Dendera,
dominio de la diosa del Amor

Dendera es un extraño paraje, a la medida de los misterios que contiene. A unos 60 km al norte de Luxor se levanta, en la orilla izquierda del Kilo, en el linde del desierto, un gran templo tolemaico dedicado a Hator. La ciudad cuyo corazón era el templo ha desaparecido. Ya solo queda el edificio sagrado, soberbio en su aislamiento, lejos del mundo profano y de su agitación. Algunas palmeras, la montaña a lo lejos, el silencio del desierto, las piedras de eternidad, la masa imponente del templo: en un marco como éste el hombre es casi un intruso.

Dandara es una antiquísima ciudad, capital del 6.º nomo del Alto Egipto. Su origen se remonta, probablemente a la Prehistoria, puesto que allí se celebraban ritos religiosos en tiempos de los «Servidores de Horus», una especie de semidioses que precedieron a los faraones humanos. Ellos trazaron el plano del templo en el que se inspiraron quienes lo embellecieron, especialmente Keops, el constructor de la gran pirámide, Pepi I y Tutmosis III, que desarrolló los rituales. A los principales faraones, por consiguiente, les inspiró una especial ternura esta ciudad de provincias; ¿acaso su soberana, Hator, no era la más hermosa de todas las diosas? Pepi I, que conservaba en un cofre de su palacio los antiguos textos fundacionales inscritos en rollos de cobre, quiso llevar el título de «hijo de Horus», identificándose así con Ihy, el dios-músico. El fin del Imperio Antiguo fue, por otra parte, una época de gran prosperidad para Dendera. Los notables hicieron construir allí hermosas tumbas; se excavaron también sepulturas para vacas, perros y pájaros.

El templo actual, que data de la época tolemaica, es el último de una serie de monumentos que forman una cadena sagrada ininterrumpida. Advirtamos de paso que la construcción del Dendera tolemaico se inició a finales del siglo II a. J. C., cuando concluía la de Edfu, templo de Horus con quien Hator forma una pareja divina. El nombre «Hator» significa, por otra parte, «templo de Horus». La diosa es el receptáculo del dios, la matriz simbólica donde él es generador. Hator es también el cielo por donde vuela el halcón Horus. Recibe el título de Hator la venerable, como divinidad del cosmos donde toda vida adquiere forma. A menudo se la representó en forma de una mujer con orejas de vaca, o una vaca celestial dando vida a los cuerpos celestes, o amamantando al faraón que bebía así un líquido de inmortalidad.

En este aspecto fundamental, Hator es Temet, la que es, es decir la contrapartida femenina de Atum, el creador. La ciudad de Dendera llevaba el nombre de ciudad del pilar de la diosa. Ahora bien, existen en Egipto tres pilares: Heliópolis, la ciudad de Atum, el creador, y del Sol; Dendera, la de la creadora y Hermonthis, Heliópolis del sur, prefiguración de Tebas.

Hator es conocida, sobre todo, como diosa del Amor. Habría que hablar por extenso de las distintas categorías de amor, desde el Amor creador del mundo hasta el placer físico. La diosa las encarnaba todas. Para ella, para la dorada, el cielo y las estrellas dejan oír su música, la tierra canta, las bestias salvajes danzan de alegría. La tierra negra, de ricos cultivos, como la tierra roja del desierto, glorifican a Hator hasta los confines del horizonte. Ella, Hator, siembra las esmeraldas, las malaquitas, las turquesas para convertirlas en estrellas. Iluminando el cielo u oculta en la tierra, en sus árboles sagrados, la persea y la acacia, Hator es la alegría imperecedera de los seres vivos. Por ella se perfuman, se maquillan, llevan collares y vestidos de lino fino, por ella se danza hasta el éxtasis y se bebe el vino de los dioses hasta la embriaguez. Uno de los símbolos más corrientes de Hator es el sistro, un instrumento de música mágico cuyas vibraciones dispersan las influencias negativas y atraen las energías positivas. El templo de Dendera es llamado, además, el castillo del sistro, pues fue concebido como un gigantesco instrumento de música de piedra, donde las armonías del cosmos confluyen para embellecer la tierra.

