13 - CHAMPOLLION DESCIFRA EL VALLE

EL SUEÑO REALIZADO

Cuando llega a Egipto, Jean-François Champollion realiza su sueño más querido, conocer por fin la tierra de los faraones a la que se ha consagrado desde su juventud. Descifrar los jeroglíficos, ésa fue la vocación que le guió día tras día. Superdotado, aprendió gran cantidad de lenguas antiguas, preparándose para la iluminación de 1822, durante la que exclamó: «¡Ya lo tengo!», antes de desvanecerse. El desciframiento fue una cuestión de ciencia, de intuición y de videncia; todavía hoy parece una extraordinaria hazaña. En cuanto percibió las leyes de esa lengua en la que se mezclan lo simbólico y lo fonético, preparó una gramática, un diccionario y un tratado de mitología, trabajó con inagotable energía aunque su salud fuera frágil.

Tras mil dificultades, se embarcó finalmente hacia Egipto, a la cabeza de una expedición franco-toscana; el viaje estuvo a punto de ser anulado hasta el último minuto. Cuando el exiliado llegó a su patria espiritual, superó todos los obstáculos que levantaron en su camino Mohamed Alí, el cónsul general de Francia, Drovetti, y los traficantes de antigüedades; el descifrador quiso verlo todo, conocerlo todo, como si presintiera que aquel primer viaje de 1828-1829 iba a ser también el último.[8]

UNA CARAVANA DE ASNOS Y SABIOS

La primera visita de Champollion al Valle tuvo lugar en noviembre de 1828; fue una simple toma de contacto: «Iba a visitar a los viejos reyes de Tebas en sus tumbas o, mejor, en sus palacios excavados a cincel en la montaña de Biban el-Muluk; allí, de la mañana a la noche, a la luz de las antorchas, me cansé recorriendo la sucesión de aposentos cubiertos de esculturas y pinturas, en su mayoría de sorprendente frescura». Luego la expedición se dirige al gran sur y llega hasta la segunda catarata; en el camino de regreso, de marzo a junio de 1829, Champollion decide permanecer en el Valle para copiar lo esencial de las escenas y los textos de las tumbas reales. Su dibujante Néstor l’Hôte, que le conoce bien, no se hace demasiadas ilusiones: ¡lo esencial será todo! Conquistado, también él, por el Valle, no hará reproche alguno al descifrador pese al ritmo de trabajo que impone: tras la muerte de Champollion, L’Hôte regresará solo para completar sus dibujos.

«Una caravana compuesta de asnos y sabios», así describe Champollion la llegada de su equipo al lugar, cuidando de respetar el orden jerárquico de los factores; la carta del 25 de marzo de 1829 precisa las condiciones de alojamiento: «Ocupamos el mejor aposento y el más magnífico que pueda encontrarse en Egipto. El rey Ramsés (IV) nos da hospitalidad, pues habitamos todos su magnífica tumba, la segunda que se encuentra, a la derecha, al entrar en el Valle de Biban el-Muluk. Este hipogeo, de admirable conservación, recibe bastante aire seco y bastante luz para que estemos maravillosamente alojados… Es realmente una morada de príncipe, con el único inconveniente de la sucesión de estancia; el suelo está por completo cubierto de esteras y cañas; finalmente, los dos kauas (nuestros guardas de corps) y los domésticos duermen en dos tiendas plantadas a la entrada de la tumba».

Champollion, con mala luz, en posiciones extenuantes, respirando polvo, copia día y noche; se entrega al Valle y moviliza toda su energía, hasta el punto de caer desvanecido en la tumba de Ramsés VI cuyo mensaje espiritual le fascina.

En mayo, establece formalmente que el Valle es la necrópolis de los reyes originarios de Tebas, capital de Egipto por aquel entonces; cada tumba tiene su entrada propia y no se comunica con ninguna otra, a menos que algunos ladrones hayan excavado galerías. Y se extasía. ¡Qué inmenso trabajo para crearlo!

Admira las tumbas de Ramsés I, de Merenptah, de Seti I (en la que corta un sublime relieve para mostrar al mundo la perfección del arte egipcio), de Ramsés III (cuyos arpistas hace dibujar correctamente), de Ramsés VI y de Tausert; su gran decepción es el estado de la tumba de su querido Ramsés II, que encuentra llena de cascotes y habitada por serpientes y escorpiones. «Haciendo excavar una especie de intestino en medio de los restos de calcáreo que llena esta interesante catacumba, llegamos, arrastrándonos a pesar del extremado calor, hasta la primera sala. Este hipogeo, según lo que puede verse, fue ejecutado a partir de un plano muy vasto y fue decorado con esculturas del mejor estilo, a juzgar por los pequeños fragmentos que subsisten todavía.» Champollion preconiza una excavación completa que permita estudiar la tumba… ¡Una excavación que no ha sido practicada todavía!

