacéis Mi voluntad sentiréis Mi furia y moriréis antes, porque yo os mataré.»
Después sufrimos enormemente de agotamiento, hambre y enfermedades; y la Tierra y todas las cosas que habitaban en ella se volvieron contra nosotros. El Fuego y el Agua se nos rebelaron. Las aves y bestias nos esquivaban, o nos atacaban si eran fuertes. Las plantas nos daban veneno; y temíamos a las sombras bajo los árboles. [399]
Añoramos entonces la vida tal como era antes de la llegada del Amo; y lo odiamos, pero lo temíamos tanto como a lo Oscuro. Y hacíamos lo que nos pedía, y más de lo que nos pedía: pues cualquier cosa que pensáramos que lo complacería, por maligno que fuera, lo hacíamos con la esperanza de que él suavizaría nuestros pesares, y que por lo menos no nos mataría.
Para la mayoría de nosotros fue en vano. Pero a algunos empezó a demostrarles su favor: a los más fuertes y crueles, y a aquellos que iban más a menudo a la Casa. Y les daba regalos y conocimientos que ellos guardaban en secreto; y se hicieron poderosos y altivos, y nos esclavizaron, de modo que no teníamos descanso del trabajo entre nuestros pesares.
Hubo entonces algunos de entre nosotros que hablaron abiertamente en su desesperación: «Ahora sabemos al fin quién mentía y quién deseaba devorarnos. La Oscuridad no era la primera Voz, sino el Amo que hemos tomado; y no provenía de ella, como dijo, sino que mora allí. ¡Ya no le serviremos más! Él es nuestro Enemigo».
Entonces, temerosos de que los oyera y nos castigara a todos, los matamos, cuando nos fue posible; y los que huyeron fueron perseguidos; y cuando capturábamos a alguno, nuestros amos, los amigos de él, ordenaban que lo llevaran a la Casa y allí le dieran muerte con fuego. Eso le causaba gran placer, decían sus amigos; y de hecho durante un tiempo pareció que nuestros pesares se aligeraban.
Pero se dice que hubo unos pocos que escaparon de nosotros, y se fueron lejos, a países lejanos. Sin embargo, no escaparon de la ira de la Voz; porque habían construido la Casa y se habían postrado en ella. Y al fin llegaron al final de la tierra y a las orillas del agua infranqueable; y he aquí que el Enemigo estaba allí, delante de ellos.
Junto con los papeles de la Athrabeth hay un Glosario (tal como lo llamó mi padre), un breve índice de nombres y términos con definiciones y algunos datos terminológicos. Se limita a la Athrabeth misma, y debido a la naturaleza de la obra no es muy extenso, pero faltan unas pocas palabras (como Athrabeth, Andreth, y algunos nombres del pueblo de Bëor). Escrito en el manuscrito, es posterior a los textos mecanografiados amanuenses de la Athrabeth que se basaron en el manuscrito [400] corregido, como se ve en la entrada Mirróanwi (véase p. 374, nota 237). Parece extraño que mi padre lo escribiera, teniendo en cuenta que la mayor parte de las definiciones o explicaciones serían innecesarias para cualquiera que haya leído El Silmarillion, y que añadido a las concepciones fundamentales que aparecen en el Comentario puede indicar que lo concibió como obra independiente; sin embargo, en uno de los trozos de periódico de los papeles de la Athrabeth (p. 376) apuntó que constituiría la última parte de un Apéndice (de El Silmarillion).
La mayor parte de la información que aquí aparece se encuentra ya en otro lugar, y sólo doy una selección de las entradas, enteras o fragmentadas, con cambios de muy poca importancia para facilitar su comprensión.
Adaneth sindarin, «mujer, mujer mortal».
Arda «reino», es decir, el «reino de Manwë». El «Sistema Solar», o la Tierra como punto central del drama, como escenario de la guerra de los «Hijos de Eru» contra Melkor.
Edennil (quenya Atandil) «que ama a los Atani, los Hombres»; nombre de Finrod.