En su feudo de Dendera, Hator mantiene relaciones privilegiadas con Osiris, Isis y Horas. Una parte del cuerpo de Osiris está enterrada en Dendera y, sobre todo, allí se celebran sus misterios de acuerdo con un largo y complejo ritual cuyo texto se ha conservado. Unas capillas, construidas sobre el techo del templo, estaban especialmente consagradas a las ceremonias osiríacas. En este templo, Hator e Isis están muy cerca una de otra, aunque sin confundirse. Un pequeño templo de Isis se construyó detrás del gran templo de Hator, como un postrer sanctasanctórum. Ambas son madres y esposas. En cuanto a Horas, él es, como halcón cósmico que reside en Edfu, el esposo de Hator. Vuelven a casarse todos los años, durante una gran fiesta en la que Hator abandona Dendera y se dirige en barco hasta Edfu. Su hijo era un dios músico, Ihy, que creaba la armonía tan cara a Hator, y otro Horus cuya fondón consistía en unir las Dos Tierras.

Dendera parece hallarse en excelente estado de conservación. Lo cierto es que, sólo se conserva una parte del templo, que fue construido sobre el principio de un triple recinto de ladrillo: los recintos del esposo de Hator, Horus, y de su hijo, Ihy, han desaparecido casi por completo.[22] Sólo se conserva el recinto de Hator, que forma prácticamente un cuadrado (280 x 290 m) y era el más importante de los tres, y el corazón del edificio sagrado. Se trataba de una verdadera muralla de unos diez metros de altura que protegía eficazmente el trabajo de los iniciados en el interior del templo.

Además del santuario de Hator, en el paraje se conservan otros edificios. Especialmente algunos mammisis (los templos del nacimiento del dios-hijo), un lago sagrado e incluso una iglesia copta (n.º 2 en el plano). El visitante pasa precisamente delante de ésta y dos mammisis (n.º 3 y n.º 4), dejándolos a la derecha, para llegar al gran patio (n.º 5), que precede a la actual fachada del templo, que plantea un problema de orientación. En lo que consideramos la realidad geográfica, el templo estaba de cara al norte, pero, en el plano simbólico, está vuelto hacia el este, orientándose, según la regla, perpendicularmente al Nilo que, excepcionalmente, corre aquí de este a oeste y no de norte a sur. El símbolo da primacía a la realidad aparente y, por lo tanto, debemos considerar que el eje real del templo va de este-oeste.

La fachada del templo cubierto no se parece a ninguna otra. El universo de Hator se nos impone con sus seis columnas, que son los instrumentos de música de la diosa, sistros coronados por la cabeza de Hator con orejas de vaca, sobre la que se encuentra una pequeña capilla. Hay cuatro rostros de Hator por sistro, cada uno de ellos orientado hacia un punto cardinal, para recordar que la diosa es soberana del cosmos. Hator, como su nombre indica, es esencialmente una matriz sagrada, un templo en sí misma, el receptáculo femenino de la divinidad.

En los muros del entrecolumnado vemos algunos frisos de serpientes-uraeus dispuestas a atacar a los profanos que quisieran violar los secretos del templo. En su contorno exterior, descubrimos escenas fundacionales y procesiones de dioses-Nilo que aportan al santuario las riquezas de la tierra, además de procesiones de mujeres que encarnan las provincias de Egipto unidas en la celebración del culto.

En el extremo del templo, tras el sanctasanctórum, una figura sorprendente: una gigantesca cabeza de Hator, por desgracia dañada. A ambos lados, escenas de ofrenda de incienso y vino. Entre los dioses y las diosas, la famosa Cleopatra que, en tiempos de la dominación romana, soñó con devolver a Egipto un rango de potencia mundial.

