En 1886, Grébaut sustituyó a Maspero a la cabeza del Servicio de Antigüedades; despechado y fatigado, el célebre sabio regresó a París. El nuevo director confió a George Daressy la tarea de despejar por completo las tumbas de Ramsés VI y Ramsés IX; aunque fueran ya muy visitadas desde la Antigüedad, estaban todavía llenas de cascotes. Aquella pequeña campaña de excavaciones dio interesantes resultados: los restos de una narria funeraria en la tumba de Ramsés IX y, en la de Ramsés VI, un objeto de madera que servía para encender fuego.
En 1888, Daressy concluyó la excavación de la tumba de Ramsés VI (núm. 9), que fue primero la de Ramsés V; dos reyes cohabitaron pues en una misma morada de eternidad, como si fueran indisociables el uno del otro.
El reinado de Ramsés V sólo duró cuatro años (1148-1144); su momia, bien conservada, es la de un hombre de 1,72 m aproximadamente, que parece haber muerto bastante joven. De acuerdo con dos de sus nombres, fue «Poderosa es la Regla (Maat) de la luz divina (Ra)» y «El que está hecho para existir gracias a la luz divina». Según la dedicatoria redactada para su tumba, precisó que había creado aquel monumento para sus padres, los dioses del espacio de regeneración, la duat; les concedía así un nuevo título de propiedad relativo a Egipto, para que los nombres divinos se vieran renovados.
Teólogo, Ramsés V hizo abrir de nuevo las canteras de piedra de Gebel el-Silsileh y las minas del Sinaí con la intención de emprender un vasto programa de construcciones; la muerte le impidió llevarlo a cabo.
Ramsés VI, que reinó durante ocho años (1144-1136), era uno de los hijos de Ramsés III; su momia, de 1,70 m, está por desgracia mutilada; se hallaba en el ataúd de un tal Re, primer profeta de Amón en el templo de Tutmosis III. Llevaba los nombres de «La luz divina (Ra) es el dueño de la Regla (Maat), amado por Amón, nacido de la luz divina, Amón posee su espada, el dios, el regente de Heliópolis». Se advierte la insistencia en el tema de la luz cuyas mutaciones se evocarán, precisamente, en la magnífica tumba que edificó desarrollando la de su predecesor.
¿Por qué lo hizo así en vez de excavar su propia morada de eternidad? Lo ignoramos. Lo cierto es que Ramsés VI quiso vincular su destino de ultratumba al de Ramsés V, sin duda a causa de una filiación espiritual.
Ramsés VI, que es el último faraón cuyo nombre consta en el Sinaí, hizo que la comunidad de Deir el-Medineh tuviera de nuevo sesenta artistas; no sólo se acercaba el fin del Valle y de la dinastía ramésida sino que Egipto sufría, también, una crisis económica y un debilitamiento del poder central. Lamentablemente, la documentación no es abundante ni explícita.
Cuando un iniciado en los misterios de Eleusis, que cumplía las funciones de portador de antorcha, visitó la tumba de Ramsés VI, se sintió conmovido y lleno de admiración; hizo una inscripción: «Yo, el portador de antorcha de los muy santos misterios de Eleusis, hijo de Minuciarus, el ateniense, habiendo visitado las siringas mucho tiempo después del divino Platón, he venerado y he dado gracias a los dioses que me han permitido hacerlo». Ese particularísimo visitante reconoció, en las paredes, figuras y escenas que evocaban la enseñanza secreta transmitida durante la iniciación en los misterios.
El plano de la tumba es simple; en un eje que lleva de la entrada al corazón de la piedra, un corredor, una antecámara, una sala con pilares, un segundo corredor, una segunda antecámara y la sala del sarcófago. En las paredes de los corredores se inscriben capítulos del Libro de las puertas, del Libro de las cavernas y del Libro de la cámara oculta; en el techo, capítulos del Libro del día y del Libro de la noche.
Se desarrolla aquí la pasión por el sol; la majestad del dios se acuesta en vida y penetra en el mundo inferior para expulsar las tinieblas. Debe pasar una sucesión de puertas, rechazar las agresiones, hacer brotar el fuego de la inmortalidad. Los seres inquietantes, provistos de afilados cuchillos, no amenazan al sol sino que decapitan a los enemigos de Osiris; la luz es el secreto de la vida que provoca el gozo de Faraón. El rey se vuelve semejante a la luz, pues su voz es justa; ve su belleza, sube en su barca, navega por el océano de los orígenes, lleva con él a aquellos cuyo corazón ha sido reconocido auténtico, pues quienes han cometido el mal no verán el principio creador.
La sala de oro, donde se halla el sarcófago, tiene un techo en bóveda de cañón donde están pintadas dos diosas del cielo, la una el cielo del día, la otra el de la noche; en ese lugar se desarrollaba el misterio de la creación del disco solar y del renacimiento del rey, idéntico al nuevo sol que renace tras la travesía de las horas de la noche.
El viaje se efectúa de distintos modos. La barca solar desciende al mundo subterráneo, ilumina las tinieblas y reanima las fuerzas latentes; pero el sol puede recorrer, también, a pie las etapas de su resurrección. Según B. H. Stricker, las representaciones esotéricas de la tumba forman un auténtico tratado de embriología; tras haber asistido a la separación del cielo y de la tierra, al nacimiento de la luz y a la formación de un ser con las dimensiones del cosmos, vemos la impregnación del embrión, el descenso del alma animadora como un fuego llegado del cielo, la revelación del huevo primordial que contiene las formas de vida y la circulación de los elementos.
La tumba de Ramsés VI es un lugar fundamental del Valle; la enseñanza que contiene es de las más esenciales. Como si los últimos ramésidas lanzaran las postreras chispas de una sabiduría, la tumba de Ramsés IX pertenece a la misma línea.
La última tumba del Valle espléndidamente decorada es la de un rey que reinó dieciocho años (1125-1107) y prolongó la obra esotérica y alquímica de Ramsés VI; su momia fue descubierta en el escondrijo de Deir el-Bahari. En el campo arquitectónico, se advierte una no desdeñable actividad, tanto en el norte, especialmente en Heliópolis, como en el sur, en Karnak. El nombre de Ramsés IX está presente en el oasis de Dakla y en Palestina. Escasos indicios, es cierto, que permiten suponer que, a pesar del creciente poderío de los sacerdotes de Amón, el poder faraónico recuperaba cierta soberbia. Pero en el año 16 del reinado se produjo un acontecimiento dramático, una pandilla desvalijó algunas tumbas. Este mero hecho es revelador de una crisis profunda que marcó el fin de la era ramésida.
Una de las escenas de la tumba de Ramsés IX, que debe estudiarse como complemento de la de Ramsés VI, es muy conmovedora; en ella se ve al rey haciendo ofrendas a «la que ama en silencio», la diosa de la cima tebana que protege el Valle de los Reyes.
A consecuencia de graves errores, la tumba de Ramsés IX está hoy degradada y la propia existencia de sus relieves se ve amenazada. Forma parte de los monumentos que deben restaurarse con urgencia, tanto más cuanto, también en este caso, falta una publicación correcta.