[Extraído de la entrada Eldar:] Pero de hecho sólo una parte de los Eldar llegó a Aman. Gran parte de la Tercera Hueste (Lindar «Cantores», también llamados Teleri «Los de detrás») se quedó en el Oeste de la Tierra Media. Son los Sindar «Elfos Grises»… Los Elfos que estaban o que moraron alguna vez en Aman eran llamados Altos Elfos (Tareldar).[270]
fëa «espíritu»: el «espíritu» particular que pertenece a cualquiera de los hröa de los Encarnados y «se aloja» en él. Corresponde, aproximadamente, al «alma»; y a la «mente», cuando se intenta distinguir entre mentalidad, y los procesos mentales de los Encarnados, condicionados y limitados por la cooperación de los órganos físicos del hröa. Así pues, constituía el impulso y la capacidad de pensar del ser (aparte de la experiencia): la indagación y la reflexión, como algo distinto de los medios de la adquisición de datos. Tenía conciencia y sabía de su existencia: no obstante, en los Encarnados la existencia incluía al hröa. Los Eldar decían que el fëa conservaba huella o recuerdo del hröa y de todas las experiencias conjuntas de sí mismo y su cuerpo. (El quenya fëa (bisílabo) procede del antiguo *phaya. El sindarin faer, con el mismo significado, corresponde al quenya fairë «espíritu (en general)», como opuesto de materia (erma) o «carne» (hrávë).)
Finarphin / Finarfin [el nombre aparece escrito en ambas formas alternativamente] [401]
hröa Véase fëa. (La forma quenya procede del antiguo *srawa. La forma sindarin de hröa y de hrávë (sráwë) era rhaw: cf. Mirróanwi.) Mandos [extracto] (El nombre Mandos (raíz mandost) significa aproximadamente «castillo de custodia»: de mbando «custodia», y osto «fortaleza o construcción o lugar fortificado». La forma sindarin de mbando, quenya mando, era band, que aparece en Angband «prisión de hierro», el nombre de la morada de Morgoth, quenya Angamando.)
Melkor (también Melko) [extracto] (Melkor, forma anterior Melkórë, probablemente significa «ascensión de poder», es decir, «alzamiento de poder»; Melko simplemente «el Poderoso».)[271]
Mirróanwi Encarnados; aquellos (espíritus) «que han recibido carne»; cf. hröa. (De *mi-srawanwe).
Ñoldor El nombre significa «maestros del saber» o aquellos que aman especialmente el conocimiento. (La forma más antigua era ngolodo, quenya noldo, sindarin golodh. en la transcripción ñ = la letra fëanoriana para la nasal velar, la ng de fango.)[272] La palabra quenya ñólë significaba «saber, conocimiento», pero su equivalente sindarin, gûl, debido a su uso frecuente en combinaciones tales que morgul (cf. Minas Morgul en El Señor de los Anillos) sólo se utilizaba para el conocimiento maligno o pervertido, la necromancia, la hechicería. Esta palabra, gûl, también se utilizaba en la lengua de Mordor.
Valar [extracto] (El nombre) significa «los que tienen poder, los Poderosos». No obstante, una traducción más exacta sería «las Autoridades». El «poder» de los Valar residía en la «autoridad» que les había concedido Eru. Tenían «poder» suficiente para ejercer sus funciones; es decir, un poder grande y divino sobre la estructura física del Universo, y un conocimiento de ella, y la comprensión de los propósitos de Eru. No obstante, no se les permitía utilizar la fuerza sobre los Hijos de Eru. La raíz melk-[273] (que aparece en Melkor) significa por otra parte «poder» en el sentido de «fuerza».
He mencionado (p. 347) la existencia de borradores originales para la Athrabeth. El principal de ellos se encuentra en un pequeño conjunto de papeles provenientes de documentos del Merton College de 1955, escritos muy rápidamente a bolígrafo; no obstante, es evidente que mi padre se basaba en un texto anterior que no se ha conservado y que no podía leer en todos los puntos: hay palabras marcadas con interrogantes, puntos en lugar de frases ausentes (algunas de las cuales escribió dudosamente después), y algunas oraciones parecen incorrectas. Este borrador, que llamaré «A», corresponde a la sección [402] del texto final desde las palabras de Finrod «Pero qué hemos de pensar entonces de la unión que se da en el Hombre» en p. 363 hasta «entonces Eru debe venir a derrotarlo» en p. 369; sin embargo, en algunos aspectos son completamente distintos. Doy aquí dos extractos como ejemplo. El primero retoma la pregunta de Finrod (p. 364) «¿O hay en algún otro lugar un mundo donde todas las cosas que vemos, todas las cosas que Elfos y Hombres conocen, sean sólo símbolos o recuerdos?»:
—En ese caso se encuentra en la mente de Eru —dijo Andreth—. Pero de tales preguntas no tengo respuesta. Esto es lo único que puedo decir: que entre nosotros algunos sostienen que nuestra tarea aquí era sanar la Mácula de Arda, y haciendo que el hröa participe en la vida del fëa ponerlo fuera del alcance de toda mancha de Melkor o de cualquier otro espíritu maligno para siempre. Pero esa «Arda Curada» (o Rehecha) no será la «Arda Inmaculada», sino una tercera cosa más grande. Y esa tercera cosa quizá se encuentre en la mente de Eru, y en su respuesta. Me habéis hablado de la Música y habéis conversado con los Valar que estuvieron presentes en su creación cuando empezó el mundo. ¿Oyeron ellos el final de la Música? ¿O acaso había algo más allá de los coros finales de Eru que los Valar, sobrecogidos, no oyeron? O quizá, repito, siendo Eru libre para siempre, no hizo El ninguna música y no mostró la Visión más allá de cierto punto. Más allá de ese punto (que ni Valar ni Eldar . . .) no podemos saber o conocer, hasta que, cada uno por nuestro propio camino, lleguemos allí.