Volvamos a la entrada del templo cubierto y penetremos en la primera sala de columnas (n.º 7 en el plano; 43 x 25 m aproximadamente). En seguida nos impresiona la atmósfera de intenso recogimiento que reina en este bosque de piedras, sumido en la penumbra. A ambos lados del eje central, dos grupos de nueve columnas. Por encima de la avenida central, inmensos buitres, con las alas desplegadas y llevando la corona del Alto Egipto, se alternan con discos solares alados, vinculados a la corona del Bajo Egipto. Los dos aspectos de la realeza se reúnen en el cosmos, donde la diosa trae al mundo el sol que ilumina el templo de nueve rayos. El ciclo está simbolizado por una diosa, Nut, que al anochecer devora al sol envejecido para regenerarlo en su vientre y traerlo al mundo por la mañana. Precisamente por el inmenso cuerpo de Nut navegan las barcas solares, están inscritas las constelaciones y las estrellas y se desvelan los ritmos del universo. Dendera, célebre por su Zodiaco que se conserva en el Museo del Louvre, es uno de los lugares fundamentales de la astrología egipcia, donde se aprende a descifrar el significado de los signos, de los decanatos, de los planetas, el curso de la luna, el ritmo complementario de las horas nocturnas y las horas diurnas. No es indiferente que este techo-cielo conste de siete tramos. El número siete es, precisamente, el de la diosa que posee el secreto de la vida. La vestidura de Nut, por lo demás, está constituida por líneas en zigzag, símbolo de las tuerzas energéticas, ondas procedentes del océano original.

Esta sala servía de lugar de enseñanza a los iniciados que entraban en ella por dos pequeñas puertas laterales (al este y al oeste), para aprender a leer ese prodigioso papiro de piedra que les ofrecía el conocimiento de las leyes celestiales que gobiernan cada existencia humana.

En la tierra, es decir en el dominio de las escenas que decoran columnas y paredes, están descritos los ritos. Muchas escenas simbólicas de Dendera merecerían un largo comentario, como la ofrenda de los dos sistros para disipar la cólera y la violencia, el sacrificio del oryx y el cocodrilo para sacralizar las pulsiones vitales desordenadas, el rito de golpear la pelota (equivalente al ojo de Seth), la erección del mástil de Min, una evocación de la virilidad creadora, o la ofrenda del templo del nacimiento. La publicación de estas escenas y de los textos que las comentan ocupa varios gruesos volúmenes. Demorémonos aquí en un rito particular; el de la ofrenda del vino a Hator. En Dendera se la representa varias veces, pues a Hator le gusta la embriaguez que invade el alma de los bienaventurados en el banquete del Conocimiento. Dicha embriaguez no es consecuencia de la bebida, sino una verdadera comunión mística con la diosa, un «arrebato» de todos los sentidos. Durante la fiesta de la embriaguez, el faraón danza delante de Hator. Se afirma que su ser es transparente, sin sombra en el pecho, que su pensamiento es recto, su corazón justo, que sus manos son puras, capaces de actuar con rectitud. El vino de Hator es una luz que desvela lo que permanece oculto.[23]

Al salir de esta primera sala con columnas, entramos en la sala de la aparición, cuyo techo está sostenido por seis columnas. A ambos lados del eje central, seis estancias. ¿Por qué ese nombre? Porque la diosa se les aparecía a los iniciados en este lugar en forma de estatua colocada en una barca, la que salía del templo en las grandes festividades. Está escrito que la sala de la aparición fue construida con alegría para que Hator se manifestase con esplendor, protegida por la Enéada. Las tres razas de hombre, los activos, los sabios y los seres de luz, se inclinan ante su rostro. La Armonía está en el templo cuando se percibe el Oro, es decir el rostro resplandeciente de la diosa.

