22 - LA INCREÍBLE TUMBA DE LA REINA-FARAÓN HATSHEPSUT

UNA MUJER EN EL TRONO DE EGIPTO

¿Quién no ha oído hablar de esta reina excepcional que, a la muerte de Tutmosis II, se encargó primero de una regencia y, luego, subió al trono de Egipto por un período de veinte años (1478-1458)? ¿Quién no ha admirado la escena de su coronación en la punta del obelisco caído, en Karnak, donde la reina está arrodillada ante Amón?

«La Regla (Maat) es el poder (ka) de la luz divina (Ra)», «La que besa Amón», «La más venerable de las mujeres», ésos eran los nombres de Hatshepsut. Verdadero faraón, cumplió celosamente su primer deber: construir templos. En Karnak, hizo erigir dos obeliscos y modificó la parte central del templo; en la zona que hoy se llama «museo al aire libre», pueden contemplarse los bloques de la magnífica «capilla roja», un edificio que probablemente nunca fue montado y que ofrece gran cantidad de escenas rituales raras. En la orilla occidental de Tebas, Hatshepsut hizo construir el templo de Deir el-Bahari, «el sublime entre los sublimes», cuyas tres terrazas ascendían hacia el acantilado; el último santuario se excavó en plena piedra. Los bajorrelieves, de maravillosa finura, narraban el transporte de los obeliscos y la famosa expedición al país de Punt de donde el ejército egipcio, compuesto por alegres y pacíficos soldados, se llevó árboles de incienso que fueron plantados en los jardines que precedían al templo. La explanada está hoy desierta, aplastada por el sol; es necesario imaginar los estanques, los árboles, las flores que ocultaban la arquitectura. El templo consagrado a Amón revelaba, también, los misterios de Anubis, encargado de momificar a los justos y conducirlos por los caminos del más allá.

LAS TUMBAS DE HATSHEPSUT

En el Imperio Antiguo, los faraones se hacían construir dos tumbas, si no tres; de este modo, en Saqqara, en el interior del recinto de Djeser, existían una tumba del norte y una tumba del sur, y es probable que se excavara una tercera sepultura en el Alto Egipto. El cuerpo físico del rey se depositaba en uno de los sepulcros; los demás recibían su ser invisible, aunque no menos real. Por ello no es seguro que las pirámides del Imperio Antiguo hayan albergado momias.

En el Imperio Nuevo, se produce un caso distinto; un gran dignatario hace preparar su tumba, pero, si se convierte en faraón, debe ordenar que excaven otra, correspondiente a la nueva función. Hatshepsut, como gran dama del reino, debía ocupar pues una sepultura al margen del Valle de los Reyes; una vez coronada, su morada de eternidad no podía estar en otra parte.

LA TUMBA NÚM. 20 O EL MÁS LARGO RECORRIDO DEL VALLE

Situada junto al acantilado, la tumba núm. 20 era conocida desde hacía mucho tiempo; los especialistas de la expedición de Egipto la habían situado, Belzoni se había interesado por ella, James Burton había entrado; pero nadie había practicado, antes que Carter, una excavación seria. Tan seria y difícil que iba a exigir varios meses de trabajo y dos campañas, de febrero de 1903 a mediados de abril de 1903 y de octubre de 1903 a marzo de 1904.

Carter no esperaba encontrar un hipogeo de tanta longitud; una serie de pasillos, que bajaban hasta 97 m de profundidad, se desplegaba a lo largo de 213 metros. Sin duda alguna, se trataba de la más larga y profunda de las tumbas egipcias. ¿Por qué tantos esfuerzos cuando el pillaje, lamentablemente seguro, no permitía esperar mayores hallazgos? Porque Davis amaba a las reinas de Egipto y quería satisfacer su pasión; encargarse de Hatshepsut le parecía esencial.

Carter y su equipo se enfrentaron con temibles dificultades; la polvareda y el calor eran tan grandes que les fue imposible respirar normalmente; utilizaron una bomba de aire para poder trabajar en el interior del hipogeo. La luz se apagaba sin cesar y, en las tinieblas, casi asfixiados, tenían que mantener su sangre fría. Como casi todo el pasillo estaba lleno de cascotes, fue necesario vaciarlo; pero sólo dos o tres hombres podían llenar, al mismo tiempo, los cestos que evacuaban hacia el exterior. Cuando la limpieza hubiera terminado, se necesitarían unos veinte minutos de incómoda marcha para llegar al fondo de la tumba.

Durante el recorrido, Carter tomó fragmentos de jarra de piedra con los nombres de la reina Ahmose-Nefertari, de Tutmosis I, padre de Hatshepsut, y de la propia Hatshepsut; la memoria de aquellos tres ilustres personajes estaba pues vinculada a aquel lugar. Otro descubrimiento interesante: algunos bloques llevaban fragmentos del Amduat; el texto de «la cámara oculta» se revelaba en los muros.

Al cabo de considerables esfuerzos, Carter llegó por fin a la cámara funeraria; allí había todavía dos espléndidos sarcófagos de cuarcita, la más dura de las piedras; el uno estaba destinado a Tutmosis I, el otro a su hija Hatshepsut. Eran los primeros ejemplares de aquel tipo, inspirado en el Imperio Medio; inauguraban la incomparable serie de tumbas reales.

Las fantásticas dimensiones de aquella tumba, su planta única, hacen pensar a Romer, como hemos visto, que fue la primera excavada en el Valle por Ineni, el maestro de obras de Tutmosis I. Hatshepsut se habría limitado a agrandarla para descansar en ella, en compañía de su padre; pero Tutmosis III hizo excavar una nueva tumba para Tutmosis I y trasladó su momia. Son sólo hipótesis; el único hecho cierto es que dos tumbas, la núm. 20 y la núm. 38, fueron destinadas a albergar los despojos de Tutmosis I.

La momia de Hatshepsut, preservada tal vez en el escondrijo de Deir el-Bahari, no ha sido identificada con seguridad; de su material fúnebre, totalmente desaparecido, subsiste sólo una arquilla con su nombre, que contiene, al parecer, un hígado momificado. Segundo enigma sin resolver, referente a las relaciones de la gran reina con el Valle: ¿la dama In, enterrada probablemente en la tumba núm. 60, era efectivamente su nodriza, a la que concedió el honor de vivir su eternidad en la necrópolis real?