—¿En qué se demuestra la maldad de Melkor?
Es un asunto oscuro. Saelon (es decir, Andreth)[274] tiene poco que decir. —Algunos Hombres dicen que blasfemó de Eru y negó Su existencia, o Su poder, y que nuestros padres asintieron y tomaron a Melkor como Señor y Dios; y que así nuestros fëar negaron su naturaleza verdadera, y se oscurecieron y debilitaron hasta casi la muerte (si eso es posible para los fëar). Y debido a la debilidad de los fëar los hröar perdieron la salud y se abrieron a todos los males y desórdenes del mundo. Y otros dicen que el mismo Eru habló airado, diciendo: «Si la Oscuridad es vuestro Dios, poca Luz tendréis aquí, sino que la abandonaréis pronto y acudiréis ante Mí, para saber quién miente: si Melkor o Yo, que lo hice».[275]
El emplazamiento del segundo pasaje corresponde al que empieza con las palabras de Andreth en el texto final (p. 368) «Dormidos o despiertos, no dicen nada con claridad»: [403]
… Algunos dicen que… Eru encontrará un modo para curar tanto a nuestros padres, a nosotros mismos y a los que vengan después. Pero de cómo llegará a ocurrir, o qué tipo de existencia nos conducirá esa curación, sólo aquellos de la Esperanza (como los llamamos) pueden hacer conjeturas; nadie puede afirmar nada con claridad.
»Pero hay unos pocos de entre nosotros (entre los cuales me encuentro) que tienen la Gran Esperanza, como la llamamos, y creen que Su secreto procede de los días anteriores a nuestro daño. Esta es la Gran Esperanza: que Eru mismo entrará en Arda y curará a los Hombres y toda la Mácula.
—¡Pero eso es algo extraño! ¿Afirmáis haber conocido a Eru antes de que nos encontráramos? ¿Cuál es su nombre?
—Como entre vosotros, pero distinto sólo en la forma de sonido: El Único.
—Pero aún sobrepasa mi entendimiento —dijo Finrod—. Pues ¿cómo podría Eru entrar en algo que ha hecho si Él es infinitamente más grande? ¿Acaso puede el poeta entrar en su historia o el dibujante en sus dibujos?
—Ya está dentro, y fuera —dijo Saelon, aunque no del mismo modo.
—Sí, por cierto —dijo Finrod—, y de ese modo / en ese sentido Eru está en Arda. Pero decís que Eru entrará en Arda, que sin duda es otra cosa. ¿Cómo podría hacerlo, siendo infinitamente más grande? ¿No destrozaría Arda, o incluso Eä?
—Él podría encontrar una manera, no lo dudo —dijo Saelon—, aunque en verdad no puedo concebir cuál. Pero pienses lo que pienses, ésa es la Gran Esperanza de los Hombres. Y, hablando humildemente, no veo qué otra cosa se puede hacer; porque sin duda Eru no permitirá que Melkor triunfe ni abandonará su propia obra. Pero no se puede concebir algo más poderoso que Melkor, salvo Eru sólo. Por tanto, si no quiere entregar su obra a Melkor, que es . . . Eru debe venir a derrotarlo.