En las paredes de los muros, el rey funda el templo y lo ofrece a su verdadero dueño, la divinidad. Aquí se revelaba el significado iniciático de este ritual fundamental: construir el hombre y edificar el templo son un solo y mismo acto.

Para comprender el papel de las seis estancias deben asociarse, a medida que avanzamos, de dos en dos. Primera pareja: el laboratorio (n.º 9) a la izquierda y el Tesoro (n.º 10) a la derecha, lugar donde trabajaban los alquimistas y donde se anotan listas de productos, de ungüentos, de santos óleos, de materiales preciosos. Vienen luego la cámara del Calendario (n.º 11) y la cámara del Nilo (n.º 12), destinadas a establecer la medida del tiempo sacro, el ritmo divino de las estaciones del que depende la prosperidad del país. El calendario de las fiestas determina la vida del templo, pues el agua tomada del pozo sagrado, en contacto con el Nilo celeste, sólo puede ser utilizada durante las ceremonias. Finalmente, las dos últimas estancias (n.º 13 y n.º 14) servían para la circulación de las ofrendas cotidianas o excepcionales, en contacto directo con la siguiente sala medianera, que llevaba precisamente el nombre de sala de la Ofrenda (n.º 15).

Allí se consagraban las ofrendas en las altares, allí se inicia también el conjunto arquitectónico del sanctasanctórum. Cualquier camino hacia el misterio se inicia con el don. Cuatro aberturas, practicadas en el techo, dan un poco de luz, permitiendo descifrar la lista de las ofrendas inscrita en las paredes. Lo material (alimento sólido y líquido) es transformado aquí en alimento espiritual para la divinidad. De este lugar, también, ascendían las procesiones, tomando una escalera, hacia el techo del templo para celebrar algunos ritos.

Penetramos luego en la cámara del Medio o sala de la Enéada (n.º 16). Es el corazón del templo. Allí, el ba (el alma) de la diosa baja del cielo y acude a habitar su morada. Aquí sólo entran los escasos iniciados capaces de percibir la realidad de la Enéada, los nueve dioses creadores que organizan el universo. En la cámara del Medio, según los textos allí grabados, se recitaba un himno para despertar a la divinidad y hacerla realmente presente. Por encima de la ventana, un disco solar: no es sólo la luz solar lo que penetra en esta cámara secreta, sino también la luz divina que ilumina el corazón del sabio. Fulgor del sol y claridad de la luna (conocimiento de la mañana y conocimiento del anochecer), embriaguez obtenida con una bebida de inmortalidad que contenía el sol, esos son los demás temas de la cámara del Medio junto a la cual se encuentra una cámara de las telas (n.º 17) en la que se guardaban las vestiduras rituales necesarias para el culto.

Detrás de la cámara del Medio viene el sanctasanctórum (n.º 17) rodeado de sus capillas. En Dendera el conjunto es bastante complejo. Simboliza los tres mundos: el espacio subterráneo (con las criptas), el espacio humano (donde el faraón celebra los ritos) y el espacio celestial (el techo del templo). Además, la fiesta de Año Nuevo es especialmente importante, puesto que parte del sanctasanctórum está consagrada a él.

El sanctasanctórum lleva un nombre: el gran sitial, el trono donde está instalada la divinidad. Lo rodea un «pasillo misterioso»; este dispositivo arquitectónico prefigura el ábside y el deambulatorio de las catedrales de la Edad Media. El sanctasanctórum estaba sumergido en las tinieblas, de modo que era preciso encender velas para celebrar el culto diario cuyas escenas están grabadas en las paredes y leer las fórmulas sagradas. En el interior, al abrigo de los muros que convierten el gran sitial en un templo dentro del templo, la barca de la diosa (la que exalta la perfección) y el naos que contiene su estatua de oro.

