A 58 km al sur de Luxor, la ciudad de Esna era la capital de una provincia y un centro comercial próspero donde desembocaban pistas que unían el Valle del Nilo con las regiones del Sur. Se penetra en un gran burgo, de calles flanqueadas por pequeños comercios y, de pronto, surge la sorpresa: a nueve metros por encima del nivel de la calzada, una gran sala con columnas (33 x 16,5 m). Es la única parte que sigue en pie de un gran templo ptolemaico, último avatar de un edificio creado en la XVIII dinastía.
Los cristianos transformaron la sala en iglesia, luego los árabes la habitaron y la rodearon de casas. A comienzos del siglo XIX, se pensó en demolerla para recuperar las piedras y reparar el embarcadero de la época romana. Finalmente, el viejo edificio salvó su vida y se convirtió en almacén para el algodón.
En este triste estado Champollion descubrió Esna, en 1828. El templo está hoy despejado. En la sala de columnas, Construida en tiempos del emperador romano Claudio (41-54) y cuya última inscripción data del siglo III d. J. C, se evocan aspectos esenciales del pensamiento egipcio.
Un texto precisa que la sala es una espesura de papiros recorrida por Khnum, el buen pastor. El dios-carnero tenía dos compañeras: una reinaba en la campiña, la otra era una diosa-leona. El dios-hijo era Heka, la magia creadora y protectora.
En su tomo de alfarero, Khnum modelaba dioses, hombres, anímales y vegetales. Había aparecido en un cerro mientras la tierra se hallaba aún entre tinieblas. Aguas primordiales y cielo permanecían confundidos. Cuando el Creador abrió los ojos, brotó la luz y el cosmos se organizó. Él «contó» la tierra, ordenó según los Números y colocó el universo en su templo. En su lago sagrado, el Creador acogía al loto viviente, animado por la simiente de los ochos dioses primordiales.
Pero Khnum debía utilizar también su poder contra las fuerzas de las tinieblas; cuando los hombres se revelaban contra los dioses, manejaba el palo y el bastón para castigar a los enemigos de la luz.
Khnum no es el único dueño del templo de Esna. A su lado reina una misteriosa diosa, Neith, soberana de los dioses del cielo, de la tierra y del mundo intermedio. Primogénita de las divinidades, aparecida en los orígenes, tiene como emblema unas flechas cruzadas, rayos de luz que evocan también el arte del tejido, cuyo secreto detenta. Soberana también de la ciudad de Sais, en el Delta, tiene como animal sagrado al pez lates, símbolo de la resurrección; por lo demás, en Esna se ha encontrado un cementerio de peces. La diosa es una excelente nadadora que se mueve con gracia en las aguas del océano original. «Convirtió en luminosas las miradas de sus ojos —indica un texto— y la claridad se hizo.»
Los textos de la sala de columnas de Esna tienen como función revelar los misterios de la creación del mundo. Gracias a las traducciones de Serge Sauneron, puede apreciarse la riqueza del pensamiento de los iniciados egipcios hasta el último aliento de su civilización, y se comprueba entonces que estuvieron en el origen del hermetismo y del simbolismo, vivos todavía en los tiempos de las catedrales.
Mientras es de buen tono denigrar el grabado de la sala de columnas de Esna, considerándolo pesado y torpe, existe acuerdo, sin embargo, en apreciar los capiteles de las veinticuatro columnas y las escenas simbólicas. Una de las más importantes es la entrega del tomo de alfarero a Khnum (n.º 3), vinculada a la fiesta del «levantamiento del cielo» que permite el nacimiento de la luz y del aire. Puesto que Khnum estaba asociado a Neith, existe una fórmula de la colocación del torno de alfarero en el vientre de los seres femeninos, que contendrá así una matriz de origen divino.
La escena de la caza con red (n.º 4) forma parte del antiguo fondo del simbolismo egipcio. Las energías peligrosas son así capturadas, pero no aniquiladas. Una vez dominadas, es posible liberar la luz que estaba oculta en ellas.
Varias etapas del ritual de fundación se precisan entonces (n.º 5): implantación de las estacas después de la agrimensura, vertido de arena en una trinchera, modelado del primer ladrillo, utilización de la plomada y donación del templo a su verdadero dueño, la divinidad. Estas escenas deben relacionarse con las representaciones del techo, donde se distingue un zodíaco, las constelaciones y el circuito solar. El templo contiene el universo, está construido en función de sus leyes.
Destaquemos dos curiosidades de Esna: un texto compuesto únicamente por cocodrilos (n.º 6), y otro sólo por carneros (n.º 7). Se trata de juegos de escritura y verdaderos jeroglíficos que no han sido descifrados aún.
Esna, ciudad de fiestas y de misterios consagrados al proceso de la creación, estaba concebida como un taller divino donde actuaban las fuerzas del cosmos. Todos los seres proceden de un solo Padre, afirma un texto. El tomo del alfarero Khnum funciona eternamente. Con sus siete palabras, Neith, varón y hembra a la vez, moldea el mundo. Padre de los padres y Madre de las madres, el arquitecto divino que comenzó a ser al inicio crea sin cesar por amor a la creación. Por eso crecen viñedos, flores, lotos; por eso la divinidad ha hecho luminosa la naturaleza que día tras día teje su red de luz.[43]