En este punto termina el borrador A. En el primero de estos pasajes se advierte que la amplia visión de Finrod en la versión final de la Athrabeth acerca de la «Arda Rehecha» que surge en su mente a partir de las palabras de Andreth, era originalmente una creencia sostenida por algunos Atani, y que es Andreth quien propone la idea de que esta visión no aparecía en la Música de los Ainur, o éstos no la advirtieron; por otra parte, Andreth se nombra a sí misma como una de aquellos que conservan «la Gran Esperanza», y al escepticismo por parte de Finrod de que Eru pudiera entrar en Arda aporta las mismas [404] respuestas especulativas que Finrod en el texto final. Así pues, parece que las ideas de mi padre acerca no sólo de la estructura y el curso de la «Conversación de Finrod y Andreth», sino de la naturaleza misma de las creencias de los primeros Hombres de Beleriand experimentaron una evolución crucial mientras trabajaba en la Athrabeth.
En una página aislada («B») escrita, al igual que el borrador A, en un documento del Merton College de 1955, se encuentra un interesante pasaje que no se utilizó en la versión final.
—¿Qué dice el saber de los Hombres acerca de la naturaleza de los Mirruyaina? —dijo Finrod—. ¿O qué sabéis vos, Andreth, que además conocéis en gran parte las enseñanzas de los Eldar?
—Los Hombres dicen varias cosas, sean Sabios o no —dijo Andreth—. Muchos sostienen que sólo hay una única cosa, el cuerpo, y que somos una de las bestias, aunque la última en llegar y la más inteligente. Pero otros creen que el cuerpo no lo es todo, sino que contiene alguna otra cosa. Pues a menudo hablamos del cuerpo como de una «casa» o «vestidura», y eso implica que algo mora en él, aunque no tenemos certeza alguna.[276]
»Entre mi pueblo los Hombres hablan sobre todo del “aliento” (o el “aliento de vida”), y dicen que si abandona la casa, los ojos videntes pueden verlo como espectro, una imagen sombría de la criatura viviente que fue.
—Eso no es más que una suposición —dijo Finrod—, y mucho tiempo atrás nosotros decíamos cosas similares, pero ahora sabemos que el Morador no es el «aliento»[277] (que es utilizado por el hröa), y que los ojos videntes no pueden ver a los sin hogar, sino que extraen del fëa interior una imagen que los que están sin hogar transmiten a los que sí lo tienen: el recuerdo de sí mismos.
—Quizá —dijo Andreth—. Pero entre el pueblo de Marach los Hombres hablan más bien del «fuego» o el «fuego del hogar», que calienta la casa y anima el calor del corazón, o el humo de la ira.
—Eso es otra suposición —dijo Finrod—, y también tiene algo de verdad, según creo.
—Sin duda —dijo Andreth—. Pero los que así hablan del «aliento» o del «fuego» no creen que sólo pertenezca a los Hombres, sino a todas las criaturas vivientes. Al igual que los Hombres tienen casas, pero las bestias tienen también su morada en agujeros o nidos, ambos tienen una vida interior que puede enfriarse o continuar.
—Entonces ¿en qué difieren los Hombres de las bestias según ese conocimiento? —dijo Finrod—. ¿Cómo pueden afirmar haber gozado de una vida indestructible? [405]
—Los Sabios han reflexionado sobre el tema —dijo Andreth—. Y entre ellos hay algunos que hablan más como los Eldar. Pero hablan más bien de tres cosas: la tierra, el fuego y el Morador. Que entienden como la materia de la que está construido el cuerpo, que a su vez es inerte y no crece ni experimenta cambio alguno; la vida que crece y se desarrolla; y el Morador, que allí habita y es amo tanto de la casa como del hogar… o lo era.
—Y no desea abandonarlos jamás, y antaño no tenía que hacerlo ¿no es así? ¿Fue entonces el Morador el que sufrió el daño? —dijo Finrod.
—No —dijo Andreth—. Es evidente que no fue él, sino el Hombre, el conjunto: casa, vida y amo.
—Pero el Amo debió de ser el agraviado (como decís), o hizo el mal (como yo supongo); pues la casa puede sufrir por la locura del Amo, pero es difícil que el Amo lo haga por los malos actos de la casa. Pero dejemos el tema, ya que no deseáis hablar de él. ¿Lo creéis vos?
—No es una creencia —dijo Andreth—. Porque nada sabemos con certeza acerca de la tierra, el crecimiento o el pensamiento, y quizá nunca lo sepamos; pues si fueron diseñados por el Único, sin duda siempre serán para nosotros un misterio indescifrable, por mucho que aprendamos. Pero se trata de una suposición cercana a la verdad, creo.
El texto acaba en este punto. Por último, hay otro trozo de papel aislado («C»), también extraído de un documento fechado en 1955, que dice así:
Interrogante: ¿Es justo hacer que Andreth se niegue a comentar cualquier tradición o leyenda acerca de la «Caída»? Parece demasiado una parodia de la Cristiandad (quizá sea inevitable). ¿Toda leyenda acerca de la Caída sería así?