En el basamento del exterior del sanctasanctórum, encontramos procesiones de dioses-Nilo y de las provincias de Egipto que ya hemos visto en el exterior ahora están interiorizadas, colocadas en el regazo de la diosa. En el misterioso pasillo, nueve puertas (en recuerdo de la Enéada) abren a once capillas, cada una de ellas con un significado particular.[24] El iniciado aprendía a purificarse, a practicar la música sagrada, a descubrir los secretos del fuego y de la energía, renacía en la forma simbólica del halcón que cruza los aires y de la serpiente que conoce las profundidades de la tierra, renovaba su forma, era recibido por Isis y contemplaba la luz divina. En la gran capilla, situada en el eje del sanctasanctórum y por detrás, como un tras-templo, se realizaba el último ritual de esta iniciación a los misterios. La música, la bebida de la embriaguez, el rito del espejo y el descubrimiento de la estatua de la diosa son sus elementos clave. El iniciado, como se precisa en las jambas de la puerta, recibe una vista y un oído nuevos; por ello adquiere también la intuición que le conduce hacia el conocimiento y le permite expresar el Verbo.

El patio del Año Nuevo (n.º 18) forma, con una capilla de la purificación y un Tesoro, un conjunto particular. El Año Nuevo es un momento capital; pues un ciclo concluye y comienza otro. Un mundo desaparece, otro aparece. Es un período mágico por excelencia, el de la «primera fiesta» en el sentido de fiesta esencial, durante la cual la divinidad se recarga de energía luminosa para distribuirla luego entre los hombres.

Después de este recorrido desde la entrada del templo hasta el sanctasanctórum, debemos subir a los techos y bajar a las criptas, que simbolizan el mundo inferior, oculto y tenebroso. Comencemos por éstas. Son doce y están situadas en tres niveles. Son cámaras estrechas, longitudinales, algunas de ellas excavadas en las gruesas paredes.[25] El acceso a ellas es difícil, cuando no está prohibido. Es preciso agacharse, disponer de un medio de iluminación y no padecer claustrofobia. En las criptas se conservaban los objetos necesarios para el culto de la diosa. Están, por lo demás, representados en las paredes, para permanecer eternamente presentes: una jarra de vino, una corona, una clepsidra para medir el tiempo, dos sistros, un templo de nacimiento a escala reducida, un collar, un pilón en miniatura. La materia y las dimensiones se indican con precisión de tal modo que los objetos podrían reconstruirse.

Las criptas son pequeños templos donde vivían las fuerzas divinas, regenerándose en el silencio. Unas losas, confundidas con el pavimento, o unas aberturas ocultas en los muros eran los únicos medios de acceder a esos lugares, que contenían también los naos de los dioses, destinados a las procesiones. Las criptas son tumbas de divinidades aparentemente muertas. Resucitan como Osiris. Criptas similares aunque de menor tamaño, existían en otros templos, en Kom Ombo y en Edfu. Esos espacios cerrados servían también como celdas de meditación para los iniciados que esperaban recibir la luz.

Se accede a la terraza por la escalera del sur (u oeste simbólico), en cuyas paredes está representada precisamente la procesión que sube. La vemos como baja de nuevo por la escalera del norte (este simbólico). Encabezando el cortejo, el dios con rostro de chacal, Upuaut, cuyo nombre significa el que abre los caminos; a su lado, Thot con cabeza de ibis, que regula la ceremonia. Dioses y sacerdotes los siguen; ocho de ellos llevan la pesada estatua de la diosa Hator en su naos.

Es el día de una fiesta fundamental y secreta, la del Año Nuevo, a la que asiste el faraón. La procesión desemboca en el techo del templo. Se dirige hacia un quiosco situado en la esquina noroeste de la terraza (sudoeste simbólico). Doce columnas con cabeza de Hator sostienen el pequeño edificio, situado exactamente sobre la capilla del trono de Ra, sede de la luz. Ahora bien, en la fiesta del Año Nuevo los iniciados se preocupan justamente por el renacimiento de la luz creadora. Allí se celebra el rito de la unión con el disco solar. La estatua de Hator, al cabo de todo un año, está agotada, vacía de energía; con los primeros rayos del sol naciente, se expone la estatua para que se recargue con la luz única del Año Nuevo. Cuando el cuerpo de la diosa absorbe el sol, el ciclo está jubiloso y la tierra danza. El alma de la diosa ha llegado del cielo, volando en forma de pájaro color turquesa para posarse en su estatua.

