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El capitán Lawrence Wycherly se recobró con notable rapidez de su dolencia del pecho y sentó residencia en los «Astilleros Faralon», donde representó con gran habilidad a las «Líneas Pavlakis» como empleado de las obras. El adusto y decidido inglés logró imponerse con dureza al frustrado peloponesio, y se dedicó a inspeccionar la nave a diario sin avisar y a intimidar con bravatas a los obreros, de modo que, a pesar de la hosquedad y las frecuentes rabietas de Dimitrios, el trabajo se terminó puntualmente. No fue con poca y severa satisfacción que Nikos Pavlakis contempló cómo aquellos obreros vestidos con trajes espaciales imprimían electrónicamente el nombre Star Queen a lo largo del igualador de módulo de la tripulación. Se deshizo en halagos hacia Wycherly y le añadió una prima a su ya bastante atractiva paga antes de partir para hacer los últimos preparativos en el cuartel general de las «Líneas Pavlakis» en Atenas.

La Star Queen, aunque tenía el diseño de un carguero estándar, era una nave espacial muy distinta de cualquier cosa que se hubiera podido imaginar en los albores de la era de los cohetes modernos, que es tanto como decir que no se parecía en nada a un cascarón de artillería dotado de aletas o al adorno del capó de un automóvil de gasolina. La configuración básica consistía en dos racimos de esferas y cilindros separados entre sí por un puntal cilíndrico de cien metros de longitud. En cierto modo, la nave entera se parecía a un modelo Tinkertoy de una molécula simple.

El racimo delantero incluía el módulo de la tripulación, una esfera de más de cinco metros de diámetro. Una jaula hemisférica de cables superconductores aseguraba por encima el módulo de la tripulación, protegiéndolo parcialmente de los rayos cósmicos y otras partículas cargadas que se mueven en el medio interplanetario…, incluyendo el tubo de escape de otras naves atómicas. Acurrucadas contra la base del módulo de la tripulación se encontraban las cuatro bodegas de carga, que eran cilíndricas. Cada una medía siete metros de anchura y veinte de longitud, y estaban agrupadas en torno al puntal central. Al igual que los contenedores anfibios de carga del siglo anterior, las bodegas eran desmontables y podían dejarse estacionadas en órbita o recogerse de nuevo según las necesidades; cada una de ellas estaba sujeta al eje central de la Star Queen por medio de una esclusa de aire propia, y también eran accesibles desde el exterior a través de las cámaras de descompresión. Cada bodega estaba dividida en varios compartimientos que podían ser presurizados o dejados en vacío, dependiendo de la naturaleza de la carga.

Al otro extremo del puntal central de la nave, rodeando el voluminoso cilindro del núcleo reactor del motor atómico, se hallaban unos tanques vulvosos de hidrógeno líquido. A pesar del espesor de la gruesa protección contra la radiación, la popa de la nave no era el lugar más apropiado para recibir visitas de seres vivos; había sistemas robots que hacían cuanto trabajo se precisase en aquel lugar.

A pesar de su carácter práctico ad hoc, la Star Queen tenía un aire de elegancia, de esa clase de elegancia de la forma supeditada a lo funcional. Aparte del esporádico cuerno de un cohete de maniobras o de la espina o plato de una antena de comunicaciones, las formas a partir de las cuales había sido ensamblada compartían cierta pureza geométrica, y todas ellas por igual tenían un resplandeciente brillo blanco bajo sus recientes capas de pintura galvanizada.

Durante tres días inspectores de la Junta de Control del Espacio estuvieron recorriendo la remozada nave, y por fin la declararon totalmente apropiada para el espacio. La Star Queen recibió los oportunos certificados. Se confirmó la fecha del lanzamiento. Varias lanzaderas de carga pesada trajeron el cargamento desde la Tierra; otras cosas, los paquetes más pequeños, se repartieron por correo certificado.

El capitán Lawrence Wycherly, sin embargo, no logró pasar la revisión de la Junta. Sólo una semana antes del lanzamiento, cirujanos especialistas en vuelo descubrieron lo que hasta aquel momento Wycherly había conseguido disfrazar a base de distintos preparados ilegales obtenidos de fuentes en Chile y destinados a conseguir la exaltación neurológica; se estaba muriendo de una incurable degeneración del cerebelo. Las infecciones víricas y otras enfermedades leves que lo habían estado acosando, no eran más que los síntomas de un fallo general del sistema inmunológico; no importaba que las drogas hubieran acelerado el proceso de la enfermedad. Wycherly se imaginó que era hombre muerto; necesitaba desesperadamente el dinero que aquel último empleo le proporcionaría, porque sin ese dinero —el cuento de sus irreflexivas inversiones y la frenética inmersión en espiral de las deudas era una historia aleccionadora de la época— la que pronto había de convertirse en su viuda perdería la casa, lo perdería todo.