Originalmente Andreth no se negaba a hablar del tema (bajo presión), sino que decía algo así:
Se dice que Melkor parecía hermoso en los días antiguos, y que cuando se hubo ganado el amor de los Hombres blasfemó de Eru, negando su existencia y afirmando que él era el Señor, y los Hombres asintieron y lo tomaron como Señor y Dios. Entonces (dicen algunos) nuestros espíritus renegaron de su verdadera naturaleza y de inmediato se oscurecieron y empequeñecieron; y la debilidad les hizo perder el dominio sobre el cuerpo, que perdió la salud. Otros dicen que Eru Mismo habló en Su cólera, diciendo: [406] «Si la Oscuridad es vuestro señor, poca Luz tendréis aquí [> posteriormente: poca Luz tendréis en la Tierra], y pronto la abandonaréis y acudiréis ante Mí para saber quién miente: si vuestro dios o Yo, que lo hice». Y éstos son los que más temen a la muerte.
Este texto es muy difícil de interpretar. La pregunta inicial de mi padre debe de significar (en vista de las oraciones siguientes): «no hay duda de que es correcto hacer que Andreth se niegue…», lo que implica «como en este caso, según el texto». Sin embargo, entonces escribió un pasaje en el que Andreth no se negó a hablar de tales tradiciones, sino que consintió «bajo presión» (no sé cómo interpretar la palabra «Originalmente» en «Originalmente Andreth no se negaba a hablar del tema»); además, ésta constituye sin duda alguna la primera aparición del germen de lo que se convertiría en la «Historia de Adanel», la leyenda de la Caída. No obstante, este esbozo de lo que Andreth le dijo a Finrod acerca de la Caída de los Hombres es muy similar a lo que decía en el borrador A (p. 402), y de hecho en gran parte coincide con él; por otra parte, el borrador A procedía a su vez de un texto previo ahora perdido (p. 401). Parece, pues, que en el texto perdido no aparecía ningún relato de la Caída, y que la pregunta de mi padre se refería precisamente a eso: «¿Es justo hacer que Andreth se niegue a comentar cualquier tradición o leyenda acerca de la “Caída”?»
Las observaciones con que empieza el texto C demuestran que tenía cierto interés por estos nuevos cambios, esta nueva evolución de la «teología» subyacente de Arda, al menos en su expresión. Lo cierto es que si retrocedemos a sus escritos anteriores advertiremos una importante variación. En la descripción que escribió para Milton Waldman en 1951 (Cartas n.º 131, pp. 175-176) había dicho:
El Hado (o Don) de los Hombres es la mortalidad, la libertad de los círculos del mundo. Como el punto de vista del ciclo entero es el élfico, la mortalidad no se explica en mitos: es un misterio guardado por Dios, del que nada más se sabe que «lo que Dios ha propuesto para los Hombres permanece oculto»: motivo de dolor y de envidia para los Elfos inmortales…
En la cosmogonía hay una caída: una caída de Ángeles, deberíamos decir. Aunque, por supuesto, muy distinta en cuanto a forma de la del mito cristiano. Estos cuentos son «nuevos», no derivan en forma directa de otros mitos y leyendas, pero inevitablemente deben contener en gran medida motivos o elementos antiguos ampliamente difundidos. Después de todo, creo que las leyendas y los mitos encierran no poco de «verdad»; por cierto, presentan aspectos de ella que sólo pueden captarse de ese modo; y hace ya mucho se descubrieron ciertas verdades y modos de esta [407] especie que deben siempre reaparecer. No puede haber ningún «cuento» sin caída —todos los cuentos son en última instancia acerca de la caída—, cuando menos, no para las mentes humanas tal como las conocemos y las tenemos.
Así pues, prosiguiendo, los Elfos tienen una caída antes de que su «historia» puede volverse histórica. (La primera caída del Hombre, por las razones explicadas, no se registra en parte alguna; los Hombres no aparecen en escena hasta mucho después de que eso haya sucedido, y sólo se rumorea que, por algún tiempo, cayeron bajo el dominio del Enemigo, y que algunos se arrepintieron de ello.)