En el techo se celebraban otros misterios: los de Osiris, a los que estaban consagrados dos conjuntos de capillas, al sur y al norte (este y oeste simbólicos). Estos edificios, formados por un patio que precedía a una sala, son el lugar de la resurrección del dios, el supremo secreto revelado por un larguísimo ritual cuyo texto está escrito en las paredes. Se fabricaban dos estatuillas de Osiris, una con arena y cebada, la otra con perfumes y piedras preciosas. Eran necesarios doce días de manipulación. Estas figurillas eran momificadas para enterrarlas. Y entonces se producía el milagro: la cebada, regada, acababa germinando. Nacían brotes del cuerpo de Osiris, prueba material de que el dios vegetante había resucitado. Una extraordinaria escena nos ofrece otra prueba de ello. Más simbólica: en la abertura de una de las capillas está representado Osiris en su lecho de muerte, en forma de león. Cuando la luz pasa por esta abertura, entra en el cadáver, todos los días resucita a Osiris. Numerosas escenas, comentadas por los textos, hacen de este conjunto una de las más importantes sumas osiríacas de Egipto.

* * *

A la derecha del templo, mirando hacia el sanctasanctórum, se descubre el lago sagrado (n.º 19). Actualmente seco, resulta curioso su aspecto, pues han crecido en él varias palmeras. De considerable superficie (28 x 33 m), tenía una escalera en cada esquina y sus muros eran algo curvos para evitar que los deformase el empuje de las tierras. En este lago se representaban escenas de los misterios de Osiris, a las que asistía un pequeño número de iniciados, colocados en el estrado. Treinta y cuatro maquetas de barcas se arrojaban al agua, cada una ocupada por una divinidad. Juntas tenían la misión de recuperar las distintas partes del cuerpo de Osiris despedazado. El lago simbolizaba el océano de energía primordial donde se elabora la vida, cuyo conocimiento pleno y completo era, precisamente, el objetivo de los grandes misterios de Osiris.

* * *

Detrás del gran templo de Hator se erigió un edificio muy particular, consagrado al nacimiento de la diosa Isis (n.º 20). «En ese hermoso día de la noche del niño en su cuna, revela un texto, Isis fue traída al mundo en Dendera, bajo la forma de una mujer negra y rosada. Le fue dicho por su madre el cielo: eres más antigua que tu madre, de ahí el nombre de Isis (juego de palabras, en egipcio, entre la raíz «ser antiguo» y la que sirve para escribir el nombre de Isis).» La esposa de Osiris, la gran maga, es elevada al rango de diosa cósmica, soberana de todos los lugares sagrados de Egipto, llevando la vida a todo lugar. Así como en Karnak, hay un tras-templo; en Dendera, Isis resultaba ser el aspecto oculto de Hator. La escena central de su templo, desgraciadamente muy arruinado, era el nacimiento de la diosa, traída al mundo por la gran madre celestial, en la pared del fondo del edificio. Estamos, efectivamente, en unos dominios femeninos donde las diosas generan la vida.

