Kom Ombo,
la alianza del halcón y el cocodrilo

Kom Ombo es un templo de la época tolemaica que sucederá a algunos edificios anteriores; es sobre todo un paraje único en Egipto. En la orilla derecha, a 50 km al norte de Asuán, se levanta sobre un promontorio un edificio de piedras doradas por el sol. Es un templo-acrópolis que domina el Nilo con toda su majestad, el lugar santo de la antiquísima ciudad de Ombos (en egipcio Nubit), la ciudad del oro, cuyo señor era el temible dios Seth. Adosado a una duna de arena, Kom Ombo, construido con gres muy claro, tiene realmente el color y el calor del oro. Ofrece una arquitectura que, a pesar del deterioro sufrido, sigue siendo grandiosa. Cierto es que el templo actual, que sustituye a un edificio de Tutmosis III, no fue desenterrado hasta 1893, lo cual le conservó una especial calidad de piedra.

La región de Kom Ombo ofrece cultivos de naranjos y de caña de azúcar. Muchos nubios se instalaron en esta zona, obligados a abandonar su país sumergido tras la inauguración de la gran presa de Asuán. Nubit, ciudad sagrada donde se trabajaba el oro que formaba la carne de los dioses (el nombre de Nubit procede del verbo nebí, «fabricar, crear»), no apareció en la historia hasta el Imperio Nuevo. Perfectamente de acuerdo con el carácter guerrero del dios Seth, Nubit se convirtió en una posición estratégica importantísima para el ejército egipcio. El promontorio era una atalaya perfecta para controlar el ir y venir de los bajeles, de modo que Kom Ombo adquirió el valor de un segundo «cerrojo» en el curso del Nilo, después de Asuán. La ciudad era también un centro comercial y agrícola, especialmente para los intercambios con Nubia. Gozó de cierta prosperidad bajo los Tolomeos. Pero el templo siguió siendo, ante todo, una fortaleza sagrada, un vigía de piedra destacando contra el azul del cielo.

Fueron, por otra parte, los infantes y jinetes, que formaban parte de las tropas acantonadas en el distrito de Kom Ombo, quienes cooperaron decisivamente en la construcción, en tiempos de Tolomeo V, de un nuevo templo en honor de Apolo, el equivalente griego del dios Horus el Viejo. Este temible halcón tenía el carácter triunfante y guerrero que convenía a los soldados. El edificio fue construido y financiado sin la intervención directa del Estado, respondiendo a las necesidades de una comunidad provinciana, económicamente autónoma. Naturalmente, los soldados recurrieron a especialistas y a iniciados para realizar la obra arquitectónica y simbólica del templo. Sin duda las legiones romanas actuaron de modo similar en Europa, al favorecer el culto a Mithra, un candidato tan serio contra el cristianismo que estuvo a punto de suplantarlo.

El emplazamiento de Kom Ombo se beneficia de una leyenda particular, relacionada con su carácter dual: así, veremos que los dioses reinan en este templo. Se ha dicho que dos hermanos ejercían su autoridad sobre la ciudad de Nubit. Uno era bueno, el otro malvado. Éste se las arregló para expulsar al que buscaba la armonía y la paz. Pero la población se negó a obedecer a un mal señor, prefiriendo el exilio y siguió en bloque al hermano bueno. Al quedar solo, el malvado se dio cuenta de que su nuevo poder de nada le servía, pues le era imposible, contando solamente con sus dos brazos, cultivar los campos. No se dio por vencido. Su mente retorcida no carecía de intenciones pérfidas. Recurrió a la magia negra con la espantosa idea de utilizara los muertos para convertirlos en esclavos. Efectivamente, fabricó, unos gólems, pero no pudo dominarlos. Éstos, en vez de convertirse en campesinos, se enojaron por haber visto turbado su reposo eterno y sembraron granos de arena en los cultivos. La tierra se volvió estéril y el desierto invadió los campos. Es fácil reconocer a Seth en el hermano malo y a Horus en el bueno. Horus se va, pues Seth, como cualquier gran divinidad, debe tener sus dominios; los de la soledad, el desierto, la sequedad, la aridez de una potencia que, mal utilizada, trae la muerte.