La Junta de Control del Espacio notificó a las oficinas centrales de las «Líneas Pavlakis» en Atenas que la Star Queen carecía de capitán, motivo por el cual el permiso de lanzamiento había quedado en suspenso a la espera de una sustitución debidamente cualificada. La Junta, de un modo rutinario, se lo notificó al mismo tiempo a la compañía aseguradora de la nave y a todas las empresas e individuos que habían depositado carga en la misma.

Con bastante retraso a causa de «dificultades técnicas» en el camino de Atenas a Heathrow (los auxiliares de vuelo estaban llevando a cabo una huelga de celo para protestar contra las líneas aéreas del gobierno), Nikos Pavlakis no se enteró de aquella devastadora noticia hasta que se apeó, en Heathrow, del supersónico taxi avión. La señorita Sabiduría, desde detrás de las pantallas que separaban el control de pasaportes, lo miraba hecha una furia con aquellos ojos pintados de negro que parecían los mismísimos ojos de Némesis debajo de aquel casco de pelo grueso y amarillo.

Esto es de parte de tu padre —le escupió cuando lo tuvo a su alcance al tiempo que le ponía en las manos una hoja de papel fino procedente de Atenas.

Momentáneamente, pero sólo momentáneamente, dio la impresión de que san Jorge hubiera abandonado a Nikos Pavlakis. Se pasó las siguientes veinticuatro horas hablando sin parar por radio y por teléfono, mantenido por aproximadamente un kilo de azúcar disuelto en varios litros de café turco bien hervido. Y al final de dicho tiempo ocurrió el milagro.

Ni Dios ni san Jorge habían proporcionado un nuevo piloto. No hubo esa suerte, porque Pavlakis no consiguió encontrar a tiempo para el lanzamiento de la Star Queen ningún piloto cualificado que estuviese sin empleo o libre de obligaciones. Y el milagro no estaba enteramente sin cualificar, ya que ningún santo había evitado la inmediata deserción de unos cuantos de aquéllos que enviaban la mercancía, aquéllos para quienes la llegada de su cargamento a Port Hesperus no era crítica en lo referente al tiempo o cuyo cargamento podía venderse con facilidad en otra parte. En aquellos precisos momentos «Bilbao Atmosferics» estaba descargando su tonelada de nitrógeno líquido de la bodega B, y un valioso cargamento de plantones de pino, el grueso de la carga que tenía que haber viajado en la bodega A, ya había sido reclamado por Silvawerke, de Stuttgart.

El milagro de Pavlakis fue la intervención de Sondra Sylvester.

No la llamó, fue ella la que lo llamó a él desde la villa que había alquilado en la Isle du Levant. Le informó de que después de la última conversación que ambos habían mantenido, se había tomado como un asunto personal el investigar sobre él y los miembros de la tripulación de la Star Queen. Alabó a Pavlakis por las medidas que había tomado para salvaguardar la integridad de la Star Queen durante el tiempo que había durado la puesta a punto. Y añadió que malamente se le podía culpar por las dificultades privadas de Wycherly. Los abogados que ella tenía en Londres le habían proporcionado informes muy completos sobre el piloto Peter Grant y el ingeniero Angus McNeil. Y en vista de lo que había averiguado, había decidido ponerse en contacto personalmente con la Junta de Control del Espacio para presentarles un resumen amicus a favor de la solicitud de las «Líneas Pavlakis» pidiendo una excepción a la regla de la tripulación de tres; también había hecho mención de la fe que ella depositaba en la integridad de la empresa, y había dejado de lado todo tipo de consideraciones económicas. Además se había puesto en contacto con «Lloyd’s», exhortándoles a que no retirasen el seguro de la nave. Según ciertas fuentes bien informadas que tenía Sylvester, podía darse como cosa segura que aceptarían hacer la excepción. La Star Queen sería lanzada con dos hombres a bordo, y transportaría cargamento suficiente para que la travesía resultase provechosa.

Cuando Pavlakis dejó el teléfono estaba casi mareado de alegría.

Las fuentes bien informadas de Sylvester resultaron estar en lo cierto, y Peter Grant fue ascendido a comandante de una tripulación formada por dos hombres. Dos días después, varios remolcadores pesados trasladaron a la Star Queen hasta una de las órbitas de lanzamiento, más allá de los cinturones Van Allen. El motor atómico entró en funcionamiento haciendo salir un torrente de luz blanca. Bajo aceleración constante, la nave empezó una zambullida hiperbólica de cinco semanas de duración en dirección a Venus.