Dos tipos de edificios especialmente curiosos se conservan en Dendera, un paraje de inagotables riquezas. El primero es un sanatorio (n.º 21), situado a la derecha del gran patio. Es el único ejemplo que se ha conservado aunque existieran en otros templos. Los enfermos seguían allí una especie de cura termal, en la que no estaba ausente la magia. Se hartaba al paciente en el agua que había corrido sobre una estatua divina, cubierta de textos destinados a repeler el mal, al demonio y a los seres maléficos. El agua estaba, por tanto «cargada», impregnada, de fuerzas benéficas que eran comunicadas al cuerpo y al alma. El enfermo se identificaba con el dios vencedor de las tinieblas, adquiría su fuerza y en definitiva libraba un combate que le permitía recuperar la salud. Esos cuidados por el agua, que también se daba a beber, iban acompañados de un proceso de incubación y una cura de sueño. No imaginemos multitudes acudiendo a buscar la curación; ya que el sanatorio no era público sino que estaba situado dentro del recinto del templo. Un texto allí grabado evoca al ser supremo: «Ven a mí, tú cuyo nombre se oculta a los dioses, que hiciste el cielo, creaste la tierra, trajiste al mundo a todos los seres… Soy el agua, soy el cielo, soy la tierra, viviendo de Maat». Es decir, que los enfermos debían ser justos y respetar la armonía.

El segundo tipo de edificio curioso, en buen estado de conservación, es el mammisi, representado aquí por el de Nectanebo I (n.º 4) y el de Augusto (n.º 3), que data de la época romana y es mucho más imponente que el primero. Estos edificios estaban consagrados a la fiesta del nacimiento de un dios-hijo. El mammisi de Nectanebo estaba precedido por unos propileos que llevaban el nombre de puerta de dar Maat, es decir de impartir justicia. Delante de la puerta de este templo actuaba un tribunal, responsable de examinar los litigios y de pronunciar un veredicto.

El mammisi era un verdadero y pequeño templo, con un muro, un portal, un patio, una sala de ofrendas y un sanctasanctórum. En el de Nectanebo podremos ver a la diosa amamantando al dios recién nacido para infundirle fuerza y vigor. Bes, el enano barbudo que proporciona alegría y dinamismo. El sanctasanctórum está consagrado a la creación del joven dios por el alfarero Khnum, que lo modela en su torno. Thot, guardián de la ciencia sagrada, confirma que el niño está destinado a reinar en Egipto. Las escenas de parto y amamantamiento, la presencia de la Enéada de los dioses, las vacas divinas que alimentan al rey: todo concurre a la formación espiritual y corporal del faraón, según el modelo de los grandes rituales presentes ya en Dayr al-Bahari y Luxor.

El mammisi romano (n.º 3), rodeado por un pórtico con columnas cuyos capiteles son rostros de Bes risueño, favorece el nacimiento. En los zócalos, una sorprendente procesión muestra veintinueve formas de la diosa Hator, procedentes de distintas provincias de Egipto. Tocan el tamboril, apartan los malos espíritus y se reúnen para ofrecer la cooperación del país entero en el ritual que va a llevarse a cabo. En el sanctasanctórum, las representaciones están dedicadas, como corresponde, al nacimiento y amamantamiento del niño-rey.

* * *

Alrededor del templo interior, unos bustos de león parecen salir del muro. Son gárgolas que permiten evacuar el agua de lluvia procedente de las tormentas que a veces estallan en el Alto Egipto y preservan así los relieves. Pero son también vigilantes guardianes que apartan a los profanos y sólo permiten a los iniciados acceder a los misterios.

Dendera afirma sin ambigüedad su carácter de edificio iniciático donde la diosa Hator, íntimamente vinculada a Isis, es huésped de Osiris cuyos secretos son revelados en un gran ritual de iniciación.

La reputación de Dendera llegaba a todo el país. Durante siglos, lo peregrinos que acudían al templo rascaban la piedra para llevarse algunas briznas. Aplicándolas sobre las partes dolientes del cuerpo, era seguro que se obtendría la curación. Por ello, también, en los relieves se ven huecos en el emplazamiento del falo del dios Min. Los creyentes esperaban obtener así un formidable poder procreador. Es superstición, claro está, pero que evocaba la eterna presencia de los dioses de Egipto.

En Dendera se evocan y desvelan muchos misterios de la vida. La diosa del amor, la gran Hator llegada del cielo, donó sin medida por los siglos de los siglos.