Lugar de luz, Kom Ombo es también un paraje peligroso en el que reinan fuerzas difíciles de controlar. Tutmosis III tradujo esa realidad en forma de una dualidad, Horus el Viejo y Sobek, un halcón y un cocodrilo, cada uno de los cuales encabeza una tríada[28] y se reparten el templo. Las dos divinidades eran, por otra parte, igualmente poderosas y terroríficas. Horus, halcón cuyas zarpas desgarran al adversario, de inigualable velocidad de ataque, aparecía en el ciclo para matar a los enemigos del faraón. Cuando Ra, luchando contra las potencias del mal, buscó un dios para exterminar a sus adversarios, la respuesta de su divino escriba, Thot, fue clara y precisa: había que recurrir al halcón de Kom Ombo, capaz de expulsar la desgracia de toda la tierra. Este feroz combatiente era, también, un sanador, especialista del ojo; era capaz de reconstruir el ojo divino, cuyas partes estaban dispersas, con instrumentos quirúrgicos que hallaremos representados en uno de los bajorrelieves del templo.

En Kom Ombo, el halcón, que reina sobre la mitad norte del templo, se ve obligado a entenderse con un cocodrilo, encarnación del dios Sobek, dueño de la mitad sur del edificio. Cerca del templo, un cementerio de cocodrilos momificados recuerda que se alimentaba con miel y carne a esos temibles saurios, venerados en este lugar. La velocidad de intervención y la agresividad del cocodrilo en el agua igualan a la del halcón en los aires.

Pero el halcón Horus y el cocodrilo Sobek no son sólo depredadores. Ambos son aliados del sol en su diario combate contra las tinieblas. La potencia luminosa es, unas veces, el halcón en el aire y otras el cocodrilo en el agua. Horus extirpa el mal de la tierra, da aire para respirar, luz para que todo crezca; Sobek, brotando del Océano primitivo, es una «gran forma secreta». Fue amamantado por una diosa y se ha hecho tan robusto que puede llevar sobre sus lomos a todos los seres. Contribuye a la resurrección de los muertos y hace subir el agua de la crecida para que la tierra sea fértil.[29]

Más que un templo doble, Kom Ombo es un templo coherente en sí mismo, aunque consagrado a la dualidad halcón/cocodrilo: dos entradas, dos corredores misteriosos rodeando el naos, pasajes dobles entre las partes del edificio, dos tipos de culto en el sanctasanctórum dividido en dos partes separadas por un naos. Esta dualidad no es disociación ni oposición. Ambas divinidades están presentes una al lado de la otra y, más aún, una es honrada en la parte del templo consagrada a la otra y viceversa.

Ambos dioses son el sol y la luna, los dos ojos del rostro del Creador: indiscutible dualidad que vive, sin embargo, como una unidad en la mirada.

El templo tolemaico que ha llegado hasta nosotros se halla, por desgracia, muy deteriorado. Sólo subsisten parte de la muralla, algunas columnas y distintos elementos del pilón del pronaos, de las capillas y del mammisi (n.º 2), templo del nacimiento del dios-hijo, destruido en gran parte por las crecidas del Nilo. Había en Kom Ombo una notable instalación hidráulica; en un pozo muy profundo aparecía el agua de la crecida, ofreciendo al templo un líquido puro y regenerador, que procedía directamente del Océano que rodea la tierra.

Al sur del gran patio, a la derecha del templo, una capilla de la diosa Hator (n.º 3); en correspondencia, al norte del sanctasanctórum, en la esquina opuesta, una capilla consagrada a su esposo, Sobek. En este templo, exactamente como ocurre en el cuerpo humano, todo es cruce y dualidad. La capilla de la diosa contiene momias de su marido el cocodrilo.

Del pilón (n.º 4) que conforma la puerta monumental del templo, con una entrada para Sobek y otra para Horus, sólo quedan algunas piedras. Podremos ver la triada de Sobek, al rey haciendo ofrenda y saliendo de su palacio, seguido por unas insignias. Éstas son signos de poder, expresiones concretas de divinidades de todo el país que van a rendir homenaje a los señores del templo.

El centro del gran patio (n.º 5), rodeado de columnas hoy destruidas, lo ocupa un altar de sacrificio; sobre el enlosado, a ambos lados de este altar, unas pilas de granito recogen la sangre de las víctimas. También ahí hay presencia del número Dos que se encuentra en la fachada de la primera sala de columnas (n.º 6): doble puerta, con doble purificación del faraón por Horus, protector de la realeza, y Thot, señor de los ritos, ante Sobek y Horus el Viejo. Debidamente acogido y reconocido por los dos señores de Kom Ombo, el faraón penetraba en la primera sala de columnas (n.º 7) donde el rey, representado por las representaciones cosmológicas desarrolladas en el techo, reconoce la soberanía de las dos tríadas divinas en el mismo templo. Es, además, coronado dos veces: la primera, en presencia de Sobek y de su familia; la segunda, en presencia de Horus y su propia familia. El faraón, rey del Alto y el Bajo Egipto, del Sur y del Norte, es también el símbolo de una dualidad que deviene unidad en su persona, como los dos ojos de un mismo rostro.

