11 - EL METICULOSO SEÑOR BURTON

LA COTIDIANEIDAD EGIPCIA DE UN GENTLEMAN

El Valle es una gran dama de generoso corazón; ninguna clase de hombre la asquea, siempre que sienta interés por ella. Tras el bullidor y tempestuoso Belzoni, el siguiente explorador, James Burton, que trabajó en el paraje a partir de 1820, es exactamente lo opuesto: lento, preciso, meticuloso, no haría descubrimiento espectacular alguno. Sin embargo, gracias a él, el conocimiento del paraje progresará un poco; tras el tiempo del titán, llega el de una hormiga británica.

A comienzos del siglo XIX, el apasionado por la arqueología debe tener un evidente sentido de la organización y adaptarse a las condiciones locales. Su primera tarea en El Cairo consiste en alquilar un barco, que habrá tenido la precaución de desinfectar para que la mugre, los insectos y las ratas se vean reducidos al mínimo; si llega con buena salud a Tebas, se alojará en el templo de Karnak, si le interesa la orilla este, o en una tumba de la orilla oeste, si le fascina el Valle de los Reyes. En Gurna, donde los aldeanos han construido sus casas sobre las sepulturas de los nobles tebanos, es fácil encontrar morada. El arqueólogo debe aportar lo necesario: una cama, una mosquitera, sillas, un tablero de dibujo, un sextante, medicamentos contra la diarrea y la oftalmia, té, vino, coñac y, naturalmente, las obras de los autores antiguos y los modernos excavadores.

La comodidad es sumaria, pero la experiencia no es tan dura; el salario de los criados no es muy elevado y un hombre de calidad debe tener varios. Antes de que salga el sol, el primero de ellos abre la puerta de la alcoba y anuncia alegremente: «¡El sol, señor!»; el segundo sirve una taza de café y una pipa, el tercero un sólido breakfast. ¿Cómo no sentirse en forma, tras tantas precauciones, para subir a un asno y dejar que el borriquillo os guíe hasta el Valle? Allí hay que observar, medir, dibujar, excavar; a mediodía, es conveniente regresar para comer. Aves, arroz, pastas, agua del Nilo y un vaso de vino francés en el menú. Viene luego la indispensable siesta, después del café. Finalmente, se regresa al trabajo, hasta el ocaso, con la esperanza de descubrir una tumba intacta.

UN ENAMORADO DE LOS PLANOS

El honorable James Burton, que apreció los goces de aquella regulada existencia, fue un enamorado de la arqueología precisa, del dibujo puntilloso, del análisis arquitectónico y de los planos de las tumbas reales. Coleccionó, efectivamente, algunas antigüedades que se dispersaron en Sotheby’s, pero redactó sobre todo setenta volúmenes de notas, planos y dibujos, ofrecidos al British Museum después de su muerte.

Poco preocupado por lo sensacional, el honorable señor Burton piensa primero en proteger la magnífica tumba de Seti I haciendo edificar muretes que impidan al agua invadirla y degradarla; luego vacía el pozo que tanto había molestado al impaciente Belzoni en su avance.

Intenta también vaciar la enigmática tumba núm. 20 —que, según más tarde sabremos, fue una de las sepulturas de la célebre Hatshepsut—, pero debe renunciar a la empresa; el polvo hace irrespirable el aire y la tarea exige una organización de la que se siente incapaz. James Burton no es un conductor de hombres y no tiene las cualidades de un jefe de equipo; prefiere visitar las tumbas abiertas, observarlas de cerca y trazar sus planos. Advierte, por ejemplo, que una parte del techo de la tumba de Ramsés VI está hueca; por un agujero que se abre a bastante altura en el muro del corredor, es posible introducirse en otra tumba. Para evitarlo, el maestro de obras aumentó el ángulo de inclinación del corredor.

Burton no es sólo un observador sino también un descubridor, aunque sus éxitos fueran modestos; la tumba núm. 3, primero, sin inscripciones ni decoración, destinada tal vez a uno de los hijos de Ramsés III; la tumba núm. 12, luego, muda también, que se abre al sur de la sepultura de Ramsés VI. De unos ciento siete pies de longitud, baja, es un caso único en el Valle, si nos atenemos al plano de James Burton, ¡el único que se ha establecido! Tiene, en efecto, muchas cámaras laterales; ¿se trataría de un panteón familiar fechado en la XVIII dinastía? El monumento fue cuidadosamente excavado, pero los muros están desesperadamente blancos, a excepción de las marcas de los artesanos para indicar «norte» y «sur».

LA TUMBA DE MERIATUM (NÚM. 5)

James Burton realizó un tercer descubrimiento, más relevante; se trata también de una tumba no real, cuyo propietario es conocido, Meryatum, «El amado de Atum», uno de los hijos de Ramsés II, y sobre todo uno de los sumos sacerdotes de Heliópolis que llevaban el título de «Grande de los videntes» (o «El que ve al grande»). Personaje de consideración, en consecuencia, que fue uno de los primeros dignatarios del país en tiempos del más famoso de los Ramsés.

Naturalmente, el meticuloso James Burton levanta un plano del extraño monumento; un corredor lleva a una estancia cuadrada de dieciséis pilares en el que se abren varias cámaras. Nada comparable existe en el Valle ni en el resto de Egipto. A la izquierda de la entrada, la diosa Maat; en la tumba, muy deteriorada, Burton no señala objeto alguno.

Esta sepultura, digna de interés, no sólo no se estudió nunca de modo sistemático sino que hoy se ha perdido. Nadie ha entrado en ella desde 1920 y se halla en alguna parte, bajo el moderno aparcamiento, en un lugar que la hacía fácilmente inundable. Como la escala del plano de Burton se ha perdido también, no tenemos idea exacta alguna sobre sus dimensiones.

Tras los resonantes éxitos de Belzoni las hazañas de Burton parecen muy pobres; pero ¿tener tres tumbas del Valle, aunque no sean reales, en su activo no es acaso un honroso resultado?