«La primera caída del Hombre, por las razones explicadas, no se registra en parte alguna.» ¿Cuáles eran esas razones? Mi padre debía de referirse al principio de la carta, donde escribió del ciclo artúrico que «está implicado en la religión cristiana y explícitamente la contiene», y prosiguió:
Por razones que no he de elaborar, eso me parece fatal. El mito y el cuento de hadas, como toda forma de arte, deben reflejar y contener en solución elementos de moral y de verdad (o error) religiosa, pero no de manera explícita, no en la forma conocida del mundo primordialmente «real».
Algunos años antes de escribir la carta, no obstante, en uno de los curiosos «Esbozos» relacionados con El hundimiento de Anadûnê, había mencionado brevemente la Caída de los Hombres original, que estaba acompañada de una especulación muy extraña acerca del propósito original de Dios para la humanidad (VI. 293):
Los Hombres (los Seguidores o el Segundo Linaje) llegaron en segundo lugar, pero se dice que en un principio Dios los había destinado (tras un periodo de tutelaje) a tomar el gobierno de toda la Tierra, y en última instancia a convertirse en Valar, para «enriquecer el Cielo», Ílúve. Pero el Mal (encarnado en Meleko) los sedujo y cayeron.
Poco después, en el mismo texto (VI. 294) escribió:
Aunque todos los Hombres habían «caído», no todos siguieron sometidos a la esclavitud. Algunos se arrepintieron, rebelándose contra Meleko y se hicieron amigos de los Eldar, e intentaron ser fíeles a Dios.
Cierto es que aparece aquí la creencia (cualquiera que fuera su autoridad, pues ¿quién lo «suponía»?) de que la Caída originó un cambio de dimensiones incalculables en la naturaleza y el destino de los Hombres, un cambio provocado por el «Espíritu del Mal», Melkor.
No obstante, en 1954 decía, en el borrador de una larga carta para Peter Hastings que no fue enviada (Cartas n.º 153): [408]
… mi legendarium, especialmente la «Caída de Númenor», que corresponde inmediatamente antes que El Señor de los Anillos, se basa en mi concepción de que los Hombres son esencialmente mortales y no deben tratar de volverse «inmortales» carnalmente.
A esto añadió en una nota a pie de página:
Puesto que la «mortalidad» es un don especial de Dios a la Segunda Raza de los Hijos (los Eruhíni, los Hijos del Único Dios) y no un castigo por una Caída, puede llamarlo «mala teología». Quizá lo sea en el mundo primario, pero es una imagen capaz de dilucidar la verdad y una legítima base de leyendas.
También en otra carta de 1954 dirigida al padre Robert Murray (Cartas n.º 156, nota a pie de página p. 242) escribió:
Pero la idea del mito [de la Caída de Númenor] es que la Muerte —la mera brevedad de la esperanza de vida humana— no es un castigo por la Caída, sino una parte biológicamente (y por tanto también espiritualmente, pues cuerpo y espíritu se integran) inherente de la naturaleza humana.
Por tanto, a mi parecer la Athrabeth Finrod ah Andreth presenta problemas para interpretar las ideas de mi padre acerca de estas cuestiones; sin embargo, yo me veo incapaz de resolverlos. Por desgracia las preguntas iniciales de este trozo de papel estén formuladas de modo muy elíptico, sobre todo las palabras «Parece demasiado una parodia de la Cristiandad (quizá sea inevitable)». Es obvio que no se refería a la leyenda de la Caída: decía claramente que la introducción de una leyenda semejante «lo» convertiría —supuestamente, la Athrabeth— en una total «parodia de la Cristiandad».
¿Se refería entonces a la asombrosa idea de la Athrabeth de que «la Gran Esperanza de los Hombres», como se llama en el borrador A (p. 403), «la Antigua Esperanza», como se llama en el texto final (p. 368), de que Eru mismo entraría en Arda para luchar contra el mal de Melkor? En el Comentario (p. 383) se definía más extensamente: «… llevara a Finrod a pensar que “la llegada de Eru”, si tenía lugar, estaría relacionada principalmente con los Hombres: es decir, a la imaginativa conjetura o a la visión de que Eru vendría encarnado en forma humana», aunque mi padre observó que «Esto, sin embargo, no se cuenta en la Athrabeth». No obstante, es evidente que no se trata de una parodia, ni siquiera de una analogía, sino de la extensión —aunque sólo esté representada como visión, esperanza o profecía— de la «teología» de Arda especialmente —y por supuesto principalmente— a la creencia cristiana; y de un reto manifiesto a la opinión de mi padre que aparece en la carta de 1951 acerca de las limitaciones necesarias de la expresión de la «verdad (o error) religiosa» en un «Mundo Secundario».