INTRODUCCIÓN

«El Valle de los Reyes… ¡Cómo hace soñar ese simple nombre! —escribe Howard Carter, el descubridor de la tumba de Tutankamón—; de todas las maravillas de Egipto, no hay una sola que impresione tanto la imaginación. Aquí, lejos de los ruidos de la vida, en este valle desértico, dominado por la “cima”, como por una pirámide natural, yace una treintena de reyes.»

El más célebre y visitado paraje del Egipto faraónico, el Valle de los Reyes, sigue siendo misterioso; subsisten numerosos enigmas.

El descubrimiento de las tumbas fue una verdadera epopeya que merece ser contada; aventureros, buscadores de tesoros y sabios se ilustraron de distintos modos, por lo general con una pasión que sólo un paraje de tanto poderío podía inspirar. A lo largo de esta obra encontraremos sorprendentes personalidades que ofrecieron al Valle una parte esencial de su existencia, buscando los secretos de los reyes de Egipto. ¡Cuántos golpes de teatro, locas esperanzas, decepciones, indescriptibles alegrías! Excavar, encontrar un faraón más o menos conocido por los textos y los objetos, seguir la pista de un fantasma que, de pronto, se convierte en realidad, cavar en una tierra milenaria para penetrar en una sepultura, intacta tal vez a través de los siglos, admirar pinturas y relieves de inefable belleza, leer textos que revelan las claves de la resurrección… ¿Cuántas emociones ha vivido el Valle, cuántas ha engendrado?

Durante cinco siglos y tres dinastías, las XVIII, XIX y XX, de 1552 a 1069 a. de C, el Valle fue utilizado para albergar las momias de los soberanos y algunos dignatarios admitidos a permanecer para siempre junto a los monarcas que marcaron con su huella aquel brillante período de la historia egipcia conocido con el nombre de Imperio Nuevo, de acuerdo con una denominación inspirada en la historiografía prusiana del siglo XIX. En aquella época, Egipto era un país rico y poderoso, faro de las civilizaciones mediterráneas y centro de una luminosa espiritualidad. Contar la historia de las excavaciones y los excavadores nos permitirá, de paso, evocar el reinado y la personalidad de los reyes que hicieron de Tebas su capital y del Valle su morada de eternidad.

Mis peregrinaciones al Valle han sido innumerables. En cada viaje, el encuentro es más intenso y más profundo. Cuanto más se conoce el Valle, cuanto más se estudia, más fascina. Ninguno de sus amaneceres, ninguno de sus crepúsculos se parece, y no pueden dejar indiferente. Sus piedras contemplaron los funerales de los Tutmosis, de los Amenhotep y de los Ramsés, sus áridas laderas guardan la memoria de aquel momento misterioso en el que el alma regresa a la luz de la que había salido. Cada tumba tiene su propio genio, sus colores, sus perfumes del más allá, su mensaje. Cada paso es un descubrimiento de la divinidad, severa y dulce a la vez, que protege el Valle, de esa diosa del silencio que nos hace escuchar la gran voz de los antiguos.

Cuando finaliza un milenio en el que el Valle de los Reyes, pese a su celebridad y a causa de esa celebridad, corre el riesgo de desaparecer, cuando la famosa tumba de Tutankamón y muchas otras se degradan irremediablemente, ¿tendremos la voluntad de salvarlas?

El Valle es una página esencial de la historia y la espiritualidad, grabada en la piedra y nutrida por los ritos que, gracias a la presencia de los bajorrelieves, siguen celebrándose ante nuestros ojos o al margen de nuestra presencia. En el corazón de esa «venerable necrópolis de los millones de años de Faraón», sonríe la diosa de Occidente, acogedora y apacible, que abre los hermosos caminos de la eternidad.

Para Egipto, la muerte no existe; por ello el Valle no es un lugar de muerte sino un canto de resurrección y un himno a la luz, al sol que desaparece en las tinieblas y renace tras haberlas vencido. Así es la aventura del Valle: un perpetuo renacimiento.