Los términos que utilizamos para describir la realidad egipcia están, a menudo, mal elegidos; hablar, así, de una tumba «privada» podría hacernos creer que un individuo podía, por propia iniciativa, hacer que le excavaran una sepultura en el Valle de los Reyes para satisfacer cierta fantasía o su deseo de vanagloria.
El término «privado» no tiene sentido; era Faraón quien decidía, por razones que con frecuencia ignoramos, permitir a uno de sus íntimos que pasara su eternidad en el paraje donde residían los monarcas.
¿Todas las tumbas privadas del Valle han sido ya descubiertas? Nada es menos seguro cuando sabemos que cierto número de ellas son simples agujeros hallados por casualidad a medida que iba excavándose. En ciertos lugares del Valle podemos estar casi seguros de que las investigaciones se llevaron a cabo con el mayor cuidado y el suelo no tiene ya, sin duda, nada que revelar. Algunas zonas, en cambio, son menos conocidas y podemos considerar que la cincuentena de sepulturas privadas, tumbas o simples pozos funerarios no es una lista definitiva. Pero ¿cuántas toneladas de piedra y arena sería necesario remover para obtener nuevos éxitos?
Las tumbas núms. 50, 51 y 53 no son inicios de sepulturas abandonadas ni escondrijos para material de embalsamamiento, sino moradas de eternidad que datan de la XVIII dinastía y albergan animales, especialmente perros y monos.
¿Signo del afecto de poderosos monarcas hacia sus fieles compañeros? Sin duda alguna, pero la intención es más vasta. En cada animal se encarna un poder divino en estado puro, sin ninguna de las deformaciones debidas a la especie humana. El mono hace referencia a Thot, dios de la sabiduría y dueño de la lengua sagrada, cuyo conocimiento es indispensable para abrir las puertas del otro mundo. El perro es la encarnación de Anubis, encargado de proceder a la momificación que transformará un cadáver en Osiris, en un cuerpo de resurrección, pues. Los animales son guías y consejeros, mensajeros del otro mundo cuya presencia es indispensable en una necrópolis.
Si existen tumbas privadas, se diferencian claramente de las sepulturas reales. Hecho esencial, no incluyen decoraciones ni inscripción alguna; su tamaño es reducido y su planta muy sencilla. Tienen por lo general la forma de un pozo funerario que conduce a un sepulcro. Algunas fueron más o menos olvidadas por los ladrones, como las de Yuya y Tuya, y la de Maiherpri. El rey ofreció a esas personalidades un ataúd de madera y no de piedra, pues ésta estaba reservada a los faraones. En resumen, modestas moradas de eternidad que, sin embargo, pueden contener objetos de gran valor.
Señalemos también que los faraones podían albergar también en sus propios hipogeos a príncipes y princesas; de este modo, Amenhotep acogió a su hijo; Tutmosis IV a su hijo y a su hija. Esta costumbre desapareció bajo los ramésidas, cuando los hijos de rey se hicieron enterrar, de buena gana, en el Valle de las Reinas; sin embargo, algunos hijos de Ramsés III ocuparon, tal vez, las tumbas núms. 3 y 12, y Montu-her-kepeshef, hijo de Ramsés IX, fue inhumado en la tumba núm. 19.
¿Quién fue admitido en el Valle de los Reyes? Hombres y mujeres cercanos al soberano reinante, cuya identidad no siempre nos es conocida. Los privilegiados cuyo nombre se ha preservado ocupaban funciones muy diversas. In (núm. 60) era una nodriza de la Corte real (tal vez de Hatshepsut); Maiherpri (núm. 36) un militar y, sin duda, un compañero de armas particularmente apreciado por un faraón; Meryatum (núm. 5) un sumo sacerdote de Heliópolis, la más antigua de las ciudades santas; Sennefer (núm. 42), un alcalde de Tebas, como su hermano el visir Amenemopet (núm. 48); Userhat (núm. 45), superior de los campos del templo de Amón; Yuya y Tuya (núm. 46), padres de la gran esposa real Teje.
Gran variedad de personajes, en consecuencia, característica de la sociedad egipcia que no conocía castas ni barreras infranqueables. El sumo sacerdote de Heliópolis podía codearse, sin menoscabo, con una nodriza y un soldado. La presencia de alcaldes de Tebas, la capital situada en la orilla este, podría parecer menos extraña; pero ¿por qué éstos y no los demás? ¿Por qué este visir y no los demás? Otras tantas preguntas que no podemos responder. Los documentos referentes al Valle son escasos y no es fácil hacer que hablen las tumbas que se ocupan mucho de eternidad y muy poco de anécdotas. Nos vemos reducidos a algunos títulos rituales, a algunos indicios extraídos de un material fúnebre desvalijado o dañado con frecuencia. Los ocupantes de las moradas de eternidad no nos han dejado ninguna noticia biográfica y debemos aceptar un silencio que, según los textos egipcios, era el de los sabios.