12 - WILKINSON EL NUMERADOR

¡SE HAN DESCIFRADO LOS JEROGLÍFICOS!

El 27 de septiembre de 1822, Jean-François Champollion lee su «Carta al señor Dacier», donde expone los principios para descifrar los jeroglíficos. En el mismo instante, y en función de una de esas casualidades de la historia que se confunden con el destino, pasan ante el Instituto de Francia unas barcazas que transportan las enormes reproducciones de la tumba de Seti I que se expondrán en París. Champollion será el más atento de sus visitantes. ¿Vio a Belzoni y hablaron del Valle de los Reyes? Lo ignoramos. Es fascinante pensar que el genial descifrador se demoró en las reproducciones de la más hermosa tumba de aquel Valle que tanto esperaba explorar y al que Belzoni nunca regresaría, aquel Belzoni que tantos textos había visto sin poder leerlos.

El fabuloso descubrimiento de Champollion permitía leer los nombres de los reyes inscritos en los óvalos llamados «cartuchos», comenzar a comprender las bases de la civilización, establecer una cronología, un orden de las dinastías, en resumen, abrir un gigantesco libro cerrado desde que la última comunidad de adeptos egipcios, la del templo de Filae, había sido aniquilada por fanáticos cristianos, en el siglo VI de nuestra era. Podríamos creer que Champollion fue festejado y cubierto de honores. Muy al contrario, numerosos oponentes, tanto franceses como extranjeros, discutieron la validez del desciframiento. Entre ellos están los miembros de la expedición de Egipto, celosos del joven egiptólogo más sabio que ellos, cuando aparecían los últimos volúmenes de la Description. El conde de Forbin, director de los Museos nacionales y espíritu mediocre, desplegó numerosos esfuerzos para dificultar la carrera de Champollion.

Éste no había tenido posibilidad todavía de partir hacia Egipto para verificar la magnitud de su descubrimiento; no será él el primero en leer los nombres de los reyes inscritos en las tumbas del Valle, sino un inglés: John Gardner Wilkinson.

EL ORDEN Y EL MÉTODO BRITÁNICOS

Ya a la edad de doce años, Wilkinson, hijo de clérigo, hace una primera estancia en Egipto; nace una pasión que no hará sino aumentar durante las tres largas estancias que le llevarán al envidiable estado de primer egiptólogo ennoblecido, en 1837.

Tras sus estudios en Harrow y Oxford, se destina a una carrera de oficial; pero la llamada de Egipto es más fuerte. Un diplomático, sir William Gell, le alienta; como el joven dispone de algunos medios económicos, gracias a sus padres, se instala en Tebas ya en 1824, en una gran casa de ladrillos crudos, adornada con dos torreones, en la colina de Gurna, con la firme intención de proceder a un estudio sistemático de las tumbas del Valle.

Paciente y meticuloso, corrige los errores de sus predecesores y se interesa por lo que hoy se denomina «la cultura material» y la vida cotidiana de los antiguos egipcios. Redacta una obra monumental en cinco volúmenes, The Manners and Customs of the Ancient Egyptians, que le valdrá una reputación internacional. Como no tiene una cabeza metafísica y filosófica, Wilkinson no intentará comprender el significado de las tumbas reales, sino inventariarlas y clasificarlas; utilizando el método descifrador de Champollion, lee el nombre de los reyes inscrito en los cartuchos y, a partir de 1826, establece una primera lista cronológica de los faraones del Imperio Nuevo basándose en la documentación que proporcionan el Valle y otras inscripciones.

EL BOTE DE ACEITE OSCURO DE 1827

Para el Valle, 1827 es un año que cuenta, no porque Wilkinson saque a la luz una tumba extraordinaria sino porque numera todas las tumbas conocidas hasta entonces. Equipado con un bote de aceite oscuro y un pincel, inscribe los números a la entrada de cada sepultura; parte de la tumba más baja, asciende por el camino central atravesándolo a derecha e izquierda, hasta el punto más alto del Valle. Luego regresa al área central y desciende hacia la torrentera donde Belzoni descubrió la tumba de Seti I, a la que atribuye el núm. 17. Se dirige luego hacia la tumba de Montu-her-kopeshef, que recibe el núm. 19, luego desciende hacia las pendientes bajas del Valle. Así se otorgaron los veintiún primeros números. Wilkinson numera las catacumbas del valle del oeste en un sistema separado.

Advirtiendo que varias tumbas de la XIX dinastía estaban situadas en las partes bajas, Wilkinson teme que se inunden en las próximas lluvias torrenciales; asistió, por otra parte, a ese cataclismo cuando afectó la tumba de Merenptah. Un furioso torrente arrastró restos de roca que se introdujeron en el hipogeo. Conscientes ya del peligro, los antiguos habían construido pequeños diques ante las tumbas más vulnerables y bloqueado las puertas con piedras secas selladas con yeso muy resistente. Pero esos dispositivos se habían visto destruidos tras el abandono del Valle, expuesto ahora a la intemperie.

La tumba que apasionó a Wilkinson fue la de Ramsés III, no por sus colores sino por la representación de varios objetos utilizados cotidianamente: sillas, jarras, cestos, alfarería, etc. En opinión del arqueólogo, este material revelaba un alto grado de refinamiento.

Naturalmente, no desdeñó los dos famosos arpistas, que dibujó, al fin, con precisión.

Entre 1820 y 1830, Wilkinson copia las inscripciones y dibuja las escenas de las tumbas reales; ese enorme trabajo está reunido en cincuenta y seis preciosos volúmenes que contienen escenas desaparecidas o dañadas hoy. El arqueólogo, que sufría de oftalmia, se ve obligado a cambiar el Valle por las zonas desérticas donde el aire es más seco. No ha descubierto ninguna tumba nueva, es cierto, pero ha puesto a punto una topografía de Tebas y una numeración que sigue utilizándose.

Como Belzoni, Wilkinson está convencido de que en el Valle no hay ya nada que encontrar; la más antigua tumba conocida es la de Amenhotep III y, desde Ramsés I, casi todas las sepulturas de los soberanos han sido identificadas. Las que faltan fueron, por lo tanto, excavadas en otra parte.

El arqueólogo inglés es un personaje estirado, distante, que no inspira simpatía; demasiado preocupado por los detalles y los aspectos materiales de la realidad egipcia, no advirtió la grandeza del Valle. Pero su trabajo sigue siendo digno de estima y sus «maneras y costumbres» de los antiguos egipcios servirán durante largo tiempo como obra de referencia, gracias a un hombre de campo.

Correspondería al padre fundador de la egiptología, Jean-François Champollion, situar el Valle en su verdadera perspectiva.