36 - EL ENIGMA TUTANKAMÓN

¿TUMBA REAL O TUMBA PRIVADA?

Leemos a menudo que la tumba de Tutankamón fue una tumba privada arreglada precipitadamente para convertirse en tumba real; nada lo demuestra. El egiptólogo belga Claude Vandersleyen considera que la escalera y el corredor son característicos de una tumba real; podemos añadir a ello la decoración de la cámara funeraria. Aunque la planta sea original, no existe ninguna razón seria para creer que el hipogeo no fuera concebido, desde el principio, por Tutankamón. Algunos ven, en el relativo desorden de los objetos, la consecuencia de un traslado, desde la tumba núm. 23, por ejemplo; puesto que, verosímilmente, las perturbaciones se deben al equipo de excavación, el argumento no se sostiene.

Estamos efectivamente ante una tumba real, dotada de todos los elementos necesarios para la resurrección del faraón; la cámara del oro albergaba incluso el más fabuloso sarcófago jamás descubierto. La «tumba tipo» de los manuales no existe, pues Egipto no fue sistemático ni doctrinario. A faraón excepcional, tumba excepcional.

¿QUIÉN ERA TUTANKAMÓN?

El príncipe Tutankamón, «Símbolo vivo de Atón», fue educado en la corte real de el-Amarna donde reinaban Akenatón y Nefertiti; seguimos sin saber con seguridad quiénes eran sus padres. Cuando la corte regresó a Tebas, el nombre del príncipe fue modificado; se convirtió en Tutankamón, «Símbolo vivo de Amón», y ascendió al trono de Egipto ocupándolo durante nueve años (1336-1327). No fue, por lo tanto, un reinado efímero; adolescente en su coronación, Tutankamón fue considerado lo bastante maduro como para gobernar y nada nos autoriza a repetir, interminablemente, que fue un rey insignificante y sin personalidad.

Se casó con la tercera hija de Akenatón y Nefertiti, Ankhesenpaaton, «Vive por Atón» que, en Tebas, cambió también su nombre para convertirse en «Vive por Amón»;[13] según sus retratos, era una muchacha de gran belleza. El rey y la reina vivieron momentos felices en los maravillosos jardines donde su ternura se expresó con el inimitable refinamiento del arte egipcio.

El reinado de Tutankamón no se diferenció del de un faraón «clásico»; hizo construir su «templo de los millones de años» en la orilla oeste, probablemente cerca de Medinet Habu, y excavar su morada de eternidad en el Valle. Sus maestros de obras comenzaron una columnata en Karnak, sus escultores crearon estatuas. El país permanecía armonioso y apacible cuando la muerte hirió a Tutankamón. Su esposa enterró a un monarca de unos veinte años de edad; fue ella quien, tras el banquete celebrado junto a la tumba, depositó en el umbral de la cámara funeraria una copa de alabastro proclamando la vida eterna del ser amado. La joven no quiso casarse con el viejo cortesano Ay, que sucedió a Tutankamón, ni con un gran dignatario como Horemheb, que sucedió a Ay. Según un fragmento de carta, solicitó al rey de los hititas que enviara a Egipto a uno de sus hijos. Horemheb impidió aquella desacertada unión. El doctor Maurice Bucalle, especialista en el estudio de las momias,[14] ha precisado que Douglas Derry, profesor de anatomía de la universidad de El Cairo, había destrozado literalmente la de Tutankamón, seccionándola y fragmentándola para extraer amuletos y objetos preciosos que había entre las vendas, especialmente dos de hierro, uno en forma de cabecera y el otro una daga con empuñadura de cristal de roca. Naturalmente, el martirio sufrido por los despojos del joven rey fue ocultado en los informes oficiales, que avaló luego Desroches-Noblecourt convirtiendo a Derry en el restaurador de la momia, «carbonizada o casi, por la acumulación de los ungüentos vertidos en los ritos funerarios y de momificación». Bucalle demuestra que «el papel destructor de los ungüentos utilizados en la momificación es un puro invento», y el egiptólogo americano Hans Goedizke deplora que sus colegas «tengan, durante los próximos años, que combatir las fantasías y las concepciones erróneas» difundidas a partir de 1936. Bucalle, que ha examinado realmente la documentación, concluye que existió un «odioso despedazamiento de la momia», y protesta vigorosamente contra la ocultación de la verdad. Resume así el destino de la infeliz momia: «Treinta y seis siglos de reposo, una semana de despedazamiento, un cuarto de siglo de falaces relatos». No fueron los egipcios quienes dañaron el cuerpo del joven rey, sino los egiptólogos, y es preciso reconocer el valor de uno de ellos al admitirlo.

