32. Elkab, el dominio de la diosa-buitre

A 80 km al sur de Luxor, en la orilla este del Nilo, Elkab, capital de la tercera provincia del Alto Egipto, es una ciudad muy antigua que llevaba el nombre de Nekheb. Aquí reinaba la diosa-buitre Nekhbet que encarnaba en solitario el Alto Egipto y velaba por la titulación real. Se piensa, por lo demás, que en la época alta los ritos de coronación se desarrollaban en el templo de Nekhbet Recordemos que los antiguos no atribuían al buitre valores negativos, sino todo lo contrario; se le atribuían las máximas cualidades maternales, y Nekhbet tiene precisamente como función proteger al faraón y, a la vez, al templo mientras mantiene sus vínculos con el cielo.

Varios santuarios, por desgracia muy degradados, como el templo de Nekhbet o el de Thot, sólo interesarán a los especialistas. En cambio, cuatro tumbas excavadas en la colina, a la que se accede por una escalera moderna, sin duda merecen una visita del viajero.

La más antigua es célebre por su inscripción. Cuenta cómo un héroe, Ahmosis hijo de Abana, participó en la guerra de liberación contra los hicsos, invasores que pusieron fin a la brillante civilización del Imperio Medio. Este soldado de excepcional bravura relata su carrera que concluye en la marina real, y evoca sobre todo la toma de la capital de los hicsos, Avaris. Con esta victoria, fruto del valor de la reina Ahotep y de su segundo hijo, el faraón Ahmosis, Egipto renace y comienza el Imperio Nuevo.[44] Por sus hazañas, Ahmosis hijo de Abana recibió collares de oro y un dominio en el que llevó a trabajar a prisioneros de guerra. El héroe fue muy longevo y acabó sus días en Elkab.

La tumba de Paheri (XVIII dinastía), alcalde de la dudad, es realmente notable. Preceptor y educador de un hijo del rey al que sostiene sobre sus rodillas, Paheri asocia a la eternidad todas las actividades que se practicaban en su dominio: labores, siembras, almacenamiento de los cereales, recolección del lino, vendimias, caza, pesca y ganadería. Junto con su esposa, ofrece un gran banquete que ameniza la música de varios arpistas y flautistas.

La pesada del oro es un rito, pues ese metal, «la carne de los dioses», está destinado al templo y a las estatuas. Y la tumba de Paheri nos revela otros ritos vinculados a los misterios osiríacos, como la abertura de la boca o el transporte, en una narria, del resucitado envuelto en un sudario blanco. Tras él, caminan dos ritualistas portando un misterioso cofre provisto de dos ojos.

Otra tumba de la XVIII dinastía, la de Renni, es comparable a la de Paheri, si bien se halla peor conservada. Podrán verse en ella representaciones de carros y caballos, pero también ritos funerarios, danzas, el jalado del sarcófago en presencia de las plañideras y el descendimiento de la momia por el pozo.

Por lo que se refiere a la tumba de Setau, que data del reinado de Ramsés III, ofrece escenas de labranza, de cosecha y de banquete, así como las representaciones de un, sacerdote celebrando los ritos para el ka y de barcas indispensables para el viaje por el más allá.

Elkab brinda la ocasión de aventurarse un poco por el desierto, en dirección este, para alcanzar una soberbia capillita de Amenhotep III, algunos de cuyos bajorrelieves todavía conservan sus colores. Sin duda servía de depósito para la barca de las diosas durante sus fiestas. Se advertirá la presencia de pilares hatóricos y se contemplará al faraón realizando la ofrenda a Nekhbet. Una de las más hermosas escenas es el abrazo entre el rey y Amón que pone ante la nariz del monarca el ankh, la cruz egipcia, símbolo de la vida.