CHAMPOLLION EL VISIONARIO

La estupidez humana irrita al descifrador: «Varias de esas tumbas reales llevan en sus paredes el testimonio escrito que eran, hace muchos siglos, abandonadas y visitadas sólo, como en nuestros días, por muchos curiosos desocupados que, como los de nuestros días, creían identificarse para siempre garabateando sus nombres sobre las pinturas y los bajorrelieves, que quedaron así desfigurados. Los tontos de todos los siglos tienen ahí numerosos representantes».

Este acceso de cólera no le impide hacer una predicción que se revelará acertada, pese a las opiniones de Belzoni y de Wilkinson: «Es probable que todos los reyes de la primera parte de la XVIII dinastía descansen en este mismo Valle, y que sea ahí donde deban buscarse los sepulcros de Amenhotep I y II, y de los cuatro Tutmosis. Sólo podrán descubrirse ejecutando inmensos movimientos de tierra al pie de las grandes rocas cortadas a pico en cuyo seno fueron excavadas estas tumbas».

Las cualidades de visionario del padre de la egiptología no se ejercieron sólo en el terreno arqueológico; descifrador de los jeroglíficos, Champollion lo fue también del Valle cuyo mensaje fundamental, con fulgurante intuición, logró percibir. Trabaja a menudo solo en las tumbas, para escuchar «la voz de los antepasados», en silencio y recogimiento; sin más instrumento de trabajo que su mirada, consigue leer textos de gran dificultad y desvelar «las viejas verdades que creemos muy jóvenes». Las representaciones de los suplicios de los condenados evocan El infierno de Dante, pero, más allá de las imágenes, se produce el encuentro del ser transfigurado —Faraón— con las fuerzas divinas, y se afirma la inmortalidad del alma.

Champollion es capaz de percibir el secreto inscrito en los hipogeos y su razón de ser; en unas pocas líneas, da la clave básica del recorrido simbólico que lleva desde la entrada hasta la sala del sarcófago: «Durante su vida, parecido al sol en su carrera de oriente a occidente, el rey debía ser el vivificador, el iluminador de Egipto y la fuente de todos los bienes físicos y morales necesarios para sus habitantes; el faraón muerto fue pues, también, comparado naturalmente con el sol que se pone y desciende hacia el tenebroso hemisferio inferior, que debe recorrer para renacer de nuevo por oriente y devolver la luz y la vida al mundo superior». (Carta del 26 de mayo de 1829.)

Faraón y la luz son de la misma naturaleza; su aventura es idéntica. Si el sol no renace por la mañana, la naturaleza muere; si Faraón no resucita con él, la sociedad humana se sume en el caos. Como ha demostrado Assmann, los egipcios pensaron que el modelo faraónico, que está más allá de la Historia, era indispensable para la buena marcha del universo. Por ello, la enseñanza del Valle es, también, indispensable para la edificación de la espiritualidad; como Champollion comprendió, escenas y textos nos revelan las leyes del más allá y la vía de acceso para vivir en eternidad.

Las consecuencias de aquel desciframiento fueron considerables. Al probar que la Biblia no poseía la verdad absoluta, Champollion trastornó los hábitos y chocó con la Iglesia. Fue necesario admitir que la civilización se remontaba mucho más allá de Moisés; además, el padre de la egiptología demostró que los egipcios no eran idólatras ni politeístas, y que habían desarrollado una noción de la divinidad tan pura como la del cristianismo.

Aquella breve estancia en el Valle señaló una verdadera revolución del pensamiento; varios milenios de espiritualidad resucitaron y, a través de ellos, se perfiló una visión, a la vez muy antigua y muy nueva, de la vida y de la muerte. Champollion llevó a cabo una zambullida en las profundidades del alma egipcia y nos abrió un camino que estamos muy lejos de haber recorrido hasta el final; su experiencia supera el marco de la egiptología escolar y se inscribe, más bien, como la de un maestro espiritual. «Debes considerarme como un hombre que acaba de resucitar —escribe a su hermano, el 4 de julio de 1829—; hasta los primeros días de junio, yo era un habitante de las tumbas donde no se ocupan demasiado de las cosas de este mundo.»

Champollion no descubrió ninguna tumba nueva, pero vivió y transmitió el misterio del Valle; Wilkinson se ocupaba del número, Champollion percibió el Número, la realidad secreta. Su muerte frenó el florecimiento de la naciente egiptología. Traicionado, incomprendido, no tuvo ningún discípulo directo; sus obras más importantes no fueron publicadas y deberemos aguardar la época más reciente para verlas renacer.

Olvidando su predicción, la mayoría de los eruditos creyeron que el Valle estaba agotado y que todas sus tumbas habían sido sacadas a la luz.