En la segunda sala de columnas (n.º 8), de tamaño más pequeño que la anterior, los textos recuerdan que el templo es un libro sagrado cuyos muros son otras tantas páginas cubiertas de jeroglíficos. Aquí se revela una parte de la Regla del Templo, con el calendario de las fiestas que deben celebrarse, la ordenación de los ritos, el nombre de las fuerzas divinas, la lista de los lugares santos de la provincia. Escena esencial de esta sala, donde prosiguen las escenas de purificación y coronación: el dios Horus el Viejo entrega una espada al faraón. Ello le convierte en caballero antes de tiempo, garantizándole la victoria sobre sus enemigos. La espada es un rayo de luz que dispersa las tinieblas.

Vienen a continuación tres pequeñas salas que preceden al sanctasanctórum. En la primera (n.º 9), el rey crea el templo. Le ayuda la misteriosa diosa Sechat, que protege la Casa de la Vida y posee la estrella de siete puntas, colocada sobre su cabeza. Ella, con su colega masculino, Thot, detenta el ritual de fundación que se practica desde el alba de la civilización.

La segunda sala pequeña (n.º 10) es la de las ofrendas, con indicación de un calendario ritual escrito sobre las paredes. De allí salía una escalera que subía hasta el tejado, donde se celebraba el Año Nuevo y la unión con el disco solar para regenerar las estatuas de culto por medio de la luz. Éstas se guardaban precisamente en la tercera sala pequeña (n.º 11).

Del sanctasanctórum y de las capillas que lo rodeaban, queda por desgracia, poca cosa. Se sabe que un muro lo dividía en dos; a la izquierda, al norte, el dominio de Horus el Viejo; a la derecha, el de Sobek. Ambos dioses están representados, por lo demás, entre las dos puertas del santuario. Sobek tiene las carnes verdes, pues es el señor de las aguas; Horus, señor del aire, es azul. Ambos participan en la fiesta de regeneración del faraón.

Paseando por las ruinas del fondo del templo, se descubrirá un sistema de criptas, unos bloques dispersos y unas inesperadas escenas, como la doble diosa Nut, símbolo del cielo, sobre cuyo cuerpo circulan el sol y la luna. Destaca, sobre todo, un relieve único en su género (cara interior de la segunda muralla, escena en el extremo norte): en tres registros superpuestos, una imponente representación de 18 instrumentos quirúrgicos, entre los cuales es fácil reconocer pinzas, garfios, tijeras, legras y, también, una balanza y unos ojos de Horus. Se trata del botiquín quirúrgico de un especialista divino, Horus el Viejo en persona, encargado de curar el Ojo divino, herido en este mundo. Las partes constituyentes de este Ojo fueron dispersadas por la locura, la vanidad y la avidez de los hombres. Para que el mundo tenga sentido y los sabios puedan «verlo», es necesario reconstruir el Ojo divino y devolverle la vida, la fuerza y la salud. Difícil trabajo, en verdad, que requiere la experiencia de un facultativo de alto nivel: ¿y quién más eficaz que un dios halcón de penetrantes ojos?

La cirugía egipcia, había alcanzado un nivel notable en la vida cotidiana. Por desgracia, sólo se han conservado algunos tratados, el más sorprendente de los cuales, en el plano técnico, está consagrado a la ginecología. En Kom Ombo no se trata sólo de curar lo humano, sino también de restaurar los ojos divinos, el sol y la luna a través de los cuales el Creador contempla y anima su obra.

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Kom Ombo, ciudadela sagrada, es uno de esos lugares de poder donde la vigilancia de las potencias de lo alto se ejerce sobre la tierra de los hombres. En esta ciudad del oro espiritual, un halcón y un cocodrilo establecieron un pacto de alianza para que su potencia fuera creadora de esplendor. Sin duda ahí tenemos una soberbia enseñanza egipcia, digna de la belleza de las piedras del templo.