UN TESORO PARA LA ETERNIDAD

En Egipto se han descubierto pocos tesoros; citemos los de Heteferes, la madre de Keops, en Gizeh; de las princesas de la XII dinastía, en Illahun y Dachur; del arquitecto Kha y de Senedjem en Deir el-Medineh; de Yuya y Tuya en el Valle de los Reyes; de los faraones de la XXI y XXII dinastías en Tanis. El esplendor del tesoro de Tutankamón los eclipsa a todos. Pensemos que la publicación de los centenares de objetos que lo componen no se ha finalizado todavía, setenta años después del descubrimiento de la tumba.

Debemos advertir la extraordinaria utilización del oro en Tutankamón; han sobrevivido otros sarcófagos, pertenecientes a ilustres soberanos, pero ninguno utiliza el oro tan masiva y espectacularmente. Para los egipcios, el oro era la carne de los dioses. Obra alquímica, capta la energía celeste y hace que irradie.

Si la tumba de Tutankamón fue disimulada con tanto cuidado, si se benefició de un dispositivo de ocultación que ningún desvalijador logró superar, no fue por casualidad. Por sí solo, el tesoro es una síntesis de los esplendores del Valle y una especie de realización de la espiritualidad y el simbolismo del antiguo Egipto. Objetos, textos y representaciones nos enseñan las modalidades y las etapas de la transmutación de un cuerpo mortal en ser de luz. Esta tumba no se parece a ninguna otra porque los propios egipcios la convirtieron en santuario de lo esencial. Tutankamón, «Hábil como Ptah y sabio como Thot», no fue ciertamente un reyezuelo sin importancia sino el monarca elegido como vehículo y soporte de la tradición egipcia.

Debe citarse a un noble, Maya, cuyo recuerdo está presente en la tumba, gracias a inscripciones en los uchebtis; asumió las altas funciones de superior del Tesoro de la necrópolis real. Él organizó los funerales del rey y veló para que el equipamiento fúnebre estuviera completo; tal vez fue también él quien eligió el emplazamiento donde el cuerpo del rey, convertido en oro, permanecería oculto por los siglos de los siglos.

¿Cometió Carter un sacrilegio al quebrar ese silencio? Quizás no, si logramos descifrar el mensaje de Tutankamón a costa de investigaciones y estudios que están muy lejos de haber terminado. La máscara de oro del rey resucitado forma ya parte de nuestro paisaje interior.

DESPUÉS DE TUTANKAMÓN

La más importante de las tumbas reales, a causa de su contenido, fue la última que se descubrió; Howard Carter fue pues el último egiptólogo que sacó a la luz un hipogeo en el Valle. Luego nada; no ha vuelto a emprenderse ninguna campaña de excavaciones de cierta envergadura. Esta vez, la comunidad científica considera que el más célebre paraje de Egipto se ha agotado por completo. Está hoy abandonado a los turistas que no cesan de afluir.

De 1930 a 1966, Alexandre Piankoff se interesó por los textos enigmáticos inscritos en las paredes de las tumbas y publicó numerosas traducciones que sirven todavía de base a los investigadores; egiptólogos como Erik Hornung han seguido sus pasos.

En 1978-1979, John Romer organizó una campaña de excavaciones en la tumba de Ramsés XI. La década de los noventa debería estar señalada por cierto número de publicaciones indispensables, pues la mayoría de las tumbas se conocen todavía muy poco.

Pero ¿ha revelado realmente el Valle todos sus secretos?